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Llopis Agelán, E. (2002): “La crisis del Antiguo Régimen y la Revolución Liberal (1790-1840)”,
Comín, F; Hernández, M y Llopis, E, eds, Historia económica de España. Siglos X-XX, Barcelona,
Crítica, pp. 165-202.
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1. Fases del periodo y condicionamientos internacionales
Los años de 1790 a 1840, conocidos como el periodo de transición del Antiguo Régimen al
Sistema Liberal, se caracterizaron por una fuerte inestabilidad política y económica, si bien
pueden definirse dos fases muy distintas:
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2. Tiempos revueltos, 1790-1808
Hacia 1790, la economía española había llegado prácticamente a un techo productivo, cuya
superación era difícil sin acometer reformas institucionales de cierta entidad.
Con todo, en estos años, los niveles medios de producción agraria no registraron una brusca
contracción, aunque la inestabilidad y el estancamiento económico sí agudizaron el malestar
social y la lucha por la tierra.
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1798, prestamos del exterior y, sobre todo, emisión de vales reales (deuda pública).
Esta aumentó de 2 a 7,5 mil millones de reales. Esto es, llegó a cuadruplicarse entre
1788 y 1808. Las dificultades para hacer frente a tanta deuda pública ocasionaron una
depreciación de la misma, próxima al 50 por ciento. Co el objetivo de garantizar el
valor de la referida deuda, se creó una Caja de Amortización, que fracasó, pues destinó
más dinero al déficit u obligaciones del Estado que a amortizar vales reales. En
definitiva, los gastos de la hacienda real, originados principalmente por las guerras,
crearon un fuerte endeudamiento de la monarquía, que no pudo ser compensado por
los ingresos.
- Los ingresos no fueron suficientes. En este caso, la hacienda de la monarquía hispánica
estaba integrada por la de la metrópoli y por la de las colonias.
o En la metrópoli, el sistema fiscal dio claras muestras de su insuficiencia y de su
elevado grado de rigidez: los nuevos tributos, las reformas de los ya existentes
y los recargos generaron más malestar que recursos. En términos reales, los
ingresos fiscales por habitante disminuyeron durante el reinado de Carlos IV
(1788-1808).
Con todo, la hacienda tenía enormes dificultades para financiar el gasto público. Prácticamente
agotada la capacidad para colocar deuda en el interior, el gobierno recurrió a la captación de
recursos de distintas instituciones públicas y privadas (pósitos, propios de los Concejos, Iglesia,
agrupaciones de comerciantes, etc.) y a la búsqueda de dinero en el exterior. Asimismo, la
desamortización de 1798 no sirvió para restablecer el crédito público.
Las guerras, especialmente las mantenidas con Inglaterra, perturbaron el comercio exterior,
sobre todo los tráficos con América, cuyas exportaciones y reexportaciones se redujeron en un
73,9 y 92,6 respectivamente entre 1784-96 y 1797-1801. También se contrajeron las
importaciones, aunque en menor medida. En los años de paz (1801-04), tuvo lugar una
importante recuperación, aunque no se alcanzaron niveles anteriores, mucho menos en las
reexportaciones. De esta manera, podemos señalar:
- Inglaterra consiguió impedir casi por completo el flujo comercial entre España y sus
colonias.
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- El monopolio comercial de España con sus colonias registró una fuerte erosión, pues
España abrió sus aduanas a tráficos de otras procedencias.
- Los aspectos anteriores revelan el declive económico y político de España en América.
El hundimiento de los tráficos con las Indias tuvo un efecto contractivo sobre la economía de
algunas ciudades portuarias, principalmente Cádiz, (también Málaga, Sevilla, Barcelona,
Coruña, Santander) y sobre los sectores que colocaban una parte apreciable de su producción
en los mercados americanos (vinícola, oleícola, aguardientes, papel, siderúrgico, textil). El
autor se detiene en los dos últimos sectores, relacionados con el País Vasco y Cataluña:
El comercio con Europa no fue tan negativo, registrándose épocas de importante avances. Con
todo, el déficit de la balanza de mercancías aumentó considerablemente desde 1797, haciendo
creíble un deterioro de la balanza de pagos, que (tal vez) exigió exportaciones netas de plata
ya antes de 1808.
En síntesis, el estancamiento, las violentas crisis agrarias, la inestabilidad política, el alza de los
precios, el fuerte incremento de la deuda y la crisis del comercio colonial caracterizaron la
evolución de la economía española durante el reinado de Carlos IV (1788-1808).
Ante esta situación, la Monarquía Absoluta promulgó diversas disposiciones que provocaron
tensiones en el seno de los propios grupos dominantes. Esto es, tales disposiciones empezaron
a minar los cimientos de la sociedad del Antiguo Régimen:
Tanto para España como para sus colonias, la Guerra de la Independencia tuvo importantes
consecuencias en los ámbitos económico, hacendístico, político y social.
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propició fuertes convulsiones políticas, que acabaron desembocando en los
levantamientos independentistas.
- En el terreno social, las libertades, que muchos españoles disfrutaron durante el
conflicto, modificaron las mentalidades y las actitudes de amplios sectores de la
población. En el sector agrario, los campesinos, aprovechando el hundimiento del
Estado Absolutista cuestionaron y subvirtieron la vieja organización económica y social
del Antiguo Régimen.
o La defraudación en el pago del diezmo se incrementó y se generalizó
o Las ordenanzas locales dejaron de ser respetadas y se ocuparon y roturaron
grandes extensiones de terrenos concejiles.
o Los privilegios mesteños fueron abiertamente transgredidos.
o Se produjeron repartos y ventas de tierras concejiles, al tiempo que se
legalizaron muchas usurpaciones.
Todo supuso una notable alteración en los usos de los recursos agrarios, sobre todo de
los concejiles, y en el reparto del producto agrario.
En definitiva, la economía española obtuvo, como era previsible, unos resultados negativos
entre 1808 y 1814. Con todo, la herencia de esta guerra, de este periodo, presenta luces y
sombras:
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4. Las instituciones económicas liberales
Antes de la desamortización civil de Madoz de 1855 se privatizó una parte considerable de los
patrimonios territoriales concejiles, proceso denominado “desamortización silenciosa”. Según
Germán Rueda, de los 19,9 millones de hectáreas desamortizadas entre 1798 y 1924, 6,8
millones lo fueron a través de repartos, ocupaciones ilegales y ventas a censo. A su vez, de
esos 6,8 millones, un porcentaje muy elevado estuvo integrado por fincas municipales que se
desamortizaron entre 1808 y 1855.
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enfrentó a la presión campesina y a las propias necesidades financieras de los
Concejos.
José Bonaparte (1808-1812), las Cortes de Cádiz (1812-1814) y las Cortes del Trienio (1820-
1823) decretaron la supresión y/o la reforma de las Órdenes Religiosas, aplicando al crédito
público los bienes de los monasterios y conventos suprimidos. Sin embargo, las restauraciones
de 1814 y 1823 comportaron la derogación de las medidas y la devolución de los bienes
desamortizados, siendo, en consecuencia, mínima la desamortización eclesiástica hasta 1836.
De 1836 a 1844 se enajenó un 60 por ciento de las tierras eclesiásticas, reduciendo el volumen
de la deuda, pero aportando cantidades relativamente modestas de numerario al erario
público.
La desamortización se llevó a cabo para financiar la guerra carlista, pero al mismo tiempo fue
un instrumento útil para incrementar y consolidar el grupo de propietarios de tierra y realizar
la reforma de la Iglesia.
En muchos casos, los compradores de tierras adquirieron el derecho a percibir una renta, pues,
en diversas regiones, los contratos de carácter enfitéutico (censos y foros) estaban muy
extendidos. La consiguiente propiedad compartida tendió a ser reducida, facilitando el acceso
a la propiedad a los foreros o censatarios. Con todo, en algunas regiones, como Galicia y
Cataluña, la propiedad compartida se mantuvo en elevados porcentajes.
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4.4. La supresión de los mayorazgos y de los diezmos
En 1840, la Reforma Agraria Liberal (RAL) aún no se había completado, pero el régimen agrario
había registrado notables modificaciones:
Acompañado todo ello por la reducción del diezmo (la mitad) durante el Trienio Liberal y su
completa supresión en 1841.
En 1839, al finalizar la guerra carlista, el legado hacendístico recibido por los gobiernos
liberales cabe calificarlo de desastroso: la deuda y las cargas financieras del Estado seguían
siendo elevadas, la monarquía española se había ganado una pésima reputación en los
mercados financieros internacionales y el sistema fiscal resultaba trasnochado y claramente
insuficiente para atender las funciones mínimas del llamado “Estado guardián”: la defensa, el
orden interno, la representación exterior, la justicia, las infraestructuras económicas, etc.
El legado hacendístico se había ido conformando en sucesivas fases del periodo 1814-1839:
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Argüelles, sin apenas aplicación, hacía hincapié en la contribución directa y en los
consumos (impuestos indirectos), esto es, en la aplicación de un sistema mixto de
contribuciones.
Entre 1820 y 1823, el total de débitos suscritos por los gobiernos liberales se elevó a
2.724 millones de reales, de los que 2.613 correspondieron a préstamos extranjeros.
- En 1823, la segunda restauración absolutista abolió todas las innovaciones fiscales del
Trienio y de periodos anteriores. La recuperación de la antigua fiscalidad agravó la
situación hacendística del Estado. El margen de actuación era reducido, de manera que
López Ballesteros recortó al máximo el gasto público ante la insuficiencia de los
ingresos y la dificultad del préstamo exterior, por el repudio parcial del mismo.
- Tras la muerte de Fernando VI (1833), los liberales no pudieron realizar la reforma del
sistema tributario, acuciados por los gastos de la guerra carlista y el arreglo de la
deuda. Tal vez por ello, Mendizábal recurrió a la desamortización eclesiástica y a unas
operaciones de conversión de la deuda para reducirla, todo lo cual aminoró la deuda
reconocida por el Estado de 10.644 millones de reales en 1834 a 5.691 en 1840.
El periodo de 1815 a 1840 ha sido valorado de un modo negativo por muchos historiadores
económicos:
- Carreras (1988) habló de una etapa desastrosa y de separación con respecto a Europa,
refiriéndose a los años de 1790 a 1830.
- Tortella (1999) escribió que, de 1800 a 1840, hubo contracción económica.
- Pérez Picazo (1996) señaló que la economía española tuvo un débil crecimiento
económico hasta 1840.
- Llopis (2002), el autor al que seguimos, aporta una imagen algo más optimista, pues
entre 1815 y 1840, el PIB creció a una tasa algo superior al 1 por ciento, aunque
también se registraron graves crisis sectoriales, la productividad del trabajo no se
elevó de manera significativa y la renta por habitante se retrasó frente a la de las
naciones de la Europa Occidental.
Siguiendo a Llopis, el crecimiento económico del periodo de 1815 a 1840 tuvo un carácter
marcadamente agrícola, sobre todo cerealista.
Todo hace pensar que, en estos años, se produjo un avance cuantitativo de los cultivos de
cereales, ocupando muchas nuevas tierras. Fue un crecimiento extensivo, cuyos indicios, ante
la falta de cifras, son:
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- Aumento notable de la superficie cultivada, en torno a un 50 por ciento, y aún más,
sobre todo, en la mitad meridional.
- Estancamiento de la renta de la tierra, posible por el fuerte aumento de las
disponibilidades de terrenos de labor.
- Prohibición de importaciones de cereales y harinas (1820) y pleno abastecimiento del
mercado interior
- Aumento de tributos y mayor comercialización.
- Formación del mercado nacional, primera fase, gracias a un tráfico más regular e
intenso de granos entre las regiones, desde las excedentarias a las que más
necesitaban.
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6.2. Luces y sombras en las manufacturas
El balance industrial de las primeras décadas del siglo XIX no fue satisfactorio, si bien el
crecimiento de la producción manufacturera pudo ser parecido al de la agricultura. Por aquel
entonces, España estuvo alelada de la moderna industria, salvo en contadas regiones y
sectores. La inestabilidad política e institucional, el contrabando, la mala dotación de recursos
hídricos y, sobre todo, la falta de carbón mineral dificultaron el desarrollo fabril, frenado
también por las carencias de mano de obra, técnicos y capitales.
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En el sector metal mecánico cabe destacar el inicio de la moderna
siderurgia española, localizada en Andalucía, Málaga y Sevilla.
En resumen, el periodo de 1815 a 1840 vino marcado en el terreno industrial por cierto
crecimiento de la demanda interna, por unos altos niveles de contrabando, por unos balances
manufactureros bastante dispares a escala sectorial y territorial, por los inicios de la
mecanización y el establecimiento de las bases del sistema fabril en el textil algodonero
catalán, por una orientación casi exclusiva de las actividades manufactureras hacia el mercado
nacional, por el declive de las industrias tradicionales obligadas a competir con los productos
de las modernas fabricas españolas y extranjeras y por el mismo desarrollo de la
metalmecánica.
A partir de los años veinte del siglo XIX, los flujos interregionales de mercancías aumentaron y
con ellos se fue configurando el mercado nacional. El autor señala varios factores como
elementos impulsores de este proceso: crecimiento de la producción y del consumo, avance
del proceso de especialización regional, establecimiento de una política prohibicionista,
liberalización de tráficos internos y por la disminución del coste transporte terrestre en
algunos itinerarios. También por el avance del cabotaje.
Con todo, las inversiones en infraestructuras terrestres fueron muy reducidas en la España del
primer tercio del siglo XIX. La red caminera se amplió en kms:
1800-1814 2.070
1815-1834 830
1835-1854 4.770
1800-1854 7.670
El comercio exterior
Entre 1815 y 1840, la evolución del comercio exterior estuvo marcada por la pérdida de las
colonias americanas y por incremento de los intercambios con los países de la Europa
Occidental.
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- La pérdida de las colonias constituyó un contratiempo, pero no una catástrofe para la
economía española. Algunos hechos fueron:
o El grado de apertura de la economía española disminuyó apreciablemente en
el primer cuarto del siglo XIX.
o La pérdida de las colonias también tuvo un fuerte impacto sobre la balanza de
servicios y transferencias.
o Por el contrario, en tales años, avanzó el comercio con Europa, muy
relacionado con el proceso de industrialización, el aumento de la renta per
cápita y la progresiva liberalización de los intercambios en muchos países
industrializados europeos.
Años de escasez de numerario. Los billetes emitidos por el Banco de San Carlos y por el de San
Fernando tenían una importancia (cuantitativa) mínima, por lo que el volumen de numerario
dependía de las disponibilidades de metales preciosos, que tendieron a reducirse por el
continuado déficit de la balanza de pagos y por una política monetaria que infravaloraba la
moneda de plata española frente a otras moneda portuguesas y francesas.
Escaso desarrollo bancario, debido a la débil demanda de servicios financieros. El Banco de San
Carlos tuvo una larga agonía. En 1829, se fundó el Banco de San Fernando, tras llegarse a un
acuerdo entre el Estado y los accionistas del Banco de San Carlos. El nuevo banco, el de San
Fernando, emitió billetes, descontó letras, pero su finalidad primordial consistió en financiar a
corto plazo al Tesoro.
En resumen, entre 1815 y 1840, pese a la inestabilidad política e institucional, la pérdida de las
colonias, la profunda crisis financiera del Estado y la deflación, la economía española creció,
probablemente, a una tasa algo superior al 1 por ciento. Teniendo en cuenta la dotación de
recursos y las restricciones tecnológicas existentes entonces, nuestro país, en teoría, tenía,
cuando menos, tres vías fundamentales de crecimiento económico:
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En realidad, la expansión económica, al menos hasta 1830, se basó exclusivamente en la
incorporación de más tierra y más mano de obra a las actividades agrarias. Este crecimiento
extensivo pudo conllevar inicialmente una ligera elevación de la productividad del trabajo, ya
que la cantidad de recursos agrarios por activo es probable que aumentase algo como
consecuencia de las modificaciones registradas en los aprovechamientos de las tierras
concejiles a raíz de los cambios políticos y sociales que tuvieron lugar durante la Guerra de la
Independencia; sin embargo, el notable crecimiento del número de familias rurales determinó
que el volumen de labrantíos y pastizales por activo retornase pronto a una situación similar a
la de comienzos de siglo. De modo que la mera colonización del territorio no podía conducir, a
medio plazo, a un aumento sustancial de la productividad del trabajo en la agricultura y de la
renta rural por habitante, pero sí de la población y del número de consumidores. Por su parte,
la especialización en los cultivos arbustivos y arbóreos típicamente mediterráneos se veía
limitada por el insuficiente crecimiento de la demanda, tanto de la interna como de la externa.
Desde finales de los veinte, la recuperación de las exportaciones y el crecimiento del comercio
interregional permitieron una mayor especialización agraria. No obstante, esta vía de
crecimiento no pudo cobrar autentico empuje hasta que no se avivó el ritmo de desarrollo del
mercado interno y, sobre todo, no alcanzó mayor vigor la demanda europea de productos
españoles. Y todo ello no acontecería hasta después de 1840. En cuanto a la minería, su
desarrollo dependía del concurso de técnicos, empresarios y capitales foráneos y,
principalmente, de las necesidades de plomo, hierro, cobre y cinc de los países de la Europa
Occidental.
Por los que respecta a las posibilidades de desarrollo industrial, la pobre dotación de recursos
hídricos y carboníferos, el retraso tecnológico, los bajos niveles del PIB por habitante y por
kilometro cuadrado, la pérdida de las colonias y la relativa carestía del transporte limitaron la
expansión de las actividades manufacturaras, sobre todo de las metalúrgicas y de las de
transformación de productos metálicos, e indujeron a las empresas a orientarse casi
exclusivamente hacia el mercado español. Pese a las restricciones, Cataluña logró, durante los
veinte y los treinta, sentar las bases de su industrialización.
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