Se dice que el 15 por 100 de la población padece una neurosis, o tiene
síntomas de los que caracterizan el síndrome neurótico en cualquiera de
sus formas. Esta cifra no tiene demasiado valor, porque se extrae de una muestra falsa, a saber: la de los que consultan por presentarlos. Con ello lo único que consideramos es aquella parte de la población que por múl- tiples razones, de orden cultural e informativo, o de mayor invalidación, saben de la existencia de posibles remedios para sus alteraciones y tam- bién de la presencia de sujetos que quizá pudieran aliviarlos e incluso curarlos (en el más amplio sentido de la palabra curar). De hecho, la vida humana está constituida por una serie de avatares que ponen a todo ser humano en una situación límite cuando menos alguna vez. Es claro que cada cual tiene su propio límite en orden a cuan- tía y cualidad de situaciones. Hay sujetos para los cuales es una situación límite la que para otros no lo es en absoluto; pero hay también sujetos que, en análoga situación que otros -en la medida en que pueda hablarse de situaciones idénticas, o tan siquiera análogas, lo que en manera alguna está lejos de poder aceptarse al pie de la Ietra=-, muestran un nivel de intolerancia para la misma que le obligan a la adopción de determinadas pautas de conducta con carácter inmediato, mientras otros precisarían que esa situación alcanzase mayor nivel para que la intolerancia se suscitara. No hay que desatender el hecho de que, aun sin llegar a situaciones límite, la simple relación interpersonal es frecuentemente suscitadora de angustia, por lo menos de un cierto montante de ansiedad. Al fin y a la postre, como he dicho reiteradamente en este texto, en toda relación se cuestiona nuestra identidad, podría ser una crisis, aunque fuera mínima, de esa identidad, tanto más cuanto que ésta se construye precisamente a expensas de lo que sólo dejamos descubrir, de la falsificación social que hacemos de la persona para convertirla en personaje. Esta es la razón por la que las estadísticas sobre comportamiento neurótico tienen escasa vali- dez: prácticamente se funden con comportamientos que denominamos nor- males y que, sin embargo, llevan consigo la generación de un cuantum de angustia. ¿Qué límites hay que poner a la cuantía de angustia para que la denominemos, a partir de entonces, neurótica?