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Ciudadanías en Bolivia Zegada Farah y Albó PDF
Ciudadanías en Bolivia Zegada Farah y Albó PDF
CIUDADANÍAS
EN BOLIVIA
María Teresa Zegada C.
Ivonne Farah H.
Xavier Albó
Primera edición, diciembre 2006
Depósito legal: 4-1-281-06 P.O.
Editado por:
Unidad de Análisis e Investigación
del Área de Educación Ciudadana de la CNE
Impreso en Bolivia
Tiraje de 1.000 ejemplares
Distribución gratuita. Prohibida su venta
Las opiniones expresadas en este Cuaderno de Análisis e Investigación son de responsabilidad exclusiva
del autor y no comprometen la autonomía, independencia e imparcialidad de la Corte Nacional Electoral.
ÍNDICE
PRESENTACIÓN ..........................................................................................1
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pues la difusión de valores democráticos constituye, en el largo plazo,
la mejor garantía del asentamiento del régimen representativo.
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les; sin embargo, el actual contexto de crisis ha puesto en evidencia las debi-
lidades y deficiencias del sistema institucional vigente. Por ello, es preciso
replantear estos aspectos en el marco de una propuesta integral de reforma
política nacional, que responda de manera adecuada a los cambios produci-
dos en la sociedad y la política.
Desde una perspectiva societal, la democracia ha revelado el proceso de
construcción de una ciudadanía compleja en el país, ha puesto de manifiesto
la tensión entre lo universal y lo particular, la existencia de una diversidad de
grupos minoritarios (comunidades indígenas originarias regidas por su pro-
pia estructura organizativa, costumbres y tradiciones) y la presencia de un
Estado-nación que no termina de constituirse como tal.
Así, la discusión actual sobre ciudadanía se sitúa en el contexto de la
sociedad civil, los movimientos sociales, los profundos cuestionamientos al
orden político y al Estado, la afirmación de las identidades, la multiculturali-
dad y el carácter diverso y heterogéneo de la sociedad boliviana.
En ese ámbito, resaltan las conquistas de derechos civiles y políticos
realizadas por los movimientos de mujeres, sobre todo en la década de los
90, así como la presencia de los jóvenes y otros grupos excluidos. La orga-
nización y movilización de los pueblos indígenas, su incursión en espacios
públicos a través de marchas, propuestas y su participación en ámbitos de
decisión –como los gobiernos locales– han puesto en la mesa de discusión
la vinculación de la ciudadanía civil y política con la emergencia de identi-
dades étnico-culturales.
Desde algunas perspectivas discursivas indígenas, la idea de ciudadanía
aparece vinculada a la integración estatal, es decir, a la exigencia de un reco-
nocimiento legal de las identidades originarias en el Estado, como se puede
percibir en los discursos de los pueblos indígenas que se movilizaron a ini-
cios de los 90 y que obtuvieron como resultado un conjunto de derechos
constitucionales y legales. Esta concepción también se revela en la participa-
ción electoral y en la presencia directa de indígenas en el ámbito estatal junto
a representantes de los partidos hegemónicos del sistema, como el caso de
Víctor Hugo Cárdenas, presente en la Vicepresidencia de la República duran-
te el gobierno de Sánchez de Lozada. Pero, de otra parte, existe un discurso
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2 Por ejemplo, el levantamiento de Jesús de Machaca en 1921, que fue leído por las élites como un
signo de odio secular contra la raza blanca, acusada de opresión y usurpación (Klein, 1968).
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para las mujeres en todas las candidaturas para los cargos de representación
popular, con la debida alternancia (artículo 3º). De esta manera, y a pesar de
las deficiencias en su aplicación durante estos años, se ha logrado incorporar
la premisa de la discriminación positiva en la representación política de
mujeres.
Complementariamente, se han aprobado políticas de igualdad en leyes
macro (sancionadas a través de leyes y decretos), como en la Ley de Reforma
del Poder Ejecutivo, creando instancias específicas para el tratamiento de
temas de género en el gobierno, el Decreto Supremo para la Igualdad de
Oportunidades entre Hombres y Mujeres (1997) y un conjunto de derechos
sociales.
Los jóvenes también lograron importantes conquistas en relación con la
ciudadanía política, como el voto a los 18 años (reforma constitucional de
1994), y un tratamiento especializado en la Ley de Partidos Políticos aproba-
da en 1999, mediante el cual se promueve la participación de los jóvenes
entre 16 y 18 años como categoría especial (artículo 16º).
Por su parte, los pueblos indígenas han logrado importantes conquistas
de sus derechos a partir de la década de los 90. A nivel internacional, el marco
legal que ha impulsado las demandas étnico-culturales ha sido la firma del
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 1989.
El mismo promueve de manera general relaciones equitativas, de no discri-
minación y de respeto a los derechos de los campesinos y pueblos indígenas.
Dicho instrumento legal conceptualiza a un pueblo indígena o tribal como
aquel que cuenta con condiciones sociales, culturales y económicas distintas
a otros sectores del ámbito nacional, está regido total o parcialmente por sus
propias costumbres o tradiciones y tiene conciencia de su identidad indígena;
complementariamente, reconoce a un pueblo indígena por su existencia pre-
via a los procesos de colonización y porque actualmente conserva todas sus
instituciones sociales, económicas, culturales y políticas. En dicho documen-
to también se establece el respeto a la integridad de los valores, prácticas e
instituciones de los pueblos indígenas y que, al aplicarse en la legislación
nacional, se deberán considerar sus costumbres o derecho consuetudinario y
mecanismos de consulta en caso de que se prevean medidas legislativas o
administrativas que puedan afectarles.
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3 En las tierras bajas, que incluyen las regiones del Oriente, Chaco y Amazonía, se ubican etnias
araonas, cayubabas, guaraníes, machineris, pacahuaras, weenhayeks, ayoreos, guarayos, baures,
chimanes, itonamas, yuquis, mosetenes, sirionos, chiquitanos, tacanas, yuracarés y otros.
4 Fundamentalmente, quechuas, aymaras y pukinas. Para tener una estimación de la cantidad de habi-
tantes, ver Cuadro 1 del Anexo.
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5 Hacia la Asamblea Constituyente soberana y participativa, cartilla del Pacto de Unidad publicada
por CENDA, CEJIS, ISALP, CEDIB, PROGRAMA TIERRA CEPAS-CARITAS, 2004.
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En las elecciones municipales del 2004, en las que los pueblos indígenas
por primera vez se presentaron de manera directa, es decir sin mediación de
los partidos, lograron una cantidad significativa de concejales. De acuerdo a
los datos de la Corte Nacional Electoral, alrededor de cuatro organizaciones
obtuvieron entre seis y 12 concejales en los municipios; el resto lograron
solamente de uno a dos concejales. Otras organizaciones indígenas optaron
por inscribirse como agrupación ciudadana o fueron postulados por los par-
tidos, sumando también una importante cantidad de representantes indígenas.
A la luz de los resultados electorales de las elecciones de 2002, una
observación importante tiene que ver con la todavía temprana adecuación de
las estructuras comunitarias a la arena electoral; pues si bien, con la nueva
ley, las organizaciones indígenas ya no requieren de la mediación de los par-
tidos para competir en los comicios y tampoco tienen mayores impedimen-
tos legales,7 se mantuvieron limitados a las comunidades y ayllus, tanto geo-
gráfica como discursivamente, logrando una escasa presencia electoral en
territorios más amplios como los municipios (Romero, 2005).
En definitiva, las actuales reglas de la democracia representativa permi-
ten, aunque de manera limitada, la participación plural y el acceso de mino-
rías a esferas estatales a través del voto; sin embargo, existen varias limita-
ciones. En primer lugar, la legislación electoral tiende a favorecer a las mayo-
rías; en segundo lugar, en la lógica del mercado político-electoral no existen
condiciones económicas de igualdad en la competencia. Otro factor de
inequidad se expresa en las esferas de decisión donde la ley de la mayoría y
la aplicación del rodillo prácticamente eliminan a las minorías parlamentarias
y su capacidad de influir en las decisiones. Finalmente, las lógicas prebenda-
les y poco democráticas al interior de los partidos impiden el acceso institu-
cional de mujeres, jóvenes o minorías indígenas, normalmente circunscritos
a tareas específicas y secundarias en el quehacer político, a esferas de
dirección.
7 Recordemos que, para las municipales de 2004, sólo se exigió a los pueblos indígenas la pre-
sentación de documentación que certifique su condición de tal, eximiéndolos de la recolección de
firmas establecida en la ley.
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8 “La multiculturalidad expresa las diferencias globales del tiempo histórico pasado que resulta en
diversas configuraciones culturales y grandes síntesis sociales” (Tapia, 2002: 41).
9 Seminario taller “Puntos de partida hacia la Constituyente”, 2004, Apostamos por Bolivia, La Paz.
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una misma dirección.11 También se han retomado las propuestas que se plan-
tearon hace unos años al Concejo Ciudadano para la Reforma Constitucional,
entre ellas: las garantías contra la discriminación y sus sanciones, el recono-
cimiento a derechos laborales específicos (como el trabajo doméstico), dere-
cho a la intimidad, nombre, imagen, medidas tendientes a evitar la violencia
en el ámbito privado y público, los derechos sexuales y reproductivos, el res-
peto a la igualdad y equidad, la justicia imparcial oportuna y gratuita, la liber-
tad de conciencia, culto y religión, entre otras.12
Una de las propuestas en discusión hace hincapié en los derechos civiles,
como la dignidad y libertad desde la equidad de género, la no discriminación
en ningún campo, la igualdad ante la ley, la necesidad de adoptar medidas
positivas en favor de personas o grupos discriminados, la sanción a los abu-
sos o maltrato y la prohibición de la prostitución forzada. En relación con el
Régimen Familiar, se plantea el apoyo especial a mujeres jefas de familia, la
libre decisión sobre la vida sexual y reproductiva (por ejemplo, el número de
hijos), la asistencia social, así como la vida libre de violencia física sexual y
psicológica. En relación con los derechos políticos, se propone la elegibili-
dad en igualdad de condiciones, mecanismos para lograr equidad en la parti-
cipación política, el acceso a cargos públicos y de representación.13
Estas son algunas muestras del proceso que viene encarando la sociedad
civil de cara a la Constituyente, que está relacionado con la construcción para-
lela de una cultura política ciudadana y el ejercicio de derechos y obligacio-
nes. No obstante, cabe reconocer la influencia que ejerce la comunicación en
tiempo real y el surgimiento de demandas comunes que están más allá de las
fronteras nacionales, constituyendo redes de relacionamiento y construcción
colectiva de una ciudadanía civil más activa y propositiva con base en la soli-
daridad.14 En todo caso, es preciso dejar claro que la Asamblea Constituyente
11 Calla, Pamela. “Del margen al centro: mujeres hacia la Asamblea Constituyente”, en Tinkazos Nº
17, 2005, La Paz.
12 Zavala, Lourdes, en “Propuesta de Reforma a la Constitución”, 2001.
13 Cfr. documento preliminar denominado “Reforma a la Constitución con enfoque de género”
(VAAGG-PNUD) con participación de la Plataforma de Mujeres de La Paz y el Defensor del Pueblo.
14 Nos referimos a las redes de los movimientos indígenas y de mujeres que se verifican a nivel inter-
nacional en distintos ámbitos.
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es sólo un paso más en este proceso histórico de reforma profunda del Estado
boliviano y la construcción de derechos civiles y políticos.
En ese sentido, la Asamblea Constituyente implica un doble desafío para
el Estado: por una parte, construir un diseño institucional racional y coheren-
te, además de velar por su aplicación y cumplimiento; y, por otra, la incorpo-
ración dinámica y permanente de las múltiples y diversas demandas prove-
nientes de la sociedad para recrear la relación entre ambas instancias, con
base en el nuevo marco constitucional.
15 Nos basamos en el modelo del trilema planteado por Rodrik y aplicado por el mencionado autor a
la política en la economía globalizada (2002).
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16 Proviene de la propuesta de Constitución Política del Estado elaborada para los pueblos indígenas
por Miranda y López (Op. Cit.).
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en diferentes ámbitos del territorio nacional urbano y rural; y, para estos sec-
tores, se deben buscar sistemas de representación más apropiados a través del
voto; como, por ejemplo, la posibilidad de incorporar listas abiertas (nomi-
nales) para la elección de representantes. En todo caso, se pretende combinar
criterios de respeto a la diversidad y la diferencia con la representatividad
demográfica a través de fórmulas intermedias (Albó, 2005) en un país donde,
como señalaba Zavaleta, “nadie sabrá nunca dónde comienza el color de una
piel”.
También se debe replantear la naturaleza de los “actores de la represen-
tación” del sistema político, que hasta hace poco fueron sólo los partidos. En
el mediano plazo, se podrá evaluar el impacto de la apertura del sistema a
agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas; pero, al mismo tiempo, no se
puede descuidar la profunda renovación y democratización interna, con
inclusión social y responsabilidad, que requieren los partidos, pues con segu-
ridad seguirán articulando el escenario de la representación.
Finalmente, es preciso hacer efectiva la combinación de la democracia
representativa con formas de democracia directa, como el Referéndum y las
consultas ciudadanas, al igual que con sistemas de decisión política colecti-
va vigentes en las comunidades indígenas y en espacios territoriales reduci-
dos, y profundizar en la participación democrática tanto en lo concerniente a
la planificación y gestión pública como en el control y fiscalización, sobre
todo en espacios microsociales.
En definitiva, el nuevo diseño institucional implica una responsabilidad
compartida de construcción permanente de derechos, construcción recreada,
dinámica y acorde con las transformaciones societales.
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LA PROBLEMÁTICA DE LA CIUDADANÍA
SOCIOECONÓMICA EN BOLIVIA*
Ivonne Farah H.
Bolivia hoy en día se enfrenta al desafío de redefinición de su Estado que
aún hoy es la máxima politización de una sociabilidad capitalista rentista y
parcializada, todavía distante de una “síntesis” de su diversa sociabilidad
actual que incluye amplias relaciones mercantiles no capitalistas, así como un
importante espacio de relaciones y valores apegados a la comunidad. Bolivia
en sí misma está siendo demandada como “bien público” cuyo sentido y con-
tenido político, ideológico, cultural y económico se hallan al medio de la dis-
puta política. Las “salidas” posibles oscilan desde un Estado que, como “bien
común” construido en la contradicción, sea incluyente de los intereses de
colectivos socioeconómicos y culturales de bolivianos y bolivianas, hasta
otro Estado que siga manteniendo la apariencia de bien común, y priorizan-
do los intereses de algunos grupos sociales, tal como ha ocurrido hasta el
inmediato pasado, con la subsecuente agudización del conflicto social.
La reconstitución del Estado boliviano exige reflexionar sobre los nue-
vos términos de interconexión entre sociedad y Estado, en espacios de deba-
te públicos que desemboquen en acuerdos o consensos mínimos sobre, al
menos, tres ejes estratégicos y contradictorios que deben dirimirse política-
mente y dar sentido a ese “bien público” en la próxima Asamblea
Constituyente (AC). Estos ejes giran, a nuestro criterio, alrededor de: a) la
desigualdad socioeconómica persistente, cuyo corazón se encuentra en la
contradicción clasista capital-trabajo y en la nuevas desigualdades que se
bifurcan de esa relación en su conexión con la multiculturalidad económica,
las políticas prevalecientes y los derechos sociales; b) la contradicción exclu-
* Este artículo se terminó de redactar en julio de 2005; meses antes de las elecciones nacionales y de
conocder sus resultados y consecuencias.
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1 Cuyos ápices han sido las “guerras del agua” (2000 y 2004) y la del gas (2003).
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2 Este debilitamiento no es fenómeno exclusivo de Bolivia ni de los países de la llamada periferia del
sistema de la economía mundial capitalista, también de aquellos más homogéneamente capitalistas
que se hallan en el centro y que han globalizado el espacio de reproducción de sus capitales alta-
mente concentrados con base en transformaciones tecnológicas y el predominio del capital
financiero.
3 Las desigualdades estructurales o persistentes siguen ancladas en las jerarquías de ingresos entre las
categorías sociales clásicas (obreros, empresarios, empleados y otros productores, a segregación y
desigual acceso a medios productivos, tierra, tecnologías, bienes y servicios sociales con marcadas
diferencias educativas). Las nuevas desigualdades aluden aquellas que se dan al interior de las ca-
tegorías homogéneas y tienen que ver con la segmentación del mercado de trabajo, la desestruc-
turación del trabajo asalariado clásico, las diferencias salariales y de condiciones del trabajo entre
hombres y mujeres, las prestaciones sociales condicionadas a la disposición y magnitud de recursos
de los usuarios, las desigualdades geográficas, de acceso a recursos financieros y a bienes y servi-
cios referidos a la vida cotidiana, entre otras.
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4 En la historia del capitalismo, este proceso ha tenido distintos momentos y formas, asociados con
la desestructuración de las comunidades de productores primero, el desarrollo de la producción
industrial después anclado, es mediada por el dinero obtenido por su empleo.
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5 Correspondió a T.H. Marshall escribir en 1949 el conocido trabajo: Ciudadanía y clase social que
se ha constituido en ‘el’ tratado sobre ciudadanía, donde el autor analiza la relación entre clase
social y ciudadanía, entre capitalismo y democracia, en el marco de una paradoja como es la igual-
dad en el estatus jurídico y la desigualdad de clase social; lo que le lleva a afirmar que “la ciu-
dadanía se ha convertido en ciertos aspectos, en el arquitecto de la desigualdad social legitimada”.
6 En el marco del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), se
ha separado los derechos socioeconómicos en derechos económicos, los asociados con los derechos
laborales clásicos: derecho al trabajo y a una remuneración justa, a un salario igual para igual tra-
bajo, a un salario y acceso iguales para hombres y mujeres, a condiciones de seguridad e higiene en
el trabajo, vacaciones, seguridad social, salud, educación básica, etc.; y en derechos sociales, los
vinculados a un estándar de vida adecuado: derecho a la alimentación, vestido, vivienda, no sufrir
hambre, salud física y mental, acceso a educación, a la vida cultural.
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7 Entendiendo que la economía está constituida por la unidad de los procesos de producción, distribu-
ción, cambio y consumo.
8 Ha tomado mucho tiempo para que el universo total de individuos haya podido ejercer los derechos
civiles y políticos, pues también estas formas de ciudadanía han encontrado dificultades de realizarse,
mostrando desfases entre el contenido formal del derecho y sus modos de acceso. Menores en el caso
de los derechos políticos donde, al menos, la universalidad del derecho a formar los poderes públi-
cos es un hecho; y mayores en cuanto a los derechos civiles donde la universalidad con relación a la
garantía o resguardo del derecho de propiedad no existe, sin duda, y sólo atañe a los reales propieta-
rios de capitales y riquezas sociales; es decir, a una categoría sociológica clasista.
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forma y norma jurídicas, los derechos sociales y económicos que le son inhe-
rentes nacen de relaciones sociales desiguales que determinan también con-
diciones desiguales de reproducción cotidiana. Su preocupación misma por
el bienestar material parte del reconocimiento implícito de desigualdades
inherentes a diversos niveles económicos de existencia en la sociedad, lo que
es incompatible con la idea de igualdad social originada en la misma perte-
nencia a una comunidad. Además, esa preocupación no instituye garantías
sino obligaciones públicas como criterios de asignación para promover la
atención a necesidades básicas y proveer protecciones o bienes públicos
como derechos cuyo aprovechamiento produce bienestar a determinados
colectivos humanos (Gordon, S.: 2002 y 2003). Obligaciones que generan, a
su vez, otras obligaciones sociales como la tributación.
En otras palabras, con estos derechos no hablamos de garantías a liberta-
des, a la propiedad, o de igualdad ante la Ley, inherentes a las personas9, sino
de obligaciones públicas a prestaciones específicas que median la condición
ciudadana. Eso significa que los derechos sociales no son “derechos de par-
ticipación en una comunidad nacional común”, sino condiciones prácticas,
materiales, que permiten esa participación. Se trata de “condiciones de opor-
tunidad”, “instrumentos” o dotaciones que dan acceso al ejercicio de los
derechos civiles y políticos, a ser individuo con derechos, valor y cierta auto-
nomía personal (Barbalet, J: 1988).
Los derechos sociales hablan, según R. Castel (2004), de la “imposibili-
dad de pensar al individuo sin soportes”, sin “lo que es necesario para fundar
un reconocimiento y dignidad social” de las personas. Por eso mismo, tam-
poco podría hablarse de obligaciones públicas hacia “individuos”, ya que
éstos son constituidos mediante la aplicación y uso de esas obligaciones
como derechos socioeconómicos que conllevan criterios (re)distributivos.
Estos derechos esta vez contradicen la concepción liberal del individuo capaz
de sí mismo, en sentido de que cada uno es su propio recurso, su propio
“soporte”; por tanto, “libre” e “igual”. Al contrario, nos remiten al nivel de la
existencia colectiva de grupos de población que, por su desigualdad no pue-
9 Que en verdad solamente crean al Estado obligaciones de respeto o garantía porque los individuos
serian portadores de derechos que deben ser garantizados.
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12 Elas serán las “beneficiarias” de los “títulos” de derechos asignados a los hombres.
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SOCIALES EN BOLIVIA
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13 Principalmente las leyes acerca del Voto Universal, de Reforma Agraria y Reforma Educativa.
14 A ello refiere la distinción entre “bolivianos” y “ciudadanos” que, por más de un siglo tuvo vigen-
cia en las distintas constituciones del país. Ver Barragán, 2005.
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al individuo es la privada.
Por lo mismo, estas comunidades quedaron en condiciones pre-contractual
y sometidas bajo diversas modalidades, a un persistente y progresivo des-
pojo de la tenencia de sus tierras, con el consiguiente extrañamiento de sus
miembros, quienes tuvieron remates distintos. La gran mayoría de indíge-
nas despojados fueron convertidos en colonos y pongos sin tierra y sin
pago por el trabajo agrícola y doméstico para los terratenientes; muchos
otros eran “enganchados” para los trabajos en las minas (los que después
devinieron en trabajadores asalariados con la reactivación de la minería y
la explotación del caucho, hacia fines de siglo XIX), en tanto otra signifi-
cativa cantidad de los mismos protagonizó importantes movimientos
migratorios hacia las ciudades (Ovando Sanz, 1981y Klein, 1968), mante-
niendo en estos nuevos espacios su cultura productiva previa.
No obstante, las comunidades indígenas fueron la fuente primordial del
tributo que sostenía a las instituciones públicas, y el trabajo de colonos
y “enganchados” la fuente de la producción económica agrícola, arte-
sanal rural y minera, y también de la reproducción de las clases propie-
tarias en tanto tales. Pero, ni las comunidades ni este trabajo lograron
reconocimiento social y mucho menos, cultural sino estrictamente eco-
nómico. Las normas legales, en consecuencia, sólo categorizaron a la
comunidad como sujeto público de obligaciones fiscales ante el Estado;
mientras que su interdicción social y cultural se expresaba en la ausen-
cia de presencia estatal, de instituciones públicas de justicia, falta de
reconocimiento y garantía legal de la propiedad comunitaria de la tierra,
ausencia de normas o cualquiera acción protectora de su producción y de
las condiciones del trabajo de los colonos; lo que convertía su diferencia
en desigualdad social. En la relación de los colonos con los patronos ni
siquiera había una relación librada a la relación “individuo-individuo”
por cuanto esta categoría como tal –propia de la ciudadanía liberal– no
fue concedida a los indígenas comunarios, mucho menos a aquellos bajo
relación de sujeción personal.
Es decir, en el caso de los indígenas hombres y mujeres productores no
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15 Inspirados en Mariátegui, varios constituyentes plantearon que el verdadero problema del indio era
el de la tierra
16 Que se concretaría en la Reforma Agraria de 1953 y luego con la Ley INRA de 1996.
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17 Estos eran organizar el trabajo y garantizar el bienestar de las clases trabajadoras como un factor de
progreso económico y social de la nación, organizar legalmente el trabajo con las reglamentaciones
de jornadas de trabajo, del salario, vivienda, seguridad industrial, posterior previsión social y seguro
obligatorio, ordenar la sindicalización de trabajadores y empleadores, etc. Ver Lora, 1980.
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siguientes postulados:
• La economía no debe estar reñida con principios de justicia social; al
contrario, debe tener capacidad de “asegurar a los habitantes una
existencia digna del ser humano” a partir de su regulación por el
Estado.
• El Estado interviene en la economía regulando las actividades
comerciales e industriales mediante la política económica principal-
mente monetaria, bancaria y crediticia, cuando así “convenga a la
seguridad o necesidad pública”.
• El Estado también interviene en la economía como comercializador
único de los recursos petroleros 18 e, igualmente, como gestor econó-
mico de empresas estatales, además de tener la propiedad de los
recursos naturales disponibles en el territorio.
• La propiedad privada de bolivianos y extranjeros es reconocida y
vinculante solamente si cumple una función social.
• Adelanta el principio de organización territorial descentralizada del
Estado a través del planteamiento de la descentralización fiscal que
a la vez profundiza en la regulación estatal del presupuesto y distri-
bución de rentas.
• Un postulado esencial es el de la democracia y su relación con la
expansión de la ciudadanía principalmente socioeconómica, al seña-
lar que la democracia no es posible donde reina la desigualdad y la
pobreza, entendidas como negación de derechos fundamentales.
La construcción normativa de la ciudadanía socioeconómica quedó plas-
mada en el “régimen social”, “agrario y campesino”, “cultural” y “fami-
liar” que dan el alcance al principio de “existencia digna del ser humano”
bajo los cánones de equidad y justicia prevalecientes. Estos serían el de
un bienestar originado en la “igualdad social basada en la capacidad eco-
nómica que dé a cada individuo trabajo compensado con justicia”, y en
18 Los que habían sido recuperados como propiedad estatal en el inmediato pasado: 1936.
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19 Decreto Supremo de 24 de marzo de 1939, elevado a rango de Ley General del Trabajo en diciem-
bre de 1942.
20 Como fuera constituido posteriormente (1961 y 2004).
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21 Aun hoy, a pesar de la reciente Ley que regula el trabajo asalariado en los hogares.
22 Constitución de 1961 y posterior Código de Familia de 1972.
23 Por ejemplo, en sus artículos 98 y 99, se establece que el trabajo de las mujeres fuera del hogar
requiere consentimiento del esposo.
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24 Ya en 1936 fue creado el Ministerio de Trabajo, la Judicatura del Trabajo, constituido el “régimen
social” y promulgado el Código del Trabajo en 1939 como primeros pasos que fundaron la organi-
zación de las relaciones laborales.
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otros trabajadores25.
Por último, el Código del Trabajo, que a la vez otorga derecho al descan-
so, feriados, y limita la jornada de trabajo a ocho horas, también obliga a
cumplir con las jornadas de trabajo según disposiciones en cada sector o
empresa, a someterse a la voluntad del empleador durante el tiempo de
contrato, y a contribuir con un porcentaje de su salario para sostener el
seguro obligatorio.
En esta legislación, el Estado es garante del cumplimiento de los dere-
chos y obligaciones, de proveer protecciones mediante la salud pública;
pero, sobre todo, el Estado es un dirimidor de los conflictos laborales
mediante el arbitraje obligatorio. Como tercero en la relación capital-tra-
bajo, se supone “neutralidad” y justicia en la resolución del conflicto; lo
que refuerza la acción política como requisito de ciudadanización social.
La historia en los cuarenta ha demostrado sobradamente que esa neutra-
lidad no era tal y que, en los momentos de agudos conflictos obrero
patronales, la balanza arbitral se inclinó a favor de los segundos, los
grandes empresarios mineros26. Al decir de Zavaleta (1988), entre las
décadas del 30 y 40 hasta 1950, la oligarquía gobernó “por medio de sus
funcionarios y no por medio de los funcionarios del Estado”; de allí que
la ciudadanía social no hubiera pasado de un intento normativo en que se
formalizaron las aspiraciones de sectores laborales y clases medias, arti-
culados con el “socialismo militar”.
Por esa parcialidad estatal, ninguna legislación fue más violada ni más
desgraciada que la del Trabajo, por el sistemático incumplimiento de las
obligaciones asignadas a empleadores, sobre todo en materia salarial, por
los abusos perpetrados desde su posición de mando que en el extremo se
expresaron en brutales represiones contra los trabajadores mineros
durante la década de 194027. Estos mismos recursos han sido recurrentes
25 A partir del 9 de abril de 2003, se cuenta con la Ley Nº 2450: “Ley de regulación del trabajo asala-
riado del hogar” que modifica estas disposiciones, regulando la jornada de trabajo, los niveles sala-
riales y algunos otros beneficios como el seguro de salud e indemnización por retiro o despido.
26 Esto financiaban hasta el 70 % del presupuesto de la nación en 1949. Ver Lora, 1980.
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27 Masacres de Catavi (1942 y 1947) y la de Siglo XX (1949) con miras a domesticar la combatividad
de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) gestada entre 1939 a 1944
en sucesivos congresos de los trabajadores del sector.
28 El bajo salario no sólo demora o frena el desarrollo del mercado interno restando posibilidades a la
acumulación de capital, sino que también desvaloriza constantemente la producción agraria.
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29 Este apartado se apoya en el ensayo de Cecilia Salazar; 2005 y R. Zavaleta, 1988, principalmente.
30 Ver Tesis de Pulacayo de 1948.
31 Sobre todo por sus vínculos con la economía mundial y capitales extranjeros. Según Zavaleta, estos
vínculos han sido vistos por los trabajadores como causantes del atraso del país y de su opresión,
exculpando con ello el carácter rentista de las clases empresarias del país, y no considerando tam-
poco los amplios espacios comunitarios que ponen los límites a la expansión burguesa.
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43 Nos referimos principalmente a las OECA, CSUTCB y el MIP y demanda de mercados, tecnología,
créditos de fomento y, de “tractores” por ejemplo.
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44 Además de la persistente mentalidad rentista del empresariado boliviano dedicado a las actividades
extractivas.
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cas en una mezcla de exclusiones: las del pre-contrato con las del post-
contrato (Salazar, 2005), así como las acciones de hecho en torno al con-
flicto distributivo.
Los cambios de identidades laborales debilitan las organizaciones sindi-
cales tradicionales, sus reivindicaciones vinculadas a los derechos del
trabajo, y opacan su difuminada condición subordinada con diversas
mediaciones. Estos cambios de identidad se han reforzado con la acele-
ración de movimientos migratorios internos, causados por la “relocaliza-
ción”45 y la des-socialización del trabajo después, que hoy se desplazan
por todo el territorio y hacia el exterior.
Esas transformaciones nos han colocado frente a escalas de fuentes de
ingresos, de patrones de seguridad o inseguridad económica, y una serie
distintiva de derechos y pautas de protección y seguridad social diversos,
cuyo rasgo es una creciente distancia con los sistemas de regulación y de
protección fundados en el reparto y la solidaridad, por su carácter indivi-
dualista. La estructura y jerarquía de la seguridad nos aproximan a nue-
vas desigualdades que se resumen en las siguientes categorías46:
a) Élite: minoría de “empresarios” financieros y productores muy ricos
y de altos ingresos, vinculados con la economía globalizada, cuya
influencia en las políticas sociales y económicas es desproporciona-
da a su número. Se reproducen al interior de la regulación de privi-
legio y al margen de sistemas de seguridad social porque no los nece-
sitan ni contribuyen a ellos.
b) Profesionales calificados: profesionales, técnicos, consultores o con-
tratados a plazo fijo, a tono con la flexible economía nacional y glo-
bal. Sus contratos de corto plazo son compensados con muy buenas
retribuciones. Su inseguridad es la del tiempo del contrato que no es
igual a inseguridad del empleo. Suelen evadir impuestos y se
45 Estas tuvieron como destino importante El Alto y el Chapare cochabambino para la producción y
circulación de la coca en una suerte de re-campesinización.
46 Las categorías han sido tomadas de G. Standing de la OIT (2002).
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48 Ya desde 1986, El Banco Mundial empezó a proponer acciones dirigidas a compensar a los grupos
de relocalizados más afectados por el ajuste, con pequeños proyectos de empleos eventuales, ali-
mentos por trabajo, reasignaciones de fondos remanentes a sectores sociales, etc.
49 Se puede consultar al respecto Arauco, Isabel, 2000 y Grebe, Horst 1992.
50 A ello contribuyeron las leyes de participación popular y descentralización administrativa.
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51 Se trata del 30 % de los fondos aportados a las pensiones y gran proporción de los aportes para la
vivienda.
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tante, son más lentos los cambios positivos en los niveles de ingresos. Es
decir, la mejora relativa en la “dotación de capacidades básicas” no se
traduce inmediatamente en “oportunidades económicas” o incrementos
de ingresos52.
De allí que la tasa de pobreza urbana medida por insuficiencia de ingre-
Fuente: Elaboración propia sobre la base de Bolivia: Mapa de Pobreza 2001 (INE, 2002) y EBRP
citado en Informe de Desarrollo Humano en Bolivia 2002 (PNUD, 2002).
* Dato calculado por el Banco Mundial.
sos monetarios sea más elevada que aquella medida por necesidades
básicas insatisfechas o por acceso a algunos servicios53. Esto llama la
atención acerca de la centralidad del trabajo como fuente de ingresos
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Fuente: Elaboración propia con base en PNUD, “Informe de Desarrollo Humano en Bolivia 2002”;
con datos de MECOVI 1999.
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54 A pesar de ello, la chatura de los montos del micro crédito, su más importante utilización como ca-
pital de operaciones y menos como capital para incrementar ventas o activos fijos no ha permitido
la generación de emprendimientos en niveles que favorezcan cambios productivos y de ingresos
significativos de los productores.
55 Ver, por ejemplo, Raquel Castronovo, 1998 y Coraggio, 1995.
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cen como positivas para su desenvolvimiento y bienestar. Estas son las nece-
sidades a las que las personas pueden aspirar legítimamente como derechos,
porque los medios de satisfacción producidos pueden ser reclamados por
todos. Por otro lado, las necesidades constituyen derechos en la medida que
exista un proceso de deliberación que identifique como positivos tales
medios de satisfacción, como el de la AC. Reconocidas como derechos, lo
que cabe es que la sociedad, por medio del Estado, asuma la responsabilidad
de garantirlos. En este sentido, la discusión sobre necesidades debe ser siem-
pre un momento de la discusión sobre los Derechos y sobre los sujetos de
Derechos. (Grassi, 1996).
En este debate sobre necesidades, se presenta el dilema entre igualdad y
diferencia en términos de necesidades universales o relativas según contextos
culturales58; es decir, entre las necesidades comunes a todos los seres huma-
nos o la creciente consideración de las necesidades humanas como concepto
ligado al dominio de lo subjetivo culturalmente relativo. Las necesidades uni-
versales tienen una base objetiva vinculada al contenido general de la vida
humana cuya ausencia provoca daño por igual para todos; son (pre) condicio-
nes universalizables que permiten participar a hombres y mujeres, indígenas
y no indígenas, en las formas y espacios de la vida social. Son, en definitiva,
las necesidades “esenciales” que permiten a cada persona actuar en la socie-
dad como más le convenga culturalmente. La idea es que nadie sufra necesi-
dades esenciales como condición de ejercicio de su libertad básica, pues quie-
nes carecen de medios de subsistencia dependen del poder de otros.
La incorporación de los derechos sobre necesidades exige también obli-
gaciones; todo Estado debería poder garantizarlas, y todos deberían poder
exigirlas. Ello supone una dimensión ética, pues todas las organizaciones
sociales y la opinión pública deberían promover metas comunes para todos
los miembros de la sociedad. Esto es distinto de los deseos o preferencias
subjetivas que dependen de metas particulares o ambientes culturales especí-
ficos. Si bien hay una relación entre cultura y el tipo de bien para satisfacer
58 Las bifurcaciones teóricas del debate sobre necesidades se encuentran en Doyal y Gough (1998),
Gough, (2003) y M. Nussbaum (1998), principalmente.
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la necesidad, esta alternativa tiene dos riesgos: a) creería que los individuos
saben mejor que nadie lo que es mejor para sí mismos y que el mecanismo
para perseguir “sus metas” o “preferencias” es el mercado, con lo que se
puede justificar el dominio del mercado sobre la política; y b) el vínculo de
las necesidades con sistemas culturales específicos puede convertirse en un
mecanismo reproductor de la desigualdad social. Al contrario, la realización
de los deseos y necesidades relativas es muy probable si todos pueden reali-
zarse como seres humanos.
El problema acá es la construcción colectiva de la igualdad en torno a
las necesidades esenciales o universales sin distinción de atributos individua-
les o grupales de ningún tipo. Además de la dimensión ética en el análisis de
las necesidades, ello implica una dimensión política, ya que las decisiones al
respecto deben situarse históricamente; y sabemos que la no satisfacción de
necesidades es una consecuencia estructural del capitalismo, cuya virtualidad
es permanente sobre todo en relación con las necesidades de reproducción de
la fuerza de trabajo y de los productores en general.
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capacidad humana creativa que abarca actividades humanas que van más allá
de aquellas sólo valoradas desde la perspectiva de la acumulación de capital.
Si se amplía el concepto para abarcar trabajos valiosos que quedan excluidos
por el criterio anterior, se tendría que considerar también el trabajo en las
artes, el trabajo intelectual, los servicios socio-comunitarios, la llamada eco-
nomía del cuidado de la niñez, enfermos, discapacitados, ancianos, el traba-
jo doméstico en general. Asimismo, tendría que incluir también la valoriza-
ción social del trabajo en sus formas de emprendimientos en pequeña y
mediana escala, de producción campesina y otras. Todas las habilidades y
talentos especiales deberían comprometer la acción del Estado como única
forma potente e inclusiva de la acción colectiva disponible en la sociedad
moderna (Offe; 1995, Castel; 2004; Standing; 2002). Esta manera de enten-
der el trabajo para obtener derechos es distinta de aquella que define el tra-
bajo como modo de generar presiones fiscales, si bien la ampliación señala-
da no está exenta de riesgos de privatización o mercantilización de esos espa-
cios de actividad.
El problema de fundar la ciudadanía socioeconómica en este concepto
amplio de trabajo se sitúa en cómo establecer el acceso al espacio público.
Esto vale tanto para aquellos trabajadores involucrados en el proceso de re-
individualización o personalización del trabajo en los espacios del capital,
como aquellos asociados con la participación comunitaria, los sitios o redes
de proximidad, la economía solidaria, los pequeños y medianos emprendi-
mientos urbanos de relaciones híbridas, las formas de la producción agraria.
Hasta ahora las relaciones primarias o de proximidad se han fundado en
dependencias no mediadas por derechos (redes sociales, relaciones clientela-
res y domésticas, reciprocidad, ONG, etc.). Si bien la propuesta es que todas
estas formas y otras permitan el acceso a derechos, la pregunta es si es posi-
ble concebir la ciudadanía social ligada a instancias locales próximas a las
distintas formas y actividades laborales o si, como dice Castel (2004), es
necesaria una instancia general de regulación que represente precisamente
el derecho, al margen de la posibilidad de descentralización de su gestión.
Está claro que es posible fundar los derechos del trabajo a partir del reco-
nocimiento de utilidad social misma que tiene el trabajo cualquiera, por cum-
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plir una tarea de interés colectivo. Lo que no es claro es que las prácticas de
los colectivos sociales de trabajadores, que han permitido afrontar situacio-
nes que aseguren la subsistencia para algunos, o que constituyan “ciudadanía
activa”, ciudadanía como práctica o “capital social” para otros, sean por sí
mismas capaces de evitar el riesgo de su existencia social cuando las garan-
tías a su existencia no están aseguradas con prácticas sociales o estatales, sino
con asistencia o políticas focalizadas, como ocurre ahora.
Aunque el capitalismo no se ha generalizado en Bolivia es todavía domi-
nante e intentará seguir siéndolo; por tanto, si su lógica es la apropiación pri-
vada de la riqueza social con base en una producción que intenta distribuir
sus costos hacia el conjunto de la sociedad (familias, redes sociales, peque-
ños productores vía crédito principalmente), no se puede ignorar el riesgo no
solo virtual por la existencia ni la inevitable lucha por la distribución. Por
tanto, no parece posible pensar la ciudadanía social sin un Estado Social.
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62 Por el contrario, la focalización o particularización que se sustenta sobre valores diferentes podría
crear sub-comunidades al normar lo diferente generando dependencia entre sus demandas y la
política.
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63 Que en su estimación, sin embargo, no toma en cuanta las diversas fuentes del ingreso.
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CIUDADANÍA ÉTNICO-CULTURAL EN
BOLIVIA
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Dado que estos mismos temas son también objeto de los otros trabajos
incluidos en este volumen, el tratamiento aquí no será exhaustivo. El énfasis
específico de esta contribución se pone sobre todo en la información sobre
los propios indígenas u originarios bolivianos y en su propia perspectiva.
Tomamos el término “cultural” en su sentido más amplio, dentro de la visión
más integrada propia de los pueblos originarios.
1. La dimensión étnico-cultural
Todo saber y conducta aprendida (en contraposición a lo simplemente
heredado biológicamente) es cultural; y cultura es, por tanto, el conjunto de
rasgos adquiridos y transmitidos de unos seres humanos a otros por aprendi-
zaje. Entran ahí conocimientos y destrezas en todos los ámbitos (material,
social, lingüístico, artístico, religioso, etc.), así como instituciones, tradicio-
nes y creencias, estilos de comportamiento, afectos y valores.
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1.1. Etnicidad
En su sentido más general y original, cada uno de los grupos culturales
así identificados conforma una etnia [del griego ethnos ‘pueblo’] o grupo
étnico. Lo étnico es, por tanto y en su sentido más original, lo propio de
cada pueblo, identificado por su cultura, y etnicidad es la identificación
de los pueblos según sus rasgos culturales.
Más específicamente, en las ciencias sociales suele llamarse grupo étni-
co a ciertos subgrupos dentro de una sociedad mayor que los engloba a
todos. Así, en su diccionario de sociología, Theodorson (1970) dice:
“Grupo étnico [es] un grupo con una tradición cultural común y un sen-
tido de identidad, el cual existe como un subgrupo en la sociedad mayor.
Pueden tener su propia lengua, religión y costumbres distintivas. Pero lo
más importante es probablemente su sentido de identificación como un
grupo tradicionalmente distinto. Regularmente este término se aplica
sólo a grupos minoritarios, pero si hay varios grupos culturalmente dis-
tintos en una sociedad, algunos autores también se refieren al grupo cul-
tural dominante como a un grupo étnico.”
Este término empezó a utilizarse para contraponerlo al antes más común
de raza y subrayar así que, si bien en el análisis de las etnias se puede
incluir atributos identificadores de este origen, lo fundamental son los
rasgos culturales que permiten compartir una identidad común más allá
del género, la estratificación social, afiliación política, etc. (Marshall,
1998). Cabe ver también desde esta perspectiva la manera con que se
perciben y valoran los rasgos raciales, por cuanto son también construc-
ciones culturales, más que datos biológicos fríos y objetivos.
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1 Pequeña enciclopedia temática Larousse en color (versión española, Vitoria, España: Heraclio
Fournier, 1987: I, 222).
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2 La OIT mantiene este término, hoy poco frecuente en Bolivia y América Latina, por ser todavía muy
utilizado en algunos países, sobre todo de Asia y África.
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todo el conjunto. Se da, por tanto, más fácilmente allí donde hay alguna
forma de organización o referencia común. Así ocurrió efectivamente en
el Tawantinsuyu, a diferencia de las tierras bajas.3
En la región andina
Una vez bien asentados allí, donde estaba además la mayor riqueza mine-
ra y la mano de obra más abundante, los españoles establecieron un régi-
men colonial que dividía la sociedad en dos grandes sectores, cada uno
con su propia cultura: uno minoritario pero dominante, formado por los
recién llegados y sus descendientes, y las grandes mayorías dominadas,
conformadas por los antiguos pobladores y sus descendientes. En los tér-
minos de la época, estaba por un lado la República de españoles y, cla-
ramente subordinada a ésta, la República de indios que, de alguna mane-
ra, mantenía aquellos rasgos culturales y organizativos propios que no
suponían un peligro para el sistema colonial.
Más acá de la autoridad máxima virreinal –siempre en manos de penin-
sulares–, los indios (o naturales) quedaban articulados a los primeros por
doble vía.
3 Una posible excepción serían los grupos dispersos del pueblo guaraní, con lenguas emparentadas,
mitos, creencias y otros rasgos semejantes. Pero al no compartir una estructura organizativa común
como la del Tawantinsuyu, es más cuestionable hablar en ellos de una gran tradición en su sentido
más estricto.
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4 Los datos, sintetizados en Albó (1999: 451-453) y detallados en Molina y Albó, (2006), provienen
de las publicaciones oficiales de los correspondientes censos.
5 Comunicación personal de un supervisor de aquel censo.
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6 La base principal para esta sección y la siguiente son los capítulos 2 y 8 de Molina y Albó (2006).
A ellos remitimos para mayores detalles.
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7 Por ejemplo, en una encuesta de PRONAGOB, PNUD y el ILDIS se preguntó “¿Qué origen étnico
considera que Usted tiene?”, con respuestas precodificadas según las categorías genéricas tradi-
cionales. El resultado general fue que un 16,8% se consideró blanco, un 66,8% se autoidentificó
como mestizo, un 16,1% dijo ser indígena, más un 0,3% que escogió “otro” o no respondió
(Calderón y Toranzo, coord., 1996: 164).
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8 El alto porcentaje de concejales y alcaldes indígenas se explica en parte porque el 87,9% de munici-
pios tienen menos de 25.000 habitantes y son mayormente rurales, con cinco concejales en cada uno
de ellos. Sólo un 4,7% va de los 50.000 habitantes hasta más de un millón, con nueve a 11 conce-
jales en cada uno.
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10 Nótese, con todo, que de momento la escala CEL sólo puede construirse para el pueblo guaraní,
cuya pertenencia y lengua se preguntó específicamente en el Censo. La lengua de los chiquitanos y
mojeños, a igual que la de otros pueblos nativos no especificados por la boleta censal, sólo se reg-
istró en la categoría reductiva “otro nativo”, por lo que no puede llegarse al nivel de cuantificación
que requiere esta escala CEL (Molina y Albó, 2006, cap. 7).
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Pero son también estas circunscripciones urbanas las que tienen propor-
ciones más altas en el nivel 4 (se sienten quechuas o aymaras pero ya no
saben la lengua), con un máximo del 18,7% en los aymaras de la ciudad
de La Paz y un cercano 16,4% en los de El Alto.
Sólo en algunas circunscripciones que incluyen la frontera quechua/cas-
tellano o están en áreas de inmigración de Santa Cruz y Tarija, estos dos
pueblos andinos son minoritarios aunque superando el 10% y, en las C56,
C57 y C60 de Santa Cruz, el 20%.
En cuanto a los pueblos orientales del Oriente, las restricciones de la
boleta censal 2001 sólo permiten generar la escala CEL para el pueblo
guaraní. Este sólo supera el 10% en la C5 y C59, en el Chaco de
Chuquisaca y Santa Cruz respectivamente y ambas tienen además un
buen porcentaje de inmigrantes quechuas. En ellas el pueblo guaraní se
concentra sobre todo en el nivel 6 (plenamente guaraní y a la vez abier-
tos por saber también castellano) seguido de cerca por el nivel 4 (se sien-
ten guaraní pero ya han perdido la lengua).
Aun sin poder construir la escala detallada para los otros pueblos mino-
ritarios del oriente, ya podemos adelantar que en las C58 y C57, con alta
presencia chiquitana, predomina claramente el nivel 4 (salvo en el muni-
cipio de San Antonio de Lomerío donde hay también los niveles 6 y 5).
Lo mismo ocurre con los mojeños, baures, movimas y otros del Beni
(C62, C63 y C65). En cambio, buena parte de los guarayos que están en
la misma C57 están más bien en los niveles 7-5 a igual que algunos pue-
blos muy minoritarios como los ayoreos de la C57, C58 y C59 o los chi-
manes de la C62.
3.4. Resumen
De lo visto en toda esta sección se concluye que, tomando en cuenta el
criterio substancial de autoidentificación privilegiado por el Art. 1º del
Convenio 169 de la OIT, no hay duda que Bolivia es y sigue considerán-
dose un país mayoritariamente indígena no sólo en el área rural andina
sino también en todas las ciudades andinas, con minorías significativas
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13 En aymara ‘casarse’ se dice jaqichasiña ‘hacerse persona’. Por esa misma lógica si un visitante pre-
gunta cuántas personas viven en una comunidad no se le responde con el número de habitantes sino
con el de jefes de familia, sujetos de obligaciones y derechos comunales.
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14 En la Guerra del Chaco pasó algo semejante pero aún más paradójico a los hombres de las comu-
nidades guaraní que de golpe se encontraban en medio del conflicto. Fueron obligados a servir como
zapadores para guiar y abrir caminos en medio del monte, pero al mismo tiempo fueron tomados
como sospechosos o espías por ambos bandos por el hecho de saber la lengua de los paraguayos.
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15 La manipulación por ambos factores fue particularmente notable en las primeras elecciones de
1978, cuando se estaban derrumbando doce años de dictadura. Se documenta en detalle en Alcoreza
y Albó (1979). Un botón de muestra: en Vacas, Cochabamba, los vecinos del pueblo entregaban a
los votantes del campo la papeleta ya dentro de sobres cerrados y, si alguno se animaba a protestar,
le contestaban: “¿Acaso no sabes que el voto es secreto?” (p. 127-129). Pocos pensarían que veinte
años después el alcalde y la mayoría de concejales de este pueblo ya serían comunarios quechuas
del contorno (Albó, comp. 1999: 139; Albó y Quispe, 2004: 172).
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18 Ratificada por Bolivia mediante el Decreto Supremo Nº 9345 de 1970 y la Ley 1978 de 1999.
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OIT en 1989 y ratificado hasta fines del 2004 por 17 países, de los que
12 son latinoamericanos. Este es el principal instrumento jurídico produ-
cido hasta ahora a nivel internacional, con carácter vinculante para los
países que lo ratifiquen. Bolivia fue el tercer país latinoamericano (y el
cuarto mundial) que lo ratificó, mediante la Ley 1257 de 11 de julio de
1991, y el Convenio ha sido también ratificado por la mayoría de países
latinoamericanos con población indígena.19
Existe, por otra parte, un Proyecto de Declaración Interamericana de los
Derechos de los Pueblos Indígenas, de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), cuyo borrador fue trabajado entre 1992 y 1995, en
que fue aprobado por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. Tras consultas con los Estados, en 1997 se aprobó una versión
revisada pero hasta ahora no se ha logrado la aprobación de la Asamblea,
a la que se ha presentado también un proyecto alternativo más restricti-
vo (Fondo Indígena, 2005: 45-48, ver nota 84).
Aparte de estos instrumentos ya aprobados o en elaboración, orientados
de manera explícita a la población indígena, existen también otros
muchos indirectamente vinculados a ella e igualmente suscritos por
Bolivia (ver Ministerio de Asuntos Indígenas y Pueblos Indígenas-
MAIPO, 2005). Cabe también mencionar de manera muy particular la
Declaración y subsiguiente Programa de Acción de Durban, con ocasión
de la Conferencia Mundial contra el racismo, la discriminación racial, la
xenofobia y las formas conexas de intolerancia, de 2001 (MAIPO, 2005:
122-149) y la Declaración universal sobre la diversidad cultural, de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO, 2001), sobre la que se está trabajando actualmente
para darle también la forma de convenio, con mayor peso jurídico para
los países que los suscriban.
19 El primer país en ratificarlo fue Noruega (1990) seguido pronto por México (1990). Los otros país-
es latinoamericanos son, por orden cronológico, Colombia (1991), Bolivia (1991), Costa Rica
(1993), Paraguay (1993), Perú (1994), Honduras (1995), Guatemala (1996), Ecuador (1998),
Argentina (2000), Venezuela (2002) y Brasil (2002). Los rezagados más notables son Panamá (que
ratificó el anterior Convenio 107 de 1957 sobre el mismo tema y, por tanto, lo mantiene vigente),
Chile y Nicaragua, que ni siquiera habían ratificado el Convenio 107.
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20 Uno de los ejemplos más recientes es la conferencia nacional “Balance y perspectivas de los
Objetivos de Desarrollo del Milenio [ODM] en Bolivia”, co-auspiciada por diversas agencias inter-
nacionales y nacionales (La Paz, agosto 2005). En ella, una de las presentaciones, a cargo de
Christian Jette del PNUD, se refería específicamente a los desafíos para la reducción de las
desigualdades étnicas y de género.
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21 Un buen ejemplo de este análisis cuidadoso de la información es Delaunay (2005), a partir de los
datos bastante limitados de los censos mexicanos.
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22 El 25-26 de marzo y 13-15 de setiembre de 2004 se realizaron en La Paz dos seminarios interna-
cionales, con un auspicio especial de Canadá, sobre “Democracia, multiculturalidad y Fuerzas
Armadas: Los desafíos de la seguridad humana”. El primero fue inaugurado por el presidente Carlos
Mesa y tuvo una inusitada participación de autoridades originarias. De ahí surgió un nuevo progra-
ma para facilitar la incorporación de los pueblos originarios en el Colegio Militar. Ver las notas de
prensa favorables de los seminarios más comentarios críticos de la nueva apertura en
http://bolivia.indymedia.org/
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éstos con los derechos específicos por ser indígenas. Así, en su Art. 2º-b,
dice que los Gobiernos deben asumir una “acción coordinada y sistemá-
tica” con medidas que:
“promuevan la plena efectividad de los derechos sociales, económicos y
culturales de esos pueblos, respetando su identidad social y cultural, sus
costumbres y tradiciones, y sus instituciones.”
Más adelante, a lo largo del Convenio, se van precisando estos derechos.
Por ejemplo, el reconocimiento y protección de sus valores y prácticas
sociales, culturales, religiosas y espirituales (Art. 5º), decidir y contro-
lar su propio desarrollo (Art. 7º), su derecho consuetudinario y el dere-
cho de conservar costumbres e instituciones propias (Art. 8º), su rela-
ción con las tierras o territorios que ocupan o utilizan de alguna mane-
ra, con los valores espirituales que se les asocian y los recursos naturales
allí existentes (Art. 13º-15º).
Pero el organismo internacional que ha afrontado esta temática más
ampliamente es la UNESCO, ya desde el Decenio de la Descolonización,
en los años 60. Así su Declaración Solemne sobre los principios de la
Cooperación Cultural Internacional dice:
“Toda cultura tiene una dignidad y un valor que deben ser respetados y
protegidos.
Todo pueblo tiene el derecho y el deber de desarrollar su cultura.”
Hay que enfatizar el carácter amplio y holístico de su concepto de cul-
tura. Así la definió la misma UNESCO en su Conferencia Mundial de
México (1982):
“La cultura... puede considerarse... como el conjunto de los rasgos distin-
tivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan
una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las
letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.”
Como puede verse, esta definición, retomada en su reciente Declaración
universal sobre la diversidad cultural (UNESCO, 2001), abarca, al igual
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23 Otros grupos sociales, como agrupaciones gremiales, ocupacionales o productivos pueden tener
también sus derechos colectivos. Pero aquí sólo nos ocuparemos del caso indígena. Actualmente se
habla incluso de “derechos difusos”, por referirse de forma colectiva a todo el género humano, sien-
do uno de los más citados el derecho a un medio ambiente sano y sostenible.
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genas, y otras surgidas de las elites, muchas veces emergentes, que contro-
lan y monopolizan el poder regional y pretenden hacerlo todavía más.
En años recientes estas últimas han adquirido mucha fuerza en Bolivia,
particularmente en las regiones de Santa Cruz y Tarija donde ahora se con-
centran los recursos más ricos del país. Es un caso más de lo que ha pasa-
do también en otras latitudes como el Norte y Sur de Estados Unidos, el
Norte de Irlanda, los industrializados países vasco y catalán en España,
Guayaquil en Ecuador, etc., y de lo que ocurrió también en Bolivia en la
guerra federal de 1899 entre Sucre y La Paz. Cuando la demanda de auto-
nomía parte de esta situación de creciente poder económico, es más fácil
que incluya el interés de utilizar su mayor riqueza para sí, sin compartirla,
y de ahí se puede desembocar o en un mayor control de ellos sobre todo
el país o, en algún caso, también en intentos separatistas.
En cambio, en el caso de las autonomías indígenas se trata simplemente
de un esfuerzo de sobrevivencia. No querer ya sentirse “extranjeros en su
propia tierra”. Viene a ser una respuesta estructural al grito: “¡Déjennos
seguir siendo lo que somos!”, “¡no nos obliguen a dejar de ser nosotros
mismos para llegar a ser ciudadanos!” Pero, al mismo tiempo, por su pro-
pia situación de debilidad frente al conjunto del país, saben también que
no pueden vivir aparte. Su modelo de autonomía tampoco es el aisla-
miento de las “reservas indias” de algunos países anglosajones. Más bien
sueñan en la conformación de un verdadero país pluricultural o un Estado
a la vez plurinacional y unitario.
Si este es el principal reclamo, es también obvio que esta autonomía indí-
gena puede variar mucho de un pueblo a otro, según su tamaño y sus for-
mas reales de inserción dentro de la sociedad global. Es, por ejemplo,
muy distinta la situación de pueblos minoritarios muy concentrados en su
propio territorio al de otros mayoritarios como los andinos que viven
sobre un área rural y urbana mucho más amplia. En este último caso, lo
más viable es empezar por autonomías más locales, sin que ello sea óbice
para que –con la experiencia acumulada– puedan irse ampliando a nive-
les superiores, como los equivalentes a municipio indígena y, de ahí, a
mancomunidades municipales.
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6.4. Territorio
El acceso jurídicamente asegurado a uno territorio indígena o –como
dice la actual legislación boliviana– a una TCO facilita enormemente el
ejercicio de la autonomía. Si el acceso a tierra para cultivar es un dere-
cho individual o colectivo aplicable a cualquiera que viva de sus activi-
dades agropecuarias, sea o no indígena, el acceso y seguridad de un terri-
torio es un derecho claramente colectivo más propio de pueblos indíge-
nas. Tener tierra se refiere sólo a un medio de producción. En cambio el
concepto de territorio es mucho más amplio, como muestra el siguiente
listado de sus atributos e implicaciones:
Un área geográfica relativamente amplia y bien delimitada.
Los diversos recursos que allí se encuentran: tierra, agua y otros recursos
renovables o no, tanto en la capa del suelo como en el subsuelo (por
ejemplo, minerales) y en el sobrevuelo (por ejemplo, bosques).
El grupo humano que la habita y de él vive tiene por ello ciertos derechos,
muy particularmente sobre los diversos recursos que allí se encuentran,
aunque pueden ser diferenciados según el tipo de habitante y de recurso.
26 Sobre el tema más coyuntural de si es o no oportuno tal cambio en las previstas elecciones de con-
stituyentes, ver Albó (2005).
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27 Sin embargo el Art. 59º señala que las TCO, a igual que otras formas de propiedad de los pequeños
productores, “podrán ser expropiadas por las [siguientes] causas de utilidad pública... la conser-
vación y protección de la biodiversidad [y] ...la realización de obras de interés público”. La forma
elíptica en que se redactó este artículo ya hace sospechar que tenía sus segundas intenciones. Estas
aparecieron pronto en el Código Minero, aprobado apenas cinco meses después sin mayor consul-
ta a los pueblos indígenas. Sus Art. 59º y 60º definen que las concesiones mineras privadas pueden
expropiar tierras para sus instalaciones sin requerir siquiera declaratoria previa de necesidad y util-
idad pública. Sus referencias iniciales al Art. 171º de la CPE y al Convenio 169 de la OIT (Art. 15º)
no parecen ser muy operacionales.
28 La bibliografía sobre el saneamiento y titulación de las TCO ya es muy abundante y ahora empieza
a complementarse con la de su gestión. Ver, por ejemplo, el Atlas de territorios indígenas (Martínez,
ed. 2000), Terceros (2004).
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Hay que trabajar más los niveles superiores hasta los que se pueden
ampliar los derechos territoriales de un pueblo indígena desde esta
perspectiva.
La primera tarea no necesita mayor aclaración teórica, más allá de lo
explicado en 6.1. Pero su implementación será fundamental y a la vez
difícil sobre todo por sus implicaciones en todo el tema colateral del
ordenamiento administrativo del Estado. Ya se ha visto todo el debate
sobre si deben modificarse o no las actuales circunscripciones electora-
les para elegir a los constituyentes.
En cuanto a la segunda tarea, el hecho de que además se tenga la propie-
dad sobre el territorio, como en los títulos colectivos de TCO, puede ser
ciertamente una ventaja adicional y, por tanto, es deseable allí donde se
vea posible. Pero no debe considerarse como una condición sine qua non
para que un espacio geográfico pueda ser definido como territorio. De
hecho en todos los países existen territorios claramente delimitados por
sus fronteras jurisdiccionales y sus autoridades, sin necesidad de incluir
además la propiedad. Así ocurre desde el territorio del Estado nacional
hasta el de los municipios. De igual manera hay muchas comunidades
andinas, incluidas aquellas que se reconstruyeron a partir de las ex
haciendas, en las que puede ser difícil conseguir la propiedad colectiva
pero sí tienen la característica de territorio y, por tanto, deberían ser
legalmente reconocidas como tales. Aunque los comunarios tengan allí
parcelas familiares de propiedad privada, persiste una jurisdicción comu-
nal que tiene facultad decisoria de última instancia para decidir sobre
herencias, transferencias y conflictos intracomunales, autorización o no
de transferencias a terceros (indígenas o no), uso de tierras abandonadas
o expulsión por mala conducta.
En cuanto a la tercera tarea, hasta ahora el Estado ha sido minimista. Es,
por ejemplo, muy limitante que en las actuales previsiones de la Ley de
Participación Popular el nivel más alto de jurisdicción indígena al que se
pueda aspirar sea apenas una simple subdivisión administrativa dentro
del municipio, llamada “distrito indígena” y cuya creación queda total-
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29 El uso de estos varios nombres refleja las diferentes connotaciones y preferencias que tiene cada
uno de ellos según la región del país (ver la sección 1.2.).
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30 El XII Congreso Internacional dedicado a esta temática se celebró cabalmente en Arica, Chile
(Castro, ed. 2000). A ello se dedica en la página web llamada Alternet. Ver también IIDH (1999).
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que hacer un esfuerzo nada fácil para lograr una relación de coordina-
ción. Es más fácil decirlo que practicarlo, pero no sería poco que los
documentos ya lo dijeran. Implica y explicita mejor la aceptación del
principio del pluralismo jurídico que, de hecho, ya está en el Art. 171º-
III cuando habla de “solución alternativa de conflictos”.
Una vez aceptado el principio del pluralismo jurídico, en punto 3 señala,
como criterio clave para acercar más las dos fuentes de derecho, algo que
ya se insinuó en 5.3.: lo que hay que salvar ante todo es el espíritu y no
la letra de la ley. Y ello se logra mejor recurriendo principios fundamen-
tales enfatizando en ellos los aspectos de fondo y no los de forma. En esta
línea, la formulación del caveat en el Convenio 169 de la OIT es más
genérica que la de la CPE boliviana y, por lo mismo, es también más
abierta: “siempre que éstas no sean incompatibles con los derechos fun-
damentales definidos por el sistema jurídico nacional ni con los derechos
humanos internacionalmente reconocidos”.
Apelar en esos casos a la letra y al detalle de leyes específicas que se han
elaborado sin participación de los propios pueblos indígenas, podría vul-
nerar esos mismos principios. Ha sido, por ejemplo, objeto de grandes
discusiones en Colombia el debate conocido como “la tutela del fuete”,
por referirse a una consulta sobre si una sanción en forma de latigazos,
tan común en muchos pueblos originarios,31 vulnera o no el derecho uni-
versal contra la tortura; al final, el propio Tribunal Constitucional de ese
país decidió que, en el contexto de estos pueblos, no se trata de tortura
propiamente dicha sino de una sanción moral que facilita la recuperación
del acusado (Sánchez, 1999: 396-397). Se puede igualmente preguntar si,
desde la perspectiva indígena será automáticamente mejor una larga per-
manencia en la cárcel que, por ejemplo, esos chicotazos o incluso la
expulsión de la comunidad por un grave delito (ver el Art. 10º-2 del
Convenio 169 de la OIT).
31 Allí y también en Bolivia. Ver, por ejemplo, el uso de “guasca y cuero de bayo” entre los mojeños
en Flores (2004).
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6.6. Idioma
Dentro de los numerosos rasgos culturales a los que cada pueblo origina-
rio tiene derechos muy específicos, tratamos por separado el caso de su
idioma por una razón externa y otra más interna. La externa es el hecho
de que en muchos censos se ha usado y sigue usando el conocimiento del
idioma indígena como el principal indicador objetivo de etnicidad (ver
Capítulo 3). La interna y más profunda es que cuando se mantiene y usa
habitualmente el idioma originario, éste es efectivamente uno de los ras-
gos identificadores más poderosos. Veámoslo.
El idioma propio viene a ser la enciclopedia viva de toda la cultura por-
que codifica todos sus elementos y porque su estructura semántica nos
introduce incluso a la cosmovisión de cada pueblo. Es también el instru-
32 Un caso claro es el asesinato de un ex alcalde de Ayoayo, por conflictos entre campesinos y conce-
jales en el manejo de los recursos de la alcaldía. En realidad fue secuestrado por sus contrincantes
en una calle de La Paz, asesinado en privado y después quemado y colgado en la plaza del pueblo.
Poco antes ocurrió un caso comparable en Ilave, Puno, Perú, en el que al parecer confluyó un con-
flicto entre las tres divisiones de este municipio, componentes de justicia comunitaria aymara y
quizás también de linchamiento.
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33 Bolivia estuvo representada por la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) y el Instituto de Lengua y
Cultura Aymara (ILCA).
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Escuela y educación
Con la Ley 1565 de Reforma Educativa de 1994 Bolivia se propuso avan-
ces superiores a los otros países en la introducción de las lenguas indíge-
nas dentro de su sistema escolar. En su Art. 1º esta Reforma afirma que una
de las “bases fundamentales” de todo el sistema educativo nacional es que
debe ser “intercultural bilingüe, porque asume la heterogeneidad socio-cul-
tural del país en un ambiente de respeto entre todos los bolivianos, hom-
bres y mujeres”. Más adelante, distingue dos modalidades de aprendizaje:
una bilingüe “en lengua nacional originaria como primera lengua y caste-
llano como segunda”, para quienes tienen una lengua materna indígena; y
otra monolingüe, “en lengua castellana con aprendizaje de alguna lengua
nacional originaria” para los demás. Se pretende que los primeros tengan
un pleno manejo y desarrollo en ambas lenguas. Pero también los de len-
gua materna castellana deberían adquirir cierto conocimiento de una len-
gua originaria, semejante al que se pretende, por ejemplo, del inglés.
La Reforma, por tanto, respeta plenamente el derecho lingüístico de los
niños indígenas y además busca una sociedad bilingüe abierta al otro en
ambas direcciones. En el ámbito lingüístico es este el paso inicial hacia la
interculturalidad. El aprendizaje del castellano por parte de los pueblos indí-
genas es ya una necesidad muy sentida por ellos para relacionarse mejor con
el resto de la sociedad y aumentar sus oportunidades laborales. Suele ser
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Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia
incluso lo que más se espera del sistema escolar, con la diferencia de que
ahora ya se puede hacer sin que ello implique pérdida de la propia lengua.
En cambio el aprendizaje de la lengua indígena del contorno, por parte de
los monolingües castellanos, necesita todavía mucha motivación.
En la práctica, se han logrado avances significativos sobre todo en el
fomento inicial de la lengua materna de los niños indígenas del sector
rural y, más lentamente, en su acceso al castellano (Albó, 2004). Pero hay
más retrasos en el desarrollo simultáneo de ambas lenguas más allá de los
primeros años y no se ha avanzado nada en el aprendizaje de una lengua
originaria de los monolingües en castellano. Es también débil el progreso
en la creación de actitudes realmente interculturales en todo el sistema.
Hemos desarrollado esta problemática ya en detalle con propuestas de
políticas específicas de políticas en Albó (2002c) y Albó y Anaya (2004),
por lo que aquí no es necesario abundar más en este tema.
Oficialización
Como dice la Declaración universal arriba citada, el carácter “oficial” de
una lengua no es el origen de los derechos lingüísticos, pues éstos exis-
ten ya desde siempre. Pero tal reconocimiento público puede facilitar su
cumplimiento. En rigor el carácter oficial de una lengua implica el acce-
so y uso regular de ella en todas las actividades y documentos públicos
del Estado. Implica también su uso, cuando debe atenderse a quienes la
hablan, en las oficinas y reparticiones públicas, en los hospitales, en jui-
cios y audiencias, en los medios de comunicación, en la señalización y
avisos escritos y orales. En la práctica, sin embargo, la declaratoria ini-
cial de lengua oficial puede ser sólo el principio de un proceso más o
menos largo, de acuerdo a la situación y recursos disponibles y –por
supuesto– a la voluntad política de ejecutar lo ya oficializado.
En este punto, Bolivia está todavía muy retrasada. En la última edición
del Compendio de legislación indígena (MAIPO, 2005) sólo figuran
referencias indirectas o sectoriales al tema pero ninguna declaración for-
mal de oficialización. En el pasado ha habido varios proyectos fallidos
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6.7. Cosmovisión
Una larga serie de derechos indígenas pueden subsumirse en el derecho
a mantener y desarrollar su propia cosmovisión. La lengua, el derecho
indígena y el ejercicio de la propia autonomía –que aquí hemos tratado
por separado– tienen también mucho que ver con la cosmovisión, siem-
pre en diálogo intercultural con otras. Lo mismo ocurre en prácticamen-
te todos los ámbitos de la vida social y cultural. Enumeremos siquiera
algunos de ellos, aunque aquí no podamos desarrollarlos en detalle:
Educación propia
El uso de la lengua propia en la educación refleja sólo una de las múlti-
ples facetas de la cosmovisión que debe tomarse en cuenta en los proce-
34 Pensamos que se debería añadir: “y de los grupos lingüísticos desplazados fuera de su territorio.”
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sos educativos. Más aún, en aquellos pueblos originarios que ya han per-
dido la lengua (sobre todo entre las minorías étnicas de las tierras bajas),
ya no tiene mucho sentido intentar recuperarla, salvo sólo a un nivel sim-
bólico –como refuerzo de la identidad, en determinados nombres de acti-
vidades, objetos y en algunas frases hechas– o como una tarea de resca-
te académico de este patrimonio de la humanidad. Pero si ya se perdió la
lengua siempre hay otros aspectos culturales con fuertes referentes sim-
bólicos que vienen a ocupar ese importante rol identificador que en otras
culturas ocupa el idioma. Pueden entrar ahí, por ejemplo, determinados
rituales y creencias, las formas de organización, los cantos y bailes, cier-
tos rasgos de la indumentaria, referentes en el paisaje del propio territo-
rio, los festivales, los cuentos y relatos míticos, los consejos trasmitidos
de padres a hijos, entre otros. Es, entonces fundamental, que todo ello sea
muy tenido en cuenta en el sistema educativo desde los primeros años.
En realidad, cuando se habla de educación intercultural (y bilingüe) de
los pueblos originarios, el primer polo de esta interculturalidad es siem-
pre el refuerzo de la propia identidad, que es la más amenazada dentro y
fuera del sistema educativo. Con ello se cumple una múltiple función: la
didáctica, de partir siempre de lo que los alumnos ya saben y practican
en su casa y comunidad; la psicosocial, de adquirir confianza en sí mis-
mos como individuos y como grupo; y la política, de ir construyendo el
país pluricultural propuesto en el Art. 1º de la CPE.
Desde estas premisas, todos los ámbitos culturales son pertinentes dentro
del proceso educativo de los niños y, para ello, la participación activa de
los padres, autoridades y otras personalidades comunales en este proce-
so educativo es más importante que la del propio docente, llegado con
frecuencia de otra parte. Asimismo, las diversas actividades cotidianas y
las celebraciones comunales pasan entonces a ser también momentos for-
mativos fuertes dentro del proceso, tanto o más que el trabajo en el aula.
Sólo en la medida que este primer polo está suficientemente consolidado
adquiere pleno sentido abrirse también a otros pueblos y culturas, inclui-
da la cosmovisión de los sectores dominantes, para dialogar con ellas e
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35 Ver, por ejemplo, la serie Salud de los pueblos indígenas de la Organización Panamericana de la
Salud (OPS) 1994-1998, en particular el vol. 14: “Incorporación del enfoque intercultural de la
salud en la formación y desarrollo de los recursos humanos”, 1998. El esfuerzo más notable real-
izado en Bolivia son los Postgrados en Salud Intercultural Willaqkuna, de la Universidad Tomás
Frías y el Hospital Daniel Bracamonte de Potosí, en 2001-2002 y 2005-2006.
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Religión
La mayor concentración de la propia cosmovisión suele darse en el ámbi-
to religioso, de alto valor simbólico para interpretar y dar un sentido glo-
bal a toda la realidad tangible e intangible de un pueblo tanto en el ámbito
de creencias como en el desarrollo de una ética, espiritualidad y motiva-
ción profunda. Por eso mismo la destrucción o debilitamiento de la propia
religión en los primeros tiempos de la Colonia es vista por muchos como
uno de los factores que más influyó en debilitar la resistencia de muchos
pueblos indígenas frente a la invasión y conquista, igualmente violenta. Su
sustitución por el cristianismo fue el brazo ideológico que acabó por hacer
aceptable y hasta deseable lo que inicialmente se impuso por la fuerza. La
buena intención de muchos misioneros, que con ello pensaban combatir y
extirpar la idolatría para anunciar la buena nueva de la verdadera religión
cristiana, puede explicar su proceder y hasta la heroica abnegación de algu-
nos de ellos. Pero en este campo de creencias tomadas por sagradas el ries-
go de un etnocentrismo intolerante suele ser mayor que en otros.
Una vez más, transcurridos cinco siglos, las gama de situaciones reales
es mucho más compleja pues la mayoría de los indígenas sienten ya que
su condición cristiana –llena, claro está, de elementos sincréticos– es
ahora vista muchas veces como parte de su propio modo de ser. Más aún,
numerosos indígenas siguen convirtiéndose a nuevas iglesias y cultos,
cristianos o no, sin dejar por ello de sentirse indígenas y desarrollando en
ellas otras modalidades de sincretismo. Para unos y otros el camino ya no
es volver a la situación religiosa precolonial sino partir de esas sus expe-
riencias actuales, con lo que tienen de ancestral y de innovado, con una
amplia gama de variación interna dentro de cada pueblo, desde fuertes
intolerancias en uno u otro sentido hasta otras actitudes más abiertas y
sensibles a esta diversidad de experiencias.36 Dentro de esta última
corriente, más intercultural, una de las expresiones más significativas en
toda América Latina es la llamada teología india o, quizás más exacta-
mente, teologías indias (López, 2000).
36 En Marzal (coord. 1992) puede vislumbrarse esta diversidad en los pueblos quechua, aymara y
guaraní de Perú, Bolivia y Paraguay.
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Pero ellos lo han tenido que adoptar también como un derecho colectivo
propio tanto en el caso de sus bienes materiales, incluido todo el territo-
rio del que viven y en el que conviven, comparten y celebran, como en
el de las “patentes” de propiedad intelectual que de la noche a la maña-
na otros registran a nivel internacional en asuntos tan originarios y comu-
nes como plantas, alimentos y medicinas de uso local, tejidos ancestrales
y tantas otras producciones culturales que acaban en colecciones particu-
lares o museos del primer mundo.
Esta defensa del propio patrimonio no es para gozarlo sólo ellos de
manera excluyente sino simplemente para evitar que otros se lo quiten
definitivamente para sólo ellos, desde su otra visión acumuladora.
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37 Lamentablemente hasta ahora los censos no han registrado este dato que en algunas ciudades y
regiones puede ser muy significativo.
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nuestra distinción central entre los derechos indígenas comunes a los de
todos los ciudadanos y los más propios y específicos de los pueblos indí-
genas, es obvio que estos últimos tienen también el mismo derecho que
todos los demás de tener una participación plena y equitativa en las
diversas instancias del poder político. Lógrese ello por el voto directo o
a través de cuoteos y circunscripciones especiales (ver 3.3.), esta equidad
en la representación viene a ser además la condición de posibilidad nece-
saria pero no siempre suficiente para que en el ejercicio del poder se
tomen también realmente en cuenta sus demás derechos más específicos.
248
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Xavier Albó
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POBLACIÓN DE 15+ AÑOS POR CONDICIÓN ÉTNICO LINGÜÍSTICA (CEL)
AYMARA, QUECHUA Y GUARANÍ, SEGÚN CIRCUNSCRIPCIONES ELECTORALES
(Sólo las circunscripciones con 10% o más de quechuas, aymaras o guaraníes; y, en ellas, las categorías
CEL 7-2 con referencia específica a cada pueblo. El INE trata en bloque las circunscripciones de las capitales y El Alto
A 18 id. 33.29 % 40.75 % 5.21 % 1.5 % 1.8 % 2.0 % 100.0 % 80.8 % 84.5 % 3.8
A 22 Ingavi Pacajes 24.61 % 49.94 % 12.06 % 5.2 % 1.2 % 2.4 % 100.0 % 91.8 % 95.4 % 3.6
A 17 Camacho Los Andes
M. Kapac 40.50 % 46.65 % 6.00 % 1.7 % 1.9 % 2.0 % 100.0 % 94.9 % 98.8 % 3.9
Q 19 Larec FTamayo Iturralde 3.37 % 10.59 % 2.96 % 1.9 % .6 % 2.7 % 100.0 % 18.8 % 22.2 % 3.4
A 19 id. 11.47 % 28.27 % 10.73 % 6.0 % .7 % 2.5 % 100.0 % 56.5 % 59.8 % 3.3
A 21Aroma Loayza Villarroel 22.40 % 57.74 % 10.41 % 3.2 % 1.3 % 2.5 % 100.0 % 93.7 % 97.5 % 3.8
A 20 NSYungas Inquisivi 12.25 % 36.98 % 17.56 % 10.4 % .6 % 2.5 % 100.0 % 77.2 % 80.3 % 3.1
COCHABAMBA 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc.23-25 2.29 % 15.45 % 17.39 % 13.5 % .3 % 3.7 % 100.0 % 48.6 % 52.6 % 4.0
A id .33 % 4.33 % 2.37 % 3.0 % .1 % 1.0 % 100.0 % 10.1 % 11.1 % 1.0
Q 29 Campero Arani 45.15 % 35.57 % 5.00 % 2.2 % 3.2 % 3.4 % 100.0 % 87.9 % 94.5 % 6.6
Q 31 Arque Bolívar Tapacarí 45.74 % 30.78 % 6.11 % 1.3 % 2.7 % 2.4 % 100.0 % 83.9 % 89.0 % 5.2
A 31 id. 3.40 % 4.82 % .70 % .5 % .5 % 1.1 % 100.0 % 9.4 % 11.1 % 1.7
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Circunscripciones * Condición étnico linguística QUECHUA, Total Total Incre-
AYMARA, GUARANÍ (10+%) gen. Q, A o G mento
Q 30 Valle Alto Capinota 29.20 % 43.88 % 11.23 % 2.2 % 2.2 % 5.4 % 100.0 % 86.6 % 94.1 % 7.6
Q 26 Quillacollo 6.41 % 23.62 % 21.56 % 11.8 % .6 % 4.4 % 100.0 % 63.4 % 68.4 % 5.1
Q 28 Chapare 17.39 % 34.95 % 13.53 % 6.9 % 1.4 % 4.9 % 100.0 % 72.8 % 79.1 % 6.3
Q 27 Carrasco VTunari 21.82 % 48.05 % 7.98 % 2.7 % 1.6 % 4.6 % 100.0 % 80.6 % 86.9 % 6.3
ORURO 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 32-34 2.40 % 13.21 % 14.11 % 11.3 % .2 % 2.7 % 100.0 % 41.0 % 444.0 % 3.0
A id. .73 % 6.95 % 5.56 % 6.5 % .1 % 1.7 % 100.0 % 19.8 % 21.6 % 1.8
A 35 NSCar Saj Lit Atah
Barrón Mej 14.58 % 51.15 % 15.95 % 5.5 % .8 % 2.1 % 100.0 % 87.2 % 90.1 % 2.9
Q 36 Poopó Dalence Abaroa 7.07 % 28.05 % 17.03 % 6.0 % 1.0 % 5.0 % 100.0 % 58.2 % 64.2 % 6.0
A 36 id. 8.36 % 13.64 % 4.21 % 1.7 % 1.1 % 2.3 % 100.0 % 27.9 % 31.3 % 3.3
POTOSÍ 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 32-34 15.00 % 25.31 % 21.68 % 10.1 % 1.0 % 3.9 % 100.0 % 72.1 % 77.0 % 4.9
Q 39 Bustillo 17.52 % 29.37 % 20.98 % 6.0 % 2.8 % 4.4 % 100.0 % 72.8 % 81.1 % 7.3
A 39 id. 6.15 % 2.71 % 3.57 % 2.2 % 3.3 % 1.7 % 100.0 % 14.6 % 19.6 % 5.0
Q 42 Saavedra Linares 46.96 % 44.53 % 3.34 % .7 % 1.7 % 1.8 % 100.0 % 95.5 % 99.0 % 3.5
Q 41 Chayanta 63.87 % 26.87 % 2.73 % .3 % 3.6 % 1.4 % 100.0 % 93.8 % 98.8 % 5.0
Q 40 Charcas Ibáñez Bilbao 48.39 % 22.27 % 4.97 % .5 % 4.5 % 2.1 % 100.0 % 72.2 % 82.7 % 6.6
A 40 id. 8.39 % 7.50 % 1.82 % .6 % 2.5 % 1.1 % 100.0 % 18.3 % 21.9 % 3.6
Q 43 NChich N. Líp.
Campos Quijarro 17.78 % 44.08 % 11.01 % 3.9 % 1.2 % 3.8 % 100.0 % 76.7 % 81.7 % 5.0
Q 60 Vallegrande Florida 4.11 % 15.79 % 4.45 % 3.5 % .7 % 3.9 % 100.0 % 27.9 % 32.5 % 4.6
Q 56 Santiestévan Sara 2.62 % 14.10 % 5.28 % 5.0 % .5 % 3.3 % 100.0 % 27.0 % 30.8 % 3.8
Fuente: INE, Censo 2001. Solo hogares particulares y personas que indican hablar. No incluye personas que reciden en el exterior
encontrándose en tránsto en el país.
* Estando ya todo este trabajo en vías de publicación, a principios de noviembre de 2005, la Corte Nacional Electoral definió los
cambios de algunas circunscripciones uninominales, en cumplimiento de la sentencia 0066/2005 del Tribunal Constitucional (22
septiembre 2005) y de los Decretos Supremos 28429 del 1 de noviembre de 2005 y 28445 del 19 de noviembre de 2005. Ya no era
posible actualizar nuestros análisis a esta nueva situación pero aquí señalamos los cambios de circunscripción uninominal, que
afectan a nuestras cifras (los cambios de escaños plurinominales no los afectan):
- La Paz. La antigua circunscripción urbana 12 desaparece fusionándose sobre todo a la 11, que pasa a ser la más poblada de la
capital.
- Cochabamba. Se crea una nueva circunscripción urbana (con el Nro. 12), que cubre la parte periférica occidental de la capital (antes
en las circunscripciones 24 y 25) más el municipio de Colcapirhua ya muy urbanizado (antes en la circunscripción rural 26).
- Santa Cruz. Se crea la nueva circunscripción urbana 70, mayormente en la parte oeste de la anterior circunscripción 55,
incluyendo su expansión hacia la periferia urbana. Se crea también la nueva circunscripción rural 69 con las provincias Ichilo
(antes en la circunscripción 60) y Sara (antes en la circunscripción 56) más el municipio de Warnes, 1ra. Sección de la provin-
cia del mismo nombre (antes en la circunscripción 57).
- El detalle de las actuales circunscripciones puede verse en la página web de la Corte Nacional Electoral www.cne.org.bo > pro-
ceso > circunscripciones uninominales.
271
Ciudadanías en Bolivia
** El significado de cada categoría de condición “etnolingüística”, se explica en el cuadro 3.1 del presente texto