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¿Título?

“La sala de profesores es para los derechosos”, afirma Patricia mientras me guía por las escaleras
de la escuela desde el segundo piso hasta el subsuelo. Con esa frase delimita una distancia respecto de
un grupo de colegas con los que no coincide ideoló gicamente. Es recreo y ella junto a otros cinco
docentes se congregan en la biblioteca.
La puerta tiene candado y ninguno tiene las llaves 1. Transcurridos unos minutos aparece el
profesor de Geografía y abre. Nos sentamos en torno a una gran mesa ovalada de madera maciza.
Preparan mate y algunos toman café. Está n presentes, ademá s del profesor de Geografía -de unos 30
añ os-, las profesoras de Biología y de Matemá ticas -también de menos de 40 añ os-, otro profesor de
Matemá ticas y uno de Inglés, estos ú ltimos de mayor edad. Patricia es abogada y profesora de
Educació n Cívica, tiene má s de 50 y el añ o pró ximo se jubilará .
Ocupan ese espacio porque, segú n relatan, en la sala de profesores “oficial” circulan discursos
con los que ellos no se identifican. “¿Sabés cuál fue la frase que me hizo no pegar?: ¡¿Para qué les dan la
asignación universal por hijo si después los tenemos que aguantar nosotros acá adentro de la escuela?!” ,
recuerda Patricia sobre una de sus primeras experiencias en la sala de profesores. Este enunciado
plantea la irrupció n de una lectura sobre la sociedad dentro de la institució n escolar.
Emerge así una tensió n entre las concepciones de un “estudiante ideal” y el “estudiante real” con
el que se encuentran dentro de las aulas; el trabajo que implica la tarea de enseñ anza-aprendizaje con
esos alumnos reales es vivido por algunos profesores con resistencia, de acuerdo a lo percibido por los
docentes con los que me vinculé durante mi estadía en la escuela.
La extensió n de la obligatoriedad de la educació n a la totalidad del nivel medio -sancionada por
la Ley Nacional de Educació n en el añ o 2006- y la migració n de los sectores sociales altos y medios a la
educació n de gestió n privada, marcan una nueva realidad con la que los docentes deben enfrentarse.
El sistema educativo debe entonces incluir a sujetos que habían sido excluidos de sus fronteras, e
ingresan con diversas trayectorias y expectativas, resultando una població n escolar marcada
fuertemente por la heterogeneidad. ¿Có mo se reconfigura el rol docente? ¿Có mo interpelan estas
nuevas realidades al docente en su subjetividad y en sus prá cticas?
“Está ahí y es un ciudadano con el que vas a tener que convivir. Si no lo querés hacer porque tenés
vocación (remarca la palabra), hacelo porque te conviene, porque vas a convivir con él”, me dice Patricia,
y a la vez les habla a esos docentes, los ‘otros’, los de la sala de profesores. Como la escuela está
adscrita al “Proyecto 13”, se contemplan horas institucionales, ademá s de las horas cá tedra frente a
curso. Las mismas se destinan a tutorías, clases de apoyo para rendir previas por parciales o para
proyectos específicos que decide la institució n. El objetivo general es brindar un acompañ amiento a
los estudiantes que no pudieron alcanzar las expectativas deseables del sistema en los tiempos
prescritos.
Lo que en principio parecería ser un dispositivo favorable para los docentes -en tanto les da la
posibilidad de juntar varios mó dulos en una misma escuela, no tener que movilizarse de un lado a otro
y trabajar de modo má s articulado con otros colegas- sería vivido con desagrado y reticencia por
algunos: “la mayoría que tiene esa mirada es gente mayor, alcanzando la jubilación. Con esa estructura:
‘¡¿y por qué yo tengo que hacer esto; y por qué los tenemos que aprobar…?!’. En las generaciones más
nuevas se ve alguna apertura. En el área que yo trabajo, el área social, la mayoría de las veces hay una
apertura. Digo en la mayoría de las veces porque en este colegio, no. Y dentro de los establecimientos
educativos, la idea ampliar conocimiento, facilitar, convive con ‘yo hago mi laburo, no me cambies nada
porque bastante que tengo que corregir, bastante que los tengo que aguantar’”.

1 Varios tienen copias pero ninguno las tiene encima.


Andrés Rivera*

Esperó ese nombramiento, meses y años. Movió recomendaciones, memorizó las palabras necesarias, vadeó puertas con
paciencia y discreción. Por meses y años, también tuvo náuseas.

Dio clases particulares a chicos que jamás distinguirían la g de la j, la s de la z; a chicos que se aburrían en la escuela, a algún
mocoso consentido que quería explorarle los interiores de la bombacha con el mismo aire codicioso y chambón que empleaba
para manosear a la muchacha-todo-servicio.

Preparó, apresuradamente, una valija, y viajó horas y horas rumbo al destino que le asignaron. El paisaje cambió. El ómnibus
se llenó de cáscaras de frutas, de olores rancios, y de mujeres bajas y de anchas caderas, ojos achinados y palabras escasas.

Subió un cerro pedregoso, cubierto de matas salvajes y chatas. La escuela, en la cima del cerro, tenía techo de ladrillo y zinc.
Tenía dos habitaciones con una cama cada una, una pequeña cocina, y tenía una sala con bancos y pupitres, y un pizarrón
donde ella escribiría, probablemente, letras desarticuladas. No faltaba el retrato, en lo alto de la pared, del padre del aula
inmortal.

Respiró aire puro.

Los chicos aprendían a unir consonantes y vocales y armaban una palabra. Y después, unidas consonantes y vocales,
nombraban el paisaje, los árboles que les eran familiares, las chivas y los perros. Sumaban un número y otro número hasta
sortear el error, para que, les decía ella, no los engañaran cuando les llegara la hora de cobrar un sueldo.

Ella aprendió, a su vez, que los chicos crecían entre piedras, llanura, vientos y resignación, y que olvidarían los precarios
trazos que escribieron en la pizarra y en el papel.

Ella les calentaba algo de locro, algo de fideos, algo de leche en un hornillo a gas. Ella los miraba comer, voraces y silenciosos.

Ella los despedía con un beso en la mejilla, y los chicos se encogían, tensos, como si los fueran a castigar.

Ella los miraba bajar el cerro, camino a sus casas, en el crepúsculo de cada día.

Ella conoció la fatalidad de algunos desamparos.

Fragmento de "Lento", en Cuentos escogidos, Buenos Aires, Alfaguara, 2000, citado en Relatos de escuela, de Pablo Pineau
(compilador), Buenos Aires, Paidós, 2005.

*Andrés Rivera (1928) . Seudónimo literario de Marcos Rivak. Escritor de cuentos y novelas breves, de estilo lacónico y
potente. Ha sido Premio Nacional de Literatura.

Lo que falta es vocació n. Los docentes de hoy trabajan só lo para ganar un sueldo, no se comprometen
con lo que hacen.
Son muchos los que acusan a los docentes de no tener vocació n, de trabajar só lo por dinero, de no
querer la profesió n. La falta de vocació n sería entonces la causa del mal desempeñ o.
Un carácter vocacional que supuestamente diferenciaría la actividad docente de otras.
Vocació n como algo innato, un imperativo, un mandato interior.
El maestro vocacional es feliz con lo que hace y poco le interesa la retribució n. Mito que continú a vivo
en la conciencia social y funciona como una expectativa que presiona a todos y cada uno de los
docentes. 72
La tercera y ú ltima dimensió n de la vocació n remite al compromiso ético y moral con el otro. … un
buen prestador debe honrar su compromiso con el bienestar y la felicidad del otro.
Vocació n como respuesta a una “presió n social” o un “deber ser” que no se condice con la realidad
efectiva. De entrevistas surge que muchos nunca pensaron en ser docentes y entraron a la actividad
llevados por las circunstancias.
Y junto al compromiso ético moral y la idea de “misió n”, en muchas ocasiones se instalan la desidia, la
desconfianza, el desinterés, a rutina y el malestar, aspectos negativos que funcionan como defensa
contra el déficit de sentido, los bajos salarios, las malas condiciones laborales, el prestigio social
disminuido, y la falta de autoridad que, entre otras cosas, caracterizan la experiencia docente no só lo
en la Argentina, sino también en muchos países de Occidente.
Debe estar en condiciones de lidiar con los má s variados y agudos problemas que los estudiantes
“traen consigo”, porque es imposible que los dejen “fuera de la escuela”.

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