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BREVE HISTORIA

DE LA
IGLESIA LUTERANA*
Alemania, 31 de Octubre del año 1517, un monje agustino, clava 95 Tesis teológicas y
filosóficas contra el abuso en la venta de indulgencias plenarias sobre la puerta de la iglesia
de Wittenberg. En un abrir y cerrar de ojos, haciendo uso de la creciente influencia de la
imprenta se las convierte en cientos de copias, las cuales en cuestión de días, se leen por
toda Europa. ¿Qué pudo significar esto? Pues, en un principio nada más que una simple
anécdota… pero en poco tiempo, se convertiría en el puntapié inicial del movimiento que
cambiaría el mundo para siempre: la REFORMA PROTESTANTE DEL SIGLO XVI.
Ese monje se llamaba MARTÍN LUTERO (1483-1546), figura cuyo conocimiento es
fundamental para todos los cristianos. Su mayor importancia para nosotros radica en que
fue un instrumento en las manos de Dios para la reforma de su Iglesia en Occidente. Su
actuación como reformador no fue una mera actitud de ataque, sino que surgió de un
sentimiento íntimamente espiritual: la búsqueda de la salvación a través del conocimiento
de las verdades divinas de las cuales la Biblia da testimonio. Se propuso volver a las fuentes,
regresar a la Palabra de Dios que nos revela desde la fe la historia de la relación de Dios con
la humanidad.
Uno de los más destacados de todos los que fueron llamados a guiar a la Iglesia hacia
una fe más pura, fue Martín Lutero. Celoso, ardiente y abnegado, sin más temor que el
temor de Dios y sin reconocer otro fundamento que la fe en Dios, cuya máxima fuente de
revelación son las Santas Escrituras, fue Lutero el hombre de su época. Por su medio realizó
Dios una gran obra para reformar la Iglesia e iluminar al mundo entero hacia la libertad y la
sana doctrina.

El joven Lutero
MARTÍN LUTERO nace el 10 de noviembre de 1483, en
la víspera del día de San Martín, en la pequeña ciudad de
EISLEBEN, en Sajonia, Alemania. Sus antepasados pertenecen
a la tierra, tienen su raíz en ella, pues eran campesinos,
como él mismo declara: «Soy hijo de campesino, mi
bisabuelo, mi abuelo, mi padre han sido campesinos».
Probablemente Lutero fue el hijo mayor. Aunque bastante
severo, su padre veló para que su hijo recibiera una buena
educación. Por normas de la época, su padre fue
descalificado como heredero y todas las tierras de la familia
se fueron retenidas por el Estado, por lo que debió buscar

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Editado por pastor Rodolfo Olivera Obermöller. Última revisión, 23 de mayo de 2011.

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su sustento como trabajador en las minas. La sencilla y estricta disciplina familiar, tamizada
por la piedad religiosa y la devoción, acompañaron los primeros años de Lutero. Sus padres
eran pobres: el padre, un minero, duro consigo mismo y rudo con los demás; la madre, una
mujer agotada y aniquilada por el arduo trabajo. En este ámbito carente de alegría se criaba
el pequeño Martín, en un poblado llamado MANSFELD, habitado por mineros y mercaderes.
Bajo la guía de maestros toscos y violentos, el niño aprendió la lectura, la escritura, un poco
de latín y las oraciones diarias. Gritos en la casa y golpes en la escuela: el régimen era duro
para un ser sensible y nervioso. Desde niño fue enseñado en la fe de acuerdo a los conceptos
de la época, que ciertamente no se enfocaban en enseñar el amor de Dios sino que lo
presentaban más bien como un Juez severo y castigador, que arde de ira ante el pecado de
la humanidad y está presto al castigo eterno de todos los pecadores. El mismo Lutero
relataría más adelante que se ponía pálido cada vez que oía el Nombre de Jesús.
Los primeros años de Lutero transcurrieron en ese humilde hogar de Alemania,
donde su padre iba ganando los medios necesarios para educar al niño. Quería que ese hijo
fuese abogado, pero Dios se había propuesto hacer de él un constructor de una empresa
mucho más grande. Las contrariedades, las privaciones y una disciplina severa constituyeron
la escuela en donde se preparaba a Lutero para la gran misión que iba a desempeñar. Los
padres de Lutero velaban con gran esmero por la educación y el gobierno de sus hijos.
Procuraban instruirlos en el conocimiento de Dios y en la práctica de las virtudes cristianas.
Muchas veces se oían las oraciones que su padre dirigía al Cielo para pedir que Martín
tuviera siempre presente el Nombre del Señor y contribuyese un día a propagar la Verdad.
Hacían esfuerzos sinceros y perseverantes para preparar a sus hijos para una vida piadosa y
útil, aunque siendo siempre firmes y fieles en sus propósitos y obrando a impulsos de su
sólido carácter, eran a veces demasiado severos; pero el reformador mismo, si bien
reconoció que se habían equivocado en algunos respectos, no dejaría de encontrar en su
disciplina más cosas dignas de aprobación que de censura.
Ya a los 14 años, Martín partía hacia la gran ciudad de MAGDEBURG, enviado por sus
padres a la escuela. Allí Lutero fue tratado con aspereza y dureza, como era la costumbre de
la época. Tanta era la pobreza de sus padres que al salir de su casa para la escuela de un
pueblo cercano, se vio obligado por algún tiempo a ganar su sustento cantando de puerta en
puerta y padeciendo hambre con mucha frecuencia. 4 años pasaría en esa desconocida
ciudad. Las ideas religiosas oscuras y supersticiosas que prevalecían en su tiempo le llenaban
de pavor. A veces se iba a acostar con el corazón angustiado, pensando con temor en el
sombrío porvenir, viendo en Dios a un juez inexorable; más bien un cruel tirano que un
bondadoso Padre celestial. Pero a pesar de tantos motivos de desaliento, Lutero siguió
resueltamente adelante. Tenía sed de conocimiento, y el carácter serio y práctico de su
genio le hacía desear lo sólido y provechoso más que lo vistoso y superficial.

En la Universidad (1501-1505)
Los padres de Martín Lutero eran campesinos pobres, que trabajaban duro para
sobrevivir. Como la mayoría de los campesinos de ese tiempo, eran muy estrictos en cuanto
a la disciplina, por lo cual le enseñaban a Lutero a orar a los santos, a hacer buenas obras y a
reverenciar al Papa y a la Iglesia. A pesar de la pobreza, el padre de Lutero se encargó de que
él estudiara desde muy pequeño, queriendo transformarlo en un próspero estudiante de
leyes. Fue así que el joven Lutero, accediendo a los deseos de su padre, ingresó a estudiar

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leyes en la conocida UNIVERSIDAD DE ERFURT, en TÜRINGEN, Alemania. Cuando a la edad de 18
años ingresó en la universidad, su situación era más favorable y se le ofrecían perspectivas
más brillantes que las que había tenido en años anteriores. Sus padres podían entonces
mantenerle más desahogadamente gracias a la pequeña hacienda que habían logrado con
gran esfuerzo. Se dedicó a estudiar los mejores autores, atesorando con diligencia sus
maduras reflexiones y haciendo suyo el tesoro del conocimiento de los sabios. Aún bajo la
dura disciplina de sus primeros maestros, dio señales de distinción; y ahora, rodeado de
influencias más favorables, vio desarrollarse rápidamente su talento. Por su buena memoria,
su activa imaginación, sus sólidas facultades de raciocinio y su incansable consagración al
estudio, Lutero no tardó en quedar pronto al frente de sus compañeros. La disciplina
intelectual maduró su entendimiento y la actividad mental despertó una aguda percepción
que le preparó convenientemente para los conflictos de la vida. El temor al Señor moraba en
el corazón de Lutero y le habilitó para mantenerse firme en sus propósitos y siempre
humilde delante de Dios. Permanentemente dominado por la convicción de que dependía
del auxilio divino, comenzaba cada día con una oración y elevaba constantemente su
corazón a Dios para pedirle su dirección y su auxilio:
«Orar bien, es la mejor mitad del estudio»
Un día, mientras examinaba unos libros en la biblioteca de la universidad, descubrió
una Biblia Latina (la «Vulgata» = idioma del vulgo o pueblo). Jamás había visto aquel libro.
Había oído porciones de los Evangelios y de las Epístolas que se leían en la Misa pública y
suponía que eso era todo lo que contenía la Biblia. Ahora veía, por primera vez, la Palabra de
Dios revelada completa. Con reverencia y admiración hojeó las sagradas páginas; con pulso
tembloroso y corazón turbado leyó con atención las palabras de vida, deteniéndose a veces
para exclamar:
«¡Ahhh! ¡Si Dios quisiese darme para mí un libro como éste!».
Varias cosas sucedieron que cambiaron por completo el curso de la vida de Lutero.
Fue el blanco de una enfermedad severa; tuvo un accidente que por poco le hace morir
desangrado; en un camino lo agarró una tormenta y cerca de él cayó un rayo que por poco lo
mata... todo esto hizo que entrara en un monasterio y consagrara su vida a la vida monacal.
Muy preocupado por la salvación de su alma, creyó que dentro de un monasterio podría
llevar una vida más santa que fuera de él, y que podría conseguir reposo y tranquilidad para
su atribulado corazón. Fue fiel observante de las reglas de la orden, y hacía cuanto sacrificio
fuese necesario en la falsa esperanza de apaciguar la ira de Dios y de ganarse su propia
salvación.

Lutero se hace monje agustino (1506)


Al poco tiempo después de comenzar sus estudios, Lutero sufrió una experiencia que
cambiaría su vida. Volviendo a Erfurt de una visita a su familia en julio de 1506, fue
alcanzado por una feroz tormenta eléctrica, y antes de encontrar refugio, un rayo lo lanzó al
suelo y por poco le quita la vida. Desesperado y asustado, Lutero clamó: «¡Ayuda, Santa
Ana! ¡Si me salvas me haré monje!». Lutero imploró a Santa Ana, porque esta santa era la
patrona de los mineros y el padre de Lutero había entrado entretanto, al negocio de las
minas. De esta forma, criado en la simple y sincera creencia de la intercesión de los santos,
en la eficacia y obligación de los votos, el asustado joven haría su pacto con Dios. Ya en ese

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entonces, era Lutero un hombre de acción y no de meras palabras, por lo cual dos semanas
más tarde, obedeciendo a su voto, entró al monasterio de los ermitaños de San Agustín en
Erfurt. Fue a mediados de julio de 1506 que ingresó al monasterio agustino. Ahí cursó todos
los grados del estudio teológico, logrando finalmente su doctorado en teología y su
nombramiento como profesor de esa asignatura en la ciudad de Wittenberg.
Este nuevo comienzo incluiría una larga y dura
vida de preguntas espirituales y conflictos internos. La
fe en Dios en aquellos días se entendía y se vivía muy
diferente a lo que conocemos hoy. Dios era presentado
como un Dios lejano y justiciero; cada vez se hacía más
difícil encontrar la salvación que Dios ofrecía, llegando
incluso a tener que pagar por ella mediante
indulgencias. La codicia de algunos prelados católico-
romanos llegó a tal nivel que se vendía la salvación a
El monasterio agustino de Erfurt gente ya fallecida y se perdonaban los pecados que aún
no se habían cometido. Como la gente común,
incluyendo a muchos sacerdotes, no conocían la Biblia, eran muy pocos quienes podían
luchar contra estos abusos, y cuando lo hacían, eran acusados de herejes, excomulgados y
destinados a la pena de muerte.
El padre de Lutero era hombre de robusta y activa inteligencia y de gran carácter,
honrado, resuelto y franco. Era fiel a las convicciones que le señalaban su deber, sin cuidarse
de las consecuencias. Su propio sentido común le hacía mirar con desconfianza al sistema
monástico. Le disgustó mucho ver que Lutero, sin su consentimiento, entrara en un
monasterio, y pasaron dos años antes que el padre se reconciliara con el hijo, y aun así no
cambió de opinión.
En el monasterio, Lutero se dedicaba al estudio todo el tiempo que le dejaban libre
sus ocupaciones de cada día, y aun robaba al sueño y a sus escasas comidas el tiempo que
tenía que darles. Sobre todo se deleitaba en el estudio de la Palabra de Dios. Como una gran
revelación, había encontrado una Biblia encadenada en el muro del convento, y allá iba con
frecuencia a escudriñarla. Una Biblia era tan valiosa y costosa,
que era común que las pocas que existían se cuidaran con
gran esmero; además, eran los mismos monjes quienes
usualmente realizaban la extraordinaria obra de traducir y
transcribir una Biblia entera a puño y letra. A medida que se
iba convenciendo más y más de su condición de pecador,
procuraba por medio de sus obras obtener perdón y paz.
Observaba una vida llena de mortificaciones, procurando
dominar por medio de ayunos y vigilias y de castigos
corporales (autoflagelación) sus inclinaciones naturales, de las
cuales la vida monástica no le había librado. No evadía
sacrificio alguno con tal de llegar a poseer un corazón limpio
que mereciese la aprobación de Dios. El monje Martín Lutero

Pero la paz interior que buscaba en el monasterio no la encontró. Siguió al pie de la


letra las reglas monásticas de los agustinos. Pero los ayunos y los rezos y el estudio incesante
no le dieron certidumbre ni alivio a su tormento interno. En días y noches del invierno muy
fríos tiritaba en su fría celda; se privaba de comer hasta tal punto que en más de una ocasión

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fue hallado desvanecido en el piso de su celda. A pesar de todos estos tormentos, la certeza
de la salvación no le llegaba, se sentía demasiado pecador como para considerar que Dios lo
podría perdonar. No importaba su martirio, él no era merecedor de la gloria de Dios, sino
sólo de su ira.
Más tarde, el mismo Lutero diría: «Verdaderamente yo fui un fraile piadoso y seguí
con mayor severidad de la que puedo expresar las reglas de mi orden. Si algún fraile hubiera
podido entrar en el cielo por sus obras monacales, no hay duda que yo hubiera entrado.
Ahora, si hubiera durado mucho tiempo más aquella rigidez, habría muerto de vigilias, rezos,
lecturas y otros trabajos… Si no hubiera sido liberado por los consuelos de Cristo, con ayuda
del Evangelio, no habría vivido ni dos años; hasta tal punto me sentía crucificado y huía lejos
de la cólera divina…». A consecuencia de esta dolorosa disciplina y de las continuos
autoflagelos perdió sus fuerzas y sufrió convulsiones y desmayos de los que jamás pudo
reponerse enteramente. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, su alma agobiada no hallaba
alivio, y fue arrastrándose hacia la desesperación.
Cuando Lutero creía que todo estaba perdido, Dios le deparó un amigo que sería la
ayuda ideal. Su superior en la orden, el piadoso teólogo agustino JOHANN VON STAUPITZ (ca.
1465-1524), le expuso la Palabra de Dios y le indujo a apartar la mirada de sí mismo, a dejar
de contemplar el castigo eterno por haber violado la ley de Dios, y comenzar a poner los ojos
en Jesús, dejarse rescatar por Él, el Salvador que le perdonaba sus pecados: «En lugar de
martirizarte por tus faltas, échate en los brazos del Redentor. Confía en Él, en la justicia de su
vida, en la expiación de su muerte… Escucha al Hijo de Dios, que se hizo hombre para
regalarte el favor divino, la gracia de Dios… ¡Ama a quien primero te amó y dio su vida por
ti!». Así se expresaba este mensajero de la misericordia de Dios. Sus palabras hicieron honda
impresión en el ánimo de Lutero. Después de largas luchas contra la nefasta comprensión
del Evangelio que por tanto tiempo albergara, pudo acercarse a la verdad y su alma
atormentada comenzaría lentamente a encontrar la paz, una paz que provenía de Dios.
La vida como monje de Lutero no es una anécdota. El haber sido monje y haberlo
vivido con pasión durante años es algo que marcó a Lutero con un signo indeleble; algo que
hace comprender toda su obra. El hábito de ese joven inquieto y atormentado es el
comienzo y fundamento de una experiencia que cambiaría su vida, la de sus
contemporáneos, y por qué no, la nuestra.

Sacerdote y Profesor (1507-1509)


Una vez instalado en el monasterio, el joven
Lutero se dedicó por completo a la vida religiosa,
empeñándose en realizar buenas obras con el fin de
complacer a Dios y servir a otros mediante la oración por
sus almas. Se dedicó con mucha intensidad al ayuno, a las
flagelaciones, a largas horas en oración, al peregrinaje y a
la confesión constante. Pero mientras más intentaba
agradar a Dios, más se daba cuenta de sus pecados y
volvía al confesionario. A veces no alcanzaba a salir del
confesionario cuando regresaba a continuar
confesándose. Sus pecados eran incontables y su carrera
por encontrar el perdón le exigía el sentirse limpio de

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Lutero enseñando a sus alumnos
ellos. Ante esta obstinación espiritual de Lutero, el superior Johann von Staupitz, concluyó
que el joven necesitaba más trabajo para distraerse de su excesiva reflexión, y ordenó al
monje que comenzara una carrera académica, pudiendo ordenar así su mente y su
comprensión de la fe.
En 1507 Lutero fue ORDENADO SACERDOTE y el 9 de marzo de 1508 recibió su grado de
Bachiller en Estudios Bíblicos. A los 25 años de edad fue llamado a la UNIVERSIDAD DE
WITTENBERG para enseñar filosofía moral. Al siguiente año recibió permiso para enseñar las
Sagradas Escrituras a los estudiantes. Fue entonces cuando se dedicó al estudio de la Biblia
en las lenguas originales (hebreo y griego) con personal diligencia y un marcado entusiasmo.
Luego comenzó a dar conferencias sobre la Biblia, y de este modo, el Libro de los Salmos, los
Evangelios y las Epístolas fueron abiertas al entendimiento de multitudes de oyentes que
escuchaban aquellas enseñanzas con verdadero deleite.

Viaje a Roma (1510-1511)


Dos años más tarde Lutero fue enviado a Roma, posiblemente para acompañar a otro
religioso de la orden para resolver asuntos del monasterio. Las cosas que vio y oyó allí le
hicieron comprender la incontrolable corrupción que existía en la Iglesia de aquel tiempo.
Lutero seguía siendo un hijo sumiso de la Iglesia romana y no pensaba cambiar. Emprendió
el viaje a pie, como era usual en la época, hospedándose en los monasterios que hallaba en
su camino. En uno de ellos, ya en Italia, quedó maravillado de la magnificencia, la riqueza y
el lujo que se presentaron a su vista. Dotados de bienes propios de príncipes, vivían los
monjes en espléndidas mansiones, se ataviaban con los trajes más ricos y preciosos y se
regalaban suntuosa mesa. El monje quedó perplejo al considerar todo aquello que tanto
contrastaba con la vida de abnegación y de privaciones que él llevaba.

A la vista de Roma, Lutero cayó de rodillas, profundamente emocionado al ver la


Ciudad Eterna, y exclamó: «¡Salve Roma santa!», como solían hacer los peregrinos al divisar
de lejos la ciudad. Lutero permaneció en Roma cuatro semanas, visitó las iglesias, prestó
oídos a las maravillosas narraciones de los sacerdotes y de los monjes y cumplió con todas
las ceremonias de ordenanza; contempló las reliquias (entre otras, la mismísima soga con
que se ahorcó Judas). Hizo el recorrido de las siete estaciones y subió la Escala Santa (o
“escalera de Pilato”), la cual había sido instituida por decreto expedido del Papa como
dadora inmediata de indulgencia a todo aquel que la subiese de rodillas. Se decía que era la
misma que había pisado Jesús al bajar del tribunal romano, y, según aseguraban, había sido
llevada de Jerusalén a Roma de un modo milagroso. Un día, mientras estaba Lutero subiendo

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devotamente aquellas gradas, sintió una gran congoja en su corazón. Sentía que esto no lo
servía ni tenía ningún sentido. ¿Cómo es que una simple escalera le podía entregar el perdón
de sus pecados? Se puso rápidamente de pie y vio a su alrededor; por todas partes veía
escenas que le llenaban de extrañeza y horror… idolatría, engaño, desenfreno y grandes
fallas en la comprensión de la fe. El joven monje notó que había iniquidad entre todas las
clases del clero. Oyó a los sacerdotes contar chistes indecentes y se escandalizó de la
espantosa profanación de que hacían gala los prelados aun durante la misa. Tropezó con
confesores italianos incultos y corruptos y con toda variedad de excesos. Al mezclarse con
los monjes y con el pueblo descubrió en ellos una vida de liviandad y lujuria. Lutero sentía
que algo no andaba bien, pero tenía sentimientos encontrados, le costaba creer lo que veía
e intentaba constantemente de encontrar razonamientos lógicos y explicaciones. Pero
donde sea que volviera la cara, tropezaba con libertinaje y corrupción en vez de santidad. Así
escribe Lutero sobre su experiencia:
«Sin verlo, no se podría creer que en Roma se cometan pecados y acciones tan infames; y por
lo mismo se acostumbra decir: 'Si hay un infierno, no puede estar en otra parte que debajo de
Roma; y de este abismo salen todos los pecados’».

De vuelta en la Universidad (1513-1518)


Poco después de regresar de Roma, ya inmerso nuevamente en sus estudios, Lutero
logró pronto el título de Doctor en Teología en la Universidad de Wittenberg. Tenía ahora
mayor libertad que antes para consagrarse a las Santas Escrituras, que tanto amaba. Ya no
sería más un simple monje, o profesor, sino el heraldo autorizado de la Biblia. Así, desde
1513 hasta 1518 enseñó teología bíblica en la Universidad de Wittenberg, lo cual lo hizo
ampliamente conocido. A pesar de su emergente carrera docente, Lutero aún estaba
envuelto en un torbellino interior. Años de estudio y muchas noches en vela tuvieron que
pasar hasta que Lutero pudiera encontrar luz a sus miles de preguntas religiosas: Si el
hombre está dominado por el pecado, ¿cómo puede esperar ganar su redención a los ojos de
Dios? ¿Cómo es que siento a Dios tan lejos de mí? ¿Cómo puedo presentarme en santidad
ante un Dios tan justo y exigente? ¿Cómo puedo salvarme si me es imposible dejar de pecar?
Continuamente buscaba paz a través de buenas obras, llegando incluso a castigar su propio
cuerpo, como se acostumbraba en ese entonces.

Al fallar en su afán de purificarse a sí mismo, cayó en una gran depresión. La culpa


que sentía Lutero por no encontrar respuestas a su situación de pecador era tan grande que
se confesaba cientos de veces al día, tanto así que algunos monjes se escondían de él para
no tener que escucharlo. Su sentimiento de culpa estaba derrumbándolo y no lograba ver en
la espiritualidad de su tiempo respuesta alguna para sacarlo de su miseria. Si bien la

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confesión contaba de un completo sostén espiritual y teológico (contrición-confesión-
absolución-satisfacción), ésta no era suficiente para Lutero; a través de ella no percibía una
verdadera transformación de su interior ni una cercanía amorosa con el Padre. Se creía que
uno podía arrepentirse y amar a Dios con méritos propios, y Lutero –por experiencia propia–
ya no podía creer en eso. Ni en la conducta ni en la actitud logró encontrar bases firmes para
tener esperanza. Y en lugar de ella, veía desesperanza, mientras tanto, Dios se mostraba
cada día más lejos… Nada de lo que hacía ayudaba a la exigente espiritualidad de Lutero para
sentirse aceptado por Dios.
Mientras tanto, su superior en la orden, STAUPITZ le instaba una y otra vez a que
ocupara el púlpito y predicase la Palabra de Dios. Mas Lutero vacilaba, sintiéndose indigno
de hablar al pueblo en lugar de Cristo. Sólo después de una larga lucha consigo mismo se
rindió a las súplicas de sus amigos. Su conocimiento e interpretación de las Sagradas
Escrituras era conocida ya por gran parte del estudiantado; su elocuencia cautivaba a los
oyentes, la claridad y el poder con que presentaba la verdad persuadía a todos y su fervor
conmovía los corazones. A penas Lutero empezó a celebrar Misas (públicas) y a predicar, los
estudiantes y la gente del pueblo se apiñaban para escucharle; fue así como inició la
predicación de sus vigorosos sermones y la gente oía con avidez la explicación del mensaje
de la salvación de Cristo, como de quien realmente creía lo que decía y hablaba desde la
experiencia: la experiencia de haberse sentido lejos de Dios y merecedor del castigo eterno,
y ahora la de sentirse salvado por Dios en la fe de Jesucristo.
En una fría noche, mientras Lutero preparaba una clase sobre la EPÍSTOLA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A LOS ROMANOS, descubre algo maravilloso. Lutero vio que no hay forma en que el
ser humano pueda “ganar crédito” delante de Dios, o “merecer” su favor. Toda persona
puede recibir, a través de la fe, el divino regalo de la salvación, pero no por méritos propios,
sino por los méritos que ya hiciera Jesús en su vida, muerte y resurrección. Así, los pecados
son perdonados por la absoluta misericordia de Dios, y no por nuestras “buenas obras”. Es la
gran respuesta que había estado buscando; Dios no era como a él le habían dicho…

«La salvación no se gana ni es merecida por las buenas obras que el ser humano realice. Es
un regalo de Dios».

Dios no buscaba el castigo de los seres humanos, sino entrar en comunión con ellos:
«El justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17).
¿Qué significa esto? Este texto bíblico nos dice que todos los pecadores que creen en
Jesús (confían en la obra redentora de Jesucristo) son justificados por Él (hechos justos a los
ojos de Dios sin tomar en cuenta su natural estado de pecado, ya que Cristo pagó por los
pecados de todos los seres humanos en la Cruz) y que gracias a eso, obtendrán el perdón y la
Vida eterna. Si nos arrepentimos de corazón y pedimos perdón a Dios, Él en su misericordia y
teniendo delante a su Hijo que tomó nuestro lugar para liberarnos, nos perdonará y nos
abrirá las puertas de la Vida eterna. Dios ya no era un insensible justiciero y castigador, sino
un Dios que recibe a los pecadores arrepentidos como sus hijos y los perdona gracias al
mérito de Jesús en la Cruz. El “justo” que vivirá es entonces la persona que es justificada por
Dios, gracias a que a través de la fe pudo apropiarse (hacer propios) los beneficios del
sacrificio vicario de Cristo en la Cruz. Así, la persona pecadora, incapaz de pagar por sus
faltas para presentarse puro ante Dios y ser así merecedor de la Vida eterna, cuenta con un

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reemplazo inmaculado, perfecto: el único Hombre absolutamente libre de pecado:
Jesucristo, el Dios-Hombre.
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los
paganos» (1ª Corintios 1:23).
En cada día que pasaba, el corazón de Lutero, y también el de sus alumnos, se llenaba
de una renovada esperanza y de un sólido fundamento fe, basados en ese Dios de amor que
tanto necesitaban y que recién ahora lograban comprender. Esta doctrina de la JUSTIFICACIÓN
POR LA SOLA FE, pronto llegó a ser la base del pensamiento religioso de Lutero:

«Así llegué a sentir que había nacido de nuevo, y que había entrado en el mismo paraíso…».
A esas alturas, el Papa LEÓN X1 (1513-1521), necesitaba dinero para terminar la
construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Para conseguir este dinero, autorizó la
venta de indulgencias. Muchos de los que venían a confesarse con el padre Martín le
explicaban que no tenían que arrepentirse porque ya habían comprado indulgencias. Así, las
lágrimas de alegría que emanan de la nueva y amorosa relación con Dios encontrada por
Lutero no tardaron en transformarse en lágrimas de dolor: las autoridades de la iglesia
romana no estaban de acuerdo con Lutero: la fe no podía ser suficiente para obtener el
ansiado perdón y la salvación, también eran necesarias las obras propias del ser humano y la
intercesión de los santos y la Iglesia misma a través del Papa. Basándose en este
pensamiento, es que se vendían las indulgencias en distintos lugares de Europa. Si bien
decenas de páginas del derecho canónico y de la literatura escolástica aseguraban esa
doctrina, para Lutero no era suficiente, ninguna doctrina podía oponerse a la Biblia.

Las Reliquias
Bastante antes de la época de Lutero, se había establecido en gran parte de la
cristiandad el uso de las Reliquias como elementos para la veneración2 y para acompañar la
oración. ¿Qué son las reliquias? Pues, en principio los supuestos restos mortales de los
santos canonizados, especialmente de los mártires. También objetos (vestimentas, joyas,
biblias, etc.) que habían pertenecido a dichas personas; en fin, distintos tipos de elementos
legendarios que cuentan con un especial reconocimiento de la Iglesia y ventajosos para la
veneración. La Iglesia del Castillo de Wittenberg era el lugar donde se resguardaba una de
las colecciones individuales de reliquias más grandes de Europa, acumuladas por Federico III
de Sajonia, o comúnmente conocido como FEDERICO EL SABIO (1463-1525), príncipe elector de

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León X, nacido como Giovanni di Lorenzo de’ Médici, era el segundo hijo de Lorenzo el Magnífico y de Clarice
Orsini. Recibió las Órdenes Menores a los ocho años de edad para, en 1488, ser nombrado cardenal con tan
sólo 13 años. Vale destacar que la Iglesia llevaba años luchando contra la compra de votos sacerdotales y
cardenalicios, y mucho más aún contra la SIMONÍA, que es la compra o venta de lo que es espiritual por bienes
materiales; esto incluía cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias y promesas de oración e intercesión. La
palabra simonía deriva de Simón el Mago, quien quiso comprarle al apóstol Pedro el poder para imponer las
manos (Hechos 8:9-24).
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Vale detenerse en la diferencia entre venerar y adorar. La veneración implica Respetar en sumo grado a
alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda, y también, el
dar culto a Dios, a los santos o a las cosas sagradas. Por otro lado, la adoración, invita a reverenciar y honrar a
Dios con el culto religioso que le es debido; amarlo con extremo y participar de ese amor en comunidad. Esto
es importante en cuanto las reliquias o los santos no se adoran (ni antes y ahora), sino que se veneran, es decir,
que no indica una idolatría o politeísmo, como comúnmente se piensa.

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Sajonia. De acuerdo a estas creencias, (que posteriormente serían refrendadas por la Iglesia
Católica Romana en el CONCILIO DE TRENTO entre 1545 y 1563) su sola contemplación otorgaba
méritos al espectador, de modo que podía recibir la absolución de las penas por sus pecados
que iba a vivir en el purgatorio. Hacia 1509, el príncipe elector Federico llegó a poseer 5.005
piezas, incluyendo cosas tan variadas como: frascos con la leche de la Virgen María, paja del
pesebre donde nació Jesús, o cadáveres enteros de mártires cristianos masacrados por
orden de Herodes el Grande o algún otro rey romano, dagas mágicas, el cinto de Juan
Bautista, etc. Estas reliquias eran mantenidas en relicarios (recipientes artísticos labrados
sobre todo en plata dorada) y exhibidos una vez al año para que los fieles las venerasen. En
1509, cada devoto visitante que hizo alguna donación para el mantenimiento de la iglesia del
castillo de Wittenberg recibió una indulgencia de 100 días por cada reliquia, es decir, 100
días menos en el purgatorio. Antes de 1520, la colección de reliquias del elector había
aumentado hasta las 19.013 piezas lo que permitía a los devotos peregrinos que donaran a
la iglesia del castillo recibir una indulgencia que reduciría su tiempo en el purgatorio por 1,9
millones de días.
Las acciones de Lutero no fueron inicialmente contra
la colección de su soberano, sino en respuesta a la venta de
indulgencias por parte de JUAN TETZEL, un sacerdote de la
Orden de los Hermanos Predicadores (= dominicos),
comisionado por el Arzobispo de Maguncia y por el Papa
León X. El propósito de Tetzel era desarrollar una campaña
de recolección de fondos para financiar la renovación de la
Basílica de San Pedro en Roma, y aunque el príncipe de
Lutero, Federico el Sabio, y el príncipe del territorio vecino,
Jorge el Barbado, duque de Sajonia, prohibieron la venta en
sus dominios, muchos feligreses de Lutero viajaron
ávidamente para conseguirlas. Cuando estos creyentes
Príncipe elector de Sajonia
venían luego a la confesión privada, presentaban las Federico El Sabio
indulgencias plenarias que habían adquirido, demandando
que ya no necesitaban arrepentirse de sus pecados puesto que el documento les aseguraba
perdón para todos ellos y más.
Cuando Tetzel entraba en una ciudad, iba delante de él un mensajero gritando: «¡La
gracia de Dios y la del Santo Padre están a las puertas de la ciudad!». El pueblo recibía al
usurpador como si hubiera sido el mismo Dios que hubiera descendido del cielo. El infame
tráfico se establecía en la iglesia, y Tetzel ponderaba las indulgencias desde el púlpito como
si hubiesen sido el más precioso don de Dios. Declaraba que en virtud de los certificados de
perdón que él ofrecía, quedaban perdonados, a quien comprara la indulgencia aun aquellos
pecados que fuese a cometer después, y que «ni aun el arrepentimiento era necesario,
porque la indulgencia actúa por sí sola». Hasta aseguraba a sus oyentes que las indulgencias
tenían poder para salvar no sólo a los vivos sino también a los muertos, sacando a esto
últimos del “purgatorio” para que fueran directamente al cielo. Miles de personas, educados
según las normativas de la época, aceptaban ansiosamente el ofrecimiento de Tetzel, y así
las arcas de Roma se llenaban de oro y plata. Una salvación que podía comprarse con dinero
era más fácil de obtener que la que requería arrepentimiento, fe y un diligente esfuerzo para
resistir y vencer las tentaciones del mal.

10
Lutero, aunque seguía adhiriéndose estrictamente al Papa, estaba horrorizado por las
blasfemas declaraciones de los vendedores de indulgencias. Muchos de sus feligreses habían
comprado certificados de perdón y no tardaron en acudir a su pastor para confesar sus
pecados esperando de él la absolución. Pero no iban a él porque reconocieran sus pecados y
desearan cambiar de vida, sino por creerse perdonados gracias al mérito de las indulgencias.
Lutero, con gran indignación, les negó la absolución y les advirtió que si no se arrepentían y
no reformaban verdaderamente su vida y su fe, morirían en sus pecados. Llenos de
perplejidad muchos recurrieron a Tetzel para quejarse de que su confesor no aceptaba los
certificados; y hubo algunos que con toda energía exigieron que les devolviese su dinero. El
dominico lleno de ira, lanzó las más terribles maldiciones contra Lutero. Luego hizo encender
hogueras en las plazas públicas, y declaró: «He recibido del Papa la orden expresa de quemar
a los herejes que osaran levantarse contra sus santísimas indulgencias».
Lutero inició entonces su obra como
campeón de la verdad. Su voz se oyó desde el
púlpito en solemne y ruda exhortación. Expuso al
pueblo el carácter ofensivo del pecado y les
enseñó que le es imposible al ser humano reducir
su culpa o evitar el castigo de Dios por sus
propias obras, ya que todos somos
completamente pecadores. Sólo el
arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo
podían salvar al pecador. La gracia de Cristo no
podía comprarse; era un don gratuito.
Aconsejaba a sus oyentes que no comprasen
indulgencias, sino que tuviesen fe en el Redentor
crucificado. Varias veces refería su dolorosa
experiencia personal, diciéndoles que en vano
había intentado por medio de la humillación y de
las mortificaciones del cuerpo asegurar su
salvación, y afirmaba que desde que había dejado El predicador con sus ayudantes vendiendo
de mirarse a sí mismo y había confiado en Cristo, indulgencias en una iglesia
había alcanzado paz y gozo para su corazón.
En la teología católico-romana, el PURGATORIO es el estado o tiempo de limpieza y
expiación donde, después de su muerte, las personas que han muerto sin “pecado mortal”
(ofensa directa a Dios) pero que ciertamente han cometido pecados en su vida, tienen que
limpiar esas culpas para poder alcanzar el cielo. Debido a que todo aquel que entra en el
Purgatorio terminará llegando al Cielo tarde o temprano, no es una forma inferior del
INFIERNO (= que no es un “lugar”, sino un “estado”: el estado de la total lejanía de Dios. Del
lat. infernos). Según la antigua usanza, las plegarias por los muertos o las indulgencias
pueden acortar la estadía de uno, o de los seres queridos que estén en dicho lugar. Lutero
describe el purgatorio como una invención malintencionada del “anticristo” (= más tarde
identificado por Lutero con el mismo papa León X) para confundir al hombre y hacerle creer
que hay perdón después de la muerte por medio de la compra de indulgencias y otros
mecanismos sustentados doctrinalmente en los libros bíblicos que la Iglesia Católica Romana

11
denominó más tarde libros DEUTEROCANÓNICOS3 (= libros bíblicos canonizados en segundo
lugar) y que Lutero eximiría de su carácter de Palabra de Dios, al no encontrarlos en la Biblia
Hebrea, por lo cual hoy en día no están en las “Biblias protestantes”. Cabe destacar que en la
traducción alemana de Lutero, los libros deuterocanónicos fueron puestos al final, como un
apéndice, ya que él mismo decía que «no pueden ser usados como norma de fe, mas sí son
buenos y recomendables para la lectura y crecimiento espiritual».

Las Indulgencias
En la doctrina católica-romana, la INDULGENCIA es la remisión de la pena temporal
correspondiente a pecados que han sido perdonados, otorgada por la Iglesia de Roma a
quienes cumplan ciertas condiciones. La indulgencia no perdona pecados sino que exime de
penas de carácter espiritual que de otro modo los fieles purgarían durante su vida terrenal o
luego de la muerte en el PURGATORIO. La indulgencia puede ser concedida por el Papa, los
obispos y cardenales, a quienes, por ejemplo, recen determinada oración, visiten
determinado santuario, utilicen ciertos objetos de culto, etcétera. Los abusos y tráfico de
indulgencias fueron uno de los motivos por los cuales Lutero se enfrentó con la Iglesia.
Uno de estos abusos fue basado en el TESORO DE LOS MÉRITOS: había personas (Santos)
que eran mucho más buenas y perfectas de lo que se requería para lograr la salvación. Esa
bondad y perfección que “les sobraba” podía ser transferida mediante una indulgencia a
otra persona cuya salvación estuviera en dudas, incluso si ya había muerto (y estaba en el
“purgatorio”). Originalmente la indulgencia se “ganaba” haciendo alguna peregrinación,
contemplando las reliquias, entregando donaciones o simplemente pagando variadas sumas
de dinero. Pero en la época de Lutero se abusó de esa idea, y las indulgencias se vendían en
la vía pública. A tal punto llegó el abuso, que el papa León X autorizó la venta de indulgencias
con el fin de recaudar fondos para la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. El
gran encargado de ese negocio en la parroquia de Lutero, el monje dominico Juan Tetzel,
cantaba así en la plaza de la ciudad: «Tan pronto la moneda en el cofre resuena, el alma al
cielo brinca sin pena…»4. Lutero consideró esto como una ofensa a la Palabra de Dios, y
protestó escribiendo al Arzobispo de Mainz: «Estoy muy apenado con que a los fieles se les
enseñe que si compran una “carta de perdón”, su salvación está garantizada».

3
Se llama Libros Deuterocanónicos a siete libros del Antiguo Testamento que fueron incluidos en el canon
griego de la Biblia (Biblia de los Setenta [LXX] o Septuaginta formada por la comunidad judía de Alejandría por
el siglo 1 a.C.). Los libros deuterocanónicos son: Tobit, Judit, adiciones griegas al Libro de Ester y Daniel, 1ª y 2ª
Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico (o Sirac) y Baruc. Los judíos no aceptan estos Libros Deuterocanónicos como
inspirados, y siguen el Canon de la Biblia Hebrea, que reconocen como el Antiguo Testamento más antiguo y
auténtico. La Iglesia Católico-Romana acepta estos libros como inspirados, en cambio, las iglesias protestantes
optaron por rechazar la inclusión en la Biblia de estos libros deuterocanónicos, por ende no reconocidos como
Palabra de Dios. Cabe destacar sin embargo, en primer lugar que los Apóstoles y todos los cristianos de los
primeros cuatro siglos usaron la Biblia griega casi exclusivamente (incluyendo los Libros Deuterocanónicos) y
que los judíos rechazaron a esos Libros justamente para diferenciarse de los cristianos. Por otro lado el mismo
Lutero los reconocía al menos como Libros útiles para la enseñanza y además, a diferencia de la Iglesia de
Roma, los luteranos no tenemos ninguna “decisión oficial” sobre cuáles Libros son parte del canon y cuáles no.
4
En el alemán de la época: „Sobald der Gülden im Becken klingt / im huy die Seel im Himmel springt”. En
alemán contemporáneo se lo traduce: „Sobald das Geld im Kasten klingt, die Seele (aus dem Fegefeuer) in den
Himmel springt!”.

12
Las 95 Tesis (1517)
Desde 1515, Lutero, siendo profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de
Wittenberg, tuvo también a cargo la cura de almas (pastoral) en la parroquia de la ciudad (la
Iglesia de Santa María). En 1516 y en los años siguientes tuvo lugar una serie de
controversias en las cuales Lutero pudo ir exteriorizando más y más sus puntos de vista
teológicos críticos. Entre 1516 y 1517 pronunció varios sermones en contra de las
indulgencias. En el confesionario pudo darse cuenta de los nefastos efectos de los sermones
de las indulgencias de Tetzel, cuyo contenido era más bien anticristiano. El 4 de septiembre
de 1517, Lutero escribiría 95 TESIS contra la teología sobre las indulgencias5 (principalmente
escolástica, teología esbozada por TOMÁS DE AQUINO (1225-1274)). Pero en contra de las
esperanzas de Lutero, estas tesis no obtuvieron el eco deseado.
Viendo que Tetzel seguía con su tráfico y sus impías declaraciones, resolvió Lutero
hacer una protesta más enérgica contra semejantes abusos. Pronto se le ofreció una
excelente oportunidad. La iglesia del castillo de Wittenberg (Iglesia de Todos los Santos) era
poseedora de muchas reliquias que se exhibían al pueblo en ciertos días festivos, en ocasión
de los cuales se concedía plena remisión de pecados a los que visitasen la iglesia e hiciesen
confesión de sus culpas. De acuerdo con esto, el pueblo acudía en masa a aquel lugar. Se
acercaba una de las fiestas más importantes y que más público reunía: el D ÍA DE TODOS LOS
SANTOS (1º de Noviembre), que era la fiesta
patronal de aquella iglesia. Previo a la Vigilia de
Todos los Santos, Lutero envió las 95 Tesis contra
la venta de indulgencias dirigida a “los obispos
competentes”. Al no obtener de los obispos
reacción alguna, Lutero las presentó
públicamente, esperando la reacción de otros
teólogos. Así, después de haber tratado
infructuosamente de poner fin a la abominación
de la venta de indulgencias, Lutero decidió atacar
públicamente este hecho. El 31 DE OCTUBRE DE Pliego de las 95 Tesis
1517, un día antes de la celebración del Día de
Todos los Santos, en donde estaban reunidas miles de personas en la iglesia para honrar y
recordar a los santos6, Lutero clavó un pliego en la puerta de la iglesia del castillo de
Wittenberg, era una sólida crítica teológica-filosófica a la venta de indulgencias. Ese pliego
contenía 95 proposiciones contra la doctrina de las indulgencias. Declaraba además que
estaba listo para defender aquellas tesis al día siguiente en la universidad, contra cualquiera
que quisiera rebatirlas.
Lutero redactó sus 95 Tesis como soporte para un debate teórico, una “disputa”
teológica. Era una práctica corriente en la época exponer tesis en lugares específicos en
búsqueda de la reacción y respuesta de otros teólogos, lo que abría un rico debate en
búsqueda de la verdad. De esta forma el autor de las tesis podía recibir comentarios a la

5
Cuestionamiento al Poder y Eficacia de las Indulgencias (publicado en latín como Disputatio pro declaratione
virtutis indulgentiarum).
6
En esta fiesta (conservada en la Iglesia Luterana) se recuerda a todos los santos canonizados (declarados
específicamente santos por la Iglesia) y a todos aquellos santos (= bautizados), cuya santidad nadie conoce sino
sólo Dios.

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misma y, afirmar o retractarse de su postura. Las 95 Tesis estaban pensadas para ser
difundidas en un círculo restringido de teólogos, por lo cual su rápida difusión y éxito entre
la gente común fue una gran sorpresa para el propio Lutero. Como una tormenta, alcanzaron
en brevísimo tiempo una amplísima difusión, a pesar de estar escritas en latín. Las Tesis
atrajeron la atención general; fueron leídas y vueltas a leer y se repetían por todas partes.
Fue muy intensa la excitación que produjeron tanto en la universidad como en toda la
ciudad. Con ellas, Lutero y su crítica entraron en el escenario de la historia de Occidente, y
dentro de un contexto que, con toda seguridad, debía despertar una desaprobación ruidosa
y apasionada, como lo son los abusos eclesiásticos y exportación de dinero con destino a
Roma. Tras ser impresas en gran cantidad y ampliamente difundidas, las tesis tuvieron
mucha repercusión: el pensamiento de muchos estaba sistematizado en esas tesis.
Con sus 95 Tesis, Lutero declaró que el perdón de los pecados no se puede conseguir
comprando indulgencias, y que todo cristiano que verdaderamente se arrepiente de sus
pecados y cree en Cristo como su Salvador tienen perdón pleno de Dios, sin carta alguna de
perdón. Así, intentó demostrar que Dios perdona por GRACIA (= gratis) a toda persona que
cree en Jesucristo; que no se puede comprar el perdón de Dios ni conquistarlo por méritos o
esfuerzos propios; que no hay autoridad en la tierra que pueda entregar ese perdón sino
Dios mismo. Hay tres ideas básicas en las 95 Tesis que desafían las enseñanzas y usanzas de
la Iglesia de Roma:
1) Protesta contra el abuso de los clérigos de la Iglesia y de la mala utilización de la
autoridad e idea de infabilidad papal para hacerlo.
2) Protesta contra la idea del purgatorio y de lo ilógico que era liberar de las penas
temporales a los muertos, ya sea por el mismo Papa.
3) Negación de la teoría de los “méritos de sobra” que había detrás de las indulgencias.
El verdadero tesoro de la Iglesia es el Evangelio y la proclamación de la misericordia
de Dios.

Dondequiera que hubiera gente reunida, las Tesis eran tema de discusión. Mas no
todo era alegría, la reacción desde la cúpula de la Iglesia no demoró en hacerse escuchar.
Lutero tuvo que hacer frente a implacables acusadores, algunos de los cuales le culpaban de
ser violento y ligero para apreciar las cosas (¡algo que probablemente era cierto!). Otros le
acusaron de presuntuoso, y declaraban que no era guiado por Dios, sino que obraba a
impulso del orgullo, de la audacia y conducido por el mismísimo “demonio”. Así respondía
Lutero con cierta ironía:
«¿Quién no sabe que rara vez se proclama una idea nueva sin ser tildado de orgulloso, y sin
ser acusado de buscar disputas?… ¿Por qué fueron sacrificados Jesucristo y todos los
mártires? Porque parecieron despreciar orgullosamente la sabiduría de su tiempo y porque
anunciaron novedades, sin haber consultado previa y humildemente a los órganos de la
opinión contraria… No debo consultar la prudencia humana, sino el consejo de Dios. Si la
obra es de Dios, ¿quién la contendrá? Y si no lo es ¿quién podrá hacerla prosperar? ¡Ni mi
voluntad, ni la de ellos, ni la nuestra, sino la tuya, oh Padre santo, que estás en el cielo!».

La reacción de Roma
Al principio el Papa León X optó por ignorar las tesis, aludiendo a que era un simple
«borracho alemán quien escribió las tesis» y afirmando que «cuando esté sobrio, cambiará

14
de parecer». De todas formas el Papa ordenó al profesor y teólogo dominico SILVESTRE
MAZZOLINI investigar sobre el tema. Éste denunció que Lutero se oponía de manera implícita
a la autoridad del Sumo Pontífice, al mostrar desacuerdo con una de sus bulas, por lo que
declaró a Lutero como posible hereje y escribió una refutación académica de sus tesis. En
ella mantuvo la autoridad papal sobre la Iglesia y condenó cada “desviación” de Lutero como
una APOSTASÍA (apóstata = el que abandona o niega la fe). Lutero replicó de igual manera y se
desarrolló la controversia. No tardó el Pontífice en darse cuenta de los problemas que
podían causar las ideas de Lutero para la Iglesia y para el pueblo alemán que comenzaba a
desconfiar cada vez más de las buenas intenciones romanas.
Sumamente sorprendido por la difusión de las tesis y por la agitación que éstas
habían provocado, Lutero comprendió que era necesaria una explicación pública. Lutero
redactó unas SOLUCIONES que explican sus tesis. Éstas tomaron forma en los primeros meses
de 1518. Su propósito era nuevamente el mismo, provocar una discusión lo bastante
terminante y fundamentada como para que se deje la práctica deshonrosa de la venta de
indulgencias. Pero nuevamente es mal entendido y sus lectores adversos sólo se interesaron
en ver qué decía sobre el Papa. A diferencia de éstos, el obispo JERÓNIMO SCHULZE de
Brandenburgo autoriza la publicación de las Soluciones y aprueba la doctrina en ellas
expuestas. Gracias a este apoyo, Lutero decide escribir directamente al Papa León X,
confiando ciegamente en que el Sumo Pontífice no sabía nada de lo que estaba ocurriendo
en Alemania y en otros lados con las indulgencias. Lutero sólo quería poner fin a los abusos y
creía que una vez entablado el diálogo, el Papa entendería el error que él estaba señalando y
eliminaría las malas prácticas:
«Prosternado a vuestros pies, Santísimo Padre, me ofrezco en todo lo que soy y en todo lo
que tengo. Dadme la vida, dadme la muerte, decid sí o decid no, aprobadme o censuradme,
juzgadme como os parezca mejor. Reconoceré en vuestras palabras las palabras de Cristo,
que reina por vuestro intermedio y habla por vuestra voz. Si merezco la muerte no huiré de
ella. La tierra es del Señor, con todo lo que ella encierra. Que Él sea bendito por los siglos de
los siglos, amén, y que Él os guarde eternamente. Amén».

Con esta sinceridad y plena fidelidad al Papa, Lutero confiaba en que León X
sostendría la lucha por el Evangelio. Pero para cuando la carta llegó a destino, el Pontífice ya
había ordenado la apertura de un proceso contra Lutero en Roma. Se había advertido a
Alemania de lo peligroso de la situación. El primer dignatario en ocuparse del proceso, ya a
fines de 1517, fue el Cardenal TOMÁS CAYETANO (1469-1534). Era considerado como el mejor
teólogo de Roma y se distinguía por una brillante defensa del poder papal. En fin, la carta
que Lutero había enviado al papa, y sobre todo las explicaciones que daban sentido a sus
tesis, no habían hecho más que agravar la situación. En lugar de la retractación que todos
esperaban de Lutero, éste se obstinaba en los mismos “errores”. Comienza la persecución
contra Lutero.

La Disputa de Heidelberg (1518)


Mientras tanto Lutero tomó parte en la convención
agustina en Heidelberg, al noroeste de Baden-Würtemberg,
más bien conocida como la DISPUTA DE HEIDELBERG. En la
convención que comenzó el 26 de abril de 1518, Lutero

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presentó una tesis sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia divina, en donde
explicaba el estado de completo pecado en el cual se encontraba el ser humano, y de lo
necesaria que era la gracia divina para acceder a la salvación. Tal es el pecado en el mundo
que nada de lo que hagamos puede agradar a Dios, sino que todo es egoísmo y orgullo, mas
cuando aceptamos la gracia de Dios, su regalo de perdón y Vida eterna en Jesucristo,
comenzamos realmente a vivir con fe y a realizar obras según la voluntad de Dios. En el
curso de la controversia por las indulgencias, el debate se elevó hasta el punto de dudar del
poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las doctrinas de TESORO DE LA IGLESIA y
la TESORO DE LOS MÉRITOS, que servían para reforzar la doctrina y práctica de las indulgencias,
se basaban en la bula Unigenitus (1343) del Papa Clemente VI, que tenía serias
contradicciones bíblicas y teológicas, las cuales Lutero conocía muy bien. En vista de su
oposición a esa doctrina y de la imposibilidad de que un Papa estuviese en un error, Lutero
fue calificado de HEREJE (= el que niega un dogma establecido por la religión o que enseña
cosas falsas), y el Papa, decidido a suprimir sus puntos de vista, ordenó llamarlo a
presentarse en Roma para un juicio eclesiástico, viaje que Lutero no realizaría por ayuda del
príncipe Federico. Tras la presentación de su teología en la Disputa de Heidelberg, muchos
teólogos y humanistas quedaron asombrados de la lucidez y los fundamentos con los cuales
Lutero hablaba. Varios de ellos no tardarían en seguirlo y dedicarse junto con él a la
elevación de la Reforma.
Justo cuando empezaba a nublarse el futuro en la vida de Lutero, apareció en escena
un gran adherente al pensamiento reformador, que no había estado al margen de lo que
sucedía en la ciudad, el príncipe elector Federico el Sabio, el sostenedor de la Universidad de
Wittenberg. Federico había percibido las deshonestas intenciones en la cúpula romana para
con uno de sus mejores profesores, y temiendo que si Lutero iba a Roma no se libraría de la
cárcel o aún de la muerte (ya que había escuchado de su gran tozudez y perseverancia), le
aconsejó con insistencia que no aceptara ningún juicio fuera de Alemania, ya que no sería
tratado con justicia y no tendría a nadie que lo defendiera; era su sólo su palabra contra la
del PAPA y la TRADICIÓN DE LA IGLESIA.
Lutero está dispuesto a soportarlo todo. El viaje a Roma multiplicaba las ocasiones de
ser asesinado en el camino, pero aun en el caso de que el monje llegara a destino a salvo del
puñal o del veneno, no era difícil imaginarse la suerte que le esperaba una vez estando en
Roma. Lo que más le preocupaba era el silencio del Papa, quien no había respondido a su
carta, sino sólo lo había citado a un juicio. ¿Cómo era posible que no responda, tratándose
del Evangelio?, se preguntaba Lutero. Pero sus amigos ya habían imaginado un modo de
salvarlo. No podía viajar a Roma sin un SALVOCONDUCTO (= carta legal que aseguraba su
seguridad y su libertad, para que no fuera apresado ni asesinado) del Elector Federico de
Sajonia. Mientras tanto, el Cardenal Cayetano seguía uniendo fuerzas en contra de Lutero y
solicitó un refuerzo de medidas a Roma: los jueces no tardaron en declararlo “hereje
notorio” y comunicaron la noticia al príncipe Elector de Sajonia.

El Juicio en Augsburgo (1518)


Federico el Sabio insistió que Lutero fuera juzgado en territorio alemán y no permitió
su salida hacia Roma. La idea de Federico fue explotar las buenas disposiciones de Cayetano
y presionarlo para que tome personalmente la dirección del proceso Lutero. Federico
deseaba jueces imparciales con sede en Alemania. Bastaría entonces con cambiar la citación

16
de Roma por una a Augsburgo, sustituyendo así, a los jueces evidentemente sospechosos del
representante del Papa. Cayetano decidió tomar el riesgo, y además, necesitaba agradar al
Elector de Sajonia para así, obtener su voto en la elección de un nuevo Emperador.
Lutero publicó varios escritos como único método para reducir a silencio las
falsedades que circulan bajo su nombre. Días más tarde recibió palabras de aliento desde
Basilea (Suiza), en donde se le asegura que el gran humanista ERASMO DE ROTTERDAM (1469-
1536) no cesaba de elogiar sus tesis. Le aconsejaron adoptar la clásica táctica de los
humanistas: no atacar a Roma de frente y dejar pasar el tiempo. Finalmente llega el
momento de la reunión en Augsburgo. Lutero ofreció interponer sus buenos oficios: ¿por
qué no acabar con las diferencias en una buena disputa teológica? La idea era buena, ya que
no se perseguía a Lutero, sino a su doctrina. Si se retractaba salvaría su vida. Pero el emisario
de Cayetano, encargado del proceso, no tenía muy buena disposición y no se vio dispuesto a
escuchar a Lutero, mas sólo quería que se retracte, mas el doctor sólo lo haría si le
comprobaban doctrinalmente que estaba equivocado. Al día siguiente Lutero se presentó
nuevamente, pero esta vez, ante el cardenal Cayetano, quien estaba seguro de poder
arreglar el asunto y se muestra sonriente. Pero al final, éste toma la misma posición que se
había dado en el día anterior: que Lutero se retracte, sin discutir sobre sus doctrinas. Viendo
que no se llegaba a nada, Lutero puso fin a la entrevista pidiendo autorización para retirarse
a reflexionar y poner su respuesta por escrito, a lo cual Cayetano accedió de muy mala gana,
ya que veía que su misión no estaba siendo efectiva.
«[Escribiendo] la persona abrumada alcanza doble
ganancia: primero, que lo escrito puede someterse al
juicio de terceros; y segundo, que hay más oportunidad
para apelar al temor, y no a la conciencia de un déspota
arrogante y charlatán que de otro modo se sobrepondría
nada más que con su imperioso lenguaje».
En la siguiente entrevista, Lutero presentó una
clara, concisa y rotunda exposición de sus opiniones,
bien apoyada con muchas citas bíblicas, y rebosante de
explicaciones. Después de haber leído este escrito en
alta voz, lo puso en manos del cardenal, quien lo arrojó
desdeñosamente a un lado, declarando que era una
mezcla de palabras tontas y de citas desatinadas. Lutero
se levantó con toda dignidad y atacó al orgulloso prelado
en su mismo terreno, el de las tradiciones y enseñanzas Lutero ante Cayetano
de la Iglesia, refutando completamente todas sus
aseveraciones desde los dichos del Papa y los Concilios. Cuando el prelado vio que aquellos
razonamientos de Lutero eran incuestionables, perdió el dominio sobre sí mismo y en un
arrebato de ira exclamó: «¡Retráctate! ¡Retráctate! Que si no lo haces, te envío a Roma, para
que comparezcas ante los jueces encargados de examinar tu caso. Te excomulgo a ti, a todos
tus secuaces, y a todos los que te son o fueren favorables, y los expulso de la iglesia». Y en
tono soberbio y airado dijo al fin: «Retráctate o no vuelvas». Cayetano terminó por
amenazar fuertemente a Lutero con la EXCOMUNIÓN (= expulsión de la Iglesia y de la comunión
con Dios) y declara como “prevenido” a todo lugar a donde vaya, pero la amenaza cayó en el
vacío. El reformador se retiró luego junto con sus amigos, demostrando así que no debía
esperarse una retractación de su parte, o al menos no sin una buena disputa teológica. Pero

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esto no era lo que el cardenal se había propuesto. Éste se había jactado que por la violencia
obligaría a Lutero a someterse y al quedarse solo con sus partidarios, miró de uno a otro
desconsolado por el inesperado fracaso de sus planes.
Esta vez los esfuerzos de Lutero quedaron con buenos resultados. Si bien no hubo
razonamiento ni una crítica seria por parte del prelado católico-romano, había quedado
claro que no iba a ser fácil convencerlo, y que ya había más gente que lo apoyaba. La
desteñida reunión pudo comparar a ambos hombres y juzgar por sí mismo el espíritu que
habían manifestado, así como la fuerza y veracidad de sus asertos. ¡Cuán grande era el
contraste! El reformador, sencillo, humilde y firme, se apoyaba en la fuerza de Dios,
teniendo de su parte a la razón y la verdad; mientras que el representante del Papa, dándose
importancia, intolerante, hinchado de orgullo, falto de juicio, no tenía un solo argumento de
las Santas Escrituras, y sólo gritaba con impaciencia: «Si no te retractas, serás despachado a
Roma para que te castiguen». No existiendo ya razón para continuar en Augsburgo, y puesto
que se le prohibió volver a presentarse a menos que quisiera retractarse, Lutero partió de
vuelta a Wittenberg, teniendo especial cuidado de
no decir a dónde se dirigía. A pesar de tener un
salvoconducto, sus detractores (clérigos y laicos)
intentaban apresarle. Sus amigos insistieron en que,
como ya era inútil su presencia allí, debía volver a
Wittenberg sin demora y que era menester ocultar
sus proyectos con el mayor sigilo. Conforme con
esto salió de Augsburgo antes del alba, a caballo, y
acompañado solamente por un guía que le había
Lutero escapa de Augsburgo proporcionado el magistrado. Con mucho cuidado
cruzó las desiertas y oscuras calles de la ciudad. Mientras tanto, enemigos vigilantes
complotaban y planificaban su muerte. Rápida y sigilosamente llegó a una pequeña puerta
en el muro de la ciudad; le fue abierta y pasó con su guía sin impedimento alguno. Viéndose
ya seguros fuera de la ciudad, los fugitivos apresuraron su huida y antes que el legado papal
se enterara de la partida de Lutero, éste ya se hallaba fuera del alcance de sus perseguidores
y sin que ellos supieran su dirección. El hombre a quien pensaban tener en su poder se les
había escapado como un pájaro de la red del cazador.
Al saber que Lutero se había ido, Cayetano quedó abrumado por la sorpresa y la
furia. Había pensado recibir grandes honores por su sabiduría y serenidad al tratar con este
nuevo perturbador de la Iglesia, y ahora quedaban frustradas sus esperanzas. Rápidamente
expresó su descontento en una carta que dirigió al príncipe Federico, elector de Sajonia,
para quejarse amargamente de Lutero, y exigir que Federico enviase a Roma al reformador o
que le desterrase de Sajonia. En su defensa, Lutero había pedido que el legado o el Papa le
demostraran sus errores por las Santas Escrituras. Sin comprender mucho la gravedad del
asunto, Lutero se comprometió solemnemente a renunciar a sus doctrinas si le probaban
que estaban en contradicción con la Palabra de Dios. El elector tenía escasos conocimientos
de las doctrinas del joven monje, pero le impresionaban profundamente el candor, la fuerza
y la claridad de las palabras de Lutero; y así, habiendo escuchado a ambas partes, Federico
resolvió protegerle mientras no le demostrasen que el reformador estaba en error.
Contestando las peticiones del prelado, dijo: «En vista de que el doctor Martín Lutero
compareció ante tu presencia en Augsburgo, deberías estar satisfecho. No esperábamos que,
sin haberlo convencido, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios que se

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hallan en nuestros principados, nos ha dicho que la doctrina de Martín fuese impía,
anticristiana y herética». Con estas palabras el príncipe rehusó enviar a Lutero a Roma y
arrojarlo de sus estados.
El elector notaba un decaimiento general en el estado moral de la sociedad. Se
necesitaba una grande obra de reforma. Las disposiciones tan complicadas y costosas
requeridas para refrenar y castigar los delitos estarían de más si los hombres reconocieran y
acataran los mandatos de Dios y los dictados de una conciencia iluminada. Federico vio que
los trabajos de Lutero tendían a este fin y se regocijó secretamente de que una mejor
influencia se hiciese sentir en la Iglesia. Vio asimismo que como profesor de la universidad
Lutero tenía mucho éxito. Sólo había transcurrido un año desde que el reformador fijara sus
95 Tesis en la iglesia del castillo, y ya se notaba una disminución muy grande en el número
de peregrinos que concurrían allí en la fiesta de Todos los Santos a venerar las reliquias para
obtener indulgencias. Claramente esto contrariaba mucho al príncipe, dueño de las reliquias,
y quien seguramente sacaba un buen lucro de la peregrinación. Roma estaba perdiendo
fieles y ofrendas; pero al mismo tiempo había otros que se encaminaban a Wittenberg, no
como peregrinos que iban a venerar reliquias, sino como estudiantes que invadían las
escuelas para instruirse. Los escritos de Lutero habían despertado en todas partes nuevo
interés por el conocimiento de las Sagradas Escrituras, y no sólo alrededor de Alemania sino
que hasta de otros países acudían estudiantes a las aulas de la universidad. Había jóvenes
que, al ver Wittenberg por primera vez, levantaban sus manos al cielo, y alababan a Dios,
porque en esa ciudad brillaba la luz de la verdad, y resplandecía hasta a los países más
remotos.
A pesar de todo esto, Lutero seguía sosteniendo su fidelidad a la Iglesia romana y no
había pensado en separarse de la comunión de ella. Mas los escritos del reformador y sus
doctrinas se estaban difundiendo por todas las naciones de la cristiandad. La vertiginosa y
sorpresiva “evangelización” se inició en Suiza y Holanda. Llegaron ejemplares de sus escritos
a Francia y España. En Inglaterra recibieron sus enseñanzas como si fuera la mismísima
Palabra de Dios. Así también fueron bien conocidos en Bélgica e Italia. Miles de creyentes
despertaban de su mortal letargo gracias a la espiritualidad y crítica de Lutero. Sus doctrinas
se oían por doquier, en las cabañas, en los conventos, en los palacios de los nobles, en las
academias, y en la corte de los reyes; y aun hubo ilustres caballeros que se levantaron por
todas partes para sostener y proteger de forma armada los pensamientos del reformador.
Una nueva esperanza de fe estaba surgiendo. Se percibían vientos de cambio, pero era
peligroso expresarlo abiertamente. Roma se exasperaba más y más con los escritos de
Lutero, y de entre los más encarnizados enemigos de éste y aun de entre los doctores de las
universidades católicas, hubo quienes declararon que no se imputaría pecado al que matase
al rebelde monje. Cierto día, un desconocido se acercó al reformador con una pistola
escondida debajo de su manto y le preguntó por qué iba solo. Lutero contestó: «Estoy en
manos de Dios, Él es mi fuerza y mi amparo, ¿qué puede hacerme el hombre mortal?» Al oír
estas palabras el hombre se desfiguró y huyó desenfrenadamente sino decir nada. Lutero
quedó aterrorizado luego de tal encuentro. Era la primera vez que atentaban directamente
contra su vida.

De vuelta en Wittenberg

19
Ya de regreso en Wittenberg y protegido por el príncipe Federico, Lutero continuó
predicando y escribiendo para explicar sus posturas, pero Cayetano no abrió su corazón y los
escritos de Lutero sólo fueron objeto de observaciones despectivas: no se veía en ellos más
que un vano palabrerío, las citas de las Escrituras nada tenían que ver con la cuestión y, por
otra parte, ya se había dado de ellas la verdadera interpretación por los Concilios y el Papa.
Lutero se sentía desesperado. Tenía el sentimiento de haber hecho cuanto podía para
responder a la citación papal, en acto de total obediencia. Pero el Papa tampoco le prestaba
atención. Entonces, Lutero escribió al sabio príncipe Federico, tratando de buscar
explicaciones:
«Si soy demasiado insignificante para que se me haga el honor de enseñarme la verdad,
quizás su Eminencia querrá por lo menos manifestar a Vuestra Alteza en qué he errado, en
qué se fundan para acusarme. ¡Es tan extraordinario ser inculpado de error sin saber cómo ni
por qué! Se me niega el debate público que solicito, se me niega discutir conmigo en privado,
demostrarme por escrito mi error, se recusa de antemano el juicio de cuatro universidades. Si
además se rechazara un pedido que viniera de Vuestra Alteza, ¿qué otra cosa se podría
pensar sino que simplemente se desea mi pérdida?».

Ha llegado el momento de poner en ejecución el


último plan para arreglar la confusión: apelar a un Concilio.
Es el último procedimiento jurídico que podía intentar, y que
al mismo tiempo lo acercaba a la universidad de Paris, en la
cual pensó ampararse, siendo éste el único lugar posible para
sustraerse del poder romano. El 28 de noviembre de 1518
Lutero depositó su apelación ante un notario. El 1º de
diciembre Lutero se despidió de su comunidad de los
agustinos, partiendo durante la noche. Pero antes de partir,
le llegó un mensaje de JORGE SPALATIN, secretario y mano
derecha de Federico, quien le ruega encontrarse con él para
efectuar una reunión secreta. Allí, Spalatin convenció a
Lutero para que no partiera. Esto era algo difícil de pedir, ya Felipe Melanchthon
que también había llegado la noticia a Wittenberg de que
llegaría un cortesano romano llamado CARLOS VON MILTITZ (1490-1529), que se jactaba de
haber prometido al Papa que detendría al monje y lo conduciría ante él; además, estaba
provisto de todos los poderes necesarios para hacerlo. Lutero optó por quedarse y reiniciar
sus cursos y su predicación, pero temiendo constantemente por su vida. El príncipe Federico
logró un gran acierto en haber confiado la cátedra de griego al joven teólogo FELIPE
MELANCHTHON7 (1497-1560), quien se transformaría en uno de los más fieles colaboradores y
discípulos de Lutero. Lentamente la universidad comenzó a llenarse cada vez más. Desde
todos los lugares venían a perfeccionarse a Wittenberg, incluso era cada vez más difícil
encontrar alojamiento en la ciudad.
Se acercaban momentos más peligrosos contra Lutero, cada vez eran mayores las
causas reunidas para “silenciarlo” definitivamente. Fue en aquel momento, cuando Lutero

7
Nombre verdadero: Philipp Schwartzerdt. El 15 de marzo de 1509 el profesor de griego le regaló a Felipe una
gramática griega (casi no existía literatura griega en Europa) y le concedió el nombre humanista
“Melanchthon”, una traducción griega de su apellido natal Schwartz (negra) y erdt (tierra). Esta práctica era
común en la época entre los humanistas.

20
más necesitaba la simpatía y el consejo de un verdadero amigo, que apareció Felipe
Melanchthon en Wittenberg. Joven aún, modesto y reservado, tenía Melanchthon un
criterio sano, extensos conocimientos y elocuencia persuasiva, rasgos todos que combinados
con la pureza y rectitud de su carácter le granjeaban el afecto y la admiración de todos. Su
brillante talento no era más notable que su mansedumbre. Muy pronto fue discípulo sincero
del Evangelio a la vez que el amigo de más confianza de Lutero y su más valioso cooperador;
su dulzura, su discreción y su formalidad servían de contrapeso al valor y a la energía de
Lutero. La unión de estos dos hombres en la obra vigorizó la Reforma y estimuló mucho a
Lutero, especialmente ante la adversidad que se avecinaba.
Deseando mantenerse en términos amistosos con el protector de Lutero, Federico el
Sabio, el Papa realizó un intento final de alcanzar una solución pacífica al conflicto. Una
conferencia con el nuncio (= enviado) papal CARLOS VON MILTITZ en ALTENBURG, en enero de
1519, llevó a Lutero a decidir guardar silencio en tanto así lo hicieran sus oponentes; escribir
una humilde carta al Papa; y redactar un tratado demostrando sus respetos a la Iglesia. La
carta escrita nunca fue enviada, debido a que no contenía retracción alguna. En el tratado
que redactó más tarde, Lutero negó cualquier efecto de las indulgencias en el purgatorio y
sobre la vida de los cristianos.
Von Miltitz aún tenía confianza en poder terminar el conflicto amistosamente; pero
ante todo, estaba al servicio del Papa. Se advirtió a Lutero que pronto debería enfrontar a un
nuevo representante de Roma. Y una vez más volvió la pregunta crucial: ¿ceder o no ceder?
También se le aconsejó a Lutero que no insistiera en ser juzgado, ya que su conciencia le
obligaba a obedecer las Escrituras antes que al Papa, y no podía olvidar que a éste
pertenecía la interpretación de aquélla. Era más importante ceder ahora y esperar una mejor
ocasión para la discusión. Puesto que los dos responsables del conflicto eran Tetzel y Lutero,
Miltitz los llamaría a ambos y obtendría su silencio aunque fuera por intimidación. El primero
en ser citado fue el vendedor de indulgencias, pero alegó que estaba enfermo por haber sido
atacado por algunos “luteranos”. Miltitz no quería esperar, por lo cual llamó a Lutero. El
enjuiciado sólo deseaba que el dinero dejase de corromper a la Iglesia, que el pueblo dejase
de ser inducido a error, y que se enseñase a preferir la práctica de la caridad a la de las
indulgencias. El resto le era indiferente. Preocupado de no comprometer el éxito final por un
exceso de intransigencia, Miltitz se contenta con el doble compromiso de Lutero de no
volver a escribir sobre las indulgencias y de publicar algunas rectificaciones. En cambio,
promete solicitar al Papa que designase un obispo calificado para redactar la lista de tesis
que deben ser retractadas. Finalmente, Miltitz redactó un informe sobre Lutero a León X en
donde explicaba que pese a todo lo que se diga, éste no ha tenido intención alguna de
oponerse al Papa, a la Sede Apostólica ni a la Iglesia Romana. Sería más bien Tetzel, quien
recibirá el castigo por sus abusos e inescrupulosa actitud.
A pesar de ser movido Lutero por el Espíritu de Dios para comenzar la obra, no había
de llevarla a cabo sin duros conflictos. Las censuras de sus enemigos, la manera en que
falseaban los propósitos de Lutero y la mala fe con que juzgaban desfavorable e
injustamente el carácter y los móviles del reformador, le envolvieron como ola que todo lo
sumerge; y no dejaron de tener su efecto. Muchos representantes de la Iglesia y de los
gobernantes estaban plenamente convencidos de la verdad de las Tesis; pero pronto vieron
que la aceptación de estas verdades entrañaba cambios mucho más complejos de lo que se
imaginaban. Lutero temblaba cuando se veía a sí mismo solo frente a los más opulentos y

21
poderosos de la tierra. Dudaba a veces, preguntándose si en verdad Dios le impulsaba a
levantarse contra la autoridad de la Iglesia.
«¿Quién era yo –escribió Lutero más tarde– para oponerme a la majestad del Papa, a cuya
presencia temblaban… los reyes de la tierra?… Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón en
los dos primeros años, y en qué abatimiento, en qué desesperación caí muchas veces».
Pero no fue dejado solo en brazos del desaliento. Cuando le faltaba ayuda de los
hombres, la esperaba de Dios solo y así aprendió a confiar en Dios y a basarse más
firmemente en su fe y en la convicción que esa fe le daba.
«No se puede llegar a comprender las Escrituras, ni con el estudio, ni con la inteligencia;
vuestro primer deber es pues empezar por la oración. Pedid al Señor que se digne, por su
gran misericordia, concederos el verdadero conocimiento de su Palabra. No hay otro
intérprete de la Palabra de Dios, que el mismo Autor de esta Palabra, según está escrito:
‘Todos serán enseñados por Dios’. Nada esperéis de vuestros estudios ni de vuestra
inteligencia; confiad únicamente en Dios y en la influencia de su Espíritu. Creed a un hombre
que lo ha experimentado…».
Por aquel tiempo fue cuando Lutero, al leer las obras del mártir checo Juan Hus,
descubrió que la gran verdad de la justificación por la fe, que él mismo enseñaba y sostenía,
había sido expuesta antes por el reformador bohemio:
«¡Todos hemos sido “husitas”, aunque sin saberlo; Pablo, Agustín y yo mismo!… ¡Dios pedirá
cuentas al mundo, porque la verdad fue predicada hace ya un siglo, y la quemaron!».

El Nuevo Emperador: Carlos V (1519)


12 de enero de 1519: muerte del emperador del
Sacro Imperio Romano Germánico MAXIMILIANO I DE
HABSBURGO (1459-1519). La noticia recorre los caminos
nevados de Europa y el mundo cristiano despierta a una
nueva era. El primero en ser notificado es Federico, ya
que el trono recaería primeramente sobre él. Sería la
autoridad alemana hasta la elección del nuevo
emperador, y aun hasta su coronación. Su primer deber
es velar por esta elección, que se realizará en junio en la
ciudad alemana de Frankfurt. El interés del Papa era que
fuese elegido un príncipe alemán. De hecho se
consideraba al mismo Federico, pero bajo ningún
pretexto debía pensarse en el rey de España, Carlos I.
Federico se mostró tan incorruptible como lo había sido
antes, y, muy interesado en su profesor, utilizó el
conflicto para intervenir ante Roma, para que el Papa Los príncipes alemanes
recibiera a Lutero. coronan a Carlos V

Ante las presiones, el Papa decide ver y oír a Lutero personalmente. Fray Martín
podrá hacer libremente la retractación que ha temido pronunciar ante el legado. Se le ruega
a Lutero que apenas reciba la notificación, se ponga en camino de inmediato, sin odio y sin
pasión, con el espíritu en paz, lleno de caridad y de la gracia del Espíritu Santo. El Papa

22
estaba seguro de que Lutero, en estas condiciones, sí se retractaría. La única sombra de todo
era que se fundaba en los inconsistentes informes de Miltitz. Lutero jamás había dicho que
estuviese dispuesto a retractarse. Spalatin oyó de Lutero sus incertidumbres. No es él quien
debía dar explicaciones, sino oír la voz de sus retractores.
Mientras tanto, los movimientos políticos para la elección del nuevo emperador se
volvían cada vez más candentes. Los tres electores eclesiásticos (arzobispos) alemanes
desacatan las directivas del Papa. Carlos I de España (1500-1558) hace notar que se
producen manifestaciones populares en su favor en Alemania. La última carta de Roma es
Federico el Sabio. Federico declina el ofrecimiento de Roma y el rey CARLOS I DE ESPAÑA, único
candidato, sería elegido Rey de Romanos y reconocido como Emperador electo bajo el
nombre de CARLOS V el 28 de junio de 1519 por unanimidad de votos del colegio electoral.

La Disputa de Leipzig (1519)


Mientras en Frankfurt se celebra con alegría la elección de un desconocido, la ciudad
alemana de LEIPZIG está en plena efervescencia. En las calles y en las plazas sólo se habla de
la nueva «disputa» que enfrentará al doctor Lutero, ahora con el temible teólogo católico, el
doctor JUAN ECK (1486-1543), de la Universidad de Ingolstadt, Alemania. El acontecimiento ha
traído a una considerable cantidad de profesores y estudiantes, sabios y monjes. A pesar del
silencio instado por Miltitz, Eck retó al decano y profesor de la Universidad de Wittenberg
ANDRÉS CARLSTADT 8 (1477-1541) y no a Lutero a
una disputa teológica, quizá por una cuestión
de rivalidad entre universidades, ya que era
sabido que Carlstadt apoyaba las doctrinas de
Lutero y era su amigo. El debate se llevaría a
cabo entre 27 de junio y el 18 de julio de 1519.
Rodeados de doscientos estudiantes
armados de picas y palos, dos carruajes se
abrían paso entre la multitud. En el primero
viajaba el doctor Carlstadt y en el segundo
estaba Lutero con su amigo Melanchthon.
Carlstadt sería el primer opositor de Eck,
aunque nadie ignoraba que el enfrentamiento Disputa de Leipzig
decisivo sería con Lutero. Dadas las cuestiones
planteadas, resultaba claro que el propósito de Eck era atacar a Lutero a través de Carlstadt,
por lo cual el reformador declaró que si eran sus doctrinas las que se iban a discutir en la
Universidad de Leipzig, entonces él debía participar del debate.
La disputa se condujo con todas las formalidades de los ejercicios académicos de la
época y duró varios días. Cuando llegó el momento del enfrentamiento entre Eck y Lutero,
quedó muy claro quien era el mejor conocedor de las Escrituras, y quién prefería el derecho
canónico y la teología escolástica. Cuando Lutero se unió a este debate negó el derecho

8
Nacido como Andreas Rudolf Bodenstein, también: Andreas Rudolff-Bodenstein von Karlstadt (por el nombre
de su ciudad natal). No debe confundirse con su yerno, Johannes Draconites, también reformador del siglo XVI,
a quién también se lo conoce como “Carlstadt”.

23
divino del trono papal y la autoridad de poseer el OFICIO DE LAS LLAVES9 o el poder de anunciar
el perdón de los pecados por Dios, que según él había sido otorgado por Cristo a la Iglesia
toda, como congregación de fe, y no exclusivamente al Papa. Negó también que la
pertenencia a la Iglesia Católica Romana (de Occidente) bajo la autoridad del Papa fuera
necesaria para la salvación, manteniendo la validez de la Iglesia Griega (de Oriente)10.
Finalmente declaró que el papado es de origen humano y no divino, algo imperdonable para
el pensamiento católico. Luego de la larga disputa, no quedó claro quién venció en la trifulca.
Si bien Lutero estaba tranquilo, Eck salió con aires de triunfo, ya que había logrado
comprobar que Lutero era un hereje ante la Iglesia, en cuanto coincidía con ciertas doctrinas
HUSITAS11 declaradas heréticas y condenadas con anterioridad. Sólo faltaba que las
universidades den el veredicto de quién era el triunfador. Todo esto dio comienzo a un
nuevo período de confrontaciones y peligros. Pero Lutero no estaba solo y la gente
encontraba que era el ganador. Pronto, sin quererlo, se transformaría en una figura nacional
y las ideas “luteranas” se esparcían fecundamente por toda Europa.
La exaltada obstinación de muchos de querer asimilar las enseñanzas de Lutero con
la herejía llegó a provocar rumores incontrolados sobre Lutero y su familia. Se decían cosas
como que ha tenido por padre al diablo o que probablemente un demonio bajo forma
humana habría fecundado a su madre antes de su marido.
«¡Déjalos que hablen! Que mientan, que inventen, que piensen lo que quieran. Nada deseo
tanto como ser relevado de la carga de la enseñanza. No creo que se pueda estudiar teología
sin ofender al Papa y a los obispos. Nada reprueban tanto las Escrituras como el abuso
contra las cosas santas, pero los prelados no pueden tolerar que alguien se lo diga. [...] El

9
El oficio de las llaves fue dado por Cristo a la Iglesia a través de los Apóstoles, y sólo los Ministros ordenados
lo poseen y pueden ejercerlo (al menos para ortodoxos, anglicanos, católicos y luteranos).
10
La IGLESIA GRIEGA U ORTODOXA es una comunidad cristiana histórica de igual tronco que la Iglesia Católico-
romana. Es la tercera de las tres grandes ramas cristianas, junto con el protestantismo. La Iglesia Griega es la
heredera de todas las comunidades cristianas de la mitad oriental del Mediterráneo. Su doctrina teológica se
estableció en una serie de concilios, de los cuales los más importantes son los SIETE CONCILIOS ECUMÉNICOS, que
tuvieron lugar entre los siglos IV y VIII. Tras varios desencuentros y conflictos, la Iglesia Ortodoxa se separó de
lo que hoy es la Iglesia Católico-romana en el llamado CISMA DE ORIENTE Y OCCIDENTE, el 16 de julio de 1054. Esta
fue la primera gran división entre los cristianos antes de la Reforma del siglo XVI. El cristianismo ortodoxo se
difundió por Europa oriental gracias al prestigio del Imperio Bizantino (imperio cristiano medieval paralelo al
Imperio Romano de cultura griega cuya capital estaba en Constantinopla o Bizancio (actual Estambul al
noroeste de Turquía), y que abarcaba gran parte del Mediterráneo oriental). La Iglesia Ortodoxa funciona a
través de varias iglesias independientes y nacionales (p. ej. Iglesia Ortodoxa Rusa, Griega, de Antioquia, etc.). La
palabra “ortodoxo” proviene del griego y significa “creencia correcta” o “gloria correcta”. En la actualidad, el
cristianismo ortodoxo es la religión dominante en los Balcanes y en la Europa Oriental.
11
El sacerdote y pre-reformador checo JAN HUS (1369-1415) impulsó desde 1408 un movimiento religioso
basado en las ideas del teólogo inglés y también pre-reformador John Wycliff (1320-1384). Sus seguidores
fueron llamados “HUSITAS” y se multiplicaron en momentos en que la Iglesia Católica Romana sufría la crisis del
llamado Cisma de Occidente, cuando ejercían dos papas al mismo tiempo, a los que en 1409 se agregó un
tercero, Alejandro V, que condenó el movimiento husita y excomulgó a Jan Hus. Convocado el CONCILIO DE
CONSTANZA (1414-1418) con el fin de reunificar a la Iglesia, Hus acudió a defender sus puntos de vista, pero allí
fue finalmente excomulgado y condenado a morir en la hoguera, siendo quemado vivo el 6 de julio de 1415. El
mismo Concilio declararía herético y excomulgaría al inglés Wycliff, a pesar de que llevaba ya varias décadas
muerto; sus restos fueron exhumados y transportados a Constanza, donde fueron quemados. Antes de ser
quemado, Hus dijo las siguientes palabras al verdugo: «Vas a asar un ganso (‘hus’ significa “ganso” en lengua
bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás asar». Por azar o no, se suele
identificar a Martín Lutero con esta “profecía” (102 años más tarde Lutero clavó sus 95 Tesis en Wittenberg),
incluso a veces se lo solía identificar con un cisne.

24
verdadero drama es dar la espalda a las dificultades y a las perturbaciones, es decir, a la vida
cristiana».

Se publicaban documentos por ambos lados y se respondían mutuamente entre las


universidades. El 29 de marzo de 1520, las adhesiones que le llegaron a Lutero de toda
Alemania, principalmente de medios cultos, le hicieron pensar que quienes lo atacaban sólo
trataban de disfrazar su propia ignorancia. La tímida observación de Miltitz poco a poco se
va comprobando: por cada partidario del Papa hay tres de Lutero. Hacia 1519 los escritos de
Lutero circulaban ampliamente por Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Suiza, y los
estudiantes se dirigían a Wittenberg para escuchar a Lutero, quien publicaba ahora sus
importantes obras: COMENTARIOS SOBRE LA EPÍSTOLA A LOS GÁLATAS y su TRABAJO EN LOS SALMOS.

La reacción Alemana (1520)


Además de un número creciente de seguidores, particularmente entre los profesores
de Wittenberg y otras universidades, Lutero tenía la simpatía de los humanistas que veían en
él un defensor de la reforma que ellos mismos propugnaban, y de los nacionalistas
alemanes, para quienes el monje era el portavoz de la protesta germana frente a los abusos
de Roma. Muchos caballeros alemanes llegaron a enviarle mensajes prometiéndole su apoyo
armado, si el conflicto entre él y el Papa llegaba a estallar. Además el pueblo ya no quería
seguir empobreciéndose a causa de los impuestos de Roma.
El Emperador elegido tardaba en llegar desde España, el Imperio estaba acéfalo, y era
ésta una situación que abría el camino a muchas especulaciones. Si aún existían
posibilidades para Lutero, éstas debían intentarse antes de que Carlos V tomara las riendas
del poder, dado que éste último confesaba una total fidelidad al poder papal.
La controversia de Leipzig hizo que Lutero tomara contacto con los humanistas,
particularmente Felipe Melanchthon y Erasmo de Rotterdam, y que mantuviera relaciones
con el caballero ULRICH VON HUTTEN y FRANCISCO VON SICKINGEN. Estos caballeros querían
mantener a Lutero bajo su protección, invitándolo a su fortaleza en la eventualidad de que
no se sintiera seguro en Sajonia a causa del destierro papal. Estos hombres, envalentonados
por el ejemplo de Lutero, se propusieron remediar la miseria alemana provocada por Roma
utilizando medios mucho más agresivos. Se redactaron escritos que tenían como blanco
directo a la Iglesia Romana:
«Esos parásitos [obispos] nos han chupado la sangre, nos han roído la carne y ya están
llegando a la médula de nuestros huesos... ¡A las armas! contra esos asaltantes que viven de
la sangre y del sudor del pueblo alemán, que lo despojan para pagarse mulas, favoritos y
mujeres en sus palacios de mármol. ¿Cuándo abrirán los ojos los alemanes?»

Este es el pensamiento de Alemania en abril de 1520. Y mientras Hutten continúa su


ofensiva con la pluma, von Sickingen aprontaba las armas para una acción decididamente
militar. A fines de abril se estableció el contacto con Lutero quien podía movilizar más
hombres que los dos caballeros juntos. Él debía ser el móvil de la revolución. Sin embargo,
aunque la cuestión de su seguridad se planteaba con insistencia, Lutero no pensó ni por un
segundo en enrolarse en semejante cruzada. Mientras tanto el teólogo católico Johann Eck
estaba cerca de Roma para alertar sobre la situación en Alemania; la tormenta estaba presta

25
a comenzar. Los alemanes, cansados del yugo romano, estaban decididos y armados,
bastaría un simple gesto para desencadenar una hostilidad generalizada.
Mientras tanto, Lutero continuaba con sus desarrollos teológicos y alcanzó a esbozar
el concepto luterano de “IGLESIA” en su escrito EN EL PAPADO DE ROMA publicado en junio de
1520. Luego en su conocido sermón sobre LAS BUENAS OBRAS, publicado en la primavera de
1520, se afirmaba contrario a la doctrina católica de las buenas obras y obras de
supererogación (aquellas efectuadas por encima de los términos de la simple obligación).
Lutero postulaba que las obras del creyente son verdaderamente buenas en cualquier
vocación o profesión secular que sea ordenada e instruida por Dios, es decir, que no hay
disciplinas más “santas” que otras, sino distintas vocaciones en las que uno puede servir a
Dios en el mundo; algunos son zapateros, otros mineros, otros abogados y otros
sacerdotes…, pues a los ojos de Dios, todas estas vocaciones son válidas y aptas para servirle
en el mundo.

Una Iglesia Alemana independiente


Ante tanta problemática Lutero escribe en agosto de 1520: A LA NOBLEZA CRISTIANA DE LA
NACIÓN ALEMANA PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA CRISTIANDAD. Con este escrito también rechaza
muchas cosas que se decían sobre él. Lutero insta a que la nobleza cristiana siga su vocación
a Dios y cumpla con su deber. Que convoque un Concilio libre e independiente de Roma, un
Concilio que eximiría a los estados alemanes del yugo romano. Lutero, ya sin esperanzas de
ser escuchado por Roma, se dedica a organizar el programa de este futuro Concilio:
reorganización eclesiástica, asuntos financieros y reformas económicas, etc. Se eliminaría el
papado, los Estados Pontificios serían anexados al imperio del que forman parte
jurídicamente; se suprimirá el celibato del clero y se respetará el instinto sexual como una
necesidad tan natural como beber y comer. Los burros cargados de oro ya no tomarán el
camino a Roma. Con la publicación de este nuevo escrito, la obra de Lutero cala hondo en
todo tipo de personas. Cantidad de príncipes y de altos personajes envían al reformador sus
testimonios de aprobación y de gratitud. Más tarde, Lutero escribiría un completo desarrollo
de su doctrina sobre la salvación y la vida cristiana en su magistral obra: LA LIBERTAD CRISTIANA
publicado en noviembre de 1520, texto fundante de la confesionalidad luterana.
En sus nuevos escritos, Lutero criticaría mordazmente a sus adversarios y trata de
convencer a León X de que se desligue de la Curia romana, y aun del papado, confiando en la
reconversión del pontífice. Le ofrece un camino de reflexión sobre la verdadera vida
cristiana. En un llamamiento que dirigió Lutero al nuevo emperador y a la nobleza de
Alemania en pro de la reforma del cristianismo, decía refiriéndose al Papa: «Es una cosa
horrible contemplar al que se titula vicario (= el que está “en vez de”) de Jesucristo
ostentando una magnificencia superior a la de los emperadores. ¿Es esto parecerse al pobre
Jesús o al humilde Pedro? ¡Él es, dicen, el señor del mundo! Mas Cristo, del cual se jacta ser el
vicario, dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’. El reino de un vicario ¿se extendería más allá
que el de su Señor?». Este llamamiento circuló con rapidez por toda Alemania e influyó
poderosamente en el ánimo del pueblo. La nación entera se sentía conmovida y muchos se
apresuraban a alistarse bajo el estandarte de la Reforma. Los opositores de Lutero que se
consumían en deseos de venganza, exigían que el Papa tomara medidas decisivas contra él.
No tardarían en decretar la condena de sus doctrinas.

26
El Papa León X y la Bula contra Lutero (1521)
Los informes de Miltitz habían tranquilizado a León X. Las luchas diplomáticas por la
corona imperial habían distraído al Papa de las otras noticias en Alemania. Juan Eck se
encargó de prender el fuego, quien aseguraba que Lutero se había adherido públicamente a
la herejía husita (del mártir checo Juan Hus) y había declarado no creer en la infabilidad del
Papa ni en la autoridad plena de los Concilios. Los informes de Eck y la condena pronunciada
por la Universidad de Colonia a fines de agosto, decidieron a León X a reabrir el proceso, y el
cardenal de Médici12 tomó personalmente la dirección.
El 1º de febrero de 1521 se nombró una comisión
formada en su mayoría por franciscanos de la orden de la
Observancia. Su fin era determinar detalladamente los errores
de Lutero, pero como el trabajo acababa de ser hecho por las
universidades de Colonia y Lovaina, la comisión se limitó a
aprobar lo que ellas habían señalado, repitiendo sus
objeciones. Dichas universidades habían arbitrado el debate
entre Eck y Lutero. A mediados de marzo estaban en
condiciones de presentar a León X las conclusiones del trabajo:
la publicación de una BULA PAPAL (= documento que comunicaba
una sentencia papal) que, sin dirigirse expresamente a la
persona de Lutero, condenaba algunas de sus tesis y calificaba
las otras, según el caso, como escandalosas, falsas, ofensivas,
corrompidas, contrarias a la verdad católica. Invitarían
“Bula contra Errores Martini nuevamente a Lutero a retractarse.
Lutheri i sequacium” (latín)
El Papa se manifestó satisfecho y encargó que se
insistiera sobre Staupitz para que obtuviera la retractación de Lutero. Pero cuando salía la
carta el 15 de marzo, llegaba al mismo tiempo a Roma Johann Eck, quien traía noticias poco
gratas desde Alemania que le hicieron ver al Papa que la situación era cada vez más grave.
Eck convenció al Papa de seguir otro camino, atacar a Lutero por tres lados: la doctrina, los
libros y la persona, cosa de poder excomulgarlo.
Con la Bula, tras un llamado a la nación alemana, tradicional aliada de la Santa Sede,
son condenadas 41 de las 95 Tesis de Lutero. Pero Lutero reclamó que se habían sacado
totalmente de contexto las frases y que no se estaba viendo el problema real: las
indulgencias. El centro de las acusaciones en contra de Lutero estaba en sus alusiones a la
autoridad papal, y no a los abusos del clero y la torcida doctrina que enseñaban. Una vez
más se esquivó la reivindicación que Lutero pedía para que se pronunciaran sobre el
Evangelio y no sobre sentencias históricas; nadie podía (ni quería) señalarle sus errores. La
Bula contenía las siguientes condenas: prohibición de enseñar las ideas de Lutero bajo pena
de excomunión; destrucción de los libros y prohibición de su reimpresión, conservación y
comercialización. Lutero y sus adeptos debían retractarse en el término de 60 días so pena
de herejía. Para que la Bula llegase a todas partes de Alemania, se designa a un nuevo
nuncio, el humanista y diplomático papal italiano JERÓNIMO ALEANDRO (1480-1542). Se le
confirieron poderes de Inquisidor que le permitirían tanto encender la hoguera como
conceder un salvoconducto a Lutero si éste aceptaba ir a Roma.

12
Giulio Cardenal de’ Medici, desde 1523 Papa Clemente VII.

27
La lenta elaboración de la Bula no ha pasado desapercibida. El Estado de Sajonia tenía
un agente en Roma, y Lutero había sido prevenido desde el principio. Federico le transmitió
a Lutero cuanta correspondencia llegaba desde Roma. La situación había llegado al límite de
la comprensión de Lutero; ¿por qué tanta injusticia, cómo tanta indiferencia?
«Condenan mis libros aunque admiten que
encierran mucho ingenio y mucha ciencia, pero
declaran que no los han leído y que ni siquiera han
tratado de hacerlo. Mis quejas son mucho más
fundadas que las suyas. [...] He suplicado que se me
muestre mi error, y todavía estoy dispuesto a no
hablar si, quienes me contradicen, callan. [...]
Tengo ya demasiados pecados sobre mi conciencia,
no agregaré el de callar mientras mi oficio sea
enseñar. No me haré culpable de un silencio impío,
ni de negligencia hacia la verdad y hacia millares de
almas».
El Papa advirtió a Martín Lutero el 15 de
junio de 1520 con la Bula papal EXSURGE DOMINE que
se arriesgaba a la excomunión, a menos que en un
plazo de sesenta días repudiara los 41 puntos de su
doctrina seleccionados de sus escritos. Más
Lutero predicando en Wittenberg
adelante, Lutero enviaría su escrito LA LIBERTAD
CRISTIANA al Papa, añadiendo la siguiente frase:
«Yo no me someto a leyes humanas al interpretar la Palabra de Dios».

Carlos V y el nuncio Aleandro en Worms


Después de la coronación de Carlos V, realizada el 23 de octubre de 1520, el nuncio
Aleandro vuelve a la carga contra Lutero. El rey de Romanos y Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico había jurado que sería un fiel servidor de la Iglesia. La cuestión era si
firmaría el decreto que permitiría la “limpieza” de Alemania, pero sus consejeros se
opusieron. El nuevo reinado no puede comenzar con un acto bélico ni con una exhibición
excesiva de poder.
Una vez conversado con Eck, Aleandro ya comienza a presentir lo que ocurrirá. No se
ha podido exponer la Bula papal en cuantiosos lugares. Varias ciudades no aceptan
presentar la Bula y dejarse imponer por la voluntad del Papa. Lutero entretanto, se apresta a
publicar EL CAUTIVERIO BABILÓNICO DE LA IGLESIA (fines de 1520) y no demuestra ninguna
preocupación. No quedaba más que combatir la Bula y la Iglesia dominada por el “demonio”.
El mismo príncipe Federico simula que la desconoce y la ignora. La única incógnita, y la más
peligrosa, es cómo reaccionaría el nuevo Emperador.
En la mañana del 10 de noviembre de 1520, los estudiantes de Wittenberg leyeron
un anuncio en el cual se insta a arrojar a la hoguera los inspiradores libros de Lutero. Nadie
podía faltar a este acto; ya era la hora de desenmascarar al verdadero “anticristo”. No hacía
falta más para atraer a la gente. Con bastante anticipación a la hora señalada, se empezó a
recolectar en toda la ciudad el “combustible” para la hoguera, todo escrito o imagen de

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Lutero era bienvenida, pero no todo salió como se esperaba. Avivando el desconcierto de las
autoridades romanas, mucha gente tenía en sus manos importantes obras como la Summa
de Santo Tomás y los libros del Derecho Canónico, los cuales ardieron junto con los escritos
“luteranos” causando una gran confusión.
Sólo días después, el 28 de noviembre, el Emperador llegaba a Worms acompañado
por la corte, a la espera de la apertura de una DIETA (= Asamblea), prevista para enero. Pero
en Worms ni siquiera querían alojar al nuncio Aleandro; la gente intuía que no iba a haber un
juicio justo. La idea de la Dieta era insistir en la autoridad del Emperador y de sus
resoluciones, y sobre el hecho de que el Imperio no puede subsistir sin la Iglesia Romana;
además se ponía énfasis en lo inoportuno de oír a Lutero, cuando en realidad el problema
eran sus escritos, que cuestionaban la sabiduría y bondad del Papa. Aleandro se opone
formalmente a la venida de Lutero a Worms: se han leído sus libros y eso basta. La doctrina
de Lutero es inaceptable para la Iglesia de Roma; se ha dictado una Bula; se acaba de
promulgar la ley imperial que permite aplicarla y se espera poder doblegar la obstinación de
Federico, el Elector de Sajonia. Conseguido esto, nada impediría la desintoxicación de
Alemania y de la cristiandad de la herejía luterana. El nuncio no estaba encargado de la
instrucción de un proceso contra una persona, sino de hacer ejecutar una resolución contra
una herejía. Era necesario evitar hacer de toda la Bula un “proceso Lutero”, sino que se
debía condenar directamente su doctrina, de modo que ya no ejerza más influencia en los
territorios del Imperio. Aunque los inquisidores no olvidan que la persona de Lutero atrae
multitudes, olvidaban que era finalmente su doctrina la que tenía incontables adeptos.
Lutero había sido convocado ya a varias reuniones para que explicara sus ideas, pero
en la mayoría de los casos, se lo había malinterpretado y juzgado de mala manera. A los
teólogos enviados por Roma no les importaban sus doctrinas, sino que la autoridad del Papa
no fuera cuestionada (ya que él autorizaba la venta de indulgencias y era un pilar importante
de la Iglesia). Lutero, cada vez más acongojado, sólo quería ser una ayuda para la Iglesia,
para que ésta volviera a la pureza de la fe primitiva, la de los apóstoles y la primera
Comunidad cristiana.
«Soy como Jeremías, el hombre de las disputas y de las discordias; pero cuanto más
aumentan sus amenazas, más acrecientan mi alegría… Han destrozado ya mi honor y mi
reputación. Una sola cosa me queda, y es mi miserable cuerpo; que lo tomen; abreviarán así
mi vida de algunas horas. En cuanto a mi alma, no pueden quitármela. El que quiere
propagar la Palabra de Cristo en el mundo, debe esperar la muerte a cada instante».

La Excomunión y la Dieta de Worms (1521)


El 3 de enero de 1521 el papa León X firmó una última Bula: el plazo fijo para la
retractación había expirado y Lutero fue declarado hereje obstinado y excomulgado. A todos
los lugares a donde fuera se le impondrá entredicho y suspensión. Todos sus partidarios, y
ante todo el caballero Hutten que lo protegía, recibirían las mismas penas. La sentencia
debía ser publicada por todos los obispos y se movilizó a las órdenes religiosas para
divulgarla y hacerla cumplir. La bula de excomunión tenía el nombre de Decet Romanum
Pontificem. La ejecución de la bula, sin embargo, fue evitada por la relación del Papa con
Federico III de Sajonia y por el nuevo emperador Carlos V quien, viendo la actitud papal
hacia él y la posición de la Dieta, encontró contraindicado apoyar las medidas contra Lutero,

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dirigiéndose a Worms con gran decisión: «Iría allí aunque hubiese tantos demonios como
tejas en los tejados».
Como ya había sucedido con la Bula precedente, la dificultad residía en obtener el
consentimiento de las autoridades regionales. Serán los nuncios los encargados de nombrar
inquisidores con poder de hacer uso de la fuerza por medio del brazo secular. Luego, el 18
de enero otro Breve papal invita al Emperador Carlos V a que publique la sentencia y asegure
con un edicto personal su total ejecución. El nuevo Emperador tenía una gran deuda con
Federico por su exaltación al trono, quien le rogó que no tomase medida alguna contra
Lutero, sin antes haberle oído. De este modo, el Emperador se hallaba en una embarazosa
situación que le dejaba perplejo. Roma no se daría por contenta sino con un edicto imperial
que sentenciase a muerte a Lutero. El príncipe elector Federico, haciendo buen uso de su
apelativo “el Sabio”, había declarado terminantemente «que ni su Majestad Imperial, ni
ningún otro había demostrado que los escritos de Lutero hubiesen sido refutados»; y por este
motivo, «pedía que el doctor Lutero provisto de un salvoconducto, pudiese comparecer ante
jueces sabios, piadosos e imparciales».
Este nuevo paso de Roma, sugerido por Aleandro, tropieza nuevamente con el
problema de que se enjuicia a la persona de Lutero y no a su doctrina, que es a la que la
gente se adhería. Los otros excomulgados, se aliarán entonces, a muerte con él, pues su
caída los arrastraría a todos. Por un momento parecería que Roma ha ganado terreno, de
hecho, el Emperador se comunica en seguida con el Papa para demostrarle la mejor
disposición.
Fue un tiempo de crisis terrible para el
proceso reformador. Durante siglos las
sentencias de excomunión emitidas por Roma
había sumido en el terror a los monarcas más
poderosos, y había llenado los más soberbios
imperios con desgracias y desolaciones. Aquellos
sobre quienes caía la condenación eran mirados
con espanto y horror; quedaban incomunicados
de sus semejantes y se les trataba como a
bandidos a quienes se debía perseguir hasta
exterminarlos. Lutero no ignoraba la tempestad Lutero quemando la Bula papal
que estaba a punto de desencadenarse sobre él;
pero se mantuvo firme, confiando en que Cristo era su escudo y fortaleza. Con la fe y el valor
de un mártir, escribía:
«¿Qué va a suceder? No lo sé, ni me interesa saberlo… Sea donde sea que estalle el rayo,
permanezco sin temor, ni una hoja del árbol cae sin el beneplácito de nuestro Padre celestial;
¡cuánto menos nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra de Dios, pues este Verbo se hizo
carne y murió por nosotros; con Él resucitaremos si con Él morimos; y pasando por donde
pasó, llegaremos a donde llegó, y moraremos con Él durante la eternidad».
Cuando tuvo conocimiento de la bula papal, dijo: «La desprecio y la ataco como impía
y mentirosa… El mismo Cristo es quien está condenado en ella… Me regocijo de tener que
sobrellevar algunos males por la más justa de las causas. Me siento ya más libre en mi
corazón; pues sé finalmente que el Papa es el Anticristo, y que su silla es la de Satanás». Con
irresistible fuerza Lutero devolvió a Roma la sentencia de condenación, y declaró

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públicamente que había resuelto separarse de ella para siempre. En presencia de gran
número de estudiantes, doctores y personas de todas las clases de la sociedad, quemó
Lutero la bula papal con las leyes canónicas y otros escritos que daban apoyo al poder papal:
«Al quemar mis libros, mis enemigos han podido causar la privación a la verdad en el ánimo
del pueblo y destruir sus almas; por esto yo también he destruido sus libros. Ha principiado
una lucha reñida, hasta aquí no he hecho sino defender la verdad; principié esta obra en
nombre de Dios, y ella se acabará sin mí y por su poder». Sin embargo el decreto de Roma no
quedó sin efecto. La cárcel, el tormento y la espada eran armas poderosas para imponer la
obediencia, y que a esta altura habían probado con creces su efectividad. Los débiles y los
supersticiosos temblaron ante el decreto del Papa, y si bien era general la simpatía hacia
Lutero, muchos consideraron que la vida era demasiado cara para arriesgarla en la causa de
la Reforma. Varios lo habían intentado antes y habían sido ejecutados de las peores formas.
Todo parecía indicar que la obra del reformador iba a terminar. A los escarnios de sus
enemigos que le desafiaban por la supuesta debilidad de su causa, contestaba Lutero:
«¿Quién puede decir que no sea Dios el que me ha elegido y llamado; y que ellos al
menospreciarme no debieran temer que están menospreciando a Dios mismo? Moisés iba
solo a la salida de Egipto; Elías estaba solo, en los días del rey Ajab; Isaías solo en Jerusalén;
Ezequiel solo en Babilonia… Dios no escogió jamás por profeta, ni al sumo sacerdote, ni a
otro personaje distinguido, sino que escogió generalmente a hombres humildes y
menospreciados, y en cierta ocasión a un pastor, Amós. En todo tiempo los santos debieron,
con peligro de su vida, reprender a los grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y
a los sabios… Yo no digo que soy un profeta, pero digo que deben temer precisamente
porque yo soy solo, y porque ellos son muchos. De lo que estoy cierto es de que la palabra de
Dios está conmigo y no con ellos».
La atención general de Europa se fijó en la reunión de los estados alemanes
convocada en WORMS, de la región de Renania, a poco de haber sido elevado Carlos V al
trono. Varios asuntos políticos importantes tenían que ventilarse en dicha Dieta, en que por
primera vez los príncipes de Alemania iban a ver a su joven monarca presidir una asamblea
deliberativa. De todas partes del Imperio acudieron los altos dignatarios de la Iglesia y
gobernantes. Nobles hidalgos, señores de elevada jerarquía, poderosos y celosos de sus
derechos hereditarios; representantes del alto clero que ostentaban su categoría y
superioridad; aristócratas seguidos de sus guardias armados, y embajadores de tierras
extrañas y lejanas; todos se juntaron en Worms. Con todo, el asunto que despertaba más
interés en aquella vasta asamblea era la causa del reformador sajón.
La DIETA DE WORMS, inaugura oficialmente sus sesiones el 28 de enero de 1521. Pero
esta vez, en el orden del día figura una temática que alude directamente a las injusticias que
están sucediendo alrededor de Lutero y sus compatriotas: la discusión de las “Quejas de la
nación alemana contra la curia romana”. Si bien el caso Lutero ni siquiera entra en el
programa, son ahora los príncipes alemanes quienes se han unido al proceso reformador en
búsqueda de mayor autonomía política y financiera, además de un alejamiento del
autoritarismo romano. Toda conversación, toda disputa, siempre terminaba con el nombre
de Lutero. Por más que buscaban sacarlo del centro del problema, no había forma de
eliminar su influencia y su persona del conflicto europeo. Al no encontrar salida alguna al
problema sin tener que escuchar a Lutero, Aleandro no encuentra más salida que el
destierro para el alemán. No se puede permitir hablar a Lutero y dejar que destruya al Papa:
«Que la herejía “luterana” no sea en Alemania lo que la abominable e insolente doctrina de

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Mahoma es en Asia». Carlos V se adhiere al nuncio papal y decide publicar de inmediato el
edicto de destierro, no obstante, es detenido por sus consejeros, ya que se necesita el
consentimiento de la Dieta y además, los caballeros luteranos aún no han bajado las armas.
Sin tener más opciones, se llega a la conclusión de solicitar al Emperador que cite finalmente
a Lutero a Worms. Así escribiría el mismo Carlos V:
«Honorable, caro y piadoso Martín, yo y los Estados del Sacro Imperio actualmente reunidos,
hemos resuelto y decidido considerar tus doctrinas y los libros que has publicado. Te
ordenamos venir, acordándote en nuestro nombre y en el del Imperio la total seguridad y la
total garantía que atestigua el salvoconducto adjunto. Hacemos votos para que cumplas
nuestra orden y no te abstengas de comparecer dentro de los 20 días en que recibas nuestro
salvoconducto, para que nadie te haga mal ni violencia...»
Carlos había encargado ya de antemano al elector Federico que trajese a Lutero ante
la Dieta, asegurándole protección, y prometiendo disponer una discusión libre con gente
competente para debatir los motivos de disidencia, en caso de ser necesario. Lutero por su
parte ansiaba comparecer ante el monarca. Su salud por entonces no estaba muy buena; no
obstante, escribió su príncipe Federico:
«Si no puedo ir a Worms bueno y sano, me haré llevar enfermo allá. Porque si el Emperador
me llama, no puedo dudar que sea un llamamiento de Dios. Si quieren usar de violencia
contra mí, lo cual parece probable (puesto que no es para instruirse por lo que me hacen
comparecer), lo confío todo en manos del Señor. Aún vive y reina el que conservó ilesos a los
inexpertos de la hornalla. Si no me quiere salvar, poco vale mi vida entonces. Impidamos
solamente que el Evangelio sea expuesto al desprecio de los impíos, y derramemos nuestra
sangre por Él, para que no triunfen. ¿Será acaso mi vida o mi muerte la que más contribuirá a
la salvación de todos?… Esperadlo todo de mí, menos la fuga y la retractación. Huir, no
puedo; y retractarme, mucho menos».
La noticia de que Lutero comparecería ante la Dieta circuló en Worms y despertó una
agitación general. Aleandro a quien, como legado del papa, se le había confiado el asunto de
una manera especial, se alarmó y enfureció. Preveía que el resultado sería desastroso para la
causa del papado. Hacer investigaciones en un caso sobre el cual el papa había dictado ya
sentencia condenatoria, era tanto como discutir la autoridad del soberano pontífice. Además
de esto, temía que los elocuentes y poderosos argumentos de este hombre apartasen de la
causa del Papa a muchos de los príncipes. En consecuencia, insistió mucho cerca de Carlos
en que Lutero no compareciese en Worms.
El 16 de abril de 1521 al mediodía llega Lutero finalmente a Worms. Todos quieren
verlo, la gente lo aclama. El humilde monje ha hecho un viaje triunfal atravesando Alemania.
Más de cien hombres armados acompañan al monje, que siempre vistiendo su hábito,
provoca a su paso entusiasmo y conmoción. En rigor, no se sabe a qué viene a Worms. Los
escritos del Emperador son muy vagos, y lo único que Lutero ha conseguido implantar es que
no se le pida una retractación previa a un juicio oral. Lutero ha sido convocado para el 17 de
abril de 1521. El Emperador, gobernante de la mitad del mundo, se enfrentaría a un simple
monje convencido de su fe, pero guía de una gran multitud que buscaba una ansiada
liberación de Roma. Si bien el Emperador Carlos V sabe perfectamente quién es el que tiene
el poder, tiene muy en cuenta que una sola palabra de Lutero puede desencadenar una
guerra interna en sus dominios, que le sería fatal.

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Con redoblado celo insistió Aleandro cerca del Emperador para que cumpliese su
deber de ejecutar los edictos papales y sacar a Lutero de la escena. Esto empero, según las
leyes de Alemania, no podía hacerse sin el consentimiento de los príncipes, y Carlos V, no
pudiendo resistir a las instancias del nuncio, le concedió que él mismo llevara el caso ante la
Dieta. Aleandro iba a alegar en favor de Roma y a defender al primado de Pedro ante los
principados de la cristiandad. Los que amparaban la causa de Lutero preveían de antemano,
no sin recelo, el efecto que produciría el discurso del legado, quien era ampliamente
conocido por su gran capacidad oratoria. Además, el elector de Sajonia no se hallaba
presente, aunque por indicación suya habían concurrido algunos de sus cancilleres para
tomar nota del discurso de Aleandro. Con todo el poder de la instrucción y la elocuencia se
propuso Aleandro derrocar la verdad proclamada por Lutero. Arrojó contra el monje cargo
sobre cargo acusándole de ser enemigo de la
Iglesia y de la Nación, de vivos y muertos, de
clérigos y laicos, de concilios y cristianos en
particular: «Hay en los errores de Lutero
motivo para quemar a cien mil herejes… ¿Qué
son todos estos “luteranos”? Un puñado de
gramáticos insolentes, de sacerdotes
enviciados, de frailes disolutos, abogados
ignorantes, nobles degradados y populacho
pervertido y seducido. ¡Cuánto más numeroso,
más hábil, más poderoso es el partido
católico! Un decreto unánime de esta ilustre
asamblea iluminará a los sencillos, advertirá a
los incautos, decidirá a los que dudan,
fortalecerá a los débiles». Lutero se mantenía Lutero en la Dieta de Worms
en silencio ante los ataques de Aleandro,
hasta que finalmente se le pregunta si los libros presentados son suyos y si está dispuesto a
retractarse de ellos. Nuevamente se cae en lo mismo y Lutero se mantiene firme: reconoce
sus libros, pero no se retractará a menos que le prueben algún error. Finalmente se le
concede un día para que conteste oralmente con exclusión de cualquier defensa escrita. Al
día siguiente Lutero se abre paso entre la multitud para presentarse a una nueva entrevista,
mas redacta de todas formas su respuesta en alemán y latín:
«Me es imposible retractarme sobre estos escritos. Pero sólo soy un hombre, y no puedo
defenderme de otra manera que como el propio Cristo lo hizo ante Anás. Un servidor lo había
abofeteado y simplemente contestó: Si he hablado como no debía dime qué es lo que he
dicho mal. [...] Que se me convenza mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos
de la razón - porque no le creo ni al Papa ni a los concilios solos, ya que está demostrado que
a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos - por los textos de la Sagrada Escritura
que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo
ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni
saludable. No puedo hacer otra cosa; esta es mi postura. ¡Que Dios me ayude!».
La negativa de Lutero causa la indignación del Emperador, quien hace la señal para
que dos guardias se lo lleven; la multitud está enardecida. Al día siguiente Carlos V convoca a
los Electores y a los demás príncipes para consultar sobre el caso Lutero: su herejía ha sido
proclamada y no hay otra sentencia que la hoguera.

33
Luego de la Dieta, el Emperador le privó de sus derechos burgueses y lo declaró
“legalmente muerto”. No tardó para que Lutero fuera perseguido y amenazado de muerte
adonde quiera que fuera, aunque eso no privó que miles de personas que había leído y
escuchado sus ideas estuvieran de acuerdo con él; desde todos los estratos sociales y
académicos: príncipes y mendigos, artesanos, monjes y sacerdotes, de a cientos se sumaban
a sus ideas y clamaban a su defensa. A lo largo de toda Alemania se escuchaban gritos de
apoyo a las ideas Lutero; la Reforma dentro de la Iglesia se volvía ahora inminente.
Lutero, que antes profesaba obediencia total a la Iglesia romana, no tenía otro
camino que negar abiertamente la autoridad papal y apelar a la convocación de un CONCILIO13
para revisar las doctrinas de la Iglesia. A esta altura, Lutero ya declaraba que el papado no
formaba parte de la inmutable esencia de la Iglesia original. Lutero aún no alcanzaba a
comprender la magnitud de su descubrimiento: la autoridad y poder del Papa estaban
siendo severamente cuestionados, los príncipes alemanes estaban dispuestos a apoyar a
Lutero ante el Emperador con tal de no tener que seguir pagando altos impuestos a la Iglesia
de Roma, y como si fuera poco, gente corría alborotada por las calles quemando escritos
papales. Cientos de sacerdotes, e incluso comunidades enteras se unían al pensamiento de
Lutero en búsqueda de una renovación de la Iglesia y un mayor compromiso con la
verdadera y pura fe apostólica. Era el momento de una renovada y más sincera «COMUNIÓN
DE LOS SANTOS», la comunión (= común-unión) de todos los bautizados unidos en la fe de
Jesucristo.
Mientras que los enemigos de la Reforma apelaban a las costumbres y a la tradición,
o a los testimonios y a la autoridad del Papa, Lutero los atacaba con la Biblia y sólo con la
Biblia. En ella había argumentos que ellos no podían rebatir; en consecuencia, los esclavos
del formalismo y de la superstición pedían a gritos la sangre de Lutero, tal como los judíos
habían pedido la sangre de Jesús. «Es un hereje» –decían los fanáticos– «¡Es un crimen de
alta traición contra la iglesia dejar vivir una hora más a tan horrible hereje: que preparen al
punto un degolladero para él!».
Las enseñanzas de Lutero despertaron por toda Alemania la atención de hombres
comunes y también los más reflexivos. Sus sermones y demás escritos arrojaban rayos de luz
que alumbraban y despertaban a miles y miles de personas. Una fe viva fue reemplazando el
formalismo muerto en que había estado viviendo la Iglesia por tanto tiempo. El pueblo iba
perdiendo cada día la confianza que había depositado en las supersticiones de Roma. Poco a
poco iban desapareciendo las vallas de los prejuicios. La Palabra de Dios, por medio de la
cual probaba Lutero cada doctrina, era como una espada de dos filos que penetraba en los
corazones del pueblo. En todas partes había hambre y sed de justicia como no se habían
conocido por siglos. Los ojos del pueblo, acostumbrados por tanto tiempo a mirar los ritos
humanos y a los mediadores terrenales, se apartaban de éstos y se fijaban, con
arrepentimiento y fe, en el Jesucristo crucificado y resucitado.

13
Cuando la Iglesia quiere tomar una decisión que abarca a toda la Cristiandad –proclamar un dogma,
modificar la organización de la Iglesia o condenar una herejía–, puede convocar un CONCILIO. El primer Concilio
Ecuménico (de toda la comunión de la Iglesia) se realizó en Nicea en el año 325 d.C. y de aquí se promulgó el
Credo Niceno, que fue la primera doctrina oficial de la Iglesia Cristiana que explica al Dios Trino. Luego tendrán
lugar los Concilios Ecuménicos de Constantinopla (381 d.C.), de Éfeso (431), de Calcedonia (451), etc. Será en el
Concilio de Trento (1545-1563) en que se desarrollaría la Reforma Católica que responderá a los protestantes
con la final excomunión y rechazo a sus ideas. De aquí en más –debido a la división– los Concilios sólo serán
efectivos para la Iglesia de Roma.

34
El fin del “Caso Lutero”
Ha llegado el momento de los desesperados proyectos para salvar a Lutero. Esa
misma noche comienzan las confabulaciones. La ciudad estaba fuera de sí. La agitación se
sentía en cada respirar. El arzobispo de Maguncia envía con urgencia a su hermano, el
Elector de Brandeburgo, a que suplique al Emperador para interrogar una vez más a Lutero.
Carlos V se niega terminantemente, pero la influencia de Lutero era tan fuerte que cede a la
presión. El día 22 de abril de 1521 se realizan varias entrevistas con distintos acompañantes
de ambos bandos, pero finalmente no se llega a nada, sólo se redacta un salvoconducto para
Lutero por 21 días para asegurar su seguridad hasta que se establezca la sentencia.
Mientras el nuncio romano Aleandro trabaja en la redacción del texto que permitirá,
de una vez por todas, apoderarse del hereje, una inesperada noticia conmueve a todo el
Imperio: ¡Lutero ha desaparecido! Circulan por toda Alemania los informes de que ha sido
raptado y asesinado, pero nadie sabía realmente lo sucedido…
Mientras tanto, el 12 de mayo de 1521 Carlos V declara finalizada la Dieta en Worms,
aun ignorando la suerte del monje, aunque se le declaró públicamente como prófugo y
hereje, con lo que se oficializa la ruptura del Luteranismo con la Iglesia Católica Romana. El
Edicto de Worms es oficializado el 25 de mayo declarando que Lutero era un bandido;
prohibiéndose la lectura y posesión de sus escritos. El Edicto también permitía a cualquiera
matar a Lutero sin sufrir consecuencias penales. Esto provocó agitación incluso en los más
moderados, y particularmente en el influyente pensador humanista Erasmo de Rotterdam,
quien defendía políticamente la postura de la libre expresión y pensamiento. Se le declaraba
maldito por el cielo y la tierra, y se incluía en la misma condenación a todos los que
escuchasen y recibiesen sus doctrinas. La gran lucha se iniciaba, la mecha había sido
encendida y el madero había sido puesto en la hoguera. Mientras que en Roma se hacen
juegos y fiestas sobre la muerte y el martirio de Lutero, fluiría silenciosamente un nuevo
raudal de escritos desde la ciudad de WARTBURG, en Turingia.

El Secuestro (1521-1522)
Como los fundamentos del Papa y del Emperador contra el pensamiento de Lutero no
tenían sustento teológico, usaron la violencia. Sus obras fueron prohibidas y quemadas. Pero
otros, que creían en la buena interpretación de Lutero, en vez de quemar sus obras,
quemaron las obras de los teólogos romanos y tomos del
Derecho Canónico, causando gran conmoción en toda
Alemania. Como Lutero corría un gran riesgo de ser
asesinado el príncipe Federico salió una vez más en su
ayuda, ahora enviándole un grupo de soldados con la misión
de secuestrarlo y llevarlo al CASTILLO DE WARTBURG, lugar en
donde estaría escondido y seguro. Ni siquiera Lutero sabía
de esta misión, por lo cual cuando se lo llevaron, a la mitad
del camino, pensó que ese era su fin. Al llegar al castillo supo
que el secuestro era su salvación y que debía esconderse por
algún tiempo, dejando que los inquisidores romanos
pensaran que estaba muerto. Allí permaneció durante casi
un año, lejos de toda la gente que conocía y sin establecer
Castillo de Wartburg

35
contacto alguno con el mundo exterior. En ese año, mientras en toda Alemania se corría la
voz que Lutero estaba muerto, él traducía la Biblia al idioma alemán, para que la gente
común, por primera vez, pudiera leerla y comprenderla. Aunque no muchos sabían leer en la
época, esto influyó definitivamente en un lento, pero importante proceso de alfabetización,
sustentado por la creciente industria de la imprenta y por los posteriores llamados del
reformador hacia una educación para todos. Lutero estuvo “invisible” en el castillo de
Wartburg desde mayo de 1521 hasta marzo de 1522.

La traducción de la Biblia al alemán


La Iglesia Católica Romana utilizó, incluso hasta
pasada mitad del siglo XX, la traducción de la Biblia al latín,
llamada Vulgata, idioma que sólo conocían los letrados.
Tanto la misa como las lecturas se hacían usualmente en
latín, por lo cual el pueblo común entendía poco y nada.
Originalmente el Antiguo Testamento (AT) fue escrito en
hebreo y el Nuevo Testamento (NT) en griego, la primera
traducción completa que se hizo fue la versión latina hacia
el siglo IV d.C. Esa traducción se usa formalmente en la
Iglesia de Roma hasta la actualidad. De aquí la necesidad
que vio Lutero de acercar la Palabra de Dios a la gente, ya
que las misas habían perdido su
sentido y la Palabra no se
entendía; con esto, se mantenía
cegado al pueblo sobre las Portada de la traducción del
verdades de fe y de la Iglesia. La Antiguo Testamento
auténtica novedad de Lutero no
fue solamente la traducción al alemán de la Biblia, ya que existían
Símbolo de la primera traducción a otros idiomas antes de Lutero, sino el haberla traducido
hoja de la Biblia de desde los originales hebreos, arameos y griegos y no desde la
Lutero
Vulgata, dando fundamental importancia a los idiomas originales.
Para su traducción, Lutero ocupa los originales hebreos y griegos del AT y NT
respectivamente, buscando el mayor acercamiento a la verdad y la traducción más fiel. Así,
el doctor en Sagradas Escrituras se mantuvo sentado durante meses traduciendo la Biblia
para que la gente tuviera acceso a ella y pudiera conocer y reconocer la Palabra y Voluntad
de Dios para sus vidas. Como la idea de Lutero era acercar la Palabra de Dios a la gente
común, durante la traducción hizo visitas secretas a los pueblos y mercados cercanos para
escuchar a la gente hablar y así poder escribir la traducción en un lenguaje coloquial.
En gran parte por su cercanía con la gente y por lo exhaustivo de su trabajo, la Biblia
de Lutero no sólo colaboraría enormemente con la educación cristiana de los alemanes, sino
también sería el escrito que daría sustento para la unificación del idioma alemán (que en la
época estaba distribuido en distintos dialectos) en todo el territorio, el cual se habla hasta la
actualidad.

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«Mi enseñanza se funda en que hay que poner la confianza únicamente en Jesucristo
y no en las plegarias, los méritos y las buenas obras. Pues nuestra salvación no dependerá de
nuestro celo, sino de la misericordia de Dios».

Pintura de Lutero en el castillo de Wartburg traduciendo la Biblia

La batalla propagandista
Junto con el debate teológico-bíblico que se produce alrededor de Lutero y sus
seguidores, florece una nueva forma de predicar y de comunicar un mensaje claro. También
ayudados por la próspera empresa de la imprenta, comienza la “batalla propagandista”,
liderada por artistas “luteranos” como los famosos pintores y escultores alemanes, DURERO y
CRANACH, y por supuesto, su contraparte Católico Romana. En las imágenes se puede apreciar
la propaganda que se distribuía por todas partes, en pos de humillar al contrario y quitarla
credibilidad.

37

El “diablo” toca su música a través de la


El Papa LEÓN X dibujado como
cabeza de Lutero
burro
En ambos casos, el mensaje es bastante claro. A la izquierda el Papa es presentado
como un burro, es decir, como alguien torpe que está al mando de la Iglesia, pero que no
tienen las capacidades para liderarla. Además el burro era un animal bien poco respetado en
la época, especialmente debido a su poca capacidad de reacción y su lentitud para trabajar.
A la derecha vemos una imagen del “diablo” tocando una gaita, pero a través de la cabeza
del monje agustino. Esto quiere transmitir que de la voz de Lutero no saldría la Palabra de
Dios, sino todo lo contrario, es la música diabólica elaborada por el “diablo” que utiliza a
Lutero para tentar al error a los cristianos.

La Misa y los Himnos


En su afán pedagógico y litúrgico, Lutero
traduciría más adelante toda la misa latina al
alemán (Deutsche Messe = Misa Alemana),
introduciendo cantos y arreglos conformes a la
época e idiosincrasia de su pueblo. Desde aquí
en adelante, sólo se leyó, predicó, oró y cantó
en el idioma del pueblo. Luego, otros países
hicieron lo mismo y simultáneamente se
hicieron traducciones al inglés y al español. Si
bien la intención de Lutero era que el pueblo
comprendiera mejor la Palabra de Dios, su
afanoso respeto por la tradición no lo llevaría a
eliminar el idioma latín, de hecho todo lo Original de Castillo Fuerte
contrario. Lutero sostuvo que todo el mundo
debía a mantener este idioma, pero que no podía ser el único idioma de la Iglesia.
En este largo período de “exilio” de Lutero, el reformador no sólo se dedicó a traducir
la Biblia sino también a escribir himnos para entonar durante los cultos o misas.14 De aquí
viene el famoso himno «CASTILLO FUERTE», inspirado durante el tiempo de estadía en el
castillo de Wartburg. Este himno resalta, en gran forma, el pensamiento medieval de la
época de Lutero y la dura “batalla de fe” que él y muchos otros luchaban en su corazón.
Lutero escribió gran número de himnos cristianos, la joya más preciosa de sus himnos es
«Castillo fuerte», la obra maestra de los himnos de la Reforma. Fue Lutero el que le dio gran
importancia al canto en el culto y de este modo hizo que la congregación participara más
directamente en la adoración y en los cultos o misas.

14
Vale destacar que la palabra hoy utilizada “culto” nunca fue referida por Lutero, quien siempre llamó a la
celebración cristiana como Misa Alemana (Deutsche Messe) o Servicio Divino (Gottesdienst).

38
Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo;
con su poder nos librará en este trance agudo.
Con furia y con afán acósanos Satán;
por armas deja ver astucia y gran poder: cual Él no hay en
la tierra.
Nuestro valor es nada aquí, con Él todo es perdido;
mas por nosotros pugnará de Dios el escogido,
¿sabéis quién es? Jesús, el que venció la cruz,
Señor de Sabaot, y pues Él sólo es Dios, Él triunfa en la
batalla.
Aun si están demonios mil prontos a devorarnos,
no temeremos, porque Dios sabrá aún prosperarnos.
Que muestre su vigor Satán, y su furor
dañarnos no podrá; pues condenado es ya por la Palabra
santa.
Sin destruirla dejarán, aún mal de su grado,
esta Palabra del Señor; Él lucha a nuestro lado.
Que lleven con furor los bienes, vida, honor,
los hijos, la mujer... todo ha de perecer: de Dios el reino
queda.
Martin Luther, traducción de EIN’ FESTE BURG

Lutero revisó la liturgia en su MISA ALEMANA de 1526, estipulando cómo debían ser los
cultos diarios y la catequesis. Sin alejarse de la tradición, se oponía a nuevas formas rituales
e instó a que se mantuvieran las liturgias tradicionales de la Iglesia. Aunque Lutero apoyaba
la libertad cristiana en estas materias, estaba a favor de mantener y establecer uniformidad
litúrgica entre aquellos que compartían la misma fe en un área dada. Él entendía la
uniformidad litúrgica como una expresión sensible de unidad en la fe, mientras que la
variación litúrgica era un posible indicador de variación doctrinal. La idea era conservar lo
que el Protestantismo había heredado del pasado (tradición), y sólo reformar aquellas cosas
que no estaban de acuerdo a las Escrituras.
En mayo de 1525 tuvo lugar en Wittenberg la primera Ordenación pastoral
protestante. Lutero había rechazado la visión Católico Romana de la ordenación como un
Sacramento. Un servicio de ordenación, con la imposición de manos junto con una oración
en un servicio congregacional solemne, era considerado suficiente.
Para suplir la falta de altas autoridades eclesiásticas debida a que muy pocos obispos
adoptaron la doctrina reformadora en tierras alemanas, Lutero tuvo que pedir a las
autoridades seculares que tomen parte en la administración de la iglesia a partir de 1525.
Los príncipes evangélicos serían “obispos de emergencia”. Lutero veía que los párrocos y
estudiosos no estaban preparados para tal responsabilidad, siendo necesario que se
mantuvieran las estructuras eclesiásticas tal y como fueran diseñadas al principio de la
Reforma.

39
Lutero sostuvo un especial y constante interés por la educación. En sus diálogos con
George Spalatin en 1524 se planteó un renovado sistema escolar, declarando que era deber
de las autoridades civiles el proveer escuelas y el velar por que los padres enviaran a sus
hijos a ellas. También apoyaba el establecimiento de escuelas primarias para la educación
femenina. Para esto elaboró ciertos escritos que serían fundacionales de la función del
Estado y educación estatal en Alemania, como lo son: «A la cristiana nobleza de la nación
alemana» de 1520 y su «Sermón para que se manden a los hijos a la escuela» de 1530.

El retorno a Wittenberg
Desde Wartburg Lutero escribía a menudo cartas a sus amigos y aliados
respondiendo o preguntándoles por sus puntos de vista o por consejos. Por ejemplo, Felipe
Melanchthon le escribió preguntándole cómo responder a la acusación de que los
reformistas renegaban del peregrinaje, del ayuno y de otras formas tradicionales de piedad.
Lutero le respondió el 1 de agosto de 1521:

«Si eres un predicador de la misericordia, no predicas una misericordia imaginaria, sino una
verdadera. Si la misericordia es verdadera, debes padecer el pecado verdadero, no
imaginario. Dios no salva a aquellos que son sólo pecadores imaginarios. Sé un pecador y
deja que tus pecados sean fuertes, pero deja que tu confianza en Cristo sea más fuerte, y
regocíjate en Cristo, quien es el vencedor sobre el pecado, la muerte y el mundo.
Cometeremos pecados mientras estemos aquí, porque en esta vida no hay un lugar donde la
justicia resida. Nosotros, sin embargo, dice Pedro (2ª Pedro 3:13), estamos buscando más
allá un nuevo cielo y una nueva tierra donde reine la justicia».

Mientras tanto, algunos sacerdotes sajones habían


renunciado al voto del celibato, en tanto que otros atacaron
la validez de los votos monásticos. Lutero en su escrito «Sobre
los votos monásticos» aconsejó tener más cautela, aceptando
en el fondo que los votos eran generalmente tomados «con la
intención de la salvación o la búsqueda de justificación». Con
la aprobación de Lutero en su «Sobre la abrogación de la misa
privada», pero en contra de la oposición firme de su prior (el
superior del monasterio), los agustinos de Wittenberg
realizaron cambios en las formas de adoración y suprimieron
las misas. Su violencia e intolerancia, sin embargo,
desagradaron a Lutero, que a principios de diciembre debió
pasar unos días entre ellos. Al regresar a Wartburg, escribió
El profesor Martín Lutero
«Eine treue Vermahnung... vor Aufruhr und Empörung» (Una
sincera amonestación por Martín Lutero a todos los cristianos para guardarse de la
insurrección y rebelión). Aun así, Carlstadt y el ex-agustino Gabriel Zwilling demandaron en
Wittenberg la abolición de la misa privada y de la comunión bajo las dos especies, así como
la eliminación de las imágenes de las iglesias y la abrogación del magisterio.
Durante la ausencia de Lutero, el movimiento reformador en Wittenberg se había
vuelto desordenado. Los fanáticos (radicales) comenzaron a destruir las propiedades de la
Iglesia y las imágenes (iconoclastas). Fue así como Lutero, a pesar del inminente peligro, en
1522 tuvo que volver sorpresivamente a la vida pública para poner fin a los destrozos y a las

40
malas interpretaciones de sus escritos. Él no quería que se cambiara el sentido
profundamente religioso y espiritual del cual había nacido el sentimiento reformador. Con
esto, Lutero junto a otros colegas, estableció que la Reforma había comenzado, pero que no
se debía, bajo ninguna circunstancia, usar la violencia ni erradicar las tradiciones de la
Iglesia. Se temía que la Reforma perdiera su rumbo y pudiera diluirse en una simple revuelta
popular.

Las Guerras Campesinas


A pesar de los intentos políticos y religiosos de mantener la paz, esa paz se vio
revertida por un movimiento paralelo a la Reforma: la REFORMA CAMPESINA. Los campesinos
llevaban años siendo maltratados por los altos mandos de la época (los reyes y príncipes),
viviendo en pésimas condiciones y con pequeñísimas ganancias. Las revueltas del
campesinado habían existido en pequeña escala desde el siglo XIV, pero cada vez que se
reunían con las autoridades en busca de una solución, no encontraban sino un trato peor del
que ya sufrían. No tardó en que muchos campesinos comenzar a seguir las ideas de Lutero,
que no solo hablaban de la Biblia y de la Iglesia, sino también del deber de los príncipes y
autoridades. Pero gran parte de los campesinos entendieron erróneamente el movimiento
reformador, dando por sentado que los mismos reformadores los ayudarían en su ataque a
las clases dominantes. Inicialmente Lutero parecía apoyar a los campesinos condenando las
prácticas opresivas de la nobleza, que habían incitado a muchos campesinos. Pero mientras
la guerra avanzaba, las atrocidades realizadas por los campesinos también lo hacían. La
revuelta terminó por avergonzar a Lutero, quien ahora se profesaba fuertemente en contra
de ella.
Un teólogo llamado TOMÁS MÜNTZER
(1490-1525), que se adhería a las ideas
renovadoras de Lutero, se une a los
campesinos sureños alemanes en su afán
por lograr la ansiada equidad, pero su
ayuda termina con encontrar fundamentos
teológicos, interpretando los escritos de
Lutero, para un levantamiento armado
contra el régimen feudal, lo cual lleva a las
sangrientas GUERRAS CAMPESINAS (1524-
1525). Alarmados por la revuelta, las
autoridades alemanas, valiéndose también
de las ideas de Lutero, quien se oponía
radicalmente a la sublevación contra la
autoridad, aplastaron la rebelión mediante Tallado que muestra a Lutero intentando detener a
el uso masivo de la fuerza, terminando en las airadas hordas de campesinos
una masacre. En 1525 se suprime
finalmente la rebelión y Müntzer es ejecutado. Ante esto Lutero terminó desolado. No podía
comprender el actuar de los campesinos, y estaba siendo superado por la abismal influencia
de sus doctrinas, las cuales no siempre eran comprendidas y citadas para cuestiones nobles,
sino también para fines políticos, ansias de poder y la revolución.

41
Lutero permaneció en Wittenberg durante los siguientes 20 años donde enseñó,
escribió y predicó, buscando siempre esa verdadera fe que llena los corazones con el amor y
la Palabra de Dios.

Monjas reformadoras
Mientras Lutero clavaba sus 95 Tesis, una joven de tan sólo 18 años de edad,
consolidaba su vida monástica en un monasterio alemán de Sajonia, Alemania. CATALINA VON
BORA (1499-1552), que había sido puesta en el monasterio desde niña y fuera de su voluntad,
y junto a otras monjas, escucharon hablar de un monje agustino que predicaba de una
manera distinta y que había tenido el valor de reinterpretar las Escrituras. Mientras más oían
de este monje, más se alimentaba su sed de conocimiento y de
una verdadera experiencia de fe. Al poco tiempo, los escritos de
Lutero ingresaron clandestinamente en el convento y estas monjas
comenzaron a reunirse en secreto para leerlos y meditarlos. No
pasó mucho tiempo hasta que enviaron un mensaje pidiendo ser
rescatadas del convento para unirse al movimiento reformador.
Tan profundo tocó el conocimiento de la verdad de Dios que ellas
mismas no pudieron continuar en ese lugar. A más lectura, mayor
fortaleza de fe, fueron adquiriendo, hasta que no vieron otra
salida, que ser fieles a su vocación y unirse al movimiento
reformador. Cuando Lutero se entera de las intenciones de estas
Catalina von Bora valerosas monjas, convence a un amigo mercader para que las
ayude a escapar. Así, en una tarde de 1523, este mercader, que
solía proveer al monasterio, ¡oculta a 12 monjas en barriles de pescado y las saca del
monasterio! Tres monjas volvieron con sus parientes, más las otras nueve fueron llevadas a
Wittenberg y se pusieron a disposición de Lutero para ayudar a la Reforma. Lutero mientras
tanto les consiguió hogares, maridos y distintos posicionamientos para que pudiera vivir y
ejercer su nuevo ministerio llamado por Dios.

El casamiento de Lutero
Como en la Biblia no hay ninguna clase de
prohibición para el matrimonio de los clérigos (se
cree incluso que el apóstol Pedro era casado), todos
los compañeros clérigos de Lutero fueron
contrayendo matrimonio. Lutero sentía que no era
un buen marido, ya que había sido excomulgado por
el Papa y perseguido por el Emperador (y que no
podía renegar del voto de castidad que había hecho
como monje), mas termina enamorándose de
Catalina. Su simplicidad, vitalidad y energía
cautivaban seriamente al reformador. En mayo o a
principios de junio de 1525 se conoció en el círculo
íntimo de Lutero sobre su intención de casarse con
Catalina. Finalmente en la mañana del 27 de junio de
1525 Catalina y Lutero fueron casados por el teólogo
Casamiento de Martín y Catalina
42
y amigo JOHANNES BUGENHAGEN. Ella se mudó a la casa de su marido, el antiguo monasterio
agustino en Wittenberg cedido como regalo de Bodas por el hijo del protector de Lutero,
Federico el Sabio, comenzando así a vivir en familia. Se considera a Catalina, una de las
mujeres más importantes de la Reforma debido a su papel, ayudó a definir la vida de familia
protestante y cimentar los fundamentos para el matrimonio del clero.
Catalina y Lutero tuvieron 6 hijos propios, de los cuales 2 mueren tempranamente, y
le dieron lugar también a 11 huérfanos, formando así una familia ejemplar, respetada y
querida. Sus hijos naturales fueron: HANS, nacido el 7 de junio de 1526, estudiaría leyes y se
transformaría en oficial de la corte, falleciendo en 1575; ELIZABETH, nacida el 10 de diciembre
de 1527, pero murió prematuramente el 3 de agosto de 1528; MAGDALENA, nacida el 5 de
mayo de 1529, muere en los brazos de su padre el 20 de septiembre de 1542, siendo su
muerte uno de los momentos más duros en la vida de Lutero y Catalina; MARTIN JR., nacido el
9 de noviembre de 1531, estudió teología y muere en 1565; PAUL, nacido el 28 de enero de
1533, se convirtió en médico y murió el 8 de marzo de 1593; MARGARETHA, nacida el 17 de
diciembre de 1534 y fallecida en 1570; quien mantendría el linaje de Lutero que se prolonga
hasta la actualidad.
La vida matrimonial de Lutero y Catalina ha sido por siglos un ejemplo para las
familias pastorales luteranas y también para otras personas que han querido dedicar sus
dones al servicio de Dios en el mundo. De aquí que la Iglesia Luterana promueve el
matrimonio de sus pastores y pastoras, poniendo gran énfasis en la importancia de la familia
como el primer lugar en donde las nuevas generaciones son educadas en la fe y según los
valores cristianos.

Los Catecismos Mayor y Menor


En 1528, el príncipe elector Federico el Sabio le
pidió a Lutero visitar las iglesias locales para determinar la
calidad de la educación cristiana que recibía el
campesinado. Lutero describió lo que vio en el prefacio del
Catecismo Menor:
«¡Piedad! ¡Buen Dios! ¡Que miseria tan abundante he
observado! La gente común, especialmente en las villas, no
tienen conocimiento de ninguna doctrina cristiana, y
muchos pastores unidos son incapaces e incompetentes
para enseñar».
Como respuesta a esta inminente necesidad de
conocimiento y de fe, Lutero preparó los llamados
CATECISMO MENOR y CATECISMO MAYOR.15 Se trata de
Portada del Catecismo Menor de
materiales de instrucción y devoción que Lutero Martín Lutero
consideraba como los fundamentos de la fe cristiana,
explicados para el común de la gente y elaborados para que todo padre de familia pudiera
enseñar a sus hijos en casa. Ambos catecismos explican los Diez Mandamientos, el Credo

15
En realidad «Deutscher Katechismus» (Catecismo Alemán: el “Menor”) y «Großer Katechismus» (Gran
Catecismo: el “Mayor”).

43
apostólico, el Padrenuestro, el Bautismo, la Confesión y la Absolución, la Eucaristía o Santa
Cena y contenían también ciertas oraciones. El Catecismo Menor iba dirigido a la gente
sencilla y para los hogares cristianos, mientras que el Mayor, que fue el primero en
redactarse, estaba destinado a la instrucción de los pastores, conteniendo un nivel teológico
bastante más elevado, aunque muy bien explicado. Los dos Catecismos siguen siendo
material de instrucción entre los luteranos en todo el mundo.

Muerte de Lutero (1546)


Ya en 1533 comienza la Reforma de Calvino en suiza, la cual se establece
definitivamente en 1535 con sede en Ginebra. Para 1534 se publica por primera vez la Biblia
de Lutero traducida íntegramente en alemán y ofrecida al pueblo. Pero al mismo tiempo, se
funda la Compañía de Jesús (Jesuitas) y Enrique VIII se proclama jefe supremo de la Iglesia de
Inglaterra. El mundo ya no era el mismo y los cambios se volvían cada vez más vertiginosos.
Las personas buscaban la verdad y ahora gozaban de grandes líderes para mostrárselas.
Aunque en muchos casos hubo errores, el afán reformador transformó el mundo para
siempre.
Los años restantes de su vida, Lutero los pasó en familia, junto a sus hijos y su esposa,
y además, predicando, enseñando y escribiendo alta teología. De este modo ayudó a
devolver a la iglesia las doctrinas básicas desde la Biblia, que durante siglos habían sido
veladas bajo cánones, decretos, tradiciones y mandamientos humanos. Encomendando su
descanso en las manos del Padre celestial, Lutero murió en su ciudad natal, Eisleben, el 18
de febrero de 1546 y fue sepultado junto al púlpito de la iglesia del Castillo en Wittenberg.
Lutero es el gran Reformador que Dios usó como instrumento para volver a sacar a la
luz las verdades trascendentales de que la Biblia es la Palabra de Dios y la única fuente de
revelación cristiana, y de que la salvación es únicamente por la gracia de Dios y la fe en
Cristo. El hecho de que estas verdades todavía se enseñen, lo debemos a la bendición de
Dios en concedernos el duro proceso de la Reforma. No hay otro predicador del Evangelio
como Lutero desde los días de San Pablo más digno de ser recordado con las palabras:
“Acuérdense de vuestros pastores, que les hablaron la Palabra de Dios; consideren la vida
que llevaron e imiten su fe” (Hebreos 13:7).

El “luteranismo”
Lutero detestaba la idea de formar “otra iglesia”, y sostenía continuamente que hay
sólo una Iglesia Católica (o Universal), pero ésta estaba corrompida… ¿Qué hacer? ¿Cómo
ser fiel a Dios en una Iglesia conducida por el mal? La Iglesia de Roma estaba dispuesta a
ahogar cualquier revolución por todos los medios, y los príncipes alemanes no estaban
seguros de qué hacer, por lo cual pidieron a Lutero que escribiera condensadamente todas
sus ideas antes de que estallara una guerra (entre católicos y “protestantes”). Fue así como
en 1530 su más cercano discípulo, Felipe Melanchthon, redactó la CONFESIÓN DE AUGSBURGO,
escrito que reúne hasta la actualidad, las doctrinas básicas de la Iglesia Luterana en el
mundo. La Confesión de Augsburgo es el fruto de años de pensamiento renovador y de una
fructífera interpretación bíblica; no está ni a la par ni por sobre la Biblia, sino que es una
interpretación de la misma. Esta Confesión sirvió para unir las fuerzas e ideas de los que en
aquella época fueron llamados peyorativamente “luteranos” y “protestantes”. Muchos

44
príncipes alemanes se adhirieron a la Confesión de Augsburgo y enfrentaron al emperador
en defensa de la fe “reformada” bajo peligro de muerte. El emperador, ante tal clase de
lealtad hacia el pensamiento reformador, no pudo hacer más que aceptar la autonomía
deseada, declarándose finalmente que cada región alemana confesaría la religión de su
príncipe. Esto implicaba que si el príncipe se confesaba “luterano”, entonces todos sus
súbditos tenían la obligación de ser luteranos también. Así sucedía también si el príncipe
continuaba siendo católico-romano. Esto parecía ser una victoria para los “protestantes”,
pero antes de poder celebrar, el cielo se nublaba con el polvo que lentamente levantaban las
tropas católicas enviadas por el Papa para aplacar de una vez el movimiento reformador: la
guerra se veía inevitable…
Martín Lutero, muy en contra de su voluntad, ha donado su nombre a la iglesia
madre del protestantismo, la Iglesia Evangélica Luterana:
«No llaméis a los que me siguen “luteranos”, sino “cristianos”».

En virtud de su gran humildad y de que él ansiaba la sola exaltación de Cristo, no nos


sorprende oír de sus labios esta protesta. Así como el nombre de «cristiano» fue usado
como señal de desprecio por los contrarios del cristianismo durante los primeros siglos de la
Iglesia, también el nombre de «luterano» fue usado como señal de desprecio por los
enemigos de la Reforma.
Decenas de años de duras batallas y millones de muertos dejó como saldo el proceso
de CONTRA-REFORMA de la iglesia de Roma (o REFORMA CATÓLICA). Mientras tanto, miles de
personas, comunidades e incluso países enteros abrazaban la libertad luterana como su
forma de interpretar y seguir la fe; formando lo que hoy conocemos como IGLESIA LUTERANA. El
movimiento liderado por Lutero recibió gran apoyo y miles de personas lo siguieron; no
porque se desarrollaba la fe a través de él, sino porque la “nueva” fe mostraba a Cristo Hijo y
al Padre amoroso que lo envió para morir por nosotros y regalarnos la Vida Eterna. El pueblo
y los príncipes que estaban cansados de ser explotado por la iglesia romana y ansiaban un
cambio, lo logran reconocer en la libertad cristiana interpretada por Lutero. Hacía tiempo
también que se buscaba una mayor independencia de Roma y del Imperio, aunque éstos son
motivos puramente políticos y económicos que poco tienen que ver con sacar a la luz el
Evangelio. La motivación de Lutero y la de los príncipes no era la misma, pero se sirvieron
mutuamente de ayuda, ya que el “enemigo” era común.
A pesar de que la idea nunca fue formar otra “iglesia” –algo terminantemente
prohibido por Lutero– éste fue el único camino que tuvieron los “protestantes” para poder
vivir libremente la fe que nuestro Señor Jesucristo nos dejó. Como es de suponerse, este
paso no es algo sencillo, ya que estaba muy arraigado en la cultura y en las mentes de la
gente que la única iglesia con autoridad divina era la de Roma. Intentar cambiar esa
mentalidad era algo casi utópico, incluso para Lutero y sus ayudantes, algo que hasta la
actualidad aún se puede sentir en algunas partes.

«No estoy bautizado en el nombre del doctor Lutero; él no es mi Dios, ni


mi Salvador; no creo en él, ni seré salvo por él; y en este sentido no soy
luterano. Pero si se me pregunta, si con el corazón y la boca confiesa
esta doctrina, que Dios nos dio y reveló de nuevo, escogiendo como

45
instrumento al doctor Lutero, entonces no tengo escrúpulos de
llamarme “luterano”; y en este sentido soy y permaneceré luterano por
toda mi vida».
Margrave de Brandenburgo

Después de la Reforma
La evolución inicial del luteranismo estuvo influida de un modo extraordinario por los
acontecimientos políticos. El emperador Carlos V no pudo sofocar el avance del luteranismo
porque en ese momento el Imperio era amenazado por los turcos. A pesar del EDICTO DE
WORMS (1521), que prohibía la actividad de los luteranos, el movimiento continuó
extendiéndose. Siguieron de forma intermitente guerras religiosas que concluyeron con la
PAZ DE AUGSBURGO (1555), acuerdo donde se estipulaba que la religión del gobernante de cada
territorio dentro del Sacro Imperio Romano Germánico debía ser la religión de sus súbditos,
autorizando de un modo efectivo así a las iglesias luteranas y reconociendo además a los
príncipes territoriales como primados de sus respectivas iglesias. La FÓRMULA DE CONCORDIA
(1577), redactada por teólogos para resolver los enfrentamientos surgidos en el seno de los
luteranos, fue suscrita por los dirigentes políticos para asegurar la unidad del movimiento
luterano en un periodo en el que amenazaban nuevas guerras religiosas.
El protestantismo en Alemania alcanzó su máxima difusión territorial hacia 1566 y a
partir de allí comenzó a declinar. El catolicismo reavivado de la Contrarreforma se hizo cada
vez más agresivo, dirigido por los jesuitas y apoyado por los príncipes decididamente
católicos. La COMPAÑÍA DE JESÚS, o JESUITAS, era una orden religiosa y al mismo tiempo militar;
así lo era también su fundador, el militar castellano y sacerdote católico IGNACIO DE LOYOLA
(1491-1556). El protestantismo dividido no podía ofrecer una resistencia eficaz. El principio
cuius regio, eius religio (lat.) (= según el rey, es la religión), era vigorosamente aplicado por
los príncipes católicos, especialmente en el sur y otros territorios fuera de Alemania, para
aplastar tanto a los nobles como a los habitantes protestantes. Bajo la dirección de los
jesuitas, se hicieron avances católicos en muchos obispados que habían abrazado la fe
protestante. La situación en Austria y Bohemia (hoy República Checa) era cada vez más
desfavorable para los protestantes. La propaganda jesuita era muy fuerte en todo el imperio
y ganó muchos conversos individuales. La situación entre católicos y protestantes era cada
vez más tensa.
Ante estas circunstancias una cantidad de príncipes protestantes se unió en la
defensa como LIGA PROTESTANTE, encabezados por el elector calvinista Federico IV. Para
hacerle frente, los católicos encabezados por Maximiliano de Baviera, opusieron la LIGA
CATÓLICA (mucho más poderosa y con más fondos que podían contratar a más mercenarios).
Sin embargo, ni los fuertes estados luteranos del norte de Alemania quisieron unirse a la Liga
Protestante, ni el emperador quiso formar parte de la Liga Católica. Pero a pesar de esto, la
guerra ya era inminente.

La Reforma Calvinista (1536)

46
JUAN CALVINO (1509-1564), bautizado con el nombre de Jean Cauvin, fue un
prominente teólogo francés considerado uno de los padres de la Reforma Protestante. Más
tarde, muchas de las doctrinas fundamentales de posteriores reformadores se identificarían
con él, denominando a estas doctrinas como CALVINISMO.
Con poco más de 20 años, Calvino adoptó varios puntos de vista de la Reforma en
Alemania. Así, llegó a la negación de la autoridad por derecho divino de la iglesia de Roma,
negó la sucesión apostólica desde el apóstol Pedro, y entendió la primordial importancia de
la Biblia como única regla de fe y conducta, destacando la doctrina de la justificación del
cristiano por medio de la sola fe y gracia de Dios. Esto se resume, siguiendo la pedagogía
elaborada por Lutero, en la frase: sola fides (= solo fe) y sola Scriptura (= solo Escritura).
La reforma se asentaba en Europa gracias a la obra de varios reformadores. Uno de
los más influyentes fue el reformador y predicador de origen francés GUILLERMO FAREL (1489-
1565), quien después de ser perseguido y apedreado, logró influir de tal manera en la
sociedad que se exigió la expulsión de iglesia romana de Ginebra. Un 21 de mayo de 1536
consiguió en la plaza pública de Ginebra, mediante la institución de la TEOCRACIA16, que todos
aceptaran vivir «según el Evangelio y la Palabra de Dios». Esto abre las puertas de un poder
enorme: el de unir el Evangelio con el gobierno, lo cual hasta entonces siempre había
resultado en dictaduras eclesiásticas y grandes matanzas, y ésta no será la excepción.
Al enterarse Farel de que Calvino pernoctaba en Ginebra durante un viaje hacia
Saboya (Italia), lo visitó donde éste se hospedaba y lo convenció de que permaneciese en
Ginebra para realizar la obra que Farel reconocía superior a sus fuerzas: instituir la fe
protestante en Ginebra y alrededores. Calvino, de sólo 26 años, era ya reconocido en toda
Europa por su obra recién publicada y que trataba sobre el asentamiento institucional del
cristianismo reformado: La INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA, la obra maestra del
pensamiento calvinista y que varios puntos se distancia radicalmente de Lutero. Fue
publicada primero en latín en 1536, y luego traducido al francés por él mismo en 1541. La
Institución es un trabajo destinado a influir en el rey de Francia para que tratase con
benevolencia y comprensión a aquellos profesaban la fe protestante. Es asimismo una
declaración de las doctrinas evangélicas y bíblicas a las cuales el autor se hallaba ya
definitivamente adherido.
Calvino se establece en la ciudad de Ginebra como lector de la Santa Escritura en la
iglesia de San Pedro. Pero Calvino y Farel no se limitaron a la obra en Ginebra. A finales de
septiembre de 1536 ambos viajaron a la ciudad de Lausanne, donde se encontraba PEDRO
VIRET (intimo amigo de Calvino) sirviendo como pastor. La razón de su viaje era participar en
un debate auspiciado por la ciudad de Berna, con el propósito de decidir cuál religión habría
de predominar en los territorios circundantes que Berna había conquistado del Duque. Viret
y Farel serían los exponentes del lado protestante (se suponía que Calvino no tomaría parte
activa en la discusión); y de los 174 sacerdotes que aceptaron la invitación del lado Católico
Romano, sólo 4 de ellos participaron en el debate.

16
Una TEOCRACIA (del griego Teos = Dios y Cratos = Gobierno : gobierno de Dios) es una forma de gobierno en la
que los líderes gubernamentales coinciden con los líderes de la religión dominante, y las políticas de gobierno
son idénticas o están muy influidas por los principios de la religión dominante; normalmente el gobierno afirma
gobernar en nombre de Dios o de una fuerza superior, tal como especifica la religión local. La RAE la define
como: Gobierno ejercido directamente por Dios, y en una segunda acepción: Sociedad en que la autoridad
política, considerada emanada de Dios, se ejerce por sus ministros.

47
La catedral de Lausanne se abarrotó de personas. Cinco diputados de Berna
acudieron para darle un carácter oficial al asunto; también contaban con secretarios que
debían copiar la discusión palabra por palabra. Farel fue el primero en hablar; durante una
semana presentó diez tesis que eran rebatidas por los romanos, quienes acusaron a los
protestantes de ignorar la tradición de los primeros Padres de la Iglesia sobre el asunto de la
presencia de Cristo en la Eucaristía: «Si conocierais lo que los padres dijeron, veríais que
vuestra posición es falsa y condenada». Calvino se sintió exasperado por esa declaración. Él
sostenía que en la Eucaristía sólo había un símbolo o memorial de la Última Cena de Jesús,
más no residía en el pan y el vino la presencia real de Cristo, como verdadero cuerpo y
verdadera sangre. Esto no sólo lo distanció de la Iglesia de Católica Romana, sino también de
todo el protestantismo proveniente de las ideas de Lutero.
Calvino se levantó y empezó a refutar al orador católico. Con asombrosa memoria
empezó a citar a Cripiano, Tertuliano, Crisóstomo, Agustín y muchos otros. Y no se limitaba a
mencionar el autor, sino que Calvino identificaba y citaba el libro y el capítulo en el cual el
Padre de la Iglesia había escrito sobre tal tema, argumentando de una forma intachable.
Cuando terminó, la multitud estaba grandemente animada. El pueblo se apretujaba y
aclamaba con entusiasmo al joven orador desconocido.
El momento más excitante aconteció cuando un monje franciscano alzó la voz
diciendo que ésta era la verdadera doctrina. Pidió a Dios que le perdonara sus pecados por
haber estado enseñando y siguiendo los falsos dogmas de Roma durante tantos años.
Muchos otros estuvieron de acuerdo con él, a pesar de que no se expresaron en forma tan
efusiva. En los meses que siguieron, 120 sacerdotes y 80 monjes de los distritos circundantes
se convirtieron a la fe protestante, que había pasado a ser la religión oficial en tales
territorios.
Mientras tanto, en la ciudad de Ginebra Calvino se había convertido en el principal
colaborador de Guillermo Farel en la tarea de proseguir los avances de la Reforma. Para tales
fines, en noviembre de 1536 Calvino presentó ante el Consejo de la Ciudad una CONFESIÓN DE
FE de 21 artículos que el pueblo debía aceptar bajo juramento. Y unos meses más tarde, a
mediados de enero de 1537, los dos predicadores presentaron otro documento en el que
pedían cuatro reformas básicas para la Iglesia de Ginebra:
1. Que nadie participase de la Santa Cena si no es con verdadera piedad y genuina reverencia, y
así no serían excomulgados: «Por tal razón y a fin de mantener la integridad de la Iglesia, es
necesaria la disciplina». Calvino también pedía que la Cena del Señor se celebrara con más
frecuencia, para así recordar a Cristo.
2. Que se reformaran las leyes concernientes al matrimonio según la Palabra de Dios: «ya que
el Papa las ha confundido de tal modo, dictando decretos a su antojo».
3. Que los niños fuesen catequizados por sus padres, y que en ciertas ocasiones del año
comparecieran ante los pastores para asegurarse de que realmente estaban aprendiendo la
Palabra de Dios.
4. Que el pueblo participara activamente en los servicios de adoración cantando salmos: «Hay
salmos que deseamos sean cantados en la iglesia. Si se adopta la reforma, la gente tendrá
que cantar en las iglesias. No han cantado durante siglos. Ni siquiera han entendido el latín
cantado por los sacerdotes. Ahora, en vez de ser mudos espectadores, tendrán una parte en
el culto. Con ello adorarán a Dios, cantando sus alabanzas, y darán gracias a Dios de común
acuerdo».

48
El Consejo de la Ciudad aceptó sin problemas los últimos 3 puntos; pero el asunto de
la excomunión era otra cosa. Los magistrados se resistían a cambiar lo que ellos
consideraban como tiranía clerical católica por un nuevo yugo protestante. Calvino, por su
parte, se sentía cada vez más decepcionado por el estado moral del pueblo.
La dureza provocada por la disciplina extrema de Calvino llegó a tal punto que el
Consejo de la Ciudad ordenó a Farel y a Calvino que dejasen de predicar; pero ambos
desobedecieron la orden y se negaron a administrar el Sacramento, por lo que el Consejo
decidió expulsarlos de Ginebra. El 25 de abril de 1538 Calvino y Farel abandonaron la ciudad.
Muy pronto Farel recibió una invitación para ir a pastorear a la ciudad de Neuchatel
que había aceptado la Reforma. Calvino por su parte, habiéndose quedado solo en Basilea,
fue invitado por algunos pastores de Estrasburgo a que aceptara el pastorado de una iglesia
de refugiados franceses. Con 29 años de edad, pasó tres años en Estrasburgo, en donde
disfrutó de un tiempo de mucha tranquilidad y sosiego. Allí se dedicó a escribir (un himnario
con 18 salmos, el credo apostólico con música, 17 capítulos más para su "Institución",
estudio sobre la carta a los romanos, entre otros). El francés que usó en la segunda edición
de su INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA fue tan hermoso y pulido, que Calvino ha sido
reconocido como uno de los padres del francés moderno, del mismo modo que Lutero por
su traducción de la Biblia ha sido llamado padre del alemán moderno.
Durante su estadía en Estrasburgo, la situación en Ginebra se tornaba cada vez peor,
de tal manera que el Concilio General de la Ciudad le pidió a Calvino que retornara como
pastor. Calvino recibió la carta estando en la ciudad de Worms, donde había sido enviado
por la ciudad de Estrasburgo como representante en cuatro Dietas convocadas de nuevo por
el Emperador Carlos, entre los años 1539 al 1541 (allí Calvino desarrolló una muy buena
amistad con Felipe Melanchthon que duró por 24 años, hasta la muerte de éste; y también
mantuvo una relativa amistad epistolar con Lutero, pero nunca llegaron a conocerse
personalmente). Al leer la carta, Calvino estalló en llanto. Era una decisión muy difícil para él,
pero después de 10 meses de mucha lucha, finalmente decidió regresar.
Calvino regresó a Ginebra el 13 de septiembre de 1541 para no salir de allí nunca
más. Al subir al púlpito por primera vez, abrió su Biblia en el mismo versículo que continuaba
en su sermón que había quedado suspendida tres años antes. Predicaba varias veces el
domingo y, durante algunas semanas, todos los días restantes. Muchos protestantes que
escaparon de Francia, de Escocia y de Inglaterra, huyeron hacia Ginebra de tal manera que,
en poco tiempo, la población se duplicó a más de 20.000 habitantes. Entre los protestantes
escoceses se encontraba JOHN KNOX17 (1510-1572), quien llegó a decir de la Iglesia en Ginebra
que era: «la más perfecta escuela de Cristo que alguna vez haya habido en la tierra desde los
días de los apóstoles». Durante su estadía allí, Knox formó parte de un equipo que
finalmente publicó la llamada BIBLIA DE GINEBRA, para el pueblo de habla inglesa. Fue la
primera Biblia con notas teológicas al margen, muchas de las cuales no eran más que una
extensión del ministerio de predicación de Calvino. Ésta vino a ser la versión predominante
entre los puritanos ingleses por los próximos 100 años y fue la Biblia que los peregrinos del
Mayflower llevaron consigo hacia la colonización de Norteamérica.

17
John Knox es un pastor escocés líder de la Reforma Protestante en Gran Bretaña, considerado el fundador de
PRESBITERIANISMO.

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Ginebra se convirtió en una escuela de preparación de líderes protestantes de línea
calvinista. La ACADEMIA DE GINEBRA se estableció en 1559 y, para el tiempo en que el sucesor
de Calvino, TEODORO BEZA, se retiró, se habían entrenado unos 1.600 hombres para el
ministerio. De igual manera, inspirados por la visión de Calvino, Ginebra se convirtió en un
núcleo misionero muy importante. Este esfuerzo evangelístico produjo resultados
sorprendentes, sobre todo en Escocia (con John Knox) y en Francia. En 1555 sólo había una
iglesia Reformada (así se llamará a las iglesias protestantes calvinistas) completamente
organizada en Francia. Siete años más tarde eran cerca de 2.000, algunas de ellas con un
tamaño considerable. Durante la década de 1560, más de 2 millones de franceses
pertenecían a tales iglesias (en una población de 20 millones), aunque la gran mayoría serían
en poco tiempo expulsados o asesinados por el rey de Francia.

«Lutero es la trompeta que despertó al mundo de su letargo, pues no


tanto Lutero es el que habla, sino Dios, cuyas luces salieron de los labios
de Lutero».
Juan Calvino

La Guerra de los 30 Años (1618-1648)


Los conflictos entre católicos y protestantes en Europa se hacían cada vez más
ásperos en las regiones en donde debían convivir ambas confesiones. Particularmente en
Bohemia (hoy República Checa), en donde la población era mayoritariamente protestante,
pero el rey era católico y con claras intenciones de volver toda la región al catolicismo. El
emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia, Matías, murió sin dejar heredero en 1617,
pero dejando testamentado a favor de su sobrino, Fernando de Estiria. Fernando, que al
convertirse en rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio pasó a llamarse Fernando II,
era un católico convencido que había sido educado por los jesuitas y quería restaurar el
catolicismo a como dé lugar. Por ello era impopular en Bohemia, la cual era
predominantemente calvinista. El rechazo de Bohemia a Fernando sería uno de los
detonantes de la guerra. En mayo de 1618, una partida de protestantes descontentos, al ser
repetitivamente ignorados por el Consejo Real en reclamo por la libertad de sus derechos
religiosos, arrojaron por una ventana, en Praga, a los dos representantes católicos del rey.
Este hecho conocido como “la DEFENESTRACIÓN DE PRAGA”, provocó la rebelión en Bohemia y
dio origen a la más cruenta y desastrosa guerra que sufriera Europa hasta el siglo XX: la
GUERRA DE LOS 30 AÑOS.
Si bien la guerra al comienzo fue favorable a los bohemios, quienes en 1619, luego de
la muerte de Matías, eligieron como rey al elector calvinista Federico V, esto no duró mucho
tiempo. La misma semana Fernando II fue elegido emperador. Federico encontró poco
apoyo fuera de Bohemia, y a Fernando le prestaron su ayuda los alemanes católicos del sur y
las fuerzas españolas ubicadas en los Países Bajos. Esta combinación católica, a las órdenes
del general Tilly, derrotó a las fuerzas bohemias cerca de Praga, en noviembre de 1620.
Federico huyó del país, la tolerancia religiosa fue anulada y la Contrarreforma católica fue
impuesta en Bohemia, Moravia y Austria. La Unión Protestante se disolvió y el

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protestantismo fue severamente reprimido en Austria. Mientras tanto las fuerzas españolas,
seguidas luego por Tilly y el ejército de la Liga, habían invadido el Palatinado (tierras de
Alemania central). Conquistaron el país, impusieron el catolicismo. El noroeste de Alemania,
donde muchos obispados se habían vuelto protestantes desde la Paz de Augsburgo, se veía
ahora amenazado por la guerra, y las pérdidas ya sufridas por el protestantismo alertaron a
las potencias protestantes extranjeras. Los reinados de Dinamarca, Inglaterra y Holanda, y
varios príncipes protestantes alemanes se aliaron en la Liga Protestante. Rápidamente
decidieron invadir los territorios atacados por el Imperio, pero las batallas, cada vez más
sangrientas, iban desmembrando a los protestantes ante el vasto poderío católico.
De las remotas regiones del Mar del Norte surgió un liberador, que llamado y guiado
por Dios, se enfrentaría a las fuerzas católicas. Era Gustavo Adolfo (1594-1632), rey de
Suecia. Sincero protestante, así como valeroso soldado, había visto con dolor y alarma como
las tropas de la Liga Católica del emperador habían avanzado sobre los estados de Alemania,
habían echado a los ministros de la fe reformada y habían restablecido los altares romanos.
El grito de los oprimidos le había llegado una y otra vez. Al ascender al trono en 1611, y con
sólo diecisiete años de edad, tuvo que ordenar primero sus propios dominios para intervenir
en la guerra. El poder que Gustavo había adquirido sobre el Báltico y las ciudades que
dominaba sobre su costa, le mantenían abierta la puerta de entrada en Alemania y los
guerreros que había entrenado en estas guerras, parecen no haber sido vistos en Europa
desde hacía mucho tiempo.
Si bien es cierto que Gustavo Adolfo estaba ahora listo para embarcarse en esta
guerra europea, no es menos cierto que la guerra había alcanzado una etapa que no le
dejaba alternativas, más que tomar parte en el conflicto. La victoria había llevado las
legiones papales a las aguas del Báltico: las posesiones que tenía en esa costa estaban en
serio peligro de ser arrebatadas; pero no se detendrían allí; cruzarían el océano, lo
asediarían y extinguirían su soberanía y el protestantismo de su territorio. La Liga Católica
había propuesto ese esquema de conquista y el emperador Fernando II no descansaría hasta
haber extendido sus dominios hasta el extremo norte de Suecia y de haber eliminado toda
señal de protestantismo. El monarca sueco sabía que no podía evitar la intervención en el
conflicto; si él no iba a buscar a sus enemigos, ellos vendrían por él. Llegado el momento de
intervenir, Inglaterra, Francia y Holanda se habían mantenido al margen del conflicto, ya sea
por motivos políticos como de fuerza mayor, y excepto que el protestantismo fuera a ser
salvado por un milagro, él debía tomar la espada y emprender la dura tarea.
Gustavo Adolfo se embarcó con los 15.000 guerreros que formaban su ejército. Era
un ejército muy pequeño para la empresa que estaban emprendiendo, pero la fuerza,
heroísmo y devoción del jefe fortaleció el espíritu de todos sus soldados. Zarparon en Junio
de 1630, exactamente 100 años después de la presentación de la confesión de Augsburgo a
Carlos V, y desembarcaron en las costas de Alemania. Este desembarco fue poco entendido
por ambos lados de la contienda. Los católicos no dieron importancia a ese pequeño ejército
que venía cruzando el Báltico y los protestantes estaban tan metidos en las batallas que no
pudieron entender el significado del advenimiento del héroe nórdico. No reconocieron que
su libertador vendría de una manera tan humilde y más bien hubieran preferido que ese
extranjero se mantuviera al margen del conflicto. Los príncipes protestantes preferían
mantenerse en la situación en que estaban que deberle su emancipación a un extranjero y
además temían que el monarca sueco luego de ayudarlos a vencer al enemigo católico
quisiera unir las tierras protestantes de Alemania a sus dominios.

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Paso a paso Gustavo Adolfo avanzó en el norte de Alemania. Muchos soldados
locales se fueron uniendo al ejército sueco, cambiando sus desordenados hábitos por el
orden y la valentía de las tropas bien disciplinadas. Días tras días se fueron capturando
nuevas ciudades y la desventaja numérica se compensaba con mejores tácticas. Los
generales del Imperio, al llegar el invierno, intentaron proponer a los suecos una paz
temporal por el tiempo del invierno, pero se encontraron con gente que, cubiertas con
pieles de ovejas, no sentían que hubiera invierno en Alemania. El ejército imperial se iba
desmembrando poco a poco, al mismo tiempo que perdía reputación, debido a los excesos
cometidos por ellos en muchas ciudades alemanas, en donde los saqueos y verdaderas
carnicerías humanas se hicieron notar. En contraste, las tropas suecas se mostraban fieles a
su rey y a la causa protestante, actuando siempre con gran honor ante los derrotados. Estas
diferencias fueron radicalmente definitorias en el conflicto, ya que muchos se unían a las
fuerzas suecas, mientras los ejércitos imperiales acumulaban odio entre los habitantes de
Alemania.
Después de habérsele unido los electores, y con 35.000 varones sajones más los
suecos decidieron a enfrentar directamente al ejército imperial. Era la primera vez que el rey
Gustavo Adolfo se enfrentaba al gran ejército imperial. Pero, a diferencia de lo que
esperaban, el sueco no era un pequeño reyezuelo gótico, sino un gran conquistador que los
aplastó en el campo de batalla y desarmó completamente a los invasores. Si bien Gustavo
Adolfo murió en una de las batallas, los ejércitos protestantes tomaron más bríos para luchar
hasta lograr la liberación de Austria y Alemania de las manos imperiales romanas. Las
victorias de Gustavo Adolfo y sus propuestas de paz formaron finalmente la base del gran
acuerdo de TOLERANCIA RELIGIOSA bajo el cual la cristiandad europea finalmente se asentó, y
que se destaca en la historia como la PAZ DE WESTFALIA (1648). Este documento estableció las
nuevas fronteras para varios países Europeos, siendo el gran perdedor el Emperador, quien
perdió todos los territorios al centro de Europa (Alemania y Austria). También se logró la
tolerancia religiosa en cuanto cada cual podía seguir su propia religión, tanto súbdito como
rey, mas sólo se permitió ser católico-romano, luterano o reformado calvinista.
Todo este conflicto llevó a muchas dudas sobre la real importancia de las verdades
doctrinales y sobre el poder militar que cada una de las partes podía o debía ejercer. Así,
comienza una época desconfianza hacia los dogmas y el dogmatismo, que por la experiencia
pasada, se sabía que conducían a la guerra entre hermanos; y todo en nombre de Dios. Si
bien la tolerancia religiosa comenzó a abrirse paso en Europa, no venía de una mejor
comprensión cristiana o espiritual, sino de una creciente indiferencia ante las cuestiones
confesionales, que hasta ahora sólo parecían producir muerte y dolor. Fue el pensador inglés
y padre del LIBERALISMO, John Locke (1632-1704), en su ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
(1690) quien, junto con otros autores, comenzó a redactar las nuevas posturas que deberían
tomar los estados y las confesiones religiosas. En breves palabras él postulaba que:
 A nadie se le puede obligar a tener fe
 El orden del mundo corresponde al orden del pensamiento (RENÉ DESCARTES)
 La fe deriva de la revelación, no de la razón, por lo cual nunca es segura y nadie
puede decir que posee la verdad absoluta
 Oposición ante el “entusiasmo fanático” de quienes creen que todo se basa en la
revelación divina.

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 Los estados deben vivir con tolerancia religiosa, ya que se basa en la naturaleza
misma de la sociedad (libertad). El estado no tiene autoridad para limitar los
derechos de los ciudadanos en el campo de la religión.
 El cristianismo es la más razonable de las religiones.

Es importante aclarar que estas posturas no son necesariamente cristianas y/o


luteranas, y que probablemente Lutero no hubiera estado de acuerdo con ellas. Los
cristianos tenemos la “absoluta seguridad” de que nuestra religión que sigue al Dios Trino en
Jesucristo es la única verdadera (no la más razonable) y que no existe ningún otro camino
para la salvación: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí»
(Jn 14:6), aunque se respete las otras religiones.

El movimiento “pietista” en Europa


Transcurrido medio de siglo desde las 95 Tesis de Lutero, se estableció en Europa lo
que se llama la el «PERÍODO DE LAS ORTODOXIAS», es decir, un tiempo en el cual las ideas y
doctrinas eran debatidos fuertemente en búsqueda de la ortodoxia (= la recta fe). Una en
una época llena de dudas y desconfianzas, todos querían tener la verdad, y para ello se
escribieron miles de páginas que respondían teológicamente hasta las dudas más exquisitas
de los cristianos. De esta forma, se dio la Ortodoxia Luterana entre la segunda mitad del
siglo XVI y la primera del XVII. El mismo proceso lo tuvo también la Iglesia Católica Romana.
Serían estos procesos “ortodoxos” los que finalmente conducirían a la Guerra de los 30 años,
que marcaría la falta de tolerancia en su máxima expresión.
Superada ya la Ortodoxia en Europa y finalizada la Guerra de los 30 años (1648), la
vida de los cristianos luteranos se encontraba medianamente tranquila por lo que comienza
a sufrir un proceso de "estancamiento". Nuevos estilos de vivir y pensar la fe no tardaron en
aparecer. Como reacción a lo que se ve como "quietud" o acomodamiento de los sistemas
eclesiales a la época, falta de espiritualidad y abandono de la forma de vida que caracterizó
al cristianismo, fue que muchos teólogos luteranos, sintieran la necesidad de ser fieles al
llamado reformador y a una de los grandes motores de la iglesia que es el de “eclessia
reformata semper reformanda” (= Iglesia “reformada” siempre reformándose).
Los orígenes del movimiento conocido como Pietismo se remontan a mediados del
siglo XVII, cuando se proclamó la conversión individual y una forma de vida devota que
revitalizó el luteranismo en Alemania y permitió a la Reforma extenderse a otros países. Fue
el más notable movimiento en contra de la fría intelectualidad y dogmatismo. Se opuso
tanto al dogmatismo de los teólogos como al racionalismo de los filósofos. Todo esto
contrastaba con la fe viva que es esencia del cristianismo. El nombre Pietismo proviene de
un libro editado por el pastor luterano alemán JACOB SPENER (1635-1705) llamado “Pia
Desideria” (= Deseos piadosos, 1675). Insistía en la necesidad de una fe personal por encima
de la creencia en la recta doctrina. Quería despertar la fe de cada cristiano. Apelaba al
Sacerdocio Universal y a la responsabilidad personal de los creyentes; debía haber más
devoción y estudio bíblico por parte de los laicos. Vale destacar que el llamado “sacerdocio
universal” tiene que ver justamente con llevar una vida piadosa, dando testimonio del
Evangelio con la propia vida, ofreciéndose a sí mismo como «sacrificio vivo, agradable a
Dios» (Romanos 12:1). Este sacerdocio se recibe en el Sacramento del Santo Bautismo y se
confirma en la Confirmación. Nada tiene que ver esto con el Oficio de las Llaves que sólo los

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Ministros Ordenados (Pastores) poseen a causa de su Ordenación. En otras palabras, el
sacerdocio universal no habilita a todos los cristianos a ser “pastores”, sino a ser testigos y
servidores de Dios en la Iglesia.
Los “pietistas” no atacaban las doctrinas de la iglesia, las cuales eran respetadas, sino
se trataba de ponerlas en otro lugar, no como el centro de la fe y la vida de los cristianos. Las
doctrinas eran resúmenes de las enseñanzas bíblicas, al igual que los escritos de Lutero; era
necesario leerlas, pero como ayuda para la fe personal y bajo la dirección del Espíritu Santo.
Como es lógico, fueron fuertemente atacados por los más ortodoxos por negar la autoridad
de Lutero, pero éstos ya habían aprendido que en las armas y en las condenas a muerte no
estaba la solución.
AUGUST FRANCKE (1663-1727), otro teólogo luterano y acérrimo seguidor de Spener, a
quien se refería como “padre mío”, continuó y superó la tarea de su maestro. Él centró su
trabajo en la universidad alemana de Halle que estaba convertida en un centro de pietismo,
gracias al trabajo de Spener. Así la Universidad de Halle se convertiría en un centro para
recaudar fondos para las primeras misiones protestantes, que nacerían como resultado de
este proceso de renovación espiritual y piadoso, por parte de los, hasta entonces,
dogmáticos luteranos. Para Francke todo esto fue un cambio radical en su vida. La tristeza
por las constantes guerras y las persecuciones religiosas se fueron y sintió una ola de gozo
por la gracia de Dios. Él abogaba por una fe viva y personal, sin caer en excesos místicos ni
espirituales. Subrayaba el gozo de la vida cristiana; la nueva reforma no consistía en una
serie de dogmas rígidos ni legalismos morales excesivos, sino en una fe viva, que al tiempo
de aceptar los dogmas establecidos, los aplica a la vida cristiana y a todas las decisiones que
esa vida requiere especialmente desde la moral cristiana que emana del amor que sentimos
de Dios. Es decir, nuestro servicio cristiano y nuestra moral cristiana deben nacer del amor
de Dios, y no desde la palabra muerta de legalismos extremos. El Pietismo también presenta
la necesidad de establecer una disciplina que incluya la lectura bíblica, participación
frecuente a las Misas para recibir la Palabra y los Sacramentos, la oración, examen de
consciencia y la confesión y arrepentimiento cotidianos. Si bien estos luteranos eran
acusados de ser individualistas, subjetivos, emotivos y en algunos casos, hasta heréticos;
tuvieron millares de seguidores, lo cual marcó el fin de la frialdad de la ortodoxia que había
acontecido en todas las iglesias luego de la Reforma.

Las misiones luteranas


Hasta este momento en Europa, sólo existían las “iglesias nacionales”, es decir,
iglesias circunscritas a una determinada región. Así está la Iglesia Luterana en Alemania,
Austria y los países nórdicos, la Iglesia Calvinista en Suiza y Holanda, los Anglicanos en Gran
Bretaña, etc. Cada iglesia estaba defendida y sostenida por los gobernantes estatales
(príncipes y reyes), de modo que hubiese protección ante los constantes asaltos de la Iglesia
de Roma. Pero gracias al espíritu renovador que nace del pietismo, nace también la
necesidad de transmitir la fe fuera de las fronteras europeas, de modo que otras personas
de otros lugares, puedan experimentar el maravilloso sentimiento de ser amados por Dios
sólo por su Gracia. Así comienza el movimiento misionero protestante. Los primeros
misioneros luteranos son enviados a finales del siglo XVIII a la India, más tarde irían
Norteamérica y África, y finalmente a Sudamérica, último bastión católico-romano. Luego
serían colonias enteras las que se instalarían en los puertos del Nuevo Mundo (América)

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llevando consigo su fe y su iglesia. De esta manera llegan los primeros colonos alemanes y
luego norteamericanos a nuestros países sudamericanos, levantando el espíritu reformador
y de vocación cristiana en nuestras sociedades que asistían a un catolicismo severo y
estricto.
Cabe destacar que la reforma en los países escandinavos como Noruega y Suecia fue
muy diferente, ya que consistió en la adhesión confesional de los obispos y el rey a las
doctrinas luteranas de la Confesión de Augsburgo, con lo cual la estructura, usos, ritos y
costumbres se conservaron prácticamente intactos, y por eso hasta el día de hoy en Suecia y
otros hay obispos en sucesión apostólica (con mitra y báculo), al igual que en Inglaterra
dentro de la Iglesia Anglicana. En Alemania en cambio, no se puede hablar de “la” Iglesia
Luterana, ya que aun en el día de hoy, no hay una sola Iglesia en Alemania, sino en cada
«Land» o región (en realidad de acuerdo a las fronteras que tenían los territorios en aquellas
épocas, con algunas modificaciones posteriores). Esto tiene que ver con que Alemania no
existió como tal hasta el siglo XIX. En la actualidad hay federaciones de iglesias luteranas
(llamadas evangélicas) que reúnen a las iglesias en Alemania (EVANGELISCHE KIRCHE IN
DEUTSCHLAND = Iglesia Evangélica en Alemania)
Este mismo espíritu renovador fue, en gran medida, lo que logró la unión de los
estados norteamericanos y que condujeron a la Independencia de Estados Unidos. No sólo
en Alemania se dio este proceso de renovación eclesiástica, sino también a lo largo de gran
parte de Europa, también entre los fieles católico-romanos. Ante esto último sólo basta
recordar a un precursor del misticismo como lo fue el reconocido monje agustino alemán
TOMÁS DE KEMPIS (ca. 1379-1471), autor del libro “IMITACIÓN DE CRISTO”. Más adelante
aparecerían personajes fundamentales para la espiritualidad católico-romana como lo
fueron FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS (1484-1566), TERESA DE JESÚS (1515-1582) y VICENTE DE PAUL
(1581-1660), entre otros, quienes ciertamente influirían en la espiritualidad de sus lectores y
seguidores.

Las otras iglesias de la Reforma


Vale destacar que Lutero no fue el primero ni el único que intentó reformar la Iglesia.
Ya antes hubo varios intentos de reformar la Iglesia, pero en la mayoría de los casos, dichos
intentos fueron extinguidos. Se conocen muchos casos de importantes teólogos por toda
Europa que fueron quemados o colgados por no pensar como la Iglesia medieval. También
es importante mencionar que hubo reformas dentro de la Iglesia que no fueron extinguidas
y que enriquecieron a la Iglesia: como las reformas cluniacense y cisterciense o el
movimiento iniciado por San Francisco y la orden que fundó.
Paralelamente al movimiento reformador que se dio en Alemania, otros líderes
religiosos fueron apoyando otras reformas. En 1524 se ven los primeros intentos
reformadores en Suiza que terminarían en la formación de la IGLESIA REFORMADA bajo el
pensamiento del sacerdote ULRICO ZWINGLIO (1484-1531) y del teólogo y jurista Juan Calvino
(1509-1564); en 1527 comienza la Reforma Luterana en Suecia que lograría la primera IGLESIA
LUTERANA NACIONAL; y en 1528 comienza el movimiento reformador en Gran Bretaña,
formándose la IGLESIA ANGLICANA en gran parte promovida por el rey Enrique VIII. Muchos
años más tarde, como reformas (o cismas) dentro de la Iglesia Anglicana nacerían en 1784 la
IGLESIA METODISTA (promovida por el pensamiento del sacerdote anglicano JUAN WESLEY (1703-
1791)) en Inglaterra y la IGLESIA PRESBITERIANA en Escocia.

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Por lástima, el furor evangélico y reformador no alcanzó para unir todos los
movimientos en uno solo, sino que tomaron caminos separados. Gracias a Dios, en la
actualidad todas estas iglesias evangélicas o “protestantes” tradicionales son consideradas
como iglesias “hermanas” y se viven constantes procesos de acercamiento. Lo mismo ha
sucedido con la Iglesia Católica Romana, llegándose a firmar el 31 de Octubre de 1999 la
DECLARACIÓN CONJUNTA SOBRE LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN, que marca una consolidación de la
ansiada reconciliación entre ambas iglesias, también hermanas. En 2006, la CONFERENCIA
METODISTA MUNDIAL de la Iglesia Metodista, se une y reconoce formalmente esta declaración.
La Iglesia Luterana, al igual que el resto de las iglesias “protestantes”, forma parte de la
historia de la Iglesia católica y apostólica en el mundo. Creemos en un mismo tronco que
comenzó en Jesucristo y que continuó con sus apóstoles y con la Iglesia formada por ellos.
Nuestras iglesias nacen como una parte activa de esa tradición y juntos damos testimonio de
lo que Dios hizo en nosotros por medio de Cristo. Cada iglesia predica desde distintas
perspectivas y realidades, respetando su visión de la tradición apostólica, la pluralidad del
mundo, y haciendo accesible la Palabra de Dios a todos los pueblos y naciones.

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