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CIUDADANÍAS EN BOLIVIA

CIUDADANÍAS
EN BOLIVIA
María Teresa Zegada C.
Ivonne Farah H.
Xavier Albó
Primera edición, diciembre 2006
Depósito legal: 4-1-281-06 P.O.

© Corte Nacional Electoral

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La Paz, Bolivia

Editado por:
Unidad de Análisis e Investigación
del Área de Educación Ciudadana de la CNE

Cuidado de edición: Unidad de Información Pública


Diseño gráfico: Asterisco
Diagramación: Juan Carlos Gonzáles
Impresión: Imprenta Artes Gráficas Sagitario S.R.L.

Impreso en Bolivia
Tiraje de 1.000 ejemplares
Distribución gratuita. Prohibida su venta

Las opiniones expresadas en este Cuaderno de Análisis e Investigación son de responsabilidad exclusiva
del autor y no comprometen la autonomía, independencia e imparcialidad de la Corte Nacional Electoral.
ÍNDICE

PRESENTACIÓN ..........................................................................................1

CIUDADANÍA CIVIL Y POLÍTICA EN BOLIVIA

LA PROBLEMÁTICA DE LA CIUDADANÍA SOCIO-ECONÓMICA


EN BOLIVIA

CIUDADANÍA ÉTNICO-CULTURAL EN BOLIVIA


PRESENTACION
La presentación de La ciudadanía en Bolivia, obra de Xavier Albó,
Ivonne Farah y María Teresa Zegada exige, en primer lugar, referirse
a las líneas de educación ciudadana de la Corte Nacional Electoral de
Bolivia, en las cuales se inscribe su trabajo editorial, y luego al con-
tenido del texto.

La Corte Nacional Electoral tiene dos objetivos centrales: por un lado,


asegurar la organización transparente y eficiente de los procesos
electorales, promoviendo la mayor participación posible de una ciu-
dadanía informada. Ese es un desafío que se renueva en cada pro-
ceso y al que debe hacer frente no sólo el organismo electoral sino el
país en su conjunto. Por otro lado, le corresponde administrar el
Registro Civil procurando que toda persona cuente con una correcta
inscripción en el Registro y brindando un servicio de calidad a toda la
población.

Sin embargo, en los últimos años, labores adicionales han recibido


una importante atención del parte del organismo electoral, entre ellas
destaca la educación ciudadana y cívica. Se trata de una tarea evi-
dente durante los procesos electorales, épocas cortas e intensas, en
las cuales se coloca el acento en las masivas campañas de comuni-
cación y de capacitación. Al mismo tiempo, la Corte se integra en el
grupo reducido de organismos electorales latinoamericanos que
incursionan en territorios nuevos, como la educación ciudadana per-
manente, una tarea que requiere un compromiso constante y
paciente pues los resultados no son inmediatos ni de efectos espec-
taculares en el corto plazo. Tarea que es asimismo indispensable

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pues la difusión de valores democráticos constituye, en el largo plazo,
la mejor garantía del asentamiento del régimen representativo.

Cuatro ejes se desarrollan bajo este paraguas. El primero corre-


sponde a un sostenido trabajo de información pública: la Corte con-
sidera que en democracia es deber de las instituciones ofrecer a
cualquier ciudadano información oportuna, ágil, completa, transpar-
ente y verídica. El segundo, más reciente, es la creación del Instituto
de Capacitación Democrática, destinado a la formación en valores
democráticos y gestión pública de cuadros y militantes de organiza-
ciones políticas partiendo del principio que ningún sistema represen-
tativo ha ganado con partidos débiles y desestructurados. El tercer
eje se articula alrededor de un conjunto de actividades muy variadas
destinadas a públicos diversos, incluyendo niños y jóvenes, bajo una
inspiración común: resaltar los valores de libertad, igualdad, respeto
y señalar cómo estos ideales se plasman en instituciones y prácticas
a la par que indican un horizonte de acción. Por último, la investi-
gación ocupa un lugar privilegiado. Con esta labor, poco frecuente en
las instituciones del Estado, se busca promover el debate, el inter-
cambio razonado y sereno de ideas favoreciendo el objetivo general
de una ciudadanía activa y capacitada. En esta tarea, el organismo
electoral ha contado a menudo con el respaldo de países amigos,
como Canadá, Dinamarca, los Países Bajos, el Reino Unido, Suecia
y de instituciones internacionales, como IDEA.

La publicación de La ciudadanía en Bolivia constituye una de las


actividades de ese conjunto de investigaciones. Los libros, a diferen-
cia de lo que sucede con el material de más amplia difusión como las
cartillas, las separatas o los manuales, se dirigen a un público más
reducido, compuesto principalmente por académicos, políticos, peri-
odistas, estudiantes universitarios, intelectuales y, en última instancia,
ciudadanos interesados por los asuntos públicos. La acogida que han
tenido ha sido excelente: varios de los textos se han agotado y ha
sido necesaria una segunda impresión para responder a la demanda
de personas que encuentran en las publicaciones del Organismo
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Electoral estudios serios, plurales, novedosos y bien documentados,
capaces de conducir al planteamiento de nuevas ideas así como a la
justa valoración de la construcción institucional que ha tenido Bolivia
desde el retorno a la democracia.

Son tres series editoriales que se crearon a partir de 2004. Los


Cuadernos de Análisis e Investigación recogen investigaciones
empíricas y han reservado un lugar importante al estudio electoral; los
Cuadernos de Diálogo y Deliberación brindan perspectivas teóricas
sobre la democracia y los asuntos políticos; los Documentos de
Trabajo sistematizan datos e informaciones de tipo electoral. Todas
ellas han recibido las contribuciones de destacados especialistas boli-
vianos y extranjeros y han brindado de manera simultánea oportu-
nidades a investigadores jóvenes; han recogido estudios de procesos
bolivianos y han ofrecido miradas desde afuera o perspectivas com-
paradas. Constituye una convicción en la Corte Nacional Electoral
que la evolución del país no puede entenderse sin una adecuada
comprensión de la realidad internacional.

La ciudadanía en Bolivia constituye la novena publicación de los


Cuadernos de diálogo y deliberación. Es la obra de tres importantes
autores. El sacerdote jesuita y doctor en antropología Xavier Albó,
impulsor del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado,
tiene una vasta producción bibliográfica que ha contribuido de forma
decisiva al mejor conocimiento del mundo rural boliviano y de sus car-
acterísticas culturales. Entre sus principales libros se puede señalar:
Khitipxtansa: ¿quiénes somos?, Raíces de América: el mundo
aymara u Ojotas en el poder local. Por su parte, la economista y
socióloga Ivonne Farah, catedrática universitaria y directora del
Postrgrado en ciencias del desarrollo de la Universidad de San
Andrés, ha trabajado asuntos relacionados con educación y
economía. Finalmente, la socióloga María Teresa Zegada, profesora
en la Universidad de San Simón, contribuye permanentemente al
análisis de la coyuntura política y social a través de artículos de pren-
sa y libros. Entre los más recientes se puede citar: Propuesta de
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reforma hacia la Asamblea constituyente y Los desafíos de los par-
tidos en la coyuntura actual, que hacen parte de volúmenes colec-
tivos.

La ciudadanía en Bolivia se organiza alrededor de tres textos inde-


pendientes pero complementarios por sus enfoques. Zegada señala
en “Ciudadanía civil y política en Bolivia” la difícil relación entre la uni-
versalidad abstracta de los derechos y las concepciones comunitaris-
tas que subrayan el carácter multicultural del país. Hace también un
recuento histórico de la concepción de la ciudadanía en los textos
constitucionales, recordando que el conjunto de los actuales dere-
chos son fruto de una larga evolución. A continuación, en “La prob-
lemática de la ciudadanía socioeconómica en Bolivia”, Farah realiza
una presentación teórica y luego se concentra en el caso boliviano,
destacando, al igual que Zegada, la importancia de la Constitución de
1938, el cambio profundo que trajo la revolución de 1952 y la ruptura
de 1985. Considera que la ciudadanía individual ignora el carácter
colectivo de las desigualdades y plantea pistas para corregir ese
problema. Por último, Albó ofrece en “Ciudadanía étnico – cultural”
una mirada histórica que parte desde el momento de la presencia
española en América y un detallado análisis de las cifras de lengua e
identidad del Censo de 2001. A partir de esa base, el investigador
avanza su propuesta sobre los “derechos indígenas”, reservando un
lugar importante a la comparación internacional.

La definición de la ciudadanía constituye uno de los aspectos más


importantes de la construcción democrática y el libro aborda esa
cuestión desde ángulos diferentes, con posturas distintas, pero en
cada oportunidad, con una argumentación sólida. De esa manera, La
ciudadanía en Bolivia cumple con el propósito que la Corte Nacional
Electoral se ha fijado a sí misma, propiciar el debate sobre problemas
centrales de la democracia.

Salvador Romero Ballivián


Presidente de la Corte Nacional Electoral
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CIUDADANÍA CIVIL Y POLÍTICA EN BOLIVIA
María Teresa Zegada C.

La construcción de ciudadanías en Bolivia ha implicado varios procesos


paralelos: por una parte, un conjunto de normas jurídicas que fueron deli-
neando la relación entre el Estado y la sociedad de manera formal; por otra,
una serie de conquistas, producto de las luchas sociales a lo largo de la his-
toria, que se fueron incorporando en el ámbito público, algunas de las cuales
lograron incluirse a nivel constitucional.
Sin duda, en términos de derechos civiles y políticos, el hito más impor-
tante de la historia estuvo marcado por la Revolución de 1952, cuando se
logró, entre otras cosas: el reconocimiento a la propiedad individual de la tie-
rra (liberando de la tutela terrateniente a amplios sectores sociales), la aper-
tura del Estado a la participación social y política de las grandes mayorías y
el voto universal. Sin embargo, este proceso se encontró limitado por la
incorporación subordinada de los sectores sociales al Estado y por una cons-
trucción de “ciudadanía” basada en una concepción cultural homogeneizan-
te que no representaba el carácter abigarrado de la realidad boliviana.
Finalmente, la recuperación de la democracia, a principios de los años
80, permitió la vigencia permanente de los derechos fundamentales –existe
una estrecha asociación entre democracia y derechos–, la inauguración de un
ciclo político basado en el sistema de representación partidaria y la emergen-
cia de nuevos actores sociales portadores de reivindicaciones específicas res-
pecto del reconocimiento de sus derechos.
Durante estos 20 años de ejercicio democrático, se ha realizado una serie
de reformas políticas y constitucionales que han establecido formalmente un
conjunto de aspectos relacionados con la construcción de una ciudadanía
democrática, plural, multicultural y respetuosa de los derechos fundamenta-

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María Teresa Zegada C.

les; sin embargo, el actual contexto de crisis ha puesto en evidencia las debi-
lidades y deficiencias del sistema institucional vigente. Por ello, es preciso
replantear estos aspectos en el marco de una propuesta integral de reforma
política nacional, que responda de manera adecuada a los cambios produci-
dos en la sociedad y la política.
Desde una perspectiva societal, la democracia ha revelado el proceso de
construcción de una ciudadanía compleja en el país, ha puesto de manifiesto
la tensión entre lo universal y lo particular, la existencia de una diversidad de
grupos minoritarios (comunidades indígenas originarias regidas por su pro-
pia estructura organizativa, costumbres y tradiciones) y la presencia de un
Estado-nación que no termina de constituirse como tal.
Así, la discusión actual sobre ciudadanía se sitúa en el contexto de la
sociedad civil, los movimientos sociales, los profundos cuestionamientos al
orden político y al Estado, la afirmación de las identidades, la multiculturali-
dad y el carácter diverso y heterogéneo de la sociedad boliviana.
En ese ámbito, resaltan las conquistas de derechos civiles y políticos
realizadas por los movimientos de mujeres, sobre todo en la década de los
90, así como la presencia de los jóvenes y otros grupos excluidos. La orga-
nización y movilización de los pueblos indígenas, su incursión en espacios
públicos a través de marchas, propuestas y su participación en ámbitos de
decisión –como los gobiernos locales– han puesto en la mesa de discusión
la vinculación de la ciudadanía civil y política con la emergencia de identi-
dades étnico-culturales.
Desde algunas perspectivas discursivas indígenas, la idea de ciudadanía
aparece vinculada a la integración estatal, es decir, a la exigencia de un reco-
nocimiento legal de las identidades originarias en el Estado, como se puede
percibir en los discursos de los pueblos indígenas que se movilizaron a ini-
cios de los 90 y que obtuvieron como resultado un conjunto de derechos
constitucionales y legales. Esta concepción también se revela en la participa-
ción electoral y en la presencia directa de indígenas en el ámbito estatal junto
a representantes de los partidos hegemónicos del sistema, como el caso de
Víctor Hugo Cárdenas, presente en la Vicepresidencia de la República duran-
te el gobierno de Sánchez de Lozada. Pero, de otra parte, existe un discurso

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Ciudadanía civil y política

que tiende a la autonomía y a la autodeterminación de los pueblos indígenas


como naciones independientes, así como al reforzamiento de su propia iden-
tidad contra el avasallamiento colonial del Estado. Este discurso está susten-
tado por corrientes de pensamiento postcolonial y por los estudios de la
subalternidad que, con sus matices, propugnan el autogobierno político y la
construcción de naciones dentro de la nación. De cualquier manera, nos
encontramos muy alejados de aquella “comunidad imaginada” horizontal y
fraterna a la cual aludía Benedict Anderson. Con todo, no se ha logrado aún
una construcción de derechos civiles y políticos acorde con los principios
básicos de la democracia; por esta razón, O’Donnell habla de una “ciudada-
nía de baja intensidad” cuando se refiere a la debilidad en el ejercicio de los
derechos civiles, sociales y políticos en América Latina.
Quizás uno de los desafíos más grandes de la Asamblea Constituyente
sea precisamente redefinir la actual estructura estatal e institucional en base
a esta compleja realidad, en el marco del pluralismo democrático, la intercul-
turalidad y la diversidad social en el Estado de Derecho. Queda claro que, si
bien los procesos previos de reforma política incluyeron algunos aspectos
normativos importantes, se requiere de un proceso de transformación del
Estado mucho más profundo.
No se puede desligar la noción de ciudadanía ni el debate sobre derechos
civiles y políticos del sistema político y del régimen de gobierno. La condi-
ción democrática implica la vigencia de los derechos fundamentales, pero
además establece procedimientos y mecanismos de vinculación entre el
Estado y la sociedad. La democracia es, desde el punto de vista jurídico, un
conjunto de garantías y procedimientos para el ejercicio de la ciudadanía; en
consecuencia, el Estado se constituye en garante de dichos derechos y obli-
gaciones. Pero la ciudadanía no es sólo un conjunto de derechos adquiridos,
sino un modo de pertenencia a una comunidad política que discute derechos
y obligaciones en un espacio público; lo que está en discusión es justamente
la forma de pertenencia a dicha comunidad (Rodríguez y Entín, 2004).
En definitiva, no es suficiente hablar de diversidad en el país e incorpo-
rar estos registros en las normas legales; hace falta pensar en un nuevo dise-
ño institucional que involucre el ejercicio de los derechos, una ampliación de

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María Teresa Zegada C.

la esfera pública y un acercamiento del Estado a la sociedad a través de cana-


les efectivos en los marcos de la democracia y la vigencia de derechos.

La construcción del concepto de ciudadanía civil y política


La definición formal de ciudadanía aborda la vigencia de derechos, res-
ponsabilidades y garantías para el conjunto de habitantes circunscritos en un
espacio territorial determinado. Esta visión deviene de la tradición liberal
contractualista, que establece una relación jurídico-ética entre los ciudadanos
y el Estado, se basa en los derechos universales de carácter individual (civi-
les, políticos y sociales) y en la premisa de igualdad ante la ley. Sin embar-
go, esta situación ideal de igualdad no existe en los hechos; por tanto, se ha
definido a la ciudadanía como una construcción histórica, producto de las
luchas sociales. De acuerdo a Marshall (1992), las conquistas de derechos
civiles (primero), políticos y sociales (después) fueron progresivas, aunque
en el presente todos ellos se encuentren interrelacionados.
Los derechos civiles se refieren a la libertad de expresión, el derecho a la
propiedad, la libertad individual de pensamiento, expresión y culto, la auto-
nomía del individuo, la libertad de asociación y el acceso igualitario a la jus-
ticia. Se fundamentan en los principios de igualdad entre los miembros de
una sociedad, más allá de sus características raciales, culturales, sexuales o
etáreas; en otras palabras, remiten a la igualdad de todos los ciudadanos ante
la ley. Los derechos civiles se adscriben a los denominados derechos de pri-
mera generación, aquellos que protegen la vida y la libertad del hombre y
que, históricamente, surgieron como defensa del ciudadano ante el Estado
absolutista. Los derechos políticos, en cambio, se refieren a la libertad de los
individuos para participar en el ejercicio del poder político y a la posibilidad
de ser elector y elegible en los procesos de elección de autoridades a través
del voto; de manera más amplia, también se relacionan con la participación
en la gestión y la fiscalización del ámbito público.
La concepción de la igualdad de derechos individuales entre los miem-
bros de una sociedad fue consustancial al surgimiento del capitalismo, pues-
to que la propiedad individual y la competencia en el libre mercado se cons-
tituían en condiciones para la libertad jurídica y la participación política a

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Ciudadanía civil y política

través del voto, en base al criterio universal de que un hombre es igual a un


voto. Esta visión moderna, universal y homogeneizante de la sociedad, ori-
ginada en la tradición liberal, prioriza los procedimientos democráticos
antes que las condiciones sociales y políticas históricas en que se producen.
Lecturas críticas posteriores a esta noción introducen una primera distinción
entre ciudadanía formal y ciudadanía sustancial. La primera alude a la sim-
ple pertenencia a una nación; la segunda, en cambio, al ejercicio efectivo de
los derechos.
Por otra parte, esta concepción de ciudadanía ha ignorado por muchas
décadas la realidad multisocietal1 que contiene el territorio boliviano, la
misma que ha sido arrasada por los dispositivos uniformizantes, dominantes
e inapelables impuestos desde el Estado. La irrupción de factores étnico-cul-
turales e identitarios en el escenario político ha revelado las fisuras de ese
modelo de ciudadanía civil y política universal.
De hecho, la categoría de ciudadanía basada en la universalidad y la
homogenización (que presupone que todos son libres e iguales en el ámbito
público y relega al ámbito privado las discusiones de las particularidades y
diferencias) ha sido rebasada por la propia realidad; de esta manera, la con-
cepción universal de los derechos, en una nación que presenta en su interior
múltiples referentes identitarios particulares, se tensiona.
La imposición autoritaria de ciudadanía suele provocar graves conflictos
sociales; por ello, el hábitat del desarrollo de la ciudadanía es la democracia,
que además ha dado lugar al surgimiento de grupos de distinta naturaleza
encarnados en movimientos sociales (como el feminismo, los pueblos indí-
genas, los movimientos culturales y otros) que introducen en el debate teóri-
co los particularismos frente al falso paradigma del universalismo liberal en
que se basaba el concepto previo de ciudadanía.
La problemática de la ciudadanía, especialmente centrada en los dere-
chos civiles y políticos, se ha convertido en una razón política para diversos

1 Este concepto se refiere a “la coexistencia y sobreposición de diferentes sociedades o matrices de


relaciones sociales de diversa cualidad y tiempos históricos” y está fuertemente conectado al con-
cepto de abigarrado, propuesto por Zavaleta Mercado (cfr. Tapia, 2002: 10).

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María Teresa Zegada C.

sectores sociales que sienten vulnerados sus derechos fundamentales y expre-


san el déficit de una ciudadanía plena (particularmente, nos referimos a gru-
pos étnicos, comunidades campesinas o pueblos indígenas, sectores históri-
camente excluidos de la gestión estatal). El desafío es desterrar el concepto
de preciudadanía, que implica la carencia de la condición ciudadana, así
como la escasa participación en la gestión y en los beneficios del país.
Por tanto, la ciudadanía civil tiene que ver también con la pertenencia y
la participación en la comunidad (Held, 1997); aquí cabe diferenciar entre
derechos individuales y colectivos. Estos últimos corresponden a las formas
comunitarias originarias existentes antes de la colonización y que continúan
vigentes al presente. Los derechos colectivos indígenas, básicamente, tienen
que ver con el reconocimiento y el respeto de las costumbres, el idioma o dia-
lecto, las prácticas culturales, las formas organizativas políticas, los hábitos
y tradiciones. Pero, además, remiten a formas de propiedad de la tierra de
carácter comunitario y al uso de los recursos naturales y el medioambiente.
Los permanentes procesos migratorios, así como la reconfiguración
societal de los centros urbanos y rurales, eliminan la asociación mecánica
entre comunidades indígenas y espacios territoriales focalizados. Si bien
estos espacios permanecen en determinados territorios, importantes contin-
gentes de indígenas se han trasladado físicamente a otros ámbitos geográfi-
cos (como, por ejemplo, a las ciudades), en los que mantienen prácticas cul-
turales y simbólicas provenientes de sus zonas de origen, aunque combina-
das con otros referentes identitarios.
¿Cómo enfrentar la coexistencia de un conjunto de derechos de alcance
universal y otros que provienen de la diversidad social y cultural, que son por
su naturaleza de carácter particular? ¿Terminarán siendo diluidos en el signo
de la modernidad? ¿O, por el contrario, implican la opción por el particula-
rismo y la autoexclusión? ¿Existen otras alternativas?
En otro orden de cosas, es preciso retomar la estrecha vinculación entre
construcción de ciudadanía y vigencia de la democracia. Esta vinculación
supone la existencia de reglas de juego compartidas y vinculantes y la res-
ponsabilidad respecto al buen funcionamiento de las instituciones que preci-
samente velan por la vigencia de los derechos (Touraine, 1993); además,

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Ciudadanía civil y política

sobre todo por su carácter plural, dicha vinculación permite la representación


de ideas e intereses diversos y la posibilidad de un desarrollo de ciudadanía
plena. Pero, para ello, se requiere sustituir la clásica concepción de ciudada-
nía civil por otra que tenga la capacidad de articular al conjunto de elemen-
tos presentes en una realidad multicultural; y que esta realidad no sólo sea
reconocida formalmente –como lo hace la actual Constitución–, sino que
implique mecanismos de participación en las decisiones y en la gestión públi-
ca, así como el procesamiento de políticas públicas acordes con la diversidad.
Es decir, se precisa de una nueva articulación entre lo universal y lo particu-
lar, entre la ciudadanía como categoría individual y lo comunitario como con-
cepto colectivo.
El ejercicio de la democracia adquiere una connotación política en la
medida que se define como “una práctica conflictiva vinculada a las relacio-
nes de poder, que refleja las luchas acerca de quiénes podrán decir qué, defi-
nir cuáles serán los problemas comunes y cómo serán abordados” (Jelín,
1995). En otras palabras, la conquista de derechos y su cumplimiento se
resuelven en el campo político.
En definitiva, la ciudadanía civil y política no puede reducirse a un sta-
tus legal y formal, que describe una lista de derechos que el individuo tiene
frente al Estado y un conjunto de facultades para elegir y ser elegido, sino
que se relaciona con una forma de identificación política, un principio articu-
lador (Mouffe, 1999). De ahí deriva un concepto de ciudadano activo, que
forme parte de manera regular y comprometida en la formación de la opinión,
la gestión y la responsabilidad con lo público, no sólo como receptor pasivo
de derechos.
Sin duda, la idea de una ciudadanía plural, activa y propositiva marca el
horizonte de profundización de la democracia. Para ello, como señala
Mouffe, hace falta establecer un difícil equilibrio “entre la democracia como
conjunto de procedimientos necesarios para administrar la pluralidad y la
democracia como adhesión a valores que informan un modo particular de
coexistencia” (1999: 181).

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María Teresa Zegada C.

Ciudadanía civil en la historia boliviana


La vigencia de derechos responde a la relación entre el Estado y la socie-
dad, es decir, está directamente relacionada con la capacidad del Estado para
reconocer y establecer pautas jurídicas y para velar por su cumplimiento.
Pero, por otra parte, involucra las múltiples demandas y situaciones fácticas
que provienen de la sociedad, legitimadas por el reconocimiento normativo e
institucional.
En muchas ocasiones, la norma precede a la realidad, la sustituye o bien
se procesa al margen de ésta. Esto sucedió claramente con las primeras
Constituciones Políticas del Estado en Bolivia, que incluyeron una serie de
preceptos jurídicos muy avanzados provenientes de textos constitucionales
foráneos y adoptados de manera mecánica a partir de la fundación de la
República. La Carta Magna de 1826 estuvo fuertemente influenciada por la
Revolución Francesa y la Declaración de Independencia de Norteamérica,
allí se hablaba de los derechos inalienables del hombre; sin embargo, no se
tomaban en cuenta los usos y costumbres locales. De esa manera, a pesar de
que se proclama a Bolivia como una República Popular Representativa,
donde la soberanía reside en el pueblo, las grandes mayorías sociales queda-
ron tácitamente excluidas de la norma constitucional y aisladas de la vida
política nacional. En ese momento, Bolivia contaba con una población indí-
gena de habla aymara y quechua de aproximadamente 800 mil personas, los
denominados blancos o criollos alcanzaban a 200 mil y los tipificados como
mestizos o cholos llegaban a 100 mil (Pentland en Klein, 1968: 15); recorde-
mos que para ser ciudadano se exigían requisitos económicos, de género y de
alfabetización. Pero, además de su reducido tamaño, la elite criolla se encon-
traba desgastada y contaba con escasa capacidad para constituir un proyecto
político sólido.
En relación con los derechos civiles, la primera Carta Magna no esta-
blece una diferencia entre nacionalidad y ciudadanía, problema que se arras-
tra en las siguientes constituciones; sin embargo, establece la diferencia
entre “bolivianos” y “ciudadanos”: bolivianos eran aquellos nacidos en el
territorio, hijos de madre o padre boliviano, y los que combatieron en las
batallas de Junín y Ayacucho por la libertad. Para entonces, los deberes de

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Ciudadanía civil y política

los bolivianos eran: someterse a la Constitución y las leyes, respetar y obe-


decer a las autoridades, contribuir a los gastos públicos, sacrificar sus bienes
y vida si así lo exige la República y, finalmente, conservar las libertades
públicas. En tanto que, para ser ciudadano, se requería ser boliviano, casado
o mayor de 20 años, saber leer y escribir, tener empleo o industria o profesar
alguna, ciencia o arte (pero sin sujeción a otro, en clase de sirviente domés-
tico) y/o ser extranjero acreditado. Asimismo, se aclaraba que todos los boli-
vianos gozaban de los derechos civiles concedidos a los ciudadanos, aunque
se encontraban privados del ejercicio electoral, de obtener empleos y acceder
a cargos públicos. No deja de llamar la atención un artículo que señala, entre
otras cosas, que se suspendía la ciudadanía en razón de “ser notoriamente
ebrio, jugador o mendigo... comprar o vender sufragios en las elecciones, o
turbar el orden de ellas...” (Trigo, 2003: 203).
En esta Constitución no se habla propiamente de derechos, sino de garan-
tías; así, se garantizaba a todos los bolivianos: libertad civil, seguridad indi-
vidual, propiedad, igualdad ante la ley, libertad de expresión, movilización,
inviolabilidad de las residencias y correspondencia. Finalmente, se establecía
la libertad de trabajo, la propiedad sobre los descubrimientos y las produc-
ciones. Otra importante conquista fue la abolición de la esclavitud y de los
empleos y privilegios hereditarios.
En relación con esta primera Constitución boliviana, las siguientes no
muestran cambios importantes en materia de derechos civiles. Se podría
decir, más bien, que reflejan una continuidad; los escasos cambios realizados
de una a otra respondieron a intereses sectarios, políticos o personales de los
distintos presidentes y gobiernos de turno (Trigo, 2003).
La Constitución de 1831 introduce una leve modificación respecto a la
edad en que se adquiere ciudadanía: a partir de los 21 años. Entre las garan-
tías se añade el derecho a elevar quejas a las autoridades. Ese mismo año se
redacta el primer Código Civil de la República –que perdurará hasta 1973–,
Código que en su momento fue enaltecido por las elites debido a su carácter
moderno, en un país que apenas comenzaba a organizarse; pero, al mismo
tiempo, fue criticado por otros sectores porque constituía una mera copia de
legislaciones ajenas al país y no consideraba las características de nuestra

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María Teresa Zegada C.

sociedad, además de su carácter deliberadamente incompleto y tendencioso


(Clavero, 2005).
Algunas otras modificaciones en relación con el tema de los derechos
civiles se establecen en la Constitución de 1839; por ejemplo, para ser ciu-
dadano se incorpora el requisito de inscripción en el registro civil y se incor-
pora la facultad de proclamar los derechos ante los depositarios de la auto-
ridad pública “con la moderación y el respeto debidos” pero, como se había
establecido antes, nadie puede hacerlo a nombre del pueblo ni arrogarse su
representación.
En la Constitución de 1843 se establece una curiosa diferencia entre
“bolivianos” y “habitantes”: mientras los primeros tienen el deber de velar
por la conservación de las libertades públicas, contribuir a los gastos públi-
cos, servir a la República y defenderla, los habitantes simplemente deben
vivir sometidos a la Constitución y las leyes, así como respetar y obedecer a
las autoridades constituidas, deben ser totalmente pasivos y receptores de las
disposiciones estatales. Al mismo tiempo, se incluyen derechos jurídicos,
como el de que ningún habitante puede ser juzgado por causas civiles o cri-
minales sino por el tribunal designado por ley.
A partir de la Constitución de 1851, se introduce un primer capítulo refe-
rido al derecho público de los bolivianos y se suprime el de garantías, que se
encontraba al final del texto constitucional, otorgándole una prioridad distin-
ta. Allí se establecen derechos, libertades y garantías individuales sin restric-
ción, bajo el principio de igualdad ante la ley: “el goce de garantías y dere-
chos que esta Constitución concede a todo hombre, cualquiera sea su origen
y creencia está subordinado al cumplimiento del deber: respeto y obediencia
a la Ley y a las autoridades constituidas” (Trigo, 2003: 329). Por tanto, todos
sin restricción podrán ser admisibles a todos los empleos y cargos públicos.
A mediados de siglo se había iniciado un nuevo ciclo histórico, caracte-
rizado por la incursión de sectores populares en el poder y por el inicio de
una fase de inestabilidad política, golpes de Estado y cambios de gobierno
–el caudillismo militar–. Poco más de 210 mil personas vivían en las ciuda-
des y las grandes mayorías en el área rural. La única forma de lograr movili-
dad social se producía a través de la migración hacia las ciudades, el apren-

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Ciudadanía civil y política

dizaje del idioma español y la inserción laboral; con contadas excepciones,


se negaba el acceso al poder político a estos emigrantes (Klein 1968).
Las siguientes Constituciones mantienen la separación de categorías
entre ciudadanos y bolivianos, aunque en algunos textos esta diferencia tien-
de a difuminarse. La Constitución de 1861 amplía las garantías y derechos,
estableciendo que ni el Congreso ni el Ejecutivo podían vulnerar la vida, el
honor o los bienes de los bolivianos; asimismo, señala explícitamente que los
derechos de ciudadanía consisten en concurrir como elector o elegido a la
formación o ejercicio del poder público y en igual admisibilidad a las funcio-
nes públicas, sin otro requisito que la idoneidad.
En la Carta Magna de 1878 se introduce una variante: se abre un capítu-
lo especial sobre ciudadanía (antes ésta se encontraba prescrita en los capítu-
los sobre derechos y garantías o derechos públicos) en donde se establecen
los requisitos y los derechos de la misma.
La Constitución de 1880 resultó ser la mejor elaborada hasta el momen-
to: en ella se asentaron las bases de la regularidad electoral y la representa-
ción; fue la que estuvo vigente por más tiempo (hasta 1938). Esta
Constitución introduce una reforma importante en relación con la libertad de
culto. Respecto a este tema, la primera Constitución establecía a la Católica,
Apostólica y Romana como la religión de la República, “con exclusión de
todo otro culto público”, a pesar de que se proclamaba la libertad de creen-
cias. En la Constitución de 1871 se admite el ejercicio público de cualquier
culto religioso (pensando específicamente en las colonias extranjeras); mien-
tras que, en la siguiente Constitución, esta disposición vuelve a suprimirse
(exceptuando las colonias de extranjeros). Recién en la Constitución de 1880
se establece que, si bien el Estado reconoce y sostiene la religión Católica,
permite el ejercicio público de todo otro culto, disposición que se mantendrá
hasta nuestros días.
A principios del siglo XX, el esquema de dominación económica se
modifica, pasando de la era de la plata a la era del estaño; también se trans-
forman las lógicas de organización política de las elites, pero ello no se
expresa en modificaciones relacionadas con los derechos civiles y políticos.
En esta etapa, la sociedad civil comienza a organizarse y a expresar sus

21
María Teresa Zegada C.

demandas económicas y sociales provocando conflictos sociales significati-


vos, como huelgas y levantamientos campesinos relacionados con el proble-
ma de la tierra y en contra de la violación de los derechos humanos por parte
de las autoridades locales.2 Al mismo tiempo, se revela la influencia de las
ideas socialistas, anarquistas y nacionalistas provenientes de las revoluciones
rusa y mexicana, ideas que constituyen un discurso alternativo en la intelec-
tualidad boliviana.
La guerra del Chaco (1932-1936) también jugó un importante rol en el
reconocimiento mutuo de los bolivianos, mediante la denominada “democra-
cia de las trincheras” y la emergencia de una nueva generación que cuestio-
nó la dominación oligárquica antinacional y alimentó el proceso de construc-
ción del discurso nacional. Las consecuencias de la guerra del Chaco y los
cambios posteriores crearían las condiciones para una participación más acti-
va de la sociedad en la política y la organización de sus demandas. El régi-
men latifundista y el pongueaje significaban un sometimiento servil hacia los
hacendados, sin ninguna defensa legal ni justicia contra el abuso y los casti-
gos corporales. Los colonos y trabajadores, por una parte, y el conjunto de
comunidades indígenas, por otra, se mantenían excluidos de la denominada
“nación” boliviana prescrita en la Constitución de 1880.
En ese contexto, la Constitución de 1938 marca un hito importante por-
que expresa la nueva ideología emergente e implica el fin del constituciona-
lismo clásico regido por el individualismo liberal y la propiedad privada.
Introduce el constitucionalismo social —o de derechos de segunda genera-
ción—, que ya se había establecido décadas antes en otros países de la región.
En términos formales, la Constitución es mucho más detallada y ordenada y
se introducen por primera vez las secciones de régimen económico y finan-
ciero, social, familiar, comunal (alcaldías) y cultural; pero el aspecto más
relevante es la incorporación de derechos sociales y de algunos nuevos civi-
les y políticos (como, por ejemplo, el derecho a reunirse y asociarse para dis-
tintos fines que no sean contrarios a la seguridad del Estado, recibir instruc-
ción y enseñar bajo la vigilancia del Estado, además del derecho a la huelga).

2 Por ejemplo, el levantamiento de Jesús de Machaca en 1921, que fue leído por las élites como un
signo de odio secular contra la raza blanca, acusada de opresión y usurpación (Klein, 1968).

22
Ciudadanía civil y política

También se otorga al Estado responsabilidades sociales y se desconoce cual-


quier tipo de servidumbre; se establece que nadie podrá ser obligado a pres-
tar trabajos personales sin la justa retribución y pleno consentimiento.
Diversos constitucionalistas coinciden en que esta Carta Magna es una pro-
clamación de derechos humanos.
En una sección específica, denominada “Del Campesinado”, por primera
vez el Estado “...reconoce y garantiza la existencia legal de las comunidades
indígenas...”; al mismo tiempo, reconoce el derecho a tener una legislación
específica y a la instrucción, es decir, fomenta la educación del campesino
mediante núcleos escolares indígenas de carácter integral. Sin embargo, estos
significativos avances aún aparecen aislados y no se expresan en el resto de la
Carta Magna, quizás como un reflejo de la característica de los indígenas en
el escenario nacional, quienes habían tenido, como señala Zavaleta, una pre-
sencia esporádica y por explosiones, es decir “como un gran malón”.
La próxima reforma constitucional se realiza después de la Revolución
del 52; el año 1961 marca un hito en términos de ciudadanía civil y política
porque se eliminan los requisitos de alfabetización y de género para consti-
tuirse en ciudadano. Por otra parte, se remarcan derechos y obligaciones de
la “persona” en relación con la salud y la vida o el derecho a la cultura; se
establecen los derechos y obligaciones a trabajar y adquirir instrucción pri-
maria, y las obligaciones de asistir, alimentar y educar a hijos menores, pro-
teger y alimentar a los padres, prestar servicios civiles y militares, entre otros.
Esta Constitución también amplía los temas referidos al régimen agrario
y campesino. El Estado no reconoce el latifundio, le corresponde a éste la dis-
tribución, redistribución y reagrupamiento de la propiedad agraria conforme
a las necesidades del pueblo; se garantiza la existencia de propiedades comu-
nitarias, cooperativas y privadas, se reconocen las organizaciones campesi-
nas, se fomentan las migraciones para redistribuir el factor humano y se pro-
pone impulsar la educación fundamental, técnica y profesional. Llama la
atención el reconocimiento constitucional de las milicias campesinas que
tenían una relación orgánica con el Estado. Así pues, como señala Zavaleta,
si bien los indígenas reaparecieron el 52 para quedarse, su presencia “en el
marco humano del Estado” todavía implicará una lucha a largo plazo.

23
María Teresa Zegada C.

En 1967, se realiza una nueva reforma constitucional y se introducen


algunas modificaciones, sobre todo formales, y se amplían algunas garantías
destinadas a proteger la libertad personal.
Las próximas reformas constitucionales se realizarán en el país en el
reciente contexto de estabilidad democrática. En 1994, se introducen en la
Constitución importantes cambios relacionados con la ciudadanía civil y
política. Por un lado, se reforma el artículo 1º, incorporando las categorías
“multiétnica” y “pluricultural”, que reconocen la presencia de identidades
étnico-culturales diversas en el país. Sin embargo, esta formulación queda en
una enunciación formal, en la medida en que no se incorpora en otros aspec-
tos constitucionales y legales.
Por otro lado, se introduce el artículo 171ª, en el cual se reconocen, res-
petan y protegen los derechos sociales, económicos y culturales de los pue-
blos indígenas, especialmente en relación con las Tierras Comunitarias de
Origen (TCO), el uso de los recursos naturales, así como “...su identidad,
valores, lenguas, costumbres e instituciones”.
En este artículo, el Estado también reconoce personalidad jurídica a las
comunidades, asociaciones y sindicatos campesinos e indígenas, así como a
las autoridades naturales, otorgándoles el derecho de ejercer funciones admi-
nistrativas y la aplicación de normas propias para la resolución de conflictos
“...siempre que no sean contrarias a esta Constitución y las leyes...”. Hasta
entonces, el Estado reconocía solamente a organizaciones sindicales campe-
sinas, pero no incluía a los pueblos originarios como unidades separadas.
Respecto de estas importantes reformas, coincidimos en que, como parte de
sus resultados, la Constitución y las leyes bolivianas deberían ser transcritas
en idiomas o lenguas originarias (Rivera, 1999) para su difusión y para el
acceso por parte de las identidades originarias.
Finalmente, se incorporan una serie de instrumentos jurídicos orientados
al ejercicio ciudadano y de derechos (como, por ejemplo, el Defensor del
Pueblo). La última reforma a la Constitución se produjo en febrero de 2004.
Si bien se ampliaron algunos derechos civiles (por ejemplo, la incorporación
del Habeas Data), las reformas más importantes se procesaron en relación
con los derechos políticos, como veremos más adelante.

24
Ciudadanía civil y política

En general, y a pesar de los progresivos avances que se han producido en


las sucesivas constituciones en términos de derechos civiles, su aplicación ha
sido esporádica; en primer lugar, debido a la permanente irrupción de gobier-
nos de excepción —en los que no rigen las normas constitucionales— y, ade-
más, porque éstas han sido permanentemente olvidadas o utilizadas a conve-
niencia por las elites políticas.
En todo caso, y hacia delante, es preciso establecer una relación más
adecuada entre las normas jurídicas y las condiciones societales en que se
procesan, para mejorar su legitimidad y las posibilidades de aplicación y
cumplimiento.

Derechos políticos y ejercicio democrático en Bolivia


Un breve seguimiento a la construcción de ciudadanía política en la his-
toria permite constatar un permanente desfase entre los principios de ciuda-
danía universal y moderna, enunciados en las normas constitucionales, y la
ausencia de participación efectiva de amplios sectores históricamente exclui-
dos de la práctica política. En la primera Constitución (1826) se estableció la
forma de gobierno “popular y representativa”. El poder era desempeñado por
los “ciudadanos en ejercicio” elegidos para ese fin —uno por cada cien—, los
mismos que componían el denominado cuerpo electoral, que se reunía todos
los años en las capitales de provincia para, entre otras cosas, calificar la
incorporación de nuevos ciudadanos en ejercicio, inhabilitar a otros, y elegir
y proponer ternas para los cargos de Presidente de la República, miembros de
las Cámaras, Senado, Corte Judicial, Prefecto y corregidores.
En la Constitución de 1831 se modificó el sistema de elección: la pobla-
ción (que era censada cada cinco años para determinar la proporcionalidad)
elegiría a los diputados para la Cámara de Representantes (uno por cada 40 mil
y fracción; desde 1861, esta cifra se reduce a 30 mil). Al mismo tiempo, se
establecieron requisitos para ser elegible, entre ellos: ser ciudadano en ejerci-
cio, tener un capital de seis mil pesos en bienes raíces o una profesión que pro-
duzca una renta de 500 pesos y 25 años cumplidos. Para ser senador, se reque-
rían 35 años y un capital mayor que para diputado. Para Presidente, se exigían
los mismos requisitos, a los cuales se añadían: “haber prestado servicios

25
María Teresa Zegada C.

importantes a la República”, “tener talentos acreditados para la administración


del Estado” y “ser elegido en el Congreso” (Trigo, 2003: 237).
En la Constitución de 1834 se establecía la elección del Presidente por
las Juntas Electorales de las parroquias; sólo si ninguno de los candidatos
obtenía los dos tercios, la decisión pasaba a manos del Congreso. En 1839,
se establecen como requisitos para el voto: saber leer y escribir, tener un capi-
tal de 400 pesos o ejercer ciencia, arte y oficio sin sujeción a otro en calidad
de sirviente doméstico. Con el curso del tiempo, los requisitos para ser dipu-
tado bajaron en edad, a 25 años, así como disminuyeron el monto de la renta.
En esta Constitución también se incorpora la elección directa de gobiernos
municipales por dos años.
A partir de 1880, se establece en la Constitución la forma de gobierno
“democrático representativa” –antes se la denominaba popular representati-
va–. Este momento inaugura un período más o menos ordenado de regulari-
dad electoral, denominado “pax liberal”, dominado política y económica-
mente por la oligarquía minero-feudal y los partidos Conservador y Liberal,
a la cabeza de los propios empresarios minero-terratenientes que alternaron
en el gobierno durante varias décadas. El repunte de la minería requería de
un sistema político controlable y funcional a sus intereses.
A principios del siglo XX, y durante la era del estaño, la administración
de la política boliviana pasó a manos de una “rosca” constituida por profesio-
nales empapados de la ideología positivista y liberal, adscritos a la Constitu-
ción (Klein, 1968); mientras la sociedad comenzaba a organizar demandas y
sindicatos, así como sublevaciones y protestas con reivindicaciones sociales
concretas. Hacia 1930, los datos demográficos demuestran que sólo entre 300
mil y 400 mil personas se encontraban alfabetizadas y, por tanto, habilitadas
para constituirse en ciudadanos, de un total de cerca de dos millones de habi-
tantes (Klein, 1968: 194).
La guerra del Chaco tuvo importantes consecuencias políticas, puesto que
originó un cambio en la conciencia colectiva, la construcción del proyecto de
la nación boliviana y la organización de partidos y nuevas expresiones políti-
cas que representaban la diversidad social, rompiendo con el monopolio de
los partidos oligárquicos; nos referimos, concretamente, al surgimiento del

26
Ciudadanía civil y política

Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el Partido de Izquierda


Revolucionaria (PIR) y el Partido Obrero Revolucionario (POR).
En la Asamblea Constituyente de 1938, por primera vez, participaron
físicamente, junto a sectores oligárquicos, veteranos de la guerra y represen-
tantes de los trabajadores, gremiales e intelectuales de izquierda.
La Constitución de 1945 adquiere alta relevancia en términos de repre-
sentación, porque se incorpora por primera vez en la historia el voto para las
mujeres, aunque restringido al ámbito municipal. Por otra parte, la
Constitución de 1961 marca un hito histórico porque es la primera que esta-
blece la ciudadanía universal, pues reconoce como ciudadanos a “todos los
bolivianos mayores de 21 años, cualquiera sea su grado de instrucción, ocu-
pación o renta, sin más requisito que su inscripción en el Registro Cívico”; al
mismo tiempo, “se reconoce y garantiza el voto universal, obligatorio, direc-
to, igual y secreto”. Esta reforma permite incrementar la cantidad de votan-
tes de aproximadamente 200 mil a un millón.
Por otra parte, se incorporan las Cortes Nacional y Departamental
Electoral, como autoridades superiores en esa materia, y el estatuto electoral
que rige sus actividades. Los partidos políticos se constituyen en portadores
de la representación y personas jurídicas de derecho público. En la
Constitución de 1967 se reconoce el derecho a votar a los jóvenes de 18 años,
si son casados.
Después de un largo período de gobiernos militares y un controvertido
proceso de golpes y elecciones, en 1982 se logra la recuperación de la demo-
cracia, inaugurando un ciclo político de regularidad del ejercicio electoral. La
democracia permite, al mismo tiempo, la emergencia de nuevos movimien-
tos y actores sociales, la expresión de sus reivindicaciones y demandas, así
como su incorporación en algunas normas legales.
Las reformas constitucionales de 1994 reúnen cambios importantes en
términos de derechos políticos. Por ejemplo, en relación con la edad para
votar, ésta pasa de 21 a 18 años, otorgándoles derechos políticos a los jóve-
nes como electores, y también se reducen los umbrales para la elegibilidad;
así, para ser diputado se requieren 25 años y 21 para optar a una concejalía o
agencia cantonal.

27
María Teresa Zegada C.

Por otra parte, y como medida para mejorar la representatividad del


Parlamento, en ese mismo año se incorporan las diputaciones uninominales,
elegidas por voto mayoritario en las 68 circunscripciones delimitadas para
ese fin. Esta forma de elección resultó una innovación interesante combina-
da con la otra mitad de diputados elegidos en listas plurinominales, con el
principio de representación proporcional que garantiza la representación de
las minorías.
Otro de los obstáculos para una participación política más amplia y plu-
ral residía en el monopolio de la participación electoral por los partidos; sin
embargo, en la última reforma constitucional realizada el 2004 se permite,
además de la de los partidos, la participación de agrupaciones ciudadanas y
pueblos indígenas para los distintos cargos electivos a niveles municipal y
nacional. Esta medida tenderá a mejorar la representatividad del sistema, una
participación más amplia en cargos elegibles, a evitar el prebendalismo par-
tidista y la excesiva concentración del poder y, finalmente, permitirá la reno-
vación de liderazgos desde la sociedad civil.
Consideramos que los derechos políticos tienen que ver también con
mecanismos de participación directa de la sociedad en la toma de decisiones
políticas. En ese campo, también se incorporaron importantes innovaciones
en las leyes, como la participación en la gestión a nivel municipal estableci-
da en la Ley de Participación Popular (1994) y la incorporación de mecanis-
mos de democracia directa en la Constitución, como la Asamblea Constitu-
yente, la Iniciativa Legislativa Ciudadana y el Referéndum (2004).
No obstante, es pertinente pensar en un ejercicio de los derechos políti-
cos más amplio y responsable en relación con el Estado, mediante la creación,
por ejemplo, de mecanismos que permitan una participación más directa de
la población en ciertos niveles de gestión y fiscalización del ámbito público
(no sólo en los municipios), como el control ciudadano; a esto pueden favo-
recer, sin duda, los procesos autonómicos y de descentralización de los
gobiernos departamentales. Finalmente, no se puede dejar de mencionar el
conjunto de derechos políticos que se ejercen desde la sociedad a partir de la
construcción de una ciudadanía activa, responsable, que vela por la institucio-
nalidad democrática y se refleja en la conformación de la opinión pública, el

28
Ciudadanía civil y política

empoderamiento y la auto organización, en definitiva, en la construcción de


una cultura política democrática que se ejerza en las distintas dimensiones de
la vida social.
Más aun, en un contexto multisocietal y multicultural, se plantea un con-
junto de desafíos institucionales para ampliar y profundizar el ejercicio de la
política y la democratización del poder, ya que coexisten otras formas, tam-
bién institucionalizadas localmente, de organización política material y sim-
bólica que, como veremos más adelante, precisan estar presentes en un dise-
ño institucional renovado y compartido.

Multiculturalidad, pluralismo y derechos colectivos


Los preceptos de la Revolución Francesa, “libertad, igualdad y fraterni-
dad”, se constituyen en un horizonte utópico deseable que orientó histórica-
mente las luchas sociales por la conquista de derechos civiles y políticos a
lo largo de la historia; sin embargo, la aplicación de tales preceptos en socie-
dades como la nuestra reveló rápidamente su distancia respecto de una rea-
lidad carente de igualdad y con profundas brechas de exclusión social, eco-
nómica y política.
La discusión política sobre ciudadanía y derechos civiles y políticos ha
adquirido relevancia en el país a partir de la recuperación de la democracia.
Este debate también se ha reinstalado en Latinoamérica a partir de los 70,
junto a los procesos de recuperación y consolidación democráticas y como
respuesta a la violación de derechos humanos durante las dictaduras militares.
En ese sentido, la democracia ha permitido la emergencia de nuevas
identidades sociales y, con ellas, la de un conjunto de demandas y moviliza-
ciones por el reconocimiento de sus derechos. Es el caso de los movimientos
de mujeres, ecologistas y medio-ambientales, culturales y, particularmente,
de los movimientos étnico-culturales de los pueblos indígenas.
Conceptualmente, el feminismo en el mundo se ha encargado de cuestio-
nar y construir un concepto de ciudadanía más pleno. Ha favorecido de mane-
ra contundente a la incorporación de nuevos temas al debate público, cuestio-
nando la inclusión subordinada e incluyendo en el ámbito público problemá-
ticas que hasta entonces habrían sido reservadas para el ámbito privado.

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María Teresa Zegada C.

El movimiento de mujeres en Bolivia ha logrado incorporar, desde dis-


tintos frentes, un conjunto de derechos en la normativa boliviana. Bajo la
influencia del Encuentro Mundial realizado en Beijing (1995), en el cual se
establecen un conjunto de reivindicaciones y lineamientos, las movilizacio-
nes se ven fortalecidas y se logra la incorporación de sus demandas. Entre
los derechos civiles, se logran aquellos referidos a la protección a la mujer,
los niños y adolescentes, como la Ley contra la Violencia en la Familia o
Doméstica (1995) que legisla y sanciona la violencia física, sexual y psico-
lógica dentro de la familia; la Ley de Abreviación Procesal Civil de Asisten-
cia Familiar (1997), que acorta y agiliza los procesos de asistencia familiar;
la ley de modificación del Código Penal del mismo año, que convierte en
punibles los delitos contra niños y mujeres; la Ley de Protección a Victimas
de Delitos contra la Libertad Sexual (1999); el Código del Niño, Niña y
Adolescente (1999) que vela por los derechos generacionales; la Ley para
Prevenir y Sancionar la Trata de Personas Especialmente Mujeres y Niños
aprobada el 2001 y finalmente los artículos incorporados en el Nuevo
Código de Procedimiento Penal (como el referido al acoso sexual), al
Código Civil (artículos del 1º al 5º, 9º, 11º, 12º, 22º y 23º), al Código de
Familia (artículos 96º y 101º) y, finalmente, al Código Penal (artículos 53º,
56º, 58º, 67º).
Por otra parte, también se ha logrado institucionalizar un conjunto de
derechos políticos en distintos instrumentos normativos, como la Ley de
Participación Popular, que reconoce y promueve especialmente el derecho de
las mujeres a participar (artículos 1º, 8º, 10º), especificado también en el
Reglamento de las Organizaciones Territoriales de Base (OTB) y la Ley de
Municipalidades (artículo 8º). La Ley de Reforma y Complementación del
Régimen Electoral de 1997 –incorporada luego en el Código Electoral– que
fija una cuota de participación del 30% en el Parlamento y concejos munici-
pales de manera alternada, disposición que también está presente en la Ley
de Partidos Políticos (1999) en la que se prevé la participación de las muje-
res (artículo 15º) en todos los niveles de la dirección partidaria y cargos elec-
tivos (artículo 19º) y, finalmente, la Ley de Agrupaciones Ciudadanas y
Pueblos Indígenas (2004) en la cual se establece una cuota no menor al 50%

30
Ciudadanía civil y política

para las mujeres en todas las candidaturas para los cargos de representación
popular, con la debida alternancia (artículo 3º). De esta manera, y a pesar de
las deficiencias en su aplicación durante estos años, se ha logrado incorporar
la premisa de la discriminación positiva en la representación política de
mujeres.
Complementariamente, se han aprobado políticas de igualdad en leyes
macro (sancionadas a través de leyes y decretos), como en la Ley de Reforma
del Poder Ejecutivo, creando instancias específicas para el tratamiento de
temas de género en el gobierno, el Decreto Supremo para la Igualdad de
Oportunidades entre Hombres y Mujeres (1997) y un conjunto de derechos
sociales.
Los jóvenes también lograron importantes conquistas en relación con la
ciudadanía política, como el voto a los 18 años (reforma constitucional de
1994), y un tratamiento especializado en la Ley de Partidos Políticos aproba-
da en 1999, mediante el cual se promueve la participación de los jóvenes
entre 16 y 18 años como categoría especial (artículo 16º).
Por su parte, los pueblos indígenas han logrado importantes conquistas
de sus derechos a partir de la década de los 90. A nivel internacional, el marco
legal que ha impulsado las demandas étnico-culturales ha sido la firma del
Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 1989.
El mismo promueve de manera general relaciones equitativas, de no discri-
minación y de respeto a los derechos de los campesinos y pueblos indígenas.
Dicho instrumento legal conceptualiza a un pueblo indígena o tribal como
aquel que cuenta con condiciones sociales, culturales y económicas distintas
a otros sectores del ámbito nacional, está regido total o parcialmente por sus
propias costumbres o tradiciones y tiene conciencia de su identidad indígena;
complementariamente, reconoce a un pueblo indígena por su existencia pre-
via a los procesos de colonización y porque actualmente conserva todas sus
instituciones sociales, económicas, culturales y políticas. En dicho documen-
to también se establece el respeto a la integridad de los valores, prácticas e
instituciones de los pueblos indígenas y que, al aplicarse en la legislación
nacional, se deberán considerar sus costumbres o derecho consuetudinario y
mecanismos de consulta en caso de que se prevean medidas legislativas o
administrativas que puedan afectarles.

31
María Teresa Zegada C.

Por otra parte, la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha declarado,


desde el año 1995, el decenio de los pueblos indígenas con la organización
de una serie de eventos para debatir los derechos colectivos de estos actores.
También se han introducido una serie de derechos de las minorías en el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (artículo 27º).
Este marco internacional ha promovido en América Latina un movimien-
to tendiente a lograr el reconocimiento de los derechos comunitarios en las
constituciones políticas de distintos países. A partir de ello, se ha generado un
movimiento denominado “constitucionalismo multicultural”, un nuevo
modelo estatal con reconocimiento de los pueblos indígenas, el cual se inicia
con la reforma constitucional de Guatemala en 1985 y se replica con poste-
rioridad en otros países de América Latina (Barié, 2005).
En el caso de Bolivia, estos elementos formaron parte de las demandas y
las primeras movilizaciones de los pueblos indígenas a principios de los 90.
En 1991, a través de una ley, se logró la ratificación del Convenio 169 y se
incorporaron aspectos específicos de estas demandas en distintos instrumen-
tos legales, como las reformas constitucionales, la Ley de Participación
Popular, la Ley de Reforma Educativa, la Ley Forestal, y la Ley INRA, en las
denominadas reformas de segunda generación. Con lo cual, puntualiza Barié,
nuestra actual Constitución se encuentra entre las doce más avanzadas de
América Latina con relación al reconocimiento de los derechos indígenas.
La experiencia previa en otras regiones latinoamericanas demuestra que
la incorporación de derechos indígenas en las reformas a la Constitución pro-
viene de distintas fuentes: en algunos casos, fue producto de la presión de los
movimientos sociales; en otros, se sumó a demandas de descentralización y
autonomía de otros actores o movimientos sociales; finalmente, fue incluida
por añadidura, como producto del tratamiento o negociación de otras temáti-
cas constitucionales (Iturralde, 2004). Pero una coincidencia muy curiosa,
resaltada por este autor, es la incorporación de derechos colectivos indígenas
en las Constituciones junto a medidas neoliberalizadoras, coincidencia que
probablemente se explique por los procesos de negociación entre las partes
involucradas. En muchos casos, no existió participación deliberada o directa
de los pueblos indígenas, sino que sus demandas fueron introducidas por

32
Ciudadanía civil y política

organizaciones no gubernamentales, la iglesia u otros actores externos. De


cualquier manera, la experiencia demuestra que estos procesos requieren de
un largo período de maduración.
Como constatamos en el recorrido histórico del reconocimiento de dere-
chos ciudadanos y políticos en el país, durante el siglo XIX y la primera
mitad del siglo XX, los pueblos indígenas, al igual que las grandes mayorías
nacionales, carecían de ellos. Durante la Revolución de 1952, si bien ésta sig-
nificó un salto cualitativo por la inclusión de los derechos políticos a través
del voto universal y la expulsión de las elites oligárquicas de la administra-
ción estatal, las expresiones identitarias indígenas aparecen mimetizadas en
la categoría homogeneizadora de “campesinado” o “pueblo”.
La presencia de organizaciones y reivindicaciones identitarias indígenas
y étnico-culturales se puede rastrear a partir de la década de los 70, cuando
se produce el proceso de autonomización del campesinado respecto del
Estado –con la ruptura del pacto militar campesino– y la conformación de
organizaciones sindicales y políticas independientes, como el katarismo o la
Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia
(CSUTCB). Pero, en realidad, dicha presencia se percibe con mayor claridad
a partir de la década de los 90.
Un hito central en este proceso es la Marcha por el Territorio, la Dignidad
y la Vida protagonizada por los pueblos indígenas de las tierras bajas en
1990,3 que enarbolaron demandas de reconocimiento de derechos civiles,
sociales y políticos articulados al territorio. Poco antes se había presentado
una propuesta de Ley Indígena ante el Congreso, respaldada por cien mil fir-
mas, pero no fue aceptada. En 1992, los indígenas de las tierras altas4 orga-
nizaron la Asamblea de Naciones Originarias, al calor de la conmemoración

3 En las tierras bajas, que incluyen las regiones del Oriente, Chaco y Amazonía, se ubican etnias
araonas, cayubabas, guaraníes, machineris, pacahuaras, weenhayeks, ayoreos, guarayos, baures,
chimanes, itonamas, yuquis, mosetenes, sirionos, chiquitanos, tacanas, yuracarés y otros.
4 Fundamentalmente, quechuas, aymaras y pukinas. Para tener una estimación de la cantidad de habi-
tantes, ver Cuadro 1 del Anexo.

33
María Teresa Zegada C.

de los 500 años de la invasión española y, posteriormente, otros eventos ten-


dientes a recuperar el discurso de la identidad y los derechos de las comuni-
dades, poniendo en el tapete de discusión la relación entre los derechos
humanos y civiles individuales, vigentes en la Constitución, y los derechos
colectivos indígenas.
El año 2000, la Confederación de Indígenas del Oriente Boliviano
(CIDOB) propuso la realización de una Asamblea Constituyente y un nuevo
pacto para rediseñar el país y participó activamente de las sesiones del
Consejo Ciudadano que elaboraba una propuesta por encargo del Gobierno.
En 2002, se realizaron nuevas movilizaciones y se firmó un convenio con el
Ejecutivo y el Legislativo, a fin de que el Congreso Extraordinario sea con-
vocado para tratar la Ley de Necesidad de Reforma, que incluya la Asam-
blea Constituyente.
Finalmente, en septiembre del 2004, se realizó un Encuentro Nacional
de Organizaciones Indígenas, Campesinas y Originarias de Tierras Altas y
Bajas y se firmó el Pacto de Unidad. Allí se trazaron los lineamientos para
la Asamblea Constituyente y se formuló una propuesta de Ley de Convo-
catoria en la cual se establecen criterios de equidad de género, la participa-
ción de los jóvenes y un sistema de elección mixto: por voto universal y por
usos y costumbres.5 También se propone la creación de las circunscripcio-
nes especiales étnicas.
Sin embargo, el debate sobre la ciudadanía colectiva y los derechos se
complejiza cuando se observa, por ejemplo, que en el Censo de 2001 un
62% de la población del país se autoidentificó como indígena; y la presen-
cia de identidades vinculadas a pueblos indígenas no está circunscrita a cier-
tas zonas geográficas –comunidades–, sino que, con los permanentes proce-
sos migratorios, se ha trasladado a centros poblados intermedios o a capita-
les de departamento; por ello, se ha propuesto un concepto que podría
caracterizar mejor estos procesos identitarios: el de “condición étnico-lin-
güística” (Albó, 2005: 68).

5 Hacia la Asamblea Constituyente soberana y participativa, cartilla del Pacto de Unidad publicada
por CENDA, CEJIS, ISALP, CEDIB, PROGRAMA TIERRA CEPAS-CARITAS, 2004.

34
Ciudadanía civil y política

La discusión de fondo en relación con el reconocimiento de los derechos


colectivos indígenas se encuentra en la tensión y la búsqueda de equilibrio
entre la libertad individual, proclamada por el Estado de derecho, y el con-
junto de prácticas culturales e identitarias de carácter colectivo provenientes
de las culturas originarias del país (las cuales suman alrededor de 34).
Mientras la primera responde a una concepción liberal clásica de organiza-
ción de la democracia, el segundo deviene de concepciones comunitaristas y
tradicionales de la política. Se requiere, sin duda, de una articulación estatal
renovada basada en el reconocimiento a la diversidad.

Derechos civiles y políticos en la actual norma constitucional


La actual Constitución, en su artículo primero, define a Bolivia como
“libre, independiente, soberana, multiétnica y pluricultural”, cambiando radi-
calmente la concepción homogeneizante que tuvieron las constituciones pre-
vias a la reforma de 1994. Pero este precepto inicial no es transversal en el
resto del texto constitucional en relación con derechos civiles, sociales o polí-
ticos ni, menos aún, está presente en las demás disposiciones; sin embargo,
se constituye en un avance importante sobre la base del cual se plantean nue-
vas propuestas.
El conjunto de derechos civiles establecidos en la actual Constitución,
como vimos, es producto de un largo proceso histórico de ajustes constitucio-
nales que se han ido produciendo en las distintas reformas, como el goce de
derechos y libertades individuales, las garantías de la persona e inviolabili-
dad de la dignidad y libertad, el derecho a expresarse, asociarse, la protección
del individuo respecto del poder del Estado, el respeto a la propiedad priva-
da, los derechos humanos y otros de índole jurídico. Al mismo tiempo, esta-
blecen un conjunto de deberes, como acatar y cumplir la Constitución y coo-
perar con el Estado y la comunidad.
Los derechos colectivos, en cambio, se incluyeron recién en la reforma
de 1994 y se encuentran circunscritos en un título denominado Régimen
Agrario y Campesino, pero no aparecen transversalizados en otros puntos de
la Carta Magna.

35
María Teresa Zegada C.

En términos políticos, la actual Constitución adopta para el gobierno la


democracia representativa y participativa. Se autodenomina como un
“Estado social y democrático de derecho”, bajo los preceptos universales de
la igualdad, la libertad y la justicia. De acuerdo a la Constitución, la única
limitación para el ejercicio de la ciudadanía es la edad (18 años). Pero el con-
cepto de ciudadanía en que nos basamos es más amplio, está fundado en el
derecho a participar, directa o indirectamente, en la gestión de la sociedad
(Touraine, 1995) y trasciende la enunciación legal constitucional.
Por otra parte, la Constitución establece, como base del régimen demo-
crático representativo, el voto universal, directo igual, secreto, libre y obliga-
torio. Evidentemente, se trata de un concepto procedimental consustancial a
la existencia de la democracia representativa, pues se asienta en la participa-
ción individual y la libre elección de gobernantes. El sistema de representa-
ción, sin embargo, fue ampliado en la última reforma constitucional a través
de la incorporación de agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas. La pri-
mera experiencia como producto de esta nueva reforma se produjo en las
elecciones municipales de diciembre de 2004, en las cuales, a pesar de la
preeminencia de los partidos, se evidenció un importante acceso de conceja-
les y alcaldes provenientes de agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas,
sobre todo en el ámbito rural.
En definitiva, un breve balance de la actual Constitución permite cons-
tatar importantes avances en relación con los derechos civiles y políticos
individuales; pero, al mismo tiempo, se ponen en evidencia las carencias en
torno a los derechos colectivos y la construcción de un instrumento legal
poco integrado.

Experiencias comparadas: la construcción de ciudadanía plural en


América Latina
El contenido de las constituciones latinoamericanas, tanto en derechos
civiles como políticos, matices más o menos, es muy parecido; sin embargo,
existen marcadas diferencias en relación con el reconocimiento de derechos
colectivos.
Las constituciones de Ecuador, Colombia y Venezuela son las más avan-
zadas en el tema y, pese a que aún quedan aspectos pendientes, los movi-

36
Ciudadanía civil y política

mientos indígenas asumieron estos resultados como exitosos y les sirvieron


de base para seguir avanzando en su lucha; en cambio, en México las refor-
mas constitucionales fueron vistas por los movimientos indígenas como una
derrota y las impugnaron (Iturralde, 2004).
La constitución pionera en el tema fue la guatemalteca (no olvidemos
que es uno de los países con mayor población indígena del continente) que,
en 1985, logró incorporar el reconocimiento de grupos indígenas. La Cons-
titución reconoce, respeta y promueve sus formas de vida, costumbres, tradi-
ciones, formas de organización social y vestimenta. Sin embargo, no se
habría logrado incorporar la riqueza de las amplias y debatidas demandas
indígenas. También en Nicaragua, la Asamblea incorporó las autonomías
indígenas de la Costa Atlántica.
En Perú (1993), el Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cul-
tural de la nación, se establece la existencia legal de las comunidades campe-
sinas y nativas, así como el reconocimiento a su identidad, personalidad jurí-
dica y autonomía; también se reconoce a las autoridades de comunidades
campesinas para ejercer sus funciones en sus jurisdicciones.
La experiencia colombiana es quizás la más avanzada en la búsqueda de
mecanismos institucionales de inclusión y reconocimiento de la diversidad
étnico-cultural y la presencia de indígenas. Así, uno de los logros más nota-
bles de la Constituyente colombiana (1991) fue el reconocimiento de sus
territorios o resguardos, a través de circunscripciones especiales para fortale-
cer la representación de minorías en el Parlamento (dos senadores y de uno a
cinco diputados por circunscripciones especiales). Por otra parte, logró esta-
blecer instrumentos para garantizar que los derechos sean exigibles y se cum-
plan, fortaleció el poder local descentralizado a través de los municipios
(como instancia más cercana a la población) y amplió la participación social,
fortaleciendo la iniciativa ciudadana en todos los ámbitos (Madariaga, 2004);
por esta vía, se crearon los municipios indígenas.
Los resguardos indígenas son autónomos, en ellos rigen autoridades
propias, se aplica la jurisdicción indígena, “siempre que no sean contrarios
a la Constitución y a las Leyes nacionales”, estableciendo mecanismos de
coordinación entre la jurisdicción especial y el sistema judicial nacional, la

37
María Teresa Zegada C.

educación es multicultural bilingüe. En definitiva, se logró que los indígenas


cuenten con una entidad política reconocida.
En Ecuador, el proceso constituyente fue muy participativo y de largo
aliento, se generó un interesante proceso previo de acuerdos y concertacio-
nes. Se logró incluir en la Constitución (1998) un conjunto de derechos
colectivos de los pueblos indígenas, negros y afroecuatorianos, que son reco-
nocidos como “nacionalidades de raíces ancestrales”. Por otra parte, se defi-
ne el Estado como social, pluricultural y multiétnico, al mismo tiempo que se
elige a un Defensor Público para 3737el patrocinio de las comunidades indí-
genas. En esta Constitución, de alguna manera, se ha logrado transversalizar
el tema indígena a lo largo del texto; tal vez esto se deba a la importante pre-
sencia indígena en todas las comisiones de trabajo. Al igual que en Colombia,
el ciudadano goza del derecho de elegir, ser elegido, presentar proyectos, ser
consultado, fiscalizar los actos del orden público y revocar el mandato.
En tanto que en Brasil, a pesar de la existencia de una población indíge-
na muy pequeña (aproximadamente el 1%), las movilizaciones hacia la capi-
tal por parte de sus organizaciones culminaron con el reconocimiento de sus
derechos, pero bajo una concepción de protección de estos territorios más
que de interculturalidad (Barié, 2005). En la Constitución existe un capítulo
sobre derechos y deberes individuales y colectivos, así como otro específico
sobre “los indios”, el cual establece el reconocimiento a su organización
social, costumbres, lenguas, creencias, tradiciones y derechos originarios
sobre las tierras que tradicionalmente ocupan.
Al parecer, el problema en Brasil es el cumplimiento de la norma consti-
tucional. Un indígena brasileño,6 respecto de los avances logrados, señalaba:
“si fueran cumplidos... sería casi suficiente para nuestras acciones, porque nos
garantizan la seguridad territorial, la demarcación de nuestros territorios”
(: 33). En la misma línea, Gregor Barié señala que en general, uno de los pro-
blemas es el escaso cumplimiento de la Constitución, es decir, la distancia
entre ésta y la realidad, pues ni siquiera llega a traducirse en leyes específicas.

6 Sebastiao Machinery, indígena amazónico, Secretario Ejecutivo de la Coordinadora de Pueblos


Amazónicos con sede en Quito. En: Puntos de partida de la Asamblea Constituyente, Apostamos
por Bolivia, 2004.

38
Ciudadanía civil y política

En Venezuela, aunque la población indígena es también pequeña (32


pueblos originarios que representan el 0,5% de la población total), ésta par-
ticipó activamente en la Constituyente (1999). Lograron el reconocimiento
de los pueblos y comunidades indígenas, su organización, cultura, usos y cos-
tumbres, idiomas y derechos originarios sobre tierras, el derecho a una iden-
tidad étnica, la participación política directa, la propiedad intelectual colecti-
va y la jurisdicción indígena. La sociedad venezolana se define como demo-
crática, multiétnica y pluricultural y establece el respeto a la intercultura-
lidad.
En Chile, en cambio, no existe un derecho constitucional indígena espe-
cífico y los mapuches son vistos como sujetos conflictivos. Por su parte, la
Constitución mexicana reconoce y garantiza el derecho de los pueblos y
comunidades indígenas a decidir sus formas de convivencia social, económi-
ca, cultural, sus propios sistemas jurídicos para la resolución de conflictos
–sujetos a la Constitución y los derechos fundamentales– y para elegir a sus
autoridades de acuerdo a tradiciones y costumbres.
En relación con la representación política, en varios países se dio curso
a la participación de movimientos independientes junto a los partidos para
permitir una participación más directa –son los casos de Chile, Colombia,
Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela–
con importantes resultados, sobre todo a nivel local. De cualquier manera,
se podría afirmar que, hasta el momento, el escenario privilegiado para las
demandas y reivindicaciones indígenas es el espacio público y las calles;
aún no se ha logrado procesar con éxito su participación en el ámbito deci-
sional estatal.
Existen esfuerzos para ampliar los conceptos de ciudadanía política; en
la Constitución colombiana, por ejemplo, se amplía el concepto hacia la par-
ticipación en consultas ciudadanas y control de lo público, cuando se enun-
cia que el ciudadano “tiene derecho a participar en la conformación, ejerci-
cio y control de la política”.

39
María Teresa Zegada C.

Democracia, derechos políticos y crisis del sistema de representación


En sentido estricto, recién a principios de la década de los 80, el país ini-
cia su experiencia democrático-representativa que, básicamente, implica: la
constitución del Estado de Derecho y un conjunto de leyes y normas, el ejer-
cicio regular del voto para la conformación de gobiernos, la libre competen-
cia y participación en procesos electorales, así como la vigencia de derechos.
La democracia permite recuperar el debate sobre la ciudadanía civil y políti-
ca y se constituye en el escenario ideal para cuestionar el ordenamiento jurí-
dico estatal, replantear el concepto de derechos y construir un proyecto de
integración nacional más representativo de la realidad. El ejercicio democrá-
tico, además, implica un conjunto de canales y mediaciones entre el Estado
y la sociedad, así como la posibilidad de participar en la orientación de las
decisiones. Sin embargo, los procesos de consolidación democrática en
América Latina han demostrado un conjunto de aspectos deficitarios en el
funcionamiento del sistema y su administración por parte de los actores polí-
ticos electos. El problema central reside en la ineficacia estatal en relación
con las necesidades sociales, como afirma Amartya Sen; el ejercicio de los
derechos civiles y políticos no sólo tiene el valor intrínseco de ampliar las
posibilidades de ciudadanía, tiene también el valor instrumental de identifi-
car y conceptuar sus necesidades y estructurar políticas e instituciones para
satisfacerlas. Finalmente, se encuentran en cuestión los mecanismos institu-
cionales para el procesamiento de demandas, el buen desempeño de las ins-
tituciones y una administración pública en muchos casos arbitraria, preben-
dal y clientelar.
Por otro lado, las leyes que regulan el sistema electoral han tendido al
fortalecimiento de los partidos mayoritarios en detrimento de las minorías
cuya representación se ve disminuida por las reglas de conversión de votos
en escaños. El sistema presidencialista “híbrido” ha tendido a la consecución
de acuerdos políticos para gobernar y ha derivado en una democracia pacta-
da excluyente y pragmática. Por su parte, los partidos se han convertido en
simples maquinarias electorales para llegar o permanecer en el poder.
Este conjunto de debilidades y deficiencias en el sistema democrático ha
provocado la permanente recurrencia, por parte de los actores y movimientos

40
Ciudadanía civil y política

sociales, a las calles, el enfrentamiento y las medidas de presión para el logro


de objetivos. Sin embargo, y aunque el voto es obligatorio, la participación
en elecciones registra uno de los índices más altos de América Latina.
Recordemos que el voto, además de su funcionalidad electoral, transmite la
percepción y orientación de la sociedad en relación con la institucionalidad
política, como, por ejemplo, el “voto castigo” hacia algunas opciones políti-
cas, la desconfianza y las expectativas respecto de la oferta electoral.
El proceso de construcción democrática es lento y controvertido. Se han
registrado importantes avances a través de las sucesivas reformas institucio-
nales, muchas de ellas realizadas por presión y movilización de la sociedad
civil. Se ha logrado, por ejemplo, cortes electorales imparciales, la Ley de
Participación Popular, la Reforma Educativa, la Ley INRA, la Ley de
Partidos Políticos, la inclusión de mecanismos de democracia directa y nor-
mas de control a funcionarios públicos. Algunas de estas reformas han inci-
dido decisivamente en términos de ejercicio de ciudadanía y participación a
nivel local; es el caso de la aplicación de la Ley de Participación Popular, que
ha propiciado una conexión más directa entre la sociedad y el Estado median-
te la participación en la gestión o el acceso a espacios de decisión.
Además, el ejercicio de ciudadanía política no se remite sólo a la concu-
rrencia de un ciudadano en tanto elector, sino también como sujeto elegible;
y pone en el centro del escenario a los partidos políticos que se encuentran
sumidos en una profunda crisis de representación. En efecto, los partidos han
dejado de ser articuladores, agregadores de intereses o mediadores entre la
sociedad y el Estado; más todavía, lo que fundamentalmente se encuentra en
crisis es su capacidad de representación. Por otra parte, durante estos años de
ejercicio del poder público, los partidos han reproducido comportamientos
excluyentes, funcionales a intereses particulares. La desconfianza y el des-
crédito de la población en estos actores se expresa en diversas encuestas de
opinión, en la disminución del “voto cautivo”, en la erosión de “lealtades”
partidarias, y en los fraccionamientos y crisis de liderazgos. Las últimas elec-
ciones nacionales (2002), pero particularmente las municipales (2004),
demostraron el declinamiento de los partidos que se habían alternado en el
poder durante las dos últimas décadas.

41
María Teresa Zegada C.

La experiencia de apertura del sistema de representación, con la partici-


pación de candidaturas por circunscripciones uninominales, la democratiza-
ción de los espacios locales a partir de la Ley de Participación Popular y con
la apertura a agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas, se orienta a recu-
perar la capacidad representativa del sistema político nacional y local; pero
queda mucho camino por recorrer, pues una visión crítica de estas experien-
cias muestra que, en definitiva, terminan siendo absorbidas por el sistema
partidario dominante y sus lógicas de acción política, las mismas que están
socavando la credibilidad e institucionalidad del régimen.
El análisis de los resultados electorales permite visualizar las caracterís-
ticas de la representación política en estos 20 años de democracia. En primer
lugar, se advierte la centralidad del voto en los tres principales partidos:
Acción Democrática Nacionalista (ADN), el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Estos tres partidos, que entre 1985 y 1997 habrían captado cerca del 60% del
voto en las distintas elecciones nacionales, junto a Unión Cívica Solidaridad
(UCS) y Conciencia de Patria (Condepa), los cuales, desde su incursión en el
escenario electoral, lograron alrededor del 30% de los votos.
Estas tendencias, sin embargo, variaron en las últimas elecciones nacio-
nales y municipales. En el caso de ADN, su performance electoral descendió
de un 22,3% obtenido en los comicios de 1997, al 3,4% el 2002. El MNR
logró el primer lugar el 2002, con poco más del 20% de los votos, pero fue
expulsado del gobierno después de un año de mandato; en tanto que el MIR
mantuvo una presencia regular en el escenario electoral. La UCS, que había
obtenido el 16,1% en 1997, apenas logró el 5,5% en 2002; y Condepa que
había ocupado el tercer lugar en esa misma elección con el 17,2%, descendió
al 0,4%.
Estos datos denotan una progresiva crisis de representación y credibili-
dad en estos partidos y sus liderazgos. Pero, además, las elecciones de 2002
dieron lugar al surgimiento de nuevas expresiones políticas, como el
Movimiento al Socialismo (MAS) y la Nueva Fuerza Republicana (NFR),
que obtuvieron el segundo y tercer lugar en la preferencia electoral, muy
cerca del primer lugar; por otra parte, se hizo presente de un partido de repre-

42
Ciudadanía civil y política

sentación exclusivamente étnico-cultural, el Movimiento Indígena Pachacuti


(MIP), que obtuvo el 6,1% de los votos. Estos cambios demostraron la aper-
tura del sistema de representación a opciones política e ideológicamente dis-
tintas, como el MAS y el MIP, a través del voto se introdujo elementos de
pluralismo político y cultural (Zegada, 2002).
Los últimos comicios municipales confirman, en primer lugar, la tenden-
cia decadente de ADN, MNR y MIR, la práctica desaparición de UCS y
Condepa, y el afianzamiento del MAS, en medio de un conjunto de asocia-
ciones ciudadanas y pueblos indígenas. Sin embargo, estos comicios también
mostraron que los partidos continúan articulando el escenario de la represen-
tación, ya que entre todos obtuvieron el 69,38% de los votos, mientras que
las agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas no llegaron al 30% de la
votación nacional (28,75% del voto para las agrupaciones ciudadanas y
1,87% para los pueblos indígenas).
Respecto a la participación indígena en el escenario representativo,
encontramos que a fines de los 70 y principios de los 80, sobre todo en occi-
dente, participaron de manera autónoma algunos partidos de identidad indí-
gena, como el katarismo en sus distintas versiones; sin embargo, dichos par-
tidos no alcanzaron importantes índices de votación y luego fueron excluidos
por las barreras incluidas en las reformas electorales. En una siguiente etapa,
participaron a través o junto a otros partidos políticos en alianzas estratégi-
cas. El caso más significativo fue la presencia de Víctor Hugo Cárdenas,
como candidato por el Movimiento Revolucionario Tupac Katari de
Liberación (MRTKL) en el binomio presidencial junto a Gonzalo Sánchez de
Lozada en 1993.
Pero la participación de los pueblos indígenas se procesó de manera
mucho más efectiva en el ámbito municipal. Con la aprobación de la Ley de
Participación Popular, a partir de las elecciones de 1995, su presencia fue
contundente en los gobiernos municipales del país.
En las elecciones de 2002, por una u otra vía, lograron acceder al
Parlamento. El resultado es que el 11% de los senadores y el 18% del total de
diputados fueron indígenas (Albó, 2005: 51).

43
María Teresa Zegada C.

En las elecciones municipales del 2004, en las que los pueblos indígenas
por primera vez se presentaron de manera directa, es decir sin mediación de
los partidos, lograron una cantidad significativa de concejales. De acuerdo a
los datos de la Corte Nacional Electoral, alrededor de cuatro organizaciones
obtuvieron entre seis y 12 concejales en los municipios; el resto lograron
solamente de uno a dos concejales. Otras organizaciones indígenas optaron
por inscribirse como agrupación ciudadana o fueron postulados por los par-
tidos, sumando también una importante cantidad de representantes indígenas.
A la luz de los resultados electorales de las elecciones de 2002, una
observación importante tiene que ver con la todavía temprana adecuación de
las estructuras comunitarias a la arena electoral; pues si bien, con la nueva
ley, las organizaciones indígenas ya no requieren de la mediación de los par-
tidos para competir en los comicios y tampoco tienen mayores impedimen-
tos legales,7 se mantuvieron limitados a las comunidades y ayllus, tanto geo-
gráfica como discursivamente, logrando una escasa presencia electoral en
territorios más amplios como los municipios (Romero, 2005).
En definitiva, las actuales reglas de la democracia representativa permi-
ten, aunque de manera limitada, la participación plural y el acceso de mino-
rías a esferas estatales a través del voto; sin embargo, existen varias limita-
ciones. En primer lugar, la legislación electoral tiende a favorecer a las mayo-
rías; en segundo lugar, en la lógica del mercado político-electoral no existen
condiciones económicas de igualdad en la competencia. Otro factor de
inequidad se expresa en las esferas de decisión donde la ley de la mayoría y
la aplicación del rodillo prácticamente eliminan a las minorías parlamentarias
y su capacidad de influir en las decisiones. Finalmente, las lógicas prebenda-
les y poco democráticas al interior de los partidos impiden el acceso institu-
cional de mujeres, jóvenes o minorías indígenas, normalmente circunscritos
a tareas específicas y secundarias en el quehacer político, a esferas de
dirección.

7 Recordemos que, para las municipales de 2004, sólo se exigió a los pueblos indígenas la pre-
sentación de documentación que certifique su condición de tal, eximiéndolos de la recolección de
firmas establecida en la ley.

44
Ciudadanía civil y política

También hemos considerado como elemento importante del ejercicio de


la ciudadanía política la participación en la gestión pública y el control ciu-
dadano. De alguna manera, con la aplicación de la Ley de Participación
Popular, se permitió la participación de las organizaciones sociales y sindica-
les a través de las Organizaciones territoriales de Base (OTB) y los Comités
de Vigilancia (elegidos de acuerdo a sus usos y costumbres) en la definición
de los Planes Operativos Anuales (POA) y los Planes de Desarrollo
Municipal (PDM) de los municipios, a pesar de las enormes deficiencias
identificadas en estos años de vigencia de la ley.
Cabe añadir que, desde nuestro punto de vista, el ejercicio de la ciudada-
nía política implica también la construcción y la presencia en el espacio
público, la deliberación, la generación de propuestas, la consecución de
acuerdos, etc. En esa materia, consideramos que en el país queda un camino
muy largo por recorrer.
En definitiva, si además retomamos el concepto de ciudadanía no sólo
como el ejercicio formal de los derechos políticos, sino también como senti-
do de pertenencia a una comunidad política, cabe preguntarse acerca del
acceso efectivo de los bolivianos al ejercicio de sus derechos: ¿existen las
mismas posibilidades de elegir, ser elegidos y participar en el espacio públi-
co? ¿Cómo se procesa la formación del voto? ¿Representa la pluralidad y
multiculturalidad del país? ¿Qué sucede con las opciones políticas colectivas
vigentes en las tradiciones comunitarias a la hora de votar? Una vez en el
ámbito representativo, ¿existe la opción de influir en las decisiones?
Sin duda, estos y otros aspectos serán abordados en la Asamblea
Constituyente; y se espera el diseño de un sistema de representación más
apropiado para recuperar la legitimidad y credibilidad en la democracia
representativa.

Hacia la Asamblea Constituyente


La construcción social de deberes y derechos se materializa en el Estado
y sus instituciones porque la vigencia, y sobre todo el ejercicio de los dere-
chos civiles y políticos, son garantizados por el Estado y un sistema público
equilibrado, racional y eficiente. En ese sentido, los procesos de reforma

45
María Teresa Zegada C.

estatal también se verifican en las instituciones públicas destinadas para ese


fin. La Asamblea Constituyente, de acuerdo a la actual Constitución, es con-
vocada mediante una Ley Especial de Convocatoria sancionada por el
Congreso Nacional (artículo 232º); y existen algunas entidades estatales encar-
gadas de promover procesos de información, reflexión y generación de pro-
puestas, como la Unidad de Coordinación de la Asamblea Constituyente
(UCAC), la Comisión encargada del Parlamento o la Corte Nacional Electoral.
No obstante, la profundidad de la crisis del sistema político institucional
ha desplazado las iniciativas sobre la Constituyente hacia la sociedad civil.
Las movilizaciones sociales demandando la convocatoria a la Constituyente
se fueron incrementando en el país en los últimos años, forzando al
Parlamento a su tratamiento e, inclusive, provocando la promulgación de un
decreto presidencial para agilizar su realización.
Por otro lado, se van generando espacios de deliberación y construcción
de ciudadanía activa en relación con la Constituyente, desde las organizacio-
nes sociales, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales y
otras entidades. En este proceso, el concepto de ciudadanía se desvincula de
la noción de Estado, y sus aproximaciones tanto legales como formales, para
situarse en el ámbito de la vida cotidiana (Martinat, 2004). La sociedad civil
se constituye en una potencial articuladora del espacio público y de la recons-
trucción hegemónica.
Como pudimos constatar a lo largo de la historia, más allá de aquellos pre-
ceptos trasladados de manera mecánica a nuestra carta constitucional desde
otros contextos o eventuales acuerdos políticos internos, las conquistas de los
derechos provienen de la presión de sectores sociales específicos, que ponen
en evidencia el carácter deficitario del marco legal y la institucionalidad esta-
tal y promueven el ejercicio de una ciudadanía sustantiva más plena.
En otras palabras, los derechos se han conquistado en el campo de las
luchas sociales, en un proceso de construcción de ciudadanía “desde abajo”
impulsado por demandas específicas provenientes de sectores sociales, ya sea
con origen de clase, etnia, cultura, género o generacionales.

46
Ciudadanía civil y política

Para complejizar la situación, la multiculturalidad8 implica la presencia


de colectividades que reivindican el derecho a la diferencia y demandan el
reconocimiento de un conjunto de derechos colectivos; en general, la deman-
da proviene de sectores que, además de ser diferentes, son excluidos. La per-
cepción de marginación de estos sectores sociales respecto del Estado es
recurrente en la visión de los dirigentes; así, Vicente Flores, de la
Confederación Nacional de Ayllus y Markas del Qollasuyo (CONAMAQ),
señalaba: “hasta aquí nos han conducido como si fuéramos rebaño. Nos sen-
timos muy mal. El Estado parece un mundo aparte y la sociedad civil, otro.
Ambos deben unirse” (Construyendo Nº 4, 2004: 8).
Existen articulaciones diversas respecto de la Constituyente: mientras
algunas la observan como una amenaza a sus intereses, otras depositan en
este evento la posibilidad de una refundación del país, como la oportunidad
de construir un Estado más incluyente. Es el caso de los dirigentes campesi-
nos e indígenas: “no sólo ahora se habla de refundar el país, lo hicimos desde
la protesta durante 500 años que se recordaron por la invasión española.
Entonces ya se habló de hacer un nuevo Estado. Ya hemos madurado”. “El
pueblo ha dicho: queremos todo nuevo” expresaba el dirigente campesino
Román Loayza de la CSUTCB (Construyendo Nº 4, 2004:8). Sin embargo,
estas expectativas precisan de un proceso de maduración. En un diálogo
sobre el tema,9 Iturralde señalaba que si en Ecuador se llegó a obtener impor-
tantes resultados sobre la conquista de derechos colectivos en la Constituyente
de ese país, fue gracias a un proceso educativo a lo largo de muchos años.
A continuación, señalamos los rasgos centrales de algunas de las pro-
puestas de las organizaciones indígenas. Se parte de la necesidad de una
transformación total del país, que se inicie, por ejemplo, con el cambio de
nombre de Bolivia por uno más incluyente y con la modificación de la estruc-
tura estatal y de organización territorial (Construyendo Nº 5, 2004). Al
mismo tiempo, se propone introducir una conceptualización distinta; se
habla, por ejemplo, de complementariedad y no de libertad: “El nuevo Estado

8 “La multiculturalidad expresa las diferencias globales del tiempo histórico pasado que resulta en
diversas configuraciones culturales y grandes síntesis sociales” (Tapia, 2002: 41).
9 Seminario taller “Puntos de partida hacia la Constituyente”, 2004, Apostamos por Bolivia, La Paz.

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María Teresa Zegada C.

no significará someterse a un aymará o quechua, tiene que ser horizontal, por


eso no hablamos de justicia y libertad, sino de reciprocidad, redistribución y
complementariedad” (Loayza, en Construyendo Nº 4: 8).
En esta concepción, los derechos civiles y la ciudadanía no están basa-
dos en el derecho individual sino en el colectivo: “No pretendemos ser pro-
pietarios individuales. La comunidad íntegra será la dueña y no para apro-
piarnos, sino para que el país disfrute...” (sic) (Ibídem: 9). En términos de
derechos políticos, las comunidades indígenas demandan una representación
multicultural en el Congreso, eliminar el monopolio de los partidos, permitir
candidatos ciudadanos en las municipales y la elección directa del Poder
Judicial. Al mismo tiempo, demandan una mayor participación en la gestión
pública y la conversión de las lenguas indígenas en oficiales.
Por su parte, para la CIDOB, los pueblos indígenas han depositado sus
expectativas en la Asamblea Constituyente como una oportunidad de partici-
par activamente y decidir el tipo de país que se quiere construir. Su propues-
ta incorpora una mayor participación de la sociedad mediante mecanismos de
democracia semidirecta, plebiscito, veto popular y reconocimiento de las
TCO. También proponen que los indígenas participen en la gestión pública y
en la definición de las políticas que les afectan directamente, que controlen
la salud y la educación, y que el servicio militar sea voluntario. Al mismo
tiempo, reivindican el derecho a vivir en un ambiente sano.
Para los pueblos originarios, existe una articulación ideológico-discur-
siva muy explícita entre la realización de la Asamblea Constituyente y “la
refundación de un país mejor en que se respeten los derechos de todos”. Una
propuesta de Constitución Política alternativa, elaborada desde la perspecti-
va de los pueblos indígenas,10 propone: un nuevo ordenamiento territorial,
un Estado confederado y regiones autónomas, nuevas formas de propiedad
territorial y representación que respondan a un Estado multiétnico, multicul-
tural y plurinacional. En relación con los derechos civiles, dichos pueblos
establecen criterios de igualdad para todos, la eliminación de cualquier tipo
de discriminación, la promoción de la libertad de pensamiento, religión y
afiliación, garantías personales, un conjunto de derechos y obligaciones y el

10 Elaborada por Jorge Miranda y Félix López (mimeo, s/f).

48
Ciudadanía civil y política

reconocimiento como idiomas oficiales del castellano, el aymará, el que-


chua y el guaraní. En esta propuesta, la ciudadanía consiste en ser elector o
elegible, ejercer funciones públicas y participar en la gestión de asuntos
públicos. En general, estas propuestas, que aún se encuentran en proceso de
elaboración, requieren articularse orgánicamente, generar acuerdos mínimos
e incorporarse en el debate.
En todo caso, ya no se trata de construir una propuesta acumulativa de
derechos y obligaciones civiles y políticas sino, más bien, un modelo distin-
to que abarque tanto el pluralismo como la interculturalidad y se materialice
en la institucionalidad. En términos formales y en relación con su incorpora-
ción en una nueva Constitución, los derechos indígenas deberán ser parte de
los derechos fundamentales y recorrer transversalmente la Constitución
(Barié, 2005).
En el terreno de la cultura y la política, es posible construir las condicio-
nes para la gestación de un nuevo concepto de ciudadanía que incluya la
noción del derecho a la diferencia. Por definición, la inclusión acepta al otro,
reconoce su identidad, la incorpora y busca su resolución en el pluralismo
político que es, a la vez, consustancial con la construcción democrática.
Como señala Tapia (2002), la existencia de lo multicultural plantea el desafío
de un pluralismo doble: aquel que proviene de las diferencias ideológicas y
políticas y el que representa la coexistencia de varias culturas.
Por su parte, el movimiento de mujeres también se encuentra elaborando
un conjunto de reflexiones y propuestas que giran en torno a la transversali-
zación de su presencia a lo largo de la Constitución. Las propuestas que se
encuentran en proceso de discusión buscan una participación paritaria y efec-
tiva de las mujeres en los ámbitos de representación y decisión, al igual que
como un conjunto de derechos civiles, sociales y políticos.
Al respecto, se han propiciado una serie de espacios de información,
reflexión y discusión; cabe resaltar la realización de tres asambleas constitu-
yentes para mujeres en distintos lugares del país durante 2004, así como la
creación de redes ciudadanas de mujeres para debatir las propuestas y orien-
tar el trabajo de entidades públicas y organizaciones no gubernamentales en

49
María Teresa Zegada C.

una misma dirección.11 También se han retomado las propuestas que se plan-
tearon hace unos años al Concejo Ciudadano para la Reforma Constitucional,
entre ellas: las garantías contra la discriminación y sus sanciones, el recono-
cimiento a derechos laborales específicos (como el trabajo doméstico), dere-
cho a la intimidad, nombre, imagen, medidas tendientes a evitar la violencia
en el ámbito privado y público, los derechos sexuales y reproductivos, el res-
peto a la igualdad y equidad, la justicia imparcial oportuna y gratuita, la liber-
tad de conciencia, culto y religión, entre otras.12
Una de las propuestas en discusión hace hincapié en los derechos civiles,
como la dignidad y libertad desde la equidad de género, la no discriminación
en ningún campo, la igualdad ante la ley, la necesidad de adoptar medidas
positivas en favor de personas o grupos discriminados, la sanción a los abu-
sos o maltrato y la prohibición de la prostitución forzada. En relación con el
Régimen Familiar, se plantea el apoyo especial a mujeres jefas de familia, la
libre decisión sobre la vida sexual y reproductiva (por ejemplo, el número de
hijos), la asistencia social, así como la vida libre de violencia física sexual y
psicológica. En relación con los derechos políticos, se propone la elegibili-
dad en igualdad de condiciones, mecanismos para lograr equidad en la parti-
cipación política, el acceso a cargos públicos y de representación.13
Estas son algunas muestras del proceso que viene encarando la sociedad
civil de cara a la Constituyente, que está relacionado con la construcción para-
lela de una cultura política ciudadana y el ejercicio de derechos y obligacio-
nes. No obstante, cabe reconocer la influencia que ejerce la comunicación en
tiempo real y el surgimiento de demandas comunes que están más allá de las
fronteras nacionales, constituyendo redes de relacionamiento y construcción
colectiva de una ciudadanía civil más activa y propositiva con base en la soli-
daridad.14 En todo caso, es preciso dejar claro que la Asamblea Constituyente

11 Calla, Pamela. “Del margen al centro: mujeres hacia la Asamblea Constituyente”, en Tinkazos Nº
17, 2005, La Paz.
12 Zavala, Lourdes, en “Propuesta de Reforma a la Constitución”, 2001.
13 Cfr. documento preliminar denominado “Reforma a la Constitución con enfoque de género”
(VAAGG-PNUD) con participación de la Plataforma de Mujeres de La Paz y el Defensor del Pueblo.
14 Nos referimos a las redes de los movimientos indígenas y de mujeres que se verifican a nivel inter-
nacional en distintos ámbitos.

50
Ciudadanía civil y política

es sólo un paso más en este proceso histórico de reforma profunda del Estado
boliviano y la construcción de derechos civiles y políticos.
En ese sentido, la Asamblea Constituyente implica un doble desafío para
el Estado: por una parte, construir un diseño institucional racional y coheren-
te, además de velar por su aplicación y cumplimiento; y, por otra, la incorpo-
ración dinámica y permanente de las múltiples y diversas demandas prove-
nientes de la sociedad para recrear la relación entre ambas instancias, con
base en el nuevo marco constitucional.

Elementos para pensar una visión alternativa


La reformulación de derechos civiles y políticos precisa enmarcarse en
una concepción distinta de ciudadanía, que parta de la deconstrucción de la
concepción clásica restringida a la mera “igualdad ante la ley”. Dada la con-
dición multisocietal boliviana, la nueva construcción de los derechos debe
situarse en el marco de la triangulación entre el Estado, la ciudadanía (indi-
vidual) y la comunidad (colectivo), triangulación que también pone en cues-
tión la relación entre lo universal y lo particular. Se trata de generar una
nueva articulación entre estas esferas, recreada, distinta y que impida la
reproducción de un esquema que, si bien nos ha llevado hasta este punto, no
parece encontrar otra respuesta que diluir lo comunitario en el prometido
bienestar individual que ofrece la sociedad moderna o, desde una perspecti-
va opuesta, la afirmación autoexcluyente de las particularidades identitarias.
Los tres conceptos: Estado-ciudadanía-comunidad plantean un trilema15 que
no ha logrado resolverse en los casi 200 años de historia republicana.
La situación ideal plantea la articulación de estos tres elementos; no
obstante, como hemos podido constatar en la historia, sólo se ha logrado
articular dos de ellos. Durante el siglo XIX y principios del XX, ha prevale-
cido la fusión entre Estado y ciudadanía, dando lugar a un sistema normati-
vo liberal, modernizante, que incluía un conjunto de derechos civiles y polí-
ticos a partir de una concepción de ciudadanía individualizante y ajena a la

15 Nos basamos en el modelo del trilema planteado por Rodrik y aplicado por el mencionado autor a
la política en la economía globalizada (2002).

51
María Teresa Zegada C.

condición multisocietal compleja y heterogénea existente en el país. Por otra


parte, la ciudadanía política, pese a sus preceptos democrático-representati-
vos de igualdad y universalidad, era profundamente excluyente de las mayo-
rías nacionales, las cuales no accedían a la categoría de ciudadanos y, por
tanto, tampoco a la posibilidad de participar.
Este modelo comenzó a fracturarse hacia principios del siglo XX, con la
emergencia de demandas sociales campesinas, la organización de los prime-
ros sindicatos obreros y el influjo de la ideología socialista y nacionalista de
procesos revolucionarios contemporáneos en la intelectualidad y la dirigen-
cia política nacional, que enarboló la relación ciudadanía-comunidad desde
fuera de la esfera estatal. De esa manera, se cuestionaron las bases del mode-
lo de dominación oligárquica y ello derivó en su derrocamiento y su sustitu-
ción por un Estado nacional-popular y antioligárquico. En este nuevo ciclo
estatal (el del 52) se logró sentar las bases de la ciudadanía política con la
universalización del voto, otorgándole un nuevo sentido a la relación Estado-
ciudadano; sin embargo, en esta fase, lo comunitario y colectivo se diluía en
la categoría cultural y política homogeneizante de “pueblo” (lo nacional-
popular), en una articulación incompleta; pues no se logró plasmar el senti-
do de pertenencia ni en la construcción de “la nación imaginada”, ni en un
proceso de inclusión del conjunto de la sociedad en toda su complejidad y
diversidad. El Estado logra una vinculación muy fuerte con el “campesina-
do” (Estado-colectivo), pero mediante una subordinación clientelar y preben-
dal que luego asumió la forma de pacto militar-campesino.
A pesar de la presencia contundente del Estado en la economía y su ini-
cial carácter redistributivo y participativo, la inestabilidad institucional y la
temprana crisis estructural provocaron la ruptura de la sociedad con el Estado
y la permanente confrontación, sin mediaciones, entre ambas instancias, en
medio de una sucesión de gobiernos militares dictatoriales.
La presión generada por la articulación entre ciudadanía (demanda de
derechos humanos, civiles y políticos) y comunidad (movimientos sociales
democratizadores) impulsa el proceso de apertura democrática. Esta nueva
fase incorpora, entre otras cosas, un ejercicio de ciudadanía civil y política
institucionalizada.

52
Ciudadanía civil y política

En este nuevo ciclo, emergieron diversas identidades colectivas que pug-


naron por su reconocimiento legal en la estructura estatal; una relación antes
ignorada entre el Estado y los derechos colectivos de las comunidades que se
tradujo en la incorporación constitucional de la definición de Bolivia como
sociedad pluriétnica y multicultural y el reconocimiento de los derechos
sociales, económicos y culturales de los pueblos indígenas. Sin embargo, esta
nueva relación, que vislumbra la inclusión del tercer elemento del trilema (es
decir, lo colectivo), no ha sido incorporada de manera estructural en el ejer-
cicio de la ciudadanía, sino que se trata más bien de una yuxtaposición o
incorporación parcial y normativa.
La crisis estatal que se revela a fines de los 90, y de manera más abrup-
ta a principios de 2000, pone al descubierto la ausencia del Estado respecto
de los procesos societales: el descrédito y la desconfianza de la población en
las estructuras burocráticas y políticas, los síntomas de una anomia social y
una ausencia de autoridad, los permanentes conflictos y presiones sociales
que denotan una fractura profunda entre la sociedad y el Estado, generando
una nueva vinculación ciudadanía-comunidad en el marco de la democracia
al margen de la institucionalidad estatal.
Estas dualidades, que aparecen como tendencias fluctuantes en la histo-
ria (Estado-ciudadanía, Estado-comunidad, ciudadanía-comunidad), no ter-
minan de resolverse en un horizonte común compartido y articulado.
Lo cierto es que la resolución de este aparente trilema, así como su
expresión en el ejercicio real de los derechos civiles y políticos, se procesa
en el ámbito político y sobre la base de un sistema democrático, por tanto,
plural y compartida.
Cabe puntualizar que la categoría de ciudadano es consustancial a la
vigencia de la democracia representativa, que se expresa en la regularidad
electoral y en la primacía de garantías. Pero la ciudadanía no se limita a un
mero status jurídico de ejercicio de derechos, sino que abarca la totalidad
social, se convierte en sustrato de una sociedad civil activa, participativa y
con sentido de pertenencia. En esa medida, la ciudadanía puede constituirse
en el principio articulador de esta nueva relación.

53
María Teresa Zegada C.

Como ya hemos señalado, la tendencia en las reformas constitucionales


en la historia, sobre todo en la última década, se dirige hacia la ampliación de
los derechos civiles y la profundización de la participación en las decisiones
políticas; pero éstas requieren de un cambio cualitativo para encarar una pro-
funda reforma estatal.
Lo que está en juego, siguiendo a Mouffe, es pensar “cómo compatibili-
zar nuestra pertenencia a diferentes comunidades de valores, idioma, cultura,
con nuestra pertenencia común a una comunidad política cuyas reglas tene-
mos que aceptar” (1999: 138). En otras palabras, se trata de pensar en un
modelo estatal alternativo articulado sobre la base de las diferencias.

Hacia un diseño institucional plural y compartido


Una profunda reforma estatal implica una serie de condiciones, entre
ellas la deconstrucción de los factores constitutivos previos para permitir su
transformación y establecer las bases de un nuevo diseño. Por supuesto que
no se trata solamente de un proceso de reingeniería institucional, sino de una
respuesta estructural a las condiciones sociales y políticas, las relaciones de
poder y las expectativas de los actores sociales y políticos.
Pese a los importantes avances logrados en términos de derechos civiles
y políticos en la actual Constitución, es preciso replantear la relación Estado-
ciudadanía-comunidad y construir una nueva articulación para no caer en una
simple sumatoria de elementos, como ha sucedido en el pasado. La idea que
guía esta nueva construcción institucional se basa en el pluralismo, la inter-
culturalidad y la integración. Lo cual implica ciudadanos “integrados en la
comunidad política como partes de un todo, esto es de una forma tal que sólo
pueden constituir su identidad personal y social en un horizonte de tradicio-
nes compartidas y de reconocimiento institucional intersubjetivo”
(Habermas, 1998).
El escenario adecuado para una profunda reforma estatal es, sin duda, la
Asamblea Constituyente, pues implica un poder basado en la voluntad prima-
ria y permite una revisión total de la Carta Magna. A continuación mencio-
naremos algunas pautas de discusión para el nuevo diseño institucional del
Estado. En primer lugar, se requiere de una articulación del conjunto de dere-

54
Ciudadanía civil y política

chos civiles individuales –actuales y nuevos– con los derechos colectivos de


las comunidades y establecer mecanismos nacionales o subnacionales para
garantizar su ejercicio en todo el territorio nacional. La vigencia de estos
derechos en el marco plural e intercultural estará presente transversalmente a
lo largo del texto constitucional y en textos reglamentarios para garantizar su
aplicación.
En relación con los derechos políticos, se pretende ampliar el concepto
de ciudadanía que se encuentra restringido a la condición de elector o elegi-
ble y al acceso a cargos públicos, para incluir la posibilidad de participar de
manera más directa en el control de la política y en determinados ámbitos de
la gestión pública, sobre todo a nivel subnacional (regiones y/o municipios).
No cabe duda de que el ámbito más apropiado para hacer efectiva esta parti-
cipación es el microsocietal; en ese sentido, resulta sugerente la creación de
nuevas figuras organizativas, como los consejos comunitarios distritales,
organizaciones de poder local en los distritos urbanos y rurales, elegidos de
acuerdo a sus costumbres y cuya función sea apoyar la planificación de pro-
gramas para el desarrollo económico y social, así como fiscalizar el cumpli-
miento de funciones de instancias públicas.16
La ingeniería electoral necesita prever dispositivos que permitan una
mayor participación de las minorías en la toma de decisiones y la elección,
de acuerdo a usos y costumbres (sistemas de transformación de votos en
escaños y formas renovadas y diversas de elección de representantes); ello,
fundamentalmente, en temas que afecten directamente a las poblaciones
involucradas (por ejemplo, en circunscripciones más reducidas como las
municipales o descentralizadas). En este sentido, las organizaciones indíge-
nas se inclinan, por ejemplo, por la creación de circunscripciones especiales,
como las existentes en Venezuela o Colombia, combinadas con las uninomi-
nales, departamentales y nacionales. Consideramos que éstas pueden funcio-
nar de manera apropiada al interior de las comunidades y pueblos indígenas
territorialmente establecidos, pero cabe recordar que la mayoría de la pobla-
ción que se autoidentifica con los pueblos originarios se encuentra dispersa

16 Proviene de la propuesta de Constitución Política del Estado elaborada para los pueblos indígenas
por Miranda y López (Op. Cit.).

55
María Teresa Zegada C.

en diferentes ámbitos del territorio nacional urbano y rural; y, para estos sec-
tores, se deben buscar sistemas de representación más apropiados a través del
voto; como, por ejemplo, la posibilidad de incorporar listas abiertas (nomi-
nales) para la elección de representantes. En todo caso, se pretende combinar
criterios de respeto a la diversidad y la diferencia con la representatividad
demográfica a través de fórmulas intermedias (Albó, 2005) en un país donde,
como señalaba Zavaleta, “nadie sabrá nunca dónde comienza el color de una
piel”.
También se debe replantear la naturaleza de los “actores de la represen-
tación” del sistema político, que hasta hace poco fueron sólo los partidos. En
el mediano plazo, se podrá evaluar el impacto de la apertura del sistema a
agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas; pero, al mismo tiempo, no se
puede descuidar la profunda renovación y democratización interna, con
inclusión social y responsabilidad, que requieren los partidos, pues con segu-
ridad seguirán articulando el escenario de la representación.
Finalmente, es preciso hacer efectiva la combinación de la democracia
representativa con formas de democracia directa, como el Referéndum y las
consultas ciudadanas, al igual que con sistemas de decisión política colecti-
va vigentes en las comunidades indígenas y en espacios territoriales reduci-
dos, y profundizar en la participación democrática tanto en lo concerniente a
la planificación y gestión pública como en el control y fiscalización, sobre
todo en espacios microsociales.
En definitiva, el nuevo diseño institucional implica una responsabilidad
compartida de construcción permanente de derechos, construcción recreada,
dinámica y acorde con las transformaciones societales.

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Ciudadanía civil y política

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60
LA PROBLEMÁTICA DE LA CIUDADANÍA
SOCIOECONÓMICA EN BOLIVIA*
Ivonne Farah H.
Bolivia hoy en día se enfrenta al desafío de redefinición de su Estado que
aún hoy es la máxima politización de una sociabilidad capitalista rentista y
parcializada, todavía distante de una “síntesis” de su diversa sociabilidad
actual que incluye amplias relaciones mercantiles no capitalistas, así como un
importante espacio de relaciones y valores apegados a la comunidad. Bolivia
en sí misma está siendo demandada como “bien público” cuyo sentido y con-
tenido político, ideológico, cultural y económico se hallan al medio de la dis-
puta política. Las “salidas” posibles oscilan desde un Estado que, como “bien
común” construido en la contradicción, sea incluyente de los intereses de
colectivos socioeconómicos y culturales de bolivianos y bolivianas, hasta
otro Estado que siga manteniendo la apariencia de bien común, y priorizan-
do los intereses de algunos grupos sociales, tal como ha ocurrido hasta el
inmediato pasado, con la subsecuente agudización del conflicto social.
La reconstitución del Estado boliviano exige reflexionar sobre los nue-
vos términos de interconexión entre sociedad y Estado, en espacios de deba-
te públicos que desemboquen en acuerdos o consensos mínimos sobre, al
menos, tres ejes estratégicos y contradictorios que deben dirimirse política-
mente y dar sentido a ese “bien público” en la próxima Asamblea
Constituyente (AC). Estos ejes giran, a nuestro criterio, alrededor de: a) la
desigualdad socioeconómica persistente, cuyo corazón se encuentra en la
contradicción clasista capital-trabajo y en la nuevas desigualdades que se
bifurcan de esa relación en su conexión con la multiculturalidad económica,
las políticas prevalecientes y los derechos sociales; b) la contradicción exclu-

* Este artículo se terminó de redactar en julio de 2005; meses antes de las elecciones nacionales y de
conocder sus resultados y consecuencias.

61
Ivonne Farah H.

sión/inclusión originada en una normatividad cultural dominante que niega


posibilidades de acceso a beneficios institucionales a grupos sociales identi-
ficados por su diferencia étnica y de género; y c) las desiguales relaciones
entre poder político y territorio, tanto al interior del Estado nacional y sus
niveles subnacionales como en la relación del Estado con los poderes inter-
nacionales instalados ya como espacios de poder en nuestro país.
Estos ejes resumen en sus interrelaciones las demandas levantadas por
las movilizaciones sociales de los últimos años1 –incluida la convocatoria a
la propia AC– protagonizadas por organizaciones sindicales, de productores,
vecinales, de desocupados, jubilados y potenciales rentistas, deudores y, prin-
cipalmente, por las organizaciones campesino-indígenas, pueblos indígenas y
partidos de la misma raíz. A pesar de su diversidad (“salario mínimo vital”,
trabajo, derechos de jubilación, de acceso a y gestión de los recursos natura-
les estratégicos), esas demandas se han ido centrando en la recuperación para
el Estado de los recursos naturales, en una mayor intervención, capacidad de
regulación y gestión estatales en la explotación de esos recursos y la posibi-
lidad de su aprovechamiento industrial, precisamente para atender con sus
excedentes las demandas redistributivas de diverso tipo. En suma, se centran
en la necesidad de redefinir las relaciones entre Estado-economía-mercado y
sociedad como requisito para modificar el patrón actual de lo productivo, dis-
tributivo y espacial que, al fincarse en actividades extractivas o primarias
exportadoras, ha generado una mentalidad rentista fuertemente concentrado-
ra del ingreso, y una significativa segmentación espacial de los circuitos eco-
nómicos que dificultan la ampliación del mercado interno.
La AC será entonces el escenario de definición de un nuevo pacto social
posible alrededor de esos ejes. Sus desafíos son enormes, pues ese pacto ten-
dría que poder expresar un consenso legítimo, una voluntad colectiva o gene-
ral sobre los términos del poder, del derecho y la gestión económica y polí-
tica de la sociedad, apuntando a una nueva reconstrucción hegemónica.
Parece claro, no obstante, que la “voluntad general” que resulte de las dispu-
tas político-ideológicas y culturales para dirimir en torno a las contradiccio-
nes estructurales existentes y sus actuales niveles de conflictualidad en la

1 Cuyos ápices han sido las “guerras del agua” (2000 y 2004) y la del gas (2003).

62
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

sociedad boliviana, sólo colocará las mencionadas contradicciones en otro


nivel de su despliegue.
Se espera la mayor participación y representación posibles de las colec-
tividades de la sociedad en el proceso hacia y en la Constituyente y que, en
esos espacios puedan conjugarse los intereses y representaciones particulares
de los colectivos sociales, políticos y económicos, diversos culturalmente, en
torno a una nueva dirección política e ideológica del desarrollo del país. La
síntesis de esta construcción política colectiva e intercultural, debería guiar
los inevitables virajes estratégicos en las instituciones y las políticas alrede-
dor de los tres ejes de relaciones mencionados: el reordenamiento territorial
del poder, de las relaciones de desigualdad económica y de exclusiones cul-
turales que, pese a algunos avances, han agudizado sus niveles de conflicto
en los últimos veinte años.
Igualmente se espera que esos virajes produzcan cambios graduales en la
estructura del actual Estado tanto por modificaciones en el funcionamiento
del nuevo ordenamiento constitucional, jurídico e institucional con base en
criterios colectivos sobre justicia, política, igualdad y bienestar; como por la
ampliación o cambio en el carácter y los ámbitos de actuación del Estado
mediante las políticas públicas, derechos y obligaciones resultantes. Es decir,
por la naturaleza de las mediaciones institucionales que emerjan del nuevo
“pacto social” constitutivo del Estado y sus relaciones con la sociedad.
De cara al escenario de la AC, una discusión inevitable debe girar alre-
dedor de la ciudadanía misma como institución, al constituir una mediación
fundamental en la interconexión juridizada del Estado con los sujetos colec-
tivos e individuales de la sociedad, a través de los derechos y las obligacio-
nes. Para el caso boliviano, esta discusión es central porque las relaciones
sociales que le dan existencia y consistencia siguen priorizando las propias
de la sociabilidad capitalista, centradas en la existencia de individuos “libres”
e “iguales ante la ley” en tanto “propietarios” y cuyo fundamento se enraíza
en la relación mercantil entre capital y trabajo asalariado, relaciones que no
han tenido un desarrollo generalizado en nuestro país. No obstante su acota-
do espacio socio-material y sus transformaciones con las instituciones y polí-
ticas reformadas por el neoliberalismo de los últimos 20 años2, es importan-

63
Ivonne Farah H.

te considerar que esa relación y su lógica han dominado el conjunto de la


dinámica socio económica y política que se ha trastocado profundamente,
conduciendo a una agravada desigualdad estructural, a la emergencia de las
llamadas nuevas desigualdades3, y a la expansión de los amplios espacios de
relaciones comunitarias y primarias, como soportes más próximos para ase-
gurar la subsistencia.
El debate general en torno a la ciudadanía resulta particularmente urgen-
te en relación con la llamada ciudadanía social que el análisis liberal, clásico
y contemporáneo, distingue de las otras formas de ciudadanía: civil y políti-
ca, por tener su fundamento en el núcleo del conflicto inherente a la contra-
dicción capital-trabajo, envolvente del conjunto de la dinámica societal,
entrelazada con la otra contradicción, exclusión/inclusión, en cuanto a la pro-
piedad y acceso de recursos materiales. No obstante, la tradición liberal de
pensamiento opaca el vínculo de la ciudadanía social con esas relaciones, al
definirla como derechos al bienestar, seguridad y al trabajo principalmente;
también opaca sus características en distintos momentos de su desarrollo. Por
ejemplo, el de su emergencia con la creación del problema social moderno: la
desigualdad y empobrecimiento, originado con la proletarización o extraña-
miento emergente con el despojo de medios de producción y de subsistencia
de los productores directos u otros sujetos, que se transforman en “trabajado-
res” al quedar su capacidad de trabajo convertida en mercancía y, con ello, su

2 Este debilitamiento no es fenómeno exclusivo de Bolivia ni de los países de la llamada periferia del
sistema de la economía mundial capitalista, también de aquellos más homogéneamente capitalistas
que se hallan en el centro y que han globalizado el espacio de reproducción de sus capitales alta-
mente concentrados con base en transformaciones tecnológicas y el predominio del capital
financiero.
3 Las desigualdades estructurales o persistentes siguen ancladas en las jerarquías de ingresos entre las
categorías sociales clásicas (obreros, empresarios, empleados y otros productores, a segregación y
desigual acceso a medios productivos, tierra, tecnologías, bienes y servicios sociales con marcadas
diferencias educativas). Las nuevas desigualdades aluden aquellas que se dan al interior de las ca-
tegorías homogéneas y tienen que ver con la segmentación del mercado de trabajo, la desestruc-
turación del trabajo asalariado clásico, las diferencias salariales y de condiciones del trabajo entre
hombres y mujeres, las prestaciones sociales condicionadas a la disposición y magnitud de recursos
de los usuarios, las desigualdades geográficas, de acceso a recursos financieros y a bienes y servi-
cios referidos a la vida cotidiana, entre otras.

64
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

subsistencia mediada por el dinero proveniente de la posibilidad de su


empleo4. O el de su posterior desarrollado, anclado en el supuesto de genera-
lización del trabajador asalariado proyectado en la noción del pleno empleo
como condición de reproducción del conjunto de los trabajadores, y aquellos
otros momentos sucesivos o simultáneos referidos a la atención de la subsis-
tencia para quienes no tienen posibilidad de emplearse y carecen de propie-
dad privada o común.
Hoy el empleo, como norma del trabajo en el ideario liberal, se encuen-
tra en entredicho. En consecuencia, la ciudadanía social o socioeconómica
que funda derechos y deberes de ese trabajo asalariado como institución
mediadora de la integración estatal, se halla confrontado en varios sentidos:
a) con las dificultades estructurales del empleo asalariado para convertirse en
norma estadística laboral y el salario como única forma de ingreso para ase-
gurar la subsistencia; b) con la existencia de las más heterogéneas y comple-
jas situaciones de trabajo en el ámbito de los mercados; c) con el creciente
desempleo de la población; y d) con la persistencia y expansión de institucio-
nes familiares y comunitarias que participan significativamente en la produc-
ción de subsistencia, seguridad y “bienestar”.
En lo que sigue, proponemos de inicio una discusión conceptual en torno
a la ciudadanía social o socioeconómica que va desde sus vínculos con dere-
chos (re)distributivos y su carácter teórico controversial propio y en relación
con las otras formas de ciudadanía. Luego, se presenta la construcción esta-
tal de la ciudadanía social en la Bolivia de las últimas cinco décadas, para ter-
minar con la colocación de algunos ejes analíticos o parámetros de construc-
ción de una nueva ciudadanía social en el país.
Esta discusión busca aportar elementos al debate hacia la AC, en un
momento de gran disponibilidad ideológica que vive Bolivia por su profunda
crisis política y social que –entre otras–, en la distribución de los recursos eco-
nómicos, políticos, culturales y simbólicos, ha desnudado brechas de des-
igualdades tales que ponen al desnudo la fragilidad y formalidad de los prin-

4 En la historia del capitalismo, este proceso ha tenido distintos momentos y formas, asociados con
la desestructuración de las comunidades de productores primero, el desarrollo de la producción
industrial después anclado, es mediada por el dinero obtenido por su empleo.

65
Ivonne Farah H.

cipios de justicia socioeconómica de sus actuales normas básicas. Más aún,


cuando las turbulencias sociales y políticas de diversa escala que vienen
sacudiendo al país en los últimos cinco años, expresan el rechazo de los prin-
cipales actores y movimientos sociopolíticos (en ejercicio de derechos polí-
ticos y civiles), a los términos reales de su (in)cumplimiento.

I. CIUDADANÍA SOCIOECONÓMICA, (RE) DISTRIBUCIÓN Y


CONTROVERSIAS

1. Relaciones entre “individuo”, propiedad y trabajo


Desde el trabajo clásico de T.H. Marshall 5, prevalece el entendimiento
de la ciudadanía social como el “derecho de gozar de cierto nivel mínimo de
vida, de bienestar y de seguridad económica”, acorde con estándares preva-
lecientes en cada sociedad. Este modicum de bienestar debe ser proporciona-
do por un conjunto de derechos socioeconómicos a través de instituciones
económicas, legales y sociales tales como el trabajo, el sistema educativo, de
salud y seguridad social, los mercados, y con los sistemas de propiedad sobre
todo de medios productivos o de la riqueza social que, en la clasificación de
Marshall, corresponden a la ciudadanía civil6.
Las instituciones de la ciudadanía social están asociadas principalmente
con las de la distribución y redistribución del ingreso monetario y no moneta-
rio, recursos productivos (tierra, capitales, tecnología y otros), conocimiento,
posición económica y política, y otros que tienen impactos en el bienestar.

5 Correspondió a T.H. Marshall escribir en 1949 el conocido trabajo: Ciudadanía y clase social que
se ha constituido en ‘el’ tratado sobre ciudadanía, donde el autor analiza la relación entre clase
social y ciudadanía, entre capitalismo y democracia, en el marco de una paradoja como es la igual-
dad en el estatus jurídico y la desigualdad de clase social; lo que le lleva a afirmar que “la ciu-
dadanía se ha convertido en ciertos aspectos, en el arquitecto de la desigualdad social legitimada”.
6 En el marco del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), se
ha separado los derechos socioeconómicos en derechos económicos, los asociados con los derechos
laborales clásicos: derecho al trabajo y a una remuneración justa, a un salario igual para igual tra-
bajo, a un salario y acceso iguales para hombres y mujeres, a condiciones de seguridad e higiene en
el trabajo, vacaciones, seguridad social, salud, educación básica, etc.; y en derechos sociales, los
vinculados a un estándar de vida adecuado: derecho a la alimentación, vestido, vivienda, no sufrir
hambre, salud física y mental, acceso a educación, a la vida cultural.

66
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

Esta ciudadanía se constituye, sin embargo, a partir de la inserción de las per-


sonas en la economía7, donde los individuos empíricos se erigen como colec-
tividades clasistas primordialmente, existiendo como “individuos sujetos” al
interior de esas formas colectivas. El vínculo Estado-economía pone de inicio
en cuestión la tradición liberal de la ciudadanía como mediación jurídica entre
Estado e individuos en un territorio determinado. Además, en el espacio de las
relaciones de clases, o entre sujetos colectivos, el bienestar es producción y
distribución de riqueza resultante del balance de poder entre las mismas.
Hasta Marshall, en la tradición liberal clásica, el elemento común de la
ciudadanía considera la sociedad compuesta por la suma de “individuos
libres” e “iguales ante la ley”, cuya sola pertenencia a la comunidad política
estatal deriva en derechos universales.
Pero, en la sociedad y economía capitalistas, el carácter individual de los
derechos y garantías universales sólo han cobrado forma legal y jurídica y
posibilidades de ejercicio, cuanto más en relación con derechos civiles (tales
como libertad de la persona traducida en libertad de expresión, palabra, pen-
samiento, culto y fe religiosa, y a la justicia) y políticos (derecho a elegir y
ser elegido, de participar en el ejercicio del poder político). En ambas formas
de ciudadanía, como estatus de pertenencia, se concilia valores y principios
de la democracia liberal, aunque sabemos que el derecho civil a la propiedad
no es universal, y que el derecho político a poner en práctica la participación
política y al ejercicio del poder político tampoco se ejerce como individuo,
excepto en el voto8.
En el caso de la ciudadanía social –institución siempre en construcción
y constante ‘ajuste’ por la acción política de clases– aun en el plano de la

7 Entendiendo que la economía está constituida por la unidad de los procesos de producción, distribu-
ción, cambio y consumo.
8 Ha tomado mucho tiempo para que el universo total de individuos haya podido ejercer los derechos
civiles y políticos, pues también estas formas de ciudadanía han encontrado dificultades de realizarse,
mostrando desfases entre el contenido formal del derecho y sus modos de acceso. Menores en el caso
de los derechos políticos donde, al menos, la universalidad del derecho a formar los poderes públi-
cos es un hecho; y mayores en cuanto a los derechos civiles donde la universalidad con relación a la
garantía o resguardo del derecho de propiedad no existe, sin duda, y sólo atañe a los reales propieta-
rios de capitales y riquezas sociales; es decir, a una categoría sociológica clasista.

67
Ivonne Farah H.

forma y norma jurídicas, los derechos sociales y económicos que le son inhe-
rentes nacen de relaciones sociales desiguales que determinan también con-
diciones desiguales de reproducción cotidiana. Su preocupación misma por
el bienestar material parte del reconocimiento implícito de desigualdades
inherentes a diversos niveles económicos de existencia en la sociedad, lo que
es incompatible con la idea de igualdad social originada en la misma perte-
nencia a una comunidad. Además, esa preocupación no instituye garantías
sino obligaciones públicas como criterios de asignación para promover la
atención a necesidades básicas y proveer protecciones o bienes públicos
como derechos cuyo aprovechamiento produce bienestar a determinados
colectivos humanos (Gordon, S.: 2002 y 2003). Obligaciones que generan, a
su vez, otras obligaciones sociales como la tributación.
En otras palabras, con estos derechos no hablamos de garantías a liberta-
des, a la propiedad, o de igualdad ante la Ley, inherentes a las personas9, sino
de obligaciones públicas a prestaciones específicas que median la condición
ciudadana. Eso significa que los derechos sociales no son “derechos de par-
ticipación en una comunidad nacional común”, sino condiciones prácticas,
materiales, que permiten esa participación. Se trata de “condiciones de opor-
tunidad”, “instrumentos” o dotaciones que dan acceso al ejercicio de los
derechos civiles y políticos, a ser individuo con derechos, valor y cierta auto-
nomía personal (Barbalet, J: 1988).
Los derechos sociales hablan, según R. Castel (2004), de la “imposibili-
dad de pensar al individuo sin soportes”, sin “lo que es necesario para fundar
un reconocimiento y dignidad social” de las personas. Por eso mismo, tam-
poco podría hablarse de obligaciones públicas hacia “individuos”, ya que
éstos son constituidos mediante la aplicación y uso de esas obligaciones
como derechos socioeconómicos que conllevan criterios (re)distributivos.
Estos derechos esta vez contradicen la concepción liberal del individuo capaz
de sí mismo, en sentido de que cada uno es su propio recurso, su propio
“soporte”; por tanto, “libre” e “igual”. Al contrario, nos remiten al nivel de la
existencia colectiva de grupos de población que, por su desigualdad no pue-

9 Que en verdad solamente crean al Estado obligaciones de respeto o garantía porque los individuos
serian portadores de derechos que deben ser garantizados.

68
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

den por sí mismos asegurar su reproducción.


Aun en el plano de los individuos habría “individuos e individuos”;
“individuos” diferenciados entre sí por su ubicación en distintos niveles de
los procesos de producción y reparto de las riquezas sociales. El parteaguas
entre unas y otras categorías de individuos, en las sociedades capitalistas, es
la propiedad/no propiedad de las condiciones de la producción, que determi-
na la capacidad de apropiación de sus resultados y, por consiguiente, de su
distribución y consumo. En el nivel de la inserción desigual en la economía,
para algunos, ser “individuo libre e igual” significa ser propietario privado
de recursos productivos, capitales y bienes, y no tener apuros para garantizar
su bienestar por sí mismo; al contrario, esta posición les permite un continuo
proceso de acaparamiento de recursos, del trabajo y subsistencia de otros.
Significa, en suma, ubicarse como empresarios en la relación social de pro-
ducción, y tener sus derechos de propiedad privada garantizados. Para
muchos, la situación de “individuo libre” tiene por detrás el despojo y la
carencia de recursos para producir, y la urgencia de sus necesidades que se
satisfacen por medio de la “venta” de su capacidad de trabajo. Esta ubicación
además significa haber sido “liberado” de los lazos de previas pertenencias
comunitarias y familiares, y estar “desafiliado” de vínculos de proximidad
anteriores donde se producían sus necesidades. Surgen así los “trabajadores”
dependientes o asalariados. Si bien en ambos casos hablamos de sujetos
colectivos, escapan de esa consideración todos los demás sujetos.

2. Ciudadanía social, trabajo y utilidad social


La no-propiedad privada del trabajador es convertida en el eufemismo de
propiedad de capacidad de trabajar, y de que la compulsión a venderla es
libre disposición o voluntad a intercambiar propiedad. Con ese artificio nace
la idea de igualdad en tanto propietarios todos. Aun así, ese individuo propie-
tario lo es en términos formales (ante la Ley) ya que su desigualdad econó-
mica real lleva a “sacar al individuo” de su abandono como mera fuerza de
trabajo mediante instituciones protectoras como el derecho al trabajo, a
salud, seguridad social, etc., para garantizar su reproducción.

69
Ivonne Farah H.

La ciudadanía social emergió entonces de la “des-individualización” de


la relación contractual entre empleador-empleado en el mercado de trabajo,
con la intervención estatal que coloca esa relación ante sistemas de regula-
ción colectiva. En otras palabras, la ciudadanía social se ha construido cuan-
do la acción del Estado considera la relación de trabajadores asalariados y
propietarios capitalistas como estatus colectivos clasistas. A la vez, cuando
la regulación estatal otorga al trabajo y a los trabajadores reconocimiento y
dignidad sociales a los trabajadores, lo que equivale a decir que el trabajo es
considerado una “utilidad social” y no mera función económica. Solo enton-
ces el trabajo constituye un vínculo público, una institución o mediación
entre Estado y sociedad (Castel, 2004) y en elemento de cohesión.
Esta institución evita que el salario se fije entre empleador y empleado
como mera transacción económica entre “individuos libres” en el mercado,
ya que sus intereses contrapuestos y desiguales tendrían “efectos destructo-
res” sobre los trabajadores. Como no propietarios reales, ser individuo
“libre” sin protecciones, sería más bien una “carga” en la medida que el libe-
ralismo supone que este individuo está dotado de “capacidades de iniciativa”
o “de agencia”, según Sen (2000), y obtendría en el mercado lo que busca.
Las protecciones estatales al estatus colectivo de los trabajadores asala-
riados se dan, pues al interior de la desigualdad de poder en la relación capi-
tal-trabajo; de allí que la ciudadanía social sea una ciudadanía subordinada,
cuya institucionalización estatal media y encauza el conflicto de clases y la
reproducción de dicha relación en nuevos términos (Alonso, L.E., 1999 y
Castel, R., 2004) mediante las políticas públicas en sentido amplio que inclu-
yen tanto la legislación como las prestaciones mismas.
Al contrario, la posición de propietario privado en sí es ya un “soporte”
a la reproducción, mientras la de no propietario sólo tiene efectos en la ciu-
dadanía y en la subsistencia por medio del empleo o trabajo asalariado que
brinda un lugar reconocido en la sociedad. Pero el empleo no es un derecho
formalizable, es una expectativa que puede efectivizarse con intervenciones
en la economía, en los comportamientos de los agentes económicos o en las
reglas del mercado. Además, bajo el capitalismo, el empleo puede ser alter-
nativa a la propiedad sólo si la condición salarial no se “libra” a las reglas del

70
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

mercado y puede contar con protecciones o derechos de ciudadanía social


que no tienen un carácter universal10.
A su vez, la lógica capitalista ha ido transformando el trabajo y los valo-
res a él asociados; sin embargo, esas valoraciones se otorgaron siempre al tra-
bajo asalariado como modelo dominante de trabajo socialmente reconocido.
En general, los derechos de ciudadanía social como protecciones al trabajo y
al trabajador asalariado otorgan una suerte de “propiedad social” a quienes
no tienen propiedad privada. Por tanto, el ingreso del trabajo asalariado no
estará solamente compuesto por el salario monetario sino también por el
“salario social” que adopta varias formas y grados de extensión11.
En este esquema, los habitantes de una comunidad nacional son sólo
potenciales ciudadanos, no todos llegan a serlo, al menos no en su dimensión
socioeconómica; pues no todos son trabajadores, ni todos los trabajadores
son asalariados. Esta ciudadanía excluye al trabajo no remunerado de la esfe-
ra doméstica donde predominan las mujeres, a las amplias franjas de trabajo
de subsistencia en el ámbito urbano y principalmente rural agrario y espacio
primordial de lo indígena (Salazar, 2005), y los emprendimientos económi-
cos no capitalistas en general.
La exclusión del trabajo de la esfera doméstica ha tenido varias repercu-
siones económicas y culturales, tales como que las protecciones al trabajo
asalariado se extiendan a la familia y con ello se consolide el patrón cultural
que asigna a las mujeres el trabajo doméstico como propio de su sexo, y a los

10 Con excepción de los derechos contemporáneos a la Educación y ciertos niveles de atención en


Salud.
11 Según G. Standing (2002) esa amplitud de las protecciones puede clasificarse en: a) Seguridad social
entendida como combinación de seguro social y asistencia social, por el cual el Estado provee trans-
ferencias, generalmente en efectivo, riesgos de contingencia tales como enfermedad, invalidez, vejez,
desempleo, maternidad; b) Protección social, que amplía su alcance con esquemas de transferencias
de ingresos basados en el seguro social, en la “comprobación de medios” u otras pruebas de condi-
ciones, como derechos universales o de ciudadanía, y también servicios sociales, iniciativas comuni-
tarias, planes privados comerciales de voluntariado y “arreglos” de autoayuda, sociedades mutuales,
solidaridad civil, gremial y social; y c) seguridad socio-económica, aun más amplia, pues además de
transferencias y servicios se refiere también a la protección económica de lo social, introduciendo la
economía en la sociedad a través de estructuras de sistemas de regulación, protección y distribución
que limitan la inseguridad social y económica, reducen las desigualdades y proporcionan pautas de
oportunidades (regulación salarial, sistemas impositivos, entre otros).

71
Ivonne Farah H.

varones el trabajo asalariado en los mercados y un rol de “proveedor” de un


“ingreso familiar”. Esta división del trabajo funda un parámetro estructural
de la exclusión por género, a la vez que también deriva en una ciudadanía
social indirecta para las mujeres12 que, paradójicamente, converge con la
demanda feminista de protección social a la maternidad (Pautassi, L., 2000).
En contraste, la exclusión del trabajo no asalariado en otras esferas de la eco-
nomía, es exclusión a secas porque ha quedado casi siempre fuera de víncu-
lo con “lo social”.
La ciudadanía social se ha movido en torno a la “cuestión social”, cons-
truida alrededor de la reproducción cotidiana de los trabajadores asalariados
y a la contradicción entre su condición de “libertad” e “igualdad”. En breve,
además de sus límites de universalidad, esta ciudadanía es altamente conflic-
tiva porque su relación de derechos sólo puede recrearse al interior del dile-
ma de mantener la cohesión e integración social enfrentando el conflicto cla-
sista central en sus contenidos principalmente (re)distributivos.
Esto requiere la regulación de los comportamientos de las dos clases invo-
lucradas en ese conflicto, y sobre todo de las clases propietarias y dominantes
ya que sus relaciones se construyen en procesos estructurales de principios
contradictorios que conviven problemáticamente. Esa regulación constituye la
base de organización de la cohesión social, de socialización del trabajo y el
bien común –que organiza el llamado Estado Social (o de Bienestar)– para
garantizar una continuidad normativa de desarrollo entre las desigualdades
existentes y los derechos de ciudadanía social. Este Estado se denomina así,
por sus funciones en la regulación de la relación capital-trabajo, de la estruc-
tura clasista y estratificación socioeconómica, y de los derechos.

II. LA CIUDADANÍA SOCIOECONÓMICA Y LOS DERECHOS

12 Elas serán las “beneficiarias” de los “títulos” de derechos asignados a los hombres.

72
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

SOCIALES EN BOLIVIA

1. Camino a la socialización del bien común en la normativa liberal

1.1. El vacío social


Por lo señalado, la ciudadanía socioeconómica es una fuerza para inten-
tar un equilibrio entre las demandas de desarrollo de la ciudadanía en
general y aquellas planteadas por la diversidad de grupos o actores invo-
lucrados en las situaciones de desigualdad moderna, en posiciones reza-
gadas y subordinadas en la estructura de relaciones económicas y políti-
cas que resultan de su funcionamiento.
Si ello es así, no debe llamar la atención la tardía incorporación consti-
tucionalizada de los derechos sociales y del inicio de construcción de la
ciudadanía socioeconómica en nuestro país, producto de la Constitución
Política de 1938 emergente de la Convención Nacional de ese mismo
año, realizados bajo diversas influencias económicas, políticas e ideoló-
gicas características de la creciente sociabilidad urbana de entonces. Se
trata de: a) las transformaciones político ideológicas originadas en la
derrota de Chaco sobre todo en las clases medias y urbanas constituidas
por profesionales, comerciantes, empleados y funcionarios públicos (que
hasta ese momento sostenían las instituciones políticas y económicas de
la oligarquía gobernante) como también en los oficiales de Ejército y
excombatientes de la guerra; b) los importantes avances en la formación,
organización y movilización de trabajadores asalariados urbanos consti-
tuidos alrededor de la explotación minera y petrolera, la aun escasa acti-
vidad manufacturera industrial, de industrias gráficas, del transporte
requerido por la “sobresaliente” actividad comercial, y el artesanado; y
c) la emergencia de capas intelectuales nucleadas bajo el influjo de las
ideologías “izquierdistas” de la Revolución rusa y de la más cercana
Revolución mexicana, que dieron lugar a las primeras organizaciones
políticas de tinte socialista con diversas bifurcaciones: las más apegadas
a la organización y luchas obreras y las vinculadas al llamado socialismo

73
Ivonne Farah H.

estatista militar, principalmente, que luego originaron el “nacionalismo


revolucionario” (Klein, 1968).
Esos procesos intentaron remontar los límites de la oligarquía terrate-
niente-comercial para salir del sistema latifundista y hacendario fundado
en la interdicción social y cultural de la comunidad agraria, la explota-
ción y exclusión de colonos, y transitar a la modernización capitalista del
país ya en ciernes.
Hasta entonces, las garantías y posteriores derechos civiles y políticos
estaban limitados en sus ámbitos de acción y, principalmente, en sus
alcances humanos, pues sólo vinculaban a bolivianos propietarios y letra-
dos, y se excluía de la condición ciudadana a los bolivianos analfabetos e
iletrados, pero fundamentalmente a los indígenas comunitarios y colonos
considerados indignos de esa condición por su filiación indígena y por su
sujeción a relaciones de subordinación personal. El carácter universal de
la ciudadanía civil y política sólo sobrevino formalmente con la CPE de
1961 que reglamentó los alcances de las leyes promulgadas13 por la
Revolución Nacional del 1952 y, aún así, pasaría más tiempo para que la
norma constitucional se exprese en concurrencia efectiva al derecho.
La historia republicana de nuestro país nos muestra a lo largo del siglo
XIX y avanzado el XX, cómo la pertenencia a una comunidad socio polí-
tica y territorial no es condición suficiente para ser considerado ciudada-
no14, ni siquiera en términos jurídicos o formales estrictos. Al parecer, el
fracaso de las “leyes agrarias” de Bolívar para transformar tempranamen-
te las comunidades campesino indígenas en múltiples unidades de pro-
ductores parcelarios –como categoría de “propietario moderno”– fue fac-
tor preponderante para excluir a la inmensa mayoría de la población rural
del país organizada en esas comunidades, de la condición ciudadana. No
se dio a la posesión comunitaria de la tierra la categoría jurídica de pro-
piedad, además porque, en el ideario liberal, la propiedad que constituye

13 Principalmente las leyes acerca del Voto Universal, de Reforma Agraria y Reforma Educativa.
14 A ello refiere la distinción entre “bolivianos” y “ciudadanos” que, por más de un siglo tuvo vigen-
cia en las distintas constituciones del país. Ver Barragán, 2005.

74
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

al individuo es la privada.
Por lo mismo, estas comunidades quedaron en condiciones pre-contractual
y sometidas bajo diversas modalidades, a un persistente y progresivo des-
pojo de la tenencia de sus tierras, con el consiguiente extrañamiento de sus
miembros, quienes tuvieron remates distintos. La gran mayoría de indíge-
nas despojados fueron convertidos en colonos y pongos sin tierra y sin
pago por el trabajo agrícola y doméstico para los terratenientes; muchos
otros eran “enganchados” para los trabajos en las minas (los que después
devinieron en trabajadores asalariados con la reactivación de la minería y
la explotación del caucho, hacia fines de siglo XIX), en tanto otra signifi-
cativa cantidad de los mismos protagonizó importantes movimientos
migratorios hacia las ciudades (Ovando Sanz, 1981y Klein, 1968), mante-
niendo en estos nuevos espacios su cultura productiva previa.
No obstante, las comunidades indígenas fueron la fuente primordial del
tributo que sostenía a las instituciones públicas, y el trabajo de colonos
y “enganchados” la fuente de la producción económica agrícola, arte-
sanal rural y minera, y también de la reproducción de las clases propie-
tarias en tanto tales. Pero, ni las comunidades ni este trabajo lograron
reconocimiento social y mucho menos, cultural sino estrictamente eco-
nómico. Las normas legales, en consecuencia, sólo categorizaron a la
comunidad como sujeto público de obligaciones fiscales ante el Estado;
mientras que su interdicción social y cultural se expresaba en la ausen-
cia de presencia estatal, de instituciones públicas de justicia, falta de
reconocimiento y garantía legal de la propiedad comunitaria de la tierra,
ausencia de normas o cualquiera acción protectora de su producción y de
las condiciones del trabajo de los colonos; lo que convertía su diferencia
en desigualdad social. En la relación de los colonos con los patronos ni
siquiera había una relación librada a la relación “individuo-individuo”
por cuanto esta categoría como tal –propia de la ciudadanía liberal– no
fue concedida a los indígenas comunarios, mucho menos a aquellos bajo
relación de sujeción personal.
Es decir, en el caso de los indígenas hombres y mujeres productores no

75
Ivonne Farah H.

podemos hablar ni siquiera de una ciudadanía incompleta; excluidos


como estaban de esa categoría y clasificados únicamente como “bolivia-
nos” por ser estantes del territorio nacional, ellos no fueron ciudadanos
ni de manera subordinada.

1.2. Orígenes de lo social como problema


Habría que esperar más de un siglo, hasta que la CPE de 1938 nos colo-
que al inicio de la construcción institucional de la ciudadanía socioeco-
nómica en la historia de Bolivia, remitiéndonos al momento de la asocia-
ción del concepto de ciudadano/individuo con el de trabajador “libre” o
asalariado como elemento cohesionador, al margen de las extensas rela-
ciones comunitarias y de sujeción en el ámbito rural.
En efecto, la CPE de 1938 es la portadora de disposiciones normativas
que sientan las bases para que bolivianos y bolivianas sean considerados
portadores de derechos y obligaciones socioeconómicas de manera más
equilibrada, extendiendo la ciudadanía y el alcance territorial del Estado.
Al ser producto de una Convención ampliamente representativa de la
sociedad boliviana de entonces, por lo que los derechos y obligaciones
inherentes a esta CPE expresaron una “voluntad común”, un real “pacto
social”, que favorecía la posibilidad de una mayor cohesión estatal.
Aunque todavía las comunidades e indígenas estuvieron fuera del pacto,
sus intereses y sus derechos socioeconómicos fueron representados por
primera vez en el debate constituyente15, aunque se introduce la garantía
para la existencia legal de las comunidades indígenas, la necesidad de
fomento a su educación y la promesa de una legislación indígena y agra-
ria posterior16. Esta juridización de la comunidad, sin embargo, era el anti-
cipo de intentos posteriores de constituirla en sujeto económico particular

15 Inspirados en Mariátegui, varios constituyentes plantearon que el verdadero problema del indio era
el de la tierra
16 Que se concretaría en la Reforma Agraria de 1953 y luego con la Ley INRA de 1996.

76
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

y moderno al estilo liberal, que pondría en nuevos términos la tensión


entre individuo y sujeto colectivo, entre cultura y economía alrededor de
las comunidades indígeno-campesinas.
A pesar de ello, la del 1938 fue una Constitución rupturista del dogma
liberal de libre mercado, porque incorporó el reconocimiento de las fun-
ciones estructurales del Estado en la economía, de su intervención polí-
tica en las relaciones laborales y de sus responsabilidades en la produc-
ción del bienestar económico y social del conjunto de los ciudadanos.
Esta ruptura fue, en gran medida, un corolario a las exigencias que desen-
cadenaron las precarias situaciones económicas y políticas después del
Chaco, y que impulsaron nuevas agrupaciones políticas de clase media y
las crecientes movilizaciones de las organizaciones sectoriales y locales
de los trabajadores en contra de la miseria, por mejora de sus ingresos
bajo diversas modalidades. Exigencias que, ya en 1936, lograron tradu-
cirse en conquistas y disposiciones jurídicas con la creación del
Ministerio de Trabajo y definición de sus objetivos17.
La Constitución de 1938 por primera vez nombró a las garantías indivi-
duales como derechos fundamentales, instituyó y subordinó el ejercicio
de los derechos al trabajo, comercio e industria, a no perjudicar el “bien
colectivo” y se desconoció cualquier tipo de servidumbre. Ello dio lugar
a partes fundamentales incorporadas a la Constitución (secciones décimo
tercera, cuarta, quinta, séptima, octava y novena, principalmente), hoy
bajo el título de Regímenes Especiales en la Parte Tercera (son los títu-
los referentes al “régimen económico y financiero”, “régimen social”,
“agrario y campesino”, “cultural”, “familiar”) en la CPE 2004 y, con
algunas complementaciones sobre todo en relación al régimen agrario.
La “voluntad general” expresa en esa Constitución se resume en los

17 Estos eran organizar el trabajo y garantizar el bienestar de las clases trabajadoras como un factor de
progreso económico y social de la nación, organizar legalmente el trabajo con las reglamentaciones
de jornadas de trabajo, del salario, vivienda, seguridad industrial, posterior previsión social y seguro
obligatorio, ordenar la sindicalización de trabajadores y empleadores, etc. Ver Lora, 1980.

77
Ivonne Farah H.

siguientes postulados:
• La economía no debe estar reñida con principios de justicia social; al
contrario, debe tener capacidad de “asegurar a los habitantes una
existencia digna del ser humano” a partir de su regulación por el
Estado.
• El Estado interviene en la economía regulando las actividades
comerciales e industriales mediante la política económica principal-
mente monetaria, bancaria y crediticia, cuando así “convenga a la
seguridad o necesidad pública”.
• El Estado también interviene en la economía como comercializador
único de los recursos petroleros 18 e, igualmente, como gestor econó-
mico de empresas estatales, además de tener la propiedad de los
recursos naturales disponibles en el territorio.
• La propiedad privada de bolivianos y extranjeros es reconocida y
vinculante solamente si cumple una función social.
• Adelanta el principio de organización territorial descentralizada del
Estado a través del planteamiento de la descentralización fiscal que
a la vez profundiza en la regulación estatal del presupuesto y distri-
bución de rentas.
• Un postulado esencial es el de la democracia y su relación con la
expansión de la ciudadanía principalmente socioeconómica, al seña-
lar que la democracia no es posible donde reina la desigualdad y la
pobreza, entendidas como negación de derechos fundamentales.
La construcción normativa de la ciudadanía socioeconómica quedó plas-
mada en el “régimen social”, “agrario y campesino”, “cultural” y “fami-
liar” que dan el alcance al principio de “existencia digna del ser humano”
bajo los cánones de equidad y justicia prevalecientes. Estos serían el de
un bienestar originado en la “igualdad social basada en la capacidad eco-
nómica que dé a cada individuo trabajo compensado con justicia”, y en

18 Los que habían sido recuperados como propiedad estatal en el inmediato pasado: 1936.

78
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

una “distribución humanitaria y equitativa de la riqueza pública”. Es


decir, un salario mínimo y una redistribución de recursos con base en la
distribución y la propiedad privada preexistente, y que garantice “condi-
ciones indispensables para asegurar la vida y salud” de obreros, emplea-
dos y campesinos en particular, y de la población en general.
Las instituciones de este bienestar serían el derecho y deber del trabajo
y la educación, el derecho a salud y seguridad (jubilaciones, pensiones y
otras), a condiciones ocupacionales salubres, a viviendas habitables y
una vida familiar protegida por el Estado. Se instituía también la asisten-
cia social con carácter coercitivo y obligatorio en el caso de la asistencia
sanitaria, con relación a la niñez en “situación de abandono, de enferme-
dad o desgracia” (artículos 130º del “régimen social” y 134º de “la fami-
lia” que anticipan la construcción de sujetos o “grupos vulnerables”).
Particular importancia adquirió la constitucionalización de la regulación
de las relaciones laborales, definidas a partir del contrato entre capital y
trabajo, y de las relaciones asalariadas en general, regulaciones que
remataron en el “Código Busch” (Código del Trabajo) en 193919. El
reconocimiento del trabajo asalariado como “base del orden social y eco-
nómico”20 extendió el margen humano de pertenencia e integración esta-
tal y de la ciudadanía hacia los trabajadores asalariados considerados
sólo como “un factor de la relación económica y social” al lado del otro:
los capitalistas. Al señalarse en el artículo 121º que “el trabajo y el capi-
tal, como factores de la producción, gozan de la protección del Estado”,
se negaba nuevamente el carácter social de cualquier otra forma de rela-
ción en la organización de las actividades económicas productivas que
seguían desprovistas de garantías institucionales.
Esa restricción derivó en la importante institución de la “acción educa-
cional con medios y fines civilizadores”, para lo cual la CPE de 1938
estableció la obligatoriedad de la educación primaria y secundaria como

19 Decreto Supremo de 24 de marzo de 1939, elevado a rango de Ley General del Trabajo en diciem-
bre de 1942.
20 Como fuera constituido posteriormente (1961 y 2004).

79
Ivonne Farah H.

elemento de integración o cohesión nacional, de construcción de la “uni-


dad e identidad nacional” desde el Estado, ahora con base en la relación
capital-trabajo. El acceso al trabajo o empleo capitalista adquiría el esta-
tus de dignidad y legitimación necesario y efectos vinculantes alrededor
del “civismo y moral de los ciudadanos” mediante la educación (Salazar,
C.; 2005). Por derivación, esta Constitución continuó excluyendo de la
ciudadanía a los analfabetos, vale decir a la mayoritaria masa de campe-
sinos indígenas y, de entre ellos, aún más a las mujeres indígenas.
El trabajo asalariado como norma tuvo efectos en la prohibición de la
servidumbre y fijación de retribución por toda prestación voluntaria de
trabajos personales; ello sentaba bases para la emergencia del trabajo
doméstico remunerado, pero no impedía que siguiera manteniendo sus
rasgos serviles21.
A la vez, el ámbito del hogar y las tareas de los familiares a su interior
quedaron protegidos; pero, al establecerse luego como obligaciones de
sus miembros el “asistir, alimentar y educar a los hijos menores, a los
padres”, así como otros servicios22, esa protección en realidad colocaba
en las familias la obligación de producir bienestar, y la ubicaba en una
esfera no económica fuera del espacio público. Ya el Código de Familia
de 1972 la concebía, además, como espacio privado sujeto a relaciones
de autoridad masculina23.
Por su parte, el reconocimiento legal de las comunidades indígenas y el
fomento estatal de su educación mediante instituciones específicas, deja-
ban la tenencia de la tierra y el trabajo comunitarios como únicos recur-
sos para su reproducción, sin vínculos públicos en materia de protección.
Esta exclusión de las comunidades del alcance de la protección social
coincidía con la exclusión de la condición ciudadana de los y las analfa-
betas que eran principalmente mujeres. A ello se sumaba la exclusión de

21 Aun hoy, a pesar de la reciente Ley que regula el trabajo asalariado en los hogares.
22 Constitución de 1961 y posterior Código de Familia de 1972.
23 Por ejemplo, en sus artículos 98 y 99, se establece que el trabajo de las mujeres fuera del hogar
requiere consentimiento del esposo.

80
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

los menores en situaciones difíciles y otros grupos (de pobres), todos


“merecedores” sólo de asistencia.
De este modo, el reconocimiento de utilidad social quedó anclado en el
trabajo asalariado. “Lo social” como obligaciones del Estado para pro-
veer los soportes institucionales que completen los alcances del salario
en la reproducción de los asalariados y su familia, se circunscribía a las
intervenciones del Estado para garantizar y regular la inserción en el
ámbito productivo, y las prestaciones no cubiertas por el salario. De este
modo, las posibilidades de pertenencia social o ciudadana queda inscrita
en el campo y acción políticos, máxime si los derechos y regulaciones se
dan también como protección al capital. Estos términos de lo social y de
la ciudadanía socioeconómica abrieron el espacio para luchas sociales en
torno al conflicto distributivo y los umbrales de las necesidades sociales
de estos trabajadores, de cara al Estado.
Resumiendo, hasta la Revolución de 1952, el desarrollo de la normativa
amplió la ciudadanía civil preexistente con el “reconocimiento legal” de
las comunidades en un país donde se estimaba que, hacia 1940, más del
65 % de su población reproducía su vida cotidianamente en la produc-
ción comunitaria rural y el trabajo de subsistencia de colonos, fuera de la
economía del dinero. La ciudadanía social “subordinada” de los asala-
riados de todo tipo nace con carácter restrictivo, circunscrita territorial-
mente (casi con exclusividad al ámbito urbano y, principalmente minero
del Occidente del país) y socialmente pues, hacia 1950 el trabajo asala-
riado alcanzaba solamente al 60% de todo el empleo no agrícola, y era
predominantemente masculino (72% de todos los asalariados). Es decir,
las normas de protección y ciudadanización sociales no alcanzaban sino
a cerca del 20% del total de la población boliviana pues, para ese año,
sólo el 32% de la población en el país era urbana (Escóbar, 2001).

1.3. Instituciones de la ciudadanía social

81
Ivonne Farah H.

Hasta 1952, las normas anteriores colocan al trabajo asalariado y la edu-


cación como las instituciones centrales de la ciudadanía social; pero,
además, hay varios otros espacios institucionales de los que depende la
reproducción de los trabajadores: el salario, la seguridad social, el tra-
bajo de cuidados en el hogar y también la asistencia; estas dos últimas
sin vínculos de ciudadanía.
Solamente el trabajo en los mercados tiene efectos públicos vinculantes
con derechos a salario y protecciones sociales, instituciones que mues-
tran que los derechos de ciudadanía social coinciden con los derechos
sociales orientados a mantener un nivel de vida aceptable. Estas institu-
ciones dan forma a las relaciones entre mercado y Estado; sin agotar
aquellas que producen bienestar, ya que éste también depende de las
doméstico-familiares y las comunitarias (sin contar la asistencia destina-
da a grupos específicos de población en situación de fragilidad humana).
A pesar de la complejidad institucional de que depende el bienestar real,
la Constitución boliviana restringe los vínculos público-privados del tra-
bajo asalariado a la relación entre Estado y economía mercantil capitalis-
ta, si bien reconoce la existencia de la comunidad y protege la familia
como institución. Podemos ver las diferencias entre las instituciones del
bienestar real y aquellas del bienestar en el alcance del concepto de ciu-
dadanía social en el siguiente gráfico; donde la primera abarcaría el “dia-
mante” del bienestar, mientras la segunda sólo un “triángulo” del mismo.
Las relaciones familiares y comunitarias son naturalizadas desigualando
socialmente a sus miembros respecto de los ya desiguales trabajadores
asalariados frente a sus empleadores.
Hasta finales de los 30, sólo las obligaciones estatales en materia de pres-

82
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

taciones en trabajo y educación contaban con un cuerpo germinal de ins-


tituciones destinadas a dar garantía de titularidades y derechos económi-
cos y sociales, y algunas provisiones de bienes y servicios públicos que
normalizaban la ciudadanía nacional en sus aspectos materiales. Se deja-
ba pendiente para disposiciones legales futuras la institucionalización de
la asistencia y de las relaciones familiares; en un mayor nivel de ambigüe-
dad quedó entonces la legislación sobre los derechos socioeconómicos de
las comunidades indígenas.
En cuanto al trabajo24, el Código de 1939 establece los alcances de “dere-
chos y obligaciones emergentes del trabajo” asalariado que desconoce la
complejidad social, material y cultural del país. Explícitamente excluye
el trabajo agrícola y el de los artesanos y restringe los derechos y obliga-
ciones a los asalariados del ámbito de la minería de exportación, la indus-

24 Ya en 1936 fue creado el Ministerio de Trabajo, la Judicatura del Trabajo, constituido el “régimen
social” y promulgado el Código del Trabajo en 1939 como primeros pasos que fundaron la organi-
zación de las relaciones laborales.

83
Ivonne Farah H.

tria manufacturera y cierta manufactura artesanal, donde se hallaban con-


centrados.
Las regulaciones de las relaciones obrero patronales legislan sobre los
contratos de trabajo reconociendo los individuales y colectivos, escritos
y verbales, por tiempo indefinido y por obra; y obligan a los patronos a:
i) cubrir costo de traslado en caso de larga distancia entre la residencia y
el lugar del trabajo, ii) indemnizar al trabajador en caso de despido, cie-
rre o quiebra, iii) pagar un salario proporcional al trabajo y nunca por
debajo del mínimo, iv) pagar una prima anual cuando la empresa repor-
te utilidades (posteriormente aguinaldo), v) instalar casas cunas y promo-
ver su capacitación técnica cuando tenga más de 50 trabajadores, vi)
prestar servicio médico y botica cuando los trabajadores sean más de 80,
vii) garantizar condiciones seguras y sanas de trabajo, viii) pagar indem-
nización por accidente, incapacidad o muerte.
También instituye el seguro social obligatorio a sostenerse con aportes de
empleadores y trabajadores; regula la duración y ámbitos del trabajo de
mujeres y niños con objetivos de protección que, sin embargo, resultan
discriminatorios en el caso de las mujeres al no atribuirle capacidad pro-
ductiva equivalente al varón. Finalmente, se instituye el derecho a la orga-
nización tanto de patronos como trabajadores cuando sean más de veinte
en una empresa, concediendo a ambos recursos de lucha: el derecho de
huelga a los sindicatos de trabajadores, y el lock out a los empleadores.
Dada las diversas modalidades de reclutamiento de fuerza de trabajo se
reconocen los contratos para “aprendizaje”, de “enganche” y de “traba-
jo a domicilio”. A pesar de la prohibición de la servidumbre o relacio-
nes de sujeción personal, la ley del trabajo regula el trabajo doméstico
en beneficio de los empleadores y sometiendo a los trabajadores (casi
exclusivamente mujeres) a jornadas más largas que la normal (16
horas), reduciendo a la mitad los beneficios del derecho a vacaciones y
a porcentaje aún más bajo, el de indemnización, en comparación con los

84
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

otros trabajadores25.
Por último, el Código del Trabajo, que a la vez otorga derecho al descan-
so, feriados, y limita la jornada de trabajo a ocho horas, también obliga a
cumplir con las jornadas de trabajo según disposiciones en cada sector o
empresa, a someterse a la voluntad del empleador durante el tiempo de
contrato, y a contribuir con un porcentaje de su salario para sostener el
seguro obligatorio.
En esta legislación, el Estado es garante del cumplimiento de los dere-
chos y obligaciones, de proveer protecciones mediante la salud pública;
pero, sobre todo, el Estado es un dirimidor de los conflictos laborales
mediante el arbitraje obligatorio. Como tercero en la relación capital-tra-
bajo, se supone “neutralidad” y justicia en la resolución del conflicto; lo
que refuerza la acción política como requisito de ciudadanización social.
La historia en los cuarenta ha demostrado sobradamente que esa neutra-
lidad no era tal y que, en los momentos de agudos conflictos obrero
patronales, la balanza arbitral se inclinó a favor de los segundos, los
grandes empresarios mineros26. Al decir de Zavaleta (1988), entre las
décadas del 30 y 40 hasta 1950, la oligarquía gobernó “por medio de sus
funcionarios y no por medio de los funcionarios del Estado”; de allí que
la ciudadanía social no hubiera pasado de un intento normativo en que se
formalizaron las aspiraciones de sectores laborales y clases medias, arti-
culados con el “socialismo militar”.
Por esa parcialidad estatal, ninguna legislación fue más violada ni más
desgraciada que la del Trabajo, por el sistemático incumplimiento de las
obligaciones asignadas a empleadores, sobre todo en materia salarial, por
los abusos perpetrados desde su posición de mando que en el extremo se
expresaron en brutales represiones contra los trabajadores mineros
durante la década de 194027. Estos mismos recursos han sido recurrentes

25 A partir del 9 de abril de 2003, se cuenta con la Ley Nº 2450: “Ley de regulación del trabajo asala-
riado del hogar” que modifica estas disposiciones, regulando la jornada de trabajo, los niveles sala-
riales y algunos otros beneficios como el seguro de salud e indemnización por retiro o despido.
26 Esto financiaban hasta el 70 % del presupuesto de la nación en 1949. Ver Lora, 1980.

85
Ivonne Farah H.

en lo posterior para detener las movilizaciones obreras e ignorar sus rei-


vindicaciones, principalmente, salariales.
Esa violación también se ha dado con el permanente e ilegal rebasamien-
to de sus disposiciones mediante una infinidad de posteriores decretos
supremos, resoluciones, modificaciones reglamentarias, nuevas leyes
que –no obstante ser contrarias o ampliatorias de su alcance– dejaron
intacta la Ley General del Trabajo. El desorden jurídico ha venido ocu-
rriendo al vaivén de las desiguales luchas sociales y políticas desde los
años 40 hasta hoy, protagonizadas por un proletariado escaso pero ague-
rrido y por un empresariado capitalista que se abría paso al mercado y al
capital externos con una mezquina moral para retribuir a la fuerza de tra-
bajo, socavando sus posibilidades de expansión mediante la acumulación
y minando su capacidad de reproducirse como clase dominante al mar-
gen de los favores del Estado. Con este freno a la acumulación fueron
también afectados los productores campesinos indígenas28 y la propia
posibilidad de desarrollo de la ciudadanía social en sus propios términos.
Además de los frenos a la expansión económica capitalista y a la ciuda-
danía social, el incumplimiento de la legislación laboral se relaciona con
la tributación –otra dimensión del conflicto distributivo– que es fuente
principal de recursos para sostener las prestaciones estatales. La CPE
1938 solamente establecía la “obligación en impuestos y cargas públi-
cas” para todos, a determinarse “considerando la capacidad económica
del contribuyente”, sin ninguna especificación del régimen impositivo.
El cumplimiento de esa obligación queda bajo la responsabilidad del
Estado, como parte de su función en la política económica.
A pesar de los límites del “constitucionalismo social” y de la socialización
laboral, porque las relaciones de fuerza políticas lo hayan contradicho o
por la inexistencia de la compleja red institucional para su realización,

27 Masacres de Catavi (1942 y 1947) y la de Siglo XX (1949) con miras a domesticar la combatividad
de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) gestada entre 1939 a 1944
en sucesivos congresos de los trabajadores del sector.
28 El bajo salario no sólo demora o frena el desarrollo del mercado interno restando posibilidades a la
acumulación de capital, sino que también desvaloriza constantemente la producción agraria.

86
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

la CPE 1938 y legislación laboral sientan las bases para la organización


del Estado Social y de las políticas estatales propiamente dichas,
imprescindibles para la construcción efectiva de la ciudadanía social.
Pero, la formación de sus políticas sobreviene con el proceso de la
Revolución de 1952.

2. El estado social del 52 y la ciudadanía social29

2.1. Formación del estado Social


Las luchas sociales de los obreros, principalmente mineros, contra su
opresión y explotación clasista por parte de la oligarquía se presentaron
como luchas contra el Estado, por ser visto –como lo era– encarnando los
intereses de la clase oligárquica dominante30. Adicionalmente, la crítica
a ese Estado desde los sectores medios intelectuales y progresistas agre-
gó un nuevo elemento: la ausencia de mediaciones entre el Estado y el
poder instalado en la sociedad.
Esas luchas y críticas convergieron en la Revolución de 1952, que fue un
“nuevo pacto” para organizar un nuevo Estado y remontar el escaso de-
sarrollo capitalista, esta vez promovido y liderado por la clase trabajado-
ra minera y los sectores medios que contaron con la movilización de los
campesinos en contra del colonato. La coincidencia pluriclasista en la
desestructuración de la oligarquía minera y terrateniente como clase
dominante vino con las medidas de nacionalización de las empresas
mineras31 y la revolución agraria en el país, como instrumentos de redis-
tribución de la propiedad a favor de la ampliación del capitalismo en
Bolivia, mediante la utilización del excedente minero en la construcción
de actividades financieras ampliadas, en la expansión de la frontera agrí-

29 Este apartado se apoya en el ensayo de Cecilia Salazar; 2005 y R. Zavaleta, 1988, principalmente.
30 Ver Tesis de Pulacayo de 1948.
31 Sobre todo por sus vínculos con la economía mundial y capitales extranjeros. Según Zavaleta, estos
vínculos han sido vistos por los trabajadores como causantes del atraso del país y de su opresión,
exculpando con ello el carácter rentista de las clases empresarias del país, y no considerando tam-
poco los amplios espacios comunitarios que ponen los límites a la expansión burguesa.

87
Ivonne Farah H.

cola y el desarrollo capitalista del Oriente del país, la generación de nue-


vas actividades empresariales y las transformaciones de los productores
indígenas campesinos con la reforma agraria. La presencia de esas clases
en la conducción estatal abría posibilidades para la expansión y “moder-
nización” de la clase capitalista (igualmente dominante) con la emergen-
cia de nuevas mediaciones entre Estado-economía y su alcance territorial.
Los procesos de la Revolución del 52 generaron importantes posibilida-
des para una ciudadanía más extensa y homogénea social y territorial-
mente por la esperada generalización de valores y relaciones capitalistas
en el marco de peculiaridades propias de la realidad social; y por la
ampliación de la demanda y oferta de trabajo asalariado. La demanda de
empleo ahora provendría principalmente desde el propio Estado como
propietario de las grandes empresas mineras nacionalizadas del altiplano
boliviano y otras que se fueron creando; y desde la producción agraria
privada de Santa Cruz que –ya en los setenta– se convirtió en agroindus-
tria contando a su favor la escasa presencia de estructuras comunitarias
en esta zona, a diferencia del altiplano, y los importantes flujos migrato-
rios (Zavaleta, 1988).
Desde entonces, el país enfrentará diferencias regionales en su desarro-
llo capitalista y cambios en los ejes económico-territoriales que debilita-
ban su previa centralización en el altiplano. No obstante, ambas regiones
–altiplano y llanos orientales– no pudieron impulsar la industrialización
con base en la minería tradicional del estaño y la nueva del hierro, y el
petróleo, por lo que en ambas zonas, los intentos de generalización capi-
talista no llegaron muy lejos; esta relación debió avanzar manteniendo
las formas económico sociales y culturales no capitalistas y peculiares en
cada región. De allí, la rápida articulación de la economía capitalista
boliviana con el capital externo bajo nuevas formas. Hacia los 70, a los
bloqueos culturales a la industrialización originados en la mentalidad
rentista del extractivismo productivo, se sumaron las conveniencias del
capital transnacional contrarias a la misma, rematando en la articulación
de la actividad minera con el comercio, las finanzas y pequeña manufac-

88
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

tura del Altiplano, y de la agroindustria con las actividades comerciales,


financieras y ganadería extensiva que tendió a procesos de concentración
de la tierra en el Oriente32, con esfuerzos de entrelazamiento entre ambas
regiones. La ausencia de la industrialización y el afianzamiento de una
“concepción territorial y agrarista del desarrollo” tendría efectos en un
lento crecimiento de trabajadores asalariados (Zavaleta, 1988).
En materia normativa, las principales medidas de inspiración liberal de
la Revolución se expresaron en la proclamación del voto universal33 que
reconoció derechos políticos a toda la población boliviana, incluidos
indígenas y mujeres al margen de su instrucción y ocupación, lo que obli-
gada a la liberación de los campesinos indígenas de la sujeción servil y
habilitaba su participación como electores –como individuos “iguales”–
en la formación de los poderes públicos (Salazar, 2005).
La Reforma Agraria, por ley de 1953, reconoció las formas de posesión
personal o familiar sobre la tierra (“solar campesino”), e impulsó el dere-
cho a la propiedad privada de la tierra mediante la parcelación de hacien-
das y latifundios privados, y de las comunidades, excluyendo sin embar-
go de este derecho a las mujeres principalmente casadas34. Este proceso
habilitó a los indígenas campesinos, sus organizaciones y movimiento a
pactar directamente con el Estado del que habían recibido la tierra; pro-
movió políticas de elevación de la producción para que las familias cam-
pesinas mejoren sus ingresos y su bienestar con una producción mercan-
til destinada y requerida por los crecientes mercados urbanos, principal-
mente de fuerza de trabajo. El Estado empezaba a cumplir su función de
distribuidor único de propiedad de la tierra, con el desarrollo de las ins-
tituciones necesarias al efecto35, principalmente para productores campe-
sinos fuera del empleo.
Ello ocurrió con diferencias regionales. En el occidente del país este pro-

32 Ver Zavaleta, 1988.


33 Recogido luego en la CPE de 1961.
34 Solo viudas con hijos menores eran entonces merecedoras de ese derecho. La actual ley INRA de
1996, ha revertido formalmente esa exclusión.
35 El ex Consejo Nacional de Reforma Agraria y correspondientes tribunales agrarios, principalmente.

89
Ivonne Farah H.

ceso condujo a la individualización de la propiedad generando campesi-


nos parcelarios; mientras en el Oriente se dotaba y garantizaba la gran
propiedad para la gran producción agrícola y ganadera. Esta diferencia-
ción tenía propósitos distintos: el desconociendo las formas comunitarias
de producción en occidente, y la creación de una burguesía en Oriente
para lograr la cohesión estatal-nacional en su entrelazamiento con sus
pares mineros de Occidente. Por lo mismo, la posesión de la tierra derivó
en dos formas de tenencia también diferenciadas que persisten hasta ahora
con signos de agudización: la pequeña y minifundiaria propiedad privada
en la zona occidental, y la gran propiedad privada latifundiaria en la zona
oriental del país; como formas de otra dimensión de la desigualdad.
A pesar de sus sesgos, estas políticas tuvieron efectos sobre el mercado
interno con la integración caminera y ferroviaria del país, expandiendo
los circuitos mercantiles, los intercambios económicos, sociales, cultura-
les y políticos internos.
Con la Revolución de 1952 se promueven además políticas de integra-
ción social y cultural, principalmente mediante la reforma educativa que
considera la educación como la más alta función del Estado, obligado
ahora a generar las condiciones de acceso igualitario y obligatorio de la
población a la misma.
En cuanto al trabajo, con la nacionalización de las minas, la creación de
nuevas empresas privadas y estatales, el desarrollo de instituciones para la
provisión de servicios educativos, de salud y seguridad social, el gobier-
no de la Revolución de 1952 fue formando sus políticas económicas de
producción y creación de fuentes de trabajo. Con ello se fortaleció la orga-
nización de los trabajadores (COB), se creaban condiciones para organi-
zar las políticas sociales y, en conjunto, dar vigencia a los derechos socia-
les (protecciones) de una importante franja de población trabajadora.
La formalización de estos derechos dio origen al Código de Seguridad
Social, de diciembre de 1956 y al de Salud, de julio de 1958. El primero
establecía las protecciones exclusivas de los trabajadores asalariados,
permanentes y afiliados, y de sus familias, mediante los seguros de corto

90
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

plazo (enfermedad, maternidad, riesgos profesionales) y los de largo


plazo (invalidez, vejez y muerte) y las asignaciones familiares (subsidios
por matrimonio, natalidad y lactancia), que serían tutelados por el
Ministerio de Trabajo y Previsión Social, y gestionados por la Caja
Nacional de Seguridad Social (CNSS). Este seguro social obligatorio
considera al trabajador asalariado varón como “aportante” o titular del
Derecho, en tanto la mujer es “beneficiaria” o “derecho habiente”, excep-
to en caso de viudez, separación o solterío.
La exclusividad del seguro social para el trabajador asalariado, al dejar
fuera a los productores campesinos indígenas y los llamados “informa-
les”, de nuevo convierte la diferencia social en desigualdad y exclusión.
Este Código establecía con claridad los derechos y modalidades de acce-
so a los mismos así como las obligaciones –que eran de empleadores,
Estado y trabajadores– con relación al sostenimiento financiero de la
seguridad. Todo el sistema de seguridad social sufrió modificaciones
profundas a partir de 1987, cuando se separa los seguros de corto y largo
plazo, se eliminan las asignaciones familiares que beneficiaban sobre
todo a las mujeres, los aportes patronales y estatales, y se privatiza el
seguro de largo plazo, al quedar bajo la responsabilidad de los propios
trabajadores aportantes.
Al contrario, el Código de Salud instituye el derecho universal a la Salud,
considerada como bien de interés público de responsabilidad del Estado
al que tienen derecho los individuos, la familia y la población toda. Este
derecho consiste básicamente en acceso a prestaciones integrales de
salud, a información relativa a la conservación, restauración y mejora-
miento de la salud, a la atención en servicios médicos públicos, a prestar
a las mujeres atención pre y post natal, lo mismo que a los niños, a ser-
vicios especiales para discapacitados, ancianos o enfermos mentales. La
integralidad consiste en la provisión de agua, saneamiento básico y con-
troles a la calidad del medio ambiente. Además de las instituciones públi-
cas encargadas de la producción de salud, este Código establece deberes
de las familias para educarse y desarrollar cuidados primarios y de pre-

91
Ivonne Farah H.

vención, consolidando las responsabilidades doméstico familiares en el


bienestar.
Es decir, la reproducción de los trabajadores no estaba librada al merca-
do, como tampoco la relación laboral regulada por políticas estatales que
incluían la generación significativa de empleo. La expansión institucio-
nal del Estado Social fue en sí un mecanismo de expansión del empleo
público y de generación de clases medias asalariadas mediante el des-
arrollo de las instituciones prestadoras de servicios.
Ello iba confirmando al trabajo asalariado como elemento cohesionador
de la ciudadanía social reguladora de derechos y deberes de colectivos, e
instituciones en una emergente “sociedad de bienestar” que lograba ami-
norar los niveles del conflicto e incluso establecer modalidades de coges-
tión entre la organización sindical central de los asalariados obreros y el
gobierno36. Se trató de una ciudadanía relativamente integrada, con capa-
cidad de consumo colectivo mediante las protecciones y prestaciones en
salud y educación, y también individual por la vía de la adquisición de
bienes en los mercados por medio del salario.
Ello amplió el “ámbito humano de validez del poder mediante la demo-
cratización política y económica”, además de abrir la “incorporación del
campesinado al funcionamiento estatal”, y del núcleo burocrático estatal
con sus mecanismos de mediación situados en la prestación de los servi-
cios de bienes públicos.

2.2. Límites a la ciudadanía social


La relativa “paz” que trajo el Estado Social, sin embargo, no pudo soste-
nerse demasiado por la exclusión de los sectores campesino-indígenas y
mujeres no asalariados pero mayoritarios. Como señala Salazar (2005),
la modalidad de la reforma agraria y la exclusión de las mujeres de la
propiedad, al lado de la ausencia de una política de transformaciones pro-

36 El llamado cogobierno COB-MNR expresaba la convergencia de intereses entre la expansión


económica capitalista y las posibilidades de bienestar de una creciente clase trabajadora.

92
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

ductivas significativas del agro, y la subsecuente falta de vinculación de


la política educativa con la producción agraria, contribuyeron al posterior
empobrecimiento de los productores campesino indígenas y de la propia
tierra, que empujó a la migración y a la mayor exclusión de las mujeres
a la propiedad. Por otro lado, la ciudadanización indirecta de las mujeres
de sectores medios urbanos, por la vía del empleo masculino y sus pro-
tecciones se dio en condiciones de subordinación de género.
En paralelo, el escaso uso productivo del excedente económico y su cre-
ciente destino rentista, fue generando la expansión de mecanismos “infor-
males” y prebendales de redistribución del excedente estatal contrarian-
do las posibilidades de acumulación productiva como requisito de una
cierta homogeneización económica y social con la expansión de la con-
dición ciudadana. La prebenda y el patrimonialismo, el clientelismo y la
corrupción como mediaciones perversas del Estado, se convirtieron en
los mecanismos distorsionadores del principio democrático de los dere-
chos, al beneficiar la reproducción de la nueva clase capitalista que, de
ese modo, renunciaba a la creación de bases genuinas de su reiteración
(uso productivo del excedente económico). Esos mecanismos permearon
también espacios sociales restando recursos a la institucionalización de
los derechos, y corroyeron las posibilidades de una genuina ciudadanía
social al bloquear el reconocimiento igualitario en el ámbito público. Al
oponerse al desarrollo de una economía amplia y fuerte, la fuente de la
ciudadanía quedó librada a contexto precario en el que conviven formas
socio económicas y culturales diversas de organización de la sociedad.
La ausencia de industrialización ligada a la temprana “vocación” rentis-
ta y prebendal de los sectores medios y empresarios, remató en la desafi-
liación de muy escasos grupos de sus pertenencias comunidades campe-
sinas e indígenas; y en que, de entre los que migraron, muy pocos grupos
fueron enrolados bajo relaciones capitalistas. Todos estos colectivos,
incluidos los campesinos parcelarios, fueron largamente excluidos de la
ciudadanía social, no sólo por su identidad socio laboral sino porque su
propiedad territorial tampoco tuvo la garantía del derecho propietario.
Hasta hoy, con la nueva ley del Instituto de Reforma Agraria (Ley INRA

93
Ivonne Farah H.

de 1996), si bien la garantía de la propiedad está instituida, se sigue


dando lugar a procesos de saneamiento y titulación de la tierra ya poseí-
da como premisa de su cumplimiento.

3. Privatización del bien común y desestructuración de la


ciudadanía social
Las sucesivas reformas constitucionales dejaron intactos los postulados
y normativas referidas a las funciones del Estado en la economía y a los dere-
chos socioeconómicos y sus correspondientes deberes; en cambio reformaron
los marcos estatales y políticos de la democracia con la incorporación del
reconocimiento de nuevos sujetos políticos y culturales para la participación.
Pero como derechos legales no son precisamente políticas, éstas tomaron en
lo sucesivo rumbos que modificaron las relaciones entre Estado y economía,
que enfatizaron la estratificación de los sujetos socioeconómicos y sus diver-
sos estatus ciudadanos, y que afectaron de manera formal y real las institu-
ciones y derechos de la ciudadanía socioeconómica recomponiendo las com-
binaciones o regímenes institucionales de producción del bienestar.
Estas políticas se concentraron en el Decreto Supremo 21060, de 29 de
agosto de 1985, sobre la Nueva Política Económica (NPE), o programas de
ajustes estructurales que impulsaron un reordenamiento del funcionamiento
global de la sociedad boliviana y su economía en particular, iniciando con
ello el desmontaje del flaco Estado Social del 52 con la modificación de la
calidad y sentido de las relaciones y desarticulaciones entre estado-sociedad
civil-economía-sistema político. Ello se produjo mediante un cambio radical
en las funciones del Estado, la naturaleza de las políticas económicas, las
transformaciones en la organización de la propiedad y la producción, en el
mercado de trabajo principalmente.
Los instrumentos políticos en esa dirección fueron diversos; acá nos con-
centraremos en aquellos que tienen directa relación con los cambios en los
parámetros y bifurcaciones de la ciudadanía socioeconómica y en las formas
democráticas que afectaron notablemente las modalidades de producción y
acceso de las personas a necesidades, ingresos, bienes primarios, utilidades,
servicios, recursos materiales o metas más subjetivas.
En lo básico se trató de un giro drástico respecto del proceso de 1952, al

94
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

cambiarse el núcleo y mecanismos de dirección y control políticos sobre los


procesos económicos internos, con la redistribución de la titularidad del capi-
tal estatal, el traslado simultáneo de esa dirección política desde el Estado
hacia el mercado y la redefinición de los vínculos con el capital internacional.

3.1. Liberalización, redistribución capitalista de la propiedad


económica
El propósito central del Programa era la “estabilización” de la economía
y su apertura al mercado mundial con medidas derivadas de los acuerdos
del “Consenso de Washington”, que se concentraron en políticas de esta-
bilización y liberalización de los mercados, en mecanismos redistributi-
vos en el marco de un modelo de democracia gobernable que suponía,
precisamente, la recomposición de fuerzas y alianzas políticas en el
poder, para viabilizar la compensación de los costos sociales y la redistri-
bución territorial del poder político hacia los niveles locales municipales.
Las políticas apuntaron directamente al núcleo del conflicto distributivo
y redistributivo de los flujos de ingresos y recursos; a la recomposición
de posiciones de sujetos y agentes económico-sociales clasistas y políti-
cos en la economía capitalista; y a la desorganización de los derechos
sociales y el estatus ciudadano de los trabajadores. Las medidas de polí-
ticas con esos propósitos fueron las destinadas a frenar la inflación y
reducir el déficit fiscal mediante un ajuste fiscal e impositivo. La reduc-
ción del déficit fiscal se hizo, por un lado, incrementando los ingresos
fiscales con una mayor participación de los impuestos indirectos que
repartían la carga impositiva entre toda la población (impuesto al valor
agregado, IVA37) y no entre los grupos de mayores ingresos, y por otro,
reduciendo y congelando temporalmente los gastos públicos, corrientes
y de inversión; cuyos efectos sobre los ingresos fueron significativos.
Esta política fiscal fue regresiva porque abandonaba criterios de justicia
y equidad. El IVA incrementaba los recursos de empresarios capitalistas
privados por el levantamiento de la fijación de precios, sobre todo de

37 Ley Nº. 843 de Reforma Tributaria de 20 de mayo de 1986.

95
Ivonne Farah H.

productos alimenticios de origen rural, y porque la reducción del gasto


destinado al consumo colectivo abría espacios a la iniciativa privada,
sobre todo en los campos de la educación y la salud, mientras reducía los
ingresos monetarios de la población.
Una dimensión del traslado al mercado de la gestión de la economía38
implicó redefinir las relaciones obrero-patronales mediante la “racionali-
zación” del empleo, y redistribuir la propiedad mediante nuevos marcos
normativos que garantizaban estabilidad y seguridad económicas para los
sectores exportadores privados, el gran comercio importador y algunas
oligarquías regionales39, y para atraer capitales externos. La privatización
de las empresas públicas y la eliminación de subsidios a empresarios pri-
vados se justificaban con un discurso “eficientista” y liberalizador, mien-
tras se decreta la libre importación. El propósito era situar la propiedad
del capital (productivo y financiero) en manos privadas, sobre todo de
extranjeros, e incrementar considerablemente la inversión para lograr una
expansión capitalista mediante un crecimiento económico importante,
con la privatización de las empresas estatales40. Para ello se dio facilida-
des de liquidación y nuevas normas favorables (de hidrocarburos, mine-
ría, inversiones, decretos supremos de reactivación económica e impues-
to a la inversión privada), que reforzaron las tendencias benéficas hacia
el empresariado nacional y transnacional. Igualmente se abría el sistema
financiero al capital privado con la capitalización externa de los principa-
les bancos comerciales y el cierre de bancos estatales de fomento.
La Ley de Capitalización fue el instrumento de ese reordenamiento de la
38 Que buscaba “crecimiento” económico basado en la iniciativa e inversión privadas.
39 En general, a los titulares del circuito del comercio exterior vinculados con la economía mundial.
Además, la política unificada de mercado abierto se vincula con la estabilización inflacionaria, la
reducción de aranceles, la unificación del tipo de cambio, facilidades normativas al libre flujo de
capitales y “frescas corrientes internacionales”. Por otra, las disposiciones para incrementar
40 Lo más importante en el primer momento fue la transferencia de varias empresas mineras de la
COMIBOL a las Corporaciones Regionales de Desarrollo (CRD), quedando sólo las rentables bajo
administración directa estatal; lo mismo que YPFB. Y, hacia el final de este periodo, entre 1990 y
1992 se privatizan las empresas de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), asociadas con
actividades industriales y manufactureras de diversos rubros, principalmente aceites, productos
lácteos, vidrios, etc.

96
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

propiedad del capital productivo que afectó a las empresas públicas


estratégicas (transporte y telecomunicaciones, hidrocarburos y algunos
minerales41). Más allá de la transferencia de propiedad –mediante venta
del 50 % de la propiedad estatal al capital extranjero42– la capitalización
significó también transferencia de autoridad sobre empresas productivas
y servicios al mercado, al mando compartido entre representantes del
capital transnacional y algunos socios nacionales.
La propuesta de inserción de la economía en la “globalización” se da por
la vía de la expansión de la capacidad exportadora de las grandes empre-
sas productoras de bienes primarios y de servicios con escasa capacidad
de eslabonamientos. Si bien la inversión extranjera directa alcanzó al 87%
del total de la inversión privada posibilitando la expansión de la base pro-
ductiva del país, cambios en la productividad y en los rendimientos por
los mayores niveles de acumulación en estos espacios, ello tuvo efectos
en la movilidad de ciertos sectores de la fuerza de trabajo, como se verá.
Bajo ese esquema, el Estado perdía control sobre la circulación y asigna-
ción del excedente económico para promover un desarrollo industrial
nacional entre los agentes económicos asociados con el extenso espacio
de los llamados micro, pequeños y medianos emprendimientos. De este
modo, esta economía y las empresas nacionales manufactureras queda-
ron fuera de las prioridades de competitividad y al margen de incentivos,
disposiciones legales, de las innovaciones tecnológicas y de fomento a
un desarrollo industrial encadenado con la agricultura y los servicios.
Este segmento, al contrario, ha sido percibido como el espacio de la pre-
cariedad e incorporado en el marco de políticas de reducción de la pobre-
za; es decir, bajo un estándar ciudadano diferente; por lo mismo, esta
economía ha subsistido con base en la degradación de los salarios reales
o la reproducción escasa de su fondo de trabajo.
Es decir, la capitalización y las políticas económicas diferenciadas pro-
41 Involucró las empresas LAB, ENFE, ENAF, ENTEL, ENDE, YPFB.
42 Mientras el otro 50 % de propiedad estatal se transfería a los ciudadanos cediendo la gestión de esos
fondos a administradoras financieras privadas, con lo se ampliaba el espacio privado en el campo
de las finanzas.

97
Ivonne Farah H.

fundizaron la histórica tendencia a la segmentación de los sectores eco-


nómicos en el país, con consecuencias en los vínculos públicos y de dere-
chos. Los soportes políticos e institucionales se han concentrado en el
segmento de la economía capitalizada y en los sectores de grandes empre-
sas nacionales vinculadas con la exportación (agroindustria, manufactu-
ras) y las finanzas, para las que existen garantías y derechos. Mientras la
gran masa de productores vinculados con emprendimientos para subsis-
tencia, pequeños negocios, artesanos y productores campesinos siguen al
margen de regulaciones en las corrientes económicas principales.
En cuanto al mercado de bienes, se liberalizaron los precios de los pro-
ductos con el argumento que ello beneficiaría a los trabajadores y a los
productores del campo en particular. No obstante, al darse junto a la
caída de los salarios, la reducción del gasto público y el control de los
costos del transporte (mediante la fijación de precios de los hidrocarbu-
ros). Ello presionó a la baja de los precios de los productos agrícolas con
la consiguiente inseguridad y expropiación de ingresos a los pequeños
productores campesinos, sin políticas de fomento o vínculos de derechos
correspondientes.

3.2. Redistribución de la propiedad de la tierra


Un caso importante de redistribución de la propiedad económica fue el de
la tierra, otorgando concesiones que generaron una reconcentración de la
propiedad territorial, facilitada por el requerimiento único de pago de
impuestos sobre la propiedad. Esto daba pie al incumplimiento de utiliza-
ción de la tierra en funciones económicas y sociales, como manda la CPE.
La nueva redistribución de la propiedad –después de la Reforma Agraria
de 1953– se inicia con la intervención al Consejo Nacional de Reforma
Agraria y el Instituto Nacional de Colonización a inicios de los 90, y se
profundiza con la promulgación de la Ley 1715 sobre el Instituto
Nacional de Reforma Agraria (Ley INRA), de diciembre 1996. Esta dis-
posición legal diferencia entre la función social de la tierra (desarrollo
económico de sus propietarios con base en el solar campesino, la peque-

98
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

ña propiedad familiar, comunaria y la tierras comunitarias de origen) de


la función económica-social vinculada con las propiedades territoriales
destinadas a la agroindustria, actividad forestal y otras de carácter pro-
ductivo (propiedad de mediano y gran tamaño).
Si bien la ley INRA incorpora la categoría de tierras comunitarias de ori-
gen y territorio para referirse a las tierras y territorios de pueblos indíge-
nas, principalmente del Oriente, incorpora también los derechos prefe-
rentes para campesinos y colonizadores, y de emprendedores agropecua-
rios, segmentando el tratamiento del derecho propietario (Urioste,
2001). Como en el caso de las diferentes categorías de empresarios, acá
también esa categorización diferencia el estatus ciudadano. La ley esta-
blece que las explotaciones de las tierras vinculadas a la pequeña propie-
dad, comunal y originaria se administrarán según usos y costumbres; en
tanto las medianas y grandes extensiones están sujetas a regulaciones
estatales con consecuencias públicas. Es decir, esta legislación respeta y
reconoce la identidad de pueblos y comunidades indígenas campesinas y
derechos derivados de la misma que son, sin embargo, derechos cultura-
les y no precisamente socioeconómicos. Al estar sujetos estos pueblos y
comunidades a su autorregulación, a regulaciones auto-referenciadas,
quedan fuera de las corrientes principal de los flujos económicos que
rigen para los otros productores o empresarios agrícolas.
De nuevo, en términos reales, ello establece un doble estándar ciudada-
no. Paradójicamente, la norma que incorpora la demanda de reconoci-
miento de pueblos y comunidades culturalmente diferentes es, a la vez,
la que los excluye de los circuitos redistributivos al separarse la identi-
dad cultural de la identidad económica. Esto pone en tensión las necesi-
dades de subsistencia con las referidas a recursos productivos que permi-
tan rebasar esos límites.
En relación a las pequeñas unidades campesinas, el énfasis de las políti-
cas en la producción ha acentuado la presión sobre la tierra que es tam-
bién acompañada por crecientes demandas de recursos productivos por
parte de organizaciones de productores, sindicales, movimientos sociales

99
Ivonne Farah H.

y políticos43. Lo que se hace, en esta materia, es revisar la documentación


de posesiones territoriales y su eventual reversión en relación a su uso,
para proceder a la titulación y saneamiento de tierras. Si bien se reconoce
a comunidades y pueblos campesino-indígenas el derecho preferente para
acceder a la tierra, el proceso sólo reconoce las posesiones existentes sin
incrementarlas, mientras se enfatiza en la titulación y otorgamiento de
nuevas posesiones a privados. Esto sigue generando procesos de concen-
tración por un lado, y desvalorización por otro, mientras muchos se que-
dan sin posibilidades de acceso a este recurso, como es el caso de los pro-
ductores campesinos sin tierra, hoy organizados y movilizados en torno
este recurso, excluidos del mismo y de la condición ciudadana.

3.3. Des-socialización del trabajo


Tampoco el empleo es alternativa para los “sin tierra”, con tierras desva-
lorizadas u otros trabajadores no propietarios. Las medidas liberalizado-
ras y privatizadoras hicieron perder al Estado capacidad de emplear pro-
ductivamente fuerza de trabajo, abandonar la regulación de la relación
laboral y dejar de percibir ingresos productivos que sostienen parcial-
mente prestaciones y derechos para la población. Esto trasladó la fijación
del precio del trabajo al mercado, desconociendo su utilidad social y
dejando a la fuerza de trabajo sola con su función económica.
La liberalización del mercado de trabajo inicia el proceso de “des-socia-
lización” del riesgo social que, desde 1987, se traduce en políticas que
reforman los sistemas de seguridad social y redefinen las políticas socia-
les. Ya la “racionalización” del empleo en la minería mediante el despi-
do masivo de trabajadores, entre 1985 y 1986, rompía el núcleo de los
asalariados clásicos de la FSTMB, corazón obrero de la COB, los que
quedaron desocupados y sin posibilidades de ser empleados productiva-
mente en el nuevo contexto económico. Al no poderse realizar como
mercancía, estos trabajadores debieron ocuparse en el comercio, trans-

43 Nos referimos principalmente a las OECA, CSUTCB y el MIP y demanda de mercados, tecnología,
créditos de fomento y, de “tractores” por ejemplo.

100
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

portes y otros emprendimientos propios. La libre contratación instaurada


para el sector privado también produjo despidos, cambios en el régimen
de contratación y nuevas formas de enrolamiento laboral: eventualidad,
subcontratación, parcelación del proceso de trabajo y transferencia de
fases a domicilio, pago a destajo, supresión de la obligación del contra-
to; todo en nombre de una mayor competitividad en el mercado mundial.
Las nuevas formas de contratación limitaron la adquisición de derechos
laborales a favor de la reducción de costos como “vía” de incremento de
productividad sin necesidad de inversión. A la vez, las dificultades a la
“venta” de trabajo reforzaron tendencias a la reducción del salario en el
ámbito privado, iniciadas con su congelamiento y fijación de un salario
mínimo para los trabajadores del sector público. Esta liberalización flexi-
bilizó el mercado laboral erosionando el trabajo asalariado estable que
organizaba el sistema de seguridad social impulsada por el Estado del 52.
Gran parte de trabajadores despedidos de las empresas estatales y también
privadas, productivas y de servicios, se desplazaba hacia trabajos asalaria-
dos parciales, temporales, mediados por la subcontratación, y otros.
Ello ha tenido que ver44 –como señala Montero (2003)– con el escaso des-
arrollo industrial del país que pone frenos a la expansión de la relación
asalariada estable. Esta incluso se redujo en las últimas décadas, del 63%
en los años 70 al 48 % hacia el 2000; porcentajes que, no obstante, ocul-
tan los cambios en su organización y las modalidades de enrolamiento del
trabajo asalariado, derivadas de complejas formas de flexibilización de
los contratos, las remuneraciones, las jornadas de trabajo, etc. Siguiendo
a Montero, los cambios en la organización del trabajo asalariado muestran
bifurcaciones en diversas categorías: obreros a domicilio, subcontratados,
trabajadores que venden “servicios” por encargo de empresas, eventuales
y otros que se suman a los empleados asalariados permanentes. Este
panorama hace más complejas las formas de subordinación laboral y mul-

44 Además de la persistente mentalidad rentista del empresariado boliviano dedicado a las actividades
extractivas.

101
Ivonne Farah H.

tiplica igualmente las de auto-ocupación urbanas y vuelve más complica-


das aquellas de las actividades agrarias y comerciales.
En las bifurcaciones de las relaciones capital-trabajo se observan princi-
palmente dos vías de absorción: i) la de labores de alta calificación vin-
culadas a las esferas financieras y empresas capitalizadas, de alto des-
arrollo tecnológico, las de consultores o especialistas para empresas capi-
talizadas, privadas o instituciones públicas, las especialidades en
marketing, nuevos servicios de “manipulación simbólica” y otras; y ii)
aquellas asociadas a la multiplicidad de formas de trabajo parcial, even-
tual y otras formas de flexibilización de la estructura espacial y organi-
zacional de las empresas, donde predomina la baja calificación y condi-
ciones precarias de ocupación.
En este segundo espacio se ha producido una inserción significativa de
mujeres, jóvenes y niños al trabajo, por su mayor disposición a aceptar
jornadas parciales y bajos ingresos, por la compulsión a trabajar ante la
desocupación de los varones adultos.
Esas transformaciones han incrementado la desigualdad al interior de los
trabajadores asalariados, paradójicamente con base en el trabajo mismo,
ahora convertido en mecanismo de inclusión/exclusión según las esferas
de inserción, multiplicando las identidades laborales y dando lugar a nue-
vas desigualdades sociales, pues además de la clásica desigualdad entre
capital-trabajo, ahora encontramos muchas subcategorías de trabajadores
asalariados: bien/mal retribuidos; con/sin seguridad social; con/sin esta-
bilidad; con segregaciones verticales y horizontales por género y perte-
nencia étnica, etc., etc. (Gordon, 2002 y Ziccardi, 2001).
Los efectos de las transformaciones del trabajo en la ciudadanía social
son profundos, porque el desconocimiento de su utilidad social ha debi-
litado su capacidad cohesionadora. Así el trabajo pierde su condición
vinculante con los derechos y ello erosiona la construcción y ejercicio
ciudadano. Esto presenta consecuencias culturales riesgosas: si no hay
derechos sociales, la obediencia y obligaciones ante el Estado no se cum-
plen y se expande la informalización de las relaciones sociales y políti-

102
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

cas en una mezcla de exclusiones: las del pre-contrato con las del post-
contrato (Salazar, 2005), así como las acciones de hecho en torno al con-
flicto distributivo.
Los cambios de identidades laborales debilitan las organizaciones sindi-
cales tradicionales, sus reivindicaciones vinculadas a los derechos del
trabajo, y opacan su difuminada condición subordinada con diversas
mediaciones. Estos cambios de identidad se han reforzado con la acele-
ración de movimientos migratorios internos, causados por la “relocaliza-
ción”45 y la des-socialización del trabajo después, que hoy se desplazan
por todo el territorio y hacia el exterior.
Esas transformaciones nos han colocado frente a escalas de fuentes de
ingresos, de patrones de seguridad o inseguridad económica, y una serie
distintiva de derechos y pautas de protección y seguridad social diversos,
cuyo rasgo es una creciente distancia con los sistemas de regulación y de
protección fundados en el reparto y la solidaridad, por su carácter indivi-
dualista. La estructura y jerarquía de la seguridad nos aproximan a nue-
vas desigualdades que se resumen en las siguientes categorías46:
a) Élite: minoría de “empresarios” financieros y productores muy ricos
y de altos ingresos, vinculados con la economía globalizada, cuya
influencia en las políticas sociales y económicas es desproporciona-
da a su número. Se reproducen al interior de la regulación de privi-
legio y al margen de sistemas de seguridad social porque no los nece-
sitan ni contribuyen a ellos.
b) Profesionales calificados: profesionales, técnicos, consultores o con-
tratados a plazo fijo, a tono con la flexible economía nacional y glo-
bal. Sus contratos de corto plazo son compensados con muy buenas
retribuciones. Su inseguridad es la del tiempo del contrato que no es
igual a inseguridad del empleo. Suelen evadir impuestos y se

45 Estas tuvieron como destino importante El Alto y el Chapare cochabambino para la producción y
circulación de la coca en una suerte de re-campesinización.
46 Las categorías han sido tomadas de G. Standing de la OIT (2002).

103
Ivonne Farah H.

encuentran parcialmente alejados de sistemas de protección estatal.


c) Empleados en general: sobre todo en la administración pública,
grandes corporaciones, paraestatales y otras burocracias. Buena
parte (empleada con recursos de cooperación) vive de su ingreso y
ven su seguridad en los beneficios de un seguro privado. Los em-
pleados estables retribuidos con recursos del tesoro, viven de ese
ingreso y cuentan con seguro social.
d) Trabajadores asalariados y no asalariados: clase obrera que en el
pasado satisfizo necesidades mediante el Estado Social con empleo
regular; eran la norma y la gran parte se sostenía y beneficiaba del
sistema de protección social basado en el seguro. Hoy son trabaja-
dores flexibilizados. Además se incluyen informales, trabajadores
por contrato o encargo, trabajadores a domicilio, personal doméstico
remunerado, los llamados trabajadores por cuenta propia, producto-
res campesinos y otros, cuya característica común es la inseguridad
laboral. En lo inmediato parecen representar el futuro laboral por su
creciente proporción en la fuerza laboral; no tienen derechos de pro-
tección legal ni transferencias sociales, excepto por el seguro obliga-
torio de salud y de pensiones de los asalariados estables.
e) Desempleados: han tenido un crecimiento acelerado, sufren insegu-
ridad del mercado y mayor inseguridad de ingreso que en el pasado,
y no cuentan con ningún seguro.
f) Excluidos: de los principales beneficios estatales (gran parte de los
campesinos indígenas, los campesinos sin tierra, productores urba-
nos en escala de subsistencia47, sus pares mujeres, ancianos y otros),
se encuentran en la pobreza y son los “merecedores” de asistencia y
políticas de reducción de la pobreza.
Esta pirámide coloca a las tres primeras categorías más allá de cualquier

47 Genéricamente llamados micro-empresarios.

104
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

sistema de protección social estatal y alejadas de cualquier forma de con-


tribución o solidaridad social.

3.4. Privatización del “bien común”


Los cambios anteriores conducen a la incorporación de la lógica privada
en la reproducción cotidiana. La reducción del gasto público, el traslado
de la regulación económica y del trabajo al mercado, han transferido a
soluciones mercantiles o a iniciativas privadas, familiares y comunita-
rias, la producción de necesidades de consumo individual y colectivo. La
desestatización y desinstitucionalización de las prestaciones y subsidios
públicos para el ejercicio de derechos sociales han privatizado el bien
común; de tal modo que éste toma forma en la idea de que “lo social” es
la “acción de la sociedad sobre sí misma”.
El desmontaje gradual de los derechos sociales y de las obligaciones
estatales se da vis a vis con la descentralización y el desplazamiento de
las identidades clasistas relacionadas con el Estado hacia otras acotadas
y locales que repercute en su fragmentación. Si bien, esto contribuye a
importantes desplazamientos territoriales de las instituciones de la ciu-
dadanía social (educativas y de salud, básicamente) hacia los munici-
pios, las políticas sociales globales son sustituidas por asistencia a los
“relocalizados”, a los pobres, mediante servicios focalizados alejados de
la institucionalización de derechos. A ello contribuía el reordenamiento
de espacios sociales y públicos de producción de necesidades y las seg-
mentaciones de la ciudadanía, antes anotadas, que reforzaron la tenden-
cia a la re-mercantilización de esos servicios como campos para la acu-
mulación privada.
De una parte, se constituyen sujetos que remiten a “consumidor como fis-
calizador de un mercado competitivo” (Lechner, 1984), acorde con el
impulso a los derechos civiles individuales en desmedro de los derechos
sociales; de otra, los relocalizados desocupados, pobres y personas de
escasos ingresos quedan excluidos de ese mercado y perciben asistencia
mediante dispositivos institucionales para-estatales (Fondo Social de

105
Ivonne Farah H.

Emergencia (FSE), FIS después, PLANE actualmente) que funcionan


como una “red de seguridad” que ofrece empleo temporal para obras de
infraestructura básica y proyectos sociales que surgen desde la demanda48.
Estos fueron intentos de redistribución49 (si así pueden llamarse dado su
financiamiento con recursos de cooperación externa) que trataron de
hacer compatible el crecimiento económico con el desarrollo social
mediante la inversión en “capital humano” (Estrategia Social Boliviana
de 1991), como un instrumento de promoción de emprendimientos en
micro y pequeña escala como una salida a la pobreza y mediante asisten-
cia a los “sectores vulnerables” y “olvidados o marginales”. A partir de
1994, mediante el “desarrollo humano” que centraba su atención en los
pobres y los grupos sociales excluidos por su diferencia étnica, genera-
cional y de género.
En ambos momentos son las ONG y “entidades ejecutoras” las gestoras de
esos programas y proyectos públicos; lo que sitúa la cuestión social inme-
diata (demandas individuales de trabajo y servicios), en materia de salud
y educación a nivel municipal, fuera del Gobierno nacional. Es decir, se
intenta alejar el conflicto social de éste, para ubicarlo más cerca de la
sociedad50, con las leyes de participación popular (1994) y de descentrali-
zación administrativa (1995). Las ONG y otras instituciones sociales de
alcance local o regional se convierten en parte de una estrategia viable de
desarrollo humano, que mediaría entre las “múltiples comunidades huma-
nas” y el poder a partir de un discurso que idealiza a la sociedad civil en
sus “virtudes de la libre iniciativa privada”, que justifica los procesos de
privatización y descentralización de la prestación de servicios sociales
como instrumentos de “fortalecimiento de la sociedad civil”.
En este contexto aparece el concepto de “capital social” mediante el cual,

48 Ya desde 1986, El Banco Mundial empezó a proponer acciones dirigidas a compensar a los grupos
de relocalizados más afectados por el ajuste, con pequeños proyectos de empleos eventuales, ali-
mentos por trabajo, reasignaciones de fondos remanentes a sectores sociales, etc.
49 Se puede consultar al respecto Arauco, Isabel, 2000 y Grebe, Horst 1992.
50 A ello contribuyeron las leyes de participación popular y descentralización administrativa.

106
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

las organizaciones de la sociedad civil pueden desempeñar un papel cre-


ciente –sustitutivo parcial del mercado y del Estado– en la producción de
servicios públicos (salud, educación y saneamiento básico) y de la sub-
sistencia.
Al mismo tiempo, la segunda reforma educativa (1994) propone cobertu-
ras universales para niños y niñas, innovación curricular, construcción de
procesos interculturales, cambios en la organización y gestión educativas,
mejoramiento docente, etc. No obstante, esa universalidad se restringe a
la educación primaria. Del mismo modo, la reforma de salud queda presa
de la atención primaria y de la salud reproductiva; mientras la política de
vivienda es virtualmente eliminada restringiéndose al “mejoramiento de
barrios”. Al esquema distributivo regresivo del ingreso se agregan las
políticas macrosociales de privatización de los mecanismos de la seguri-
dad social de largo plazo y la expropiación de fondos aportados51.
Vale la pena señalar la regresividad en la forma de financiar y gestionar
estas intervenciones y políticas sociales: recursos provenientes de la coo-
peración internacional que dan paso a nuevos términos en las relaciones
del Estado con los organismos internacionales, en desmedro de una genui-
na política fiscal y solidaridad internas. Si esta política fue regresiva por-
que avanzó incrementando los impuestos indirectos y haciendo más efi-
ciente el sistema de recaudaciones, lo fue más por la reducción de gastos
con la eliminación de aportes a la seguridad social y la no previsión de una
redistribución desde sectores de ingresos medios y altos hacia los de
ingresos bajos para evitar ahondar la desigualdad. En suma, se desmante-
laron los mecanismos de protección propios de la sociedad salarial acor-
de a los cambios del trabajo asalariado.
Al retomar el Estado “lo social” como provisión y gestión de servicios en
educación, salud y saneamiento básico con políticas municipales de com-
bate a la pobreza y no de bienestar social, se producen algunas mejoras
en la situación educativa y de salud de la población en general. No obs-

51 Se trata del 30 % de los fondos aportados a las pensiones y gran proporción de los aportes para la
vivienda.

107
Ivonne Farah H.

tante, son más lentos los cambios positivos en los niveles de ingresos. Es
decir, la mejora relativa en la “dotación de capacidades básicas” no se
traduce inmediatamente en “oportunidades económicas” o incrementos
de ingresos52.
De allí que la tasa de pobreza urbana medida por insuficiencia de ingre-

Fuente: Elaboración propia sobre la base de Bolivia: Mapa de Pobreza 2001 (INE, 2002) y EBRP
citado en Informe de Desarrollo Humano en Bolivia 2002 (PNUD, 2002).
* Dato calculado por el Banco Mundial.

sos monetarios sea más elevada que aquella medida por necesidades
básicas insatisfechas o por acceso a algunos servicios53. Esto llama la
atención acerca de la centralidad del trabajo como fuente de ingresos

52 Ver PNUD, 2002.


53 Los servicios del método NBI son educación, salud, saneamiento básico o servicios en la vivienda.
Contar con ellos no resuelve el problema de solvencia monetaria. Se puede tener servicios en la casa
y contar con recursos para pagarlos mensualmente, por ejemplo.

108
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

monetarios. Pero, como dice Coraggio, una distribución más equitativa


del ingreso (vía salarios, precios, subsidios o seguridad social) es más
“vista como atentatoria contra la competitividad” que “como dinamiza-
dor indirecto del propio crecimiento nacional”, dada la prioridad del mer-
cado mundial. De este modo, la “cuestión de la equidad termina por inde-
pendizarse del desarrollo económico y pasa a depender de criterios
extraeconómicos...”, principalmente de un “imperativo moral y político”
que se realiza mediante políticas sociales o de combate a la pobreza sepa-
radas de la política económica. Aunque los niveles de acceso de la pobla-
ción a servicios puedan mejorar con una paulatina recuperación de nive-
les de gastos públicos sociales, ello no reduce las desigualdades sociales,
ni construye ciudadanía.

3.5. Ciudadanía social: entre la diferencia y la individualización


Además, en este contexto regresivo de distribución de ingresos y erosión
de los derechos sociales, el esfuerzo redistributivo se vuelca hacia los
sujetos cuyos marcos de pertenencia de su identidad se encuentran prin-
cipalmente en la diferencia: etnia, género y generación, y últimamente,
región; al parecer, para sustituir el desarticulado mundo laboral, la cultu-
ra del trabajo asalariado y sus mediaciones institucionales alrededor de la
seguridad social.
En efecto, se privilegia la identidad étnica comunitaria y las relaciones
de sociabilidad primarias que se ponen de manifiesto en el ámbito local,
ampliando el reconocimiento del complejo tejido social basado princi-
palmente en la etnicidad y el género. Con la ley de Participación Popular
(1994), el 25% de los recursos de co-participación tributaria se destinan,
por primera vez, a los municipios para financiar sus políticas. Si bien sig-
nificativa, esta proporción no parece haber dado impulsos suficientes
para incentivar la reducción de las desigualdades sociales, como puede
verse en el siguiente cuadro.
El reconocimiento de identidades de la diferencia rebasa la idea de

109
Ivonne Farah H.

Fuente: Elaboración propia con base en PNUD, “Informe de Desarrollo Humano en Bolivia 2002”;
con datos de MECOVI 1999.

homogeneidad social que subyace al concepto general de ciudadanía


general y al de ciudadanía social en relación con el trabajo, permitiendo
hablar de ciudadanías de la diferencia. La dinámica de construcción del
espacio local ha incorporado a organizaciones de mujeres, comunidades
campesino-indígenas, organizaciones funcionales y territoriales de base,
grupos étnicos específicos, en nuevos espacios institucionales acotados
para atender sus necesidades inmediatas asociadas a su situación de
pobreza (acceso a servicios básicos), a las que se incorporan las propues-
tas de municipio productivo, cuya lógica es la economía local.
Las políticas asociadas son las de educación intercultural y bilingüe, la
equidad educativa para niños y niñas y la transformación curricular acor-
de al reconocimiento y respeto de la diferencia; no obstante, en el marco
de una tendencia al “fortalecimiento de códigos auto-referenciales” con
escasas “pretensiones normativas inter-comunitarias”. Al mismo tiempo,

110
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

el privilegio de la sociabilidad primaria al interior de cada identidad jus-


tifica la ausencia de mediación institucional y refuerza “la acción de la
sociedad sobre sí misma” para resolver las necesidades. (Salazar, 2005).
En la sociedad están las familias y las comunidades, y detrás de ellas la
prescripción de género que asigna a las mujeres las responsabilidades del
cuidado y de los trabajos domésticos y comunitarios como funciones
propias; ello nos pone ante mujeres sobre-explotadas por razones de
género, ante mujeres protagonistas de la cohesión social, y también ante
el impulso poco sinérgico de los derechos culturales hacia la igualdad.
Surgen interrogantes abiertas sobre las tensiones existentes entre los
avances institucionales alrededor del reconocimiento de identidades cul-
turales, territoriales, étnicas, de género y sus derechos, y la desorganiza-
ción de las instituciones sociales para reducir la desigualdad.
Como señala Fraser, cualquier esfuerzo político por liberar a las perso-
nas o grupos humanos de las asimetrías basadas en las divisiones étnicas,
género o generacionales actuales debería incorporarse en una postulación
más general, universal, que incida en la transformación de los parámetros
estructurales –principalmente económicos– que profundizan las desi-
gualdades sociales.
El énfasis en los derechos culturales y la creación de condiciones y espa-
cios favorables para fortalecer los movimientos fundados en la diferen-
cia (de base solidaria y de carácter colectivo), contrasta con el debilita-
miento y silenciamiento de las reivindicaciones de las organizaciones
sindicales clásicas asociadas con los derechos del trabajo. Es decir, este
avance ocurre cuando irrumpe el desinterés por una aproximación a la
complejidad productiva actual y se invoca a la ciudadanía indiferencia-
da del consumidor individual. Intentos de re-individualización se expre-
san también en la Ley de Propiedad y Crédito Popular de 1998, que pro-
ponía la reconstitución de identidades individuales de propietarios, a
partir de “... otorgar mayores oportunidades a los ciudadanos bolivianos
para ampliar su condición de propietarios y potenciales inversores, con
acceso democratizado al crédito”, mediante mecanismos tales como la

111
Ivonne Farah H.

movilización del ahorro y la inversión popular, la ampliación del micro


crédito productivo, de servicios de vivienda, la expansión de los servi-
cios financieros a los municipios y, en definitiva, la expansión del siste-
ma de intermediación financiera.
Surge un marco normativo híbrido tensionado por la promoción de iden-
tidades colectivas étnico-culturales e indígenas, género, territoriales y
vecinales, asociaciones comunitarias campesinas o sindicales, y aquel
orientado a fortalecer la ciudadanía sustentada en la propiedad privada e
individual que erosiona, al mismo tiempo, las identidades colectivas y
refuerza la expansión del micro crédito en los marcos del combate a la
pobreza54.

III. CAMBIOS INSTITUCIONALES, LÍMITES Y DESAFÍOS A LA


CIUDADANÍA SOCIAL
Como se ha visto, la reproducción de la población en el país se está rea-
lizando bajo marcos institucionales y circuitos espaciales tan diversos que
distribuyen de manera muy desigual responsabilidades públicas y privadas,
cargas de trabajo. La condición de propietario y de productores bajo diversas
culturas productivas es valorada de manera diferenciada en simultáneo a un
proceso de fractura en el lazo social fundado en el trabajo, que cristaliza en
un peligroso esquema de dualización de la sociedad en dos extremos: la que
se “moderniza” en el contexto de la globalización y la meritocracia, y la que
se autoayuda para reproducirse diariamente55.
Por su parte, las “estrategias” frente a la caída de los ingresos monetarios
y sociales, y la desvalorización de los recursos productivos agrarios, pasan
por migraciones internas cada vez más internacionales, la diversificación de
fuentes de ingresos (multi-ocupación), el aumento del número de miembros
de los hogares en la fuerza laboral, la aceptación de condiciones precarias en

54 A pesar de ello, la chatura de los montos del micro crédito, su más importante utilización como ca-
pital de operaciones y menos como capital para incrementar ventas o activos fijos no ha permitido
la generación de emprendimientos en niveles que favorezcan cambios productivos y de ingresos
significativos de los productores.
55 Ver, por ejemplo, Raquel Castronovo, 1998 y Coraggio, 1995.

112
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

la inserción laboral, las restricciones en el consumo de bienes adquiridos en


el mercado o sustitución de los mismos con producción doméstica y el forta-
lecimiento de redes de proximidad. Los efectos de estas estrategias son per-
versos en el mercado de trabajo, las estimaciones muestran que al incremen-
tarse la fuerza de trabajo se refuerza las tendencias a la baja del salario y de
todos los ingresos56 además de nuevas modalidades de aprovechamiento de
las capacidades laborales por sexo y edad.
Aunque la Participación Popular ha dotado a los municipios de algunos
instrumentos importantes para la asignación de recursos de co-participación
tributaria, no se ha podido detener la migración ni resolver los problemas de
empleo y redistribución de recursos productivos. En estos últimos (recursos
económicos y productivos), hoy en día, se han anclado las demandas de
movimientos sociales masivos indígenas campesinos y de organizaciones
sindicales mineras, gremiales, ex asalariados sin seguridad social, organiza-
ciones económicas de productores campesinos. Ese anclaje evidencia una
protesta surgida de la polarización profunda vinculada con las desigualdades,
cuyas reivindicaciones son básicamente económicas y clasistas conjugadas
con las de raíz cultural cuya raíz (por la etnitización de las jerarquías ocupa-
cionales, la propiedad y el poder).
Aunque las movilizaciones desbordan por su carácter masivo y diversi-
dad de demandas, el núcleo argumentativo de su discurso se centra en la
demanda de “nacionalización” de los recursos naturales, principalmente gas
y petróleo, y dotación de tierra y territorio. En el primer caso, se reclama la
recuperación de la propiedad y uso autodeterminado del excedente económi-
co generado por la franja del “capitalismo propiamente dicho donde se acu-
mula y concentra el poder”57; mientras que en el segundo, se trata de una
redistribución de la propiedad territorial entre agentes internos, hoy concen-
trada y parcialmente en desuso productivo. Este planteamiento deja de lado
las consideraciones específicas del problema del trabajo y derechos asociados
con el mismo, en cambio prevalece la idea de obtener asignaciones múltiples

56 Ver Sánchez, 2002; Escobar, 2001 y PNUD, 2002


57 Ver Grebe, 2002.

113
Ivonne Farah H.

desde el Estado con el esperado excedente de la “nacionalización”.


Las bifurcaciones espaciales e institucionales en la protección social
–que parten de la transferencia de competencias estatales a gobiernos muni-
cipales, mercado y sociedad en general– han reducido el radio de la política
y debilitado al Estado y Gobierno nacional en su capacidad de decidir estra-
tegias de desarrollo, a favor de una mayor injerencia y hasta liderazgo de los
organismos internacionales no regionales.
Al ampliarse el espacio social y “público no estatal” (familias, redes
sociales y redes de ONG encargadas de promoción y asistencia social) se ha
ido consolidando el sentido privatizador de la reproducción cotidiana de la
población, alcanzando a las instituciones estatales donde ahora son necesa-
rios pagos, aportes de trabajo y de otros recursos materiales. Si bien la ciuda-
danía no implica una separación absoluta de lo público y lo privado, esa sepa-
ración ha actuado acá como principio privatizador del bien común y de exclu-
sión, impactando más sobre las mujeres, pero también en la comunidad y las
otras formas no capitalistas de producción de necesidades.
El referente organizativo más extenso para la generación de ingresos y
satisfacción de necesidades inmediatas son las redes sociales o asociaciones
comunitarias y vecinales diversas, que comparten aspectos relevantes de la
vida cotidiana y condiciones de reproducción inmediata de sus miembros.
Son prácticas que se generaron para sobrevivir la exclusión y el despojo que,
en la mayoría de los casos, se han convertido en iniciativas productivas y
laborales bajo las más heterogéneas formas organizativas que se engloban
bajo el término de micro o pequeña empresa.
Los diversos sujetos y las actividades económicas que desarrollan –que
van desde la economía solidaria hasta los pequeños y medianos negocios–
tienden a ser excluidos de las nuevas dinámicas económicas capitalistas o
están precariamente subordinadas a ellas. Al dejar de lado el reconocimiento
de su contribución económica son tratados como receptores de programas y
recursos destinados al alivio de la pobreza con el riesgo que esas acciones
sólo sean “alternativas pobres para pobres”. Sin que sus identidades sean
exploradas, esas prácticas no se consideran como un “re-florecimiento de
nuevas culturas laborales” y el potencial de una industria artesanal y manu-

114
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

facturera nacionales, con capacidad de cohesionar a la sociedad, dada su


extensión e importancia en la provisión de bienes de consumo para el conjun-
to de los trabajadores del campo y la ciudad.
Los cambios en los patrones productivos, las transformaciones del traba-
jo y expansión de la llamada economía informal, la omisión estatal de regu-
laciones del trabajo, el desmantelamiento de las instituciones de seguridad
social y la privatización del bien común en general, los nuevos arreglos fami-
liares y cambios en sus formas, la expansión de las desigualdades fundadas
en el ingreso en sus distintas formas, el aumento de la participación econó-
mica de las mujeres, el incremento del desempleo, las relaciones laborales
precarias y cada vez más inestables han erosionado las bases sobre las que
se habían construido los sistemas de protección social y la ciudadanía social.
A ello se suma la evidencia que el acceso a servicio como vía al bienestar, no
resuelve el problema de insuficiencia de ingresos monetarios y la satisfacción
de necesidades. Todo ello pone en discusión los alcances de los derechos
sociales y esta forma ciudadana, tal cual se la vino conceptualizando.
Por lo demás, sostener los derechos sociales de una ciudadanía socioe-
conómica exige políticas estatales que generen las condiciones de su ejerci-
cio, disponer de una amplia infraestructura institucional, y sobre todo de un
sólido mecanismo fiscal con objetivos redistributivos no ajeno al desarrollo
de la economía y disponibilidad de recursos económicos y financieros, a las
decisiones políticas estatales, juegos de fuerza y reivindicaciones políticas y
sociales.
Con todo, hoy en día, el mayor desafío consiste en devolver a la socie-
dad la capacidad para “conjurar el riesgo de su fractura” originada, primor-
dialmente, en el abandono por parte del Estado de su papel de “garante del
mantenimiento de la organización del trabajo y de la regulación de la movi-
lidad de los trabajadores” (Castel, 1999). El dejar al trabajo y la capacidad de
trabajo como “libre” mercancía, no sólo opaca su dimensión de fuerza pro-
ductiva capaz de organizar y dar cohesión a la reproducción social, sino que
sesga la construcción ciudadana hacia el polo de la propiedad y poder econó-
micos, como ha ocurrido.

115
Ivonne Farah H.

IV. BASES DE UNA NUEVA CIUDADANÍA SOCIOECONÓMICA

El discurso de la ciudadanía individual ignora el carácter colectivo de las


desigualdades y, en ese sentido, es una forma de perpetuar la dominación de
los grupos que ya son dominantes, dejando sin voz a los oprimidos.
La ciudadanía socioeconómica debe tratar a las personas como compo-
nentes de grupos sujetos a relaciones sociales específicas que determinan sus
modalidades de reproducción. En Bolivia esas relaciones se condensan en for-
mas productivas y laborales, cuya amplitud en su alcance humano y potencial
económico, hacen difícil la generalización social de la relación capitalista en
la producción y re-constitución de un Estado social-liberal en sus términos
clásicos. Por lo mismo, un desafío ineludible es imaginar cómo universalizar
los postulados de la igualdad para las y los bolivianos no sólo en términos
jurídicos, también en términos reales, cómo avanzar hacia la generalización
de la democracia para trascender los intereses individuales o corporativos
actuales, en el marco de una estructura social compleja donde se combinan
relaciones capitalistas, mercantiles, familiares, comunitarias entre otras.
Una tarea central para el nuevo pacto social consiste en la interpretación
de las desigualdades en ese espectro de situaciones; pues en la medida que
las desigualdades son múltiples, la igualdad se sigue afirmando como aspira-
ción propia de nuestra sociedad. Si bien en la interpretación de la desigual-
dad se debe incorporar también el análisis de la diferencia étnica y de géne-
ro, la tarea central consiste, sin embargo, en definir “cuál y cuánta igualdad
consideramos legítimo favorecer o solicitar” (Pennacchi, 1999) y a su inte-
rior, cuál y cuánta diferencia mantener.
En los debates actuales, hay algunas vetas prometedoras para encarar
esa tarea.

1. Las necesidades sociales


Una de ellas es pensar las necesidades en la relación que guardan con
los derechos y las obligaciones, las “necesidades necesarias” para la repro-
ducción de todos los miembros de una sociedad que son posibles de ser satis-
fechas en las actuales condiciones de desarrollo de las capacidades humanas
y que los distintos grupos sociales y comunidades hacen deseables y recono-

116
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

cen como positivas para su desenvolvimiento y bienestar. Estas son las nece-
sidades a las que las personas pueden aspirar legítimamente como derechos,
porque los medios de satisfacción producidos pueden ser reclamados por
todos. Por otro lado, las necesidades constituyen derechos en la medida que
exista un proceso de deliberación que identifique como positivos tales
medios de satisfacción, como el de la AC. Reconocidas como derechos, lo
que cabe es que la sociedad, por medio del Estado, asuma la responsabilidad
de garantirlos. En este sentido, la discusión sobre necesidades debe ser siem-
pre un momento de la discusión sobre los Derechos y sobre los sujetos de
Derechos. (Grassi, 1996).
En este debate sobre necesidades, se presenta el dilema entre igualdad y
diferencia en términos de necesidades universales o relativas según contextos
culturales58; es decir, entre las necesidades comunes a todos los seres huma-
nos o la creciente consideración de las necesidades humanas como concepto
ligado al dominio de lo subjetivo culturalmente relativo. Las necesidades uni-
versales tienen una base objetiva vinculada al contenido general de la vida
humana cuya ausencia provoca daño por igual para todos; son (pre) condicio-
nes universalizables que permiten participar a hombres y mujeres, indígenas
y no indígenas, en las formas y espacios de la vida social. Son, en definitiva,
las necesidades “esenciales” que permiten a cada persona actuar en la socie-
dad como más le convenga culturalmente. La idea es que nadie sufra necesi-
dades esenciales como condición de ejercicio de su libertad básica, pues quie-
nes carecen de medios de subsistencia dependen del poder de otros.
La incorporación de los derechos sobre necesidades exige también obli-
gaciones; todo Estado debería poder garantizarlas, y todos deberían poder
exigirlas. Ello supone una dimensión ética, pues todas las organizaciones
sociales y la opinión pública deberían promover metas comunes para todos
los miembros de la sociedad. Esto es distinto de los deseos o preferencias
subjetivas que dependen de metas particulares o ambientes culturales especí-
ficos. Si bien hay una relación entre cultura y el tipo de bien para satisfacer

58 Las bifurcaciones teóricas del debate sobre necesidades se encuentran en Doyal y Gough (1998),
Gough, (2003) y M. Nussbaum (1998), principalmente.

117
Ivonne Farah H.

la necesidad, esta alternativa tiene dos riesgos: a) creería que los individuos
saben mejor que nadie lo que es mejor para sí mismos y que el mecanismo
para perseguir “sus metas” o “preferencias” es el mercado, con lo que se
puede justificar el dominio del mercado sobre la política; y b) el vínculo de
las necesidades con sistemas culturales específicos puede convertirse en un
mecanismo reproductor de la desigualdad social. Al contrario, la realización
de los deseos y necesidades relativas es muy probable si todos pueden reali-
zarse como seres humanos.
El problema acá es la construcción colectiva de la igualdad en torno a
las necesidades esenciales o universales sin distinción de atributos individua-
les o grupales de ningún tipo. Además de la dimensión ética en el análisis de
las necesidades, ello implica una dimensión política, ya que las decisiones al
respecto deben situarse históricamente; y sabemos que la no satisfacción de
necesidades es una consecuencia estructural del capitalismo, cuya virtualidad
es permanente sobre todo en relación con las necesidades de reproducción de
la fuerza de trabajo y de los productores en general.

2. La reconceptualización del trabajo


La otra entrada a la ciudadanía social es la del trabajo como elemento de
cohesión social. Es imperiosa una nueva re-conceptualización del trabajo
que, por un lado, considere su polisemia actual y, por otro, incorpore nuevos
espacios de actividades laborales a su dominio conceptual. La cuestión del
trabajo es insoslayable, por cuanto, hoy en día, varios fenómenos ocurren en
simultáneo. Se trata de:
• La restricción de puestos de trabajo en el mercado de la producción capi-
talista, paradójicamente aún en etapas de expansión de la economía, a
causa de los actuales procesos de cambio tecnológico.
• La llamada desocupación estructural está aumentando en tasas superio-
res a la de la Población Económicamente Activa (PEA), rompiendo el
argumento que la explica precisamente por altas tasas de reproducción de
la PEA, a pesar de políticas sociales basadas en esa idea (las de planifi-
cación y salud reproductiva, principalmente).

118
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

• La expansión significativa de la producción bajo modalidades mercanti-


les no capitalistas, al lado de otras formas domésticas y comunitarias de
subsistencia o fondo común de trabajo, con una inusual participación de
las mujeres.
• La desregulación laboral y flexibilización del uso de la fuerza de trabajo
como dispositivo para la reducción de sus “costos”, y otros cambios en
la organización productiva.
• El correlativo repunte de situaciones de desigualdad clasista y las hetero-
géneas desigualdades dentro de los trabajadores y productores en gene-
ral, originadas en las diferentes formas de movilidad social (ascendente
y descendente).
Ello ocurre cuando los volúmenes de producción y disponibilidad de
bienes y servicios permiten desentenderse de la sobrevivencia cotidiana
como problema, o cuando la reducción o desvalorización de la fuerza de tra-
bajo debiera permitir, según las reglas del mercado, incrementar la demanda
de trabajo. El desempleo y la precariedad laboral son producidas por la des-
regulación del mercado de trabajo que invalidan a parte de la fuerza de tra-
bajo a adaptarse a las exigencias de movilidad y competitividad, y al mismo
tiempo, por la apertura de los mercados, las reformas del Estado, el raciona-
miento y alto costo del crédito para los pequeños emprendimientos económi-
cos, la concentración improductiva de la propiedad de la tierra y, sin duda,
por el régimen de acumulación.
Surgen acá varias preguntas. ¿La desocupación es falta de trabajo asala-
riado? O más bien ¿la falta de trabajo asalariado está marcando el límite de sus
posibilidades de expansión? A la vez, ¿los frenos al trabajo asalariado no son
los límites a la legitimidad del modelo que desarmó la seguridad social y abrió
el terreno a la disposición de aceptar cualquiera condición de obtención de
recursos de integración? Esta idea de límites ¿no lleva a plantearse una nueva
noción de trabajo “socialmente útil y valorable” que remonte sus actuales res-
tricciones capitalistas tal cual aparecen hasta hoy en la CPE boliviana?
Sólo rebasando esos límites parece posible jerarquizar lo social. En este
sentido, es necesario colocar al trabajo en su significado más amplio: como

119
Ivonne Farah H.

capacidad humana creativa que abarca actividades humanas que van más allá
de aquellas sólo valoradas desde la perspectiva de la acumulación de capital.
Si se amplía el concepto para abarcar trabajos valiosos que quedan excluidos
por el criterio anterior, se tendría que considerar también el trabajo en las
artes, el trabajo intelectual, los servicios socio-comunitarios, la llamada eco-
nomía del cuidado de la niñez, enfermos, discapacitados, ancianos, el traba-
jo doméstico en general. Asimismo, tendría que incluir también la valoriza-
ción social del trabajo en sus formas de emprendimientos en pequeña y
mediana escala, de producción campesina y otras. Todas las habilidades y
talentos especiales deberían comprometer la acción del Estado como única
forma potente e inclusiva de la acción colectiva disponible en la sociedad
moderna (Offe; 1995, Castel; 2004; Standing; 2002). Esta manera de enten-
der el trabajo para obtener derechos es distinta de aquella que define el tra-
bajo como modo de generar presiones fiscales, si bien la ampliación señala-
da no está exenta de riesgos de privatización o mercantilización de esos espa-
cios de actividad.
El problema de fundar la ciudadanía socioeconómica en este concepto
amplio de trabajo se sitúa en cómo establecer el acceso al espacio público.
Esto vale tanto para aquellos trabajadores involucrados en el proceso de re-
individualización o personalización del trabajo en los espacios del capital,
como aquellos asociados con la participación comunitaria, los sitios o redes
de proximidad, la economía solidaria, los pequeños y medianos emprendi-
mientos urbanos de relaciones híbridas, las formas de la producción agraria.
Hasta ahora las relaciones primarias o de proximidad se han fundado en
dependencias no mediadas por derechos (redes sociales, relaciones clientela-
res y domésticas, reciprocidad, ONG, etc.). Si bien la propuesta es que todas
estas formas y otras permitan el acceso a derechos, la pregunta es si es posi-
ble concebir la ciudadanía social ligada a instancias locales próximas a las
distintas formas y actividades laborales o si, como dice Castel (2004), es
necesaria una instancia general de regulación que represente precisamente
el derecho, al margen de la posibilidad de descentralización de su gestión.
Está claro que es posible fundar los derechos del trabajo a partir del reco-
nocimiento de utilidad social misma que tiene el trabajo cualquiera, por cum-

120
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

plir una tarea de interés colectivo. Lo que no es claro es que las prácticas de
los colectivos sociales de trabajadores, que han permitido afrontar situacio-
nes que aseguren la subsistencia para algunos, o que constituyan “ciudadanía
activa”, ciudadanía como práctica o “capital social” para otros, sean por sí
mismas capaces de evitar el riesgo de su existencia social cuando las garan-
tías a su existencia no están aseguradas con prácticas sociales o estatales, sino
con asistencia o políticas focalizadas, como ocurre ahora.
Aunque el capitalismo no se ha generalizado en Bolivia es todavía domi-
nante e intentará seguir siéndolo; por tanto, si su lógica es la apropiación pri-
vada de la riqueza social con base en una producción que intenta distribuir
sus costos hacia el conjunto de la sociedad (familias, redes sociales, peque-
ños productores vía crédito principalmente), no se puede ignorar el riesgo no
solo virtual por la existencia ni la inevitable lucha por la distribución. Por
tanto, no parece posible pensar la ciudadanía social sin un Estado Social.

3. Hacia una nueva ciudadanía socioeconómica


A pesar de los límites respecto de los requisitos clásicos del estado
Social, éste se muestra irremplazable para garantizar la subsistencia y dismi-
nuir la inseguridad, aun en el contexto de una descentralización política. Sin
embargo, las garantías deben darse en términos muy distintos de aquellos que
buscaban asegurar la cohesión garantizando la acumulación de capital
mediante la reducción de los costos laborales privados y descaracterizando la
complejidad de culturas productivas y laborales.
Se trata, por tanto de re-estatizar el bien común como requisito para
poner en vigencia el artículo 1º de la CPE de 2004 que dice: “Bolivia es un
Estado social y democrático...”. para ello hay que revertir las medidas priva-
tizadoras del bien común introducidas con el objetivo de una descarga fiscal
del Estado central, sin crear condiciones técnicas ni financieras para una
delegación eficiente de funciones en los niveles subnacionales. Se trata tam-
bién de revisar la privatización de la seguridad social sobre todo de largo
plazo, que ha generado nuevos mecanismos de desigualdad; y, asimismo, de
“desfocalizar” la asistencia y servicios sociales, que han minado cualquier
sentido de solidaridad.

121
Ivonne Farah H.

Considerando la heterogeneidad de situaciones de trabajo, la relación


Estado-economía tendría que construirse con base a las combinaciones y
relaciones interinstitucionales que se desdoblan básicamente en relaciones
entre Estado-trabajo y entre Estado-propiedad de recursos productivos (prin-
cipalmente tierra, pero también tecnología, servicios a la producción, etc.).
Ambas dimensiones deben reflejar un viraje de sus restrictivos parámetros
actuales, mediante un cambio en las funciones estatales respecto de la econo-
mía y en nuevas políticas sociales y económicas que atraviesen los diferen-
tes niveles territoriales de distribución del poder estatal, en su vínculo con el
contexto político actual.
Si bien Derechos no es lo mismo que Políticas, la formulación normati-
va y programática de los derechos encuentra condiciones y mecanismos de
concreción mediante las políticas. En relación a los derechos que puedan sus-
tentar la reconstitución de una ciudadanía socioeconómica, se discuten dos
estrategias posibles.

3.1. Ciudadanía social y derechos institucionales o especiales 59


Esta estrategia discute la sustitución de los derechos sociales por los lla-
mados derechos institucionales propuestos por Robert Bellamy 60, los
que deben ser especificados para sustentar criterios distributivos.
A partir de estos derechos se trataría de constituir una nueva ciudadanía
que intente revertir las modalidades de acceso a bienes colectivos que
prevalecieron con la ciudadanía social y que se caracterizaron por un
patrón corporativo que restringía la universalidad en la entrega de bie-
nes y servicios de bienestar a organizaciones sobre todo constituidas en
torno al lazo capital-trabajo asalariado, y a una errática capacidad impo-
sitiva que debilitó los recursos fiscales y acentuó la tributación indirecta
de carácter regresivo.

59 Con base en Gordon, 2002 y 2003.


60 Bellamy, 1994: “Tri modelli di cittadinanza” En Danilo Zolo (coord.) La cittadinanza.
Appartenenza, identidá, diritti. Roma, Editores Laterza. Citado por Sara Gordon, 2003 y 2002.

122
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

La propuesta de los derechos institucionales parte de la idea de que


serían tales porque nacen de las deliberaciones políticas y consensos
entre las fuerzas políticas que se traducen en leyes particulares y con-
venciones en las que están de acuerdo los ciudadanos o actores que par-
ticipan en el proceso político; por lo mismo, dejarían claros los deberes
y obligaciones de los concurrentes.
Las leyes o disposiciones particulares expresan fines determinados
socialmente que pueden ser reformulados cada vez que cambien las cir-
cunstancias que le dieron origen. Se espera que la legislación así cons-
truida otorgue derechos específicos, que atiendan demandas que emerjan
de todos los ámbitos de la vida social sin limitarse a estándares homogé-
neos. En la medida que son producto de la deliberación entre actores
involucrados en el asunto correspondientes, se espera que la instituciona-
lización contribuya a especificar mejor los deberes subsecuentes, los que
deberán traducirse en políticas que permitan resolver el conflicto y espe-
cificar las condiciones en que deben cumplirse.
Además, se plantea que estos derechos institucionales son más adopta-
bles a la complejidad o heterogeneidad de la sociedad, en la medida que
pueden combinar tanto reivindicaciones de carácter redistributivo como
aquellas definidas por derechos de la diferencia.
Este camino no es ajeno al proceso que hemos vivido en Bolivia en los
últimos años, en que se ha experimentado reformas sucesivas en las nor-
mas constitucionales y específicas, como resultado de resolución de con-
flictos y deliberaciones políticas sectoriales o particulares. Por otro lado,
dado que estos derechos surgen de la acción y deliberación políticas, no
está claro cómo podría evitarse el riesgo de que sigan funcionando cir-
cuitos de intercambio de apoyo político que discriminen a favor de orga-
nizaciones de mayor poder en perjuicio de grupos de población con
menor capacidad organizativa y de movilización. Riesgo que puede deri-
var en una heterogeneidad de situaciones de desigualdad y exclusión.

123
Ivonne Farah H.

3.2. Ciudadanía socioeconómica universal e ingreso ciudadano61


Frente a ese riesgo de fracturas y exclusiones que derivan en situaciones
de desigualdad y recuperando el concepto de las necesidades sociales
universales, desde hace algunos años, se viene discutiendo la pertinencia
y factibilidad de un sistema de instituciones públicas que pueda garanti-
zar a todos los miembros pertenecientes a una comunidad social nacio-
nal un “ingreso básico o ciudadano”.
Lejos de las justificaciones que esperan que cada individuo sea respon-
sable de sus oportunidades de vida, o que la familia, la comunidad o rela-
ciones de proximidad funcionen como redes de seguridad y protección,
o que la asistencia sea el medio para transferir ingresos desde los secto-
res propietarios y concentradores del ingreso hacia los ingresos y propie-
dad precaria de otros, la propuesta del ingreso ciudadano argumenta su
existencia institucional con base en otras justificaciones:
• Parte de la idea que debe existir una red de seguridad en el ingreso
que garantice que ninguna persona quede por debajo de ella. Esa red
debe ser de fácil acceso y que no genere categorizaciones estigmati-
zantes en la medida que involucre a todos y todas.
• El ingreso ciudadano recoge la idea que la base objetiva en el conte-
nido general de la vida se corresponde con las necesidades universa-
les; por tanto, sería la red de seguridad que constituya el piso o base
desde el cual las personas puedan individual o colectivamente des-
arrollar libremente su capacidad creativa sin dependencias o tutelas
respecto del Estado.
• Ese piso o base debe garantizarse a todos sin distinción ocupacional
ni discriminar por sexo, etnia, edad o situación conyugal.
• Al mismo tiempo, y recogiendo la idea del reconocimiento de utili-
dad social de las más diversas formas productivas y de trabajo, la
constitución de la red de seguridad debe formar parte de un sistema

61 Con base en Lo Vuolo, 1995.

124
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

de arreglos institucionales que favorezca la ampliación o aprovecha-


miento de los espacios de trabajo y de demanda de trabajo en sus dis-
tintos niveles de calificación. Esto puede permitir bajar costos labo-
rales sin degradar el nivel ni calidad de reproducción de la vida de
las personas, al mismo tiempo que conjugar los nexos entre espacios
público-privado y nacionales y descentralizados.
Las justificaciones de esta propuesta generan el argumento de crear las
condiciones de inclusión e integración del conjunto de la población en el
sistema de instituciones sociales y, en la medida que establece una sola
modalidad de acceso a bienes sociales involucrados en el ingreso ciuda-
dano, también concierne la generación de un modo de vida individual
común para todos. Es decir, la propuesta lleva implícita una homogenei-
zación igualadora en los términos generales de la vida que evite exclu-
siones que nieguen el acceso universal a esos bienes institucionales, ya
que las condiciones serían iguales para todos, trascendiendo derechos
sólo de categorías sociales específicas.
La pregunta es qué bienes deben estar incluidos en ese piso de seguridad
general, qué considerar como necesidades sociales generalizables a todos
los miembros de una sociedad considerados individualmente. Se sugiere
para ello establecer un patrón de medida que fije un nivel de ingreso tal
que libere a las personas de sus necesidades más apremiantes; patrón y
nivel que tendrían que ser resultado de la deliberación política.
A pesar de la erosión de las bases del Estado Social clásico, la propues-
ta del ingreso ciudadano reclama recuperar el ideario de ese Estado en
tanto representación de un conjunto de valores con una pretensión
común: la seguridad social por la vía de la seguridad en el ingreso, y su
alcance humano al conjunto de residentes de la comunidad nacional. Si
bien la discusión es amplia al respecto, dos son los valores “colectiva-
mente deseables” que podrían reconstituirse con la garantía de una segu-
ridad colectiva: a) la universalidad, que implica “normas de validez para
toda la comunidad” y que permite construir valores comunes de tal modo
que aun los grupos diferentes “tengan interés en convivir en un mismo

125
Ivonne Farah H.

cuerpo social”62; y b) la autonomía, que sería consecuencia de ingreso


ciudadano que –al resolver lo apremiante basado en una visión universa-
lista de “lo social” (que implica un principio distributivo)– constituye la
premisa para alcanzar ideales emancipatorios particulares (Van Paris,
1995).
Aunque tampoco hay acuerdos acerca de los cambios operativos que
deben darse en el sistema institucional de este nuevo régimen de bienes-
tar, esta propuesta parece tener pertinencia en países como el nuestro,
donde la distribución de la riqueza es tan regresiva, donde el desmante-
lamiento del ya precario Estado Social fue radical, donde las situaciones
productivas y laborales son más heterogéneas y complejas, y donde los
problemas de exclusión y empobrecimiento son profundos.

3.3. Hacia la Asamblea Constituyente


Las dos bases para pensar un nuevo concepto de ciudadanía socioeconó-
mica, así como las dos propuestas en debate de cómo concretarla, consi-
deran el imperativo de reducir la desigualdad al mismo tiempo que la
exclusión. Esta posibilidad es más clara en la propuesta del ingreso ciu-
dadano que, además, trata de resolver la tensión entre libertad e igualdad.
Si bien el énfasis está puesto en la creación de las condiciones objetivas
para construir la base de igualdad para todos, se trata de una “igualdad
compleja”; su capacidad homogeneizadora en sentido material y basada
en la centralidad del trabajo, no se restringe al trabajo asalariado como
tampoco ignora la diferencia ni la continuidad entre los llamados espa-
cios público y privado.
Como institución fundadora de un nuevo pacto social, la propuesta del
ingreso ciudadano parece resolver la pregunta de cómo incluir la diver-
sidad en la igualdad que de Sousa Santos (2003) resume en la necesidad
de “Derechos de igualdad cuando la diferencia inferioriza; y derecho a

62 Por el contrario, la focalización o particularización que se sustenta sobre valores diferentes podría
crear sub-comunidades al normar lo diferente generando dependencia entre sus demandas y la
política.

126
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

ser diferente cuando la igualdad descaracteriza”. No obstante, la condi-


ción de posibilidad de ejercicio de la diferencia es esa igualdad o piso
básico contenido en la propuesta y construida con base en el reconoci-
miento de las diversas culturas productivas y de trabajo que, en su vin-
culación, dan lugar no sólo a la reproducción social, sino también a nue-
vos arreglos institucionales entre Estado, mercado, familias y comunida-
des que amplían los espacios de trabajo y garantizan la red de seguridad
contenida en ese ingreso.
Por lo demás, ¿no es esta idea de igualdad básica la que está detrás de la
persistente demanda del “salario mínimo vital” de la COB63, en la de
jubilación presente en el movimiento de los trabajadores de la “genera-
ción sándwich”, o en la demanda de trabajo de los desocupados? En su
particularidad esas reivindicaciones podrían resolverse bajo la estrategia
de los derechos institucionales, en procesos diversos de deliberación. No
obstante, la multiplicidad de movimientos sociales, corporativos y parti-
culares convergen hoy en día en la necesidad de una deliberación políti-
ca nacional (AC) en relación –entre otras tareas– con la reformulación
colectiva de un nuevo modelo de desarrollo que repare en:
a) la necesidad de una acumulación –y crecimiento económico– funda-
da en la recuperación para el Estado de la explotación y transforma-
ción de los recursos naturales, que beneficie al país y a sus grupos
sociales más castigados por las modalidades de lograr estabilidad y
competitividad.
b) La definición de una estrategia de transformación productiva que pri-
vilegie culturas emprendedoras y productivas orientadas a la genera-
ción de riqueza y acumulación destinada al mercado interno y con
capacidad de eslabonar la economía para elevar el empleo y la pro-
ductividad en una nueva matriz productiva.
c) Elaborar nuevos conceptos de productividad y competitividad que
superen los actuales sesgos economicistas y su anclaje en la reducción

63 Que en su estimación, sin embargo, no toma en cuanta las diversas fuentes del ingreso.

127
Ivonne Farah H.

de costos laborales por medio de la desvalorización del trabajo, como


base de un nuevo pacto democrático.
A partir de estas consideraciones estratégicas generales, la incorporación
de la nueva institución del ingreso ciudadano sería muy coincidente con el
incumplido precepto constitucional de que “la organización económica” debe
responder al “principio de justicia social” para asegurar a todos una “existen-
cia digna del ser humano” (artículo 132º). Ello exige: i) restituir al Estado la
dirección política del desarrollo nacional, y ii) fortalecer su capacidad de
regulación de las relaciones sociales de producción y distribución, y de las
relaciones con la economía mundial. Con ello se restablecería otro precepto
constitucional que otorga al Estado la función de intervenir y regular los pro-
cesos económicos y sociales en defensa de la soberanía, seguridad nacional
y necesidad pública, y en la reproducción social.
En general hace falta un imperioso rediseño de los Regímenes Especiales
de la CPE actual, empezando por revisar el régimen económico en relación a
la política económica, principalmente fiscal y presupuestaria, con miras a una
nueva (re)distribución del ingreso. En cuanto al Régimen Social, éste sólo
garantiza la protección al trabajo asalariado y al capital como únicos compo-
nentes de la producción. El reconocimiento de todas las otras formas y cultu-
ras productivas y su contribución a la reproducción social del país debe ser
explícito y, por consiguiente, las regulaciones del trabajo deben tener esa
amplitud en la medida que es un deber de toda persona “trabajar en activida-
des socialmente útiles” (artículo 8º b). La ampliación del ámbito de la pro-
ducción y de las relaciones de trabajo excede al reconocimiento de sólo el
régimen agrario y campesino; si bien éste es fundamental, estos actores pro-
ductivos, y los muchos otros de esferas hoy excluidas deben ser reconocidos
como tales y sujetos de fomento con la redistribución de la amplia gama de
recursos y servicios productivos. Pero, al mismo tiempo, todos deben estar
también protegidos por la seguridad social, la que sólo es obligatoria para los
trabajadores asalariados estables.
Con base en lo anterior debe modificarse sustancialmente el régimen
familiar no sólo en términos de las relaciones entre sus miembros, sino prin-
cipalmente para incorporar el reconocimiento de sus funciones de utilidad

128
La problemática de la ciudadanía socioeconómico en Bolivia

social en la producción del bienestar y de las actividades del cuidado, hasta


ahora instituidas sólo como deberes de las familias sin vínculos de derechos.
Es importante también reconceptualizar la ciudadanía (CAP. II, Título III
de la CPE), restringida a la ciudadanía política y derechos políticos de forma-
ción del poder y, por eso, a personas mayores de 18 años. Esta restricción
sigue diferenciando “bolivianos” de “ciudadanos”.
En tanto la propuesta del ingreso ciudadano no tiene límites de ningún
tipo, lo más importante es explicitar el principio de justicia social en el conte-
nido de lo que se considera una “existencia digna” o lo que en la propuesta del
ingreso ciudadano constituyen las necesidades universales que dan sentido al
“contenido general de la vida” y que trascienden las necesidades genéricas de
educación, salud y vivienda. Una tarea ineludible de la AC tendrá que ser la
reflexión en torno a ese piso de igualdad equivalente a las necesidades gene-
ralizables, a partir de las cuales deban repensarse los llamados régimen cultu-
ral y social, los derechos y deberes de las personas y la ciudadanía.
En esta reflexión debe considerarse que existen diversas fuentes y com-
posición del ingreso social: el salario monetario básico, el valor de las nece-
sidades producidas por la familia, los bienes o transferencias provistas por el
Estado o por las empresas o instituciones donde se trabaja, y que los niveles
de sus interrelaciones configuran regímenes institucionales correspondientes
que combinan los espacios estatales y sociales.
Asimismo, en la perspectiva de un ingreso ciudadano que rompa las seg-
mentaciones ciudadanas socioeconómicas actuales, resulta imprescindible
–reiteramos– el diseño de una nueva política presupuestaria y sobre todo fis-
cal. El derecho al ingreso ciudadano trae consigo requerimientos de impor-
tantes recursos que, con seguridad, no exceden los actuales montos destina-
dos a asistencia, bonificaciones o transferencias diversas a distintos sectores
corporativos por cualquier título. Además de reordenar los actuales sistemas
de transferencias directas, es necesaria una reforma fiscal como componente
significativo de las políticas redistributivas, que revierta el predominio de la
imposición indirecta, los bajos niveles tributarios directos y sus sesgos cla-
sistas, que restituye el principio de solidaridad y garantice los alcances de
esta nueva institución ciudadana.

129
Ivonne Farah H.

Pero, la condición de posibilidad de esta nueva institución ciudadana


como derecho socioeconómico dependerá de que el proceso de deliberación
hacia y durante la AC la considere positiva, estimando que ella no está fuera
del conflicto social inherente a la economía, ni exenta de juegos de fuerza y
reivindicaciones políticas y sociales.

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135
136
CIUDADANÍA ÉTNICO-CULTURAL EN
BOLIVIA
Xavier Albó

El presente trabajo tiene dos grandes partes: la primera, se refiere al con-


cepto de los grupos étnico-culturales, con particular referencia al contraste
entre los indígenas y no indígenas en nuestra realidad específica boliviana; a
ella se dedican las secciones 1 a 3. La segunda parte se concentra en la ciu-
dadanía y derechos de estos mismos pueblos indígenas, considerados a par-
tir de la evolución general de estos derechos en documentos recientes oficia-
les y de las demandas y propuestas de los propios pueblos implicados; cubre
las secciones 4 a 7.

Dado que estos mismos temas son también objeto de los otros trabajos
incluidos en este volumen, el tratamiento aquí no será exhaustivo. El énfasis
específico de esta contribución se pone sobre todo en la información sobre
los propios indígenas u originarios bolivianos y en su propia perspectiva.
Tomamos el término “cultural” en su sentido más amplio, dentro de la visión
más integrada propia de los pueblos originarios.

1. La dimensión étnico-cultural
Todo saber y conducta aprendida (en contraposición a lo simplemente
heredado biológicamente) es cultural; y cultura es, por tanto, el conjunto de
rasgos adquiridos y transmitidos de unos seres humanos a otros por aprendi-
zaje. Entran ahí conocimientos y destrezas en todos los ámbitos (material,
social, lingüístico, artístico, religioso, etc.), así como instituciones, tradicio-
nes y creencias, estilos de comportamiento, afectos y valores.

137
Xavier Albó

En la medida que un grupo social intercambia y transmite en todos esos


ámbitos sus aprendizajes más entre sí que con otros, podemos hablar de gru-
pos culturales o –desde la perspectiva de lo aprendido y transmitido en cada
grupo– de diversas culturas. Más aún, el grupo o grupos culturales que com-
parte(n) determinados rasgos suelen identificarse y ser identificados por
estos rasgos, y éstos, a su vez, los diferencian de otros grupos culturales.

1.1. Etnicidad
En su sentido más general y original, cada uno de los grupos culturales
así identificados conforma una etnia [del griego ethnos ‘pueblo’] o grupo
étnico. Lo étnico es, por tanto y en su sentido más original, lo propio de
cada pueblo, identificado por su cultura, y etnicidad es la identificación
de los pueblos según sus rasgos culturales.
Más específicamente, en las ciencias sociales suele llamarse grupo étni-
co a ciertos subgrupos dentro de una sociedad mayor que los engloba a
todos. Así, en su diccionario de sociología, Theodorson (1970) dice:
“Grupo étnico [es] un grupo con una tradición cultural común y un sen-
tido de identidad, el cual existe como un subgrupo en la sociedad mayor.
Pueden tener su propia lengua, religión y costumbres distintivas. Pero lo
más importante es probablemente su sentido de identificación como un
grupo tradicionalmente distinto. Regularmente este término se aplica
sólo a grupos minoritarios, pero si hay varios grupos culturalmente dis-
tintos en una sociedad, algunos autores también se refieren al grupo cul-
tural dominante como a un grupo étnico.”
Este término empezó a utilizarse para contraponerlo al antes más común
de raza y subrayar así que, si bien en el análisis de las etnias se puede
incluir atributos identificadores de este origen, lo fundamental son los
rasgos culturales que permiten compartir una identidad común más allá
del género, la estratificación social, afiliación política, etc. (Marshall,
1998). Cabe ver también desde esta perspectiva la manera con que se
perciben y valoran los rasgos raciales, por cuanto son también construc-
ciones culturales, más que datos biológicos fríos y objetivos.

138
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Pese a la anterior aclaración de Theodorson, persiste la tendencia a iden-


tificar a los grupos étnicos con minorías étnicas; y “minorías” se llama
también a algunos grupos que en rigor son mayorías, como en Bolivia.
Así empieza ya a plantearse nuestro problema. En primer lugar, porque
el uso de los términos etnia y étnico se reduce con frecuencia a los gru-
pos de menor prestigio y considerados más “primitivos”. Enciclopedias
tan famosas y difundidas como la Larousse llegan a decir que la etnogra-
fía y la etnología “se dedican especialmente al estudio de los pueblos que
en la actualidad viven en estado primitivo en el interior de África, Asia,
Oceanía y América” [significativamente, no menciona Europa, tan sacu-
dida por conflictos étnicos], y lo justifica afirmando que “el hombre pri-
mitivo... viene a ser lo mismo en el pasado que en el presente, por esta
identidad de formas culturales”.1 Resulta entonces también muy común
en nuestros países identificar a etnias sólo con pueblos indígenas.
De manera complementaria, en el habla común cultura se va aplicando
–como si fuera el contrapunto de etnia– sobre todo a las expresiones de
mayor prestigio, dentro del grupo cultural dominante, como cuando deci-
mos que alguien es una persona “culta” o “de mucha cultura” o incluso
cuando los estados han institucionalizado un “Ministerio de Cultura”.
Este enfoque es también el prevalente en los diccionarios, de modo que
la acepción más técnica y amplia de cultura, mencionada al principio de
estas páginas, sólo aparece muy al final, si es que llega a aparecer.
Esta asimetría en el uso mismo de la terminología refleja, naturalmente,
la asimetría y discriminación existente en casi todas las sociedades y en
sus estructuras e instituciones, tanto privadas como públicas y estatales,
entre los pueblos que las dominan y los otros, dominados y subalternos.
Los primeros tienden a imponer e interpretarlo todo desde su propia
visión etnocéntrica, que desconoce o rechaza la perspectiva de los otros.
Tal tendencia no es exclusiva de los pueblos dominantes. Ocurre también

1 Pequeña enciclopedia temática Larousse en color (versión española, Vitoria, España: Heraclio
Fournier, 1987: I, 222).

139
Xavier Albó

entre diversos pueblos originarios. Pero es en ese uso de los pueblos


dominantes donde adquiere muchas más y más graves consecuencias
negativas con relación a la convivencia entre pueblos y grupos cultural-
mente distintos.
Otra parte del problema es que, en estos tiempos de globalización, los
intercambios entre pueblos son cada vez mayores y más intensos, tanto
por la ampliación del mercado y la creciente cobertura de los medios
masivos de comunicación como por los viajes y migraciones masivas de
un territorio cultural a otro, sea en el ámbito interno de cada país o a nive-
les internacionales e incluso intercontinentales.
Por una parte estos procesos aumentan la frecuencia de las fricciones y
conflictos haciéndolos también más visibles. Por otra, van desarrollando
nuevas actitudes positivas o negativas, según el caso, y generan identida-
des culturales múltiples o también nuevas. En esas situaciones cada vez
más multiétnicas y pluriculturales, el enfoque es también cada vez más
interétnico e intercultural sea con un enfoque negativo o –como es desea-
ble– con una nueva actitud positiva de intercambio.
Todo ello tiene, obviamente, un fuerte componente político tanto en el
diagnóstico de la realidad actual como de cara a una nueva propuesta de
relaciones e instituciones sociales y políticas. Este componente o dimen-
sión puede llamarse política interétnica o incluso, subrayando uno de sus
rasgos más fundamentales, una política de identidades. En el caso de
Bolivia, el factor clave que cruza unas y otras en el tiempo y en el espa-
cio es nuestra historia colonial y su persistencia en una estructura neoco-
lonial, a pesar de los notables cambios ocurridos sobre todo a partir de
1952. Por lo mismo, pasa a un primer plano la relación entre los pueblos
indígenas y los establecidos aquí a partir de la Colonia, con sus comple-
jas situaciones y grupos intermedios.
Tomando el concepto de la etnicidad en Bolivia en su sentido más amplio
y primigenio, nos podríamos extender a una gama mucho más amplia de
grupos y situaciones. Además de la temática indígena, podríamos abar-
car también la gran diversidad étnica dentro de quienes llegaron y siguen

140
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

llegando de otras partes, distinguiendo, por ejemplo, entre quienes se


identifican como descendientes de los antiguos españoles/criollos y otros
grupos llegados más tardíamente y que mantienen ciertas identidades
propias, como los árabes o “turcos”, los yugoslavos, ahora diferenciados
de nuevo como croatas, serbios, etc., e incluso los “gringos” y otros
extranjeros asociados con tantas instituciones internacionales presentes
en nuestro medio, por no mencionar otros grupos étnicos minoritarios
como los menonitas y japoneses, que mantienen su propia forma de vida
en colonias relativamente aisladas del contorno. Hay también un claro
referente étnico en otros grupos regionales que subrayan su identidad
diferenciada en términos culturales, como los collas, cambas y chapacos.
Los emigrantes bolivianos al exterior, sienten asimismo otro tipo de con-
flicto étnico cuando viajan o se establecen en otros países, como
Argentina o España...
Pero aquí nos fijaremos sólo en el tema de la etnicidad indígena / no indí-
gena, por marcar la relación estructuralmente más cristalizada y signifi-
cativa de cara a repensar los alcances del concepto de ciudadanía en
Bolivia. Es además, junto con el otro tema de la polarización entre el
mundo colla y camba con sus respectivos intereses económicos y políti-
cos, el caso paradigmático que ha adquirido un mayor sentido de urgen-
cia en la agenda nacional por la Asamblea Constituyente.

1.2. Ser indígena


Si éste es el factor clave, es indispensable aclarar qué entendemos por
indígena. Nuestro punto de partida serán dos definiciones a nivel inter-
nacional. La primera es la de José Martínez Cobo, relator especial de las
Naciones Unidas (NN UU), en su informe final del “Estudio del proble-
ma de discriminación contra las poblaciones indígenas”, iniciado en
1971 y concluido en 1986:
“Son comunidades, pueblos y naciones indígenas, las que teniendo una
continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y preco-
loniales que se desarrollan en sus territorios, se consideran distintos de

141
Xavier Albó

otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en estos territorios


o partes de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la socie-
dad y tienen la intención de preservar, desarrollar, trasmitir a sus futuras
generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como base
de su existencia continuada como pueblo, de acuerdo con sus propios
patrones culturales, sus instituciones sociales y sus sistemas legales” (en
Fondo Indígena, 2005: 26).
Notemos que ya entonces, dos décadas atrás, este documento para las
Naciones Unidas atribuía a los grupos indígenas no sólo el rango de
comunidades sino también el de pueblos e incluso el de naciones.
La segunda definición es la del Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), sobre pueblos indígenas y tribales2 en
países independientes, cuyo texto se empezó a elaborar en 1986 y fue
aprobado por la Conferencia General de la Organización Internacional
del Trabajo en Ginebra el 1989. Tiene sobre la anterior la ventaja de for-
mar parte de un instrumento jurídico vinculante para aquellos países
–como Bolivia– que ya han ratificado dicho Convenio.
Su artículo 1º marca los alcances del Convenio mediante los siguientes
criterios y definiciones de los indígenas, relevantes para la situación boli-
viana aquí analizada:
“1. El presente Convenio se aplica: (...) b. a los pueblos en países inde-
pendientes, considerados indígenas por el hecho de descender de pobla-
ciones que habitaban en el país o en una región geográfica a la que per-
tenece el país en la época de la conquista o la colonización o el estable-
cimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su
condición jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales,
económicas culturales y políticas, o parte de ellas.

2 La OIT mantiene este término, hoy poco frecuente en Bolivia y América Latina, por ser todavía muy
utilizado en algunos países, sobre todo de Asia y África.

142
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

2. La conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un


criterio fundamental para determinar los grupos a los que se aplican las
disposiciones del presente Convenio.”
El punto central en ambas definiciones es que ciertos pueblos son “con-
siderados indígenas por el hecho de descender de poblaciones que habi-
taban en el país o en una región geográfica” desde antes del estableci-
miento –muchas veces violento y agresivo– de otros pueblos que ulte-
riormente estructuraron el país de acuerdo a sus propias conveniencias.
Por eso en diversos lugares del continente y del mundo son llamados y/o
desean ser llamados originarios, aborígenes, nativos, first nations, adi-
vasi o con otros nombres locales que también hacen referencia a estas
raíces históricas más profundas.
Pero es difícil si no imposible pensar que un pueblo conquistado y colo-
nizado conserve totalmente sus propias instituciones a lo largo de los
siglos. De una manera y otra las transforma, las adapta, pierde unas y
crea otras. Por eso sabiamente la OIT añade “o parte de ellas” y, en el
segundo inciso, añade que un criterio fundamental es también “la con-
ciencia de su identidad indígena o tribal”.
Con relación al segundo inciso del mismo artículo 1º es oportuno recor-
dar y distinguir siempre entre las identidades asumidas por los propios
interesados y las identidades que les dan otros. En efecto, la identidad en
un grupo puede surgir o quedar marcada por tres fuentes:
Por adscripción automática. Por ejemplo, al nacer quedamos adscritos a
una familia, a un país, a una raza.
Por designación ajena. Por ejemplo, al recibir un nombre en la niñez o
cuando alguien señala a otro y dice: “éste es un indio”.
Por propia decisión. Por ejemplo, al formar un club, al inscribirnos en
un partido político o adquirir la nacionalidad de otro país. Es la más
consciente.
Estas tres fuentes pueden complementarse y reforzarse mutuamente. Por
ejemplo, hemos nacido en Bolivia y se nos ha dado un nombre y un car-

143
Xavier Albó

net de identidad. Pero después, al crecer, asumimos esta identidad indi-


vidual y nacional con orgullo y la defendemos; o tal vez la rechazamos.
Lo mismo puede ocurrir con la identidad indígena.
Cada identidad –tanto individual como colectiva– tiene siempre dos
caras inseparables: la propia y la ajena. Resaltamos nuestra identidad por
lo que percibimos como propio pero también por las diferencias que per-
cibimos en los otros; y, desde la otra vertiente, por lo que los otros per-
ciben de ellos mismos y lo que sienten diferente en nosotros. Pero lo que
siempre acaba de consolidar la identidad es la propia conciencia de
autoidentificación, cuando asumimos lo que realmente somos y lo acep-
tamos con orgullo, con sus luces y sombras. De ahí la importancia del
inciso 2 en la definición de la OIT.
Pero puede haber también conflicto entre las identidades surgidas de
estas tres fuentes, con sus diversas connotaciones positivas o negativas.
A veces lo que alguien fue automáticamente al nacer ya no es lo que
quiere ser de mayor. O una cosa es lo que alguien dice de sí y otra lo que
los demás le atribuyen.
En casos de conflicto o discriminación étnica es muy común que sean
distintos los términos que uno usa para autoidentificarse y los que otros
usan para identificarle. Como dice Silvia Rivera (1993: 57):
“Lo indio y lo cholo en Bolivia, no sólo lo son en sí ni para sí mismos
sino ante todo para otros; o sea, son identidades resultantes de una per-
manente confrontación de imágenes y autoimágenes; de estereotipos y
contraestereotipos... La identidad de uno no se mira en el otro como en
un espejo sino que tiene que romper o atravesar este espejo para reencon-
trar un sentido afirmativo a lo que en principio no es sino un insulto o
prejuicio racista y etnocéntrico.”
Cada nombre tiene sus propias connotaciones y resonancias, según el
tiempo y el lugar, las cuales deben ser reconocidas y tenidas en cuenta
para evitar susceptibilidades. En ciertos lugares y contextos, términos
como indio, indígena, aborigen o negro pueden ser incluso los preferi-

144
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

dos para grandes movilizaciones reivindicativas, mientras que en otros


son evitados por sus cargas emotivas de desprecio y discriminación. Ello
ocurre incluso con el nombre de muchos pueblos originarios. Los guara-
ní y los weenhayek, por ejemplo, ahora por fin han logrado que se les
llame públicamente con esos nombres que ellos se dan a sí mismos y ya
no “chiriguanos” o “matacos” como los otros les llamaban.
Dentro de estas tendencias, conviene subrayar la prioridad que tienen los
patronímicos propios por encima de las generalizaciones. Por lo general
todos prefieren identificarse y ser identificados por el nombre propio de
su pueblo (aymara, guaraní, mojeño, etc.) más que por denominaciones
genéricas como indígena. Y, en esas últimas, pueden tener también sus
propias preferencias. Por ejemplo, a raíz de tantos siglos de discrimina-
ción, este último nombre ha sido con frecuencia rechazado sobre todo en
los pueblos andinos pero ellos mismos adoptaron para sí el término gené-
rico originario, lleno de resonancias históricas positivas, de una manera
semejante a los de Norteamérica que prefieren autodenominarse first
nations (primeras naciones) o a los de la India que prefieren llamarse adi-
vasi (equivalente a ‘originarios’) en vez del genérico “tribal” con que les
llaman los no indígenas que allí se llaman genuinamente “Indian”.
Para poder comprender mejor las implicaciones prácticas de todo ello,
puede ser útil dar rápidamente una relectura histórica de cómo se ha con-
formado la pluralidad étnica en nuestro país y, a continuación, describir
cómo se presenta ésta según los datos más recientes, recabados por el
Censo Nacional 2001.

2. Relectura intercultural de nuestra historia


En las raíces más profundas, previas a la conquista y colonización espa-
ñola, existieron ya dos macro procesos diferenciados que siguen marcando el
presente: (a) una gran dispersión y movilidad en las tierras bajas y (b) una
creciente concentración cultural y política en la región andina.

145
Xavier Albó

2.1. Dispersión y movilidad originaria en las tierras bajas


Las inmensas selvas, ríos y humedales de las tierras bajas, al oriente de
la columna vertebral andina –por el norte, este y sur de la actual Bolivia–,
eran habitadas y transitadas por pueblos de múltiples orígenes.
Combinando datos de arqueólogos, antropólogos y lingüistas, podemos
resaltar las siguientes pistas principales.
Hubo bastante vaivén aguas arriba y abajo de los grandes ríos amazóni-
cos y sus diversos afluentes, por lo que ahora pueblos claramente distin-
tos se juntan en un mismo territorio y otros emparentados aparecen sal-
picados por lugares muy distantes dentro y fuera de lo que hoy es terri-
torio boliviano, brasileño, peruano e incluso más allá. La mayoría se
dedicaba a la recolección y quizás a actividades agrícolas temporales.
De ellos hoy quedan unos treinta pueblos, agrupados a su vez en grandes
familias lingüísticas y culturales, entre las que sobresale la Arawak, pre-
sente desde los moxos y baures (Beni) y los chané (Santa Cruz y Tarija),
por el sur, hasta el mar Caribe por el norte. Era gente por lo general tran-
quila y poco belicosa, bastante móvil en unos casos, pioneros de la agri-
cultura tropical en otros. Nos maravillan sobre todo sus obras de ingenie-
ría en el Beni, detectadas en fotos aéreas para prospecciones petroleras,
huellas de una civilización que se derrumbó pocos siglos antes de la
Conquista española, seguramente por cambios climáticos que habrían
desequilibrado el sistema.
Otra familia lingüística y cultural es la Pano, a la que pertenecen la
mayoría de los actuales pueblos originarios del trópico al norte de La
Paz, Pando y oeste del Beni, con parientes cercanos en el Perú; otros,
como los Ayoreo y los Weenhayek en el Chaco, están también en
Paraguay y Argentina; varios, forman grupos aislados sin parientes cono-
cidos en otras partes, como los Tsimane (Beni y norte de La Paz) y los
diversos grupos que conformaron los actuales Chiquitanos (Santa Cruz).
Un grupo, surgido también –según algunos– del actual nororiente boli-
viano, se fue después diversificando por varios ríos del Brasil formando

146
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

la familia Tupí, desde el Mato Grosso hasta la costa del Atlántico, y la


Guaraní, con una amplia gama de pueblos distribuidos por el territorio de
cinco países actuales. Algunas ramas de estos últimos en los siglos XIV-
XVI seguían avanzando, por oleadas y en grupos autónomos sin una
dirección política común, de nuevo hacia el oeste en busca de la “Tierra
sin Mal”. Testimonios de esta compleja historia son ahora los sirionó en
el Beni, los yuki y guarayos desde el norte de Santa Cruz hasta el sur del
Beni y el Chapare, y sobre todo los guaraní en el Chaco. Estos últimos,
al conquistar, subordinar y, en buena medida, fusionarse con los chané
(que ya estaban allí desde antes), se llamaron también chiriwaná (‘los
que tienen mujer chané’) y de ahí fueron apodados chiri wanu (‘estiércol
frío’) por los Inka que se acercaban a la misma región desde los Andes,
malentendido reiterado hasta hoy en las escuelas.
En todo ese proceso hubo sin duda contactos e intercambios entre pue-
blos y, a veces, también conflictos, por ejemplo, cuando un grupo entra-
ba en el área o territorio utilizado por otro pueblo para su sobrevivencia.
No faltó tampoco algún caso de conquista, como el que acabamos de
mencionar en el Chaco. Pero en general el territorio era tan vasto que pre-
valecía el sentido de dispersión entre pueblos distintos.

2.2. Creciente concentración en el mundo andino originario


El proceso en la región andina fue muy distinto y es mucho más conoci-
do, por lo que aquí nos limitaremos a señalar algunos rasgos esenciales
más pertinentes para interpretar el presente. La ecología andina, con su
alternancia de valles, serranías y punas heladas, zonas fértiles y otras
inhóspitas, ofrece en su conjunto muchas posibilidades distintas pero
hace difícil sobrevivir con sólo una de ellas.
El resultado fue una organización social y económica, basada en el ayllu
(formado inicialmente por grupos descendientes de un mismo ancestro),
que permitía a sus miembros acceder de manera complementaria a diver-
sos microclimas o pisos ecológicos, a veces a semanas de distancia a pie
y con llamas (Murra, 1972). Gente de un mismo ayllu establecía alianzas

147
Xavier Albó

matrimoniales o transitaba de un piso ecológico al otro, se cruzaba con


los de otros ayllus o coexistían en los microclimas más codiciados. De
ahí podían surgir algunos conflictos, conquistas y subordinación entre
grupos (el lado o saya de “arriba” y el de “abajo”, en términos más jerár-
quicos que geográficos) pero también alianzas y federaciones a niveles
jurisdiccionales superiores llamados marka, saya o suyu, términos que se
siguen escuchando hasta hoy, asociados a nombres o divisiones de pue-
blos, municipios o provincias. De hecho, por uno u otro proceso, se lle-
garon a formar, por ejemplo, la Confederación de los Charka, en el actual
Norte de Potosí y parte de Cochabamba, e incluso una gran organización
de estilo estatal, llamada Tawantinsuyu (quechua: ‘los cuatro suyus
[grandes jurisdicciones] unidos’) presidida por un Inka y su casta. Estaba
vigente cuando llegaron los españoles y se calcula que por entonces la
región andina tenía una población muy superior no sólo a la de las tierras
bajas sino incluso a la que tendría después la misma región andina hasta
principios de la República.
En torno a esta semejanza ecológica y creciente articulación organizati-
va, no exenta de conflictos, se fue desarrollando también una cultura con
notables semejanzas en todos los ámbitos culturales, desde la tecnología
y formas de organización para mejor aprovechar el complejo medio andi-
no hasta los valores, la religión y cosmovisión en la esfera simbólica.
Seguía habiendo mucha variedad local e incluso muchas lenguas locales,
además de las variantes de las lenguas quechua, aymara, uru, pukina y
otras. Pero, a la vez, se iba conformando una base cultural común andi-
na. Algunos antropólogos distinguen dos tipos de tradiciones dentro de
una misma cultura. Llaman pequeñas tradiciones a los modos de pensar
y proceder propios de cada lugar, con sus pequeños matices que los dis-
tinguen de lo que ocurre en otros lugares que comparten la misma cultu-
ra. En cambio la gran tradición viene a ser una manera compartida y más
autorizada en que estas concepciones y modos de proceder se repiten de
un lugar a otro. No es tanto un común denominador sino algo así como
la versión reconocida como más prestigiosa y que facilita la unidad de

148
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

todo el conjunto. Se da, por tanto, más fácilmente allí donde hay alguna
forma de organización o referencia común. Así ocurrió efectivamente en
el Tawantinsuyu, a diferencia de las tierras bajas.3

2.3. Entra el nuevo actor colonial


El desarrollo autónomo de los diversos pueblos que habitaban estas tie-
rras quedó bruscamente truncado por la llegada y conquista de los espa-
ñoles a la costa del Perú en 1532 y a Charcas (hoy Bolivia) en 1535.
Ocurrió con ritmos y formas distintas en la región andina (incluida
Tarija) y en las tierras bajas. Desarrollaremos más a fondo el primer caso,
por ser allí donde se estableció más pronto y más a fondo el modelo colo-
nial, reproducido después también en las tierras bajas.

En la región andina
Una vez bien asentados allí, donde estaba además la mayor riqueza mine-
ra y la mano de obra más abundante, los españoles establecieron un régi-
men colonial que dividía la sociedad en dos grandes sectores, cada uno
con su propia cultura: uno minoritario pero dominante, formado por los
recién llegados y sus descendientes, y las grandes mayorías dominadas,
conformadas por los antiguos pobladores y sus descendientes. En los tér-
minos de la época, estaba por un lado la República de españoles y, cla-
ramente subordinada a ésta, la República de indios que, de alguna mane-
ra, mantenía aquellos rasgos culturales y organizativos propios que no
suponían un peligro para el sistema colonial.
Más acá de la autoridad máxima virreinal –siempre en manos de penin-
sulares–, los indios (o naturales) quedaban articulados a los primeros por
doble vía.

3 Una posible excepción serían los grupos dispersos del pueblo guaraní, con lenguas emparentadas,
mitos, creencias y otros rasgos semejantes. Pero al no compartir una estructura organizativa común
como la del Tawantinsuyu, es más cuestionable hablar en ellos de una gran tradición en su sentido
más estricto.

149
Xavier Albó

Desde el lado español, por los encomenderos y sus descendientes (origen


de muchas haciendas), los corregidores (autoridad colonial local) y los
curas doctrineros (que aseguraban la cristianización, percibida por
muchos entonces –e incluso hoy por algunos– como una especie de “car-
net de identidad” para entrar a ser parte de la sociedad dominante).
Desde el lado indígena, a través de sus autoridades superiores, a los que
los españoles potenciaron y dieron el nombre caribeño de caciques.
Formaban una especie de puente o clavija con identidades ambiguas
entre los dos mundos. A ellos correspondía recabar el tributo de los
comunarios en forma de plata (metal o dinero), productos y mano de
obra, sobre todo para la mita minera a Potosí. Bastantes de ellos se hicie-
ron así también hacendados y comerciantes y algunos pasaron incluso a
ser parte de las elites coloniales, como muestran varios apellidos pace-
ños. Pero otros mantuvieron sus raíces hasta el punto de que algunos
–como los Kuntur Kanqi (o Tupaq Amaru) y los Chuqiwanka– lideraron
el gran levantamiento de 1780.
Hubo sin duda otros muchos intercambios e influencias mutuas pero
desiguales entre la cultura hispano criolla dominante y la cultura origina-
ria dominada y surgieron también diversos grupos intermedios mestizos,
además del grupo subordinado minoritario formado por los esclavos
negros, ya de habla castellana. De esta forma, más allá de la inmensa
mayoría subordinada de la República de indios –sobre el 90%, con su
propia jerarquía interna desde los kurakas y jilaqatas más locales hasta
los caciques–, en la República de españoles, el viejo sistema jerárquico
de castas con nobles, hidalgos o plebeyos se hizo todavía más complejo
por una jerarquización adicional de acuerdo a los orígenes y a la propor-
ción de sangre española, india o negra que corría en sus venas.
Pero el punto central del sistema fue la dominación y explotación ejerci-
da por la minoría hispano-criolla (con esos apéndices mestizos) en todos
los ámbitos culturales: social, religioso y sobre todo el político y econó-
mico. Por una parte, a esta minoría de los colonizadores dominantes le
interesaba asegurar la situación subordinada de los demás, para lo que les

150
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

era útil que mantuvieran su propia cultura de una manera aislada y


subordinada. Por otra parte, para reforzar su dominio, se mostraban a sí
mismos como los únicos “cultos” y, en el fondo, los escogidos por Dios.
El único camino de real ascenso para los demás era perder su propia
identidad y hacerse como ellos.
Con las características de este proceso, muchas pequeñas tradiciones
locales lograron persistir mejor, no sin transformaciones y restricciones
sobre todo en el ámbito religioso. En cambio, la gran tradición andina
perdió su base política y religiosa de sustento y su lugar fue tomado en
gran medida por la gran tradición cristiana y española. Ello ayuda a
explicar mejor el permanente juego a contrapunto entre los elementos y
la lógica de la raíz cultural andina y los elementos y la lógica cultural
española implantada sin llegar a una plena síntesis entre ambas fuentes.
Este fenómeno tiene mucho que ver con lo que, en los estudios religio-
sos, suele llamarse sincretismo, es decir, la coexistencia de dos sistemas
sin una plena síntesis entre ambos. Ello ocurrió y sigue ocurriendo en
realidad en cualquier ámbito cultural. Para nuestro tema puede ser parti-
cularmente significativo el sincretismo político, muy presente, por ejem-
plo, en la actual estructura de los ayllus, comunidades y cabildos con su
sistema de autoridades y normas.
Para interpretarlo adecuadamente es indispensable tomar en cuenta dos
aspectos. Por una parte, hay que aplicar la sabia expresión latina quidquid
recipitur ad modum recipientis recipitur: “cualquier cosa que se recibe, se
recibe de acuerdo al modo de ser del que lo recibe”. En este caso lo que
se recibía y sigue recibiendo son los conceptos y estructuras coloniales
pero éstos quedaban reinterpretados de acuerdo a la propia lógica de los
pueblos originarios dominados. Por otra parte, no debe subestimarse tam-
poco el impacto secular de la subordinación asimétrica de un sistema al
otro. Debido a ello, en el transcurso de los siglos, la lógica de los subor-
dinados y de su cultura es también cada vez más “sincrética” que la de los
dominantes. Como resultado de ambos factores, ni los colonizadores
lograron trasmitir eficazmente su propia lógica a los colonizados aunque

151
Xavier Albó

estos últimos tampoco han quedado, a la larga, totalmente inmunes a ella.


La pugna dialéctica entre el modo de ser del colonizador y el del coloni-
zado no está sólo diferenciada de acuerdo a estos dos grupos sociales;
existe también en el interior de cada cabeza individual, sobre todo de los
grupos subordinados, como reconocen conocidos intelectuales de la des-
colonización, como Franz Fanon (1963) o el brasilero Paulo Freire (1970).
A la larga, otro efecto mayor del régimen colonial fue diluir muchas
identidades locales andinas en una construcción socio-cultural que
podríamos llamar indígenas genéricos. Incluso la generalización hacia
sólo los quechuas y los aymaras es también fruto de este proceso colo-
nial. Todo lo anterior se dio en tono mayor sobre todo en la región andi-
na, Tarija incluida.

En las tierras bajas


La primera penetración española en las regiones tropicales fue más tar-
día. Llegó por vías separadas de Charcas y del Paraguay, fue menos
numerosa y se concentró sobre todo en el contorno de Santa Cruz de la
Sierra, cuya emplazamiento actual (y tercero) es de 1595. Por eso, por
todo el Oriente, a los descendientes de los españoles se los llama “los
cruceños”. Se hicieron agricultores y ganaderos en tierras que poco a
poco fueron arrebatando a los territorios indígenas del contorno. Así
nacieron las primeras haciendas orientales con mano de obra indígena.
Una segunda penetración importante fue a través de las misiones y reduc-
ciones sobre todo desde avanzado el siglo XVIII. Las principales fueron
las de los jesuitas en Mojos y Chiquitos (éstas, desde el Paraguay) y las
de los franciscanos en Apolobamba. Su móvil principal era evangelizar,
y su método invitar a los indígenas dispersos a concentrarse en reduccio-
nes o pueblos nuevos más sedentarios gracias a su actividad agrícola y
ganadera (así llegaron, por ejemplo, las vacas al Beni). En cada misión-
reducción fue prevaleciendo la lengua originaria más común (conocidas
ahora por el nombre cristiano de su reducción madre: ignaciano, trinita-
rio, reyesano, etc.) y se fomentaba una intensa vida económica, social y

152
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

religiosa inspirada en el modelo castellano cristiano pero con autoridades


locales subordinadas al misionero. El resultado fue lo que David Block
(1997) ha llamado la nueva cultura misional o reduccional, tan interiori-
zada en la mayoría de estos pueblos indígenas, que ya la ven como la
suya propia. Con la expulsión de los jesuitas, decretada por el Rey de
España en 1667, sus ex misiones fueron ocupadas de forma progresiva
por los “cruceños” que instalaron también allí sus estancias ganaderas y
un régimen más patronal que paternal.
La principal resistencia a esta doble penetración la hicieron los guaraní
desde el Chaco hasta cerca de Tarija y La Plata (hoy Sucre), capital de
Charcas. Primero los jesuitas y después los franciscanos establecieron
también misiones en su medio pero, a diferencia del Paraguay, éstas
tuvieron aquí un alcance limitado y prevaleció más bien el modo de vida
tradicional guaraní. Allí y en territorios sin misiones hubo permanentes
fricciones entre españoles y guaraníes, con una lenta penetración gana-
dera de los españoles y periódicas incursiones de los guaraníes a la largo
de toda la región disputada, que por eso se llama hasta hoy La Frontera,
al sudeste de Sucre.
De esta forma, con distintos ritmos, modalidades e intensidad, también
en los pueblos originarios de las tierras bajas se fue estableciendo y con-
solidando el régimen colonial. En las misiones más exitosas surgió un
sincretismo político, religioso y económico bastante apropiado por la
población indígena; en otras partes o después de la expulsión de los
misioneros por decreto de la Corona, el proceso fue mucho más conflic-
tivo y el régimen resultante más violento.
Para completar la figura hay que añadir que en la periferia de estas varias
áreas de influencia colonial seguían viviendo otros varios grupos indíge-
nas, con contactos nulos o sólo esporádicos con el poder colonial. Por
ejemplo, los guarayos, yuki y sirionó, dentro de la familia guaraní; los
ayoreos; los tsimane; varios de los pueblos de la familia Pano... Para
muchos de ellos el “descubrimiento de los colonizadores” recién llegará
en la época republicana, quizás ya en el siglo XX.

153
Xavier Albó

2.4. La primera República


El primer intento para librarse de la dominación española vino de los
quechuas y aymaras liderados por los Amaru, en el Cusco, y los Katari
en Charcas (1780-1782). Son de entonces los célebres cercos de Sorata y
La Paz, que tan vivos siguen hasta hoy en el inconsciente de indios y no
indios. Fracasaron pero fueron ellos los primeros que hicieron percibir
también a las elites locales que era posible liberarse de los españoles.
Tras largas luchas aquí y en todo el continente, llegó finalmente una
Independencia (1825), obra ya sobre todo de criollos, es decir, de los des-
cendientes locales de los propios españoles. Lograron romper la depen-
dencia política de España pero al nivel interno la sociedad siguió en gran
medida con la misma estructura colonial dominada por una elite minori-
taria, heredera política y cultural de los colonizadores, y una mayoría
indígena subordinada, discriminada y oprimida. Por eso se dice que sigue
el colonialismo interno o una sociedad neocolonial. Este ha sido uno de
los bloqueos más fuertes para constituirnos como nación unitaria.
Este esquema se reforzó incluso más desde la mitad del siglo XIX con la
expoliación de tierras de ayllus para crear nuevas haciendas, en la región
andina –acelerada a medida que se les acercaba la nueva red ferrocarri-
lera desde el Litoral perdido– y la expansión neocolonial en las tierras
bajas para ampliar las ganadería, extraer la quina, la goma y la castaña e
incluso con expediciones militares en el norte y en el Chaco. Los guara-
ní hicieron su últimos esfuerzos de resistencia a la penetración terrate-
niente y fueron recién derrotados en 1892. En sólo la región andina la tie-
rra en manos de hacienda más que se duplicó sobre todo a partir de 1866.
Lo paradójico es que este reforzamiento de un régimen neocolonial de
haciendas “feudales” se hacía a nombre de las ideas “liberales” de la
época (sea desde el partido conservador o desde el liberal). Éstas no sólo
enfatizaban la libertad individual, asociada al acceso a la propiedad tam-
bién individual. Promovían también teorías pseudocientíficas como el
llamado darwinismo social, que consideraba la raza blanca biológica-
mente más evolucionada que las demás, de modo que la salvación de

154
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

estas últimas sólo se veía posible a través de su dócil sujeción a la prime-


ra sea mediante el régimen de hacienda o –según los más esclarecidos–
mediante su domesticación en la escuela. En vez del viejo sistema más
sacralizado de castas ahora se planteaba una estratificación racial basada
en otras premisas pero que llevaba a los mismos resultados de exclusión.
Por el camino, Bolivia sufrió guerras y desmembraciones vinculadas
todas ellas al control de diversos recursos naturales. La primera fue con
Chile por el salitre y de paso nos dejó sin mar (1879). La segunda, fue
con Brasil, por la goma y con pérdida del Acre (1903). La tercera fue con
Paraguay por el petróleo; perdimos miles y miles de soldados, mayor-
mente indígenas andinos, y buena parte del Chaco (1935) pero –parado-
jas de la historia– el petróleo y el gas quedó en el lado de los derrotados.
Junto a estos conflictos externos los hubo también internos. El más cono-
cido es la llamada guerra llamada “federal” (1899, cuando empezaba la
guerra del Acre) y que llevó a trasladar la capital de Sucre, donde estaba
la vieja y conservadora burguesía de la plata, a La Paz, centro de los nue-
vos ricos del estaño, más cercanos a los liberales. Aunque al principio
hablaban de crear un estado federal, cuando lograron el poder se olvida-
ron de aquella consigna. Pero el conflicto interno más de fondo, aunque
menos visible, fue precisamente por la resistencia continuada de los pue-
blos indígenas a la ya mencionada expoliación de sus tierras. Se repitió
una y otra vez, a pesar de las masacres con que se la reprimía, llegando
a convertirse en una especie de guerra interna paralela a la internacional
que se desarrollaba en el Chaco (Arze, 1987).
Fue también en toda esta época que en las ciudades andinas, particular-
mente en La Paz, se fue consolidando un nuevo grupo sociocultural, des-
pectivamente llamado cholo, cuyo origen no era ya el cruce biológico,
como en la época colonial, sino una transformación interna de la forma
de vida e identidad de indígenas establecidos en la ciudad (Barragán,
1990). Desde entonces se va percibiendo, sobre todo en esos ambientes
urbanos, una clara diferencia entre estos nuevos cholos y los tradiciona-
les “mestizos”, más cercanos a los grupos dominantes.

155
Xavier Albó

En todos los conflictos mencionados quedaba patente la desarticulación


política, social, cultural y geográfica entre las regiones del país, entre sus
grupos socio-étnicos y entre el núcleo central del país y sus distantes y
ricas regiones fronterizas. Como sintetiza Danièle Demelas (1980: 191):
“Todas esas piezas dispersas no forman una nación... El período de 1880
a 1920 se caracteriza por un dominio creciente de Chile sobre la econo-
mía del país. Y la burguesía boliviana es consciente de no poderse des-
arrollar sin ayuda del capital chileno. En tal situación su nacionalismo
sólo puede manifestarse de manera simbólica, limitada a la expresión
verbal, periodística y a la reivindicación jurídica del territorio perdido...
En 1880-1900 la mayoría de la población vive siempre excluida. El
nacionalismo proclamado entonces es el de la casta política, un naciona-
lismo sin nación.”

2.5. El Estado del 52


Cada crisis y derrota internacional llevó al país a repensarse como
nación. De la desmembración del litoral surgió el sistema de partidos; y,
de la pérdida del Acre más el cambio de capital, nació un sistema de
gobierno más moderno y capitalista. Pero el intento más notable para
transformar esta situación estructural ocurrió tras la tercera derrota inter-
nacional, en la Guerra del Chaco (1932-1935), que sacudió, renovó y
amplió la conciencia nacional.
Una primera expresión jurídica de este cambio fue la nueva Constitución
de 1938, que supuso el cambio social más significativo desde la funda-
ción de la República (Clavero, 2005: 137). Pero el proceso culminó con
la Revolución Nacional de 1952, de la que surgió lo que se ha venido a
llamar el Estado del 52.
Este Estado buscó, como nunca antes, una doble integración nacional:
la social y política, a través de la participación activa de todos los gru-
pos humanos; y la territorial, articulando finalmente las tierras bajas
con el resto del país. Como punto de partida, se nacionalizaron las minas
y el Estado pasó a ser el principal empresario capitalista del país. Desde

156
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

esta perspectiva de la articulación entre distintos, puede que 1952 sea un


hito más fundamental que la Independencia de 1825. Este esquema se
mantuvo por tres décadas, primero con el MNR y desde 1964 con
gobiernos militares.
Para la integración social y política, se creó la Central Obrera, liderada
desde entonces por los sindicatos mineros y –en el marginado sector
rural– se implementó una reforma agraria que recuperó tierras de hacien-
da para sus ex peones, con el apoyo político de sus flamantes sindicatos
campesinos. La escuela rural llegó a todos los rincones, se dio el voto
universal, incluso a los analfabetos, y empezó la participación política de
sectores populares urbanos y rurales hasta entonces marginados. Por pri-
mera vez se otorgaba cierto rango de ciudadanía a estos amplios sectores
de población que, en el pasado, sólo eran considerados parte del Estado
para tributar en él y, desde el siglo XX, también para defenderlo como
soldados reclutados obligatoriamente.
Para la integración territorial, se inició un gran desarrollo agroindustrial
(en torno a Santa Cruz) y ganadero (ampliado también al Beni), financia-
do con recursos generados por la nacionalización de las minas y otras ayu-
das externas. Se dotaron grandes extensiones a los amigos del régimen, de
las que surgieron inmensas haciendas, unas incorporadas a ese desarrollo
y las demás dejadas improductivas, como nuevos latifundios: hubo allí
una reforma agraria al revés. Esta forma de desarrollo atrajo también a
muchos inmigrantes rurales andinos al campo y a la ciudad de Santa Cruz.
En términos étnicos, ambas integraciones apuntaban a un nacionalismo
uniformizador, inspirado en el modelo de la Revolución Mexicana y, al
menos en sus principios, incluso en el nazismo alemán. Los ideólogos de
entonces apuntaban al pleno “mestizaje” como el imaginario ideal del
futuro país (Sanjinés, 2005) y, de hecho, aumentó significativamente el
número de quienes se consideraban ya mestizos [culturales] sobre todo
en las ciudades. Complemento de aquella propuesta era la reducción de
la identidad cultural indígena (quechua, aymara, etc.) a una clase social,
como campesinos organizados en sindicatos altamente dependientes del

157
Xavier Albó

gobierno. En la misma línea, la masificación de la escuela en el campo


apuntaba también a la pérdida de sus lenguas a favor del castellano.
Hay que resaltar que tales cambios fueron inicialmente vistos por estos
nuevos actores rurales como liberadores de la anterior discriminación.
Con orgullo decían que ya no eran indios sino campesinos, aunque otros
actores interpretaban este cambio de nombre apenas como “la misma
chola con otra pollera”.
Pese a la audacia y a los indudables logros de la nueva propuesta, el pro-
ceso nunca logró borrar ni barrer la raíz colonial. Ésta volvería a emer-
ger una y otra vez como la “memoria larga”, de que habla Silvia Rivera,
sustentada en un “ciclo histórico largo”, como diría el historiador francés
Fernand Braudel.

2.6. Los últimos años


El retorno a la conciencia e identidad étnica empezó con el movimiento
aymara katarista, iniciado a fines de los años 60 en gran medida por estu-
diantes emigrados a las ciudades de La Paz y Oruro, inspirados en la
figura del héroe anticolonial Tupaj Katari. Tenía que ver en parte con el
fracaso de la propuesta uniformizadora del Estado del 52. Podríamos sin-
tetizarlo en frases como las siguientes, entonces bastante escuchadas:
“Creímos lo que nos dijeron y que dejando de ser indios nos íbamos a
liberar. Pero no fue así. Nos han reducido a una simple categoría social,
como ‘campesinos’. Pero en realidad somos el pueblo aymara y como
aymaras nos liberaremos.”
En algunos, el tema étnico llegaba más lejos:
“Nos han llamado indios por un error. Pensaban haber llegado a la India.
Pero como indios nos explotaron y como indios nos liberaremos.”
El tema de la ciudadanía tampoco estaba ausente en su discurso:

158
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

“Somos ciudadanos de segunda. Nos sentimos extranjeros en nuestra


propia tierra.”
Con el retorno a la democracia en 1982 (con varios años de incertidum-
bre), el proceso se aceleró y fue ocurriendo lo mismo, en diversos nive-
les, en casi todos los demás pueblos indígenas del país, incluyendo los de
las tierras bajas que, en 1990, entraron en la primera página de las noti-
cias con su larga marcha “por el territorio y la dignidad” hasta la ciudad
de La Paz. En este nuevo ambiente todos ellos celebraron sus “500 años
de resistencia” en 1992, con largas y masivas marchas a todas las ciuda-
des andinas que parecían reproducir simbólicamente aquel célebre cerco
de Tupaj Katari dos siglos antes.
Con la democracia surgieron también diversos partidos de raíz indígena
que al principio lograban sólo votos simbólicos. Pero en 1989 una choli-
ta llegó al Parlamento, en 1993 otro aymara llegó a ser Vicepresidente del
país y finalmente, en las elecciones nacionales de 2002, los representan-
tes indígenas lograron tener 19 diputados y tres senadores, más que en
ningún otro país latinoamericano. Este nuevo frente tomó cuerpo en
áreas productoras de hoja de coca pero se extendió pronto a otras partes
de todo el país. Fue también en el contexto de estas elecciones cuando un
sector de los pueblos indígenas de tierras bajas hicieron una cuarta mar-
cha, durante la que se les plegó un grupo andino del Consejo Nacional de
Markas y Ayllus del Qullasuyo (CONAMAQ, fundado en 1997), recla-
mando una Asamblea Constituyente, tema que desde entonces ha entra-
do cada vez con mayor fuerza en la agenda pública.
Cambió asimismo la actitud desde el Estado. En 1991, el gobierno de
Jaime Paz Zamora ratificó el Convenio 169 de la OIT a favor de los pue-
blos indígenas; la nueva Constitución Política de 1994 reconoció el carác-
ter “multiétnico y pluricultural” del país (Art. 1º), añadiendo además cier-
tas garantías a las llamadas “tierras comunitarias de origen”, prácticamen-
te equivalentes a territorios indígenas (Art. 171º). El mismo año 1994 la
Ley de Participación Popular fortaleció a los municipios, sobre todo rura-
les, reconociendo dentro de ellos, por primera vez, la personería jurídica

159
Xavier Albó

y la participación pública de sus comunidades y otras formas tradicionales


de organización territorial de base; y la Ley de Reforma Educativa incor-
poró como uno de sus ejes centrales la “educación intercultural bilingüe”.
En 1996, una nueva ley agraria, conocida como Ley INRA, al tiempo que
liberalizaba el mercado de tierras, reconoció la propiedad colectiva de las
“tierras comunitarias de origen” equiparadas a territorios indígenas. Y un
nuevo cambio constitucional de 2004 aceptó que los pueblos indígenas
nombren candidatos electorales sin mediación de partidos políticos.
La apertura estatal a esta temática no es tal vez sólo resultado de la emer-
gencia indígena iniciada ya varios años antes y de nuevo muy fuerte
sobre todo desde principios del siglo XXI. Coincide también –de mane-
ra algo paradójica pero no casual– con su adopción del modelo económi-
co neoliberal global, a partir de 1985, por parte del mismo partido que
había iniciado el “Estado del 52” tres décadas antes. Este modelo pasa
por cierto achicamiento del Estado, que permite o incluso promociona la
reemergencia de esas identidades subestatales. Quizás por esos cambios
constitucionales como el reconocimiento del carácter “multiétnico y plu-
ricultural” del país aparecen también en otros países latinoamericanos
que no han tenido la misma emergencia étnica de Bolivia.
La globalización neoliberal puede entonces aparecer favorable a cierto
pluralismo y apertura a las identidades étnicas locales que hasta le resul-
tan funcionales. Pero, vista desde otra perspectiva, conduce también a un
nuevo neocolonialismo más global, que no brota de cada Estado nacio-
nal ni pasa siempre necesariamente por él. Afecta no sólo lo económico
y político, aumentando la dependencia internacional y limitando aún más
el margen de maniobra del Estado nacional, sino también lo cultural, por
ejemplo, en los medios de comunicación social, los estilos y gustos, los
viajes e intercambios con el exterior, etc.
Este nuevo forcejeo entre una mayor apertura estatal a la temática indí-
gena, por las razones que sean, y una emergencia indígena todavía más
vigorosa en los últimos años ha generado en el país una mayor polariza-
ción étnica.

160
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Por una parte se ha repetido, de alguna manera, lo que había ocurrido


medio siglo antes con el Estado del 52. Después de una ilusión inicial por
el nuevo modelo globalizador y neoliberal introducido en 1985, incluso
en sectores populares, llegó el desencanto porque este modelo no alivia-
ba su pobreza y, según ellos, buscaba más bien asegurar el lucro de
empresas multinacionales. Se empezó a manifestar en 2000 cuando
muchos sectores populares se convencieron de que la globalización neo-
liberal no arrojaba los resultados esperados y tomaron la iniciativa de la
protesta sobre todo en la región andina donde ya había una creciente con-
ciencia étnica desde antes.
La protesta es ante todo social y política, con un importante componente
de defensa de recursos naturales, pero aparece a la vez también con ros-
tro étnico. Es también cada vez más claro que estas movilizaciones con
una participación indígena tan significativa ya no buscan simplemente
encontrar respuestas prácticas a sus demandas locales, fruto de su secular
discriminación como “ciudadanos de segunda”. Han dado un paso más y
buscan también una nueva forma de Estado. No es casual que sean preci-
samente ellos los que más se preocupan por la defensa de los recursos
naturales y los primeros que lanzaron la idea de una “asamblea constitu-
yente” fueran también los indígenas, en la ya citada marcha de 2002.
Esta emergencia va generando reacciones más polarizadas a medida que
los sectores populares descontentos han ido avanzando de lo meramente
discursivo o local hacia una presencia real más fuerte en esferas deciso-
rias. No es lo mismo dar cierto reconocimiento legal y jurídico a los pue-
blos indígenas o ver después que éstos no sólo se lo toman en serio sino
que además se convierten en una importante fuerza política que incluso
hace peligrar la hegemonía de los partidos tradicionales de siempre y que
además va buscando otra forma de Estado, en el que ya no se sientan
“extranjeros en su propia tierra”. Es significativo que, mientras en las
elecciones de 1993 y 1997 diversos partidos tradicionales empezaron a
incorporar a indígenas en sus propias listas de candidatos, en las de 2002
hicieron marcha atrás y fueron más bien los propios indígenas quienes se
lanzaron exitosamente con sus propios partidos.

161
Xavier Albó

Otra vertiente de esta misma polarización es la que últimamente se ha


magnificado entre oriente y occidente por estos y otros factores. Hay en
ella mucha semejanza con la que ocurrió un siglo antes entre las elites
decadentes de la plata, en el sur andino, y las emergentes del estaño, más
al norte. Pero tiene además un componente nuevo: en 1899 era sobre
todo un conflicto entre elites de la plata o del estaño, cada una con su dis-
tinto ropaje partidario aunque moviéndose ambos en la misma lógica
económica liberal. En cambio ahora, frente a ambas elites hay también
un poderoso movimiento popular que por una parte cuestiona el modelo
neoliberal de ambas y a la vez tiene un significativo componente étnico.
Al incidir este movimiento también en la nueva economía de las tierras
bajas, donde nunca hubo una real reforma agraria y donde se ubican los
hidrocarburos ahora tan codiciados, este conflicto en gran medida socio-
económico (de una minoría rica vs. una mayoría pobre) ha tomado tam-
bién la figura de un conflicto étnico-regional (cambas vs. collas), con un
fuerte potencial multiplicador de carácter emotivo.

2.7. Lecciones de la historia


Recapitulando, resulta fácil ver una larga continuidad histórica en
muchos de los actuales desafíos.
Por una parte, es claro que el conflicto central entre indígenas y no indí-
genas, iniciado desde que se instaló el régimen colonial, persiste hasta
hoy sin que los importantes cambios introducidos en 1952 lograran supe-
rarlo, principalmente por no haber ponderado las raíces más profundas de
los pueblos originarios que entonces fueron reducidos a clases sociales,
despojándoseles de su identidad más radical, bajo el falso imaginario de
un país uniformemente mestizo.
Ello explica la fuerte emergencia de la conciencia étnica de estos pueblos
indígenas originarios cuando, transcurridos tres lustros del Estado del 52,
se convencieron de que su camino de liberación no pasaba por una uni-
formización en que perdían sus identidades. Este impulso ha ido en
aumento desde entonces encontrado incluso un inesperado aliado coyun-

162
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

tural en la propuesta neoliberal puesta en marcha desde 1985, la cual al


quitar fuerza y centralidad al Estado favorece de alguna manera también
a ciertas unidades subestatales diferenciadas. Pero, transcurridos otros
tres lustros, los pueblos originarios están ahora igualmente convencidos
de que su liberación tampoco pasa por un maridaje entre su propuesta y
la de la globalización económica neoliberal.
El repaso de nuestra historia más profunda muestra también que las dife-
rencias entre oriente y occidente, hoy tan exacerbadas, tiene ya ciertas
raíces anteriores a la Colonia, aunque con otros componentes más. Antes
eran claramente historias e identidades culturales distintas, con intercam-
bios sólo ocasionales entre los numerosos pueblos de las tierras bajas y
todavía más esporádicas entre éstos y el Tawantinsuyu más unitario de la
región andina. Esta diversa historia persiste en cierta medida entre pue-
blos andinos y de tierras bajas. Pero la actual polarización colla/camba es
sobre todo una retórica de los grupos hegemónicos, que no llega a gene-
rar mayores conflictos entre los pueblos originarios de ambos orígenes.
El problema actual de fondo es más bien un conflicto de intereses entre
elites, como ocurrió ya cien años atrás en la guerra de capitales entre
Sucre y La Paz; pero con el importante contrapunto de que ahora existe
además un movimiento popular e indígena que rebalsa esa pretendida
contraposición camba/colla.
Visto el proceso histórico que nos ha llevado a la realidad actual, deten-
gámonos ahora un momento para precisar en qué consiste el peso demo-
gráfico de estos pueblos originarios que tanto reclaman un rol más pro-
tagónico en el país.

3. Distribución étnica de Bolivia


El flujo y contraflujo de la dimensión étnica en la vida pública boliviana
tiene también su expresión en la forma que ésta se presenta en los censos del
país. Como punto de partida resumiremos la evolución de un siglo de censos,
para concentrarnos después en evaluar el sentido de la información relevan-
te recogida el año 2001.

163
Xavier Albó

3.1. Del Censo de 1900 al de 20014


Empecemos con la publicación oficial del Censo de 1900, que –según
sus propias palabras– pretendía ser “un trabajo destinado exclusivamen-
te a examinar sin mayores comentarios los resultados numéricos”. Sin
explicarnos cómo se aplicó la pregunta correspondiente, indicó que un
51% de la población censada era indígena (igual que en 1846), un 27%
mestizo y un 13% blanco, aparte de otro saldo no reportado. Pero además,
a propósito de la “raza indígena”, añade:
“Desde el año 1878 esta raza está herida de muerte. En ese año, la sequía
y el hambre trajeron tras sí la peste, que hizo estragos en la raza indíge-
na. Por otra parte, el alcoholismo, al que son tan inclinados los indios,
diezma sus filas de manera notable.” (...)
“En breve tiempo, ateniéndonos a las leyes progresivas de la estadística,
tendremos a la raza indígena, si no borrada por completo del escenario
de la vida, al menos reducida a una mínima expresión. Si esto puede ser
un bien, se apreciará por el lector, considerando que si ha habido una
causa retardataria en nuestra civilización, se la debe a la raza indígena,
esencialmente refractaria a toda innovación y a todo progreso.” (vol. II,
pág. 31-32 y 36).
Su previsión “estadística” no se cumplió. El siguiente censo, de 1950,
omitió la categoría “mestizo” y arrojó un 67% de indígenas, constándo-
nos que esta vez éstos se registraron sólo indirectamente a través de la
propia percepción de los empadronadores.5 El siguiente censo, de 1976,
ya no utilizó estas categorías (en consonancia con el enfoque del Estado
del 52), limitándose al dato indirecto de las lenguas habladas (con un
63,3% que hablaba alguna lengua indígena), a igual que el de 1992 (con
un 58,3%, de seis y más años).

4 Los datos, sintetizados en Albó (1999: 451-453) y detallados en Molina y Albó, (2006), provienen
de las publicaciones oficiales de los correspondientes censos.
5 Comunicación personal de un supervisor de aquel censo.

164
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Recién en el último censo, de 2001, se ha vuelto a incorporar una pregun-


ta directamente étnica, respondida ahora directamente por la población
censada pero preguntada sólo a los de 15 y más años. El resultado global
fue que un 31% se autoidentificó como quechua, otro 25% como ayma-
ra y un 6% como perteneciente a alguno de los otros 31 grupos étnicos
registrados por este censo, todos en las tierras bajas orientales, salvo el
uru. Si bien los quechuas y aymaras son la inmensa mayoría rural andi-
na (sobre el 90%), en el Oriente y el Chaco los diversos grupos indíge-
nas viven mucho más entreverados con otros campesinos que no lo son
o son inmigrantes andinos, conocidos también como collas.
Por otra parte, un sector importante de quienes siguen considerándose
miembros de algún pueblo indígena ahora vive ya en las ciudades, sobre
todo andinas. Según el citado censo, en la ciudad de La Paz un 50% se
autoidentificó aymara y otro 10% quechua; y en la ciudad anexa de El
Alto, un 74% se dijo aymara y otro 6% quechua. Las demás ciudades
andinas tienen también mayoría quechua o aymara, según la región.
Incluso en la ciudad oriental de Santa Cruz, que siempre se consideraba
blanca y española, hay ahora casi un tercio de habitantes (32%) que se
identifican como pertenecientes a algún grupo indígena, sobre todo que-
chua (15%), chiquitano (5,5%), aymara (5,4%) y guaraní (3,2%).
El Censo 2001 mantuvo también la pregunta sobre lenguas habladas, con
un 47,3% que hablaba alguna lengua indígena, sobre la población total
que habla. Añadió además, por primera vez, una siguiente pregunta para
los de cuatro y más años sobre cuál fue la lengua en que aprendieron a
hablar en la primera niñez, con un 35,4% que dijo haber aprendido en
alguna lengua indígena.
De toda esta información se concluye que, si bien es evidente que hay un
sostenido descenso de quienes afirman saber una lengua indígena (debi-
do en gran medida a la fuerte emigración a las ciudades), ello no va
acompañado de un mismo ritmo de pérdida del sentido de pertenencia a
alguno de los pueblos indígenas, que es el criterio privilegiado por la OIT
en el Art. 1º de su Convenio 169.

165
Xavier Albó

Pero la medición de quiénes son o no indígenas y bajo qué criterios es fun-


damental para nuestro tema y es a la vez objeto de grandes controversias,
por lo que es indispensable dedicarle algún tratamiento más detallado en
la siguiente sección.

3.2. La condición étnico lingüística en el Censo 2001


Para interpretar las cifras arriba anotadas, es necesario reproducir la pre-
gunta exacta a que se refieren.6 Con relación a la autopertenencia, se pre-
guntó sólo a los de 15 y más años: “¿Se considera perteneciente a algu-
nos de los siguientes pueblos originarios o indígenas?”, seguido de la
lista de los cinco pueblos más numerosos –aymara, quechua, guaraní,
chiquitano, mojeño– más “otro (explicitar)” y la opción de responder
“ninguno”, como hizo un 38%. Se evitó utilizar la categoría genérica
“indígena” y tampoco se consideró la posibilidad de responder con otras
categorías igualmente genéricas como “mestizo” y “cholo”. De esta
forma, el 62% que en total se autoidentificó como indígena en realidad
lo hizo señalando su pertenencia a alguno de los pueblos concretos arri-
ba mencionados.
No han faltado críticos, sobre todo citadinos de clase media o alta, que se
han quejado de que el censo no incluyera explícitamente la categoría
“mestizo”. Unos se sentían marginados al no tener una categoría más
específica para ellos. Otros tal vez quedaron sorprendidos cuando no
asustados, de que el total que se autoidentificó como miembro de algún
pueblo indígena u originario resultara tan elevado. Las siguientes consi-
deraciones hacen pensar que la formulación del censo, aunque tiene sus
propias limitaciones a las que enseguida haremos referencia, fue más
adecuada que otras, de cara al tema que nos ocupa.
Lo que el censo buscaba de manera directa era tener información más pre-
cisa sobre los pueblos indígenas u originarios, porque hay políticas con-
cretas ya vigentes o en proceso que se refieren cabalmente a ellos. En este

6 La base principal para esta sección y la siguiente son los capítulos 2 y 8 de Molina y Albó (2006).
A ellos remitimos para mayores detalles.

166
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

sentido, otras categorías no correspondían de manera directa. Lo mismo


ocurre, por ejemplo, cuando se quiere saber quiénes y cuántos están ocu-
pados, cuántos tienen determinados impedimentos físicos, etc., categorías
que necesitan explicación detallada al tiempo que dejan siempre al mar-
gen a otro grupo, más o menos numeroso, al que la pregunta no les atañe.
Por esa misma razón, en los censos de la ronda 2000 hasta ahora realiza-
dos en América Latina, son ya muy pocos los que incluyen esa categoría
“mestizo” (Schkolnik y Del Popolo, 2005: cuadro 6).
Pero además de esta consideración general, cabe añadir que la categoría
“mestizo” no tiene, en un medio como el nuestro, mucha utilidad analíti-
ca por convertirse en una especie de panacea o carta jockey en que puede
entrar todo y, por tanto, no ayuda a discernir, como muestran algunas
encuestas locales recientes en que se ha incorporado.7 Tienen un interés
especial las encuestas periódicas de Seligson (2001 y 2005, entre otras)
sobre cultura política porque nos muestran la evolución en el tiempo y el
contraste según la formulación de las preguntas. Al principio se había
optado por las categorías tradicionales con los siguientes resultados:

7 Por ejemplo, en una encuesta de PRONAGOB, PNUD y el ILDIS se preguntó “¿Qué origen étnico
considera que Usted tiene?”, con respuestas precodificadas según las categorías genéricas tradi-
cionales. El resultado general fue que un 16,8% se consideró blanco, un 66,8% se autoidentificó
como mestizo, un 16,1% dijo ser indígena, más un 0,3% que escogió “otro” o no respondió
(Calderón y Toranzo, coord., 1996: 164).

167
Xavier Albó

Los cambios más significativos, en la encuesta de 2004 y posterior al


Censo 2001, es el descenso de los “blancos” y el aumento de los “indíge-
nas”, que siguen de todos modos en niveles muy inferiores a los mestizos
(más los “cholos”, el término más oído en la calle y en conversaciones pri-
vadas pero el menos aceptado como propio). Pero lo más interesante es
que en 2004 se añadió también la pregunta del Censo 2001 sobre la auto-
pertenencia. Lamentablemente la publicación del estudio sólo dice que, en
total, un 74% dijo pertenecer a alguno de los varios pueblos originarios
sin desglosar el dato por pueblo (Seligson et al., 2005: 42-45). Sin embar-
go esa cifra total, superior incluso a la del Censo 2001, muestra ya el
resultado notablemente distinto que se logra con categorías genéricas o
con el nombre concreto de cada pueblo.
Algo parecido ocurrió en el Censo 2001 de Ecuador –el otro país andino
con mayores movilizaciones indígenas– que utilizó también las catego-
rías genéricas de los viejos censos, con los siguientes resultados: un
10,5% dijo ser blanco, apenas un 6,8% de autoidentificó como indígena,
más otro 2,2% negro, 2,7% mulato y un 0,3% “otros” y, en cambio, los
mestizos fueron un 77,4%. Es decir, al usar las categorías genéricas, se
corre un mayor riesgo de que todos se refugien en esa categoría mestiza
incluso en un país como Ecuador donde aquel mismo año el movimien-
to indígena estaba jugando un rol político protagónico.
Dentro de una política uniformizadora como la mexicana, que fue imita-
da por el primer MNR en Bolivia, la curva temporal de esta categoría
neutralizadora “mestizo” puede ayudar a ver el nivel de avance o retro-
ceso en esa línea. Pero, si lo que se pretende es construir un nuevo esti-
lo de sociedad pluricultural, como la que insinúa el Art. 1º de la actual
Constitución Política del Estado, parece más relevante el enfoque adop-
tado por el Censo 2001.
Queda, por supuesto, pendiente todo el asunto interpretativo sobre qué
entiende la población consultada cuando afirma ser “mestiza”, “indíge-
na”, etc. o cuando afirma ser miembro de un determinado pueblo origi-
nario. No se puede pedir mucha más precisión ni añadir preguntas acla-

168
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

ratorias en un censo nacional. Pero éste podría y debería ser el tema de


encuestas complementarias. En otra encuesta dirigida a 1.551 concejales
y alcaldes de todo el país, en la que se utilizó la misma pregunta (con un
64,5% que se autoidentificó con algún pueblo originario),8 se añadió
también una pregunta abierta con posibilidad de respuesta múltiple sobre
por qué había respondido sí o no. De los que dijeron no pertenecer a nin-
gún pueblo indígena u originario un 34% no añadió aclaraciones y los
demás las dieron por lo general muy escuetas, redundantes o poco ilus-
trativas. En cambio el 91% de los que dijeron pertenecer a algún pueblo
sí añadieron explicaciones. La mayoría se refiere a sus orígenes (naci-
miento 61%, ascendencia 42%, territorio 20%), a su idioma (15%) u
otros rasgos culturales (21%); pero es significativo que los que explici-
tan su idioma (15%) son muchos menos que quienes lo saben hablar
(83% de los que dicen ser miembros). Es decir, aunque la lengua sea un
buen indicador indirecto de la etnicidad, ni es indispensable ni es tampo-
co considerado el rasgo más significativo ni siquiera por la mayoría que
lo habla (Albó y Quispe, 2004: 37-38).
Aun sin disponer de este tipo de encuestas complementarias, el Censo
2001 tiene sobre los anteriores la ventaja de haber incluido tanto la pre-
gunta de autopertenencia como también dos preguntas sobre la lengua, lo
que nos ha permitido crear una categoría combinada de condición étnico
lingüística (o CEL), con una escala gradual de etnicidad entre un polo
más indígena (quechua, aymara, chiquitano) y otro menos indígena, a la
que hemos llamado la escala CEL. Se reproduce en el Cuadro 3.1.
En este Cuadro síntesis no hemos diferenciado cada pueblo originario
pero es importante recordar que el dato censal en que se basa sí lo hace.
Por otra parte, un rasgo clave de esta escala es que, al combinarse en ella
cuatro indicadores, se puede matizar mucho más el sentido y alcance de

8 El alto porcentaje de concejales y alcaldes indígenas se explica en parte porque el 87,9% de munici-
pios tienen menos de 25.000 habitantes y son mayormente rurales, con cinco concejales en cada uno
de ellos. Sólo un 4,7% va de los 50.000 habitantes hasta más de un millón, con nueve a 11 conce-
jales en cada uno.

169
Xavier Albó

170
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

la condición étnica. Así el polo 7 indica la máxima etnicidad indígena y


a la vez la máxima distancia del polo 0 no indígena y viceversa, mientras
que los valores 6 y 1 indican también la máxima etnicidad indígena o no
indígena pero con apertura al otro polo, siquiera a través del conocimien-
to de su otra lengua: son el ideal de interculturalidad, sin pérdida de lo
propio pero con apertura al otro distinto. Los demás valores indican otras
situaciones intermedias entre uno u otro polo.
Con esta escala gradual, se puede matizar también mucho más lo que
cada persona ha entendido al decir que era aymara, quechua o chiquita-
no (respuesta ‘sí’ a la primera columna, común a los niveles 7 a 4) o que
no se sentía miembro de ningún pueblo originario (respuesta ‘no’ en los
niveles 3 a 0). En los primeros, la gama va desde quienes, además de afir-
mar su condición aymara (quechua, entre otros), saben la lengua e inclu-
so la aprendieron en su primera niñez (niveles 7 y 6 con respuesta ‘sí’ en
las columnas 2ª y 3ª) hasta los que ni saben su lengua ni la aprendieron
de niños (nivel 4). Y, entre los que declaran no pertenecer a ningún pue-
blo indígena, la gama va desde los que ni siquiera saben alguna lengua
indígena (nivel 0) hasta los que la saben e incluso fue su primera lengua
en la niñez (niveles 2 y 3). Este nivel 3, aunque poco frecuente, tiene un
significado muy particular pues niegan su identidad a pesar de no saber
hablar siquiera castellano; se da sobre todo en algunas áreas rurales que-
chuas de Potosí y Chuquisaca.
Tal gradualidad lleva incluso a cuestionar la tendencia prevalente de
dejar zanjada de una manera tajante y dicotómica que unos son indíge-
nas (aymaras, yukis o chiquitanos) y otros no. Por eso en el cuadro
hemos señalado diversos puntos en que se podría trazar este corte pero
no nos pronunciamos por ninguno:
El primer corte, que pasa entre los niveles 5 y 4 dejaría como “más indí-
genas” a quienes declaran ser guaraní, quechua, mojeño o chiquitano, y
además saben la correspondiente lengua. Es decir, a los que están en los
niveles 7 a 5, arriba de este corte. Son el 48,2% de la población de 15 y
más años, a la que se aplicaron las cuatro preguntas.

171
Xavier Albó

El segundo, entre los niveles 4 y 3, es más amplio pues incorpora tam-


bién en el lado “indígena” a todos los que afirmaron pertenecer a algún
pueblo originario, aunque no hablen la lengua (nivel 4, además de los
anteriores). Son el 62,1%, equivalente a todos las que afirmaron su per-
tenencia a algún pueblo originario.
El tercero, entre los niveles 2 y 1, da un paso más al incorporar además en
la categoría “indígena” a quienes sin reconocerlo lo manifiestan por su
plena condición lingüística, pues hablan la lengua y además ésta fue la
primera que aprendieron en su niñez (niveles 3 y 2, además de los ante-
riores). Son el 65,85%.
Podría añadirse todavía un cuarto criterio meramente lingüístico, el único
que podía aplicarse en los censos de 1976 y 1992, por no haber incluido
otra pregunta. Correspondería a los niveles 7 a 5 más 3 a 1. En 2001 son el
56,5% de la misma población mayor de 15 años, o el 47,3% si se incluye
también a la población menor que respondió esta pregunta. Para mantener
su comparabilidad con los censos anteriores, éste fue también el criterio
básico que se utilizó en una primera publicación sobre la población indíge-
na según el Censo 2001, aunque en ella, por algunos ajustes no aclarados,
se menciona un 49,95% de indígenas (INE, UNFPA y VAI, 2003: 27).9
Sin embargo, el punto central es que, para el análisis, la escala CEL –con
su gama gradual de ocho combinaciones– es mucho más rica, concreta y
objetiva que una simple clasificación genérica de “indígenas” o, para el
caso, también de “mestizos” o “blancos”, sea cual fuere el criterio o
corte adoptado para ubicar a la población en alguna de esas tres catego-
rías genéricas.
Resulta particularmente revelador el nivel 4 dentro de la escala CEL,
correspondiente a quienes dicen pertenecer a algún pueblo indígena pero
9 En su trabajo para la Corte Nacional Electoral, Denise Arnold (2004: 137-147) basa sus cifras de
indígenas por municipio en este mismo criterio lingüístico ajustado tal como aparece en INE,
UNFPA y VAI (2003: 31-63; citado por la autora como Ramírez y otros 2003). Si se hubiera adop-
tado el criterio de autopertenencia, equivalente al segundo corte arriba mencionado, los porcentajes
habrían sido otros, como aparece pocas páginas después en la misma publicación de INE, UNFPA
y VAI (2003: 69-80). Ver también nuestro Anexo 1.

172
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

no saben ni supieron su lengua. Dicen pertenecer, por tanto, por algún


otro motivo, como los que vimos más arriba. Esta categoría es relativa-
mente poco significativa en el área rural (12,3%; y notablemente menos
en los departamentos andinos) pero pasa a ser la segunda más importan-
te (28,7%) en el área urbana, después de la categoría 0 con los no indí-
genas aislados (37,7%). Tiene también un aumento notable desde un
4,9% en la población más anciana, de 65 y más años, hasta un 20,5% en
el grupo de 15 a 19 años, los más jóvenes a quienes el censo preguntó su
pertenencia. Pero lo significativo es que sean tantos aquellos para quie-
nes, incluso en las ciudades y entre la población joven, la pérdida de la
lengua no implica rechazar su pertenencia a un pueblo originario, al
menos hasta ahora. Más aún, en muchos de los pueblos indígenas mino-
ritarios del oriente, esta es la categoría prevalente. Están, por ejemplo, en
esta situación el 62,8% de los que se consideran guaraní, el 89,0% de los
mojeños y el 93,9% de los chiquitanos, mientras que en los quechuas y
aymaras sigue por debajo del 20%.10
Dejemos claro que declararse miembro de un pueblo, indígena o no, aun
sin saber la lengua que lo caracteriza, no tiene nada de falaz ni anormal.
Es también la condición más habitual de pueblos muy conscientes de su
identidad, como los vascos y los irlandeses en Europa, muchos judíos
fuera de Israel o buena parte de los actuales mapuches en Chile. La len-
gua es un poderoso identificador étnico allí donde sigue siendo fuerte y
de uso universal. Pero nunca es la condición sine qua non de pertenencia
étnica y, en su ausencia, otros rasgos –como el territorio de residencia o
de referencia, la historia compartida, la religión o ciertos rituales, su
forma de organización, determinadas costumbres, comidas o incluso
ciertos giros y términos lingüísticos icónicos– pueden ocupar el lugar
simbólico que, para otros pueblos, tiene la lengua.

10 Nótese, con todo, que de momento la escala CEL sólo puede construirse para el pueblo guaraní,
cuya pertenencia y lengua se preguntó específicamente en el Censo. La lengua de los chiquitanos y
mojeños, a igual que la de otros pueblos nativos no especificados por la boleta censal, sólo se reg-
istró en la categoría reductiva “otro nativo”, por lo que no puede llegarse al nivel de cuantificación
que requiere esta escala CEL (Molina y Albó, 2006, cap. 7).

173
Xavier Albó

Como contrapunto o espejo de este nivel 4, veamos los niveles 3 y 2, que


tienen plenamente la condición indígena desde la perspectiva lingüística
–por hablar la lengua y haberla aprendido además como la primera en la
niñez– pero niegan pertenecer al pueblo indígena correspondiente. Es
decir, parecería que se avergüenzan de su identidad indígena. Lo sorpren-
dente es que actualmente son apenas un 3,8%, muchos menos que los del
anterior nivel 4. Es muy probable que años atrás, cuando todavía no exis-
tía la actual política de apertura a lo indígena, ellos habrían sido bastan-
tes más. Analizando más a fondo este grupo llama la atención que, den-
tro de él, más de una cuarta parte pertenece al nivel 3, es decir rechazan
su identidad indígena a pesar de seguir siendo monolingües en lengua
nativa sin hablar siquiera castellano. Su presencia es mayor en áreas rura-
les quechuas, sobre todo de Chuquisaca y de Potosí, llegando a ser en
este último departamento más de un tercio de todo el grupo.
En el nivel 1, hay todavía otro 4,6%, con aquellos que ni se consideran
indígenas ni dicen haber aprendido la lengua indígena de niños pero
ahora la hablan. Sólo en el cuarto corte, meramente lingüístico, segui-
rían clasificándose indígenas. Es, efectivamente, probable que bastantes
de ellos tengan cierto ancestro originario y que ello se refleje en el con-
texto familiar y comunal en que probablemente aprendieron la lengua
aunque sus padres les hablaran más en castellano. Pero entran también
aquí otros claramente no indígenas que aprendieron la lengua por razo-
nes de trabajo o residencia. En todo caso, aun sumando este nivel 1 más
los niveles 2 y 3, son bastantes menos (8,3%) que los del nivel 4 (13,9%),
sobre todo en el área urbana y en la población joven. Es decir, actualmen-
te son más los que dicen ser miembros de un pueblo aun sin conocer la
lengua que viceversa.

3.3. Aplicación a las circunscripciones electorales


El Anexo 1 muestra la pertenencia a cada pueblo originario en las cir-
cunscripciones electorales actualmente vigentes (julio 2005; ver el mapa
en Cordero 2005: 145) según la respuesta dada a sólo esta pregunta cen-
sal. Para facilitar su ubicación se añaden las principales provincias de

174
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

cada circunscripción. En ambos casos, las circunscripciones urbanas en


que se subdividen las nueve capitales departamentales del país más El
Alto de La Paz, y que con frecuencia tienen además una parte rural, se
presentan de manera conjunta para cada ciudad, por ser ésta la forma en
que están codificadas en las bases de datos del INE.
Por limitaciones existentes en la manera en que se formularon las pre-
guntas para los otros pueblos originarios,11 la escala CEL aún no se
puede aplicar a los otros pueblos minoritarios. De todos modos, más
abajo daremos algunas pistas sobre cómo es la condición lingüística de
ellos en las correspondientes circunscripciones.
Desde la primera perspectiva, el Cuadro 3.2. sintetiza por departamento
el número de circunscripciones en que haya mayoría absoluta de pueblos
originarios o de no indígenas.
En conjunto sólo en un tercio de las circunscripciones (23 ó 33,8%) hay
mayoría absoluta de no indígenas y apenas en la mitad de ellas éstos
superan el 70%. De ellas, sólo la C[ircunscripción] 32, en la zona central
de la ciudad de Oruro, está en pleno territorio colla; las demás, incluida
buena parte de la C5 de Chuquisaca, están en tierras bajas.
Todas las demás circunscripciones, incluidas las urbanas andinas, tienen
mayoría absoluta indígena. Prevalecen, naturalmente, las andinas con pre-
dominancia quechua o aymara, según la región o incluso una mezcla de
ambas lenguas, sobre todo en las urbanas de La Paz, Oruro y
Cochabamba. Más aún en 28 de ellas (o 41,2% del total nacional), inclui-
das todas las de El Alto y algunas otras urbanas, el porcentaje quechua y/o
aymara supera el 70%; es decir, no erraríamos mucho si las definiéramos
como circunscripciones “indígenas”, aunque todavía no guarden plena
correspondencia con las jurisdicciones de ayllus y marcas originarios pro-
puestas a la Corte Nacional Electoral por el Bloque Indígena.12 Parecería
ser que estos pueblos andinos pueden ya lograr su propia representación

11 Ver la nota anterior.


12 Comparar el mapa de circunscripciones electorales y el de las circunscripciones indígenas especiales,
propuestas por el Bloque Indígena, en los Anexos 2 y 3 de Cordero (2005) y en Arnold (2004: 58).

175
Xavier Albó

176
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

electoral y como constituyentes, incluso con sus propios candidatos no


vinculados a partidos políticos, sin necesidad de que se establezcan allí en
lo inmediato jurisdicciones electorales diferenciadas para ellos superan-
do a la vez en ellas todos los problemas previsibles de duplicación del
voto. Ello no sería óbice para que más adelante, y a través de procesos
ulteriores como la Asamblea Constituyente, las actuales jurisdicciones
electorales u otras puedan adecuarse mejor a su propia organización étni-
ca (Albó, 2005).
En cambio entre los pueblos originarios de tierras bajas sólo la C58, al
este de Santa Cruz, alcanza a tener mayoría de un pueblo originario, en
este caso, el chiquitano. Hay otras dos –la C57 de Santa Cruz y la C62
del Beni– en que los no indígenas son también minoría pero ningún pue-
blo indígena oriental tiene la mayoría absoluta; sumándolos a todos tam-
poco la lograrían a no ser que se les añadan los inmigrantes collas, de ori-
gen mayormente quechua. En estas regiones orientales parece, por tanto,
más urgente la creación de algunas circunscripciones especiales, proba-
blemente discontinuas, que permitan asegurar su presencia, por ejemplo,
en la Asamblea Constituyente.
El Anexo 2 da un paso más y detalla cómo se distribuye la escala CEL
quechua, aymara y guaraní sólo en aquellas circunscripciones uninomi-
nales que, según el Censo 2001, tenían por lo menos un 10% de perso-
nas mayores de 15 años vinculadas con alguno de estos dos pueblos. Las
categorías o valores CEL 7 a 2 de cada circunscripción están en las filas
horizontales, como en porcentajes sobre el total de la población total
mayor de 15 años en cada circunscripción.
Se distribuyen en tres bloques verticales. En el primero –con los valores
7 a 4– están todos y solos los que señalaron autopertenencia a alguno de
estos tres pueblos originarios. En el segundo –con los valores 3 y 2–
siguen los que niegan su autopertenencia pero pueden considerarse vin-
culados a cada uno de estos pueblos según el criterio lingüístico pleno
(hablan la lengua y la aprendieron de niños). En el tercero se resume el
porcentaje total que en cada circunscripción y departamento es quechua,

177
Xavier Albó

aymara o guaraní de acuerdo a los mismos dos cortes: el que prioriza la


pertenencia (7-4, como en el Anexo 1), y el que añade también a los que,
sin reconocerlo, cumplen plenamente la condición lingüística (7-2). Lo
más nuevo aquí es este último total (7-2).
De esta forma este anexo sintetiza las cifras más actualizadas para cada
uno de estos tres pueblos dando además la oportunidad de saber bajo
qué condiciones étnico lingüísticas se puede considerar que son o parti-
cipan de más o menos elementos de esta identidad específica quechua,
aymara o guaraní.
Una primera constatación es que, por lo general, los quechuas tienen pro-
porciones mucho más altas que los aymaras en el nivel 7 (plenamente
quechuas –o aymaras– y sin castellano). A nivel nacional el porcentaje
dentro de los quechuas es más del doble (7,8% vs. sólo un 3,3% de los
aymaras). Pero en algunas circunscripciones rurales los quechuas de este
nivel categoría 7 son a veces incluso más del 50% de la población (por
ejemplo, en el Norte de Potosí: C41, Chayanta, con 63,4%; y C40 y C42,
añadiéndole los aymaras). Si a esta categoría se le unen la 6 y la 5, que
juntas forman el corte étnico más exigente, que tiene conciencia de per-
tenencia y además saben la lengua (niveles 7-5), entran aquí con un altí-
simo porcentaje la inmensa mayoría de las circunscripciones rurales de
la región andina tanto quechua como aymara.
Pero al mismo tiempo los quechuas tienen también una mayor propor-
ción que, hablando su lengua desde niños, no reconocen su identidad
(2,3% vs. 1,1% de los aymaras; ver los niveles 3 más 2). La proporción
mayor, por encima del 6% se encuentra en los quechuas de áreas más
expuestas a otras culturas, como los del Chapare (C27 y C28), el Valle
Alto de Cochabamba (C30) o la frontera con Argentina (C44).
En las circunscripciones urbanas estos niveles 7-5 más exigentes siguen
agrupando a la mayoría absoluta de La Paz y El Alto, para los aymaras,
y de Sucre y Potosí, para los quechuas. Pero en el caso de Cochabamba
y Oruro hay que tomar en cuenta, además, a los que están en la catego-
ría 4 (por sólo autopertenencia, sin lengua) para que superen el 50%.

178
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Pero son también estas circunscripciones urbanas las que tienen propor-
ciones más altas en el nivel 4 (se sienten quechuas o aymaras pero ya no
saben la lengua), con un máximo del 18,7% en los aymaras de la ciudad
de La Paz y un cercano 16,4% en los de El Alto.
Sólo en algunas circunscripciones que incluyen la frontera quechua/cas-
tellano o están en áreas de inmigración de Santa Cruz y Tarija, estos dos
pueblos andinos son minoritarios aunque superando el 10% y, en las C56,
C57 y C60 de Santa Cruz, el 20%.
En cuanto a los pueblos orientales del Oriente, las restricciones de la
boleta censal 2001 sólo permiten generar la escala CEL para el pueblo
guaraní. Este sólo supera el 10% en la C5 y C59, en el Chaco de
Chuquisaca y Santa Cruz respectivamente y ambas tienen además un
buen porcentaje de inmigrantes quechuas. En ellas el pueblo guaraní se
concentra sobre todo en el nivel 6 (plenamente guaraní y a la vez abier-
tos por saber también castellano) seguido de cerca por el nivel 4 (se sien-
ten guaraní pero ya han perdido la lengua).
Aun sin poder construir la escala detallada para los otros pueblos mino-
ritarios del oriente, ya podemos adelantar que en las C58 y C57, con alta
presencia chiquitana, predomina claramente el nivel 4 (salvo en el muni-
cipio de San Antonio de Lomerío donde hay también los niveles 6 y 5).
Lo mismo ocurre con los mojeños, baures, movimas y otros del Beni
(C62, C63 y C65). En cambio, buena parte de los guarayos que están en
la misma C57 están más bien en los niveles 7-5 a igual que algunos pue-
blos muy minoritarios como los ayoreos de la C57, C58 y C59 o los chi-
manes de la C62.

3.4. Resumen
De lo visto en toda esta sección se concluye que, tomando en cuenta el
criterio substancial de autoidentificación privilegiado por el Art. 1º del
Convenio 169 de la OIT, no hay duda que Bolivia es y sigue considerán-
dose un país mayoritariamente indígena no sólo en el área rural andina
sino también en todas las ciudades andinas, con minorías significativas

179
Xavier Albó

también en otras regiones. El gran esfuerzo realizado por el Estado del


52 para borrar estas identidades no logró su objetivo.
Ello ocurre a pesar de que, a lo largo de los años, se ha estado dando un
descenso en el porcentaje que sabe hablar la lengua indígena, sobre todo
por las masivas emigraciones a las ciudades. Pero estos y otros cambios
nos recuerdan también que no todos los indígenas son iguales. Al combi-
nar la autoidentificación con las destrezas lingüísticas se nos abre ya una
amplia gama de variedad dentro de esta condición étnica. La gama sería
todavía mayor si entráramos a detallar la incidencia de otros rasgos cul-
turales, algo difícil de cuantificar en un censo, o incluso precisar los luga-
res de residencia y de nacimiento, que pueden indicar una mayor o menor
vivencia de la propia cultura, la adscripción o no a un territorio y, de ahí,
a una jurisdicción y organización.
En consecuencia, resulta siempre algo ambiguo, si no arbitrario, colapsar
o uniformar esta variedad en una única categoría “indígena”, como lo
sería también hacerlo con las categorías “mestiza” o “blanca” y lo será
siempre querer trazar líneas divisorias entre ellas. Con miras a delinear
políticas y estrategias públicas, como la superación de la pobreza, la edu-
cación intercultural bilingüe o el cumplimiento de otros derechos de los
indígenas, tomar en cuenta el abanico local de variedad será siempre más
útil que un encasillamiento en sólo las categorías genéricas.
Por otra parte, sigue siendo cierto que hay derechos éticos e históricos
que se aplican a determinados pueblos por su condición “indígena”, tal
como fue definida ya, por ejemplo, en el tantas veces citado Convenio
169 de la OIT (ver sección 1.2.). Estos derechos específicos nos dan a su
vez la pista sobre cómo se podría delinear mejor el modelo de ciudada-
nía pluricultural, es decir, en qué podría consistir una plena ciudadanía
que a la vez tome en cuenta estas legítimas diferencias entre grupos étni-
cos en este país multiétnico y pluricultural sin imponerle modelos traídos
del grupo y cultura dominante de una manera etnocéntrica.
Para precisar a quiénes se refieren los derechos específicos más funda-
mentales de los pueblos indígenas y originarios parece que el corte míni-

180
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

mo indispensable –como subraya también el mismo Convenio 169– es el


de la propia percepción de los interesados. Es decir, hay que reconocer
efectivamente como indígenas a todos los que se definieron como miem-
bros de un pueblo indígena u originario en el Censo 2001. Dentro de la
escala CEL, se trataría de los que están en los niveles 7 a 4. No parece-
ría tampoco desatinado incluir además en este grupo a quienes, sin expli-
citar (ya o, quizás más probablemente, todavía) esta pertenencia, la mani-
fiestan en el hecho de tener plenamente la condición lingüística de un
pueblo originario, incluso como la primera aprendida en la niñez (nive-
les 3 y 2 de la escala CEL). Pero aquí nos limitamos a subrayar lo míni-
mo indispensable.
Lo que en tal caso habrá que aclarar, a nivel operativo, es qué derechos
se reclaman o conculcan más a qué niveles o situaciones y qué se aplica
a qué niveles y no a otros. Por ejemplo, hay derechos y deberes que asu-
men una condición rural que ni define actualmente el carácter indígena
ni muestra la situación predominante en muchos pueblos indígenas u ori-
ginarios. Esta será nuestra tarea en las siguientes secciones, que se refie-
ren a la ciudadanía y derechos de los pueblos indígenas u originarios.

4. Ciudadanía desde la perspectiva indígena


El documento de María Teresa Zegada, en este mismo volumen, ya se
refiere a la evolución histórica de la ciudadanía en nuestro país en términos
generales, que afectan también a sus pueblos indígenas originarios. Aquí nos
fijaremos sobre todo en cómo ésta puede ser percibida desde la perspectiva
de los indígenas, que han sido los más marginados por el Estado en este
punto. El hilo conductor es su reiterado sentimiento de ser considerados sólo
“ciudadanos de segunda clase” y su lucha para ir revertiendo esta situación.

4.1. Muchas obligaciones y pocos derechos


Desde el establecimiento de la Colonia los españoles reinterpretaron el
principio de la reciprocidad, que regulaba en gran medida la vida privada
y pública sobre todo en la sociedad andina, como una especie de intercam-
bio de favores obligatorios entre las comunidades indígenas y el régimen

181
Xavier Albó

colonial. Al nivel público las primeras aportaban tasas, la mita minera y


otras prestaciones, a cambio de las cuales recibían el reconocimiento de
sus tierras. A su vez, dentro de la comunidad o ayllu, quienes habían pres-
tado ya adecuadamente este tipo de prestaciones, más otras internas den-
tro del propio gobierno comunal, recibían también el debido reconoci-
miento y prestigio dentro de ella, incluyendo el derecho al usufructo de
determinadas parcelas para cultivo y áreas de pastoreo, dentro de un com-
plejo sistema de tenencia, y el derecho a utilizar los diversos servicios
comunales incluida la administración de justicia. De alguna manera este
estilo de prestaciones obligatorias de servicios a cambio de ciertos reco-
nocimientos se extendió también a otros niveles, como las relaciones con
la Iglesia o con los patrones de hacienda. Este sistema perduró después de
la Independencia aunque, como resultado de la expoliación ya menciona-
da de tierras comunitarias, hasta 1952 se concentró cada vez más en las
relaciones entre peones indígenas y patrones (o sus mayordomos).
En este contexto se entiende mejor el concepto tradicional jurídico andi-
no colonial de persona, préstamo castellano que sólo parcialmente
corresponde a los términos jaqi (en aymara) o runa (en quechua) y que
sigue utilizado hasta ahora en muchas comunidades. Este préstamo andi-
no, a diferencia de su raíz castellana, no se refiere tanto a cualquier indi-
viduo o ser humano sino sobre todo al que (o, mejor, a la pareja13 que)
ya es sujeto de prestaciones obligatorias, con los subsiguientes derechos
que ellas conllevan, como el de tener acceso a tierra comunal.
Por eso mismo, algunos que se acercan a una comunidad sólo como tra-
bajadores o mink’as no llegan a ser reconocidos como personas, propia-
mente dichas, sino a lo más como uta wawas (‘niños de la casa’ en ayma-
ra) o quizás, si tienen cierto acceso precario a la tierra comunal, arriman-
tes, kantu runas (gente del ‘canto’ o marginales en quechua). Dentro de
los ayllus y comunidades originarias se escucha también hasta ahora la

13 En aymara ‘casarse’ se dice jaqichasiña ‘hacerse persona’. Por esa misma lógica si un visitante pre-
gunta cuántas personas viven en una comunidad no se le responde con el número de habitantes sino
con el de jefes de familia, sujetos de obligaciones y derechos comunales.

182
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

distinción entre dos grupos de “personas”, a saber, los originarios y los


agregados. El segundo término hace referencia a los cambios de comu-
nidad o ayllu debidos con frecuencia, en la época colonial, a su intento
de librarse de la mita minera. Tenían efectivamente menores cargas tri-
butarias pero también era menor su usufructo de tierra comunal y, en
algunos lugares, hasta hoy sólo pueden acceder a cargos menores. En
esta misma línea, en muchas comunidades andinas, e incluso en hacien-
das, hasta la época de la Reforma Agraria se hablaba no sólo de personas
sino también de medias personas o de collarados, es decir, dos o más
hermanos u otros parientes cercanos que juntos cumplían las obligacio-
nes de algún antepasado cercano (que antes era una única persona) y, con
ello, compartían la parte correspondiente de la tierra heredada.
Con el correr de los años, esta persona llega de alguna manera a ser
comunario pleno y consagrado, gracias a haber recorrido un largo “cami-
no” (thakhi en aymara) de servicios prestados, que van pasando por un
proceso a la vez rotativo y ascendente de los cargos más duros y onero-
sos a los más prestigiosos. En muchas partes uno de estos cargos rotati-
vos sigue siendo hasta hoy el de desempeñarse como autoridad máxima
comunal, sea con nombres tradicionales como jilaqata, mallku o kuraka,
o con otros nuevos como sintikatu o secretario general del sindicato
agrario. Pero otro cargo clave es ser pasante o preste de la fiesta princi-
pal, con sus subsiguientes consecuencias civiles. Se cuenta todavía en
ayllus del Norte de Potosí que, después que un comunario ha cumplido
este cargo en la fiesta local, viaja hasta la Prefectura de la capital para
dejar constancia escrita de haber cumplido ya este servicio, lo que le
garantiza –en reciprocidad– el acceso a algunas parcelas llamadas tasa
jallp’a (‘tierras de tasa’ en quechua).
Durante la República surgieron otras nuevas obligaciones concebidas en
esta misma lógica. Una de las que ha sido objeto de mayores debates es
la llamada prestación vial –es decir un trabajo comunal obligatorio anual
de uno o más días para la limpieza de caminos públicos después de las
lluvias– sobre la que se extendía cierta boleta que daba a los comunarios
mayores facilidades de circulación fuera de su comunidad. En el vecino

183
Xavier Albó

Perú significativamente ésta y otras prestaciones públicas semejantes


reciben a veces el nombre de república. Otra innovación, y una de las más
onerosas dentro del camino de cargos comunales, es servir a la comuni-
dad como alcalde escolar, cargo que en muchos casos ha sido semejante
a un período de pongüeaje en beneficio de los maestros de la escuela.
Nótese que, con esa ampliación y subordinación de cargos comunales al
interés del poder estatal, títulos y cargos de amplia trayectoria y prestigio
cultural fueron adquiriendo sentidos mucho menos agradables. Así, en
las haciendas andinas los kurakas o jilaqatas eran simplemente capata-
ces o jefes de cuadrilla seleccionados por el mayordomo de entre los peo-
nes para dirigir sus trabajos. O los alcaldes escolares recibieron el histó-
rico y pomposo nombre de amawt’as escolares. Asimismo, en el mundo
guaraní, los mburuvicha o autoridades tradicionales locales, llamadas
también capitanes muchas veces debían ser reconocidos por el coman-
dante del cuartel más cercano y a veces se transformaban en los engan-
chadores locales para llevar a su gente a la zafra azucarera en Santa Cruz.
Puede sorprender al lector que tratemos toda esta letanía de obligaciones
y prestaciones en este acápite de ciudadanía. Pero, lamentablemente, ésta
fue la transformación perversa que, arrastrada ya desde la Colonia, per-
sistió e incluso se amplió durante buena parte de la República pese a que
ésta decía basarse en los grandes principios igualitarios de las reformas
liberales. Si los miembros de los pueblos indígenas llegaban a ser perso-
na y adquirir con ello ciertos derechos, ello era siempre visto como la
recompensa recíproca por el cumplimiento de estos servicios onerosos.
En particular, tener y consolidar el acceso a parte de la tierra comunal (o
a ciertas parcelas dentro de la hacienda) o incluso a recibir justicia en sus
querellas, venía a ser como un ayni asimétrico por sus servicios no sólo
a la comunidad sino también a otros niveles superiores extracomunales
como el Rey primero y, después, el Estado republicano, por no hablar del
cura ni del patrón.
Más aún. Hay que entender dentro de esta misma lógica incluso el cum-
plimiento rural del servicio militar, formalizado sobre todo a partir de los

184
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

gobiernos liberales de principios del siglo XX y obligatorio hasta el día


de hoy. En la práctica, desde la perspectiva comunal, se ha convertido en
uno de los primeros y más duros peldaños, dentro de este largo camino
de prestaciones, que habilita al joven egresado del cuartel para casarse en
la comunidad, recibir tierras en ella y llegar a ser así persona. Viene a ser
la nueva mita. Pero al mismo tiempo este servicio militar es visto tam-
bién, a igual que antes la mita colonial pero ahora de manera mucho más
explícita, como el camino de ciudadanía. Llegada la época del licencia-
miento de los cuarteles es común escuchar en las radios aymaras y que-
chuas anuncios de fiestas organizadas por los familiares de estos jóvenes
a los que llaman machaq o musuq (‘nuevo’ en aymara y quechua respec-
tivamente) ciudadano. Es decir, se considera todavía que la ciudadanía
se logra con el cumplimiento de este nuevo tributo en forma de un año
de servicio militar.
Resulta una paradoja llena de simbolismos colonialistas el que estos
jóvenes indígenas más marginales se sientan ciudadanos precisamente
por haber servido a la vez como potencial carne de cañón y como los
principales defensores de una patria que nunca les acaba de reconocer
como ciudadanos de primera.14 Entre tanto la mayoría de los no indíge-
nas de clase media y alta, de donde provienen la mayoría de parlamenta-
rios y demás autoridades estatales, escabullen esta obligación constitu-
cional comprando simplemente su libreta militar.

4.2. El lento tránsito hacia el reconocimiento de sus derechos


Recién desde la segunda mitad del siglo XIX los propios indígenas
empezaron una campaña más proactiva en defensa de su derecho a la tie-
rra, amenazado por la agresiva expoliación iniciada por Linares y
Melgarejo y muy acelerada después de la Guerra del Pacífico. Se fue

14 En la Guerra del Chaco pasó algo semejante pero aún más paradójico a los hombres de las comu-
nidades guaraní que de golpe se encontraban en medio del conflicto. Fueron obligados a servir como
zapadores para guiar y abrir caminos en medio del monte, pero al mismo tiempo fueron tomados
como sospechosos o espías por ambos bandos por el hecho de saber la lengua de los paraguayos.

185
Xavier Albó

aglutinando para ello una red de autoridades comunales incluso desde


antes del bien conocido líder Zárate Willka. Este enfoque creció después,
a partir del hoy llamado movimiento cacical de los años 1920 y siguien-
tes, que añadió al reclamo de tierras el reclamo del derecho a escuelas
(Choque, 1992).
La Revolución Nacional de 1952 añadió el derecho al voto universal
incluso para mujeres y analfabetos, lo que en la práctica favoreció sobre
todo a los pueblos indígenas que no habían insistido mucho en ello en sus
luchas previas. Con el tiempo este derecho ha sufrido también su propio
deterioro operativo, primero por el sistema hoy ya superado de papeletas
separadas impresas y distribuidas por cada partido, muchas de las cuales
se impedía que llegaran al campo, y los doce años de dictadura;15 años
después, por otros frenos indirectos en el campo como la falta de inscrip-
ción o la distancia a recorrer hasta las mesas electorales, sobre todo en
las tierras bajas.
Otro derecho logrado con el Estado del 52 es la posibilidad de ser nom-
brados y/o reconocidos por el Estado para ocupar cargos administrativos
locales como corregidor o registro civil. No faltan lugares, sobre todo en
las tierras bajas, donde se ha mantenido una fuerte subordinación de las
comunidades y autoridades indígenas tradicionales frente al corregidor
blanco. Pero en otras partes, como el altiplano aymara, aunque de suyo
se trata de cargos a ser nombrados por la autoridad estatal no indígena,
no es raro que lo haga a partir de ternas o procesos previos de nombra-
miento internos de las comunidades.
Más duro ha sido lograr el derecho de poder ser elegidos además de ele-
gir, debido a tener que hacerlo a través de los partidos legalmente reco-

15 La manipulación por ambos factores fue particularmente notable en las primeras elecciones de
1978, cuando se estaban derrumbando doce años de dictadura. Se documenta en detalle en Alcoreza
y Albó (1979). Un botón de muestra: en Vacas, Cochabamba, los vecinos del pueblo entregaban a
los votantes del campo la papeleta ya dentro de sobres cerrados y, si alguno se animaba a protestar,
le contestaban: “¿Acaso no sabes que el voto es secreto?” (p. 127-129). Pocos pensarían que veinte
años después el alcalde y la mayoría de concejales de este pueblo ya serían comunarios quechuas
del contorno (Albó, comp. 1999: 139; Albó y Quispe, 2004: 172).

186
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

nocidos por la Corte. No faltaron algunos elegidos que formaron incluso


la “brigada parlamentaria campesina” del MNR ya en los años 50. Al
retorno de la democracia en 1978 hubo también los primeros partidos
kataristas, con sus pocos diputados, más algunos otros que se arrimaron
a partidos tradicionales, en los que pronto o se alienaban o se sentían
incómodos. Esa fue también la vía por la que el antiguo katarista Víctor
Hugo Cárdenas llegó a la vicepresidencia en 1993, de la mano del MNR.
La siguiente movida, a partir de las nuevas reglas del juego creadas por
la Ley de Participación Popular (1994), fue la participación del nuevo
partido entonces llamado ASP (Asamblea Soberana del Pueblo), en las
elecciones municipales de 1995. Tipificado como partido “cocalero” por
la oposición y por la prensa, no logró ser legalizado por la Corte
Nacional Electoral pero se arrimó al deteriorado partido IU (Izquierda
Unida), ya legal, con un notable éxito en todo el campo de Cochabamba,
dentro y fuera de la región cocalera. Se animaron con ello a lanzarse tam-
bién a las elecciones generales de 1997, con un éxito más relativo por
cierta división interna y por no tener aún cobertura nacional. Finalmente
en 2002, en una nueva coyuntura y ya con la nueva sigla MAS
(Movimiento al Socialismo) –inicialmente prestada de un moribundo
partido de origen nada menos que falangista– lograron quedar segundos,
a sólo un 1,5% del primero. Esta vez se presentó también otro partido
indígena, el MIP (Movimiento Indígena Pachakuti) con su propia perso-
nería ante la Corte Nacional Electoral, conseguida en un tiempo récord.
Juntando los diversos parlamentarios indígenas se acercaban ya al tercio
del Parlamento, algo inaudito en el país (Albó 2002b). Este éxito logra-
do en un medio jurídico poco favorable, junto con los movimientos
sociales de octubre 2003 que forzaron un cambio de Presidente, allana-
ron el camino para que finalmente, en 2004, se abriera el “candado” y
una enmienda constitucional permitiera la presentación de candidatos
presentados por las propias organizaciones indígenas sin necesidad de la
anterior mediación partidaria.
La presión desde las bases y sus organizaciones para conseguir el reco-
nocimiento de sus derechos se ha extendido a otros muchos ámbitos,

187
Xavier Albó

sobre todo a partir de la restauración de la democracia en 1978. Pero aquí


lo ilustraremos sólo con la evolución de sus demandas en torno al dere-
cho a la tierra, que siempre se ha considerado tan fundamental.
Más allá de las luchas ya señaladas desde el siglo XIX y de la Reforma
Agraria de 1953, una de las más fuertes y articuladas expresiones ulterio-
res de tan persistente demanda fue el llamado Anteproyecto de ley agra-
ria fundamental de la Confederación Única de Trabajadores Campesinos
de Bolivia (CSUTCB, 1984). Su texto fue objeto de una larga delibera-
ción en talleres por todo el país desde 1982 y fue finalmente presentado
al flamante gobierno democrático de Hernán Siles Suazo en 1984. Pero
jamás llegó a ser seriamente tratado en el Parlamento. Fue este antepro-
yecto el que por primera vez, aun sin referirse explícitamente al tema de
los territorios indígenas, planteó la figura de un “derecho originario” de
las comunidades a su tierra y recursos naturales, por existir desde antes
de la creación del Estado.16
Más adelante fueron las flamantes organizaciones indígenas de tierras
bajas, aglutinadas desde 1982 en la Confederación Indígena del Oriente,
Chaco y Amazonía de Bolivia (CIDOB)17 las que acabaron de elaborar el
concepto y demanda de territorios indígenas, con este mismo carácter
originario. Este fue ya un tema clave del Memorial que la CIDOB pre-
sentó al Presidente de la República a fines de 1987 y el lema central de
su célebre “Marcha por el territorio y la dignidad” de 1990.
Finalmente, tras una serie de marchas masivas de todas las organizacio-
nes campesinas indígenas desde todos los rincones del país hasta la sede
de gobierno y en una coyuntura en que el aymara Víctor Hugo Cárdenas
era Vicepresidente y, como tal, Presidente nato del Congreso, este asun-
to llegó a incorporarse en la nueva Constitución Política del Estado
(1994) y en la llamada Ley INRA (1996), bajo el eufemismo de “tierras
comunitarias de origen” o TCO. Con todo, en esta ley ya se aclara que
dicho término equivale al de “territorio indígena” utilizado en el

16 Ver una síntesis de sus propuestas en Albó y Barnadas (1990: 274-277).


17 La sigla ha sido interpretada de varias maneras desde la fundación de esta organización.

188
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Convenio 169 de la OIT, ratificado por el Estado boliviano en 1991, pre-


cisamente en el contexto de las negociaciones generadas por la mencio-
nada marcha indígena de 1990.
Pero este dato nos muestra que por entonces ya había una creciente con-
fluencia entre esta presión interna desde los movimientos indígenas, con
sus aliados, y la presión externa desde algunas instancias internacionales,
coincidiendo ambos en la necesidad de reconocer los derechos indígenas.
Completemos pues la panorámica desde esta otra vertiente.

4.3. Avances a niveles internacionales


La construcción de la ciudadanía indígena no es ni mucho menos una
problemática local, como muestra la excelente panorámica latinoameri-
cana realizada por Álvaro Bello (2004) para la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (CEPAL). Este autor concluye que:
“se trata de una lucha ciudadana, porque más que de rebeliones separa-
tistas, conflictos o estallidos anómicos... apelan a la profundización de la
democracia y la participación...
Tal vez lo más importante de esto es que los movimientos indígenas
demandan no sólo la restitución de sus bienes materiales... sino también
autonomía territorial y autodeterminación, derecho a mantener y expre-
sar sus identidades colectivas... reconocimiento constitucional como
pueblos indígenas” (pp. 13-14).
Esta lucha va también mucho más allá de nuestro continente y ya ha
hallado eco en las propuestas provenientes de organismos internaciona-
les, regularmente vinculados directa o indirectamente al sistema de
Naciones Unidas. Estas últimas, a diferencia de las demandas de los
movimientos populares, se expresan más en términos jurídicos, cuidan-
do mucho el alcance de cada concepto para poder ser aceptados por los
diversos Estados miembros de sus organizaciones. Veamos su evolución
y estado actual.

189
Xavier Albó

Uno de las primeras manifestaciones del interés actual de los organismos


internacionales por la temática indígena fueron los estudios de la OIT, ya
en 1921, sobre las condiciones laborales de indígenas en las colonias.
Más cerca de nosotros, en los años 1950 fue también importante el
esfuerzo de diversas agencias de las NN UU en la llamada Misión
Andina, orientada a las poblaciones indígenas andinas de Bolivia, Perú y
Ecuador, caracterizadas por su alta pobreza. De ahí surgió la solicitud a
la OIT para que preparara un convenio que cubriera estos y otros muchos
aspectos sobre estos pueblos. Nació así el Convenio 107 aprobado en
1957 y ratificado por más de 30 países, incluidos 16 de América Latina
(Leary, 1999: 11-12).
En 1970, en el marco de la Convención de las NN UU sobre la elimina-
ción de todas las formas de discriminación social (1965),18 la
Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de
Minorías, encargó al ecuatoriano Martínez Cobo el “Estudio sobre discri-
minación de pueblos indígenas”, del que se publicaron cinco volúmenes
entre 1981 y 1986. Uno de los primeros resultados de este esfuerzo fue la
creación, en 1982, del Grupo de Trabajo sobre Pueblos Indígenas, dentro
de la Subcomisión de Derechos Humanos, al que se encargó la redacción
de un borrador de “Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos
Indígenas”. Entre 1985 y 1993 se trabajó en dicho borrador que fue final-
mente aprobado por la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones
y Protección de Minorías en 1994 y desde entonces, conjuntamente con la
Comisión de Derechos Humanos y un nuevo Grupo de Trabajo, se ha
estado gestando su aprobación ante la Asamblea General, en el contexto
del Decenio de los Pueblos Indígenas (1995-2004). Pero, transcurrido
dicho decenio, la aprobación sigue pendiente (Fondo Indígena, 2005).
De manera complementaria, en 1986 la OIT empezó a trabajar en un
nuevo convenio que actualizara el de 1957, demasiado asimilacionista,
colocando un mayor énfasis en los derechos colectivos de estos pueblos
indígenas. Nació así el Convenio 169, aprobado por la Asamblea de la

18 Ratificada por Bolivia mediante el Decreto Supremo Nº 9345 de 1970 y la Ley 1978 de 1999.

190
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

OIT en 1989 y ratificado hasta fines del 2004 por 17 países, de los que
12 son latinoamericanos. Este es el principal instrumento jurídico produ-
cido hasta ahora a nivel internacional, con carácter vinculante para los
países que lo ratifiquen. Bolivia fue el tercer país latinoamericano (y el
cuarto mundial) que lo ratificó, mediante la Ley 1257 de 11 de julio de
1991, y el Convenio ha sido también ratificado por la mayoría de países
latinoamericanos con población indígena.19
Existe, por otra parte, un Proyecto de Declaración Interamericana de los
Derechos de los Pueblos Indígenas, de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), cuyo borrador fue trabajado entre 1992 y 1995, en
que fue aprobado por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. Tras consultas con los Estados, en 1997 se aprobó una versión
revisada pero hasta ahora no se ha logrado la aprobación de la Asamblea,
a la que se ha presentado también un proyecto alternativo más restricti-
vo (Fondo Indígena, 2005: 45-48, ver nota 84).
Aparte de estos instrumentos ya aprobados o en elaboración, orientados
de manera explícita a la población indígena, existen también otros
muchos indirectamente vinculados a ella e igualmente suscritos por
Bolivia (ver Ministerio de Asuntos Indígenas y Pueblos Indígenas-
MAIPO, 2005). Cabe también mencionar de manera muy particular la
Declaración y subsiguiente Programa de Acción de Durban, con ocasión
de la Conferencia Mundial contra el racismo, la discriminación racial, la
xenofobia y las formas conexas de intolerancia, de 2001 (MAIPO, 2005:
122-149) y la Declaración universal sobre la diversidad cultural, de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO, 2001), sobre la que se está trabajando actualmente
para darle también la forma de convenio, con mayor peso jurídico para
los países que los suscriban.
19 El primer país en ratificarlo fue Noruega (1990) seguido pronto por México (1990). Los otros país-
es latinoamericanos son, por orden cronológico, Colombia (1991), Bolivia (1991), Costa Rica
(1993), Paraguay (1993), Perú (1994), Honduras (1995), Guatemala (1996), Ecuador (1998),
Argentina (2000), Venezuela (2002) y Brasil (2002). Los rezagados más notables son Panamá (que
ratificó el anterior Convenio 107 de 1957 sobre el mismo tema y, por tanto, lo mantiene vigente),
Chile y Nicaragua, que ni siquiera habían ratificado el Convenio 107.

191
Xavier Albó

Para otros organismos internacionales el tema indígena es prioritario


sobre todo desde sus perspectivas menos específicas. Son muchos, por
ejemplo, los que ponen un particular énfasis en los indígenas ante todo
por ser un grupo humano más afectado que otros por el problema de la
pobreza y otros conexos, como la salud y la educación, en particular en
los sectores más vulnerables como las mujeres y la niñez –temas sin duda
fundamentales– y ponen entonces menos énfasis en los derechos especí-
ficos de su condición indígena propiamente dicha.

5. Las grandes vertientes de los derechos indígenas


La anterior panorámica ya nos muestra que, en realidad, existen dos gran-
des vertientes en la consideración de los derechos indígenas. Una más genéri-
ca, que consiste en el esfuerzo especial que todos debemos hacer para que este
grupo humano ya no quede relegado y marginado con relación a los demás, y
otra más especifica que les hace objeto de ciertos derechos particulares por su
misma condición de indígenas u originarios. Por la primera vertiente se busca
que lleguen a tener igualdad de oportunidades. Por la segunda, se añade que
ello debe ocurrir sin vulnerar su derecho específico a seguir siendo cultural-
mente diferentes. En suma, tienen el derecho a ser iguales pero distintos.

5.1. El derecho a ser iguales


Este primer paquete queda muy bien expresado por el Art. 1º del
Proyecto de Declaración de las NN UU sobre los Derechos de las
Poblaciones Indígenas:
“Los pueblos indígenas tienen derecho al disfrute pleno y efectivo de
todos los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos por
la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de Derechos
Humanos y el derecho internacional relativo a los derechos humanos.”
Se reitera casi literalmente pero más brevemente en el Art. 3º del
Convenio 169 de la OIT:

192
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

“Los pueblos indígenas y tribales deberán gozar plenamente de los dere-


chos humanos y libertades fundamentales, sin obstáculos ni discrimina-
ción” y, en el Art. 2º-a, reclama que los gobiernos tomen medidas
“que aseguren a los miembros de dichos pueblos gozar, en pie de igual-
dad, de los derechos y oportunidades que la legislación otorga a los
demás miembros de la población.”
Es una respuesta tajante a la queja tan común de sentirse “ciudadanos de
segunda”, discriminados y marginados por no gozar en la misma medida
de los derechos comunes a todos los ciudadanos. Aunque se les recono-
ce teóricamente como ciudadanos, sus derechos como tales siguen más
conculcados en ellos que en otros por algún tipo de políticas discrimina-
torias legales o de facto.
Entra ya aquí el tema de la condición étnica, por cuando estas políticas
legales o de facto tienen que ver con historias, creencias y otras construc-
ciones sociales y culturales discriminatorias, como las denunciadas por
las NN UU desde la Convención sobre la eliminación de todas las formas
de discriminación social de 1965, suscrita por Bolivia en 1970 y reitera-
da en 1999, hasta la reciente Conferencia Mundial de Durban 2001.
Esta primera perspectiva aparece en muchas de las demandas, antiguas y
actuales de los propios pueblos indígenas, como muestran los pliegos peti-
torios de sus organizaciones. Es también la perspectiva predominante
hasta ahora en los organismos internacionales: se da prioridad en los indí-
genas por ser más pobres y marginados. De ahí la preocupación de muchos
Estados y organismos internacionales al ver que en las estadísticas hay una
constante y perversa correlación entre ser indígenas y tener un acceso
menor a los diversos servicios básicos, a la infraestructura, a niveles igua-
les de educación, empleo, cargos de responsabilidad pública, entre otros.
Por eso los indígenas, a igual que otros grupos más marginados y vulne-
rables, como las mujeres o los niños, son objeto de categorías diferencia-
das tanto en las estadísticas como en la fijación de planes y metas de de-
sarrollo para asegurar que se los atiende de una manera especial hasta

193
Xavier Albó

superar la pobreza y marginación que sufren en las distintas estadísticas


nacionales. Por eso mismo los diseñadores y ejecutores de estos progra-
mas necesitan también saber cuántos y quiénes son indígenas precisa-
mente para poder cuantificar y programar su ayuda. Los listados genera-
les de derechos humanos así como los diversos índices de pobreza, nive-
les de ingreso, los índices de salud, educación, los índices combinados de
necesidades básicas insatisfechas, de desarrollo humano, etc., se aplican
entonces de manera diferenciada a indígenas y no indígenas para poder
explicitar dónde y por qué existe mayor pobreza y discriminación de los
primeros en contraste con los segundos y poder ponerle remedio.20
Efectivamente, la discriminación y demanda indígena que se percibe de
manera más inmediata es por su condición de pobres y marginados; o
incluso, como con frecuencia se dice y ocurre, por ser los pobres entre
los pobres, los marginados entre los marginados.
El propio Convenio 169 de la OIT insiste, desde su especialidad laboral,
en derechos que no son exclusivos de los pueblos indígenas, como el
acceso al empleo, incluido el calificado, y con remuneración igual por
trabajo de igual valor; la asistencia médica y social, seguridad e higiene
en el trabajo y demás prestaciones del empleo; el derecho de asociación
y sindicalización, la formación profesional… (Art. 20º).
No es necesario bajar aquí a descripciones detalladas de este primer blo-
que de derechos por cuanto son comunes a todos los ciudadanos y ya
están, por tanto, listados y descritos en otras instancias, aunque en el
Capítulo 6 volveremos a mencionar varios de ellos por su dialéctica rela-
ción intercultural con los derechos específicos del segundo bloque. Lo
importante entonces es resaltar que, al medir su cumplimiento en toda la
sociedad, no se usen sólo categorías muy generales sino que se haga

20 Uno de los ejemplos más recientes es la conferencia nacional “Balance y perspectivas de los
Objetivos de Desarrollo del Milenio [ODM] en Bolivia”, co-auspiciada por diversas agencias inter-
nacionales y nacionales (La Paz, agosto 2005). En ella, una de las presentaciones, a cargo de
Christian Jette del PNUD, se refería específicamente a los desafíos para la reducción de las
desigualdades étnicas y de género.

194
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

siempre –como en los ejemplos arriba señalados– especificación de la


condición indígena o no, del género, de los grupos de edad más o menos
vulnerables, para poder visualizar si aparece o no discriminación o mar-
ginamiento por esos criterios.
Es también muy pertinente añadir que, como hemos detallado en el
Capítulo 3, tampoco sería adecuado ver a los indígenas de una manera
genérica, como si todos ellos vivieran su condición étnica con igual
intensidad. Resultará mucho más útil y operativo utilizar la escala de
condición étnica allí mencionada, desde el polo plenamente indígena ais-
lado hasta el plenamente no indígena aislado. Es también preciso corre-
lacionar esta información con la pertenencia a uno u otro pueblo origina-
rio y con otras variables contextuales como los diversos lugares de resi-
dencia (rural o urbano, periférico o céntrico), la condición y tiempo de
migración, la ocupación, que puede reflejar la ubicación de clase, entre
otros temas. Así se podrá diferenciar, por ejemplo, qué situaciones se
deben más a la condición indígena (y a qué niveles y en qué pueblos ori-
ginarios) y cuáles a otros factores.21
Dicho esto, puede ser útil de todos modos llamar la atención sobre las
dos siguientes situaciones, dentro de este primer bloque, relacionados
con las condiciones que sufren muchos indígenas jóvenes cuando deben
servir a otros fuera del contexto comunal en que se han criado.
El caso más notable es el de las trabajadoras del hogar, empleadas
domésticas o como se las quiera llamar, que por lo general son chicas sol-
teras bastante jóvenes, casi niñas, poco menos que arrancadas de su comu-
nidad, sin mayor preparación, para este tipo de trabajo. La cantidad de
nombres populares peyorativos con que esta profesión es conocida ya
indica que es objeto de discriminaciones especiales tanto por la remune-
ración como por la inseguridad laboral y las condiciones específicas bajo
las que se cumple su trabajo, muy bien documentadas en el libro testimo-
nial Basta (1982). Pero si a todo ello se le añade el hecho de que son muje-

21 Un buen ejemplo de este análisis cuidadoso de la información es Delaunay (2005), a partir de los
datos bastante limitados de los censos mexicanos.

195
Xavier Albó

res muy jóvenes y además indígenas la vulnerabilidad de esta situación es


todavía más grave. Esta actividad laboral es una de las que más conser-
va las características de una sociedad colonial y neocolonial, con fuertes
relaciones mutuas de dominio, servilismo y dependencia precaria (Gill,
1995). De ahí la persistencia en ella de nombres como la chica, la sir-
vienta, e incluso la servidumbre, por no mencionar otros términos más
peyorativos por parte de los empleadores, y quizás todavía más de las
empleadoras, que se arrogan supuestos derechos a toda clase de abusos.
Pero hay que ver también la otra cara de la misma medalla. No es raro
que la empleada e incluso sus familiares vean este trabajo efectivamente
como una especie de rito de paso y, literalmente, como un servicio
doméstico, que implica un estilo muy particular de relaciones personales
y que, de paso, cumple cierto rol “civilizador” para las muchachas jóve-
nes que pasan por él. Entonces esta experiencia muchas veces psicológi-
camente traumante pasa a ser al mismo tiempo el camino por el que la
joven completa su formación “ciudadana” fuera de la comunidad. En
algunos casos esta experiencia puede dar origen a una nueva conciencia
de lucha (Condori, 1984). Pero lo normal es que sea uno de los principa-
les mecanismos de reproducción de la sociedad neocolonial.
En los varones jóvenes el servicio militar tiene características y roles idén-
ticos, como ya hemos mencionado anteriormente (ver 4.1.) y está docu-
mentado de forma detallada en Quintana (1998). Subrayemos aquí, como
complemento, el carácter ambiguo que ha tenido la incorporación de indí-
genas al Ejército y, posteriormente, de manera más estable, a la Policía.
Cuando, a principios del siglo XX, se aceptó que los indígenas pudieran
ser soldados, este cambio fue visto incluso como un logro frente a la ante-
rior exclusión. Pero en la práctica, desde la perspectiva de los derechos
humanos básicos, tiene problemas semejantes a los del servicio doméstico
para las mujeres; y, en términos del modelo civilizatorio que allí adquie-
ren los conscriptos, es también un claro instrumento reproductor del
modelo neocolonial de país, con fuertes componentes adicionales de auto-
ritarismo machista. Un símbolo de ambos aspectos es vestir y hacer bailar

196
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

con pollera a quienes cometen ciertas infracciones. Cabe preguntarnos si


la apertura últimamente lograda hacia una mayor incorporación de los
pueblos originarios al Colegio Militar22 simplemente ampliará este enfo-
que en los nuevos oficiales originarios o logrará por fin modificarlo.
Obviamente estos no son los únicos casos. Podríamos añadir el de los
niños indígenas que deben emigrar a las ciudades también por razones
laborales y acaban rompiendo con sus familias y lugares de origen para
dedicarse a ocupaciones igualmente precarias, como vendedores ambu-
lantes, voceadores del transporte público y aparapitas (cargadores), o el
de tantos comunarios que deben completar sus ingresos “trabajando”
temporalmente como mendigos en las grandes ciudades, incluso como
parte de una estrategia familiar para diversificar los medios de sobrevi-
vencia. Pero las dos formas arriba resaltadas –de servicio doméstico para
ellas y servicio militar para ellos– sobresalen por combinar (a) un meca-
nismo institucionalizado de acceso individual de los indígenas a la ciu-
dadanía “civilizada” con (b) el bajo cumplimiento de algunos derechos
humanos básicos hacia (c) la perpetuación de un estilo de sociedad neo-
colonial excluyente.
Para concluir, precisemos que dentro del derecho a ser iguales queda tam-
bién abierta la posibilidad de que ciudadanos de determinados pueblos
puedan reclamar el cumplimiento de esos derechos civiles en el seno de su
propio pueblo o comunidad (ver 5.3.). Siguiendo con nuestros dos ejem-
plos, a veces las trabajadoras del hogar más discriminadas son las que
cumplen este servicio en hogares de indígenas urbanos que ya pueden per-
mitirse este lujo, sin descartar que empleadores y empleadas sean incluso
paisanos o parientes. O, en el cuartel y en la Policía, no es tampoco raro

22 El 25-26 de marzo y 13-15 de setiembre de 2004 se realizaron en La Paz dos seminarios interna-
cionales, con un auspicio especial de Canadá, sobre “Democracia, multiculturalidad y Fuerzas
Armadas: Los desafíos de la seguridad humana”. El primero fue inaugurado por el presidente Carlos
Mesa y tuvo una inusitada participación de autoridades originarias. De ahí surgió un nuevo progra-
ma para facilitar la incorporación de los pueblos originarios en el Colegio Militar. Ver las notas de
prensa favorables de los seminarios más comentarios críticos de la nueva apertura en
http://bolivia.indymedia.org/

197
Xavier Albó

que algunos indígenas que han escalado a los grados inmediatamente


superiores sean a veces tanto o más abusadores de sus semejantes recién
llegados. Se cumple el conocido principio del educador Freire (1970): el
modelo de liberación que el oprimido tiene más interiorizado es el de
sus opresores.
Lo dicho hasta aquí nos muestra la indudable importancia que tiene este
primer bloque de derechos indígenas de cara a construir una ciudadanía
real más allá de la letra de las leyes. Sin embargo hay que añadir que este
énfasis, siendo muy válido, es claramente insuficiente. Más aún, si es el
único puede tener también efectos perversos, pretendidos o no, llevando
a la plena asimilación de los indígenas a la sociedad dominante con pér-
dida de su identidad. Por ejemplo, el ascenso personal económico de un
indígena, ¿le añade fuerza y calidad representativa en beneficio de su
pueblo o va acompañado de un creciente distanciamiento y alienación?
O, a un nivel más estructural y colectivo, la construcción de ciertas obras
de infraestructura como carreteras o grandes represas e hidroeléctricas en
áreas indígenas, ¿son siempre avances en beneficio de aquellos pueblos
indígenas o se transforman más bien en una nueva amenaza para ellos?
Para lograr un equilibrio dialéctico es necesario añadir el segundo bloque
de derechos indígenas.

5.2. El derecho a ser “iguales pero diferentes”


La segunda gran vertiente de los derechos indígenas tiene también un
buen respaldo en el ya mencionado Proyecto de Declaración de las NN
UU sobre los Derechos de las Poblaciones Indígenas:
“Art. 4º. Los pueblos indígenas tienen derecho a conservar y reforzar sus
propias características políticas, económicas, sociales y culturales, así
como sus sistemas jurídicos, manteniendo a la vez sus derechos a parti-
cipar plenamente, si lo desean, en la vida política, económica, social y
cultural del Estado...

198
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Art. 6º. Los pueblos indígenas tienen el derecho colectivo a vivir en


libertad, paz, y seguridad como pueblos distintos...
Art. 7º. Los pueblos indígenas tienen el derecho colectivo e individual a
no ser objeto de etnocidio y genocidio cultural, en particular a la preven-
ción y la reparación de:
a) todo acto que tenga por objeto o consecuencia privarlos de su integri-
dad como pueblos distintos o de sus valores culturales o su identidad
étnica;
b) todo acto que tenga por objeto o consecuencia enajenarles sus tierras,
territorios o recursos...
d) toda forma de asimilación e integración a otras culturas o modos de
vida que les sean impuestos por medidas legislativas, administrativas o
de otro tipo...
Art. 8º. Los pueblos indígenas tienen el derecho colectivo e individual a
mantener y desarrollar sus propias características e identidades, com-
prendido el derecho a identificarse a sí mismos como indígenas y a ser
reconocidos como tales.”
El Art. 3º de este proyecto daba un paso más al afirmar:
“Los pueblos indígenas tienen el derecho a la libre determinación. En
virtud de este derecho determinan libremente su condición política y per-
siguen libremente su desarrollo económico, social y cultural.”
Pero, siendo este un reclamo plenamente legítimo en el que más adelan-
te nos referiremos (ver 6.3.), ha sido también uno de los principales pun-
tos de conflicto con varios Estados nacionales, que han seguido blo-
queando la aprobación de esta Declaración en el seno de las Naciones
Unidas por el temor de que, con ello, los pueblos indígenas se arrogaban
un atributo exclusivo del Estado (Fondo Indígena, 2005: 28-30).
El Convenio 169 de la OIT, aunque insiste más en los derechos comunes
mencionados en el capítulo anterior, busca también la combinación de

199
Xavier Albó

éstos con los derechos específicos por ser indígenas. Así, en su Art. 2º-b,
dice que los Gobiernos deben asumir una “acción coordinada y sistemá-
tica” con medidas que:
“promuevan la plena efectividad de los derechos sociales, económicos y
culturales de esos pueblos, respetando su identidad social y cultural, sus
costumbres y tradiciones, y sus instituciones.”
Más adelante, a lo largo del Convenio, se van precisando estos derechos.
Por ejemplo, el reconocimiento y protección de sus valores y prácticas
sociales, culturales, religiosas y espirituales (Art. 5º), decidir y contro-
lar su propio desarrollo (Art. 7º), su derecho consuetudinario y el dere-
cho de conservar costumbres e instituciones propias (Art. 8º), su rela-
ción con las tierras o territorios que ocupan o utilizan de alguna mane-
ra, con los valores espirituales que se les asocian y los recursos naturales
allí existentes (Art. 13º-15º).
Pero el organismo internacional que ha afrontado esta temática más
ampliamente es la UNESCO, ya desde el Decenio de la Descolonización,
en los años 60. Así su Declaración Solemne sobre los principios de la
Cooperación Cultural Internacional dice:
“Toda cultura tiene una dignidad y un valor que deben ser respetados y
protegidos.
Todo pueblo tiene el derecho y el deber de desarrollar su cultura.”
Hay que enfatizar el carácter amplio y holístico de su concepto de cul-
tura. Así la definió la misma UNESCO en su Conferencia Mundial de
México (1982):
“La cultura... puede considerarse... como el conjunto de los rasgos distin-
tivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan
una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las
letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.”
Como puede verse, esta definición, retomada en su reciente Declaración
universal sobre la diversidad cultural (UNESCO, 2001), abarca, al igual
200
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

que hicimos aquí al principio de este trabajo, toda la actividad humana y,


dentro de ella, subraya el rol que juega para identificar a diversos grupos
sociales. En este mismo sentido la misma Declaración hace las siguientes
constataciones:
“La cultura se encuentra en el centro de los debates contemporáneos
sobre la identidad, la cohesión social y el desarrollo de una economía
basada en el saber”.
“El respeto de la diversidad de las culturas, el diálogo y la cooperación,
en un clima de confianza y de entendimiento mutuos, están entre los
mejores garantes de la paz y seguridad internacionales”.
De considerandos como las anteriores formula más adelante, entre otros,
los dos siguientes principios rectores:
“La diversidad cultural, patrimonio común de la humanidad. ...Se mani-
fiesta en la originalidad y la pluralidad de identidades que caracterizan
los grupos y las sociedades que componen la humanidad... Es, para el
género humano, tan necesaria como la diversidad biológica para los
organismos vivos. Debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las
generaciones presentes y futuras (Art. 1º).
Los derechos humanos, garantes de la diversidad cultural. La defensa de
la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de
la dignidad de la persona humana. Ella supone el compromiso de respe-
tar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los
derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos
autóctonos. Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los
derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para
limitar su alcance (Art. 4º).
En el documento previo, elaborado por la Comisión Mundial de Cultura
y Desarrollo (UNESCO, 1997), presidida por el peruano Javier Pérez de
Cuéllar y que sirvió de base para la Declaración que comentamos, apare-
cían ya de forma aún más dialéctica y contrapunteada los dos principios
arriba mencionados, a los que la Comisión llama el principio de la uni-

201
Xavier Albó

versalidad y el principio del pluralismo (p. 11). El primero, al que alude


el Art. 4º de la ulterior Declaración, refleja lo que ya hemos discutido en
el primer bloque, acerca de los derechos indígenas comunes a todos los
seres humanos (ver la sección 5.1.). En cambio el del pluralismo, reite-
rado en el Art. 1º de la Declaración, es la base de lo que aquí estamos
comentando. Sobre él la Comisión llega a decir:
“La identificación étnica es una reacción normal y saludable ante las pre-
siones de la globalización... ‘Construir la nación’ mediante la homoge-
neización de todos los grupos no es ni saludable ni viable.”
Pasando a nuestro país, el Art. 1º de la Constitución Política actualmen-
te vigente, muy semejante al de otros once países latinoamericanos, es el
reconocimiento todavía muy genérico del carácter “multiétnico y pluri-
cultural”; por el estilo normativo de la Carta Magna no debe interpretar-
se sólo como constatación de una realidad histórica sino también como
un criterio ordenador de la sociedad y el Estado. El Art. 171º, ya mucho
más concreto, se hace también eco de estos avances internacionales, par-
ticularmente los del Convenio 179 de la OIT, ratificado por Bolivia en
1991, cuando dice:
“I. Se reconocen, se respetan y protegen en el marco de la Ley, los dere-
chos sociales, económicos y culturales de los pueblos indígenas... espe-
cialmente los relativos a sus tierras comunitarias de origen... a su identi-
dad, valores, lenguas, costumbres e instituciones.
III. Las autoridades naturales de las comunidades indígenas y campesi-
nas podrán ejercer funciones de administración y aplicación de normas
propias como solución alternativa de conflictos, en conformidad a sus
costumbres y procedimientos, siempre que no sean contrarias a esta
Constitución y las leyes.”
Estudiosos que se han especializado en sistematizar los avances en los
derechos indígenas dentro del continente, como Rodolfo Stavenhagen
(1988, 2002), Cletus Gregor Barie (2003) y el “Archivo vivo del consti-
tucionalismo vivo de las Américas” de Bartolomé Clavero (2004), mues-

202
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

tran que lo mismo ocurre, en los indudables avances de las modificacio-


nes más recientes de otras muchas constituciones latinoamericanas. En
mayor o menor grado cada nueva constitución muestra mejoras en esta
temática con relación a las precedentes. Pero aparecen también contra-
dicciones, dudas o condicionamientos (como el vago inciso “que no sean
contrarias a las leyes”) que pueden borrar con el codo o reducir buena
parte de las nuevas normas a una simple declaración lírica.
Todas estas consideraciones muestran la importancia innovadora que
representan estos derechos más específicos y únicos de los pueblos indí-
genas, por lo que les dedicaremos el capítulo 6. Pero antes, en la próxi-
ma sección 5.3., nos detendremos a comprender mejor esta relación entre
los derechos individuales y colectivos, aflorada ya en los anteriores
comentarios.

5.3. Repensando los derechos individuales y colectivos


La Declaración Universal de los Derechos Humanos de las NN UU
(1948) estuvo muy centrada en contraponer la defensa de los derechos
individuales, promovida por los países del Primer Mundo occidental, de
corte más liberal, frente al enfoque más colectivista y estatal de los paí-
ses orientales con regímenes socialistas en el llamado Segundo Mundo.
Pese a esta limitación aquella Declaración ha resultado también de gran
utilidad para los pueblos indígenas, por incorporar el primer bloque de
derechos, comunes a todos, al que nos hemos referido en la sección 5.1.
Sin embargo, cada vez es más aceptada la existencia de una segunda
generación de derechos llamados colectivos (distinto de colectivistas)
que no se aplican sólo a individuos sino también de manera más genéri-
ca a grupos sociales, incluyendo de manera muy particular a los pueblos
indígenas.23 Esta diferenciación ya aparece de manera explícita en varias

23 Otros grupos sociales, como agrupaciones gremiales, ocupacionales o productivos pueden tener
también sus derechos colectivos. Pero aquí sólo nos ocuparemos del caso indígena. Actualmente se
habla incluso de “derechos difusos”, por referirse de forma colectiva a todo el género humano, sien-
do uno de los más citados el derecho a un medio ambiente sano y sostenible.

203
Xavier Albó

de las citas precedentes, en especial en las del Proyecto de Declaración


de las Naciones Unidas.
El punto central a ser subrayado es que no se trata de niveles contrapues-
tos sino complementarios, como complementario y equilibrado suele ser
también el permanente contrapunto entre lo individual y lo colectivo en la
organización interna de la mayoría de pueblos indígenas. Por eso en varios
de los textos arriba citados hay siempre una aclaración en este sentido. Los
documentos de UNESCO sobre la diversidad cultural, por ejemplo, han
sido muy cuidadosos en combinar el principio del pluralismo cultural (en
el que entran también muchos de los derechos colectivos de cada pueblo
indígena) y el principio de la universalidad, por el que todo ser humano
es igual en dignidad y derechos básicos. Por eso mismo, aclaran que
“nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos
humanos garantizados por el derecho internacional”.
Pero también conviene precisar que en estos casos se trata ante todo de
asegurar los derechos y principios fundamentales, sobre todo aquellos que
están reconocidos a nivel internacional –como dice el Art. 8º del Convenio
169 de la OIT– distinguiendo claramente en ellos los aspectos de fondo y
los de forma, el espíritu y la letra. Volveremos a este tema en 6.5.
Otra cautela a tomar en cuenta es que en los pueblos indígenas prevale-
ce una visión unitaria, integral o –en terminología antropológica– holís-
tica. Así, las típicas divisiones de las sociedades modernas entre las
diversas esferas de derechos (o deberes) civiles, políticos, religiosos,
económicos, etc., cada una con sus propias leyes y códigos, es en gene-
ral algo bastante ajeno a la manera de concebirlo desde la mayoría de los
pueblos indígenas. Y, entonces, es también más probable que la letra de
cada código especializado quede rebalsada en esa visión holística, que
más fácilmente refleja la cosmovisión de cada pueblo. Tomando en cuen-
ta esta perspectiva integrada de los pueblos originarios tampoco tiene
mucho sentido considerar aparte a un conjunto de derechos por ser “cul-
turales” como si los políticos, sociales o económicos ya no lo fueran.
Todo ello es parte de un determinado mundo cultural.

204
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Veamos el caso del derecho a la vida y –podríamos añadir– a la buena


muerte, que es también concebida como tránsito a nuevas formas de vida.
Si en alguna caminata colectiva de un pueblo nómada alguien enferma
gravemente y ya no puede seguir el ritmo de la marcha general, es posi-
ble que tanto él como el resto del grupo convengan en despedirse con
todo cariño en un punto del recorrido para que el enfermo acabe de morir
sin los suyos pero protegido por los espíritus dueños de aquel rincón del
bosque, mientras los demás siguen su marcha de sobrevivencia. En algu-
nas partes del mundo andino existe también la costumbre de ajustar una
cinta o cordel en el cuello del moribundo para que efectivamente muera;
o si “no puede acabar de morir” se piden bendiciones especiales para este
fin e incluso se lo empieza a llorar como muerto antes de que haya expi-
rado. ¿Qué será más cercano al derecho universal por la vida? ¿Estas
prácticas asociadas a creencias y tradiciones locales o la tendencia cuan-
do no la legislación para no desconectar los tubos que mantienen artifi-
cialmente con vida a un enfermo terminal?
Esta permanente dialéctica entre la tendencia de llegar a generalizaciones
con validez universal y la pluralidad de concepciones y prácticas asociadas
a determinados grupos culturales locales parece implicar que los Estados
deben también tomar cartas en el asunto tomando en cuenta ambos polos.
Entramos así en lo que Zegada (en este mismo volumen) llama “el trilema
Estado / ciudadanía (individual) / comunidad (colectivo)”.
Lo que tal vez cabe añadir es que, una vez que el Estado y el Derecho
Internacional reconocen también esos derechos colectivos de cada pue-
blo indígena, el término “ciudadanía” ya no se debe restringir a sólo el
polo de los derechos individuales que subrayan más el principio de la
universalidad.
Coincidimos con Bello (2004: 14-17) cuando resalta que surge así un
concepto de “ciudadanía ampliada”, una “ciudadanía étnica distinta de
las ‘otras’ ciudadanías” con “nuevas formas de representación plurales
y diversas”. En este sentido, pensamos que podemos también hablar de
una complementaria “ciudadanía grupal” de cada pueblo originario que

205
Xavier Albó

es parte constituyente del mismo Estado y sujeto de derechos colectivos


que resaltan más el principio del pluralismo. El punto de enlace entre
ambos sería que, en cierta medida, puede considerarse a los derechos
colectivos como una ampliación para todo el grupo cultural indígena de
lo que ya decía el Art. 1º de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, de 1948: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos”.
Con estas aclaraciones por delante, ya podemos pasar a señalar cuáles
son los derechos más específicos de los diversos pueblos indígenas como
diferentes.

6. El reconocimiento y desarrollo de la propia especificidad


Éste fue el gran tema relegado y positivamente eludido por la República
desde su creación. Salvo por referencias a las comunidades, después de la
Guerra del Chaco, sólo empezó a plantearse más a fondo a partir de los años
80, como fruto de las presiones internas y externas ya explicadas en 4.2.
Aquí lo abordaremos desde diversas perspectivas. El primer acápite
(6.1.) es el más general, sobre las garantías constitucionales. Le siguen otros
tres (6.2. a 6.4.) muy encadenados entre sí, que desarrollan los instrumentos
privilegiados para poder poner en práctica estas garantías. Los demás (6.5. a
6.7., con sus subacápites) tocan aspectos más específicos y sectoriales. El
número total de acápites es algo arbitrario, pues ciertos temas podrían des-
glosarse internamente o fusionarse. Pero esperamos haber tomado en cuenta
lo más fundamental. En muchos casos el tratamiento es bastante sintético
–casi telegráfico– concentrándonos sólo en determinados aspectos, por las
limitaciones de espacio y porque muchos de estos temas son ya objeto de
otros estudios más específicos, a los que se hace referencia.
Aun cuando nuestro punto de énfasis aquí es siempre la defensa y forta-
lecimiento de lo propio, en las reflexiones que siguen mantendremos a la
vez una perspectiva intercultural que permita combinar dialécticamente este
bloque de derechos a ser distintos (5.2.) con el de las aspiraciones y discri-
minación que los pueblos indígenas sufren también en los derechos comu-
nes a todo ser humano (5.1.). De esta forma vamos contemplando las dos

206
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

caras de la moneda: el fortalecimiento y desarrollo de lo propio y específi-


co de cada pueblo indígena originario; y el hecho de que éste ocurre siem-
pre en un permanente diálogo con los demás para el mutuo enriquecimiento
de todos y la construcción conjunta de una sociedad mayor pluri- y a la vez
interétnica e intercultural.
Hay que tomar también en cuenta que, como explicamos en el Capítulo
3, no todos los que se reconocen indígenas viven esta condición de la misma
manera. Hay toda una gama de situaciones y muchos de los derechos aquí
mencionados se vivirán y sentirán de manera distinta. No es, por ejemplo, lo
mismo seguir viviendo en una comunidad rural dentro del territorio tradicio-
nal histórico con todo su ambiente geográfico y humano lleno de connotacio-
nes culturales o haberse trasladado ya definitivamente a una gran ciudad o
incluso al extranjero, donde convergen y conviven gentes de muchos oríge-
nes en un contexto bastante nuevo para muchos de ellos. Tampoco es igual la
cohesión social y cultural de aquellos que mantienen y usan a diario su pro-
pia lengua o aquellos que ya la han perdido como individuos o incluso como
pueblo. En los siguientes acápites plantearemos los derechos pensando ante
todo en los “principales analogados”, es decir, aquellos sectores que dentro
de cada pueblo originario mantienen con mayor solidez su propio modo de
ser en sus propios territorios. Recién en el capítulo final añadiremos algunos
criterios y consideraciones sobre cómo enfocar estos mismos derechos den-
tro de la gama diferenciada de situaciones y las condiciones étnico-lingüísti-
cas de cada pueblo.

6.1. Garantías constitucionales


Los cambios introducidos en el Art. 1º y sobre todo en el Art. 171º de
nuestra Constitución Política del Estado en 1994 son la base de las prin-
cipales garantías constitucionales a favor de la especificidad de los pue-
blos indígenas en Bolivia. Tienen los alcances mencionados en 5.2. pero
también sus limitaciones. La del Art. 1º, que es el gran preámbulo para
toda la Carta Magna, tiene el gran riesgo de quedarse en una gran decla-
ración poco operativa tanto en nuestra temática como en las que ya in-
cluía desde antes, como el carácter soberano y democrático del país. Así

207
Xavier Albó

ocurre también en los otros Estados latinoamericanos que han incorpora-


do textos semejantes. El Art. 171º es mucho más concreto y, de hecho, ha
llevado ya a incorporar cambios en otras varias leyes como la de
Participación Popular, la Reforma Educativa y la Ley INRA.
El énfasis en las “tierras comunitarias de origen”, en el Art. 171º, supo-
ne también cierto reconocimiento de la preexistencia “originaria” de
estos pueblos, anterior a la misma creación de Estado, una de las razones
por las que tienen ciertos derechos adquiridos únicos. Tal reconocimiento
ha sido utilizado también el propio Estado, en ciertas demandas, al aceptar
como válidos documentos coloniales anteriores a la República, cuyos argu-
mentos a veces se remontan también a situaciones previas a la Colonia.
Junto a estos méritos, la principal limitación de este Art. 171º, es su ubi-
cación secundaria dentro de la CPE, con las restricciones que ello impli-
ca. Así lo expresa el constitucionalista Clavero (2005: 140-142):
“Derecho indígena y justicia agraria se reconocen en el mismo Título III,
Régimen agrario y campesino, que pertenece a su vez a la Parte III,
Regímenes especiales. Ni derecho indígena ni justicia agraria compare-
cen en lo que puede entonces considerarse el Régimen general de la
Constitución. Si no se hace otra previsión, como no la hay, lo especial
queda naturalmente sujeto a la lógica de lo general... Queda ahora cons-
titucionalmente lo indígena como especialidad respecto a especialidades
y no sólo a generalidad. Se incrusta dentro de un régimen especial prece-
dente que todavía lo postergaba –el de la reforma agraria– y cuyos prin-
cipios no se revisan. La indígena-indígena resulta excepción de la excep-
ción, una excepción redoblada. Hay entonces más continuidad que cam-
bio.”
Además, con esta forma de inserción lógica, los cada vez más numero-
sos indígenas urbanos quedan también al margen del panorama constitu-
cional y su imagen y propuesta inicial del país multiétnico y pluricultu-
ral resulta muy diluida.
Los derechos indígenas, por su propia naturaleza y también por la reali-
dad demográfica de un país como Bolivia, claramente trascienden la ubi-

208
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

cación y temática agraria. Deberían estar señalados en un lugar promi-


nente y de alcance general de la CPE y enunciarse en forma de derechos,
preferentemente como un listado claro y explicitando que éstos son ya de
aplicación directa e inmediata, sin necesitar mediaciones previas de leyes
interpretativas ni reglamentaciones (ver el Art. 18º de la CPE del Ecuador
y Valcarce, 2005: 21-34).

6.2. Personería jurídica colectiva


Este derecho viene a ser un primer corolario operativo para que se pue-
dan aplicar las garantías más generales. La legislación boliviana ya reco-
noce y aplica esta personería colectiva a dos tipos de unidades y organi-
zaciones locales indígenas.
El primer tipo son las “organizaciones territoriales de base” (OTB). Esta
expresión, popularizada por la Ley de Participación Popular de 1994, es
un nombre genérico aplicable a cualquier organización de base tradicio-
nal (sea indígena, campesina y/o barrial) con tal que tenga un referente
territorial. Se establece que su personería debe ser otorgada de forma casi
automática por la correspondiente prefectura cuando se constata que
efectivamente existe ese tipo de organización territorial.
El celo de los pueblos originarios y otros por asegurar su propia identi-
dad se vio en el temor inicial de que las OTB fueran un nuevo tipo de
organización creada por el gobierno y no simplemente de un nombre
genérico para referirse a toda la variedad de organizaciones preexistentes
con tal que tuvieran ese componente territorial.
Se superó este primer escollo. Pero, con relación a nuestra temática, se
tropezó con otro problema operativo irresuelto en el reglamento y formu-
larios para el registro de estas OTB. En efecto, éstos plantean la falsa dis-
yuntiva de registrarse o como “campesinas” o como “indígenas”,24 cuan-
do en realidad en muchos casos una misma OTB tiene ambas caracterís-
ticas: su gente y organización tiene una identidad histórica indígena
24 Ver la diferenciación entre ambas en el Art. 1º del Decreto Supremo 23858 del 9 de septiembre de
1994, que reglamenta las OTB.

209
Xavier Albó

(guaraní, aymara, mojeño, chiquitano…) pero en términos ocupacionales


son campesinos. Por otra parte, esta personería territorial puede ser fácil-
mente identificada como indígena en el área rural. Pero en la mayoría de
las OTB urbanas, correspondientes a juntas vecinales de barrios o zonas,
ya resulta poco viable plantear la identidad indígena en términos territo-
riales, por la mezcla poblacional allí existente.
El segundo tipo de personería colectiva es el de los títulos de propiedad
colectiva sobre los territorios indígenas, conseguida tras una larga lucha
de las organizaciones indígenas campesinas (ver 4.2.). La Ley INRA de
1996 los reconoció como un nuevo tipo de propiedad agraria, aunque los
denominó tierras comunitarias de origen (TCO), utilizando el mismo
eufemismo adoptado ya por el Art. 171º de la CPE. Hay cierta relación
entre esta figura jurídica y la anterior, por cuanto, para proceder a la titu-
lación de las TCO se suele tomar en cuenta la existencia de personería
jurídica como OTB.
Tras las mencionadas dudas iniciales, ambas innovaciones han sido vistas
por los pueblos indígenas como nuevos logros que efectivamente los bene-
fician. Por ejemplo, algunos dirigentes que inicialmente se unían al coro
de quienes rechazaban en bloque todo el paquete de leyes aprobadas en
torno a 1994-1996 como las “leyes malditas del Banco Mundial”, empe-
zaron a matizar y distinguir casos y situaciones y llegaron incluso a llamar
“ley bendita” siquiera a la de Participación Popular. Quienes más bien se
han opuesto han sido algunas autoridades estatales no indígenas de tierras
bajas que se resistían a otorgar la personería jurídica como OTB, precisa-
mente para obstaculizar que los pueblos indígenas de su jurisdicción
lograran consolidar y sanear sus territorios como TCO (ver infra 6.4.).
Estos son ya buenos pasos en la dirección correcta, a partir de los que se
puede seguir avanzando. En el caso de las OTB, por ejemplo, es incluso
posible asociarse para lograr una personería colectiva sobre grupos y
territorios más amplios. Algunas organizaciones indígenas han planteado
también demandas de TCO sobre territorios mucho más amplios que una
simple comunidad, con una manifiesta intención de ir reconstruyendo su
territorio ancestral.
210
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Sin embargo, tal como está planteada actualmente la problemática indí-


gena en la actual Constitución Política, estas personerías parecen aplicar-
se sólo al ámbito rural y no queda muy claro que, a través de ellas,
muchos de los derechos específicos de los pueblos indígenas sean real-
mente colectivos en el sentido explicado ya en 5.3. La futura Asamblea
Constituyente deberá afirmarlo de manera mucho más explícita, como lo
hace, por ejemplo, la nueva Constitución del Ecuador (Art. 84º).
El camino jurídico para ello es otorgar personería jurídica colectiva a
unidades indígenas cada vez más amplias, sea con éstas u otras figuras
jurídicas. Habrá que definir en cada caso cuál debe ser el sujeto colecti-
vo exacto de dicha personería, tomando en cuenta el tamaño y la cohe-
sión del grupo en cuestión. Puede coincidir o no con las figuras ya exis-
tentes de OTB y TCO, puede ser genérica para cada pueblo originario o
diferenciado para cada sector geográfico dentro de los pueblos más
expandidos y dispersos, o aplicarse más bien a sus organizaciones de dis-
tintos niveles.
Además queda pendiente la manera cómo deberá afrontarse el caso de los
cada vez más numerosos e incluso mayoritarios originarios establecidos
ya en ciudades pluriculturales, desde las que unos mantienen vínculos
estables con sus lugares y territorios de origen pero otros muchos ya los
han perdido sin dejar por ello de ser y sentirse aymaras, chiquitanos o
miembros de algún pueblo originario (ver la sección 7.1.).
Un siguiente paso será cómo acreditar quiénes pertenecen legalmente a
esta personería colectiva. En 2004 el MAIPO sondeó la posibilidad de
instaurar incluso una especie de carnet indígena. Algunos sondeos reali-
zados señalaron sin embargo que los tiempos no estaban todavía madu-
ros para ello, en parte por no quedar aún clara la diferencia entre este tipo
de identificación y la que otorga el carnet de identidad nacional común a
todos los ciudadanos. Influyó también en algunos el temor de que tal tipo
de identificación pudiera ser usada por otros más bien en perjuicio de los
propios indígenas, dada la persistencia de esquemas discriminatorios.

211
Xavier Albó

6.3. Autonomía relativa


Este derecho, conocido también como el de la libre determinación, ha
sido reclamado por prácticamente todos los movimientos indígenas lati-
noamericanos. Es fundamental y matriz, por cuanto engloba y estructura
a casi todos los demás derechos específicos.
Uno de los movimientos indígenas que últimamente más ha elaborado
este concepto es el de Chiapas y, a partir de él, otros movimientos y ana-
listas de México (ver, por ejemplo, Díaz-Polanco y Sánchez, 2002). Se lo
explicita ya desde el primero de los compromisos firmados entre los zapa-
tistas y el gobierno mexicano en los llamados Acuerdos de San Andrés:

“1. Reconocer a los pueblos indígenas en la Constitución general.... El


derecho a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional
de autonomía asegurando la unidad nacional. Podrán, en consecuencia,
decidir su forma de gobierno interna y sus maneras de organizarse polí-
tica, social, económica y culturalmente. El marco constitucional de auto-
nomía permitirá alcanzar la efectividad de los derechos sociales, econó-
micos, culturales y políticos con respeto a su identidad.”

Más adelante, al establecer los principios de esta nueva relación con el


Estado, se precisa aún más este concepto:

“5. Libre determinación. El Estado respetará el ejercicio de la libre deter-


minación de los pueblos indígenas en cada uno de los ámbitos y niveles
en que harán valer y practicarán su autonomía diferenciada, sin menos-
cabo de la soberanía nacional y dentro del nuevo marco normativo para
los pueblos indígenas. Esto implica respetar sus identidades, culturas y
formas de organización social. Respetará asimismo las capacidades de
los pueblos y comunidades indígenas para determinar sus propios des-
arrollos. Y en tanto se respeten el interés nacional y público, los distintos
niveles de gobierno e instituciones del Estado mexicano no intervendrán
unilateralmente en los asuntos y decisiones de los pueblos y comunida-

212
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

des indígenas, en sus organizaciones y formas de representación, y en sus


estrategias vigentes de aprovechamiento de los recursos naturales.”25

Sin pretender entrar a fondo a ver las implicaciones y operatividad de


propuestas como éstas en el caso boliviano, sólo señalaremos algunos
puntos relevantes.
El primero es que se trata claramente de una autonomía relativa “sin
menoscabo de la soberanía nacional”. No tiene, en la práctica, mucho
fundamento el reiterado temor de algunos políticos que en ese tipo de
autonomías temen descubrir una amenaza contra la unidad del Estado o
la creación de “estados dentro del Estado”. En realidad, donde se han
logrado avances de los pueblos indígenas en esta dirección éstos nunca
han desembocado en procesos de escisión. Todos los analistas coinciden
en que no hay ningún riesgo real de que así suceda, más allá de algunas
exageraciones individuales y meramente retóricas. La cuestión indígena
en América Latina es muy distinta de las posiciones y guerras étnicas en
Europa y Cercano Oriente, e incluso también de las de los nuevos esta-
dos de África. Aquí los pueblos indígenas sólo reclaman poder seguir
siendo ellos pero no ponen en tela de juicio –salvo en esas exageraciones
retóricas– que ello debe ocurrir dentro de estados más amplios compar-
tidos con otros.
En segundo lugar, hay que hacer una clara distinción entre los alcances
reales de propuestas autonómicas como éstas, que vienen de las bases indí-

25 Ver www.ezln.org/san_andres/. La literatura sobre autonomía indígena es inmensa no sólo en México


sino en toda América Latina pero aquí no podemos entrar en ella. Para complementar la evolución
de estos acuerdos de San Andrés, en Chiapas, ya es conocido que el mismo gobierno mexicano que
los había firmado después los desconoció. Más tarde, tras el ascenso de Fox a la presidencia, los zap-
atistas hicieron una larga marcha por varios estados que culminó con una presentación ante el
Parlamento insistiendo en el cumplimiento de aquellos acuerdos. Pero éste los siguió desconociendo
y promulgó más bien una ley indígena que ni siquiera reconocía principios del Convenio 169 de la
OIT, ratificado por México desde el principio. En vista de ello, los zapatistas hicieron un giro, llama-
do Los Caracoles, por el que han estado formando de forma pacífica municipios autónomos dentro
de su área de influencia, en general con buena aceptación de la población local.

213
Xavier Albó

genas, y otras surgidas de las elites, muchas veces emergentes, que contro-
lan y monopolizan el poder regional y pretenden hacerlo todavía más.
En años recientes estas últimas han adquirido mucha fuerza en Bolivia,
particularmente en las regiones de Santa Cruz y Tarija donde ahora se con-
centran los recursos más ricos del país. Es un caso más de lo que ha pasa-
do también en otras latitudes como el Norte y Sur de Estados Unidos, el
Norte de Irlanda, los industrializados países vasco y catalán en España,
Guayaquil en Ecuador, etc., y de lo que ocurrió también en Bolivia en la
guerra federal de 1899 entre Sucre y La Paz. Cuando la demanda de auto-
nomía parte de esta situación de creciente poder económico, es más fácil
que incluya el interés de utilizar su mayor riqueza para sí, sin compartirla,
y de ahí se puede desembocar o en un mayor control de ellos sobre todo
el país o, en algún caso, también en intentos separatistas.
En cambio, en el caso de las autonomías indígenas se trata simplemente
de un esfuerzo de sobrevivencia. No querer ya sentirse “extranjeros en su
propia tierra”. Viene a ser una respuesta estructural al grito: “¡Déjennos
seguir siendo lo que somos!”, “¡no nos obliguen a dejar de ser nosotros
mismos para llegar a ser ciudadanos!” Pero, al mismo tiempo, por su pro-
pia situación de debilidad frente al conjunto del país, saben también que
no pueden vivir aparte. Su modelo de autonomía tampoco es el aisla-
miento de las “reservas indias” de algunos países anglosajones. Más bien
sueñan en la conformación de un verdadero país pluricultural o un Estado
a la vez plurinacional y unitario.
Si este es el principal reclamo, es también obvio que esta autonomía indí-
gena puede variar mucho de un pueblo a otro, según su tamaño y sus for-
mas reales de inserción dentro de la sociedad global. Es, por ejemplo,
muy distinta la situación de pueblos minoritarios muy concentrados en su
propio territorio al de otros mayoritarios como los andinos que viven
sobre un área rural y urbana mucho más amplia. En este último caso, lo
más viable es empezar por autonomías más locales, sin que ello sea óbice
para que –con la experiencia acumulada– puedan irse ampliando a nive-
les superiores, como los equivalentes a municipio indígena y, de ahí, a
mancomunidades municipales.
214
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Los actuales debates sobre si deben definirse circunscripciones electora-


les especiales para los pueblos indígenas y cómo deben ser sus mecanis-
mos de elección, pueden entenderse mejor también desde esta misma
óptica de la autonomía relativa de estos pueblos, sobre todo con miras a
que la Asamblea Constituyente pueda diseñar futuras jurisdicciones
administrativas que tomen más en cuenta este derecho indígena con
todas sus implicaciones.26 En el otro extremo, tenemos también áreas en
que varios pueblos originarios conviven incluso en las mismas comuni-
dades y allí la autonomía puede ser multiétnica, como ocurre ya con
algunas TCO de Beni y Pando.

6.4. Territorio
El acceso jurídicamente asegurado a uno territorio indígena o –como
dice la actual legislación boliviana– a una TCO facilita enormemente el
ejercicio de la autonomía. Si el acceso a tierra para cultivar es un dere-
cho individual o colectivo aplicable a cualquiera que viva de sus activi-
dades agropecuarias, sea o no indígena, el acceso y seguridad de un terri-
torio es un derecho claramente colectivo más propio de pueblos indíge-
nas. Tener tierra se refiere sólo a un medio de producción. En cambio el
concepto de territorio es mucho más amplio, como muestra el siguiente
listado de sus atributos e implicaciones:
Un área geográfica relativamente amplia y bien delimitada.
Los diversos recursos que allí se encuentran: tierra, agua y otros recursos
renovables o no, tanto en la capa del suelo como en el subsuelo (por
ejemplo, minerales) y en el sobrevuelo (por ejemplo, bosques).
El grupo humano que la habita y de él vive tiene por ello ciertos derechos,
muy particularmente sobre los diversos recursos que allí se encuentran,
aunque pueden ser diferenciados según el tipo de habitante y de recurso.

26 Sobre el tema más coyuntural de si es o no oportuno tal cambio en las previstas elecciones de con-
stituyentes, ver Albó (2005).

215
Xavier Albó

Uno de estos derechos es la propiedad colectiva sobre el territorio o, por


lo menos, el control colectivo del grupo y sus autoridades sobre el usu-
fructo de sus recursos.
Existe, por tanto, una jurisdicción coincidente con dicho territorio y un
orden jurídico y administrativo interno, con sus autoridades y otras for-
mas organizativas.
El territorio propio, desde la pequeña comunidad hasta un espacio geo-
gráfico mucho más amplio, cumple además un rol fundamental en la
consolidación y reproducción social de la identidad y realización cultu-
ral del grupo y de cada uno que lo compone. Es el lugar privilegiado de
referencia para las actividades vinculadas con el modo de ser propio del
grupo, desde las rutinas diarias de la sobrevivencia y convivencia hasta
los eventos especiales como asambleas, celebraciones e incluso el retor-
no periódico –casi como una peregrinación llena de recuerdos e inter-
cambios– de quienes viven ya en otras partes. Con frecuencia hay ade-
más creencias, lugares sagrados y actividades rituales directamente aso-
ciadas a este mismo territorio y a sus límites.
En Convenio 169 de la OIT subraya y describe este derecho de los pue-
blos indígenas a un territorio (Art. 13º a 18º, con la aclaración del Art.
13º-2) y en él se ha inspirado también el Art. 171º de la CPE boliviana
de 1994. La subsiguiente Ley INRA de 1996 es todavía más precisa
sobre este tema. Para empezar, al describir las garantías constitucionales
sobre el régimen de tenencia de la tierra, aclara, por primera vez en la
legislación boliviana, que
“la denominación de tierras comunitarias de origen comprende el con-
cepto de territorio indígena de conformidad a la definición establecida en
la parte II del Convenio 169 de la OIT” (Art. 3º-III).
En el Art. 41º de la misma ley, la TCO se define efectivamente con las
características propias de un territorio:
“Las Tierras Comunitarias de Origen son los espacios geográficos que
constituyen el hábitat de los pueblos y comunidades indígenas y origina-

216
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

rias, a las cuales han tenido tradicionalmente acceso y donde mantienen


y desarrollan sus propias formas de organización económica, social y
cultural, de modo que aseguran su sobrevivencia y desarrollo. Son inalie-
nables, irreversibles, colectivas, compuestas por comunidades o manco-
munidades, inembargables e imprescribibles.”27
Como ya dijimos a propósito de la personería colectiva (6.2.) esta legis-
lación sobre las TCO, combinada con la de las OTB (que llevan también
la palabra “territorial”) son una base excelente para avanzar en el dere-
cho indígena a sus territorios.
Con relación a la problemática de tierra y territorio,28 sólo enfatizaremos
tres tareas en que debemos seguir profundizando tanto en la nueva
Constitución como en la lucha cotidiana de los pueblos indígenas.
Hay que dar un rango mucho más central al concepto de territorio indí-
gena dentro los derechos colectivos de los pueblos, en la parte inicial de
la CPE, sin restringirlo a su actual ubicación en el régimen agrario de la
CPE o como forma de propiedad agraria en la Ley INRA.
Hay que distinguir también más claramente, dentro del concepto de terri-
torio, entre el rol que cumple el pueblo originario y su organización den-
tro de la jurisdicción territorial (elemento esencial) y el de la propiedad
colectiva sobre dicho territorio (elemento no esencial).

27 Sin embargo el Art. 59º señala que las TCO, a igual que otras formas de propiedad de los pequeños
productores, “podrán ser expropiadas por las [siguientes] causas de utilidad pública... la conser-
vación y protección de la biodiversidad [y] ...la realización de obras de interés público”. La forma
elíptica en que se redactó este artículo ya hace sospechar que tenía sus segundas intenciones. Estas
aparecieron pronto en el Código Minero, aprobado apenas cinco meses después sin mayor consul-
ta a los pueblos indígenas. Sus Art. 59º y 60º definen que las concesiones mineras privadas pueden
expropiar tierras para sus instalaciones sin requerir siquiera declaratoria previa de necesidad y util-
idad pública. Sus referencias iniciales al Art. 171º de la CPE y al Convenio 169 de la OIT (Art. 15º)
no parecen ser muy operacionales.
28 La bibliografía sobre el saneamiento y titulación de las TCO ya es muy abundante y ahora empieza
a complementarse con la de su gestión. Ver, por ejemplo, el Atlas de territorios indígenas (Martínez,
ed. 2000), Terceros (2004).

217
Xavier Albó

Hay que trabajar más los niveles superiores hasta los que se pueden
ampliar los derechos territoriales de un pueblo indígena desde esta
perspectiva.
La primera tarea no necesita mayor aclaración teórica, más allá de lo
explicado en 6.1. Pero su implementación será fundamental y a la vez
difícil sobre todo por sus implicaciones en todo el tema colateral del
ordenamiento administrativo del Estado. Ya se ha visto todo el debate
sobre si deben modificarse o no las actuales circunscripciones electora-
les para elegir a los constituyentes.
En cuanto a la segunda tarea, el hecho de que además se tenga la propie-
dad sobre el territorio, como en los títulos colectivos de TCO, puede ser
ciertamente una ventaja adicional y, por tanto, es deseable allí donde se
vea posible. Pero no debe considerarse como una condición sine qua non
para que un espacio geográfico pueda ser definido como territorio. De
hecho en todos los países existen territorios claramente delimitados por
sus fronteras jurisdiccionales y sus autoridades, sin necesidad de incluir
además la propiedad. Así ocurre desde el territorio del Estado nacional
hasta el de los municipios. De igual manera hay muchas comunidades
andinas, incluidas aquellas que se reconstruyeron a partir de las ex
haciendas, en las que puede ser difícil conseguir la propiedad colectiva
pero sí tienen la característica de territorio y, por tanto, deberían ser
legalmente reconocidas como tales. Aunque los comunarios tengan allí
parcelas familiares de propiedad privada, persiste una jurisdicción comu-
nal que tiene facultad decisoria de última instancia para decidir sobre
herencias, transferencias y conflictos intracomunales, autorización o no
de transferencias a terceros (indígenas o no), uso de tierras abandonadas
o expulsión por mala conducta.
En cuanto a la tercera tarea, hasta ahora el Estado ha sido minimista. Es,
por ejemplo, muy limitante que en las actuales previsiones de la Ley de
Participación Popular el nivel más alto de jurisdicción indígena al que se
pueda aspirar sea apenas una simple subdivisión administrativa dentro
del municipio, llamada “distrito indígena” y cuya creación queda total-

218
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

mente al arbitrio del alcalde. De hecho existen en el país muchos muni-


cipios que ya podrían llamarse “indígenas” por tener una alta mayoría de
esta condición, incluso por encima del 90%. Pero sólo lo son de facto y
deben regirse por una normativa parecida a la de municipios más com-
plejos como las ciudades de La Paz, El Alto o Santa Cruz de la Sierra.
Es indispensable que además sean también municipios indígenas de iure
y que, con ello, en su funcionamiento interno se acepte tomar en cuenta
los usos y costumbres del pueblo originario que lo compone. En ellos será
comprensible que al mismo tiempo se deban también incorporar ciertas
medidas administrativas generales para todos, por cuanto manejan recur-
sos del Estado y forman parte de planes más generales. Pero tendrán tam-
bién mecanismos y normas propias de funcionamiento, deliberación o
renovación de sus autoridades. De hecho existe ya una elaborada propues-
ta conjunta de modificación de la Ley Orgánica de Municipales (CIDOB,
CSUTCB y CSCB, 1998) en este sentido. Su Art. 1º dice así:
“El municipio indígena, campesino originario es una unidad socio-cultu-
ral, política, territorial, histórica, económica, productiva y ambiental
diferenciada, cuyos habitantes constituyen uno o varios pueblos indíge-
nas y/o comunidades campesinas originarias29 organizados según sus
usos, costumbres y normas.”
Algunos teóricos cuestionan la oportunidad de esta tercera tarea con el
argumento de que cualquier instancia administrativa estatal, incluida la
municipal, debería ser uniforme y étnicamente neutra para poder cobijar
por igual a cualquier tipo de ciudadanos al margen de sus identidades
culturales. No vemos razones teóricas definitivas para ello, en un país
como el nuestro que tiene distribuciones geográficas bastante definidas
de sus diversos pueblos originarios; y, en cambio, constatamos dificulta-
des prácticas para implementarlo. Quienes lo proponen suelen pertenecer
al grupo cultural dominante y tal vez no han podido ponderar la grave-
dad de este mismo problema en el hecho de que hasta ahora todos los

29 El uso de estos varios nombres refleja las diferentes connotaciones y preferencias que tiene cada
uno de ellos según la región del país (ver la sección 1.2.).

219
Xavier Albó

municipios han sido identificados, diseñados y normados exclusivamen-


te en función de la cultura hispano criolla dominante, sin considerar la
existencia de grandes sectores e incluso una altísima mayoría indígena.
Con esta experiencia lo más probable es que la pretendida neutralidad
étnica seguiría siendo en la práctica la continuación de este monopolio de
la cultura dominante.
Otra cosa es que, con una u otra identidad étnica, cualquier municipio
desarrolle sus normas internas con apertura a los que son cultural y étni-
camente distintos y que, por tanto, se desarrollen localmente ciertas for-
mas de sincretismo político pero con mayor o menor predominancia de
una u otra cultura. También es posible concebir municipios indígenas
pluriétnicos por cuanto en ellos coinciden diversos pueblos, como ocurre
ya en el caso de algunas TCO de Beni y Pando.
Por otra parte, existen ya experiencias de municipios indígenas, según
sus usos y costumbres, en varias partes de América Latina. Según la
Constitución de Colombia (surgida de la Asamblea Constituyente de
1991) los resguardos (nombre local de los territorios indígenas) pueden
ser equiparados a este nivel (Art. 329º y 357º); y a partir de la
Constitución Política del Estado de Oaxaca, México, reformada en 1995,
sus municipios o ayuntamientos, de tamaño muy variable, tienen actual-
mente la facultad de definir si quieren regirse según sus usos y costum-
bres o más bien de acuerdo a la legislación general, con el resultado de
que el 72% de ellos optó por la primera alternativa (Velásquez, 1999).
Insistimos en esta ampliación del concepto de territorio indígena al ámbi-
to municipal por ser el más viable en lo inmediato. Pero nuestro énfasis
en este nivel no debe tampoco interpretarse como el techo territorial
máximo al que puede llegar un pueblo indígena. Cabe también asociarse
a niveles superiores, en la medida que sigan compartiendo esta misma
condición étnica. Pero en términos operativos parece siempre más sabio
y prudente ir avanzando de lo chico a lo grande que empezar la casa por
el tejado, con peligro de que todo se derrumbe de golpe por falta de expe-
riencia previa acumulada.

220
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Dentro de esta temática general del reconocimiento constitucional del


territorio de los pueblos originarios, con todo lo que ello implica de reco-
nocimiento de cada pueblo originario como persona jurídica colectiva, de
su autonomía, sus organizaciones, sistema jurídico, forma de vida, etc.,
queda pendiente la situación y derechos de los numerosos indígenas que
ya se han establecido establemente en fuera de su territorio en las gran-
des ciudades o incluso en el exterior. Lo discutiremos en el capítulo 7,
después de haber repasado el conjunto de los derechos específicos.

6.5. Derecho indígena


Se suele llamar genéricamente derecho consuetudinario a las normas y
criterios no escritos pero utilizados regularmente por cada pueblo como
fruto de su larga experiencia en la toma de decisiones y la resolución de
sus conflictos de convivencia. En principio puede darse tanto en pueblos
indígenas como en otros. Pero aquí nos concentramos en el primer caso,
al que también se lo llama derecho indígena. La capacitad de poder uti-
lizarlo legalmente es otro de los componentes de este bloque de derechos
específicos de los pueblos indígenas.
Dentro del enfoque unitario y holístico (ver 5.3.) propio de los pueblos
indígenas, el derecho comunitario abarca y cruza todos los ámbitos de la
convivencia humana. Al no estar escrito, salvo en elaboraciones y estu-
dios posteriores interpretativos, tiene mucha más flexibilidad que el lla-
mado derecho positivo, en que todo está codificado y normado. Si bien
ello podría dar lugar a abusos, esta flexibilidad le da más bien una mayor
agilidad y cercanía para adaptarse a viejas y nuevas situaciones, además
de bajar de manera notable el costo y el tiempo requerido para tomar
resoluciones. Por estas circunstancias, la administración de este derecho
no suele ser responsabilidad de sólo especialistas sino de las autoridades
tradicionales habituales, a veces de carácter rotativo, seguidas y acompa-
ñadas muy de cerca por la propia asamblea comunitaria. Son también
distintas las sanciones, en las que, salvo casos extremos, prevalece el
esfuerzo por recuperar al delincuente para la comunidad.

221
Xavier Albó

Hay tantos derechos consuetudinarios como pueblos y culturas diferen-


ciadas aunque aparecen sin dudas convergencias en sus formas de reso-
lución, como las hay también entre estas fuentes alternativas de derecho
y las normas escritas y reglamentadas del derecho positivo. Pero el hecho
mismo de que ambas fuentes jurídicas sigan presentes en la vida cotidia-
na, muy particularmente en la de los pueblos indígenas y otros grupos
étnicos diferenciados, hace inevitable debatir la validez o de todos ellos
o de sólo el derecho positivo. Cada vez son más los que se definen por la
validez de una y otra fuente, de modo que existen ya, dentro de las cien-
cias jurídicas, especialidades llamadas pluralismo jurídico o legal o tam-
bién antropología jurídica o legal, en las que convergen sobre todo juris-
tas y antropólogos.30
La CPE de Bolivia, a igual que el Convenio 169 de la OIT (Arts. 8º y 9º)
y las constituciones de otros varios países de América Latina, reconoce
ya la existencia de esta fuente alternativa de derecho indígena en su Art.
171º. Sin embargo, en todos estos cuerpos legislativos aparece siempre
un caveat que hace referencia a la necesidad de poder compatibilizar este
derecho consuetudinario con el positivo. En el Art. 171º de la CPE boli-
viana se dice: “siempre que no sean contrarias a esta Constitución y las
leyes”. El riesgo operativo es, entonces, que se trate sólo de una conce-
sión en el papel, o de sólo “un decreto de papel mojado”, como suelen
quejarse las organizaciones populares.
En este punto el diálogo de las autoridades y funcionarios del área judi-
cial con las organizaciones y pueblos originarios no siempre resulta fácil.
Los primeros suelen apelar a que de alguna manera el uso de este dere-
cho indígena consuetudinario debe subordinarse a las prescripciones del
derecho positivo y quedar específicamente normado por éste. Los pue-
blos originarios se quejan de que, en la práctica, el resultado es casi siem-
pre que jueces y abogados apoyan más bien a sus bandos contrarios.
Muchos togados, que sólo suelen conocer lo indígena a través de las noti-

30 El XII Congreso Internacional dedicado a esta temática se celebró cabalmente en Arica, Chile
(Castro, ed. 2000). A ello se dedica en la página web llamada Alternet. Ver también IIDH (1999).

222
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

cias sensacionalistas de la prensa, asocian casi automáticamente el dere-


cho consuetudinario con linchamiento y muerte. Los comunarios a su vez
ven en el juez (y en la Policía) a buscadores de coimas que dirimen a
favor de sus iguales o de quienes les pagan más. El debate teórico viene
entonces siempre muy empañado por las experiencias prácticas.
Hay de todos modos nuevos avances en la dirección correcta. Los prime-
ros vinieron por parte del nuevo Ministerio (hoy Viceministerio) de
Justicia, establecido en 1993 y muy interesado en reformar y agilizar la
administración de la justicia. Junto con temas más internos como el de
los jueces de paz, los juicios orales o la incorporación de los jurados no
especialistas en leyes (como en el sistema sajón), surgió rápidamente la
necesidad de considerar también la aceptación de la “justicia comunita-
ria”. Se realizaron estudios de caso y teóricos y, a partir de ellos, se ela-
boró un anteproyecto de ley (Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos, 1997). Lamentablemente todo quedó en nada (salvo una breve
referencia al tema en el nuevo Código Penal), debido sobre todo a la
inestabilidad de los funcionarios, hasta que, a partir de 2003, el tema fue
retomado con mucha participación de autoridades judiciales de alto nivel
(Poder Judicial, 2004).
Sigue con todo pendiente la plasmación de estos esfuerzos en los instru-
mentos legales y en los estrados judiciales. Pero por lo menos se ha
creado conciencia de esta temática, que ya es parte de la agenda pública
y no podrá soslayarse en la Asamblea Constituyente. Con miras a estas
tareas pendientes, resaltaremos los siguientes criterios y temas:
Se trata de derecho indígena, no sólo de justicia comunitaria.
Su relación con el derecho positivo no debe ser ni de plena subordinación
ni de plena autonomía sino de coordinación.
Para ello hay que enfatizar más los principios que los detalles procedi-
mentales.
Hay que tomar en cuenta que con frecuencia no se trata de formas puras
en una u otra fuente de derecho sino de formas sincréticas que se inspi-
ran en ambas fuentes.
223
Xavier Albó

El primer punto está relacionado con la visión holística mencionada más


arriba y descrita en 5.3. Los avances hechos desde la discusión del Art.
171º en la CPE hasta los estudios del Ministerio de Justicia y la
Judicatura se fijan sobre todo en la administración de la justicia, con
énfasis en lo penal. Pero en realidad el derecho consuetudinario indíge-
na se refiere a todo el ordenamiento normativo sin hacer ese tipo de dis-
tinciones del derecho positivo. Además de la justicia comunitaria está
toda la normativa agraria sobre el acceso a la tierra u otros recursos, la
problemática de la familia en referencia a conflictos conyugales, heren-
cias, los mecanismos de nombramientos de autoridades, entre otros temas.
Más aún, en todo ello, puede entrar también el mundo de creencias, por
ejemplo, en relación a males debidos a hechizos o desgracias particulares
o comunales derivadas de no cumplir alguna obligación social o ritual.
Los tres siguientes puntos se refieren a las relaciones e interacciones
entre las dos fuentes de derecho: la/s indígena/s y la positiva. En efecto,
todo este campo de la normativa sobre la convivencia humana es uno de
los más fecundos para relaciones y soluciones interculturales.
El punto 2 da el criterio de partida: coordinación entre las dos fuentes sin
imposición de una sobre la otra. La herencia colonial está siempre muy
presente en todo el sistema normativo, tan ligado al ejercicio del poder.
Por su formación y práctica, las autoridades y los profesionales del siste-
ma judicial siempre tratarán de interpretar los hechos e imponer criterios
en base a su propia cultura jurídica de raíces europeas. Su presunción de
partida suele ser también que en realidad sólo hay un único sistema jurí-
dico –el suyo– en función del cual se debe interpretar todo lo demás. En
el campo indígena, en cambio, prevalece más bien la idea de que se con-
sigue más justicia prescindiendo de ese sistema foráneo, que les cuesta
mucho dinero y tiempo para lograr muy poco, aunque en principio están
más abiertos a la idea de que ambos sistemas valen. Cuando tienen acce-
so a influencias, conflictos muy serios o un gran enojo están más dis-
puestos a gastar más en el sistema oficial. Frente a este mutuo descono-
cimiento o a la imposición del sistema dominante sobre el indígena, hay

224
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

que hacer un esfuerzo nada fácil para lograr una relación de coordina-
ción. Es más fácil decirlo que practicarlo, pero no sería poco que los
documentos ya lo dijeran. Implica y explicita mejor la aceptación del
principio del pluralismo jurídico que, de hecho, ya está en el Art. 171º-
III cuando habla de “solución alternativa de conflictos”.
Una vez aceptado el principio del pluralismo jurídico, en punto 3 señala,
como criterio clave para acercar más las dos fuentes de derecho, algo que
ya se insinuó en 5.3.: lo que hay que salvar ante todo es el espíritu y no
la letra de la ley. Y ello se logra mejor recurriendo principios fundamen-
tales enfatizando en ellos los aspectos de fondo y no los de forma. En esta
línea, la formulación del caveat en el Convenio 169 de la OIT es más
genérica que la de la CPE boliviana y, por lo mismo, es también más
abierta: “siempre que éstas no sean incompatibles con los derechos fun-
damentales definidos por el sistema jurídico nacional ni con los derechos
humanos internacionalmente reconocidos”.
Apelar en esos casos a la letra y al detalle de leyes específicas que se han
elaborado sin participación de los propios pueblos indígenas, podría vul-
nerar esos mismos principios. Ha sido, por ejemplo, objeto de grandes
discusiones en Colombia el debate conocido como “la tutela del fuete”,
por referirse a una consulta sobre si una sanción en forma de latigazos,
tan común en muchos pueblos originarios,31 vulnera o no el derecho uni-
versal contra la tortura; al final, el propio Tribunal Constitucional de ese
país decidió que, en el contexto de estos pueblos, no se trata de tortura
propiamente dicha sino de una sanción moral que facilita la recuperación
del acusado (Sánchez, 1999: 396-397). Se puede igualmente preguntar si,
desde la perspectiva indígena será automáticamente mejor una larga per-
manencia en la cárcel que, por ejemplo, esos chicotazos o incluso la
expulsión de la comunidad por un grave delito (ver el Art. 10º-2 del
Convenio 169 de la OIT).

31 Allí y también en Bolivia. Ver, por ejemplo, el uso de “guasca y cuero de bayo” entre los mojeños
en Flores (2004).

225
Xavier Albó

Finalmente el punto 4 subraya que en realidad lo más corriente es que ya


se entreveren las dos fuentes de derecho en la práctica cotidiana de
muchos pueblos originarios. Los estudios de caso del Ministerio de
Justicia (1999) lo muestran abundantemente, muy en particular en el caso
quechua de Tapacarí, Cochabamba (vol. 3) y el de zonas urbanas margi-
nales de Cochabamba y El Alto (vol. 4). Pero aparece también en otros
casos como los esfuerzos de codificación escrita de los usos y costum-
bres de los guaraní del Izozo, en que autocensuran algunas de sus prácti-
cas tradicionales (vol. 2). Parece que ello no se debe sólo a que en una
situación neocolonial asimétrica siempre son más las influencias del sis-
tema positivo dominante sobre el sistema consuetudinario que viceversa.
Muestra al mismo tiempo la mayor flexibilidad que el derecho indígena
consuetudinario tiene para reaccionar rápidamente ante nuevas situacio-
nes. Es un rasgo que siempre hay que tomar en cuenta en ese permanen-
te diálogo intercultural y del que debería aprender también el derecho
positivo, mucho más rígido y seguro de “su” verdad.
Una advertencia final. No todo lo que en los medios aparece como “usos
y costumbres” o como “justicia comunitaria” lo es. Los casos siempre
más difundidos en los medios, por su tono sensacionalista y por tanto
lucrativo, es el de muertes sobre todo por linchamiento. Claramente un
linchamiento ni es derecho indígena ni lo es tampoco consuetudinario no
indígena. El nombre proviene del inglés, más precisamente de un juez
sureño de Estados Unidos, y el concepto se refiere a una acción multitu-
dinaria y espontánea debida más bien a la ausencia de un sistema legal
funcional. Por eso mismo, en Bolivia y en América Latina los lincha-
mientos ocurren sobre todo en periferias urbanas o en regiones muy afec-
tadas por la guerra (Castillo, 2000).
Hay sin duda casos muy graves que la justicia comunitaria llega a san-
cionar con pena de muerte, con lo que se puede generar un conflicto con
convenios sobre derechos humanos y, por tanto, deben ser ponderados a
fondo en el articulado de una ley sobre derecho indígena. Pero no faltan
tampoco casos de crasos asesinatos que simplemente se intentaron dis-

226
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

frazar de justicia comunitaria para eludir el juicio.32 Otro ejemplo cues-


tionable es el de la guerra crónica entre los ayllus Layme, Qaqachaka y
otros, que ha causado numerosas muertes en ambos bandos. Dentro de
esos ayllus se practica ciertamente la justicia comunitaria con bastante
aceptación. Pero este conflicto y otros semejantes, por linderos y otras
causas, han ocurrido más bien entre ayllus mayores, a un nivel superior
en el que ahora ya no funciona el derecho indígena ni llega tampoco la
justicia ordinaria (Albó, 2002a: 62-69; Fernández, 2000: 231-326;
Fernández et al., 2001).
La atención abrumadora de la prensa por estos sucesos, sin información
de lo que es o no es realmente el derecho indígena, sin duda ha dificul-
tado avanzar en el reconocimiento práctico de lo que es un derecho indu-
dable de los pueblos originarios. Pero no deberían servir de máscara para
archivar esta tarea pendiente.

6.6. Idioma
Dentro de los numerosos rasgos culturales a los que cada pueblo origina-
rio tiene derechos muy específicos, tratamos por separado el caso de su
idioma por una razón externa y otra más interna. La externa es el hecho
de que en muchos censos se ha usado y sigue usando el conocimiento del
idioma indígena como el principal indicador objetivo de etnicidad (ver
Capítulo 3). La interna y más profunda es que cuando se mantiene y usa
habitualmente el idioma originario, éste es efectivamente uno de los ras-
gos identificadores más poderosos. Veámoslo.
El idioma propio viene a ser la enciclopedia viva de toda la cultura por-
que codifica todos sus elementos y porque su estructura semántica nos
introduce incluso a la cosmovisión de cada pueblo. Es también el instru-

32 Un caso claro es el asesinato de un ex alcalde de Ayoayo, por conflictos entre campesinos y conce-
jales en el manejo de los recursos de la alcaldía. En realidad fue secuestrado por sus contrincantes
en una calle de La Paz, asesinado en privado y después quemado y colgado en la plaza del pueblo.
Poco antes ocurrió un caso comparable en Ilave, Puno, Perú, en el que al parecer confluyó un con-
flicto entre las tres divisiones de este municipio, componentes de justicia comunitaria aymara y
quizás también de linchamiento.

227
Xavier Albó

mento regular de comunicación e intercambios entre los miembros del


mismo grupo cultural. Además, el mero hecho de utilizarlo marca ya una
identidad común con los propios y diferenciadora con los extraños. El
mismo término idioma tiene en su raíz griega –idios ´propio’– una refe-
rencia directa a la identidad, a la idiosincracia única de cada pueblo.
De manera complementaria, el aprendizaje de otros idiomas es también
una de las primeras y principales ventanas de apertura a los otros distintos,
que permite ampliar la percepción pluralista del contorno y del mundo. Es
un instrumento privilegiado para empezar a construir interculturalidad.
Por eso se dice a veces que quien sabe una lengua es una persona, si
sabe dos equivale a dos personas... si sabe cinco vale por cinco perso-
nas. Con esa capacidad, puede convivir con uno, dos o cinco pueblos y
culturas distintas.
Por estas razones, las diversas enumeraciones de los derechos específi-
cos de los pueblos indígenas –y, para el caso, también de otros pueblos
no indígenas con su propio idioma– subrayan casi siempre el derecho al
uso, desarrollo y transmisión de su lengua.
El documento actual más elaborado sobre esta temática es la Declaración
Universal de Derechos Lingüísticos, fruto de una Conferencia Mundial
realizada en Barcelona (junio de 1996), bajo los auspicios del programa
LINGUAPAX del Centro UNESCO Cataluña. Participaron de este pro-
grama sobre todo representantes de instituciones no gubernamentales,
incluyendo 14 de siete países latinoamericanos.33 Dos conceptos centra-
les de este documento, muy ligados al de territorio, son los de comuni-
dad lingüística y de grupo lingüístico:
“Comunidad lingüística: toda sociedad humana que, asentada histórica-
mente en un espacio territorial determinado, reconocido o no, se auto-
identifica como pueblo y ha desarrollado una lengua común, como medio
de comunicación natural y de cohesión cultural entre sus miembros”.

33 Bolivia estuvo representada por la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) y el Instituto de Lengua y
Cultura Aymara (ILCA).

228
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

“Grupo lingüístico: toda colectividad humana que comparte una misma


lengua y que está asentada en el espacio territorial de otra comunidad lin-
güística, pero sin una historicidad equivalente, como sucede en... inmi-
grados, refugiados, deportados o los miembros de las diásporas.”
Unos y otros tienen el derecho al uso de su lengua en privado y en públi-
co pero, a la vez, deben reconocer el derecho particular que tiene cada
comunidad lingüística dentro de su territorio, por lo que, si ahí se esta-
blece gente de otros grupos lingüísticos, debe buscarse
“una socialización adicional de estas personas de modo que puedan con-
servar sus características culturales de origen pero compartan con la
sociedad que los acoge las referencias, los valores y los comportamien-
tos suficientes para permitir un funcionamiento social global sin más
dificultades que las de los miembros de la comunidad receptora. [En
cambio] la asimilación... no debe ser en ningún caso forzada o inducida,
sino el resultado de una opción plenamente libre” (Art. 4º).
“Los derechos de todas las comunidades lingüísticas son iguales e inde-
pendientes de la consideración jurídica o política de lenguas oficiales,
regionales o minoritarias... Esta Declaración excluye que una lengua
pueda ser considerada propia de un territorio únicamente por el hecho de
ser oficial de Estado o por tener tradición de ser utilizada [allí]... como
lengua administrativa o de ciertas actividades culturales.” (Art. 5º y 6º).
La UNESCO, que ya fue pionera en reclamar el uso de las lenguas ver-
náculas en la educación desde 1948, sigue arguyendo vigorosamente
sobre el peso específico del idioma en la identidad y el desarrollo de las
culturas como desarrollo de toda la humanidad. Dice, por ejemplo, la
Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la UNESCO (1997: 39):
“El lenguaje de un pueblo es quizás su atributo cultural más significati-
vo... Por su naturaleza las lenguas resumen toda la problemática de la
pluralidad –cada lengua hablada en el mundo representa un modo único
de concebir la experiencia humana y el mundo mismo–. La política lin-
güística, sin embargo, ...aún es utilizada como instrumento de domina-

229
Xavier Albó

ción, fragmentación y asimilación. No es pues sorprendente que entre los


primeros derechos reclamados por las minorías se encuentre la reivindi-
cación de su lengua... desde el reconocimiento oficial y legal..., su ense-
ñanza y uso en la escuela y otras instituciones, hasta su utilización en los
medios de comunicación de masas.”
Otra habría sido la historia sociocultural de nuestros países neocolonia-
les si se hubiera tomado en cuenta todo lo anterior. Aquí nos fijaremos
sólo en la aplicación de los tres puntos finales de la cita precedente al
caso boliviano, empezando por el del uso de la lengua en la escuela, que
es donde Bolivia más ha avanzado.

Escuela y educación
Con la Ley 1565 de Reforma Educativa de 1994 Bolivia se propuso avan-
ces superiores a los otros países en la introducción de las lenguas indíge-
nas dentro de su sistema escolar. En su Art. 1º esta Reforma afirma que una
de las “bases fundamentales” de todo el sistema educativo nacional es que
debe ser “intercultural bilingüe, porque asume la heterogeneidad socio-cul-
tural del país en un ambiente de respeto entre todos los bolivianos, hom-
bres y mujeres”. Más adelante, distingue dos modalidades de aprendizaje:
una bilingüe “en lengua nacional originaria como primera lengua y caste-
llano como segunda”, para quienes tienen una lengua materna indígena; y
otra monolingüe, “en lengua castellana con aprendizaje de alguna lengua
nacional originaria” para los demás. Se pretende que los primeros tengan
un pleno manejo y desarrollo en ambas lenguas. Pero también los de len-
gua materna castellana deberían adquirir cierto conocimiento de una len-
gua originaria, semejante al que se pretende, por ejemplo, del inglés.
La Reforma, por tanto, respeta plenamente el derecho lingüístico de los
niños indígenas y además busca una sociedad bilingüe abierta al otro en
ambas direcciones. En el ámbito lingüístico es este el paso inicial hacia la
interculturalidad. El aprendizaje del castellano por parte de los pueblos indí-
genas es ya una necesidad muy sentida por ellos para relacionarse mejor con
el resto de la sociedad y aumentar sus oportunidades laborales. Suele ser

230
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

incluso lo que más se espera del sistema escolar, con la diferencia de que
ahora ya se puede hacer sin que ello implique pérdida de la propia lengua.
En cambio el aprendizaje de la lengua indígena del contorno, por parte de
los monolingües castellanos, necesita todavía mucha motivación.
En la práctica, se han logrado avances significativos sobre todo en el
fomento inicial de la lengua materna de los niños indígenas del sector
rural y, más lentamente, en su acceso al castellano (Albó, 2004). Pero hay
más retrasos en el desarrollo simultáneo de ambas lenguas más allá de los
primeros años y no se ha avanzado nada en el aprendizaje de una lengua
originaria de los monolingües en castellano. Es también débil el progreso
en la creación de actitudes realmente interculturales en todo el sistema.
Hemos desarrollado esta problemática ya en detalle con propuestas de
políticas específicas de políticas en Albó (2002c) y Albó y Anaya (2004),
por lo que aquí no es necesario abundar más en este tema.
Oficialización
Como dice la Declaración universal arriba citada, el carácter “oficial” de
una lengua no es el origen de los derechos lingüísticos, pues éstos exis-
ten ya desde siempre. Pero tal reconocimiento público puede facilitar su
cumplimiento. En rigor el carácter oficial de una lengua implica el acce-
so y uso regular de ella en todas las actividades y documentos públicos
del Estado. Implica también su uso, cuando debe atenderse a quienes la
hablan, en las oficinas y reparticiones públicas, en los hospitales, en jui-
cios y audiencias, en los medios de comunicación, en la señalización y
avisos escritos y orales. En la práctica, sin embargo, la declaratoria ini-
cial de lengua oficial puede ser sólo el principio de un proceso más o
menos largo, de acuerdo a la situación y recursos disponibles y –por
supuesto– a la voluntad política de ejecutar lo ya oficializado.
En este punto, Bolivia está todavía muy retrasada. En la última edición
del Compendio de legislación indígena (MAIPO, 2005) sólo figuran
referencias indirectas o sectoriales al tema pero ninguna declaración for-
mal de oficialización. En el pasado ha habido varios proyectos fallidos

231
Xavier Albó

en esta dirección y el de 1992 llegó a ser aprobado en la Cámara de


Diputados pero de ahí no pasó nada. Lo único hasta ahora logrado es el
Decreto Supremo 25894 (por tanto, sin rango de ley) del 11 de noviem-
bre de 2000, cuyo Art. 1º “reconoce como idiomas oficiales”, al menos
dentro de sus territorios, a las 33 lenguas indígenas que entonces se con-
sideraba que existían en el país, aparte del castellano que sigue siendo
oficial para todo los ciudadanos. Pero, al nivel operativo, el castellano
sigue siendo el único que ejerce este rol. En los otros sólo se ha avanza-
do en su mayor aceptación cuando se usa públicamente y en propuestas
de alfabetos oficiales para bastantes de ellos, aunque después se sigan
escribiendo de mil formas incluso en los documentos y mapas oficiales.
En la actualidad se está trabajando intensamente en un proyecto de ley
(ya no sólo decreto) de los derechos lingüísticos, en el que se incluye de
nuevo la oficialización de todas las lenguas, su declaratoria de patrimo-
nio intangible y una serie de disposiciones más detalladas, que toman en
cuenta la Declaración Universal de 1996, para que se norme plenamente
este derecho de los pueblos indígenas.
De cara a la implementación operativa de estos principios uno de los
campos en los que debería incidirse más es que, parte de la calificación
y puntaje para cargos públicos y privados sea la capacidad de comunicar-
se en las lenguas indígenas de su contorno cultural. Cuando la califica-
ción lingüística redunde también en ventajas laborales se habrá dado un
paso práctico muy importante para que el respeto por la lengua de la
población no sea sólo retórico sino también real. Lamentablemente, pese
a varias disposiciones en esta línea, esta meta no se ha logrado imple-
mentar todavía, ni siquiera en el Ministerio de Educación, para la asigna-
ción de docentes y administrativos.
Medios de comunicación social
Muchos insisten más en la inclusión de las lenguas originarias en la escue-
la –objetivo sin duda importante– que en los medios de comunicación.
Pero con frecuencia estos últimos pueden jugar también un rol igualmen-
te clave, o tal vez incluso mayor, con miras no sólo al reconocimiento

232
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

público de los idiomas indígenas y de otros aspectos de las culturas loca-


les subalternas, sino también para facilitar la comunicación intercultural y
plurilingüe entre los diversos pueblos que constituyen la sociedad mayor.
Bolivia tiene ya una buena tradición, muy anterior a la educación inter-
cultural bilingüe, de apertura de la radio a las lenguas originarias, sobre
todo al quechua y al aymara, en particular a través de su red ERBOL
(Educación Radiofónica de Bolivia), parte de la red latinoamericana
ALER. Pero sus 30 emisoras, que incluyen las principales de alcance
regional, no son ni mucho menos las únicas con este enfoque. Hay otras
redes menores y en las últimas décadas han empezado a proliferar tam-
bién las pequeñas radios comunales en manos de operadores indígenas,
del municipio o de las mismas organizaciones originarias. En todas ellas
prolifera el uso de sus lenguas propias y es bastante común el acceso de
la audiencia también a los micrófonos. Con ello, han pasado a ser tam-
bién un poderoso instrumento de cohesión social.
Estos avances son un excelente punto de partida puesto que en nuestro
país la radio sigue siendo hasta ahora el más difundido de los medios de
comunicación en los sectores populares y, con frecuencia, el único que
llega realmente al área rural, con la ventaja de que tiene un costo mucho
menor tanto para los usuarios como para los inversionistas, cubre mayo-
res distancias, haya o no caminos o electricidad, y no exige mediaciones
como la escritura ni grandes calificaciones en sus operadores.
Seguimos, en cambio, muy débiles en el uso intercultural y plurilingüe de
la TV, muy difundido ya sobre todo en las áreas urbanas, y la prensa dia-
ria. Hay pequeñas iniciativas en ambos ámbitos e incluso en la red
Internet, pero que quedan muy por debajo del potencial de estos medios.
Si en la radio se está logrando ya una presencia significativa de las len-
guas y culturas más locales y regionales, en esos otros medios parece
imponerse cada vez más la presencia globalizadora desde la perspectiva
de los sectores económica y socialmente más poderosos. Pero, en realidad
el derecho al uso equitativo de la lengua propia se aplica también a todos
ellos, como dice la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos:

233
Xavier Albó

“Toda comunidad lingüística tiene el derecho a disponer de todos los


medios humanos y materiales necesarios para asegurar el grado deseado
de presencia de su lengua y de autoexpresión cultural en los medios de
comunicación de su territorio... [y] de recibir, a través de los medios de
comunicación, un conocimiento profundo de su patrimonio cultural...
Todas las lenguas y culturas de las comunidades lingüísticas34 deben
recibir un trato equitativo y no discriminatorio en los contenidos de los
medios de comunicación de todo el mundo” (Art. 36º-38º).
Hay que asegurar, también en todos estos medios de comunicación
social, el uso de las lenguas y otras expresiones culturales de su área de
cobertura tanto para comunicarse eficazmente con quienes las usen habi-
tualmente como para fortalecer en el conjunto de la población la concien-
cia de ser parte de un país y región pluricultural y plurilingüe. Tanto a los
niveles locales como a los globales, hay que reconocer con la UNESCO
(1997: 189-191) que “las ondas hertzianas y el espacio forman parte del
espacio global común, es decir, son un bien colectivo que pertenece a
toda la humanidad” y no a sólo a unos pocos que tengan el dinero y el
poder para manipularlo de acuerdo a sus intereses.

6.7. Cosmovisión
Una larga serie de derechos indígenas pueden subsumirse en el derecho
a mantener y desarrollar su propia cosmovisión. La lengua, el derecho
indígena y el ejercicio de la propia autonomía –que aquí hemos tratado
por separado– tienen también mucho que ver con la cosmovisión, siem-
pre en diálogo intercultural con otras. Lo mismo ocurre en prácticamen-
te todos los ámbitos de la vida social y cultural. Enumeremos siquiera
algunos de ellos, aunque aquí no podamos desarrollarlos en detalle:
Educación propia
El uso de la lengua propia en la educación refleja sólo una de las múlti-
ples facetas de la cosmovisión que debe tomarse en cuenta en los proce-

34 Pensamos que se debería añadir: “y de los grupos lingüísticos desplazados fuera de su territorio.”

234
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

sos educativos. Más aún, en aquellos pueblos originarios que ya han per-
dido la lengua (sobre todo entre las minorías étnicas de las tierras bajas),
ya no tiene mucho sentido intentar recuperarla, salvo sólo a un nivel sim-
bólico –como refuerzo de la identidad, en determinados nombres de acti-
vidades, objetos y en algunas frases hechas– o como una tarea de resca-
te académico de este patrimonio de la humanidad. Pero si ya se perdió la
lengua siempre hay otros aspectos culturales con fuertes referentes sim-
bólicos que vienen a ocupar ese importante rol identificador que en otras
culturas ocupa el idioma. Pueden entrar ahí, por ejemplo, determinados
rituales y creencias, las formas de organización, los cantos y bailes, cier-
tos rasgos de la indumentaria, referentes en el paisaje del propio territo-
rio, los festivales, los cuentos y relatos míticos, los consejos trasmitidos
de padres a hijos, entre otros. Es, entonces fundamental, que todo ello sea
muy tenido en cuenta en el sistema educativo desde los primeros años.
En realidad, cuando se habla de educación intercultural (y bilingüe) de
los pueblos originarios, el primer polo de esta interculturalidad es siem-
pre el refuerzo de la propia identidad, que es la más amenazada dentro y
fuera del sistema educativo. Con ello se cumple una múltiple función: la
didáctica, de partir siempre de lo que los alumnos ya saben y practican
en su casa y comunidad; la psicosocial, de adquirir confianza en sí mis-
mos como individuos y como grupo; y la política, de ir construyendo el
país pluricultural propuesto en el Art. 1º de la CPE.
Desde estas premisas, todos los ámbitos culturales son pertinentes dentro
del proceso educativo de los niños y, para ello, la participación activa de
los padres, autoridades y otras personalidades comunales en este proce-
so educativo es más importante que la del propio docente, llegado con
frecuencia de otra parte. Asimismo, las diversas actividades cotidianas y
las celebraciones comunales pasan entonces a ser también momentos for-
mativos fuertes dentro del proceso, tanto o más que el trabajo en el aula.
Sólo en la medida que este primer polo está suficientemente consolidado
adquiere pleno sentido abrirse también a otros pueblos y culturas, inclui-
da la cosmovisión de los sectores dominantes, para dialogar con ellas e

235
Xavier Albó

ir ampliando horizontes sin pérdida ni rechazo de las propias raíces. De


hacerlo sin esta consolidación previa o simultánea de lo propio, el riesgo
de alienarse es mucho mayor.
Visto desde esta perspectiva deberíamos modificar algo la metáfora uti-
lizada por la Reforma Educativa al distinguir entre el tronco común y las
ramas diversificadas. En realidad, el punto de partida son las propias raí-
ces, que son distintas de un pueblo a otro y que después a lo largo del
proceso educativo intercultural van encontrándose y entrelazándose en
un tronco común, pero sin que se diluyan esas identidades diferenciadas.
Por eso en los frutos finales del proceso existen también elementos dife-
renciados, propios de cada pueblo y otros comunes para todos ellos. De
esta forma, el rol central de la escuela ya no es “civilizar”, como se solía
decir, sino apoyar el proceso de desarrollo y apertura de los niños en lo
propio y lo ajeno.
Salud
En el aprendizaje y cuidados propios de este ámbito hay muchos aspec-
tos técnicos comunes o aplicables a muchas culturas, como la limpieza,
el acceso al agua pura, el abrigo y a la vez la ventilación y la protección
contra las plagas. Más aún, cuando cualquier pueblo vive la experiencia
gratificante de haber sido curado mediante la aplicación de remedios pro-
venientes de otras partes (sean inyecciones, acupuntura o lo que sea) no
siente mayor rechazo a estas innovaciones.
Pero hay también otros muchos rasgos desarrollados desde la propia cul-
tura tanto en la elaboración y aplicación de remedios locales como en el
vasto campo de creencias y rituales que acompañan las prácticas de sana-
ción. Es, sobre todo, en estos últimos donde más aparece la cosmovisión,
con todos sus aspectos reforzadores de la identidad.35

35 Ver, por ejemplo, la serie Salud de los pueblos indígenas de la Organización Panamericana de la
Salud (OPS) 1994-1998, en particular el vol. 14: “Incorporación del enfoque intercultural de la
salud en la formación y desarrollo de los recursos humanos”, 1998. El esfuerzo más notable real-
izado en Bolivia son los Postgrados en Salud Intercultural Willaqkuna, de la Universidad Tomás
Frías y el Hospital Daniel Bracamonte de Potosí, en 2001-2002 y 2005-2006.

236
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Religión
La mayor concentración de la propia cosmovisión suele darse en el ámbi-
to religioso, de alto valor simbólico para interpretar y dar un sentido glo-
bal a toda la realidad tangible e intangible de un pueblo tanto en el ámbito
de creencias como en el desarrollo de una ética, espiritualidad y motiva-
ción profunda. Por eso mismo la destrucción o debilitamiento de la propia
religión en los primeros tiempos de la Colonia es vista por muchos como
uno de los factores que más influyó en debilitar la resistencia de muchos
pueblos indígenas frente a la invasión y conquista, igualmente violenta. Su
sustitución por el cristianismo fue el brazo ideológico que acabó por hacer
aceptable y hasta deseable lo que inicialmente se impuso por la fuerza. La
buena intención de muchos misioneros, que con ello pensaban combatir y
extirpar la idolatría para anunciar la buena nueva de la verdadera religión
cristiana, puede explicar su proceder y hasta la heroica abnegación de algu-
nos de ellos. Pero en este campo de creencias tomadas por sagradas el ries-
go de un etnocentrismo intolerante suele ser mayor que en otros.
Una vez más, transcurridos cinco siglos, las gama de situaciones reales
es mucho más compleja pues la mayoría de los indígenas sienten ya que
su condición cristiana –llena, claro está, de elementos sincréticos– es
ahora vista muchas veces como parte de su propio modo de ser. Más aún,
numerosos indígenas siguen convirtiéndose a nuevas iglesias y cultos,
cristianos o no, sin dejar por ello de sentirse indígenas y desarrollando en
ellas otras modalidades de sincretismo. Para unos y otros el camino ya no
es volver a la situación religiosa precolonial sino partir de esas sus expe-
riencias actuales, con lo que tienen de ancestral y de innovado, con una
amplia gama de variación interna dentro de cada pueblo, desde fuertes
intolerancias en uno u otro sentido hasta otras actitudes más abiertas y
sensibles a esta diversidad de experiencias.36 Dentro de esta última
corriente, más intercultural, una de las expresiones más significativas en
toda América Latina es la llamada teología india o, quizás más exacta-
mente, teologías indias (López, 2000).
36 En Marzal (coord. 1992) puede vislumbrarse esta diversidad en los pueblos quechua, aymara y
guaraní de Perú, Bolivia y Paraguay.

237
Xavier Albó

Desarrollo con identidad


El campo del desarrollo ha estado largo tiempo en el otro extremo de la
gama, pues en él apenas se ha tomado en cuenta la cosmovisión indígena.
En general sigue muy marcado por el enfoque economicista y eficientista
de las instituciones públicas y privadas, internacionales y nacionales, que
lo promueven a través de proyectos y programas planificados en detalle
fijando y exigiendo metas siempre ascendientes a ser ejecutadas en tiem-
pos muy precisos para seguir apoyando con recursos. Las campañas inter-
nacionales de lucha contra la pobreza también se suelen concebir dentro
de este esquema. Pero, ¿será este un modelo realmente universal?
Cada vez son más las voces que lo cuestionan. En una primera fase se
empezó a reconocer que, incluso dentro de este esquema, debía tomarse
en cuenta la variedad de situaciones culturales para lograr aceptación y
mejores resultados. De ahí poco a poco se ha avanzado hacia el llamado
desarrollo humano, incorporado desde 1990 en los informes periódicos
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) por
influencia de Samartya Sen. El informe ya varias veces citado de la
Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (UNESCO, 1997: 15) da un
paso más al adoptar la segunda de las alternativas propuestas por
Marshall Sahlins, uno de sus autores:
“¿Es la cultura un aspecto o un instrumento del desarrollo, entendido en
el sentido de progreso material, o es el objetivo y la finalidad del des-
arrollo, entendido en el sentido de realización de la vida humana bajo
sus múltiples formas y en su totalidad?”
De ahí, surge inevitablemente la conclusión de que el modelo de desarro-
llo ni puede ser sólo economicista ni menos único. La última edición
mundial del Informe de Desarrollo Humano del PNUD (2004) recoge
plenamente esta preocupación:
“La democracia y el crecimiento equitativo no son suficientes para acoger
las crecientes demandas de inclusión social y de respeto por la etnia, la
religión y la lengua materna. También se requieren políticas multicultura-

238
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

les que reconozcan las diferencias, defiendan la diversidad y propicien la


libertad cultural a fin de permitir que todos tengan la opción de comuni-
carse en su propia lengua, practicar su religión y participar en la formación
de su cultura, es decir, que todos tengamos la libertad de escoger quiénes
somos” (Resumen en http//hdr.undp.org/reports/global/2004).
En síntesis, a partir de la evolución del mismo concepto internacional de
desarrollo, hemos venido a parar en los mismos temas desarrollados más
arriba en este capítulo.
En el Estado boliviano este giro ha sido reconocido siquiera en el papel,
al menos desde 1997, cuando el entonces Viceministerio de Asuntos
Indígenas y Pueblos Originarios (VAIPO) adoptó el lema “desarrollo
como identidad”, utilizado también por otras instancias internacionales
de apoyo a los pueblos indígenas.
Sin embargo, no es nada clara la manera de volcar esta frase en propues-
tas concretas de desarrollo indígena ni cómo incorporar en ellas un enfo-
que intercultural capaz de combinar la propia experiencia y los aportes
desde otras culturas sin pérdida de la identidad y protagonismo de cada
pueblo. En los ámbitos más materiales y pragmáticos del desarrollo hay
siempre un permanente juego entre las experiencias locales acumuladas
y otras innovaciones técnicas que pueden llegar de cualquier parte y que,
si resultan útiles, se adoptan sin mayor problema, sin preocuparse de sus
orígenes. La gama de ambas puede ir desde las obras de infraestructura
hasta aspectos muy prácticos de la vida cotidiana, como la vivienda y
subsistencia, el transporte, las herramientas, la escritura o la comunica-
ción, incluyendo también novedades como la TV, los celulares, la com-
putación o Internet.
La identidad en el desarrollo no suele ponerse en el rechazo o aceptación
de estas experiencias previas o innovaciones prácticas sino más bien en
su objetivo final y en otro conjunto de elementos presentes en todo el
proceso, ricos en referentes simbólicos y expresivos. Tanto aquellos ele-
mentos prácticos como éstos apuntan al bienestar y la convivencia entre
todos y así se logra plenamente la finalidad del desarrollo que –como

239
Xavier Albó

decía Sahlins– es “la realización de la vida humana bajo sus múltiples


formas y en su totalidad”.
En esta perspectiva, mencionemos siquiera dos pistas de la identidad cul-
tural que debe tener todo desarrollo:
Suma qamaña, convivir bien. Éste es el concepto que el “militante-pen-
sador” Simón Yampara (2001) y otros aymaras consideran hoy como el
más apropiado para contraponer a lo que en el primer mundo suele lla-
marse desarrollo o progreso. Su sentido central ya no está en la acumu-
lación creciente de riquezas, menos aún si ésta beneficia sólo a unos
pocos, sino en una concepción más humana, social y estable de convivir
en armonía con los demás y con toda la naturaleza de modo que todos
vivamos bien y no unos mejor a costa del resto. El que lo logra es qami-
ri, ya no en el sentido occidental de ‘rico’ sino en el andino de vivir bien
consigo mismo, con todos y con todo.
Aunque expresada aquí en aymara, esta concepción –que implica soste-
nibilidad y equidad dentro de una visión holística– puede encontrarse
también en otros muchos pueblos indígenas. Supone todo un conjunto de
valores de moderación, solidaridad y reciprocidad no sólo entre los seres
humanos sino también con todo el cosmos.
Manejo y control del propio patrimonio. El patrimonio de un pueblo
viene a ser la recapitulación de todo lo que éste ha aprendido, producido
y compartido a lo largo de los años y los siglos. Es su realización como
pueblo, sobre la que sigue construyendo su desarrollo futuro, en inter-
cambio enriquecedor con otros muchos.
Los pueblos indígenas sienten cada vez más la necesidad de defender y
manejar ellos mismos su propio patrimonio, en su sentido más amplio,
frente al enfoque liberal, mercantil y competitivo con el que los más
poderosos se lo va arrebatando con la excusa de mayor eficiencia y ren-
dimientos o simplemente por la ley del más fuerte. El actual concepto
occidental de propiedad material e intelectual, no refleja muy bien la
visión original de estos pueblos, más abiertos a compartir entre todos.

240
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Pero ellos lo han tenido que adoptar también como un derecho colectivo
propio tanto en el caso de sus bienes materiales, incluido todo el territo-
rio del que viven y en el que conviven, comparten y celebran, como en
el de las “patentes” de propiedad intelectual que de la noche a la maña-
na otros registran a nivel internacional en asuntos tan originarios y comu-
nes como plantas, alimentos y medicinas de uso local, tejidos ancestrales
y tantas otras producciones culturales que acaban en colecciones particu-
lares o museos del primer mundo.
Esta defensa del propio patrimonio no es para gozarlo sólo ellos de
manera excluyente sino simplemente para evitar que otros se lo quiten
definitivamente para sólo ellos, desde su otra visión acumuladora.

7. Rol indígena en la transformación del Estado y la Nación


Hasta aquí llega nuestra enumeración de los principales derechos indíge-
nas. No es una lista cerrada por cuanto muchos de estos derechos podrían
haber sido agrupados o desglosados de otra manera. Pero esperamos haber
tocado los más relevantes.
Como ya dijimos en 5.3., los hemos pensado sobre todo desde sus “prin-
cipales analogados”, es decir aquellos sectores que dentro de cada pueblo ori-
ginario mantienen con mayor solidez su propio modo de ser, lo cual suele
ocurrir además en sus propios territorios. Pero nos queda por dilucidar hasta
qué punto todos estos derechos se aplican también a tantos otros que siendo
y sintiéndose indígenas viven ya en otras situaciones como las descritas en el
Capítulo 3. En la primer parte de este último capítulo nos fijaremos en cómo
se reclaman y aplican los derechos indígenas en esta amplia gama de situa-
ciones y, de ahí, en la segunda parte, sacaremos conclusiones más generales
sobre el rol que corresponde a los pueblos originarios en la transformación
de todo el país.

7.1. Derechos indígenas en diversas situaciones


Los principales indicadores diferenciadores incluidos en el Censo 2001
y analizados en la sección 3.2. tienen que ver con la conciencia de perte-
nencia, el mantenimiento o no de la lengua originaria y el acceso o no al

241
Xavier Albó

castellano, con lo que ello sugiere de una mayor o menor exposición a la


cultura criolla dominante. Tras estos indicadores del censo está el influ-
jo de otros factores más causativos, entre los que sobresale el nacimien-
to y permanencia en sus comunidades y territorios originarios o el esta-
blecimiento permanente o incluso el nacimiento en otras partes, en parti-
cular en las grandes ciudades. Hay también cambios muy significativos
de acuerdo a la edad y la generación, sobre todo en estos indígenas urba-
nos. Repasemos las principales situaciones resultantes de estos factores
y veamos cómo los derechos indígenas se aplican en ellas.
No hay duda sobre la pertinencia de todos los derechos explicados hasta
aquí cuando se aplican en las pequeñas comunidades y territorios rurales,
principal instancia de reproducción de la propia tradición y cultura. Lo
más que puede ocurrir, sobre todo en varios grupos indígenas del orien-
te, es que ya hayan perdido su lengua. Pero incluso entonces, cuando reto-
man su conciencia étnica, suelen hacer esfuerzos de recuperación siquie-
ra simbólica de parte de ella para mejor marcar su identidad diferente.
Estos derechos siguen siendo también pertinentes para otros indígenas
que viven en pueblos y ciudades intermedias que son y funcionan como
el centro natural, organizativo y administrativo de un conjunto de comu-
nidades del mismo grupo étnico. Hay incluso buenas razones para plan-
tear que muchos de esos centros intermedios en realidad deberían ser
parte –y parte central– del territorio (o marka, en el área andina) en que
están insertos. Por eso mismo se reclama con frecuencia la figura jurídi-
ca de municipio indígena.
Hay también bastantes indígenas que, establecidos ya en ciudades mayo-
res y lugares más distantes, siguen manteniendo ciertos derechos territo-
riales y quizás también un segundo domicilio en las comunidades de ori-
gen.37 Por esos vínculos e intereses las visitan con cierta regularidad,
hacen intercambios de bienes y favores con sus parientes y paisanos e

37 Lamentablemente hasta ahora los censos no han registrado este dato que en algunas ciudades y
regiones puede ser muy significativo.

242
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

incluso pueden estar dispuestos a pagar cuotas, desempeñar cargos, ser


prestes y cumplir otros servicios en la comunidad. Aunque puede haber
diferencias de un grupo indígena a otro, lo más típico –al menos en la
región andina– es que los ausentes mantienen su derecho a tierra en el
lugar de origen en la medida que cumplan allí sus obligaciones comuna-
les como cuotas, trabajos o cargos.
Posiblemente forman también parte de las organizaciones y actividades
urbanas de los “residentes”38 provenientes de un mismo lugar en el
campo. La principal diferencia de todos ellos con relación a los comuna-
rios que siguen en el campo es su mayor exposición a la cultura domi-
nante, lo que les va moldeando hábitos y estilos de vida distintos. Pero
mientras mantengan sus intereses en la comunidad y cumplan allí sus
obligaciones, seguirán también reclamando los mismos derechos que los
demás. La ciudad viene a ser entonces para ellos como un nuevo “piso
socioecológico”39 junto a los demás que puedan tener en sus lugares de
origen y/o en colonización.
En áreas de colonización suelen reproducirse en cierta medida los meca-
nismos de las regiones de origen en cuanto a la relación entre el cumpli-
miento de obligaciones comunales locales y el mantenimiento del dere-
cho interno a un lote de tierra en la colonia, pero con cierta flexibilidad
por los diversos lugares de origen, la mayor movilidad geográfica y –con
ello– la existencia de un mercado de tierras más abierto. En alguna mane-
ra la Ley INRA de 1996 se hizo eco de ese trasfondo al retomar el senti-
do comunitario de estos nuevos asentamientos a los que, en algunos
casos, incluso se les ha reconocido el título de TCO.
El cambio más fuerte se da en quienes tras establecerse en las ciudades
mayores o en otros lugares distantes, incluso fuera del país, pierden estos
vínculos con sus lugares de origen. Mayor es todavía el cambio en los
residentes de segunda y tercera generación, nacidos y criados ya en la

38 Así se llama a los comunarios instalados ya en las ciudades.


39 Nombre adaptado de los estudios de Murra (1972) sobre el acceso múltiple de los pueblos andinos
a diversos y a veces distantes nichos o pisos ecológicos para asegurar su subsistencia y bienestar.

243
Xavier Albó

ciudad. Ellos ya no pueden considerarse parte del territorio originario


que, a lo más, pasa a ser sólo un referente simbólico, quizás incluso un
lugar de peregrinación o visita ocasional con motivo de la fiesta patronal.
Pero ya no viven en él ni de él ni son tampoco parte de la misma organi-
zación originaria. Si ya no tienen derecho a tierra en el lugar de origen
tampoco se preocuparán por cumplir allí obligaciones comunales o, al
revés, saben que al no cumplir ya allí esas obligaciones, se arriesgan a
que la comunidad disponga de esas tierras prescindiendo de ellos.
Pero el punto es que, aun perdiendo o rompiendo esos vínculos con su
territorio originario, muchos de estos residentes urbanos siguen sintién-
dose miembros del mismo pueblo originario. ¿Qué pasa entonces con los
derechos y obligaciones de los indígenas asentados del todo y posible-
mente nacidos ya en las ciudades o en otras partes sin vínculos formales
con sus lugares y territorios de origen? Posiblemente muchos de las nue-
vas generaciones han perdido también la lengua, bastantes costumbres y
–de ahí– una parte de ellos ya niegan ser miembros de un pueblo origi-
nario. Pero lo que aquí nos interesan son otros muchos siguen manifes-
tándose leales a su identidad aymara o guaraní por las razones que sea
(ascendencia, ciertas costumbres o creencias adaptadas ya a su nueva
situación). Están, por tanto, en el nivel 4 ó quizás 5 de la escala CEL ana-
lizada en la sección 3.2.
Pensamos que, en la medida que ellos decidan mantener esta lealtad,
cuyas razones y raíces sociales, culturales e históricas son indudables, no
hay ninguna razón definitiva de orden semántico ni social, político ni
estatal para que otros decidan negársela. De lo contrario, caeríamos en
discriminaciones semejantes a las de las “reservas indígenas” de algunos
países anglosajones. Más aún, la mayoría de estas ciudades están de
hecho asentadas dentro de lo que fue parte del territorio histórico de sus
mismos pueblos y, en la región andina, ellos siguen constituyendo la
mayoría de la población urbana, aunque ahí están ya mucho más entre-
verados física, social y culturalmente con gente de otros orígenes. No es
tampoco raro que algunos de los líderes e intelectuales orgánicos de los
movimientos indígenas provengan de este sector.

244
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

En estas circunstancias parece que, aparte de los derechos comunes a


todo ciudadano, el derecho específicamente indígena y colectivo más
fundamental que se aplica también a ellos es el de unas garantías consti-
tucionales generales como las que hemos postulado en 6.1., extendidas al
conjunto del Estado y ya no reducidas a lo que Clavero (2005) llamaba
una “excepción redoblada” incrustada dentro del régimen agrario. Tales
garantías incluyen sin duda el derecho a seguir siendo lo que siempre
fueron en términos de su autoidentificación y de su cosmovisión, sin que
el hecho circunstancial de estar ahora en un hábitat urbano implique
inevitablemente que deben renunciar a su identidad profunda. Si, en el
ámbito internacional, este derecho se reconoce también para los inmi-
grantes provenientes de otros países y latitudes, con mayor razón debe
estar en el corazón del sistema jurídico de un país multiétnico y pluricul-
tural como el nuestro.
Este principio tiene obvias implicaciones para el ordenamiento de toda la
vida pública y de instituciones como el sistema escolar, de salud o judi-
cial, el rango oficial de las lenguas originarias, su incorporación en la
educación urbana y su uso público en oficinas y en los medios de comu-
nicación, el pluralismo religioso, entre otros. Plantea de nuevo la oportu-
nidad de otorgar o no un documento jurídico, distinto del carnet de iden-
tidad común para todos los ciudadanos, que permita a cualquier miembro
de un determinado pueblo indígena originario acreditarse como tal, ya no
en un contexto de potencial discriminación sino para poder exigir los
derechos específicos derivados de esta condición (ver 6.2.).
La gran diferencia, con relación a los que en páginas anteriores ya hemos
analizado pensando sobre todo en el “principal analogado” de los pue-
blos indígenas, es que son esos sectores indígenas urbanos los que expe-
rimentan mayores transformaciones internas como resultado de las inten-
sas y cotidianas situaciones y relaciones interculturales en que se desen-
vuelven. Se aculturan e “interculturan” pero sin dejar por ello de sentirse
miembros de uno u otro pueblo originario. Por tanto esos sus derechos
como miembros de un pueblo originario no deben ser interpretados de
una manera estática ni esencialista, a partir de sólo lo que ocurre en las

245
Xavier Albó

situaciones y territorios rurales, por mucho que estos sigan siendo el


“principal analogado” y un punto clave de referencia histórica y cultural.
En cambio, en estas ciudades multiétnicas y pluriculturales resulta difícil
viabilizar la figura de territorio indígena y, por lo mismo, demarcar áreas
geográficas dentro de las que se extienda una autonomía y jurisdicción
propia. Pero esta dificultad sería exactamente la misma si se pretendiera
caracterizar a estas ciudades o a ciertas áreas dentro de ellas como terri-
torios no indígenas. Uno de los rasgos más fundamentales de estas aglo-
meraciones urbanas es que tienen un carácter pluricultural y que, por
tanto, deben desarrollar una forma de vida y normativa intercultural
capaz de articular permanentemente las lógicas y normativas indígenas y
no indígenas. Es precisamente allí donde, en cualquier ámbito, se juega
más a fondo el futuro político de una Bolivia multiétnica y pluricultural.

7.2. Hacia un nuevo país pluri- e intercultural


Esta situación, mucho más compleja que la de los territorios indígenas
rurales, nos lleva necesariamente a un planteamiento global a nivel de
país y Estado e incluso más allá.40 Precisamente por ello son sobre todo
los pueblos originarios los que más reclaman una Asamblea
Constituyente para refundar el país desde unas bases más reales, sólidas
e inclusivas. Pero aquí no podemos abundar en este tema41 que deberá
seguir siendo objeto de muchos más debates. Sólo señalaremos algunas
pistas muy preliminares.

40 Resulta falaz que en algunas definiciones de indígena se especifique su ubicación en un determina-


do territorio estatal boliviano, chileno o peruano. El estar en uno u otro territorio nacional pesa, pero
con frecuencia no es un criterio definitivo dados los numerosos casos en que un mismo pueblo está
y muchas veces transita constantemente de un lado a otras de las fronteras nacionales. Nos tenemos
que preguntar –como se lo hacen ahora los pueblos minoritarios en la nueva Europa– bajo qué
nuevo ordenamiento, en una América Latina más articulada, que minimice sus fronteras o llegue
incluso a formar una especie de confederación, las demandas de autonomía de los pueblos indíge-
nas recibirán un mejor trato (al eliminar esas barreras) sin quedar más bien barridas por ese mayor
poder supraestatal.
41 Ver el esbozo de una sugerente propuesta de síntesis intercultural en diversos ámbitos de la vida
pública, en el Capítulo 8 de Medina (2000: 317-328).

246
Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

Lo mínimo que siempre habrá que considerar en cualquier situación


urbana y rural, haya o no Constituyente, es el contexto cultural indígena
(distinto en cada pueblo) y/o no indígena en la resolución de conflictos o
malentendidos de cualquier tipo (jurídicos, penales, religiosos, lingüísti-
cos, etc.). Ello debe hacerse con un criterio de reciprocidad equitativa: lo
que se acepta y exige que los indígenas respeten para con los no indíge-
nas que estén dentro del territorio indígena, deberá también aceptarse
para los indígenas fuera de su territorio y exigirse de los no indígenas
para con ellos. Pero aún ese mínimo supone ya todo un cambio estructu-
ral con relación a lo que fue y sigue siendo un Estado neocolonial.
Al nivel operativo todo resulta inevitablemente complejo por el sincretis-
mo político y jurídico que existe ya en la mente de cada uno, indígena o
no. Empezó con los tres siglos de colonia y sigue actuando de manera
permanente, con fórmulas y tiempos distintos según el tema, lugar y
nivel en que nos movamos. Algunos lo llamarán tal vez una nueva reali-
dad “mestiza”, pero ello conlleva el riesgo de difuminar los dos polos
dialécticos de los que parten y a los que siguen refiriéndose estos sincre-
tismos y el riesgo de sucumbir una vez más en la consabida imagen de
un país unificado como mestizo pero que en realidad sólo es la culmina-
ción del largo proceso colonizador (Sanjinés, 2005). Tampoco parece que
la fórmula contrapuesta “indianizar al q’ara” permita, más allá de su
indudable fuerza motivadora y provocadora –según quien la oiga–, pueda
dar cuenta de la complejidad de partida y, por lo mismo, de la solución
de llegada.42 Unos terceros esparcirán esta gama de variaciones por un
mundo “pluri-multi”43 atomizado, con el riesgo de pulverizar el sentido
de identidades étnicas mantenidas en medio de esas diferencias. Nosotros
preferimos seguirlo viendo como parte del proceso largo y complejo de
ir construyendo un país realmente pluriétnico e intercultural.
Ante esta realidad, llegar a delinear a fondo este tipo de país sólo será
posible con la participación activa de todos los implicados. Volviendo a
42 Fórmula de Felipe Quispe, fundador del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP). Ver los números
de Pulso (La Paz) en octubre 2000.
43 Término acuñado por Carlos Toranzo (1993).

247
nuestra distinción central entre los derechos indígenas comunes a los de
todos los ciudadanos y los más propios y específicos de los pueblos indí-
genas, es obvio que estos últimos tienen también el mismo derecho que
todos los demás de tener una participación plena y equitativa en las
diversas instancias del poder político. Lógrese ello por el voto directo o
a través de cuoteos y circunscripciones especiales (ver 3.3.), esta equidad
en la representación viene a ser además la condición de posibilidad nece-
saria pero no siempre suficiente para que en el ejercicio del poder se
tomen también realmente en cuenta sus demás derechos más específicos.

248
BIBLIOGRAFÍA

Albó, Xavier. 1999. “Diversidad cultural, étnica y lingüística”. En Fernando


Campero P. coord. Bolivia en el siglo XX, La Paz: Harvard Club de
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255
Xavier Albó

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Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

ANEXO 1

257
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Ciudadanía étnico-cultural en Bolivia

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Ciudadanías en Bolivia
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ANEXO 2

267
268
POBLACIÓN DE 15+ AÑOS POR CONDICIÓN ÉTNICO LINGÜÍSTICA (CEL)
AYMARA, QUECHUA Y GUARANÍ, SEGÚN CIRCUNSCRIPCIONES ELECTORALES
(Sólo las circunscripciones con 10% o más de quechuas, aymaras o guaraníes; y, en ellas, las categorías
CEL 7-2 con referencia específica a cada pueblo. El INE trata en bloque las circunscripciones de las capitales y El Alto

Circunscripciones * Condición étnico linguística QUECHUA, Total Total Incre-


AYMARA, GUARANÍ (10+%) gen. Q, A o G mento
CHUQUISACA 7. S S S -c** 6. S S S +c** 5. S S N** 4. S N N** 3. N S S -c** 2. N S S +c** catg 7 a 0 A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 1-3 18.62 % 23.62 % 14.17 % 8.2 % 1.5 % 5.1 % 100.0 % 64.6 % 71.2 % 6.6
Q 5 Azurduy HSiles LCalvo 14.86 % 8.04 % 2.98 % 6.7 % 1.8 % 1.8 % 100.0 % 32.6 % 36.6 % 3.6
G 5 id. 1.59 % 6.19 % 2.23 % 4.1 % .1 % .5 % 100.0 % 14.2 % 14.7 % 0.6
Q 4 Zudáñez Tomina Boeto 32.71 % 22.83 % 6.81 % 10.5 % 2.4 % 2.4 % 100.0 % 72.8 % 77.6% 4.8
Q 6 N S Cinti 26.10 % 26.97 % 5.99 % 8.0 % 1.9 % 3.4 % 100.0 % 67.1 % 72.4 % 5.3
LA PAZ 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 7-12 .12 % 2.15 % 3.15 % 4.3 % .0 % .5 % 100.0 % 9.7 % 10.2 % 0.5
A id. 2.26 % 16.06 % 13.83 % 18.7 % .2 % 2.4 % 100.0 % 50.9 % 53.5 % 2.6
A Alto y cerc13-16 5.08 % 32.26 % 20.91 % 16.4 % .4 % 3.6 % 100.0 % 74.7 % 78.7 % 4.0
Q 18 Omasu. Muñec.
B. Saavedra 6.50 % 6.95 % .65 % .2 % .6 % .6 % 100.0 % 14.3 % 15.5 % 1.2

A 18 id. 33.29 % 40.75 % 5.21 % 1.5 % 1.8 % 2.0 % 100.0 % 80.8 % 84.5 % 3.8
A 22 Ingavi Pacajes 24.61 % 49.94 % 12.06 % 5.2 % 1.2 % 2.4 % 100.0 % 91.8 % 95.4 % 3.6
A 17 Camacho Los Andes

M. Kapac 40.50 % 46.65 % 6.00 % 1.7 % 1.9 % 2.0 % 100.0 % 94.9 % 98.8 % 3.9
Q 19 Larec FTamayo Iturralde 3.37 % 10.59 % 2.96 % 1.9 % .6 % 2.7 % 100.0 % 18.8 % 22.2 % 3.4
A 19 id. 11.47 % 28.27 % 10.73 % 6.0 % .7 % 2.5 % 100.0 % 56.5 % 59.8 % 3.3
A 21Aroma Loayza Villarroel 22.40 % 57.74 % 10.41 % 3.2 % 1.3 % 2.5 % 100.0 % 93.7 % 97.5 % 3.8
A 20 NSYungas Inquisivi 12.25 % 36.98 % 17.56 % 10.4 % .6 % 2.5 % 100.0 % 77.2 % 80.3 % 3.1
COCHABAMBA 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc.23-25 2.29 % 15.45 % 17.39 % 13.5 % .3 % 3.7 % 100.0 % 48.6 % 52.6 % 4.0
A id .33 % 4.33 % 2.37 % 3.0 % .1 % 1.0 % 100.0 % 10.1 % 11.1 % 1.0
Q 29 Campero Arani 45.15 % 35.57 % 5.00 % 2.2 % 3.2 % 3.4 % 100.0 % 87.9 % 94.5 % 6.6
Q 31 Arque Bolívar Tapacarí 45.74 % 30.78 % 6.11 % 1.3 % 2.7 % 2.4 % 100.0 % 83.9 % 89.0 % 5.2
A 31 id. 3.40 % 4.82 % .70 % .5 % .5 % 1.1 % 100.0 % 9.4 % 11.1 % 1.7

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Ciudadanías en Bolivia
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270
Circunscripciones * Condición étnico linguística QUECHUA, Total Total Incre-
AYMARA, GUARANÍ (10+%) gen. Q, A o G mento
Q 30 Valle Alto Capinota 29.20 % 43.88 % 11.23 % 2.2 % 2.2 % 5.4 % 100.0 % 86.6 % 94.1 % 7.6
Q 26 Quillacollo 6.41 % 23.62 % 21.56 % 11.8 % .6 % 4.4 % 100.0 % 63.4 % 68.4 % 5.1
Q 28 Chapare 17.39 % 34.95 % 13.53 % 6.9 % 1.4 % 4.9 % 100.0 % 72.8 % 79.1 % 6.3
Q 27 Carrasco VTunari 21.82 % 48.05 % 7.98 % 2.7 % 1.6 % 4.6 % 100.0 % 80.6 % 86.9 % 6.3
ORURO 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 32-34 2.40 % 13.21 % 14.11 % 11.3 % .2 % 2.7 % 100.0 % 41.0 % 444.0 % 3.0
A id. .73 % 6.95 % 5.56 % 6.5 % .1 % 1.7 % 100.0 % 19.8 % 21.6 % 1.8
A 35 NSCar Saj Lit Atah
Barrón Mej 14.58 % 51.15 % 15.95 % 5.5 % .8 % 2.1 % 100.0 % 87.2 % 90.1 % 2.9

Q 36 Poopó Dalence Abaroa 7.07 % 28.05 % 17.03 % 6.0 % 1.0 % 5.0 % 100.0 % 58.2 % 64.2 % 6.0
A 36 id. 8.36 % 13.64 % 4.21 % 1.7 % 1.1 % 2.3 % 100.0 % 27.9 % 31.3 % 3.3
POTOSÍ 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 32-34 15.00 % 25.31 % 21.68 % 10.1 % 1.0 % 3.9 % 100.0 % 72.1 % 77.0 % 4.9
Q 39 Bustillo 17.52 % 29.37 % 20.98 % 6.0 % 2.8 % 4.4 % 100.0 % 72.8 % 81.1 % 7.3
A 39 id. 6.15 % 2.71 % 3.57 % 2.2 % 3.3 % 1.7 % 100.0 % 14.6 % 19.6 % 5.0
Q 42 Saavedra Linares 46.96 % 44.53 % 3.34 % .7 % 1.7 % 1.8 % 100.0 % 95.5 % 99.0 % 3.5
Q 41 Chayanta 63.87 % 26.87 % 2.73 % .3 % 3.6 % 1.4 % 100.0 % 93.8 % 98.8 % 5.0
Q 40 Charcas Ibáñez Bilbao 48.39 % 22.27 % 4.97 % .5 % 4.5 % 2.1 % 100.0 % 72.2 % 82.7 % 6.6
A 40 id. 8.39 % 7.50 % 1.82 % .6 % 2.5 % 1.1 % 100.0 % 18.3 % 21.9 % 3.6
Q 43 NChich N. Líp.
Campos Quijarro 17.78 % 44.08 % 11.01 % 3.9 % 1.2 % 3.8 % 100.0 % 76.7 % 81.7 % 5.0

A 43 id. .96 % 4.59 % 4.29 % 2.2 % .2 % .8 % 100.0 % 12.1 % 13.0 % 1.0


Q 44 SChich S. Líp.
Omiste Baldivieso 4.53 % 23.92 % 16.34 % 10.5 % .6 % 5.7 % 100.0 % 55.3 % 61.6 % 6.3

TARIJA 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A


Q Capital y cerc. 45-46 .53 % 5.08 % 3.54 % 4.2 % .1 % 2.0 % 100.0 % 13.4 % 155.5 % 2.1
Q 47 Arce O'Connor .44 % 4.87 % 1.72 % 2.2 % .1 % 1.9 % 100.0 % 9.2 % 11.2 % 2.0
Q 48 Gran Chaco 1.11 % 8.02 % 3.18 % 3.7 % .2 % 2.6 % 100.0 % 16.0 % 18.9 % 2.8
SANTA CRUZ 7. S S S -c 6. S S S +c 5. S S N 4. S N N 3. N S S -c 2. N S S +c Total gen. A (7 a 4) B (7 a 2) B-A
Q Capital y cerc. 50-55 .61 % 6.37 % 3.90 % 4.0 % .1 % 1.9 % 100.0 % 14.9 % 17.0 % 2.1
Q 59 Ibáñez Cordillera 1.47 % 7.18 % 2.53 % 3.6 % .2 % 2.0 % 100.0 % 14.8 % 17.0 % 2.3

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Ciudadanías en Bolivia
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Circunscripciones * Condición étnico linguística QUECHUA, Total Total Incre-


AYMARA, GUARANÍ (10+%) gen. Q, A o G mento
G 59 id. 2.84 % 9.61 % 3.14 % 6.7 % .2 % .8 % 100.0 % 22.3 % 23.3 % 1.0
Q 57 Warnes Ñ. Chávez
Guarayos 2.82 % 13.38 % 3.20 % 3.1 % .5 % 2.7 % 100.0 % 22.5 % 25.7 % 3.2

Q 60 Vallegrande Florida 4.11 % 15.79 % 4.45 % 3.5 % .7 % 3.9 % 100.0 % 27.9 % 32.5 % 4.6
Q 56 Santiestévan Sara 2.62 % 14.10 % 5.28 % 5.0 % .5 % 3.3 % 100.0 % 27.0 % 30.8 % 3.8

Fuente: INE, Censo 2001. Solo hogares particulares y personas que indican hablar. No incluye personas que reciden en el exterior
encontrándose en tránsto en el país.

* Estando ya todo este trabajo en vías de publicación, a principios de noviembre de 2005, la Corte Nacional Electoral definió los
cambios de algunas circunscripciones uninominales, en cumplimiento de la sentencia 0066/2005 del Tribunal Constitucional (22
septiembre 2005) y de los Decretos Supremos 28429 del 1 de noviembre de 2005 y 28445 del 19 de noviembre de 2005. Ya no era
posible actualizar nuestros análisis a esta nueva situación pero aquí señalamos los cambios de circunscripción uninominal, que
afectan a nuestras cifras (los cambios de escaños plurinominales no los afectan):

- La Paz. La antigua circunscripción urbana 12 desaparece fusionándose sobre todo a la 11, que pasa a ser la más poblada de la
capital.
- Cochabamba. Se crea una nueva circunscripción urbana (con el Nro. 12), que cubre la parte periférica occidental de la capital (antes
en las circunscripciones 24 y 25) más el municipio de Colcapirhua ya muy urbanizado (antes en la circunscripción rural 26).
- Santa Cruz. Se crea la nueva circunscripción urbana 70, mayormente en la parte oeste de la anterior circunscripción 55,
incluyendo su expansión hacia la periferia urbana. Se crea también la nueva circunscripción rural 69 con las provincias Ichilo
(antes en la circunscripción 60) y Sara (antes en la circunscripción 56) más el municipio de Warnes, 1ra. Sección de la provin-
cia del mismo nombre (antes en la circunscripción 57).
- El detalle de las actuales circunscripciones puede verse en la página web de la Corte Nacional Electoral www.cne.org.bo > pro-
ceso > circunscripciones uninominales.

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Ciudadanías en Bolivia

** El significado de cada categoría de condición “etnolingüística”, se explica en el cuadro 3.1 del presente texto

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