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UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA

DIRECCION DE INVESTIGACION Y POSTGRADO


MAESTRIA EN CIENCIAS DE LA EDUCACION
MENCIÓN PLANIFICACIÓN DE LA EDUCACIÓN
CENTRO LOCAL ANZOÁTEGUI

LA ETICA Y LA MORAL

                                         

17 DE JULIO DE 2015
Sin lugar a duda, a través de la historia de la humanidad y del historial ontogenético
de cada uno de nosotros se han ido formando y estructurando diversos tipos de creencias
entre las que se incluyen la ética y valores morales, todo ello gracias a la cultura.

Sin embargo, no hay que desconocer la existencia de diversas pautas de


comportamiento que las determinan y que vienen dados desde nuestra biología, desde lo
innato, reconociendo al hombre como un ser formado tanto por la cultura como por
su biología y sin la posibilidad de desligar una parte de la otra pues ambas esferas son
inherentes a nosotros.

Así mismo, hemos visto a lo largo de nuestra historia,  los comportamientos de


algunas especies incluyendo la nuestra hacen daño a otros congéneres, los cuales algunos
autores los justifican desde la biología sin un fundamento real, precisamente como dice el
autor F.J. Ayala (1991), “el hecho de que una tendencia sea innata no la justifica” (p.15).

Es por ello, que tenemos una cultura para regular nuestras tendencias innatas y
procurar actuar en pro del bienestar común, situación que como sabemos no se da en la
gran mayoría de los seres humanos y además no alcanza a cubrir en su totalidad la cultura.

Continuando con la idea anterior, parece muy interesante el planteamiento del autor,
pero luego de revisar distintas definiciones de ética y moral, es conveniente aclarar si ética
y moral es lo mismo; en un sentido corriente, popular, tendría que decir “si”, e incluso en
algunos casos son usados como términos sinónimo, y este uso es tan extendido que no vale
la pena impugnarlo, pero se debe ser consciente que tal uso se refiere a lo que llamamos
“moral”. Pero en plano más exacto, académico, intelectual, ésta sinonimia no sería del todo
correcta.

Ahora bien etimológicamente, la palabra ética proviene del griego. Es el nominativo


plural neutro sustantivado del adjetivo ethikos (referente al carácter). Este adjetivo a su vez
proviene del sustantivo ethos y se utiliza para referirnos a la disciplina filosofía, puede ser
tanto individual como social y se pone de manifiesto en la manera habitual de actuar de un
individuo o de un grupo y estrechamente relacionado con la costumbre.

Mientras que el termino moral, originalmente era el adjetivo moralis (primariamente


significa costumbre y llega a significar carácter), se usa cuando nos referimos a distintos
códigos morales concretos, es decir, a ese conjunto de principios, normas y valores  que
cada generación transmite a la siguiente en la confianza de que se trata de un buen legado
de orientaciones sobre el modo de comportarse para llevar una vida buena y justa.

  Después de estas aclaraciones terminológicas, tendríamos que decir que la verdad es


que las palabras ética y moral, en sus respectivos origines griego (ethos) y latino (mos),
significan prácticamente lo mismo: carácter, costumbre.

Podemos entonces inferir que Ética y Moral, en sentido preciso, no son palabras
sinónimas, aunque si coincidentes al tratar una misma problemática por lo tanto podemos
afirmar que:
La moral se refiere a la conducta del hombre que obedece a los criterios valorativos
acerca del bien y del mal, mientras que la ética estudia la reflexión acerca de tales criterios,
así como de todo a lo referente a la moralidad.

Sin embargo en un intento de explicar el origen de la Ética  desde el punto de vista


biológico, el biólogo F. J. Ayala en su obra Origen y Evolución del Hombre (1991),
distingue dos aspectos fundamentales: el origen de la capacidad ética, que derivaría de la
evolución biológica, y el origen de los códigos éticos, que tendrían una raíz cultural. Este
último aspecto, en contraposición a la de E. O. Wilson, quien sostiene que las normas éticas
tienen un origen biológico.

Ayala sostiene que la capacidad ética está determinada por la naturaleza biológica;
es decir, que los hombres, en virtud de su propia constitución genética, emiten
necesariamente juicios morales, y que la raíz de esta dimensión ética del hombre requieren
de  tres condiciones necesarias, y, que son:

 La capacidad de prever las conciencia de las acciones propias.

 La capacidad de formular juicios de valor, es decir, de evaluar las acciones (o los


objetos) como buenos o malos, deseables o indeseables.

 La capacidad de elegir entre modos alternativos de acción.


Ahora bien, es importante recalcar, que el autor enfatiza que estas tres capacidades se
dan en los seres humanos, como consecuencia de su superioridad intelectual la cual es fruto
de la evolución biológica debido a que al desarrollarse la capacidad intelectual, fue
favorecido por la selección natural en la evolución humana, por ser adaptativo y facilitar su
éxito biológico en sus circunstancias históricas.

  En cuanto,  a las tres capacidades señaladas por Ayala, la primera de ellas


prácticamente se confunde con la capacidad de establecer la conexión entre el medio y el
fin, causa y consecuencia. La segunda capacidad es la de formar juicios de valor y es
también una variedad o manifestación de la capacidad intelectual del hombre que depende
de la capacidad de abstracción, lo cual hace posible la comparación entre objetos y acciones
diversos y percibir unos como más deseables que otros; por último, la capacidad de elegir
entre modos alternativos de acción en función de las consecuencias anticipadas también
basada en una inteligencia avanzada.
En relación a la moral, posiblemente ningún otro campo de interés humano se vio
sacudido tan drásticamente por la revolución darwinista de 1859 como la teoría de la
moralidad humana. Antes de Darwin, la respuesta tradicional a la pregunta: “¿cuál es el
origen de la moralidad humana?” era que se trataba de un don de Dios. Es cierto que
algunos grandes filósofos, desde Aristóteles, se habían planteado también otras preguntas
paralelas, como ¿cuál es la naturaleza de la moralidad? y ¿qué moralidad es más adecuada
para la humanidad? Darwin no puso en duda sus conclusiones acerca de estas profundas
cuestiones. Lo que hizo fue invalidar la aseveración de que la moralidad era un don divino.
No obstante, Darwin estaba de acuerdo en que, en lo referente a la moralidad, existe
una diferencia fundamental entre los humanos y los animales. “Suscribo plenamente la
opinión de los autores que sostienen que, entre todas las diferencias entre el hombre y los
animales inferiores, la más importante, es, con mucho, el sentido moral o conciencia…”

Por otro lado, la posición de E. O. Wilson (1980) con respecto  la moral, asegura
que la fundamentación de las normas morales debe establecerse sobre el terreno de la
biología. Sin embargo, esta fundamentación biológica de la ética no conlleva la existencia
de un único código moral derivado de aquélla.
    Tras la consideración de las posiciones anteriores sobre el tema, Ayala, responde en
forma rotundamente negativa, puesto que, según él, los códigos éticos, las normas éticas
concretas tienen un origen histórico, social, cultural, convencional si se prefiere, como se
prueba fácilmente por la simple y reiterada constatación de que tales códigos éticos varían,
en los diversos grupos humanos, de una época a otra, de una sociedad a otra y no como
resultado de la evolución biológico del hombre.

    Todo lo anterior apunta, que toda la evidencia acumulada en las últimas décadas
indica que los valores asumidos por los individuos humanos son resultado de la
combinación de tendencias innatas y aprendizaje. La mayor parte, con gran diferencia, se
adquiere por observación y adoctrinamiento por parte de otros miembros del grupo cultural.
Pero parece que los individuos varían mucho en su capacidad de asimilar las normas
morales de su grupo.

    Esta capacidad innata para adquirir normas éticas y adoptar conductas éticas es la
contribución crucial de la herencia. Cuanto mayor sea esta capacidad en un individuo, más
preparado está para adoptar un segundo conjunto de normas éticas que complementen las
normas biológicamente heredadas.

    Tradicionalmente, la ética ha sido un campo de conflicto entre la ciencia y la


filosofía. La ética implica valores, y los científicos aseguran que casi todos los filósofos
deben ceñirse a los hechos y dejar para la filosofía el establecimiento y análisis de valores.

Pero los científicos alegan que los nuevos conocimientos científicos acerca de las
consecuencias últimas de los actos humanos conducen inevitablemente a consideraciones
de tipo ético. Esto, inevitablemente, implica juicios de valor, a nuestro parecer la capacidad
más importante desarrollada por el ser humano. Muy a menudo, nuestros conocimientos
sobre el proceso de evolución y otros datos científicos nos permiten tomar la decisión más
adecuada desde el punto de vista ético cuando existen varias opciones posibles.

    Es por ello, que algunos autores han llegado a manifestar su esperanza de que el
estudio de la evolución no sólo nos permita conocer los orígenes de la moralidad humana,
sino que también nos proporcione un conjunto fijo de normas éticas. Los evolucionistas
más destacados han adoptado la actitud más modesta de suponer que la selección natural,
dirigida al objetivo adecuado, podría acabar por dar forma a una ética humana en la que el
altruismo y el interés por el bien común desempeñen un papel importante. Los expertos en
ética insisten, con mucha razón, en que la ciencia en general, y la biología evolutiva en
particular, no están capacitadas para proporcionar un conjunto fiable de normas éticas
específicas.

      Pero es importante añadir que una ética genuinamente biológica, que tenga en
cuenta la evolución cultural humana y el programa genético humano, tendría mucha más
consistencia interna que los sistemas éticos que no tienen en cuenta estos factores; y
afirman que un sistema así, biológicamente informado, no sería producto de la evolución,
pero sería inherente a ella.

    Por otro lado, cada profesional tiene un código de ética, establecido socialmente, lo
cual determina parte de su práctica. Esto se adquiere en el proceso de formación del
profesional, inclusive  algunos autores señalan que se perfilan desde educación inicial.
Para Martín Baró (1989), la conciencia social, de cada profesional definida como el saber o
el no saber sobre si mismo; sobre el propio mundo, sobre la realidad social, y sobre los
demás, que le permite a alguien tener una identidad personal y social, es un producto
resultante de su interrelación, reflexión, autorreflexión de la práctica profesional.

Es por ello, que cuando se evalúa los contextos y se observan acciones contrarias a
esta ética, se pueden identificar acciones adversas, las cuales les impide una real ética
profesional y conciencia social. Tenemos situaciones como: ambientes educativos
autoritarios, poco participativos, presencia de líderes negativos, divulgación de información
confidencial de nuestros alumnos, uso y abuso de autoridad. Por lo tanto resulta
contradictorio que siendo la ética algo adquirida desde la infancia, que forma parte de la
evolución biológica del hombre exista actualmente una crisis de ética profesional.

  Por último, sobre este ultima tema podemos afirmar que uno de los campos donde
la ética encuentra expresión muy concreta, diaria y cotidiana, es el campo profesional, si
echamos una somera mirada  a nuestro medio como docentes en relación a la ética
profesional, aparece en abierta contradicción.

En cuanto, a  prestar servicio a la sociedad, a la responsabilidad personal sobre los


juicios emitidos, a nuestros actos y técnicas empleadas en el ejercicio de nuestra profesión,
y un claro predominio de los intereses económicos personales en detrimento de los
principios fundamentales para lo que fuimos formados, donde vuelven a estar  en clara
contradicción los términos ética y moral.     

Tal vez por eso es tan difícil y compleja mantener una ética profesional como
docente en una sociedad como la nuestra en la que cada quien vive su mundo y casi sólo
conoce y escucha a los que más o menos piensan como él, por vivir situaciones desde
contextos y perspectivas semejantes. Sería imposible hablar de ética profesional, si no
conseguimos, humanizar las relaciones interpersonales y dar coherencia interna a lo que
hacemos.   

Cortina A. (1996) Ética. Editorial Akal. Madrid


Marlasca A. (2005) El origen de la ética: Las  raíces  evolutivas   del   
fenómeno moral en F. J. Ayala. Revista Filosofía Univ. Costa Rica, XLIII Número
doble (109/110).

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