HEISENBERG Y LA INTERPRETACIÓN
DE COPENHAGUE
Rafael López Valverde
A Paqui Sánchez Pino, por nuestro común entusiasmo
por Heisenberg, y a José Mª Bocanegra, que lo conoció en Granada en 1969.
En la reciente historia de la ciencia, el 14 de di-
ciembre del año 1900 fue un día verdaderamente impor-
tante: ante la Sociedad Alemana de Física de Berlín veían
la luz la noción de cuanto y la constante de Planck.
Treinta años después, el propio Planck se referiría a ese
momento como un acto de desesperación, puesto que,
nueve semanas antes, Rubens le había mostrado unos
resultados experimentales sobre la emisión de energía de
un cuerpo negro en la zona del infrarrojo, a diferentes
temperaturas, y, a pesar de que aquella misma noche
había encontrado una ecuación matemática a la que se
ajustaban perfectamente dichos resultados, Planck no
acertaba a encontrar los fundamentos físicos que avala-
ran su deducción, salvo si aceptaba que la energía emi-
tida o absorbida por los átomos de un cuerpo sólo podía
variar por saltos discretos que llamó cuantos de energía
(véase el artículo El cuanto cumple cien años).
El origen de la teoría de los cuantos se remonta,
pues, al hecho bien conocido de que, cuando se calienta
un trozo de materia, a medida que se eleva su tempera-
tura comienza a emitir radiaciones y a cambiar de color
del rojo al blanco, hecho que sólo depende de la natu-
raleza de la superficie del cuerpo que se calienta, hasta
el punto de que para el llamado cuerpo negro ideal el
color no depende más que de su temperatura.
A pesar de lo revolucionaria y sorprendente que
pueda parecer la hipótesis cuántica de Planck, la relación
discreta entre dos magnitudes físicas no era nueva en la
ciencia, puesto que Pitágoras había descubierto muchos
siglos antes que los diversos tonos de una cuerda vi-
brante están relacionados con las longitudes de ésta,
hecho que constituye la base de la física de los instru-
mentos musicales de cuerda. Por otro lado, tampoco era
una novedad la cuantificación en sí misma, pues Thom-
son había logrado en 1897 establecer rotundamente la
cuantificación de la carga eléctrica al aislar el electrón
como partícula constituyente de los átomos; por otra
parte, la supuesta unidad elemental de materia; mientras
que en biología era bien conocido desde hacía tiempo el
hecho fundamental de que todos los seres vivos se
37
componen de unidades elementales o células, hipótesis
plenamente contrastada por la observación.
En 1905 se aplicó por primera vez el concepto de
cuanto a la resolución de un problema. Para explicar el
efecto fotoeléctrico descubierto por Hertz en 1887, Eins-
tein llegó al concepto de fotón o cuanto de luz. De esta
forma, la criatura inventada por Planck tomaba nombre
y, lo que era más importante, ganaba entidad al poder
viajar de un sistema físico a otro a la velocidad de 300.000
km/s.
El siguiente paso importante lo dio en 1913 Niels
Bohr, quien, para dar estabilidad al modelo atómico que
había propuesto Rutherford, no tuvo más remedio que
postular la cuantificación del momento angular del elec-
trón y la diferencia de energía entre dos órbitas electró-
nicas consecutivas. El éxito de Borh fue inmediato por-
que lograba predecir por primera vez la frecuencia de las
rayas espectrales para el átomo de hidrógeno, rayas que
desde mediados del siglo XIX servían para identificar y
reconocer un elemento cualquiera, como si de sus hue-
llas dactilares se tratara.
Conforme se perfeccionaron los instrumentos de
observación se descubrieron nuevas rayas espectrales
que no se podían explicar y el modelo de Bohr presen-
taba el problema de tener más rayas que niveles de
energía. Por tanto, había que encontrar más niveles de
energía. En 1916, Sommerfeld, de la Universidad de
Munich, propuso una solución viable: cambiar las primi-
tivas órbitas circulares del modelo de Bohr por otras
elípticas y establecer como condiciones cuánticas las
integrales de acción. Poco más adelante se vio obligado
a aceptar que la velocidad de los electrones en su órbita
era lo suficientemente grande como para considerar los
efectos relativistas. Con todo ello, la familia de números
cuánticos atómicos creció hasta tres (principal, acimutal
y magnético) y, puesto que ahora sobraban niveles de
energía, los espectroscopistas no tuvieron más remedio
que establecer empíricamente unas reglas de selección
que, sin más fundamento, resolvían el problema. El es-
pañol Miguel Catalán descubrió en 1920 la existencia de
grupos de rayas espectrales, llamados multipletes, para
elementos como el manganeso, descubrimiento que sir-
vió de gran ayuda a Sommerfeld en la elaboración de su
teoría final.
Esta era la situación en la que se encontraba la
física atómica hacia 1920, la cual generaba cierto desaso-
siego en la comunidad científica europea consciente de
la falta de una teoría general que diera cuenta, de forma
menos artificiosa, de todos los fenómenos atómicos
conocidos.
Por esa fecha, Werner Heisenberg (1901-1976),
tras superar el correspondiente examen de ingreso, pre-
tendía iniciar sus estudios de matemáticas en la Univer-
sidad de Munich y entrar como alumno en el seminario
de Linnderman, un viejo, rancio y prestigioso profesor
de matemáticas. En una entrevista que ambos mantuvie-
ron, Linnderman preguntó al joven estudiante por el
título de alguna obra que hubiera leído recientemente.
“Espacio, tiempo y materia”, de Weil, contestó Heisen-
berg; era una obra profunda de relatividad, de obligada
lectura para especialistas pero que no era del gusto del
profesor, quién exclamó: “Entonces usted ya está, en
todo caso, perdido para las matemáticas”. Heisenberg
decidió, pues, estudiar física y fue al despacho de Som-
merfeld a solicitar una plaza en su seminario. Fue admi-
tido sin ninguna duda, pero con la condición de que
debería realizar de vez en cuando alguna tarea más sen-
cilla que la de leer obras de tanto nivel. En el seminario
de Sommerfeld encontró a Woflgang Pauli (1900-1958),
de gran sentido crítico, y con el que mantuvo una gran
amistad.
Por entonces, los grandes centros internaciona-
les de física eran Copenhague, donde el prestigio alcan-
zado por Bohr le había valido la creación de un instituto
internacional de física al que llegaban jóvenes promesas
desde todas las universidades del mundo; Munich, gra-
cias al tesón y a las aportaciones de Sommerfeld a la
teoría atómica, y que entre sus alumnos contaba con
Pauli y con Heisenberg, y Gotinga que era por excelencia
la cuna de la matemática de entonces, con Hilbert a la
cabeza y adonde acababan de llegar futuros premios
Nobel como Franck y Born. De esta lista no sería justo
olvidar Berlín, donde estaban Planck, Nerts y Einstein,
o Cambridge, que gozaba de una gran tradición científica
que arrancaba de la época de Maxwell, o París, donde los
Curie representaban los últimos románticos de la ciencia
francesa.
Cada uno de estos centros se caracterizaba por
seguir una de las direcciones de trabajo que se presen-
tan en la física teórica: la tendencia fenomenológica por
la que se intenta relacionar de forma significativa los
resultados observados experimentalmente por medio de
fórmulas matemáticas, cuyo primer requisito es el de ser
38
válidas para la física establecida; esta línea de trabajo era
claramente representada por la escuela de Sommerfeld
en Munich. Otra línea de trabajo era la tendencia mate-
mática, que intentaba explicar mediante complicados
modelos matemáticos, cuidadosamente elaborados para
satisfacer a los matemáticos más exigentes, los procesos
y fenómenos de la naturaleza. Su representación más
clara fue en aquellos tiempos Gotinga; por último, tene-
mos la tendencia conceptual o filosófica, representada
especialmente por la escuela de Bohr en Copenhague,
que aspiraba ante todo a establecer con claridad los
conceptos con los que hay que describir los fenómenos
naturales.
El auge de la física de entonces propició, gracias
a la recuperación económica de Alemania tras la posgue-
rra, que todas estas tendencias se dieran cita en Gotinga
en el verano de 1922, a propósito de un ciclo de confe-
rencias que impartiría Bohr en esta universidad. La ex-
pectación fue tan grande que el evento se conoció como
los Festivales de Bohr. A las conferencias asistió toda
la escuela de Gotinga, más preocupada por los funda-
mentos matemáticos de la teoría atómica que por los
razonamientos intuitivos propios del físico danés, y tam-
bién Sommerfeld, quien tuvo la amabilidad de invitar al
joven Heisenberg y correr con sus gastos, dada la pe-
nuria económica por la que éste pasaba.
Bohr, consciente de las dificultades matemáticas
que le podían presentar los de Gotinga, preparó minucio-
samente cada una de las conferencias sobre teoría ató-
mica y en cada una de ellas eligió las palabras precisas.
Pero no pudo prever que un joven estudiante de 21 años,
discípulo de Sommerfeld, le planteara dudas sobre la
exactitud de los resultados de Kramers que había usado
en su teoría. Sorprendido por la claridad de ideas que
mostraba el joven, al acabar la conferencia Bohr invitó
a Heisenberg a dar un paseo por los alrededores de la
universidad para discutir algunos puntos. Este paseo
por el Hainberg ejerció una profunda influencia en Hei-
senberg y dio lugar a una intensa relación entre ambos
físicos. Discutieron conceptos físicos relacionados con
las órbitas electrónicas y el hecho, que tanto preocupa-
ba a Bohr, de que el lenguaje de la física clásica no era
apropiado en la teoría atómica.
El semestre de invierno de 1922/23 lo pasó Hei-
senberg en la escuela de Gotinga bajo la dirección de
Marx Born y junto a discípulos como Jordan, Fermi,
Hund, Pauli, Kramers, etc. La enseñanza y el trabajo de
investigación se alternaban habitualmente en el seno del
seminario, que después del almuerzo solía tener por sede
la casa de Born; allí las largas discusiones sobre física
eran aderezadas con exquisitos bizcochos de la señora
Born. Esta estancia en Gotinga proporcionó al joven
Heisenberg una sólida formación matemática y unas
estrechas relaciones con otros científicos.
Heisenberg regresó después a Munich para leer
su tesis doctoral sobre la estabilidad de las corrientes
fluidas; luego volvió a Gotinga y permaneció otro se-
mestre como agregado de Born, hasta que en las vaca-
ciones de Pascua de Resurrección de 1924 embarcó
camino de Copenhague tras aceptar la invitación de Bohr
de entrar a formar parte de su Instituto de Física. En
Copenhague, su afán de superación le llevó más lejos
aún al descubrir el alto nivel de los otros jóvenes inves-
tigadores tanto en ciencia como en idiomas.
En julio de 1924, Heisenberg fue nombrado pro-
fesor agregado de la Universidad de Gotinga; aquel verano
en el seminario de Born se hablaba ya de una nueva
mecánica cuántica, término que apareció acuñado por
primera vez en un trabajo que Born publicó ese verano
con el título Sobre la mecánica cuántica. El concepto
de órbita electrónica seguía siendo el gran impedimento
que se arrastraba en la teoría, a pesar de la evidencia
experimental de que las trayectorias de los electrones
eran claramente visibles. Las discusiones sobre física
eran tan intensas en aquel tiempo que, en cierta ocasión,
la dueña de la fonda donde almorzaban los miembros del
seminario de Born le dijo a Heisenberg que lamentaba
que no pudieran continuar allí, porque temía que aquella
monótona verborrea sobre teoría atómica ahuyentara a
los demás clientes.
En el semestre de invierno de 1924/25 Heisenberg
trabajó de nuevo en Copenhague, junto con Kramers, en
la teoría de la dispersión. El semestre de verano siguien-
te volvió a Gotinga; esta vez su trabajo consistió en
calcular las amplitudes e intensidades que podían co-
rresponder al hidrógeno, teniendo en cuenta el principio
de correspondencia de Bohr, una guía conceptual que
no había que olvidar en todos los cálculos sobre teoría
atómica. El exceso de trabajo originó ciertos trastornos
de salud en Heisenberg y tuvo que pedir dos semanas
de vacaciones para recuperarse de unas fiebres del heno
lejos de los campos en flor. Una de las noches que pasó
en la isla de Helgoland, más tranquilo, por fin consiguió
resolver el problema que le tenía ocupado desde hacía
tiempo: sustituyó coordenadas de posición por series de
amplitudes que multiplicaba siguiendo la teoría de la
dispersión (más adelante por el propio Born se enteró de
que tales entes se conocen por matrices), pero sin dejar
de buscar un sustituto de las condiciones cuánticas de
Bohr-Sommerfeld con objeto de evitar el concepto de
órbita electrónica, que no le agradaba. Sólo le quedaba
averiguar si lo que estaba descubriendo podía ser inter-
pretado o no como una mecánica. A su regreso a Gotin-
ga, Born mandó a publicar el trabajo a la Zeitschrift für
Physik, a pesar de que no le gustaba demasiado la idea
de eliminar las órbitas electrónicas. De este modo vio la
39
luz la mecánica matricial de Heisenberg.
En los días siguientes, Born y Jordan perfeccio-
naron el método de Heisenberg y encontraron las rela-
ciones decisivas con las que se podía deducir fácilmente
la ley de la conservación de la energía, por ejemplo.
Heisenberg marchó de nuevo a Copenhague, pero para
septiembre de 1925 el trabajo de Born y Jordan sobre la
mecánica cuántica matricial estaba ya básicamente aca-
bado. Un mes después, desde Cambridge, Dirac envió
una carta a Heisenberg comunicándole su mecánica cuán-
tica, equivalente al método de Born-Jordan. Esto dio la
confianza de que se seguía por el buen camino y poco
después Born, Jordan y Heisenberg decidieron escribir
un trabajo donde estudiarían los sistemas con varios
grados de libertad, la teoría de perturbaciones y la teoría
de la radiación. Se conoció como el “trabajo de los tres
hombres” y antes de publicarse (noviembre de 1925),
conocieron por Pauli que la nueva teoría ¡proporcionaba
correctamente el espectro del átomo de hidrógeno!. A
finales de 1925, Born y Wiener escribieron desde Amé-
rica una formulación matemática de la mecánica cuántica
donde aparecía por primera vez el concepto de operador
lineal.
Pero aún quedaba un problema que preocupaba
en especial a Heisenberg: el concepto de trayectorias
electrónicas. Escribió una carta a Pauli donde le comu-
nicaba su descontento ante la teoría y que en Gotinga
había cierta división entre los que opinaban que se había
logrado un gran avance en física gracias a la mecánica
cuántica matricial, como Hilbert y Weil, y los que, como
Franck, opinaban que “las matrices jamás se entende-
rán”.
Una gran sorpresa quedaba por llegar. A comien-
zos de 1926 se conoció el trabajo de Schrödinger sobre
la mecánica ondulatoria, siguiendo las ideas de de Bro-
glie. Ahora el problema de hallar los valores de energía
del átomo de hidrógeno se reducía a un problema de
valores propios para ondas materiales, método más sen-
cillo y afín a los físicos que el de las matrices. Pero
Schrödinger concebía sus ondas como auténticas ondas
materiales y pretendía eliminar los rasgos discontinuos
de la mecánica matricial, hecho que disgustaba enorme-
mente a los de Gotinga.
La prueba de equivalencia entre la mecánica cuán-
tica de Gotinga y la ondulatoria fue enviada por el propio
Schrödinger el 18 de marzo de 1926 a los Annalen der
Physik, equivalencia que también demostró Pauli. Mas
como los físicos estaban más familiarizados con los
métodos de Schrödinger, dadas sus ventajas de cálculo,
la mecánica ondulatoria prosperó más rápidamente que
la matricial.
En el verano de 1926, Sommerfeld invitó a
Schrödinger a impartir unas conferencias en Munich, a
las que asistieron muchos físicos. Con la presencia de
Heisenberg, el choque entre ambas interpretaciones sería
inevitable y casi todos esperaban, al igual que Schrödin-
ger, que se pudieran evitar los saltos cuánticos. En
Munich no se llegó a ningún acuerdo y Heisenberg
informó de lo sucedido a Bohr. A vuelta de correo, éste
invitó a Schrödinger a pasar un par de semanas en
Copenhague para tener ocasión de discutir los aspectos
disconformes de la teoría.
En septiembre, Schrödinger llegó a Copenha-
gue, y también Heisenberg. Las discusiones entre los
tres comenzaron de inmediato. Fueron intensas y se
desarrollaron hasta altas horas de la madrugada, día
tras día, hasta el agotamiento. Y así hasta que uno de
ellos cayó en cama. Como, a pesar de todo, las discu-
siones continuaban, la señora Bohr se vio obligada a
intervenir prohibiendo a Heisenberg y a su marido que
accedieran a los aposentos de Schrödinger en tanto
éste no se recuperara. Fue inútil, a hurtadillas burlaban
la vigilancia establecida y tanto uno como otro viola-
ban la prohibición, especialmente de noche. Dos sema-
nas después, Schrödinger, algo recuperado, regresó a
Viena sin reconocer las dificultades que presentaban
las ondas de materia y su idea de evitar los saltos
cuánticos. No obstante, había nacido la interpretación
de Copenhague.
Entretanto, Born, continuando sus trabajos en
Gotinga, había llegado a establecer un nuevo concepto
que vendría a reafirmar más aún la interpretación de los
de Copenhague: siguiendo la prueba de equivalencia de
Schrödinger, había llegado al supuesto de que el cuadra-
do de la función de ondas era una medida de la proba-
bilidad de una configuración determinada. Con ello des-
cartaba las ondas de materia en pro de una interpretación
estadística de la teoría.
Pero un suceso tan simple como describir la
trayectoria de un electrón en una cámara de niebla,
hecho constatado experimentalmente, seguía aún sin
aclarase. El problema se discutió en Copenhague entre
los meses de octubre de 1926 y febrero de1927. De
nuevo las largas discusiones llevaron al agotamiento y
crearon tensiones. Bohr decidió en febrero hacer un
viaje a Noruega para recuperarse. Por su parte, Heisen-
berg se quedó en Copenhague trabajando a su aire.
Durante días continuó analizando el problema, centran-
do su atención en la trayectoria del electrón en la cá-
mara de niebla, hasta que una noche, dando un paseo
nocturno por el parque Fälled, recordó una conversa-
ción que había mantenido con Einstein: “no es indis-
pensable que todas las magnitudes que aparecen en
una teoría física sean observables; por el contrario,
sólo la teoría decide sobre lo que puede observarse”.
Esto le llevó a concebir la posibilidad de que la trayec-
40
toria de un electrón en una cámara de niebla fuese una
sucesión de diferentes posiciones de forma que cada
una de las mismas presentase la imprecisión de que el
electrón hubiera pasado por ella. De regreso al Institu-
to de Bohr, realizó precipitadamente unos cálculos que
confirmaron sus supuestos; como resultado, encontró
que el producto de la masa del electrón por su posición
y su velocidad no podía ser más pequeño que la cons-
tante de Planck, enunciado que se conoce por relación
de indeterminación, y le valió el Premio Nobel de Física
en 1932.
En sus vacaciones en Noruega, Bohr también
había avanzado y llegó a concebir el concepto de com-
plementariedad, que permitía conocer un mismo suceso
bajo dos aspectos distintos pero complementarios. Así,
ambos habían logrado resolver el problema de forma
independiente y cada uno a su modo, aunque esto no les
libró de más discusiones venideras. Quedaba el debate
con la opinión pública del mundo físico, que tuvo lugar
en otoño de 1927 en una asamblea general de físicos en
Como (Italia), en la que Borh dio una conferencia donde
resumía todos los aspectos de la teoría. Y después, el
Congreso Solvay de Bruselas, en el que, de acuerdo con
las bases, un grupo reducido de especialistas (Bohr,
Schrödinger, Einstein, Heisenberg, etc.) discutieron los
fundamentos de la nueva teoría cuántica. De ellas han
trascendido las discusiones físicas entre Einstein, a quien
no satisfacían las relaciones de indeterminación, y Bohr,
quien a lo largo de cada sesión iba poco a poco derrum-
bando conceptualmente los experimentos mentales que
la fecha antes le planteaba Einstein a modo de contradic-
ciones internas de la mecánica cuántica. Todas las prue-
bas fueron superadas.
BIBLIOGRAFÍA
DÍAZ PEÑA, M. y ROIG MUNTANER, A. Química Física.
1972. Editorial Alhambra.
HEISENBERG, W. Diálogos sobre física atómica. 1975. Bi-
blioteca de Autores Cristianos.
HEISENBERG, W. Physique et philosophie. 1971. Éditions
Albin Michel.
HEISENBERG, W. Encuentros y conversaciones con Einstein
y otros ensayos. 1980. Alianza Editorial.
Rafael López Valverde
I.E.S. “PABLO PICASSO”