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¡CRECE!
Desarrollo personal para padres
M
Índice
Portada
Créditos
Introducción
Parte I: TODO ESTO TRATA DE TI
Capítulo 1: No es lo que te pasa...
Crecimiento y protección
El aprendizaje comienza más pronto de lo que crees
La memoria: el presente recordado
Lo que hacemos frente a lo que somos
Todo lo que necesitas es amor
Tendemos a conseguir el futuro que esperamos
Como, como, como...
Los diferentes modos que tenemos de saber que somos amados
Es lo mismo, pero diferente
Plástico y fantástico
Capítulo 2: Las toxinas de nuestra cultura
Confundir la adquisición con el crecimiento
La publicidad
No leas todo tipo de noticias
Telenovelas que no ayudan[4]
La historia hasta ahora
Parte II: CULTIVAR UN MEJOR «TÚ»
Lección 1: Desarrolla un LCI
Cómo desarrollar el LCI
Centrarse en los resultados
Tomar medidas es el mantra que te mantendrá en movimiento
Cuando las cosas se ponen difíciles
No hay fracaso, solo retroalimentación, o algo así...
Paso 1: ¿Influyó el lugar donde se produjo el fracaso?
Paso 2: Observa tus acciones (no a ti, sino tus acciones; esa
distinción es importante). ¿Fueron parte del fracaso?
Paso 3: Observa las habilidades y las capacidades:
El éxito es un hábito
Alimenta aquello en lo que te centres
¿Quién decide la persona que eres?
La respuesta no está ahí fuera
Afronta la vida como es, no como se supone que debería ser
Lecciones sobre el LCI
Lección 2: Puedes creer lo que más te convenga
Lo que piensa el Pensador, el Demostrador lo demuestra
La ley de Orr
Lección 3: Puedes escoger la persona que quieres ser
¿Quién sería yo si hubiese hecho esto?
La fisiología de la excelencia
Solo por hoy
Eres quien crees que eres
La historia hasta ahora
Parte III: CRIAR A TU HIJO
Mantra 1: O estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a ti
Mantra 2: Todavía no son las personas en las que terminarán
convirtiéndose
Mantra 3: Las recompensas no siempre les recompensan
Mantra 4: Es bueno darles menos
Mantra 5: La vida es lo que tú haces que signifique
Encontrar la narración adecuada
El proceso reflexivo
Casi siempre hay que mirar el lado positivo de la vida
Mantra 6: No son difíciles, simplemente no son tú
Aves de tierra frente a aves de cielo
Aves de tierra
Aves de cielo
Niños aves de tierra
Niños aves de cielo
Padres aves de tierra
Padres aves de cielo
Vista, sonido, pensamiento y sentimiento
Niños aves de vista
Niños aves de sonido
Niños aves de sentimiento
Niños aves pensadoras
Introvertidos y extrovertidos
Juzgadores y Perceptores
Comprender la diferencia como padre
Mantra 7: Criar a niños con un LCI requiere valentía
Los que luchan, los que huyen y los que se paralizan
Spinning [Darle vueltas al sentimiento]
Mantra 8: Cuidado con las expectativas
Parte IV: CRECER A LO LARGO DEL TIEMPO
Crecer a lo largo del tiempo
Embarazo
Comencemos antes del principio
Anclaje
0-7 años
Ahora que ya están aquí, ¿qué es lo siguiente?
Muchas caricias, amigos
Cuida tu lenguaje
Que no se detengan
Todo va bien... o mal
7-12 años
Todo depende de la mentalidad
Observa su lenguaje
Desde los 12 años hasta la edad adulta
El camino que recorremos es solo nuestro
Una carta dirigida a los jóvenes: siete cosas que quiero que sepas
1. Te van a suceder cosas malas
2. Alimentas aquello en lo que te centras
3. En ocasiones tus miedos no importan, o ni siquiera son tuyos
4. Obtienes el futuro que esperas
5. No merece la pena conocer a alguien que piensa que lo
importante es tu forma de vestir
6. En ocasiones, lo que los demás tratan de enseñarte tiene su
origen en sus problemas personales
7. Estás escribiendo la historia de tu vida. Sé el personaje que
quieres ser
Conclusión
Bibliografía
Agradecimientos
Notas
Para mi familia. Pasada, presente y futura.
Introducción
Dos hermanos fueron criados por un padre alcohólico abusivo que les
golpeaba con cierta regularidad y que disfrutaba humillándoles y
menospreciándoles. Ya en la edad adulta, uno de los dos hermanos acabó
convirtiéndose en la imagen de su padre y trató a sus hijos igual de mal. El
otro hermano se convirtió en un hombre de negocios de éxito y en un padre
cariñoso. Alguien les preguntó a cada uno de ellos por separado: «¿Cómo
te las arreglaste para acabar así?». Ambos dieron la misma respuesta:
«¿Cómo podría haber acabado de otro modo teniendo en cuenta mi
infancia?».
Crecimiento y protección
Si tomamos una de tus células y la colocamos en una placa de Petri junto a
una fuente de nutrientes, tu célula se moverá hacia ella. Si reemplazamos
los nutrientes por una toxina, la célula se alejará. En otras palabras, la célula
puede desplazarse hacia una oportunidad de crecimiento, o reconocer y
responder a una necesidad de protección.
Somos un conjunto de un billón de células, así que estoy insinuando
que nosotros hacemos lo mismo. Freud describió esto como el principio del
placer –todos nosotros nos movemos hacia el placer y nos alejamos del
dolor–. Tu cerebro ha interpretado tus experiencias desde el primer día en
este planeta, usándolas para predecir el modo en que funciona el mundo y
lo que va a suceder momento a momento. El propósito de esa interpretación
consiste en que identifiques de manera correcta, y en cualquier situación a
la que hagas frente, si es necesaria la protección o si es posible el
crecimiento. Cuanto mayor sea tu capacidad para encontrarte en un estado
de crecimiento, más oportunidades podrías tener para desarrollarte. El
mensaje clave de este libro es que el hecho de pasar el tiempo en un
estado de crecimiento o en uno de protección es, fundamentalmente,
una cuestión de elección.
Quiero dejar clara una cosa al respecto: no estoy sugiriendo que
nuestra respuesta de protección sea la mala de la película. Ha desempeñado
un papel clave en nuestra supervivencia como especie. Querer proteger a
nuestros niños es uno de los instintos más poderosos con los que contamos.
Sin embargo, ese mismo punto fuerte puede provocar que enseñemos a
nuestros hijos a tener miedo de manera innecesaria, e incluso que les
guiemos a creencias limitadoras sobre sí mismos que sean un lastre durante
toda su vida. Al leer este libro podrías darte cuenta de que a ti te ha
sucedido lo mismo. Este libro trata de que aprendas a distinguir la
protección innecesaria de las amenazas reales. Trata del modo en que
puedes dejar atrás las limitaciones que experimentas y promover una
mentalidad que busca el crecimiento y una vida de felicidad, de realización
y de éxito.
• Como papá regaña a sus hijos por equivocarse al hacer las sumas
cuando llega cansado a casa al final del día, ellos llegan a la
conclusión de que son estúpidos. Peor incluso, concluyen que él
no los quiere.
• Como mamá está ocupada con la nueva hermanita, no parece pasar
tanto tiempo con sus otros hijos, a menos que estén enfermos.
Meterse en problemas se convierte en un modo de llamar su
atención.
• Como sus padres están pasando una mala racha, tienen un carácter
más irritable y les regañan más. Su hija hace todo lo posible por
agradarles. Cuando se separan, se culpa a sí misma. A medida que
crece, continúa complaciendo a las personas con la esperanza de
que no suceda nada malo. Se hace responsable del bienestar de
todos los demás.
No estoy sugiriendo con ninguno de estos ejemplos que la conclusión a
la que llega la niña sea inevitable. Otros niños podrían darles significados
completamente diferentes a estas situaciones. Lo cierto es que nunca sabes
la conclusión a la que está llegando cada niño. Y no puedes estar siempre
presente para guiarlos hacia el significado correcto. Esa es la razón por la
que repito que, como padre, el hecho de descartar la idea de criar a tu hijo
sin ningún tipo de problema te resultará de ayuda. Relájate un poco. Uno
nunca sabe, ni puede controlar, qué sentido van a darle tus hijos a todas las
cosas que les van a suceder. No puedes ser perfecto.
Un cerebro joven que busca las causas –tal y como está programado– y
que todavía cree que todo tiene que ver con él, es capaz de llegar a
conclusiones asombrosamente erróneas.
Cuando tu hijo experimente algo por primera vez, presta atención. En caso
de que muestre cierta reticencia o cierta inseguridad, evita los juicios sobre
su respuesta a esta experiencia. Evita frases como: «No seas crío / estúpido
/ aguafiestas». Piensa: «¿Qué es lo que quiero que aprenda de todo esto?
¿Dónde está el lado positivo con el que puedo hacer que se sienta bien?
¿Qué es lo más alentador que le puedo decir?». Céntrate en alabar
cualidades tales como la determinación, más que en el logro real.
Por ejemplo, el otro día observé a Tara, mi nuera, cuando Heath
exploraba por primera vez un parque infantil. Estaba muy indeciso. Tara
evitó etiquetar esa situación de manera negativa. En vez de ello, dijo:
«¿Estás yendo despacio y con cuidado? Es una buena idea hasta que te
acostumbres al columpio. Buen chico, no hay ninguna necesidad de correr.
Limítate a subir solo por una cuerda si puedes... eso está bien». Todo lo que
hacía, incluso cuando decidía no subir más alto, se recompensaba con una
respuesta positiva. «¿Es eso lo bastante alto por ahora? Eso está bien. Te
felicito por haberlo intentado». No había ni un solo indicio de fracaso, solo
de logro. Y, aquella misma tarde, estaba correteando por el parque infantil
sin un atisbo de preocupación.
Plástico y fantástico
La investigación científica ha puesto fuera de toda duda que nuestro cerebro
es plástico. Para reconocer esto tan solo tienes que leer sobre las víctimas
de derrames cerebrales cuyos cerebros se han reprogramado para evitar los
daños a fin de reconectar las habilidades perdidas. Estoy convencido de que
esta plasticidad se aplica de igual manera a nuestro sentido de la propia
identidad. No estamos atrapados en un modo fijo de ser. Nuestro sentido
de la propia identidad no es un uniforme, es un personaje en una historia
que escribe tu cerebro para guiarnos de manera segura (aunque no siempre
felizmente) a través de la vida. Una vez que nos damos cuenta de esto
comenzamos a convertirnos en los escritores de nuestra historia y la
convertimos en una epopeya. Enseñemos a nuestros hijos el modo de tomar
el control de su narración desde una edad temprana.
C 2:
Las toxinas de nuestra cultura
La publicidad
Hubo un tiempo en que los anuncios de productos tales como los zapatos
acostumbraban a centrarse en la calidad de su fabricación y en cuánto
duraban. Ahora es más una cuestión de lo guay que serás llevándolos
durante los tres meses que sobrevivirán antes de hacerse pedazos, justo a
tiempo para los colores de la siguiente temporada. Sería exagerado decir
que un único hombre fue el responsable de este cambio, aunque quizá no
tanto. Edward Bernays se interesó en el poder de la propaganda tras trabajar
en una campaña de Woodrow Wilson que buscaba propiciar un cambio en la
opinión pública americana a favor de la intervención en la Primera Guerra
Mundial. Le sorprendió el modo en que la gente podía ser influenciada, y se
preguntó si esas tácticas podían emplearse en tiempos de paz. Bernays
inventó el término «relaciones públicas» –sí, las RRPP son obra suya–, y
denominó a estas técnicas que moldeaban la opinión ingeniería del
consentimiento. Uno de sus éxitos, por el que todos podemos estarle
agradecidos, es su trabajo para la industria del tabaco, con el que consiguió
que el hecho de que las mujeres fumasen en público se convirtiese en algo
socialmente aceptable. En 1929, Bernays organizó el Desfile de Pascua de
Nueva York y contrató a modelos para que posasen con cigarrillos
encendidos a modo de «antorchas de libertad». La mayor frecuencia del
cáncer de pulmón en las mujeres se convirtió en un indicador de su
emancipación.
Sus ideas se extendieron rápidamente. En 1952, la empresa de
alimentación General Mills pidió a dos contemporáneos de Bernays que le
ayudasen a promover su nueva invención –una mezcla instantánea para
hacer pasteles –. Las mujeres no la estaban comprando. Su solución
consistió en quitar el huevo en polvo de la mezcla, para que las cocineras
tuviesen que añadirle uno. ¿Cuál era la razón de ello? Hacía que las mujeres
sintiesen que todavía eran cocineras. La ciencia ha demostrado con bastante
claridad que, en realidad, no somos criaturas lógicas, que nuestras
emociones gobiernan la mayor parte de nuestras decisiones. Esto es un
ejemplo de ello. Desde el punto de vista de la lógica, no tiene ningún
sentido aumentar la complejidad de lo que pretende ser un producto que
ahorra trabajo y tiempo; pero, a nivel emocional, añadir un huevo y
remover la mezcla nos proporciona una mayor sensación de estar creando
algo. Y, en la década de 1950, para muchos, la autoestima de una esposa se
medía por su destreza culinaria. Esta fue la genialidad de Bernays y, al
mismo tiempo, su terrible legado. Reconoció que podía inducirse a las
personas a comprar cosas para hacer que se sintiesen mejor consigo
mismas. Desgraciadamente, por las razones que he descrito hasta ahora,
ninguno de nosotros dejamos atrás la infancia con nuestra autoestima
completamente intacta. Nuestros cerebros buscan modos de mejorar esta
autoestima a los ojos de nuestros seres queridos y de nuestros vecinos. Esos
sentimientos ocultos de que no estamos a la altura de las circunstancias en
comparación con los demás nos deja como fruta madura para la cosecha. El
resultado ha sido el aumento de una cultura de consumo alimentada por una
industria de la terapia de compras que nos promete que nos sentiremos
«dignos» si llevamos sus productos. Tristemente, también significa que nos
sentimos mejores padres si nuestros hijos van vestidos a la moda actual, si
van en el cochecito «adecuado» y si llegan a la escuela en el «mejor» coche.
Tuve un cliente que vino a verme con estrés crónico. Una poderosa
señal de aquello que le provocaba estrés era su imposibilidad de pagar el
último modelo del coche que conducía. Su coche tan solo tenía un año de
antigüedad. «¿Cuál es la diferencia?», pregunté. «Bueno, los faros son de
otra forma...» y, a continuación, iba apagándose. Se hizo evidente que no se
trataba del coche, sino de lo que conducía al aparcamiento de la compañía
de servicios financieros para la que trabajaba. O, con mayor exactitud, de
los vehículos junto a los que tenía que estacionar –los nuevos coches de sus
jóvenes y ambiciosos compañeros–. Como siempre ha ocurrido, su cerebro
estaba comparándolo con el resto de su tribu y calculaba lo que haría falta
para acercarse al calor del fuego (o, en su caso, a la siguiente posición en su
carrera profesional). Nuestro patrimonio neolítico nos ha dejado con un
escáner mental que calcula cómo lo estamos haciendo en relación con las
personas a las que consideramos de nuestra tribu –y, en una aldea global,
ese club se ha expandido de forma masiva.
Esta necesidad de ser considerados como parte de una tribu y de que
sus miembros tengan una buena opinión de nosotros hace que tengamos una
mayor propensión a ser manipulados por personas que, de manera
inteligente, ven la oportunidad de conectar sus productos con nuestra
necesidad emocional de sentirnos aceptados por los demás.
Si nuestra infancia nos deja con la sensación de que nunca somos
aceptados como personas lo suficientemente buenas, nos convertimos en un
pozo sin fondo de gastos de consumo. Por lo general, esto nos atrapa en
trabajos que no nos gusta hacer con el fin de pagar cosas que no nos hacen
sentir tan bien como pensamos que les sientan a los demás. Esa es la cultura
en la que nos criamos y en la que estamos criando a nuestros hijos. Una
cultura que provoca una respuesta de protección ante cada pensamiento o
sugerencia de que podríamos perder los símbolos de nuestro estatus. Una
cultura en la que confundimos adquisición con crecimiento.
Esa es la razón por la que, como padres, hacer que tu hijo se centre en
el «éxito» a través de la definición típica del mismo es una receta que lleva
a una vida repleta de luchas insatisfechas. Una de esas insignias que, una
vez en casa, nunca brilla tanto como prometía el anuncio.
Se necesita mucho valor por parte de los padres modernos para negarse
a vestir a sus hijos con las que parecen ser las marcas favoritas de las otras
madres de la escuela, para negarse a modernizar sus teléfonos móviles
porque sus amigos tienen la última versión, o para no someterles a una
«educación invernadero» [3] a fin de que tengan un «mejor comienzo» en la
vida. Ahora bien, por lo que veo en mi clínica, si crías a tu hijo para que
valore a las personas y la naturaleza por encima de las posesiones
materiales, para que busque la diversión que implica desafiarse a sí mismo a
través de cualquier cosa que encuentre interesante, y evitas empujarle a tu
versión de la que podría ser su mejor vida, a la larga podrás sentarte y
disfrutar viendo lo que hace con su vida sin que haya un terapeuta en la lista
de marcación rápida de su teléfono móvil.
Ahora que he perfilado cómo nos convertimos en las personas que somos,
voy a proporcionarte algunas herramientas para cambiar esto. Con ello no
estoy sugiriendo que el cambio sea fácil, sino que es posible. Preferiría que
todos mis lectores estuvieseis frente a mí en mi clínica, pero estaríamos
bastante apretados, así que, al no poder hacer una terapia directamente con
cada uno de vosotros, voy a ayudaros a que la hagáis por vuestra cuenta.
He dividido lo que quiero enseñarte en tres lecciones. A medida que
avancemos he incluido algunas preguntas que podrías plantearte a ti mismo
en aquellas situaciones en que te sientas estresado o desafiado. Espero que
te familiarices hasta tal punto con estas cuestiones que se acaben
convirtiendo en un hábito de la mente, en una respuesta reflexiva a una
situación. Eso requerirá práctica. También he incluido algunos ejercicios
denominados «Trabaja el problema». He descubierto que son
tremendamente útiles para evitar correr en círculos como un pollo sin
cabeza en lugar de resolver un problema. Obtendrás de ellos lo que aportes.
Te ruego que no te limites a leer estos ejercicios y a pensar que tendrá lugar
la magia. Nada sucederá a menos que hagas que suceda. De hecho, esto
constituye el núcleo de mi primera lección.
L 1:
Desarrolla un LCI
Tú tienes poder sobre tu mente –no sobre los acontecimientos externos. Date cuenta de esto y
encontrarás la fuerza.
Marco Aurelio
Imagina que estuvieses escalando las cumbres de los Andes con un amigo y
te rompieses una pierna. Mientras te baja por un barranco, tu amigo se ve
forzado a cortar la cuerda y a dejarte caer para salvar su propia vida. En vez
de morir, caes sobre una grieta sin fondo de la que no puedes salir. ¿Qué
harías? Estás tumbado sobre una estrecha cornisa. No va a venir nadie a
ayudarte. No puedes escalar a causa de tu pierna. Sospecho que muchos de
nosotros gritaríamos en busca de ayuda y, al final, moriríamos. Joe Simpson
se encontraba exactamente en esa situación. Él descendió. Se dirigió a la
profundidad de una grieta de la que no veía el final, a la profundidad de la
oscuridad. Era la única dirección en la que podía ir. No porque existiese la
posibilidad de escapar por ahí, sino porque era la única elección disponible
para él que implicaba una acción. Eso es el LCI. En este caso, la fortuna
favoreció al que la merecía. La grieta le condujo al camino de salida. Desde
ahí tan solo tuvo que desplazarse sobre sus nalgas durante cinco millas sin
comida y con poca agua. Le costó tres días. Llegó al campamento base justo
antes de que su amigo hiciese las maletas. Eso es resiliencia.
Autopregunta 1:
¿Qué es lo que puedo hacer aquí?
Probablemente te hayas encontrado con la oración de la serenidad:
Autopregunta 2:
¿Cómo es que esto no tiene que ver conmigo como persona?
Paso 2: Observa tus acciones (no a ti, sino tus acciones; esa
distinción es importante). ¿Fueron parte del fracaso?
• ¿Qué cosa hiciste que funcionó?
• ¿Qué cosa hiciste que no funcionó?
• ¿Qué cosa hiciste y harías de un modo diferente?
• ¿Qué cosa no hiciste que podrías o deberías haber hecho?
El éxito es un hábito
Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito.
Aristóteles
Estas pequeñas cosas son fáciles de llevar a cabo, y resulta igual de fácil
obviarlas o pasarlas por alto. Sin embargo, si las pones por escrito y haces
que el hecho de tacharlas de la lista sea una parte habitual de tu día,
descubrirás que tu actitud cambia. Sentirás que conservas el control de las
decisiones que estás tomando. Se produce un extraño efecto en cascada en
las situaciones en las que estar al mando de las decisiones particulares se
convierte en un modo de tener un mayor control sobre tu vida. Son el
símbolo de una actitud que impregna tu carácter; porque, recuerda, cuanto
más sucede algo, más sucederá. Así ocurre con los hábitos que nos retienen
y, del mismo modo, con los hábitos que nos hacen avanzar. Estamos
ajustando nuestro cerebro a la frecuencia del crecimiento y haciendo del
LCI un hábito.
He aquí un consejo importante: si relacionas un hábito nuevo con un
comportamiento actual –como leer siempre diez páginas cuando estás
sentado con tu café matutino–, es más probable que lo pongas en práctica.
Tarea:
Realiza una revisión de las 5 personas con las que más tiempo pasas, o de
aquellas que ejercen una mayor influencia en ti.
Cuanto más te plantees esa pregunta sobre ellas, más verás las limitaciones,
las debilidades y los miedos que impulsan sus comportamientos. Así resulta
más fácil ignorar y también perdonar. Tan solo son compañeros de lucha.
Tu comportamiento está haciendo que adviertan su lucha más de lo que
querrían. Tras dejar la policía, me sorprendió la cantidad de antiguos
compañeros que me preguntaron qué estaba haciendo y que, pese a no
exteriorizarlo, parecían decepcionados por el hecho de que tuviese éxito.
Ahora comprendo la razón. También ellos eran infelices en la policía, no se
sentían capaces de hacer lo que yo había hecho, y, como consecuencia de
ello, se sentían mal consigo mismos. Pese a lo encantadores que eran, mi
fracaso les habría consolado, aunque de manera inconsciente.
Tarea:
Observa qué parte de tu vida estás entregando para mantener las insignias
que has acumulado. Muchas personas trabajan una gran cantidad de horas
para pagar cosas que no tienen tiempo de disfrutar. Convertirse en una
persona que desarrolla el LCI puede transformarse rápidamente en un
ejercicio para preguntar: «¿Necesito esto?», «¿me hará esto más feliz?»,
«¿quiero vivir de este modo?». Tu vida puede volverse muy diferente.
Afronta la vida como es, no como se supone que debería ser
Nuestros cerebros emplean una gran cantidad de tiempo y energía en
anticipar nuestro futuro. Esa puede ser la razón por la que, cuando las cosas
no van según lo previsto, seguimos cometiendo errores al negar la situación
en la que nos encontramos. Continuamos afrontando la vida como nos
gustaría que fuese, y no como es en realidad. Solo tienes que observar las
semanas de rechazo tras la votación del Brexit y el llamamiento a un
segundo referéndum para ver esta limitación en acción.
Si quedamos atrapados en un estado de protección innecesaria durante
demasiado tiempo, nuestros cerebros suelen desarrollarse para preferir la
previsibilidad de la infelicidad que se extiende delante de nosotros frente a
la imprevisibilidad de ser mejores. A nuestros cerebros les gustan los
hábitos –y toda nuestra vida puede convertirse en un hábito de
insatisfacción que nos cuesta romper–. El LCI te permite cambiar ese
hábito, adaptarte a lo que sucede a tu alrededor, y usar todo ello para crear
un futuro mejor.
Un neurocientífico llamado Reid Montague señaló que funcionamos
con pilas –solo tenemos una reserva finita de energía–. Ahora bien, por lo
general, mantenernos abastecidos no requiere pensar demasiado. De hecho,
en el mundo occidental, un problema cada vez más común consiste en
evitar que nuestra energía personal se desborde. Sin embargo, durante gran
parte de la existencia de nuestra especie en el planeta, encontrar comida
suficiente ha sido la principal ocupación de cada día. Algunos sostienen que
el objetivo principal de nuestra evolución ha sido encontrar modos cada vez
mejores de asegurarnos la comida. Nuestro gran cerebro podría ser el
resultado de esa búsqueda. Ser capaces de vernos a nosotros mismos en el
futuro convierte a nuestros cerebros en máquinas predictivas –de modo que
podemos comenzar a planificar la hambruna, a pensar en métodos de caza
alternativos y a calcular sus probabilidades de éxito–. Ser capaz de ver el
futuro ha sido todo un éxito, pero tiene ciertos inconvenientes.
Podemos pasar gran parte del ahora pensando en lo que sucederá
después, sobre todo si estamos aburridos o atrapados o si somos infelices, y
esto no es necesariamente productivo. Tuve un cliente que admitió que la
única cosa que conseguía que se levantase de la cama por la mañana era la
esperanza de ganar la lotería. Pasaba mucho tiempo cada día soñando en lo
que haría con el dinero. Dentro de ciertos límites, tener una fantasía sobre
algo que es poco probable que suceda resulta inofensivo y, probablemente,
puede incluso reducir el estrés si tu fantasía consiste en imaginarte en un
paraíso tropical con ropa ligera. Sin embargo, he visto clientes que han
dedicado tanto tiempo a andar sin rumbo por estos futuros que han perdido
el contacto con el presente.
En cualquier situación que consideres un problema o un contratiempo,
plantéate la siguiente pregunta:
Autopregunta 4:
¿Qué puedo hacer aquí y ahora? ¿Dónde está la oportunidad
aquí?
Trabaja el problema
• Pon por escrito todos los miedos que tengas sobre lo que podría
suceder.
• Revisa cada uno de los miedos y prepara un plan sobre lo que
podrías hacer en caso de que se hicieran realidad.
• Indica en una escala de 1 al 10 la probabilidad de que cada una de
estas cosas suceda.
• Revisa cada una de ellas e idea acciones que reduzcan el resultado
numérico que has escrito.
• Escribe todos los aspectos positivos que podrían surgir a partir de
esta situación.
• Revisa cada uno de ellos y prepara un plan que aumente las
probabilidades de que se produzcan estos aspectos positivos.
• Crea pequeños comportamientos que puedas llevar a cabo cada día
y que, en caso de seguirlos, podrían dar lugar a los resultados que
más deseas.
La ley de Orr
Hace muchos años, me encontré con un modelo descrito por el doctor
Leonard Orr que explica por qué sucede todo esto. Imagina que tu mente
tiene dos partes: el Pensador y el Demostrador. El adagio es: «Lo que
piensa el Pensador, el Demostrador lo demuestra». Si tu Pensador piensa
que eres una buena persona, tu Demostrador filtrará e interpretará todo lo
que te sucede a ti o lo que pasa a tu alrededor a fin de sostener esa creencia.
Pero, al mismo tiempo, si tu Pensador piensa que eres un desastre,
¿imaginas lo que hará tu Demostrador? Esa es la razón por la que, en
ocasiones, escuchas a personas que han recibido un cumplido o comentarios
positivos responder con un: «Solo lo dices por ser amable», o: «Esto
únicamente ha salido bien porque...» y dan una razón externa a sí mismos.
Es un sistema que se autoperpetúa y que tiende a reforzar las creencias que
mantienes cuanto más tiempo las mantienes. Es una forma de describir
cómo terminamos en una posición predeterminada de crecimiento o de
protección en la vida.
En el núcleo de este modelo radican las creencias –son, esencialmente,
lo que piensa el Pensador–. Cada día me veo bombardeado por ellas en mi
sala de terapia. «La vida está en mi contra», «no merezco cosas buenas»,
«yo soy el culpable (de todo)», «nadie me quiere», «nunca seré feliz /
esbelto ni tendré éxito». El tema es finito, si bien las variaciones son
muchas, y si les doy a mis clientes la oportunidad para hacerlo, su
Demostrador me facilitará una larga lista de ejemplos para «comprobar»
que la creencia es válida, sin darse cuenta de que están bloqueados en un
bucle de retroalimentación Pensador / Demostrador.
En la mayoría de casos, la creencia (o las creencias) limitadora que el
cliente trae a la terapia es la clave; cambia esto y todo el comportamiento
sintomático que esta genera cambiará también. Sin embargo, lograr esto
puede resultar complicado, debido a la ilusión de que lo que parece real
parece verdadero. Permíteme que me explique.
Una creencia se define como «la aceptación de que algo existe o es
verdadero, en especial cuando no hay prueba de ello». Las creencias se
ejecutan en segundo plano durante toda la jornada para permitirnos llegar al
final del día. Piensa en cuando te levantaste esta mañana y moviste tus
piernas de la cama al suelo. ¿Acaso pensaste en que el suelo podría no
seguir ahí? Por supuesto que no. Mientras caminabas al baño, ¿te aseguraste
con cada paso que el suelo seguía siendo sólido? Parecerías una persona
rara en caso de hacerlo, e imagina lo lento que se volvería tu día. A medida
que crece nuestra experiencia del mundo, desarrollamos un conjunto de
creencias para guiar nuestras acciones –generalizaciones y atajos útiles
destinados a mantenernos seguros y a ahorrar energía–. En su abrumadora
mayoría, han demostrado ser una buena idea. Tenemos creencias sobre todo
–de hecho, es imposible no tenerlas–. Recuerdo haber tenido una
conversación durante una cena con una persona que estaba obsesionada con
el postmodernismo y que, en un momento de la misma, insistió: «Yo no
creo en nada». No pude resistirme: «¿De verdad piensas eso?», le pregunté.
Las creencias son inevitables, y tanto si se trata de confiar en la solidez del
suelo como si se trata de confiar en uno mismo, funcionan del mismo modo.
Tienen que parecer verdaderas para que respondas a ellas, así que tienen
que parecer reales, incluso aquellas que no lo son; ese es el truco. Mi
trabajo consiste en conseguir que no te las tomes demasiado en serio.
La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas
presentes en la mente al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar.
F. Scott Fitzgerald
Autopregunta 5:
¿Qué está pensando mi Pensador?
Trabaja el problema
• ¿Qué está haciendo aquí mi Demostrador?
• En vez de ello, ¿qué otra cosa podría ser cierta?
• ¿Qué pensaría mi Pensador si fuera así?
• ¿Cómo cambia eso las cosas?
• ¿Por qué no quiero que eso suceda?
Autopregunta 6:
¿Quién sería yo si...?
Era como estar bajo la ducha helada que Tim Ferriss me había animado a
darme. En un instante, me di cuenta de que todos estos años no habían
girado en torno a las verduras en sí mismas, sino a la siguiente pregunta:
«¿Quién sería yo si me hubiesen gustado las verduras?».
Como una película que se rebobina, recordé imágenes de las ocasiones
en que me habían hecho quedarme en la mesa durante mi infancia para
terminarme la comida cuando todos se habían ido. Recuerdo haber
escondido cosas bajo el borde de la mesa y haber puesto una gran cantidad
de salsa en el plato de la escuela para poder así hundir la ensalada debajo de
ella, fuera de la vista de las señoras gruñonas que vigilaban el servicio de
comedor. En casa y en la escuela, mi naturaleza melindrosa infantil con la
comida se vio confrontada y se convirtió en una guerra. Yo contra la
autoridad, con las cosas verdes en el campo de batalla. No recuerdo haber
perdido nunca. Durante toda mi vida he reaccionado con firmeza –e incluso
de manera exagerada– contra cualquier persona que me impusiese su
voluntad, y la lechuga era el origen de todo.
«¿Quién sería yo si comiese verduras y ensaladas?». La respuesta que
usaba mi subconsciente era clara: un enclenque. Alguien que se rinde.
Alguien que hace lo que le dicen. ¡Vaya montón de tonterías! ¿Había
construido una versión de mí basándome en eso?
«¿Quién sería yo si me gustasen las cosas verdes?». Alguien que se
sentía más feliz al instante, que controlaba más sus decisiones, y una
persona definitivamente más sana; ese era yo. Qué extraño. Me he dado
cuenta de que he estado cargando con un estómago en mi interior que ha
sido infeliz con la dieta durante tanto tiempo que hasta había olvidado que
podía sentirse diferente. Por primera vez, ahora siento que mi estómago me
pertenece a mí.
La fisiología de la excelencia
Cuando me pregunto a mí mismo: «¿Quién sería yo si hubiese / si no
hubiese...?» y presto la atención debida a mi respuesta, experimento un
cambio a nivel físico –por lo general, algo sutil en mi postura, en ocasiones
en mi manera de caminar; aunque es probable que sea imperceptible para
los demás, yo lo noto–. Este cambio físico es algo en lo que entreno a mis
clientes cuando les enseño esto. La conexión entre la mente y el cuerpo
suele estar en boca de todos en mi profesión; aunque casi siempre se le da
cierta primacía a la mente, mientras que en realidad es más bien una calle
de doble sentido.
Paul Ekman es una autoridad mundial por lo que respecta a la relación
entre las emociones y nuestras expresiones faciales. Durante un
experimento hizo que los voluntarios pusieran una cara que, según su
opinión, expresara uno de entre siete estados diferentes –tales como ira,
tristeza, miedo o disgusto–. Como estaban siendo fotografiados, los sujetos
tenían que representar esta pose y mantenerla durante un largo período de
tiempo. Los voluntarios empezaron a comunicar que su estado de ánimo se
estaba sincronizando con su expresión. El hecho de que parecieran estar
enfadados hizo que se enfadaran más. Parece que nuestro cerebro busca
pistas en el cuerpo sobre cómo debería sentirse y responder. En cierto
modo, nuestro cuerpo es otro componente del medio en que vivimos que
debe ser interpretado.
Los que practican la PNL hablan de la fisiología de la excelencia –el
lenguaje corporal que tiene más probabilidades de producir un determinado
resultado en una situación particular–. Los atletas de élite son buenos para
eso; a menudo puedes decir quién va a resultar ganador solo por la
sensación que transmiten –y, del mismo modo, quién no va a ganar–. Tu
cuerpo es una herramienta poderosa en el kit de tu vida, así que aprende a
usarlo, escucha los regalos que aporta a tu pensamiento y a tus estados de
ánimo.
De repente, la vieja idea «fíngelo hasta que lo consigas» recibe un
poco de pintura nueva. Los autores de la canción clásica «Sonríe (aunque tu
corazón esté dolido)» estaban muy por delante de su época –de hecho, una
buena manera de reducir la ansiedad consiste en sostener un bolígrafo entre
tus dientes–. Los investigadores descubrieron que, al hacerlo, la boca se
fuerza a contorsionarse en una sonrisa, y los sujetos ansiosos a los que les
pidió que lo hicieran comunicaron un retroceso de su pánico. El cerebro va
adonde le lleva el cuerpo.
El ajuste sutil de mi fisiología cuando me convierto en «la persona que
sería si...» tiene un efecto en mis pensamientos. Con la práctica, esta
fisiología puede convertirse en la nueva normalidad, ya que actúa como el
cemento de un nuevo comportamiento, e incluso de una nueva creencia.
Enseña a tu hijo desde bien temprano que el hecho de usar su fisiología para
crear un estado útil de manera deliberada es otra cosa que se agrega a su
arsenal del LCI. Enséñale que el modo en que se siente es solo una opción y
que, si no está cómodo, puede escoger otro. Los niños tienden a aprender
esta idea muy rápidamente, al igual que cambian de aspecto cuando se
ponen el disfraz de su superhéroe favorito. Enséñales cómo lo haces tú. Sed
una familia de superhéroes. Cuando se sientan fuertes o con confianza, haz
que se den cuenta de su postura, de su respiración –todo lo relacionado con
su fisiología que forme parte de su estado–. La próxima vez que se sientan
nerviosos o que carezcan de confianza, recuérdales todas esas cosas y haz
que las repitan. Cuanto más practiquen esta «fisiología de la excelencia»,
más pronto serán capaces de acceder al estado positivo y de disipar lo
negativo.
Darle al cambio un plazo breve de tiempo hace que parezca más manejable.
Es lo que denominamos un marco «como si» –una oportunidad de fingir
que algo es así; además, como no estamos comprometidos a que sea verdad,
no sentimos lo mismo si fracasamos–. Leí en algún lugar que a la estrella de
cine Cary Grant le preguntaron en una ocasión cómo se había convertido en
un hombre tan agradable y confiado. Su respuesta fue: «Únicamente seguí
fingiendo hasta que ya no tuve que hacerlo». Y probablemente lo hizo día a
día. Así que, solo por hoy, ¿qué te gustaría que fuese diferente?
El planteamiento de estas preguntas no constituye una varita mágica
para los desafíos de la vida. Estas cuestiones son, sencillamente, una
herramienta que te anima a desarrollar el LCI y a usar tu imaginación para
crear una versión de ti que no requiera que sigas siendo lo que no quieres
ser.
Trabaja el problema
• Escribe los pensamientos que estés teniendo sobre algún aspecto en
el que esté actuando el virus.
• Consigue un rotulador y marca los pensamientos propios del
«virus».
• Consigue otro rotulador y marca aquellos que sientas como más
propios.
• Escribe junto a cada pensamiento del «virus» todas las razones por
las que consideres que no es cierto.
• Escribe junto a cada uno de tus propios pensamientos todo lo que
se te ocurra para apoyarlos.
Esto no solo mejorará tu vida, sino que creará un ambiente para que quienes
se encuentran dentro de tu ámbito de influencia hagan lo mismo. Serás un
ejemplo para tus hijos y, a medida que avancen los años, el ciclo de
retroalimentación de la familia podría crear algo extraordinario.
Imagina un mundo en el que los niños aprendiesen desde bien
temprano que son los responsables de sus sentimientos, que tienen las
herramientas necesarias para cambiar una emoción que no desean tener.
Imagina que les enseñases a ser capaces de guiar la clase de realidad
que crean, una realidad pintada por sus cerebros con los colores del
crecimiento.
Imagina que aprendieses a interpretar su comportamiento simplemente
como una respuesta a la realidad que su cerebro estaba creando en ese
momento. Imagina la flexibilidad que te aportaría para ayudar a que el
cerebro buscase modos de cambiar estos comportamientos y, por tanto, de
cambiar su experiencia de ellos.
Ahora, veamos directamente lo que podemos hacer para fomentar la
resiliencia y el crecimiento en tus hijos.
P III:
CRIAR A TU HIJO
Tatúate este mantra en los párpados para que quede grabado en tu cerebro
mientras duermes. Me arriesgo ahora a ser linchado por un grupo de padres
vengativos, pero cuando comprendas el joven cerebro causal de tus niños,
este mantra debería simplificar el modo en que les crías durante los
primeros años. El mecanismo causal del cerebro evolucionó para predecir
cosas como: «¿Qué sucede si hago esto?». Desde bien temprano, tus hijos
están tratando de averiguar cómo funciona el mundo –sobre todo cómo
funciona para ellos–. Tan pronto como son capaces de moverse comienzan
a explorar sus límites físicos –lo que pueden alcanzar y por dónde pueden
gatear–, así como sus límites sociales –lo que pueden hacer y lo que no,
aquello que logra la aprobación de los demás, y lo que lleva al retraimiento.
Me asombra la cantidad de padres que ceden en el supermercado ante
los gritos de sus hijos y que les premian con la cosa que estos les están
pidiendo. ¿Quién está formando a quién? El niño –imaginémoslo como un
joven y no del todo loco científico– está probando un experimento que gira
en torno a esta pregunta: «¿Cómo puedo conseguir lo que quiero?». Es
probable que pruebe una serie de comportamientos, todos ellos basados en
la pregunta: «¿Qué me permitirá conseguir el resultado deseado?». ¿Parecer
adorable? ¿Preguntar por ello? ¿Decir por favor al final de la petición?
¿Comenzar a gritar? Por lo general, los niños tienen un mayor grado de
flexibilidad conductual que los adultos –nos preocupamos demasiado por lo
que piensan los demás–, así que tirarnos junto a ellos en el suelo de la
sección de congelados, dar puntapiés y gritar más alto no parece una
solución. Los niños suelen ganar por desgaste, y el padre se justifica
diciendo que solo cederá ante las peticiones de su hijo esa vez. ¡Nunca es
verdad! A los niños se les da muy bien el aprendizaje continuo. A menos
que parte de ese aprendizaje sea que no siempre pueden obtener un «sí» de
sus padres al final de sus experimentos, y que no conseguir todo lo que
quieren es parte del modo en que funciona el mundo, estás en el infierno. O
estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a ti. Recita este
mantra, medítalo o imprímelo en una camiseta, porque si deseas tener
calidad de vida como padre y tener hijos a los que resulte divertido tener
cerca, la formación necesita bascular en tu favor. Los clientes que tuvieron
una infancia sin el límite del «no» presentan una mayor gama de problemas.
Para empezar, y de manera universal, desarrollan un LCE. Se espera que el
mundo tenga una actitud de dar, así que ellos tan solo tienen que
comportarse de un modo que contribuya a que el mundo apoquine. Algunas
personas lo pedirán de manera agresiva –intimidando y gritando para salirse
con la suya–, otras confiarán en la lástima, en la enfermedad o en la
impotencia para que sus necesidades se vean satisfechas. No es agradable
ver uno de estos casos en acción; en el caso de que sus padres todavía sigan
vivos, mis clientes suelen seguir gritándoles o sonsacándoles algo mientras
continúen respirando. Creo que la palabra no es una de las más importantes
en el vocabulario de un padre, una palabra que debe emplearse raramente
cuando se trata del potencial del hijo o de la búsqueda de sus sueños, pero
que debe usarse con mayor frecuencia cuando se trata de la adquisición de
«cosas» o una demanda de que hagas algo que ellos podrían hacer por sí
mismos. Resulta vital que los niños aprendan que en ocasiones les toca no
conseguir nada, que es el turno de que a otra persona le toque algo, que la
vida no es justa o equitativa, que hay victorias y derrotas, y que no quiere
decir no. El único lugar de la familia que no le corresponde al niño es el de
persona al cargo.
Existe un proceso denominado adaptación según el cual los niños
adaptan sus creencias y su comportamiento en respuesta a los mensajes que
reciben o al modo en que los interpretan. Cuando yo era niño recibí fuertes
mensajes sobre el respeto a la autoridad. Los niños tenían que ser vistos,
pero no oídos; a todos los adultos se les llamaba señor y señora [7] –y
nunca solo por su nombre–, y los niños se levantaban para que los adultos
pudieran sentarse. Mi adaptación a esta situación me dejó bastante
asombrado cuando me uní al cuerpo de policía, bastante intimidado por
estar trabajando con personas a quienes yo veía como el pináculo de la
autoridad. Imagina mi sorpresa y mi confusión cuando los niños me
arrojaban cosas –niños que se habían adaptado a un mensaje muy diferente
sobre la policía–. Necesitas ser consciente de a qué edad tan temprana
puede comenzar este flujo de adaptación.
Es comprensible que los nuevos padres estén un poco abrumados por
la presión que supone hacer las cosas bien, así que desde el principio es
posible que empiecen a responder continuando con aquello que parece estar
funcionando. En realidad, este no es un mal modo de calibrar lo que están
haciendo, pero pueden cometerse errores con facilidad. Si, por ejemplo, el
bebé parece acomodarse mejor en la cama contigo, o dormir mejor sobre ti
que en su cuna, resulta tentador continuar haciéndolo. Ahora bien, si
comienzas a adaptar todo lo que haces porque eso es lo que prefiere el bebé,
nunca aprenderá a adaptarse a las situaciones que no resultan ideales. Se
establece el principio de que, si alguien tiene que ceder, son los padres los
que lo hacen. Eso no saldrá bien a largo plazo. Si quieres que aprendan a
dormir en la cuna podría costarte algunas noches sin dormir, pero el bebé se
adaptará.
También deseo referirme a la coherencia. Es imprescindible que tus
palabras sean impecables. Di lo que sientes, siente lo que dices. No te
desvíes más allá de las oportunidades que dices que vas a darles y sé
coherente con los límites que establezcas. En realidad, los niños son mucho
más felices cuando saben dónde está la frontera de la conducta aceptable. Si
esta conducta variase según tu estado de ánimo, los niños podrían sentirse
confusos y ansiosos y, la mayoría de ellos, vislumbrarían la oportunidad de
ganar terreno –«pero anoche nos dejaste acostarnos tarde», etc.–. Si se
establecen límites claros y sólidos, entonces puede reinar la paz; si parecen
ser permeables, entonces tus hijos se transformarán en Genghis Khan
mientras explotan las que consideran tus debilidades. Asimismo, sé
coherente con tu pareja. «Divide y vencerás» es el objetivo de tus hijos, así
que debéis estar unidos. Poneos de acuerdo en el enfoque, llegad a
compromisos cuando debáis hacerlo, pero sed inamovibles juntos.
Ten en cuenta que el hecho de explicarle a un niño de menos de cinco
años por qué lo que hizo está mal te resultará una pérdida de tiempo si tratas
de influir en su comportamiento a través de ello. Sus cerebros no se han
conectado lo suficiente para comprender el razonamiento más allá del
blanco y el negro de algo que es bueno o malo, correcto o incorrecto,
querido o no querido. Cada vez que escucho a una madre decirle a la
pequeña Julieta: «En realidad no deberías haber pellizcado así a tu
hermano, porque no es algo bueno; ¿acaso te gustaría que te lo hicieran a
ti?», se me dibuja una sonrisa en la cara. Julieta está esperando las últimas
palabras. Esas palabras son el castigo, y no son tan malas.
Sin embargo, creo que el hecho de hablar con tus hijos de estas cosas
desde una edad temprana es una gran idea, porque con ello se establecen
relaciones causales éticas y morales tales como: «No está bien que hagas
eso porque...», o: «Quiero que te comportes de esta manera porque...».
Algunas investigaciones han demostrado que cuantas más palabras
escuchan, mejor les va en la escuela (a la edad de tres años, un niño que
vive en una situación de pobreza habrá escuchado treinta millones de
palabras menos que uno que vive en una familia formada por padres que
ejercen una profesión). Los niños son esponjas por lo que respecta a la
causa y el efecto y la equivalencia. Así pues, dejemos que absorban cuanto
antes las lecciones sobre cómo deben comportarse. Sin embargo, no
confundas estas explicaciones o estas reprimendas con castigos que
necesariamente cambiarán su comportamiento, porque es probable que
pasen por encima de sus cabezas que todavía no están desarrolladas.
Explica por supuesto y, a continuación, sanciona.
Creo que, en ocasiones, el reino animal puede ser un buen lugar en el
que buscar la sabiduría que nos consideramos demasiado listos para tener
que copiar. Si observas a los perros, las mamás castigan a sus cachorros de
dos maneras: les dan un pequeño golpe en la oreja o los aíslan. La primera
de ellas ya no puede aceptarse en nuestra cultura, pero la segunda es una
poderosa herramienta si la usamos del modo adecuado. Si observas a los
caballos, las yeguas mandan fuera de la manada a los potros que ponen a
prueba su paciencia. Para un animal social, resulta visceralmente peligroso
que le retiren la seguridad de la compañía –hay lobos ahí fuera en la
memoria ancestral–, así que hacer que se sienten a fin de calmarse y
reflexionar [the naughty step], o que pasen el rato en una habitación sin
juguetes ni videojuegos, constituye una herramienta muy poderosa. No
necesitan demasiado tiempo; dejar que se preocupen en el desierto de tu
desaprobación durante mucho tiempo podría ser algo que terminara
transformándose en un Acontecimiento Emocional Significativo. Tan solo
se trata de marcar un límite a la causa y el efecto que quieres que respeten.
Te recomiendo que dediques cinco minutos en el caso de los más pequeños,
y entre diez y quince minutos una vez que sepan hablar. Fórmales bien en
los primeros años y se autorregularán más adelante. Hazlo mal, y estarás
hecho polvo durante años.
Hasta hace poco, la ciencia reconocía que solo había dos impulsos que nos
motivaban: el biológico y el ambiental –básicamente comida, sexo y refugio
para cubrir nuestras necesidades de supervivencia, y cosas como el dinero,
los bienes, los elogios, la pérdida de algo, la evitación de la crítica o la
retirada de la aprobación para cubrir nuestras necesidades ambientales–.
Como puedes ver, todas estas cosas dependen, o tienen algo que ver, con el
mundo exterior, y por esa razón se las conoce como motivadores
extrínsecos. También incluyen la mayoría de las formas al estilo del palo y
la zanahoria con que la gente trata de motivar a los demás. Desde la
zanahoria de una bonificación o de cierta cantidad de dinero por haber
aprobado los exámenes, al palo de la amenaza del despido laboral o la
retirada de la PlayStation, este es el clásico modo de conseguir que la gente
–incluidos tus hijos– haga algo. Y no funciona demasiado bien, lo cual es
extraño. El principio del placer sugiere que repetimos aquellos
comportamientos que entrañan una recompensa para nosotros, pese a que
una inmensa parte de las investigaciones han demostrado que las personas
incentivadas a nivel externo son menos productivas que quienes hacen
cosas por sus propias razones, o de manera libre. Las recompensas o los
castigos «si-entonces» (p. e., si apruebas tu examen de matemáticas,
entonces te daré 10 euros) pueden aumentar el rendimiento de tu hijo a
corto plazo, pero este tenderá a perder interés por la tarea o por la materia a
la larga. Por eso, hacerle un regalo por seguir yendo a clases de piano
podría hacer que supere el curso, pero podría disuadirlo de tocar el
instrumento de por vida. Además, la dopamina liberada por una recompensa
tiende a disminuir con el tiempo, así que el premio tiene que ser cada vez
mayor para lograr el mismo efecto.
Así las cosas, ¿cómo consigues que tus hijos limpien sus habitaciones?
Para empezar, haz que no sea negociable. Es algo que tiene que hacerse, y
son ellos los que se tienen que encargar. Cuando hayan superado el trauma,
existen tres cosas que tienden a sacar lo mejor de las personas que llevan a
cabo cualquier tarea rutinaria o tediosa. En primer lugar, dales una razón
por la que necesiten hacerla. Nuestro cerebro causativo implica que somos
unos fanáticos de los motivos. La palabra «porque» tiene un efecto casi
mágico (a menos que venga seguida de... «te lo dije»). En un experimento
clásico, una cola de gente esperaba en una oficina para usar una
fotocopiadora ocupada. Una mujer llegó con una hoja de papel y preguntó:
«¿Os importa si paso primero?». Como es de esperar, incluso en Gran
Bretaña, el resto de personas no la dejaron pasar. Los investigadores
esperaron hasta que la cola se hubiese renovado con nuevas personas y, a
continuación, repitieron la petición, aunque con un cambio. En esta ocasión,
la mujer añadió «porque solo tengo un folio». Sorprendentemente, el 60%
de la nueva cola accedió –¡aun cuando algunas de las personas también
tenían únicamente un folio!–. La palabra porque tiene mucho poder. Si
quieres que tus hijos limpien sus habitaciones, dales una razón para hacerlo.
Si puede ser una razón que les resulte importante, mucho mejor, y «porque
es un peligro para la salud» no cuenta.
En segundo lugar, reconoce que la tarea es aburrida. La empatía puede
ayudar mucho. En tercer lugar, permite que tus hijos lo hagan a su manera.
Esto no solo encaja con el objetivo de crear resiliencia, sino que también se
ha demostrado que el hecho de no recibir ningún tipo de instrucción sobre
el modo de hacerlo aumenta nuestra disposición a hacer cosas. Dales la
tarea y, a continuación, déjales que trabajen en los detalles de cómo van a
lograrlo.
Como nota aparte, he aquí algo de conocimiento que podría ayudar.
Comienza con una pequeña historia. Mi hijo Stuart solía volverme loco. Yo
entraba en su habitación, observaba las pruebas de que el apocalipsis había
comenzado y le decía: «Vaya, esta habitación es un desastre». Él levantaba
la vista de su ordenador, tenía la cortesía de mirar toda la habitación como
si fuese una gran sorpresa para él, y reconocía que tenía razón. Ello hacía
que me sintiese apaciguado, y salía de su cuarto. Una hora más tarde volvía
a entrar y estallaba en cólera. «¡Pensé que te había dicho que limpiases tu
habitación!». Stu protestaba con un aire de sorpresa difícil de creer. «No,
¡no lo hiciste!». «Sí, sí lo hice. Ahora, límpiala». «Vale», accedía de un
modo adolescente que sugería que eso era lo peor que le podía suceder a
cualquier persona. Sin embargo, no se movía. «Pues venga», le espoleaba.
«Ya voy», decía. «Quiero decir ahora. En este momento. Inmediatamente».
Finalmente, se producía cierto movimiento. Su cuerpo, mi presión
sanguínea.
Solo cuando escuché que había diferencias entre las personas
comprendí lo que estaba sucediendo. La gente, en términos generales,
tiende a encajar en una de estas dos categorías: literal o inferencial. Si yo te
dije: «Estoy sediento» y tú me respondiste: «Vaya, ¿lo estás?», podría ser
un indicador de que eres una persona literal –estás tomándote mis palabras
al pie de la letra, como mera información–. Sin embargo, si respondiste:
«Vaya, ¿lo estás? ¿Quieres beber algo?», entonces serás más inferencial –
examinarás el interior de las palabras de la gente en busca de una llamada a
la acción–. Es importante saber esto en cualquier relación. Para una persona
inferencial, decirle a su pareja: «Me gusta mucho» mientras señala algo en
el escaparate de una tienda una semana antes de su cumpleaños es lo mismo
que poner un gran dedo de neón sobre el artículo con una señal que diga:
«¡Esto es lo que quiero!». Sin embargo, si estás con una persona literal, es
probable que el día de tu cumpleaños te despiertes con un jersey cualquiera.
A la inversa, las personas literales llaman a las cosas por su nombre y dicen
exactamente lo que quieren. Cuando estaba en la policía, recuerdo que una
oficial de mi turno que se trasladaba a otra estación llegó una mañana a la
sesión informativa con un catálogo de la tienda Argos. Anunció a las
personas que estaban reunidas: «Mirad, todos sabéis que me voy y que
habrá una colecta, así que esto es lo que quiero», y nos señaló un artículo de
joyería convenientemente rodeado por la marca de un bolígrafo. Y
abandonó la sala con cierta arrogancia. Ahora me doy cuenta de que la
gente inferencial no contribuyó a su colecta. Yo fui uno de ellos. Grosero.
Las personas inferenciales consideran que las personas literales son
desagradables, groseras por su carácter directo, y que carecen por completo
de sutileza social. Tienen dificultades para decir directamente lo que
quieren, y tienden a insinuar o a preguntar dando rodeos. De un modo
inferencial, incluso. Las personas literales consideran que las inferenciales
son obtusas, confusas, y que carecen de carácter. Sienten como si se
esperase de ellas que fuesen lectoras de mentes. Su lema es: «Si no se pide,
no se obtiene». Volviendo a la habitación de mi hijo, puedes ver lo que
estaba sucediendo. Yo soy una persona inferencial. En mi caso: «Vaya, esta
habitación es un desastre» es una instrucción clara e inequívoca. Para mi
hijo, literal, es solamente un comentario fáctico. De hecho, es tan literal que
la palabra «ahora» no significa necesariamente este momento. Las cosas
mejoraron mucho una vez que los dos nos dimos cuenta de esto. Mi hijo
aprendió a evitar las peticiones directas porque solían desencadenar un
rechazo, y yo aprendí a decirle claramente cuáles eran mis expectativas
sobre él. Me imagino muchas bombillas encendiéndose en este momento.
Regresando a la motivación, algo que puede transformar la motivación
de un niño es lo que se denomina el «Efecto Sawyer», en honor a Tom, que
consiguió que sus amigos pintasen una valla, algo que le habían encargado
a él, persuadiéndoles de que era algo divertido. En palabras del propio Tom
Sawyer, «el trabajo consiste en lo que estamos obligados a hacer, sea lo que
sea, y el juego consiste en aquello a lo que no se nos obliga». Si puedes
hacer que una tarea sea divertida, o aparentemente lúdica, gran parte del
esfuerzo que supone hacerla desaparece. Esa es la razón por la que muchos
jóvenes atletas aficionados prometedores «se agotan» una vez que la
diversión de la competición se ve reemplazada por la atención continua que
se requiere en el deporte profesional. Cuando un deportista deja de disfrutar
con lo que hace, es probable que pierda la ventaja que le hizo ser tan bueno
en ello.
Es un poco chocante descubrir que las herramientas tradicionales que
crees que resultan útiles o necesarias para conseguir que tus hijos hagan
algo no son muy efectivas en realidad. Sin embargo, si nos fijamos en todo
el tiempo en que no hemos conseguido que nuestros hijos hagan lo que les
pedimos, no debería ser una sorpresa; es como si nos lo hubiesen
transmitido como si fuera una buena práctica de crianza sin que nadie
hubiese comprobado su eficacia. No obstante, hay algo que funciona mejor.
Se denomina motivación intrínseca; déjame que te explique.
Algo que prácticamente puedes dar por sentado en un niño es su
curiosidad. El profesor Richard Ryan asegura: «Si existe algo fundamental
sobre nuestra naturaleza, es la capacidad de interesarnos. Algunas cosas
facilitan este interés. Otras lo socavan». Creo que eso es cierto en la gran
mayoría de las personas, y me siento apenado por las pocas personas que he
conocido que no muestran ninguna curiosidad por nada. La Teoría de la
Autodeterminación es un enfoque de la motivación que se hace eco de
muchas de las propiedades del LCI. Fue desarrollada en primer lugar por
Edward Deci y por el arriba mencionado Richard Ryan, profesor de la
Universidad de Rochester. Deci destaca seis componentes clave de la
motivación intrínseca cuando dice: «Tenemos una tendencia inherente a
buscar la novedad y el desafío, a extender y ejercitar nuestras
capacidades, a explorar, y a aprender». Esto es:
• Novedad.
• Desafío.
• Extender capacidades.
• Ejercitar capacidades.
• Explorar.
• Aprender.
¿Te das cuenta de que cada una de estas es una palabra relacionada con el
crecimiento?
Con estos seis elementos podemos involucrar a nuestros hijos en el
aprendizaje y enseñarles el modo de motivarse a sí mismos durante toda su
vida. En cualquier situación en que quieras motivarlos, pregúntate a ti
mismo:
«¿Qué cosas nuevas pueden experimentar y explorar que les
desafíen de alguna manera y que desarrollen sus capacidades?».
Cada situación ofrecerá diferentes oportunidades de centrarse en una,
en más de una o en todas estas seis magníficas palabras. En cada situación
se abre una posibilidad –al menos, si crees que existe tendrás más
probabilidades de encontrarla–. Muchos grandes descubrimientos provienen
de individuos que, pese a hacer algo que muchas otras personas llevaron a
cabo antes, detectaron algo nuevo en su interior. Puedo garantizar que uno
de esos seis ingredientes del crecimiento estuvo presente en su mentalidad.
Tu desafío como padre consiste en guiar a tu hijo para que emplee estos
ingredientes cada vez que se enfrente a un desafío, aunque sin ser
demasiado directivo –y te diré por qué eso es importante–. Para la
motivación intrínseca resulta vital disponer de una sensación de
autonomía, esto es, de una sensación de actuar desde un sentimiento de
elección y de volición personal. Algunas investigaciones han demostrado
que estas sensaciones llevan a mejores calificaciones en la escuela, a una
mayor persistencia en cualquier actividad, a una mayor productividad, a
menos posibilidades de sufrir agotamiento, a una mayor sensación de
bienestar. Así pues, sentir que controlas tus decisiones es un asunto
importante. Se sincroniza a la perfección con mi mensaje del LCI. Siempre
que sea posible (por supuesto, dependerá de la tarea y de la edad del niño),
dales a tus hijos tanto control sobre una tarea como sea posible, incluidos el
plazo, el método empleado para llevarla a cabo y la gente con la que pueden
hacerla. Cuantas más posibilidades de elección sientan en cada una de estas
áreas, más probabilidades habrá de que se automotiven para completarlas.
Cuando apliqué esto a mi hijo y a su habitación, tendría que haberle dado el
plazo de tiempo en el que quería que se completase la tarea, haberle hecho
saber los materiales que tenía a su disposición, ver si existía un modo
divertido o competitivo de llevar a cabo estas tareas, y encontrar un
beneficio para él que no implicase una recompensa extrínseca.
Si tenemos en cuenta que el pueblo alacalufe de Patagonia anima a los
niños de tan solo cuatro años a valerse por sí mismos, a cazar moluscos con
un arpón y a cocinar su propia comida, podremos comprobar que
elaboramos suposiciones muy diferentes sobre la capacidad de nuestros
hijos para tomar sus propias decisiones. Y los niños alacalufes no sufren
depresión ni ansiedad. Así pues, en cada etapa de su infancia, pregúntate a
ti mismo: «¿Cuántas cosas podemos entregarles para que se responsabilicen
de ellas?». A medida que esto se convierta en un hábito, te sorprenderá lo
independientes que se vuelven y lo mucho que se desarrollan a causa de
ello.
Sócrates dijo en una ocasión que una vida sin examen no merece la pena ser
vivida. No estoy tan seguro de eso, pero creo que una vida sometida a
examen puede ser mejor. He descrito el modo en que el cerebro crea la
sensación que tenemos de la realidad por la forma en que conecta las cosas
del momento presente con las cosas de nuestro pasado, y por el modo en
que crea una anticipación de lo que nos deparará el futuro como
consecuencia de ello. También he sugerido que la persona que creemos ser
es, en gran medida, el resultado de que la historia de nuestra vida necesita
un personaje; y he insinuado que nuestro sentido de la propia identidad es
tan solo un producto de la mente, que, en cierto modo, es la suma de la
persona que ha tenido tus experiencias de vida. Por consiguiente, si
pudieses cambiar tus emociones podrías cambiar el sentido de tu propia
identidad, y eso es exactamente lo que la Hipnoterapia Cognitiva dice que
es posible.
Sabemos que nuestro cerebro plástico está aprendiendo y cambiando
desde antes de nuestro nacimiento hasta el momento de nuestra muerte. Se
ha demostrado que el cerebro no graba nuestros recuerdos en piedra, que no
se almacenan en un archivador y que ni siquiera son precisos. Se ha
sugerido que el mero hecho de traer un recuerdo a la mente cambia el
cerebro, ya que este se ve a través de tus percepciones actuales. He
trabajado con una gran cantidad de clientes con recuerdos traumáticos o
perturbadores que, en un corto espacio de tiempo, han sido capaces de
verlos sin tanta emoción, y en quienes el efecto de esos acontecimientos
pasados ha dejado de sentirse en sus vidas. Creo plenamente en nuestra
capacidad para cambiar la percepción de nuestro pasado y, por consiguiente,
para cambiar nuestra percepción de nosotros mismos en el presente. ¿No
sería maravilloso que los niños aprendiesen el modo de interpretar lo que
les está sucediendo para que las cosas no llegasen a convertirse en
acontecimientos mariposa adquiriendo así una importancia desmesurada?
Aunque es imposible evitar que eso suceda en su totalidad (cualquier
terapeuta que lea esto lanzará un suspiro), podemos proporcionar a nuestros
hijos herramientas que les permitan desarrollar un sentido del LCI
reflexionando sobre las cosas que les suceden y guiando a su cerebro para
crear las conclusiones causales correctas o las equivalencias más
apropiadas. Anteriormente hablé de fomentar un estilo explicativo positivo
con la pregunta: «¿Cómo es que esto no tiene que ver conmigo?». Ahora se
trata de desarrollar esa habilidad.
El proceso reflexivo
La idea de hacer que los niños se centren en sus cualidades es algo bueno.
Si les pregunto a mis clientes lo que les gusta de sí mismos, a menudo lo
único que logran es una buena imitación de un pez dorado, abriendo y
cerrando la boca sin emitir sonido alguno, antes de farfullar algo sobre su
amabilidad con los animales. Si cambio de rumbo y les pregunto lo que no
les gusta de sí mismos, no tienen ningún problema en escribir una lista
extensa. Animar a tus hijos a que tomen una mayor conciencia de sus
puntos fuertes y de sus cualidades les ayuda a fortalecerse, a aprender a
usarlos y a confiar en ellos. Uno de mis estudiantes, Tom, me habló de un
ejercicio interesante que su mujer Jill y él habían hecho, y que yo mismo te
animaría a llevar a cabo con tus propios hijos si crees que tienen la edad y
el temperamento apropiados. Cuando su hija Holly tenía once años y
acababa de comenzar la escuela secundaria, pensaron que el hecho de
elaborar una lista de cosas en las que ellos y su hermana pequeña pensaban
que era buena podría suponer para ella una inyección de confianza. La lista
incluía los siguientes elementos:
Piano — Violín
Ser amable — Cantar
Juegos / deportes — Atender a las personas
Bailar — Comprender los sentimientos de los demás
Ser maravillosa — Ser una buena ciudadana
Cuidar de los demás — Ser guapa
Tener talento — Ser digna de confianza
Ser — resuelta Ser valiente
Nadar — Ser justa
Compartir — Ser una buena amiga
Correr — Ser una buena hermana
¡SER HOLLY!
A continuación, imprimieron la lista y la colocaron en la puerta de su
armario para que pudiese verla cada día, a modo de recordatorio por si
alguna vez se sentía mal o necesitaba consuelo.
Más adelante, cuando Holly tenía trece años, Tom descubrió que había
tachado varios elementos de la lista. Concretamente:
Piano
Ser maravillosa
Ser guapa
Ser una buena amiga
Tom dijo: «Al principio me sorprendió bastante, sobre todo por lo que
respectaba a los elementos que tenían que ver con su autoimagen.
Comprendía que hubiese tachado “piano”, porque había dejado de practicar.
Sabíamos que había atravesado uno de esos momentos difíciles dentro de su
grupo de amigos, así que lo de “buena amiga” también tenía sentido. Esto
nos permitió sentarnos con ella y tener una conversación que giró en torno a
esta pregunta: “¿Qué es todo esto?”. Nos sorprendió bastante lo baja que se
había vuelto su autoestima y el modo en que esto parecía estar
correlacionado y depender en gran medida (en su mundo) de su situación en
la escuela y con sus amigos. Había pruebas concluyentes de que su
percepción de lo que sus amigos pensaban de ella era mucho más potente
que lo que decían mamá y papá».
Tom y su mujer fueron capaces de renegociar la lista, incorporando
únicamente aquellas cosas que Holly se alegraba de incluir.
Tras reflexionar, sintieron que los beneficios de la lista habían sido los
siguientes:
Este ejercicio de Tom y Jill me recordó algo que había visto la semana
anterior en un viaje a Ámsterdam. Fuimos al museo de Anna Frank –sin
duda alguna, una visita obligatoria con tus hijos cuando tengan la edad
adecuada–. Fue una experiencia inmensamente emotiva. Al final hay un
cortometraje donde su padre, Otto, habla del momento en que leyó el diario
de su hija por primera vez y de su sorpresa ante lo que descubrió en él.
Aunque tenía la sensación de haber estado muy cerca de Anna, gran parte
de lo que leyó le resultó desconocido. Concluyó diciendo que dudaba que
alguien conociese realmente a sus hijos. Si piensas en las muchas cosas que
tus padres no saben de ti, es difícil estar en desacuerdo con Otto. Ser una
parte del proceso reflexivo de tu hijo podría contribuir a rectificar eso. Así
que, además del ejercicio de Tom, te sugiero que lleves a cabo el siguiente –
y me refiero principalmente a los niños en edad de asistir a la escuela
secundaria–: haz que toda la familia anote las cualidades positivas de los
demás. Elaborad una lista para cada miembro de la familia.
Cuando alguno de vosotros logre algo positivo que le resulte evidente
al resto de la familia, localiza la lista de los atributos de esa persona y
examina cuál de los elementos influyó en ese logro. Cualquiera puede
llamar la atención sobre un logro, no solo la persona que lo ha conseguido
(esto es para evitar que los introvertidos oculten su luz). Siéntete libre de
añadir más elementos a las listas sobre la marcha. Busca razones para
incluir la persistencia y la determinación –te explicaré por qué al final del
libro–. Haz de esto un ritual familiar, una sesión de retroalimentación sobre
los logros de todos vosotros, de manera que no se ponga el énfasis
únicamente en los hijos y así ellos aprendan a ver la niñez como parte de un
proceso mayor. Si regresas al punto anterior de que alimentas aquello en lo
que te centras, verás por qué este ejercicio puede ser tan importante.
Opportunityisnowhere [8]
¿Qué has visto? Hay dos opciones. Aquella que haya visto tu mente en
primer lugar podría afectar a tu vida, ¿no crees?
Cuando a un pesimista le sucede algo negativo, este tiende a conservar
las tres creencias que mencionamos anteriormente en el libro. La primera es
que, de alguna manera, ese acontecimiento negativo le está sucediendo por
su culpa –es personal–. La segunda es que siente que es permanente, y la
tercera es que tiende a volverse generalizado: un acontecimiento único
pasa a ser representativo de toda su vida. Hay clientes que vienen a verme
después de un acontecimiento como, por ejemplo, un despido. Les escucho
decir cosas como: «Me han echado, creo que es porque no era del agrado
del director, y en realidad no encajaba en lo que quería la compañía. Estoy
destrozado, le he dedicado diez años de mi vida a la empresa –¿quién va a
quererme ahora?–. Es probable que perdamos la casa, los niños van a
odiarme porque no podremos permitirnos enviarlos a las vacaciones
escolares a la nieve, e incluso mi mujer está tratándome de un modo
diferente. Soy un completo fracaso». Si te fijas bien, puedes observar que
los tres elementos de un estilo explicativo pesimista están presentes en su
historia.
Compara esta persona con un cliente optimista que acude a la consulta
solicitando coaching. «Me han despedido, lo que constituye un golpe, pero
también una oportunidad. Lo veía venir; la compañía necesita
reestructurarse y mi función no encajaba bien con el rumbo que debe tomar.
Va a ser necesario un pequeño reajuste en la familia, pero tengo algunas
ideas que podrían ser muy buenas. Estoy entusiasmado».
Las personas optimistas viven más tiempo, tienen un mejor estado de
salud, sufren menos estrés y depresión, y parecen tener relaciones más
felices. Enseñarles a los niños de diez años las habilidades del pensamiento
optimista reduce a la mitad la tasa de depresión en la pubertad.
Uno de los principales modos en que puedes influir en todo esto es a
través de tu estilo explicativo. Siempre que les sucedan cosas a tus hijos, o a
ti mismo, sobre todo cosas que presenten una carga emocional, ten en tu
mente estos tres factores. Si tus hijos rompen algo y les respondes en la
línea de: «¡Eres muy torpe! De nada sirve que tengas cosas buenas, ¡lo
arruinas todo!», estarás convirtiéndolo en algo personal, permanente y
generalizado. Con el paso del tiempo, si este es tu estilo explicativo
reflexivo, estarás moldeando una mentalidad pesimista en tu hijo. Esto no
significa que le des carta blanca en las conductas a las que quieres que se
adapte o en las situaciones de las que quieres que aprenda –si estuviese
jugando con la pelota cerca del jarrón, hacer que reflexionase podría evitar
que lo hiciese la próxima vez, pero explica lo que quieres que signifique ese
acontecimiento evitando las tres creencias negativas–. «Estas cosas pasan
en ocasiones, pero no ocurren a menudo si piensas durante un momento lo
que podría suceder. Aprendes rápido, dudo que vuelva a pasar».
Si tu hijo llega a casa sin haber podido entrar en el equipo de fútbol y
dice: «No me quieren. Soy una basura, nunca seré bueno», date cuenta de
cómo ha logrado alcanzar los tres elementos del estilo explicativo pesimista
que queríamos que evitase. Ojalá fuera tan preciso con un balón de fútbol.
Más adelante hablaré con mayor detalle del fracaso y de la mentalidad
requerida para sobreponerse a un contratiempo, pero en este preciso
momento digo que no creo que resulte útil sumarse al voto en contra,
diciendo algo así: «Oh, bueno, en el equipo saben lo que hacen, los demás
son mejores que tú, a ti se te dan bien otras cosas». En este momento, esas
otras cosas no importan; el fútbol es lo más importante en la vida de tu hijo,
porque es el foco de cómo se siente consigo mismo en la actualidad. Yo
coincidiría en la evaluación de su capacidad personal y, a continuación,
trabajaría para hacer que fuese temporal. «Puede que todavía no seas lo
suficientemente bueno, así que solo tenemos que averiguar lo que necesitas
para mejorar y trabajar en ello. Ian Wright [9] fue rechazado por dos
equipos de fútbol y mírale» –es decir, podría tener que ver con sus
habilidades, pero estas no tienen que ser permanentes–. No se alude a nada
que tenga que ver con otra cosa diferente del fútbol. Y lo de Ian Wright es
cierto. Fracasó en varias pruebas para diferentes equipos profesionales y,
finalmente, un cazatalentos del Crystal Palace se fijó en él cuando jugaba en
un equipo de la Sunday League [ligas regionales, fútbol aficionado].
Un componente clave del optimismo es la esperanza. La ausencia de
ella en mis clientes es el más claro indicio para un potencial riesgo de
suicidio. Los niños tienden a estar enorme y permanentemente
esperanzados; como mis perros. Cada día se sientan debajo de un árbol
mirando una paloma que se posa ahí y que los mira de manera burlona (en
realidad es una paloma de mentira; gracias, ya me voy). Mis perros siguen
convencidos de que, algún día la paloma se olvidará de cómo tiene que
sentarse, de cómo tiene que volar, y que caerá encima de ellos. Los niños
son así, sobre todo los que tienen menos de siete años, y seguirán siendo así
en gran medida hasta la pubertad. Será entonces cuando pierdan gran parte
de esta actitud. Me pregunto si esto es resultado de que les hayamos
enseñado a ser más «realistas». Considerando que nosotros creamos nuestra
propia realidad, la esperanza parece una herramienta poderosa que debemos
mantener junto a nosotros durante toda la vida. Si somos capaces de
relacionar la esperanza con la adopción de medidas, con que nuestros hijos
tengan la mentalidad adecuada con respecto al fracaso, entonces nunca se
darán por vencidos, siempre serán optimistas respecto a lo que pueden
lograr, y desarrollarán un LCI en su búsqueda.
• Haz que toda la familia ponga por escrito los atributos positivos de
los demás. Elaborad una lista para cada miembro y revisadlas en
familia de forma periódica. Convierte este momento en una
«fiesta de los puntos fuertes».
• Reflexiona sobre tu estilo explicativo reciente. ¿Estás evitando los
tres errores de la gente pesimista?
M 6:
No son difíciles, simplemente no son tú
Aves de cielo
La posibilidad es un gran atractivo para este grupo. Esta clase de personas
tienden a tener una buena tolerancia a la incertidumbre, porque en ella es
donde residen la mayoría de las posibilidades. La rutina puede aburrirles
rápidamente y siempre estarán buscando nuevos modos de hacer las cosas.
En su caso, el desafío consiste en aferrarse a lo que les han dicho que hagan
–o, de manera más precisa, a hacerlo del modo en que les han dicho–. La
organización no es algo natural para ellos, porque a menudo tienen una
escasa capacidad de concentración por lo que respecta a los detalles.
Cualquier cosa rutinaria podría verse como un riesgo para la vida. Por la
misma razón, las reglas quedan por debajo de sus radares, sobre todo
aquellas que no tienen sentido para ellos o no les importan. Aprenden
buscando patrones y relaciones entre las cosas, y se guían fuertemente por
su intuición.
Juzgadores y Perceptores
A los Juzgadores les gusta llegar hasta el final de las cosas, llegar a una
conclusión, cerrar los temas. Indícales una fecha límite y no serán felices a
menos que la superen. A los Perceptores les gusta la apertura, las
posibilidades y las opciones. Proporciónales una fecha límite y comenzarán
a negociar una ampliación. He tenido que arrebatar los exámenes de las
manos de los Perceptores porque el hecho de entregarlos cierra la puerta a
la posibilidad de cuál podría haber sido su resultado si hubiesen tenido algo
más de tiempo.
Si esta es la diferencia entre tus hijos y tú, tienes trabajo por delante.
Imagina una pareja formada por un Juzgador y por un Perceptor yendo de
compras. Esto es lo que oirías por parte del Juzgador: «¡No puedo creer que
nos hayas tenido paseando por el pueblo durante horas buscando en todas
las malditas tiendas algo que vimos en la primera en la que entramos!». ¿Te
resulta familiar?
Para los Juzgadores, el tiempo está conectado con los modales.
«Preferiría llegar una hora antes que un minuto tarde» es uno de sus
adagios. Para un Perceptor, «No sé adónde ha ido a parar el tiempo» es el
saludo más común que pronunciarán, aparentemente sin tener idea del
impacto que su tardanza podría tener en los demás. Si llegas tarde a un
encuentro con un Juzgador, este lo verá como una falta de educación; si
llegas a tiempo a una cita con un Perceptor, este no estará listo.
Tanto Juzgadores como Perceptores podrían ir de mochileros por el
mundo, pero mientras que el Juzgador partiría con un itinerario detallado,
sabiendo con exactitud dónde va a quedarse durante ese período, qué va a
hacer cuando llegue allí y cuáles son los nombres de la tripulación de
cabina de cada vuelo, el Perceptor se presentará con un billete de avión con
la vuelta abierta; además, es probable que pierda su primer vuelo pero no
parecerá preocupado por ello, se quedará en cada lugar durante un período
de tiempo aleatorio y regresará a casa seis meses después de la fecha
prevista pensando que ha tenido un horario bastante apretado.
Si eres un padre Perceptor y tienes un hijo Juzgador, la mejor
descripción que puedo ofrecerte es por analogía. Si veías la serie de
televisión Absolutamente fabulosas, y recuerdas la relación entre la madre,
Edwina, y su hija, Saffy (Saffron), te parecerás mucho a ellas ante los
desconocidos, con un niño que te organiza más que tú a él. Es probable que
a medida que crezcan sacudan su cabeza con incredulidad ante las
elecciones de tu vida, mientras que tú no comprenderás por qué no se
relajan y huelen más las rosas. Como puedes ver, es probable que las
etiquetas negativas vuelen por aquí. Por un lado, te dirán que eres grosero,
desconsiderado, incoherente, poco de fiar y un cabeza hueca. Por otro, te
dirán que eres un fanático del control estrecho de miras, obsesivo e
implacable. Esto dará lugar a algunas conversaciones interesantes durante la
cena –si el Perceptor aparece.
Esta es una meditación para toda la vida. Al menos así ha sido para mí.
Siempre que alguien esté haciendo algo que le resulte irritante o
frustrante o cuando parezca que esté loco, pregúntate a ti mismo:
«¿Refleja lo que está haciendo esa persona una diferencia entre
nuestras personalidades o el tipo de persona que es?».
Recuerda, si tus hijos te causan dolores de cabeza, tus nietos se
tomarán la venganza por ti.
M 7:
Criar a niños con un LCI requiere valentía
Cuando trabajo con mis clientes, descubro que hacen esta afirmación
sobre sus padres con bastante facilidad. Como consecuencia de ello, mis
clientes pueden sentir que se les quita un gran peso de encima. Por lo
general, la segunda afirmación resulta más difícil de emitir. Una vez más,
está dirigida a los padres:
Embarazo
Comencemos antes del principio
Una de las primeras influencias que puedes tener sobre tu hijo consiste en
tomar medidas para maximizar los sentimientos positivos que experimentas
como madre durante tu embarazo. Sé que esto no siempre va a resultarte
sencillo. En ocasiones va a ser imposible, pero si en el transcurso de los
nueve meses creas oportunidades para estimular de manera deliberada el
sistema parasimpático –esa parte de ti que libera las hormonas conectadas
con la relajación y la calma–, ello podría producir dividendos. Tras llevar a
cabo apenas diez minutos de relajación deliberada, podrías experimentar un
beneficio por goteo que durase todo el día y que aliviase cualquier cosa que,
de otro modo, haría que estuvieses tensa.
Durante su embarazo, Tara, la madre de Heath, aprendió una serie de
técnicas que la ayudaron a relajarse y a visualizar una conexión positiva con
su bebé. Estos estados producen hormonas positivas –endorfinas–. ¿No es
mucho mejor permitir que el cerebro de tu hijo se empape de esas técnicas
durante nueve meses más que de las hormonas del estrés? ¿No es más
probable que tu bebé anticipe un mundo positivo si esa es la respuesta que
su cerebro está más acostumbrado a adoptar? Heath fue el bebé más
calmado que jamás he conocido. Tal vez hayamos tenido suerte como
resultado de sus genes, pero creo que el estado emocional de la madre, así
como el contenido de su sangre, jugaron un papel importante.
Soy partidario de enseñarles a las madres técnicas de relajación y de
visualización sencillas. He grabado un archivo descargable destinado
especialmente a todas mis lectoras embarazadas (o a quienes conozcan a
alguna persona que lo esté) para que desarrollen la habilidad de lograr un
estado de calma al diseñar y crear la mejor conexión posible con su hijo no
nacido, a fin de que puedan pasar nueve meses rodeados de su amor. No
puedo probar que esas cosas funcionan, solo dispongo de resultados de
mujeres que han jurado que sí que ha resultado en su caso.
Así las cosas, este es el importante papel que juega tu mente para hacer
que tu bebé pase el mejor momento posible en el útero sin necesidad de
instalar un tiovivo. No voy a hablar de la dieta porque excede mis
competencias. Huelga decir que estás creando a tu bebé a partir de lo que
comes. Si inundas su torrente sanguíneo con azúcar porque tienes antojo de
chocolate, no llores por lo tenso que está tu bebé cuando permanezcas
despierta toda la noche. Es una lástima que algunos bebés necesiten un
suero para desengancharse de la adicción al azúcar, algo que su madre les
pasó de manera inconsciente. El útero representa la primera
oportunidad de ayudar a que tu hijo avance hacia el crecimiento como
un estado del cerebro. Aprovéchala.
No obstante, déjame que te tranquilice. El útero es tan solo el primer
lugar donde sintonizar a tu hijo con el crecimiento. El estrés (y el hecho de
consumir cantidades ingentes de chocolate) puede ser una parte inevitable
del embarazo y, si el tuyo ha sido particularmente difícil, no tiene sentido
seguir machacándote a ti misma. Los cerebros de los niños son
increíblemente plásticos, así que el modo en que se encuentran en el
nacimiento no los condena a un futuro inevitable. Hay muchas cosas que
puedes hacer para acercar a tus hijos a una manera más relajada de ver el
mundo ahora que ya han llegado a él. Confío en que, si sigues la filosofía de
este libro y lo ejemplificas tú misma, el cerebro de tu hijo se adaptará de un
modo positivo, sin importar cómo fuese su estancia en el útero. Nunca es
tarde para cambiar una mente.
Anclaje
¿Sería útil crear una respuesta positiva en tu hijo y que se activase cada vez
que le presentases un determinado estímulo? En realidad, ¿no sería útil
también para ti? Semejante cosa existe. Este proceso recibe el nombre de
«anclaje», y está basado en el principio probado y fiable de las respuestas
pavlovianas. Puede que hayas escuchado el dicho de que «las neuronas que
se activan a la vez, se conectan entre sí». Básicamente sugiere que si dos
cosas suceden al mismo tiempo pueden asociarse. Un ejemplo cotidiano del
anclaje son los semáforos. Podrías soñar despierto mientras conduces tu
coche, pero si el semáforo se pone rojo tus pies se moverán hacia el pedal
del freno –en ocasiones incluso si estás en el asiento del copiloto–. Los
anunciantes gastan millones para tratar de «anclar» su marca en un
producto. Si tienes una cierta edad recordarás el eslogan «Beanz Meanz
Heinz» [11] . Una asociación exitosa como esta implica que, de manera
inconsciente, mientras exploramos el estante de alubias con salsa de tomate,
es probable que nos fijemos en las alubias Heinz en primer lugar. Si tienes
que mirar anuncios, observa cuántos de ellos son ejercicios de creación de
anclaje.
Se han llevado a cabo varios estudios que muestran que los niños
responden a la música en el útero y que, asimismo, el hecho de escuchar
música barroca –por lo general, Mozart– puede fomentar el aprendizaje.
Junta estas dos cosas y tendrás los productos «Mozart para bebés». No sé si
funcionan, pero creo que podemos usar la música como ancla.
Para nuestros propósitos, si le pones música a tu bebé mientras está en
el útero, sobre todo cuando está calmado, es muy probable que asocie esa
música con la comodidad del útero, incluida la conexión con su madre.
Cuando nazca, si pones la música al acostarlo, el hecho de «activar» el
anclaje en ese momento podría reproducir en él estas asociaciones y hacer
que se tranquilizase antes. Cuanto más uses un ancla en este sentido, más
poderosa se volverá. Recurre a cualquier música relajante que te guste. Si
consideras convincente lo que acabamos de decir de Mozart, ¿por qué no
seleccionar una de sus obras?
Habrá muchas cosas que puedas anclar en tu hijo para provocar en él
respuestas positivas a las cosas. Los niños las usan de forma bastante
natural –como tener un peluche que les sirva de consuelo (¿y no explica eso
el alboroto que montan si lo pierden?)–. He aquí una historia aleccionadora
sobre el anclaje. Cuando mi madre me estaba enseñando a ir al baño, me
animaba a que me sentara y a que llevase un libro conmigo. Obviamente,
esto tuvo grandes repercusiones en mí, porque hasta el día de hoy no puedo
entrar en una librería y echar un vistazo a los libros sin tener la necesidad
urgente de... bueno, ya sabes. Así pues, piensa un poco en las consecuencias
más allá de las anclas que crees. ¿Te he dado demasiada información?
0-7 años
Ahora que ya están aquí, ¿qué es lo siguiente?
Tras habernos ocupado del embarazo (aunque esta frase sea típica de un
hombre), ¿qué hay que hacer una vez que han nacido para proporcionarles
las mejores oportunidades en la vida?
Se ha producido una enorme explosión en el cultivo intensivo [hot-
housing] del cociente intelectual de los bebés, como si el cociente
intelectual fuese el mejor indicador de una vida feliz, o incluso exitosa. He
hecho referencia a los productos «Mozart». Son solo una parte de la
industria que busca persuadirte de que pueden ayudar a que tu hijo entre en
la universidad nada más dejen de usar pañales. Este es el asunto: queremos
que nuestros hijos tengan éxito, en mi opinión, porque pensamos que éxito
equivale a seguridad. Un buen trabajo, una casa bonita, seguridad. Veo a
muchos clientes que tienen éxito desde ese punto de vista y que, en cambio,
acuden a mí porque son infelices. ¿Por qué son infelices? Porque no les
gustan las personas que son. Tienen miedo de no gustarles tampoco a los
demás, de no ser lo suficientemente buenos, de ser rechazados, de que solo
la perfección sea lo bastante buena. En ocasiones tienen miedo de ser
estúpidos, pese a todas las evidencias del mundo de que eso no es cierto. Si
estás leyendo esto, es probable que un cociente intelectual bajo no sea algo
de lo que tengas que preocuparte. Definir el éxito como el hecho de vivir
una vida feliz y plena es el objetivo que establezco en este libro. Es el
objetivo que quiero que logres para ti y para tus hijos –con independencia
de las aspiraciones específicas que tengas para ellos o para ti.
Por lo que respecta a tus hijos, lo que hagas en el primer año de su
vida, y durante los cuatro o los cinco siguientes, va a ser clave para
ayudarles a crear una vida así. Inscribirlos en un curso de mini Einsteins no
está muy arriba en la lista de cosas que hay que hacer o lograr. Más
socializar con otros niños, más actividades al aire libre, y menos televisión.
Cuida tu lenguaje
Sé consciente desde el primer momento del modo en que describes a tu
hijo. Aunque algunas características y algunos rasgos parecen ser genéticos,
en su abrumadora mayoría educas a tu hijo en aquello en lo que acabará
convirtiéndose, y los siete primeros años de vida resultan críticos. Si
describes a tu hijo de un modo negativo desde el principio –malhumorado,
difícil, terco, malcriado, malo–, esto alterará tu actitud hacia él, sin que te
des cuenta. Hay un modelo que se llama el ciclo del comportamiento. Esto
sugiere que tu actitud modifica tu comportamiento, y tu comportamiento
modifica mi actitud, que, a su vez, modifica mi comportamiento.
Tu bebé es hipersensible a tu actitud hacia él. Dile aquello en lo que
quieres que se convierta y tendrá un efecto en el modo en que interpretas
sus acciones. Si la madre de Hannibal Lecter no le hubiese dicho que era un
niño malo, todo podría haber sido diferente. En la Hipnoterapia Cognitiva,
trabajamos sobre la base de que todo comportamiento tiene un propósito.
Adopta esa mentalidad con tu bebé para que puedas sentir curiosidad sobre
lo que hay detrás de su comportamiento. Esto te ayudará a evitar que
asignes etiquetas negativas dirigidas a su carácter o a su personalidad. Por
lo general, cuando lloran, cuando son incapaces de tranquilizarse o cuando
están siendo «difíciles» están expresando una necesidad. Si lo piensas, tu
bebé tiene muy pocas maneras de explicarte esa necesidad. Observa las
razones ambientales, evolutivas o dietéticas que explican su
comportamiento desafiante antes de comenzar a etiquetar a tu hijo como
difícil, terco u obstinado.
Que no se detengan
Cuando veo a Heath, en sus primeros meses, me resulta fácil confundir sus
movimientos espasmódicos con aleatoriedad. Sin embargo, es todo lo
contrario. Cada movimiento que hace perfecciona el siguiente, cada intento
de agarrar un objeto mejora su puntería. Es una máquina de aprendizaje.
Recuerdo la visita que nos hizo Heath por Navidad cuando tenía catorce
meses –se rio de mis intentos de atrapar una mandarina que él lanzaba en
mi dirección–. Cuando su padre se unía al juego modificaba su objetivo y
nos incluía a los dos. Resulta bastante impresionante tras solo 530 días en el
planeta. Durante nuestra juventud, nuestra capacidad para absorber nuevos
patrones de movimiento es, en su mayor parte, plástica. A medida que nos
hacemos mayores, tendemos a tener un repertorio más fijo, y por eso todos
nosotros terminamos avergonzando a nuestros hijos al bailar a nuestra
manera sus canciones. Cuanto más se compromete un niño a desarrollar la
habilidad de aprender a moverse, más probabilidades hay de que desarrolle
cierta aptitud en las actividades físicas. Existe una razón por la que los
chinos inician a sus gimnastas a los tres años, por la que los niños de los
buenos futbolistas parecen entrar en el deporte profesional más que sus
amigos, y por la que el hecho de comenzar a practicar un deporte pasados
los veinte años para vivir de ello es, casi con toda probabilidad, una causa
perdida. Cuanto más estimules el uso del cuerpo por parte de tu hija desde
el primer momento –darle cosas que tenga que alcanzar, darle la
oportunidad de levantarse, de practicar la psicomotricidad en clases de yoga
para niños, de participar en riñas lúdicas [rough and tumble] en el suelo con
mamá, con papá o con el perro–, más probabilidades tendrá de convertirse
en una adulta coordinada y físicamente capaz. El padre de Andre Agassi
puso una pelota de tenis atada a un cordel sobre su cama a modo de móvil
para que observase el movimiento de la pelota ya desde el primer momento.
Ahí lo dejo.
Algo clave que debemos recordar es que la habilidad debe ser algo que
les haga disfrutar. ¿A cuántos niños se les ha ido las ganas de practicar
ciertas actividades físicas al verse forzados a participar en el deporte
favorito de sus padres, o a causa de los típicos castigos del profesor de
educación física? Después de haber experimentado el dolor que produce
correr campo a través en el frío del invierno sobre las colinas de Kent a la
edad de once años, no volví a correr por diversión hasta que cumplí los
cuarenta –y solo lo hice para impresionar a Bex–. Imagina cómo fue.
Hacer del movimiento una parte divertida y normal de su vida
cotidiana –los niños no necesitan que se les aliente demasiado– puede hacer
que este se integre en el tejido de su modo de vida hasta un punto en el que
la actividad física sea incuestionable. Tiene numerosos beneficios para la
salud, así como la capacidad de estimular el pensamiento. Se ha demostrado
que veinte minutos de ejercicio vigoroso antes de una prueba mejora los
resultados, y las personas con un historial de buena salud sufren mucho
menos de Alzheimer en etapas posteriores de la vida. En los Estados
Unidos, un enfoque denominado la «Nueva Educación Física», que
recompensa el esfuerzo más que la habilidad, aumenta el disfrute de los
niños que tienen menos talento para los deportes. La competición es lo
último en lo que deberían consistir los juegos y el ejercicio en los primeros
años de vida de los niños; deberían ser otro medio para divertirse, uno que
haga que los niños acaben sudados –y felizmente cansados cuando llega la
hora de dormir.
En 2011, el antidepresivo Zoloft se prescribió 37 millones de veces,
pese a que la investigación ha demostrado que el ejercicio físico es más
efectivo. Una de las primeras cosas que hago cuando mis clientes acuden a
mí con bajos estados de ánimo es animarles a recuperar el contacto con el
movimiento. Partiendo de la base de que cien gramos de prevención son
mejores que un kilo de curación, ¿es una buena idea vacunar a tu hijo contra
la depresión desde las primeras etapas de su vida haciendo del ejercicio una
parte de su vida cotidiana?
La destreza es también una clase de ejercicio. Tomarte el tiempo
necesario con tu hijo para ayudarle a manejar objetos y herramientas, tener
paciencia para dejar que arregle las cosas en lugar de quitárselas porque tú
puedes hacerlo más rápido, es una habilidad parental que debe valorarse. He
tenido varios clientes varones que tenían padres impacientes que no se
tomaban el tiempo para dejar que sus hijos les «ayudasen» con sus aficiones
–mecánica de automóviles, mostrarles el modo de cultivar verduras,
dejarles estar con ellos en el gimnasio de casa mientras entrenaban–. Como
resultado de ello, mis clientes crecieron con una gama de creencias
limitadas –sobre sus capacidades prácticas, sobre su hombría o sobre su
simpatía–. Aprender a una edad temprana el modo de usar un destornillador
es un buen entrenamiento para su cerebro, y lo que aprenden en esos
momentos en los que un padre está transmitiendo parte de sus propias
habilidades constituye una vinculación de oro que contribuye a reforzar la
autoestima del niño enormemente.
7-12 años
Los jesuitas dicen: «Dame al niño hasta que tenga siete años y te devolveré
al hombre». Estoy de acuerdo, más o menos. Parece ser cierto que, más allá
de los siete años, la influencia que tienes en ellos pasa poco a poco a un
segundo plano frente a las opiniones de sus iguales; sin embargo, yo veo
esto como un cambio en tu rol más que como una sensación de que tu
trabajo ya está hecho. Únicamente vas a tener que influir en ellos de un
modo menos directo. Con suerte, tu crianza se habrá centrado hasta este
momento en desarrollar una mentalidad basada en el LCI, así que el trabajo
de campo ya se ha llevado a cabo. Ahora, queremos estar seguros de que su
mentalidad se consolida en una manera habitual de ver el mundo, a pesar de
que buscarán en sus amigos muchas de sus ideas sobre lo que es guay. A los
siete años deberían estar seguros del amor que sientes por ellos, razón por la
cual cuando se expande su mundo es la estima de sus iguales lo que temen
perder.
Fija De crecimiento
«No tiene sentido, abandono». «Si me esfuerzo más, seguro que mejoraré».
«No puedo cambiar, yo soy así». «Soy un «Siempre puedo ser más de lo que soy hoy».
«Soy un desastre». «Soy un proyecto en desarrollo. Puedo cambiar».
«¡Las críticas hicieron que me enfadara!». «No debería matar el mensaje. ¿Qué puedo
aprender aquí?».
«Estoy muy avergonzado por mi fracaso». «Lo que no me mata me hace más fuerte».
Observa su lenguaje
Esta es una buena edad para usar tu lenguaje a fin de guiar la construcción
de su realidad, así como para escuchar a fin de corregir cualquier cosa de
ellos que pueda enseñarles a protegerse. Enlazarán sus conversaciones con
afirmaciones sobre sí mismos, sobre el mundo, sobre todo. Esto será cierto
durante toda su juventud, pero en este rango de edad sus cerebros están
desarrollando la capacidad de comprender el mundo de manera más
matizada, por lo que está abierta a la influencia. Por esta razón, escucha
atentamente. En ocasiones, un niño que se aleja de ti pataleando y gritando:
«¡Nunca tienes tiempo para mí!», está señalando algo significativo en su
memoria. Muchos de estos mensajes serán tan causales en la construcción
que, con la práctica, te resultarán evidentes:
«Roger nunca me invita a jugar, porque piensa que soy estúpido».
«Si yo no fuese tan empollón, podría tener la oportunidad de que me
eligiesen para jugar al fútbol».
La lista será interminable. Escucha su uso de la palabra porque, del
verbo hacer –como en: «Hizo que me enfadase cuando dijo eso», o: «Mamá
hace que me sienta mal cada vez que me llama estúpida», y: «Si sucede x...
entonces resulta y».
Una vez que te hayas entrenado para escuchar estos mensajes,
aparecerán por todas partes. Tu trabajo consiste en impugnar la validez de
las causalidades negativas de los niños; si dejas que las repitan, terminarán
por convertirse en verdades. Responde de la siguiente manera:
«Si descartamos la opción de que Roger piense que eres estúpido, ¿qué
otra razón podría existir?».
«A sabiendas de que no eres estúpido, ¿qué le pasa a Roger que le
haga pensar eso sobre ti?».
Escucha las afirmaciones causales que realices tú mismo, porque las
que estén basadas en tus propias creencias limitadoras podrían contagiar a
tus hijos. Guíales hacia unas conexiones de causa y efecto positivas:
«Esa mujer me guardó un lugar en la cola. Fue amable».
«Hoy he ganado al golf. Todo el trabajo duro está dando sus frutos».
«Mi jefe se comportó de manera horrible hoy conmigo, no creo que
esté en una buena situación en este momento».
Curiosamente, si escuchas las afirmaciones causales que haces sobre ti
mismo y piensas: «¿Me gustaría que mi hijo dijese esto mismo en la misma
situación?», identificas rápidamente lo que tu cerebro está usando para
construir esta versión de ti mismo. Si, a continuación, preguntas: «En vez
de ello, ¿qué me gustaría escuchar que dijese mi hijo?», esto puede
comenzar a entrenar tu cerebro hacia un camino de crecimiento, en vez de
llevarte a lo más profundo del hábito de pensar empleando un modo de
protección.
Bríndales a tus hijos razones buenas y válidas sobre aquello que les
pides: «Me gustaría que me ayudases hoy con la casa, porque no tengo
tiempo para hacerlo por mi cuenta». «No puedes tener un teléfono móvil
nuevo porque necesitamos ahorrar para comprarnos un coche, y no
podemos permitírnoslo todo».
Una de las cosas más importantes con respecto a la causalidad consiste
en evitar vincular las cosas que no te gusta que hagan tus hijos –o sus
defectos– con su identidad:
«Fracasaste porque eres perezoso».
«Estás gordo porque eres un glotón».
En este mismo sentido, no les sugieras tampoco que las limitaciones de
otras personas tienen algo que ver con la propia persona:
«La camarera me ha traído la bebida equivocada, es estúpida».
«Susan me rechazó porque es mala».
Aprenderán a buscar la causa allí donde apuntes, así que ten cuidado
con tu dedo.
Asimismo, guíales hacia el crecimiento con las preguntas que les
plantees. En lugar de: «¿Qué tal la escuela hoy?», pregúntales:
Empecé a escribir un libro –ese fajo de papeles en blanco con los que
comencé– y ahora está junto a mí. A medida que ha ido creciendo ha
cambiado, como un niño. Pensé que se limitaría a algunas de las miserias
comunes que experimentan mis clientes y de las que quería ayudar a
vacunarte a ti y a tus hijos. A medida que esas miserias se relacionaron con
el modo en que trabajan nuestros cerebros, y a medida en que el modo en
que nuestros cerebros trabajan se relacionó con la manera en que opera
nuestra sociedad, se convirtió en algo un poco más grande: la idea de que
cambiar el modo en que abordabas la crianza de nuestros hijos podría
mejorarte. Luego se convirtió en algo aún más grande: cambiar el mundo
para bien.
No te estoy pidiendo que te apuntes como si fuese una cruzada –estoy
seguro de que tienes muchas otras cosas con las que llenar tu día–, pero lo
bueno es que no tienes que hacerlo. Si te pasas el primer año de la vida de
tu hijo garantizando su seguridad a través del contacto; a través de tu
presencia responsable; a través de las palabras que le diriges a él, y las que
tratan de él, en las que muestras una actitud positiva y cariñosa; con unas
expresiones faciales que reflejan amor, diversión y alegría; habrás
comenzado a sintonizar su cerebro con la expectativa de vivir en una
realidad de crecimiento. A partir de ahí, si usas sus cálculos jóvenes para
crear conexiones entre los acontecimientos y si recurres a su sentido del
bienestar convirtiendo tu estilo explicativo en uno optimista, lo estarás
preparando para que vea oportunidades en todas partes. Si le enseñas que él
es el responsable de sus resultados, y de que su mundo solo será lo que él
quiera que sea si actúa de ese modo, le habrás iniciado en el camino hacia el
LCI. Si le animas a tener una mentalidad de crecimiento, en lugar de una
fija, crecerá con resiliencia ante los desafíos que se le presenten y crecerá
de manera persistente en respuesta a sus contratiempos. Si desarrollas en él
la disciplina necesaria para que se mantenga fiel a los pequeños hábitos que
le hacen avanzar y encuentras maneras intrínsecas de motivarlo, serás capaz
de relajarte y de disfrutar viendo su recorrido –advirtiendo que el hecho de
que él crezca también hace que crezcas tú.
Y, si hay suficientes personas como tú que crían a sus niños de este
modo, y si hay suficientes familias como vosotras que evitáis aquellas cosas
de los medios de comunicación que desencadenan en ti un estado de
protección, que evitáis los cantos de sirena de la recopilación consumista de
medallas y que, en vez de ello, prestáis un servicio a los demás, llegaremos
a un punto de inflexión en el que cada uno de vosotros contribuirá al aleteo
de una nueva mariposa que convierte el mundo en un lugar mejor.
Cambiar el mundo cambiando a un hijo, o a un padre, cada vez. Me
gusta la idea.
El comienzo.
Bibliografía
Siempre dejo esta parte del libro para el final. Nunca sé realmente a quién
voy a estarle agradecido hasta que he terminado de escribirlo, porque la
ayuda siempre aparece en los lugares más inesperados. Es también una
forma útil de recordarme a mí mismo que, aunque la escritura de un libro
es, en gran medida, una experiencia solitaria, un libro nunca proviene de
una única mente.
En este libro en particular, ¿con quién podría comenzar este
agradecimiento sino con mis propios hijos? Tengo dos grandes hijos, Mark
y Stuart. Ambos me hacen reír, algo que valoro mucho, y son hinchas del
Chelsea, señal de que algo hice bien. Ahora que tienen sus propios hijos,
ambos me están demostrando que, evidentemente, yo era un aprendiz lento
cuando me encontraba en su posición. Se han tomado la paternidad de un
modo que ha hecho que me sienta muy orgulloso de ellos, y, como abuelo,
espero que sepan que estoy ahí en caso de que me necesiten.
A continuación, vienen las nuevas alegrías en mi vida: mis nietos
Heath, Sasha y Seth. Heath es el hijo de Mark y de su mujer Tara. Cuando
comencé a pensar en este libro, Heath aún no había llegado, y ahora, ya que
esta es la última parte del libro que escribo, Heath nos ha entretenido
durante casi cinco años. Sus aventuras y, en ocasiones, su sonrisa a través
de las fotografías que sus padres nos envían a través de WhatsApp, han
iluminado muchas mañanas frías. Sasha, la hija de Stuart y de su mujer
Ksenia, es una experiencia totalmente nueva para mí –una niña–. Hermosa,
valiente y un completo misterio. Creo que sus dedos meñiques van a
convertirse en un lugar familiar para mí. Hace un año se le unió un
hermanito, Seth, cuya risa alocada parece ser su respuesta predeterminada
durante la mayor parte de su día. Ellos son la prueba de que el amor
simplemente se expande de manera infinita. Todos ellos hacen que yo tenga
un gran futuro por delante.
Como siempre, mis clientes siguen siendo las mayores fuentes de
aprendizaje en mi vida, y quiero darles las gracias a todos ellos por todo lo
que me han dado. Hace falta valor para cambiar, y paso mucho tiempo con
personas muy valientes. Las personas de Kids Company constituyeron una
fuente de asombro por la resiliencia del espíritu humano y por el poder de la
esperanza. Me sentí muy orgulloso de formar parte de esta organización, y
su desaparición me partió el corazón.
Si mis estudiantes leen este libro, se encontrarán en territorio familiar,
y deberían hacerlo, porque a menudo ha surgido frente a ellos la filosofía
que impulsa este libro, así como las frases y mantras que en él se incluyen.
Soy muy afortunado de tener como estudiantes a personas que me motivan
a enseñar la Hipnoterapia Cognitiva, y que con tanta frecuencia hacen un
trabajo maravilloso con ella. Ver adónde nos lleva este viaje compartido es
una perspectiva realmente emocionante.
Las personas a quienes se pide la lectura de un manuscrito ocupan un
lugar especial en el proceso de escritura de un libro –un lugar doloroso,
pero absolutamente esencial–. Cada uno de ellos lo lee y lo tritura de
maneras diferentes, dejando al autor, en este caso yo, con tres versiones de
por qué aún no es lo suficientemente bueno. Y a partir de eso y de los restos
de la confianza en mí mismo como escritor, finalmente surge algo mejor. Si
no te gusta, en realidad no es por su culpa; ellos hicieron todo lo que
pudieron con lo que les di. Jan, Ruth y Cat, muchas gracias. Y entonces,
cuando pensaba que estaba terminado, mi brillante editora, Saethryd
Brandreth, no estaba sino comenzando. Cogió ese manuscrito, lo puso en
otra licuadora y finalmente surgió lo que estás leyendo. En realidad, le estoy
más agradecido de lo que probablemente pudo parecer en ese momento.
Para mí ha sido toda una experiencia de crecimiento real haber tenido
la oportunidad de aprender sobre el mundo editorial bajo la tutela de mi
director y editor, Mark Booth. Su confianza tranquila en mí, su
asesoramiento sutil, sus consejos poco sutiles y su tenacidad para hacer que
este libro fuese lo mejor que pudo haber sido me han resultado más valiosos
de lo que él jamás sabrá. Y el encantador equipo de Hodder, que hizo todo
lo posible para llevar el libro al lugar en que lo encontraste, está formado
por grandes personas que hacen que las reuniones sean muy divertidas. Con
buenas galletas.
Por último, quiero darles las gracias a los tres seres con los que
comparto mi vida. En primer lugar, a mi mujer, Bex. Nos convertimos en
pareja justo cuando encontré mi camino, y ni por un momento pienso que
fue una coincidencia. Ella es mi mejor amiga, mi consejera y mi confidente
(incluiría amante, pero puede que mis hijos lean y piensen que es
excesivamente sentimental) y, asimismo, es tremendamente indulgente con
mis muchos defectos. Sé que ella es consciente de ellos porque ha hecho
una lista. Menos mal que, cuando pasé por alto el hecho de que se me había
declarado durante una conversación, tuve el buen sentido de tartamudear
unos minutos después... «eso que dijiste... ¿deberíamos hablar de ello?». A
saber cómo le habría ido sin mí si no hubiera hecho esa pregunta. Mejor
probablemente.
Los dos últimos vienen en pareja. A causa de una tragedia terminamos
con dos Schnauzer miniatura llamados Fred y Betty. La suma es mucho más
que las partes. Ellos constituyen el grueso de nuestras conversaciones, y
representan una cantidad desproporcionada de la diversión, de las risas y
del desorden. Mientras escribía esto, Fred apareció bailando junto a la
puerta con el felpudo en su boca. De una manera mágica, los perros nos
recuerdan sin esfuerzo lo fácil que resulta crecer cuando te centras en lo que
realmente importa. Aunque la razón por la que piensan que lo que
realmente importa es comer excrementos de oveja nos exceda por completo.
Notas
[1] El autor usa la palabra «child» y los pronombres en plural «they» y «them», que no tienen
género. En la traducción se ha optado por el uso genérico del masculino, habitual en español, que
designa a todos los individuos de la especie en el texto expositivo, y por alternar el uso de «niña» y
«niño» en los ejemplos, por lo que, salvo indicación expresa en sentido contrario, «hijo/s», «niño/s»,
«hija/s» y «niña/s» siempre se refieren por igual a niños y a niñas. Igualmente, «padre/s» traduce el
término «parent/s» y se refiere por igual al padre y a la madre.
[2] Juego de cartas en el que los jugadores revelan una carta de su mazo y la colocan delante de
ellos, por turnos, carta que taparán en el turno siguiente con otra carta. Cuando dos jugadores tienen
cartas con idéntico valor numérico, el primero que grita «snap» resulta vencedor (NdT).
[3] Hot-house parenting: método de crianza que promueve un aprendizaje intensivo más
temprano y rápido que el apropiado para la edad cognitiva de los niños (NdT).
[4] Soaps that don´t wash clean [Jabones que no lavan bien]. Juego de palabras que no se
puede traducir al español En inglés, «soap» significa «jabón» y «TV soap» «telenovela» o serie de
televisión (NdT).
[5] En inglés, el término «slaves», puede significar «afanarse», y también «trabajar como un
esclavo» (NdT).
[6] Por sus siglas en inglés: thin on the outside, fat on the inside (NdT).
[7] En inglés, uncle y auntie. Fórmula empleada, sobre todo por los niños, para dirigirse a un
hombre o a una mujer mayor que la persona que la emplea. Si bien la traducción habitual sería tío y
tía, entendemos que señor y señora se adapta mejor al contexto (NdT).
[8] El texto inglés permite un juego de palabras imposible de reproducir en español. En
función de cómo dividamos la palabra obtenemos frases con sentidos opuestos. En primer lugar, en
un sentido positivo, opportunity is now here se traduce por la oportunidad está en el aquí y ahora; en
segundo lugar, en un sentido negativo, opportunity is nowhere se traduce por la oportunidad no está
en ninguna parte (NdT).
[9] Jugador del Crystal Palace, y después del Arsenal y de la selección inglesa en los años 80 y
90 NdR).
[10] Persona que trabaja en el escritorio de una oficina todo el día, lo que hace que la trasera de
sus pantalones o de su falda brille de manera notable al estar sentada en una silla durante largos
períodos de tiempo (NdT).
[11] «Este eslogan es imposible de traducir como tal, debido al juego entre el sonido inglés /z/
y la grafía “z” del nombre del producto y a la similitud fonética del sustantivo “beans” [judías], el
producto anunciado, y el verbo “means” [significa] y la gráfica del nombre de la marca alemana
“Heinz”» (tomado de C. V , La traducción publicitaria: comunicación y cultura, Servei de
Publicacions de la Universitat Autónoma de Barcelona, 2004 Bellaterra, 113) (NdT).
[12] Boudica fue una reina guerrera de los icenos, que acaudilló a varias tribus britanas,
incluyendo a sus vecinos los trinovantes, durante el mayor levantamiento en Britania contra la
ocupación romana, entre los años 60 y 61 d. C., durante el reinado del emperador Nerón (Wikipedia).
[13] Canción compuesta por Robert Baden-Powel, fundador del escultismo, con la intención de
que los jóvenes asistentes al primer jamboree mundial (un gran campamento o reunión de
escultistas), celebrado en 1920, pudieran cantarla sin importar su lengua materna, ya que no está
escrita en ningún idioma (NdT).