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atención de ensueño, y enfoqué lo que me quedaba de ésta en los detalles

arquitectónicos y ornamentales de
la parte trasera de la iglesia. Nunca había visto esa parte en el mundo de todos los
días, y pensé que si pudiera
grabar en mi memoria sus características, tal vez podría más tarde compararlas con los
detalles de la
verdadera iglesia.
Ese fue el plan que fabriqué en el momento. Sin embargo, algo dentro de mí
despreciaba mis esfuerzos de
validación. Durante todo mi aprendizaje tuve siempre la necia insistencia por la
objetividad, la cual me había
forzado a revisar todo lo referente al mundo de don Juan. Pero en realidad, lo que
estaba en juego no era la
validación en sí, sino la necesidad de usar este impulso de objetividad como un soporte
para protegerme en los
momentos de intensa desconexión cognitiva. De modo que cuando llegaba el tiempo
de comprobar lo que
había confirmado, nunca lo llevaba a cabo.
Dentro de la iglesia, la mujer y yo nos arrodillamos frente al pequeño altar en el lado
izquierdo de la nave,
donde habíamos estado, y en el siguiente instante, me desperté en la bien iluminada
iglesia de mis días.
La mujer se persignó y se levantó. Automáticamente hice lo mismo. Me tomó del brazo
y empezó a caminar
hacia la puerta.
-Espere, espere -dije, sorprendiéndome de que pudiera hablar. No podía pensar claro,
pero traté de hacerle
una intrincada pregunta. Lo que quería saber era cómo podía ella tener la energía para
visualizar todos los
detalles de un pueblo entero.
Sonriendo me contestó la pregunta que no había hecho; me dijo que era muy buena
visualizando, porque
después de una vida entera de hacerlo, había tenido muchas, muchas vidas para
perfeccionarlo. Añadió que el
pueblo que yo había visitado y la iglesia donde habíamos hablado eran ejemplos de sus
más recientes
visualizaciones. La iglesia era la misma donde Sebastián fue sacristán. Ella misma se
había dado la tarea de
memorizar cada detalle de cada rincón de esa iglesia y de ese pueblo, en este caso,
por una necesidad de
supervivencia.
Terminó con una idea de lo más perturbadora.
-Ya que tú conoces bastante este pueblo, aunque nunca hayas tratado de visualizarlo
-dijo-, ahora me estás
ayudando a visualizarlo. Te apuesto a que no me lo creerías si te dijera que este pueblo
que estás mirando
realmente no existe afuera de tu intento y el mío.
Me escudriñó y se rió de mi sentido de horror, ya que acababa de comprender lo que
me estaba diciendo.
-¿Estamos todavía ensoñando? -pregunté asombrado.
-Sí, estamos ensoñando -dijo-. Pero este ensueño es más real que el otro, porque tú me
estás ayudando. No
me es posible explicarlo más allá de decir que simplemente está sucediendo. Como
todo lo demás -señaló su
alrededor-. No hay manera de decir cómo sucede, pero sucede. Acuérdate siempre de
lo que te dije: este es el
misterio de intentar en la segunda atención.
Me jaló gentilmente más cerca de ella.
-Paseemos por la plaza de este ensueño -dijo-. Pero quizá debería de arreglarme un
poco para que te sientas
más a gusto.
Cambió expertamente su apariencia, mientras yo la miraba sin comprender. Lo hizo
con maniobras simples y
mundanas. Se quitó su falda larga, revelando una falda común y corriente a media
pantorrilla que traía puesta
debajo. Luego acomodó su trenza en un moño; cambió sus huaraches por unos zapatos
de tres centímetros de
tacón que traía en una pequeña bolsa de tela. Volteó su rebozo negro reversible,
quedando con una estola de
color amarillento. Se veía como una típica mujer mexicana de clase media de la ciudad,
de visita en ese
pueblo.
Entrelazó los dedos de su mano con los míos con el aplomo de una mujer y se dirigió a
la plaza.
-¿Qué le pasó a tu lengua? -dijo en inglés-. ¿Se la comió el gato?
Estaba yo totalmente absorto con la inconcebible posibilidad de que todavía estuviera
en un ensueño. Lo que
es más, estaba empezando a creer que si fuera verdad, corría el riesgo de nunca
despertarme.
En un tono indiferente que no pude reconocer como el mío, dije:
-No me había dado cuenta hasta ahora de que me habló en inglés antes. ¿Dónde lo
aprendió?
-En el mundo de allá afuera. Hablo muchos idiomas -hizo una pausa y me escudriñó-.
He tenido tiempo para
aprenderlos. Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntos, algún día te enseñaré mi
propio idioma.
Se rió, sin duda, al ver mi desesperación. Me detuve.
-¿Vamos a pasar mucho tiempo juntos? -pregunté traicionando mi terror.
-Por supuesto -contestó en tono de jubiloso-. Tú, y te lo tengo que decir muy
generosamente, me vas a dar tu
energía gratis. Tú mismo me dijiste eso. ¿No es cierto?
Yo estaba estupefacto.
-¿Cuál es el problema? -preguntó cambiando de nuevo al español-. No me digas que te
arrepentiste de tu
decisión. Somos brujos. Es demasiado tarde para que cambies de parecer. No tienes
miedo ¿verdad?
Una vez más, estaba yo a punto de perder el conocimiento de puro terror, pero si
hubiera tenido que explicar
qué era lo que me aterraba, no hubiera sabido qué decir. Ciertamente no tenía miedo
de estar con el desafiante
de la muerte en otro de sus ensueños, o de perder la razón, o hasta la vida. Me
pregunté si tenía miedo de algo
maligno. Pero la idea de algo maligno no podría pasar mi examen. Como resultado de
todos esos años en el
mundo de los brujos, había aprendido, sin lugar a dudas, que lo único que existe en el
universo es energía; lo
maligno es simplemente una configuración de la mente humana abrumada por la
fijación del punto de encaje
en su posición habitual. Lógicamente, no había nada que pudiera temer. Yo sabía eso,
pero también sabía quemi verdadera debilidad era no tener la fluidez para fijar
instantáneamente mi punto de encaje en cualquier
posición nueva a la que se desplazara. El contacto con el desafiante de la muerte
estaba desplazando mi punto
de encaje a una tremenda velocidad, y yo no tenía la destreza para sostener la presión.
El resultado final era
una vaga seudosensación de miedo de que quizá no iba a ser capaz de despertarme.
-No hay ningún problema -dije-. Continuemos con nuestra caminata de ensueño.
Entrelazó su brazo con el mío y llegamos al parque en silencio. No fue de ningún modo
un silencio forzado.
Pero mi mente daba vueltas sin parar. Hacía solamente unas horas había caminado con
don Juan del parque a
la iglesia, en medio del más horrible miedo. Ahora, estaba caminando de regreso de la
iglesia al parque con la
causa de mi miedo, y estaba aterrado como nunca, pero de una manera diferente, más
madura y más mortal.
Empecé a mirar a mi alrededor para ponerle un alto a mis preocupaciones. Si esto era
un ensueño, como
creía que lo era, habría una manera de probarlo. Señalé con mi dedo meñique las
casas, la iglesia, el
pavimento, la calle. Señalé a gente. Señalé todo. Hasta agarré a un par de personas
atrevidamente, a quienes
parecí asustar más de la cuenta. Sentí sus masas. Eran tan reales como cualquier cosa
que considero real,
excepto que no generaban energía. Todo parecía real y normal, sin embargo era un
ensueño.
Giré hacia la mujer, quien estaba apretada contra mí, y la cuestioné al respecto.
-Estamos ensoñando -dijo con su voz rasposa y se rió.
-¿Pero cómo pueden la gente y las cosas alrededor nuestro ser tan reales, tan
tridimensionales?
-¡El misterio de intentar en la segunda atención! -exclamó reverentemente-. Esas
personas ahí son tan reales
que hasta tienen pensamientos.
Ese fue el último golpe. No quise saber más. Me quería abandonar a ese ensueño. Un
considerable jalón del
brazo me trajo de regreso al momento. Habíamos llegado a la plaza. La mujer se
detuvo y me jaló para que me
sentara en una banca. Supe que tenía problemas cuando al sentarme, no sentí la
banca debajo de mí. Empecé
a girar. Sentí que estaba elevándome. Le di un fugaz vistazo al parque como si lo
estuviera viendo desde
arriba.
-Aquí me acabé -grité.
Creí que me estaba muriendo. Las vueltas ascendentes a la luz se convirtieron en
vueltas descendentes a la
oscuridad.
13
VOLANDO EN ALAS DEL INTENTO
-Haz un esfuerzo nagual -me urgió la voz de una mujer-. No te hundas. Vuelve a la
superficie, vuelve a la
superficie. ¡Usa tus técnicas de ensueño!
Mi mente empezó a trabajar. Lo primero que se me ocurrió fue que era la voz de
alguien cuyo idioma nativo
era el inglés; también pensé que para usar técnicas de ensueño, tenía que encontrar
un punto de partida para
energetizarme.
-Abre los ojos -dijo la voz-. Ábrelos ahora. Usa la primera cosa que veas como punto de
partida.
Hice un esfuerzo supremo y abrí los ojos. Vi árboles y un cielo azul. ¡Era de día! Una
cara borrosa me estaba
escudriñando, pero no pude enfocar mis ojos. Creí que era la mujer de la iglesia
mirándome.
-Usa mi cara -dijo la voz.
Era una voz muy familiar, aunque no la podía identificar.
-Haz de mi cara tu punto de partida; después mira todo lo demás -repitió la voz.
Mis oídos se despejaron y también mis ojos. Miré fijamente a la cara borrosa, y luego a
los árboles del
parque; a una banca de hierro forjado; a la gente caminando, y de vuelta a la cara.
A pesar de que ésta cambiaba cada vez que la miraba fijamente, empecé a
experimentar un sentido de
mínimo control. Cuando tuve mayor dominio de mis facultades, se hizo obvio que la
mujer estaba sentada en la
banca sosteniendo mi cabeza en su regazo. Y no era la mujer de la iglesia; era Carol
Tiggs.
-¿Qué estás haciendo aquí? -dije jadeando.
Mi miedo y mi sorpresa eran tan intensos que hubiera saltado para salir corriendo, pero
mi cuerpo no estaba
en lo absoluto bajo el control de mis procesos mentales. Siguieron momentos
angustiosos, en los que traté
desesperada pero inútilmente de levantarme. El mundo a mi alrededor era demasiado
claro, para permitirme
creer que estaba todavía ensoñando, aunque mi completa falta de dominio muscular
me hacia sospechar que
esto era posiblemente un ensueño. Además, la presencia de Carol Tiggs era demasiado
abrupta, no había
antecedentes que la justificaran.
Cautelosamente, traté de levantarme sólo con mi voluntad, como lo había hecho
cientos de veces en mis
ensueños, pero no pasó nada. Si alguna vez necesité ser objetivo, ese era el momento.
Tan cuidadosamente
como pude, empecé a mirar todo lo que estaba dentro del campo de mi visión, primero
con un solo ojo. Tomé
la consistencia entre las imágenes de mis ojos, como una indicación de que me
encontraba en la realidad consensual de la vida diaria.
Lo siguiente que hice fue examinar a Carol Tiggs. En ese momento me percaté de que
podía mover los
brazos. Era sólo la parte inferior de mi cuerpo la que estaba realmente paralizada.
Toqué la cara y las manos
de Carol Tiggs; la abracé. Era sólida, no tuve duda que era la Carol Tiggs verdadera. Mi
alivio fue enorme, ya
que por un instante me envolvió la oscura sospecha de que era la mujer de la iglesia
disfrazada de Carol.

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