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TREVOR SILVESTER

¡CRECE!
Desarrollo personal para padres

MENSAJERO
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Índice

Portada
Créditos
Introducción
Parte I: TODO ESTO TRATA DE TI
Capítulo 1: No es lo que te pasa...
Crecimiento y protección
El aprendizaje comienza más pronto de lo que crees
La memoria: el presente recordado
Lo que hacemos frente a lo que somos
Todo lo que necesitas es amor
Tendemos a conseguir el futuro que esperamos
Como, como, como...
Los diferentes modos que tenemos de saber que somos amados
Es lo mismo, pero diferente
Plástico y fantástico
Capítulo 2: Las toxinas de nuestra cultura
Confundir la adquisición con el crecimiento
La publicidad
No leas todo tipo de noticias
Telenovelas que no ayudan[4]
La historia hasta ahora
Parte II: CULTIVAR UN MEJOR «TÚ»
Lección 1: Desarrolla un LCI
Cómo desarrollar el LCI
Centrarse en los resultados
Tomar medidas es el mantra que te mantendrá en movimiento
Cuando las cosas se ponen difíciles
No hay fracaso, solo retroalimentación, o algo así...
Paso 1: ¿Influyó el lugar donde se produjo el fracaso?
Paso 2: Observa tus acciones (no a ti, sino tus acciones; esa distinción es
importante). ¿Fueron parte del fracaso?
Paso 3: Observa las habilidades y las capacidades:
El éxito es un hábito

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Alimenta aquello en lo que te centres
¿Quién decide la persona que eres?
La respuesta no está ahí fuera
Afronta la vida como es, no como se supone que debería ser
Lecciones sobre el LCI
Lección 2: Puedes creer lo que más te convenga
Lo que piensa el Pensador, el Demostrador lo demuestra
La ley de Orr
Lección 3: Puedes escoger la persona que quieres ser
¿Quién sería yo si hubiese hecho esto?
La fisiología de la excelencia
Solo por hoy
Eres quien crees que eres
La historia hasta ahora
Parte III: CRIAR A TU HIJO
Mantra 1: O estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a ti
Mantra 2: Todavía no son las personas en las que terminarán convirtiéndose
Mantra 3: Las recompensas no siempre les recompensan
Mantra 4: Es bueno darles menos
Mantra 5: La vida es lo que tú haces que signifique
Encontrar la narración adecuada
El proceso reflexivo
Casi siempre hay que mirar el lado positivo de la vida
Mantra 6: No son difíciles, simplemente no son tú
Aves de tierra frente a aves de cielo
Aves de tierra
Aves de cielo
Niños aves de tierra
Niños aves de cielo
Padres aves de tierra
Padres aves de cielo
Vista, sonido, pensamiento y sentimiento
Niños aves de vista
Niños aves de sonido
Niños aves de sentimiento
Niños aves pensadoras
Introvertidos y extrovertidos
Juzgadores y Perceptores
Comprender la diferencia como padre
Mantra 7: Criar a niños con un LCI requiere valentía
Los que luchan, los que huyen y los que se paralizan
Spinning [Darle vueltas al sentimiento]

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Mantra 8: Cuidado con las expectativas
Parte IV: CRECER A LO LARGO DEL TIEMPO
Crecer a lo largo del tiempo
Embarazo
Comencemos antes del principio
Anclaje
0-7 años
Ahora que ya están aquí, ¿qué es lo siguiente?
Muchas caricias, amigos
Cuida tu lenguaje
Que no se detengan
Todo va bien... o mal
7-12 años
Todo depende de la mentalidad
Observa su lenguaje
Desde los 12 años hasta la edad adulta
El camino que recorremos es solo nuestro
Una carta dirigida a los jóvenes: siete cosas que quiero que sepas
1. Te van a suceder cosas malas
2. Alimentas aquello en lo que te centras
3. En ocasiones tus miedos no importan, o ni siquiera son tuyos
4. Obtienes el futuro que esperas
5. No merece la pena conocer a alguien que piensa que lo importante es tu
forma de vestir
6. En ocasiones, lo que los demás tratan de enseñarte tiene su origen en sus
problemas personales
7. Estás escribiendo la historia de tu vida. Sé el personaje que quieres ser
Conclusión
Bibliografía
Agradecimientos
Notas

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación
de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si
necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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o por teléfono:
+34 91 702 1970 / +34 93 272 0447

Grupo de Comunicación Loyola


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Título original:
Grow!
Personal Development for Parents

Publicado originalmente en el Reino Unido, en 2017,


por Coronet, un sello de Hodder & Stoughton,
Carmelite House
50 Victoria Embankment
London EC4Y ODZ

© Trevor Silvester 2016

Traducción:
Fernando Montesinos Pons

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© Ediciones Mensajero, 2018
Grupo de Comunicación Loyola
C. Padre Lojendio, 2
48008 Bilbao – España
Tfno.: +34 944 470 358 / Fax: +34 944 472 630
info@gcloyola.com / www.gcloyola.com

Diseño de cubierta:
María José Casanova

Edición Digital
ISBN: 978-84-271-4199-5

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Para mi familia. Pasada, presente y futura.

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Introducción

Si la paternidad no te asusta, lo más probable es que aún no seas padre. Traer al mundo a
una personita que depende por completo de ti, pero que cada día que pasa parece
apartarse más y más de tus ideas sobre lo que es mejor para ella, representa un desafío
que evoluciona con el paso de los años, pero que, de alguna manera, nunca disminuye.
Esto representa también una oportunidad sin igual para hacerle bien al niño y para que
los padres hagan algo bueno para ellos mismos.
Voy a enseñarte el modo de criar a tu hijo [1] para que este adopte la clase de
actitud ante la vida que le haga resiliente frente a los muchos desafíos que esta le
presente y le libere de las limitaciones que suponen un lastre para mucha gente. Pero
también voy a enseñarte un poco acerca de ti mismo porque, ¿cómo puedes esperar criar
a un niño de un determinado modo sin volverte tú mismo de ese modo? Gandhi dijo en
una ocasión: «Sé el cambio que quieres ver en el mundo». Voy a parafrasear a ese gran
hombre y decir: «Sé el cambio que quieres ver en tus hijos».
Este libro consta de cuatro partes. En la primera parte voy a explicar lo que está
haciendo tu cerebro para crear la versión del mundo en el que vives y la clase de persona
que crees ser. Voy a describir cómo un fallo en el software de supervivencia que nos ha
protegido durante millones de años puede dar lugar a creencias sobre nuestra propia
identidad y sobre el mundo que nos limitan y que hacen de nosotros nuestro peor
enemigo.
En la segunda parte te facilitaré tres lecciones sobre el modo de recuperar el control
de tu vida y de tus sentimientos hacia ti mismo, desarrollando una nueva mentalidad que
te vacunará contra las presiones de tener que complacer a la sociedad y que te devolverá
el poder de escoger la vida que quieres vivir.
Aunque estas dos primeras partes tratan de ti, persona adulta, verás que todo lo que
aprendas sobre ti mismo se aplicará al modo en que crías a tus hijos. En la parte III nos
centraremos de manera específica en eso. Te proporcionaré ocho mantras sobre la

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crianza y explicaré por qué el hecho de integrarlos en tu relación cotidiana con tus hijos
contribuirá a que se conviertan en adultos fuertes y felices.
La parte IV comienza con la observación de las etapas del desarrollo en los niños, y
adapta los consejos a aquello que podría ayudarte en determinados momentos de la vida
de tus hijos. A continuación, paso a hablarles a los propios niños. Son ideas y
pensamientos que he recopilado después de haber escuchado los problemas de la gente
durante veinte años y de haber sido padre durante treinta. Aunque esta parte está dirigida
a los niños, creo que descubrirás que te estoy hablando a ti al mismo tiempo, así que no
tengas la sensación de estar escuchando a escondidas.
He escrito este libro para padres sin presentarme como un experto en niños. Tan
solo soy un terapeuta con una perspectiva que espero que te resulte útil.
La noticia aterradora es que, aunque he escuchado muchas historias desgarradoras
de abusos, negligencia y daño, la causa de los problemas de un cliente proviene con
mucha más frecuencia de una interpretación errónea de los contactos cotidianos con los
padres, con los hermanos, con los amigos o con otras figuras significativas. ¡Cuántas
veces he reconocido interacciones similares en mi propia juventud o –de manera más
incómoda– entre mis hijos y yo mismo! Siempre que he emitido alguna opinión, he
incluido datos científicos que la apoyaran, si bien no me he limitado a decir únicamente
lo que podía demostrar. Como sucede con los demás consejos que recibes sobre el hecho
de ser padre, confío en que seas capaz de absorber los que te resulten útiles y de
descartar, con razón, aquellos que no.
El tema central del libro es que los seres vivos se encuentran en uno de estos dos
estados biológicos: crecimiento o protección. Voy a sugerir que tu cerebro se pasa gran
parte del día pensando, momento a momento, sobre el estado en que deberías
encontrarte, y que recurre a nuestros recuerdos para guiar sus decisiones. De manera
acumulativa, estas decisiones nos conducen, la mayoría de las veces, hacia una tendencia
a interpretar el mundo y lo que nos sucede de una u otra de estas dos maneras –vemos el
mundo como un lugar del que necesitamos protegernos o como un lugar en el que
podemos desarrollarnos–. Esto quiere decir que las decisiones que tomamos durante
nuestra infancia sobre las intenciones que atribuimos a nuestros padres cuando nos
gritan, o deciden separarse, o cuando nos da la impresión de que favorecen a un
hermano; o la sensación de sentirnos como estúpidos frente a nuestros amigos o de
sentirnos rechazados por ellos; o la humillación por parte de un profesor, pueden ser el

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principio de una serie de interpretaciones o de malinterpretaciones que nos lleven a
encontrarnos en un estado de protección de manera innecesaria. ¿Acaso tiene esto
importancia? Demonios, sí que la tiene. El estado físico de protección no solo puede
originar graves problemas de salud, sino que influye en cada relación que tienes, en cada
meta que persigues, y en cada interacción que compartes. En un mundo en el que estás
preparado para un ataque, todo el mundo es un posible atacante, y en cada oportunidad
podemos ver una amenaza. Voy a argumentar que una vida cuyo estado por defecto es la
protección es la consecuencia del hecho de que no te gusta tu modo de ser, y que vivir en
un estado de crecimiento surge de una profunda sensación de divertirte siendo tú mismo.
Mi objetivo al escribir este libro consiste en establecer estas dos actitudes de
crecimiento y de protección como un principio en la crianza, y ayudarte a responder a las
preguntas sobre qué ayudará a que tus hijos crezcan y que les impedirá desencadenar un
estado de protección innecesaria.
¿Cómo puedes estar seguro de que tu hijo crecerá sintiéndose a gusto consigo
mismo y de que no se convertirá en alguien que teme el rechazo, el fracaso o que nunca
se siente lo suficientemente bueno? Mis respuestas se encuentran en este libro. Estas
también se aplican a ti, ya que resulta complicado criar a un niño en un estado de
crecimiento si tú te encuentras en uno de protección. En ocasiones hablaré del modo en
que te relacionas con tus hijos y, a veces, del modo en que te relacionas contigo mismo.
Como parte de ello, tengo que preguntarme quiénes sois vosotros, los padres. Lo que
quiero decir es que estoy sentado delante de mi ordenador y he puesto una pila de
papeles en blanco detrás de mí. Ese es el libro que estamos comenzando. Quiero escribir
algo que te ayude a guiar a tus hijos hacia una vida feliz y que, de igual modo,
contribuya a que tú consigas eso mismo para ti a lo largo del camino; así que necesito
saber quién eres, ¿no crees? Esto no resulta fácil cuando puede haber un millón de
personas como tú –al menos si los sueños de la editorial se hacen realidad–. Así pues,
permíteme que trate de describirte. Probablemente tengas entre 15 y 115 años, seas
hombre o mujer, gay, heterosexual o algo intermedio. Tienes una relación, tuviste una,
quieres estar en una o prometiste que estarías solo para siempre. ¿Cómo lo estoy
haciendo? Lo sé, son muchos años de experiencia.
Déjame profundizar un poco más: en ocasiones tienes la sensación de que eres
capaz de hacer más de lo que estás consiguiendo, de que hay algo en ti que está
esperando ser revelado al mundo. No siempre estás seguro de gustarle a la gente, ni

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tampoco estás seguro del amor de aquellas personas que deberían quererte. A veces te
preocupas de si eres lo suficientemente bueno. En ocasiones incluso te preguntas si
mereces el mismo éxito o la misma felicidad que las demás personas. Es probable que no
todos estos aspectos se apliquen a tu caso concreto, pero un par de ellos habrán hecho
que asientas con la cabeza, aunque lentamente o a regañadientes. Voy a continuar.
Tuviste una infancia en la que se produjeron algunos acontecimientos que dejaron una
marca y que, en determinadas ocasiones, todavía te retienen. Te han herido a nivel
sentimental y quizá aún tengas la esperanza de comenzar una relación que te haga sentir
completo. Podrías tener la creciente sensación de no pertenecer a la cultura que te rodea.
Tienes la intención de llenar parte del vacío de tu vida de un modo mejor que hasta
ahora. Para ser honesto, a veces la vida te resulta un poco difícil.
¿Cómo lo sé? Porque los sentimientos que he descrito parecen prácticamente
universales. He escuchado toda clase de combinaciones de estos sentimientos en todas
las personas que se han sentado frente a mí en mi clínica, en cenas o en conversaciones
en el tren. No sabes lo liberador que me resultó escuchar todo esto en boca de los demás.
Era un eco de los pensamientos que conservaba en mis propios espacios secretos. Lo que
resultó liberador fue el conocimiento de que no estaba solo. Estos pensamientos
conectan al pobre con el rico, al joven con el anciano, los géneros, las orientaciones
sexuales y las razas. Todos nosotros somos compañeros de lucha.
Lo que provoca esta lucha es lo que sucede dentro de nuestras cabezas. Nuestros
pensamientos, nuestras creencias, nuestros sentimientos y nuestros valores crean un
mundo alrededor de nosotros que nos permite desarrollarnos o desfallecer. A menudo
nos sentimos una víctima de ellos. Quiero hablar contigo, decirte lo que sé, contarte lo
que quiero que sepan tus hijos y los míos: que puedes ser la persona en la que te
propusiste convertirte y que puedes ayudar a que tus hijos también lo consigan. Aunque
este libro se centra en la crianza, también se aplica a tu vida –ninguno de nosotros
somos todavía la persona en la que nos convertiremos–; lo que pasa es que, si
dejamos que funcione por sí mismo, nuestro cerebro tiende a hacer que seamos más
de lo que siempre hemos sido. Y aunque ese es un tipo de cambio, puede que no te
sirva. Hay cosas que puedes pensar y cosas que puedes hacer que pueden convertirte en
el creador de tu vida, en lugar de ser solo una criatura indefensa. Si no te divierte ser tú
mismo, este libro puede ayudarte a cambiar eso. Y un padre que se divierte siendo él
mismo es un padre que criará a su hijo en un estado de crecimiento. Hay cosas que

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hacer, y cosas que evitar, que animarán a tus hijos a crecer de manera productiva. Al
compartir las cosas más valiosas que he aprendido de mis años como terapeuta, espero
evitar que tus hijos necesiten uno alguna vez. Voy a llevarte a un viaje a través de una
serie de lecciones de vida. Voy a darte la oportunidad de que las pruebes en tu propia
vida y de que veas la diferencia que suponen para ti y los tuyos. Sin embargo, estas
lecciones incluyen una advertencia. Si realmente vives lo que este libro te enseña, las
cosas cambiarán. Perderás algunas cosas de tu vida –tus excusas, sobre todo–, y ganarás
otras, pocas de ellas materiales. Como Neo en la película Matrix, este libro actúa como
una pastilla roja. Si la tomas, despiertas en un mundo diferente –y no hay vuelta atrás.
También debería dejar claro desde un principio que gran parte de lo que estoy
diciendo tiene su origen en la experiencia que he obtenido al hacer que los clientes
regresen a los acontecimientos de la infancia. Sé que algunas personas piensan en la
regresión como algo raro o problemático. Yo opino lo contrario. ¿Qué cenaste anoche?
¿Ves? Acabo de hacerlo. La regresión es el acto de hacer que alguien traiga su pasado a
la memoria. Todos nosotros lo hacemos a diario. La regresión en mi terapia consiste
simplemente en pedirle al cliente (de un determinado modo) que advierta qué recuerdos
le vienen a la mente cuando su atención se centra en su problema. En el siguiente
capítulo explicaré una teoría de la mente y la memoria que sugiere que el modo en que
interpretamos el presente es el resultado de las conexiones que nuestros cerebros
encuentran entre el presente y los acontecimientos de nuestro pasado. Como una sarta de
cuentas, nuestros recuerdos se unen con el paso de los años de acuerdo con los
significados que nuestros cerebros les dan. La buena noticia es que nuestras memorias
son plásticas, de suerte que los antiguos recuerdos que dan lugar a respuestas infelices en
nuestro presente pueden cambiarse. No tenemos que ser víctimas de nuestro pasado. De
hecho, para vivir en un estado de crecimiento, necesitamos liberarnos de ese pasado.
Este libro permitirá que te hagas una idea del modo en que ello es posible. Cuanto más te
liberes de los efectos negativos de tu infancia, menos probabilidades habrá de que
infectes a tus hijos con estos efectos.
Permíteme ponerte un ejemplo de mi propia infancia. Se trata de un acontecimiento
menor que, más adelante, tuvo un gran efecto.
Cuando tenía ocho años, mi familia quería tener un perro. Es decir, toda mi familia
salvo mi madre. Iniciamos una campaña para agotarla, aunque sin éxito –estaba bastante
segura de quién terminaría haciendo la mayor parte del trabajo–. Un día, durante un

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trayecto a la escuela acompañado de mi padre, decidí compartir con él el beneficio de mi
amplia experiencia con las mujeres, y le dije: «Papá, eres el hombre de la casa. Si
quieres un perro, deberías ponerte firme y decir: “Vamos a tener un perro”». Esa misma
tarde, mi padre siguió mi consejo. Estúpido.
Por aquel entonces, vivíamos en una vivienda de protección social, así que podía
escuchar lo que sucedía en la sala de estar desde mi cama. En efecto, les escuché hablar
una vez más sobre el hecho de tener un perro. Todo bien hasta entonces. La cosa se
calentó. Eso era inusual, ya que mis padres no solían discutir mucho. Finalmente, y ante
la actitud firme de mi padre, mi madre gritó: «¡Bueno, podemos divorciarnos, pero yo
me quedo con los niños!».
Todavía hoy recuerdo que mi corazón se quedó paralizado por el pensamiento de
que era yo quien había separado a la familia. No creo que haya experimentado nunca
tanto miedo. Estoy seguro de que dormí mal. Sin embargo, cuando fui a desayunar a la
mañana siguiente, no solo habían hecho las paces, ¡sino que me recibieron con la noticia
de que íbamos a tener un perro! Lo que descubrí años después, gracias mi propia terapia,
es que el alivio que me proporcionó escuchar esta noticia no deshizo el momento de
profundo miedo que había sentido la noche anterior. Mi cerebro lo había almacenado
para mantenerme seguro ante cualquier cosa aterradora que pudiese sucederme de nuevo.
Y, ¿qué efecto tuvo eso? Nunca me sentí libre de decir lo que sentía en las relaciones, ni
permití que se manifestara ningún tipo de ira hacia mi pareja. Las técnicas de la
Hipnoterapia Cognitiva me ayudaron a reescribir esa narración –a aplicar al recuerdo de
la noche de la «charla del perro» mi comprensión adulta de que mi madre, como muchas
otras personas, usaba en ocasiones la táctica de llevar su punto de vista hasta el extremo
para conseguir que las otras personas se apartasen del suyo–. El resultado de ello es que,
ahora, eso ya no supone ningún problema para mí –y, si quiero un perro, me pongo firme
y se lo pregunto a mi mujer muy amablemente.
Un factor clave que quiero dejar claro desde el principio es que no estoy diciendo
que mi relato de este acontecimiento sea «La Verdad» sobre lo que sucedió, ni tampoco
mi nueva comprensión del mismo. Solo son interpretaciones. Voy a explicarte cómo
creamos una historia sobre nosotros mismos que forja nuestro carácter y nuestras
respuestas al mundo como resultado de estas interpretaciones. Nuestro cerebro se toma
esta historia muy en serio, tratándola como verdadera. No lo es. Voy a enseñarte el modo
de crear una narración para tus hijos que conduzca a una vida feliz y que, de paso, te

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muestre la manera de tratarte a ti mismo como el autor de tu propia historia, y no como
un mero personaje de ella. Así que, si quieres cambiar esta narración, puedes hacerlo.
Este es un libro muy personal que de ninguna manera pretende ser un evangelio,
sino más bien una herramienta para hacerte pensar. Una de las cosas que lo hacen tan
personal fue la noticia que recibí poco antes de comenzar a escribirlo: iba a ser abuelo.
Mientras el libro se ha ido desarrollando, he visto cómo mi nieto Heath comenzaba su
vida, y, a medida que el libro fue progresando, dos primos, Sasha y Seth, se unieron a él.
Estoy bendecido. Ellos estaban en mi mente mientras escribía, convirtiéndose en un
enfoque natural para lo que espero que consiga este libro. Tal vez las ideas que aquí se
contienen ayuden a dar forma a su viaje. Esa decisión no me corresponde a mí, pero
espero que sea así.

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PARTE I:
TODO ESTO TRATA DE TI
La historia comienza:
cómo te conviertes en la persona que eres.

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CAPÍTULO 1:
No es lo que te pasa...

Dos hermanos fueron criados por un padre alcohólico abusivo que les golpeaba con
cierta regularidad y que disfrutaba humillándoles y menospreciándoles. Ya en la edad
adulta, uno de los dos hermanos acabó convirtiéndose en la imagen de su padre y trató
a sus hijos igual de mal. El otro hermano se convirtió en un hombre de negocios de éxito
y en un padre cariñoso. Alguien les preguntó a cada uno de ellos por separado: «¿Cómo
te las arreglaste para acabar así?». Ambos dieron la misma respuesta: «¿Cómo podría
haber acabado de otro modo teniendo en cuenta mi infancia?».

Durante veinte años me he sentado en la sala de terapia y he escuchado a las personas.


He escuchado cientos de historias de la infancia que dieron lugar a vidas de dolor y de
limitación. Algunas de ellas son lo que cabría esperar –abusos, traumas y privaciones–,
pero otras son mucho más triviales. ¿Puede un mal primer día en la escuela originar un
temor al fracaso? ¿Puede un momento aislado de rechazo dar lugar a trastornos
relacionales múltiples? Desde luego, eso es lo que parece. Sin embargo, por cada
persona que sufrió un trauma en la infancia y cuya vida adulta todavía tiene cicatrices,
hay un adulto al que esa experiencia le ha servido de catalizador para crear una vida
llena de sentido y de logros.
Hasta que tristemente desapareció, trabajé como terapeuta en Kids Company, una
organización benéfica que ayudaba a los jóvenes en situación de vulnerabilidad. Gracias
a ello, he visto a menudo a jóvenes que salen por sí mismos de una rutina de privaciones
para vivir una vida mejor con una resiliencia que me ha dejado sin aliento. Mientras, en
mi consulta en Harley Street, en ocasiones veo a clientes que llevaron una vida de
privilegios y que siguen atrapados en una cárcel de oro creada únicamente por sus
pensamientos. Como ocurría en la historia de los dos hermanos, parece que lo que nos
sucede no nos define tanto, ni con tanta frecuencia, como el significado que le damos a
ello. Si eso es cierto, si la vida es lo que hacemos, ¿por qué no lo hacemos genial? Si lo
que hacemos con la vida es el resultado de nuestras interpretaciones, ¿cómo podemos
guiarnos a nosotros mismos y guiar a nuestros hijos hacia una interpretación positiva de

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un acontecimiento, en vez de guiarnos hacia una negativa? ¿Cómo podemos escoger una
interpretación que nos haga abrirnos al mundo y a sus posibilidades en lugar de
aislarnos; una interpretación que nos lleve a tener una vida de crecimiento en lugar de
una vida de protección? Esto me lleva al tema central del libro.

Crecimiento y protección
Si tomamos una de tus células y la colocamos en una placa de Petri junto a una fuente de
nutrientes, tu célula se moverá hacia ella. Si reemplazamos los nutrientes por una toxina,
la célula se alejará. En otras palabras, la célula puede desplazarse hacia una oportunidad
de crecimiento, o reconocer y responder a una necesidad de protección.
Somos un conjunto de un billón de células, así que estoy insinuando que nosotros
hacemos lo mismo. Freud describió esto como el principio del placer –todos nosotros
nos movemos hacia el placer y nos alejamos del dolor–. Tu cerebro ha interpretado tus
experiencias desde el primer día en este planeta, usándolas para predecir el modo en que
funciona el mundo y lo que va a suceder momento a momento. El propósito de esa
interpretación consiste en que identifiques de manera correcta, y en cualquier situación a
la que hagas frente, si es necesaria la protección o si es posible el crecimiento. Cuanto
mayor sea tu capacidad para encontrarte en un estado de crecimiento, más oportunidades
podrías tener para desarrollarte. El mensaje clave de este libro es que el hecho de
pasar el tiempo en un estado de crecimiento o en uno de protección es,
fundamentalmente, una cuestión de elección.
Quiero dejar clara una cosa al respecto: no estoy sugiriendo que nuestra respuesta
de protección sea la mala de la película. Ha desempeñado un papel clave en nuestra
supervivencia como especie. Querer proteger a nuestros niños es uno de los instintos más
poderosos con los que contamos. Sin embargo, ese mismo punto fuerte puede provocar
que enseñemos a nuestros hijos a tener miedo de manera innecesaria, e incluso que les
guiemos a creencias limitadoras sobre sí mismos que sean un lastre durante toda su vida.
Al leer este libro podrías darte cuenta de que a ti te ha sucedido lo mismo. Este libro
trata de que aprendas a distinguir la protección innecesaria de las amenazas reales. Trata
del modo en que puedes dejar atrás las limitaciones que experimentas y promover una
mentalidad que busca el crecimiento y una vida de felicidad, de realización y de éxito.

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El aprendizaje comienza más pronto de lo que crees
Desde el momento en que nace un bebé, su cerebro se pone a trabajar y trata de
averiguar dónde ha aterrizado. Al igual que un paracaidista lanzado en territorio
enemigo, el cerebro viene equipado con todo aquello que los anteriores paracaidistas
consideraron que les ayudaría a sobrevivir. A continuación, conserva lo que le resulta
útil y descarta lo que no. Por ejemplo, todos los bebés sonríen, pero dejan de hacerlo si
no obtienen ninguna respuesta. Para siempre. Las sonrisas desaparecen. Curiosamente,
cualquier cosa que se considera una buena respuesta –lo que en psicología recibe el
nombre de interacciones positivas–, como los arrullos, los abrazos o las cosquillas,
mantiene la capacidad del bebé para sonreír.
Las respuestas de un bebé al mundo que le rodea –respuestas que da en mayor o en
menor medida– están guiadas por el software que organiza e interpreta la información
que pasa a través de sus sentidos. Este software se mantiene ocupado. He leído
estimaciones que sugieren que entre siete y once millones de bits de información pasan a
través de nuestros órganos sensoriales cada segundo –demasiados para que el cerebro los
procese–. Un conocido estudio de investigación concluyó que tan solo podemos prestar
atención de manera consciente a aproximadamente siete bits de información al mismo
tiempo. Has leído bien, siete bits de once millones. Probablemente te estés preguntando
cómo diablos decide el cerebro cuáles son los siete bits elegidos. ¿Qué está buscando el
software? Está buscando si se requiere una respuesta de protección, o las acciones que
mejor conducirán al crecimiento. Eso es lo que hace nuestro software cuando revisa los
once millones de bits de información cada segundo y nos deja con tan solo siete para que
les prestemos atención: tenemos que averiguar qué es relevante para nuestro crecimiento
o nuestra protección y qué no lo es. Pero, ¿cómo puede saberse eso?
He aquí la respuesta corta a esa pregunta: la memoria.

La memoria: el presente recordado


El hecho de que tengamos memoria plantea una pregunta interesante. ¿Recuerdas el día
de tu boda? ¿Te acuerdas del peor día de tu vida (espero que fuesen días diferentes)?
Cuando piensas en ellos, ¿qué sentido tiene ser capaz de recordarlos?
Cada vez hay más pruebas que sugieren que nuestra memoria existe para dar
sentido al presente. Alrededor del 80% de lo que vemos a nuestro alrededor es, en

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realidad, información que estamos proyectando. Cuando nos fijamos en algo, no solo
estamos viéndolo como lo que es, sino que además lo observamos con unas capas de
interpretación personal añadidas. Al mirar una manzana, es fácil pasar por alto el hecho
de que viene acompañada de una cierta actitud hacia ella: ¿te gustan las manzanas o las
odias? ¿Las prefieres rojas o verdes? ¿Peladas y cortadas o directamente del árbol? ¿Te
recuerdan a Blancanieves o a Guillermo Tell? ¿Te traen a la memoria el día en que te
atragantaste al darle un mordisco a una o que golpeaste a un amigo en la nuca con el
corazón de una manzana? Una manzana es una manzana hasta que la observamos, y
entonces se convierte en nuestra versión de la manzana.
Esa es la razón por la que tenemos diferentes gustos, estilos y preferencias. Por ese
motivo no puedes ver lo que a tu amigo le atrae de su pareja. Nuestra memoria
proporciona estas capas. Hemos aprendido lo que nos gusta y lo que no. Nuestra actitud
hacia las cosas ha evolucionado a lo largo de la vida.
Tu cerebro retrocede constantemente al pasado en busca de relaciones entre lo que
te está sucediendo ahora y lo que te ocurrió anteriormente. A continuación, emplea las
conexiones que encuentra para predecir lo que probablemente te sucederá a renglón
seguido. Si tu cerebro encuentra una conexión entre un acontecimiento actual y un
evento pasado que fue interpretado de manera negativa, imaginará que una consecuencia
negativa está de camino. Tratar de defenderte de esta consecuencia desencadena una
respuesta de protección, lo que te quita el control de tus acciones y te hace pasar por una
serie predecible de comportamientos diseñados para ayudarte (básicamente, variaciones
sobre un tema de agresión, evitación o paralización), incluso cuando no lo consiguen.
En caso de amenaza, el cerebro tiene a su disposición algo que denomino sistema
de protección. Cuando el cerebro percibe un ataque inminente, este sistema prepara una
de las siguientes tres respuestas. Te preparas para luchar, para huir o para paralizarte.
Para emprender cualquiera de estas tres acciones, las hormonas se liberan a fin de elevar
nuestra presión sanguínea, razón por la cual tiendes a temblar; tu respiración aumenta
para llevar más oxígeno a tus músculos y para que puedas respirar con mayor rapidez; la
temperatura de tu cuerpo aumenta porque tus músculos son más eficientes si están
calientes (así que sudas); tu sangre se desvía del estómago para llevar el oxígeno
necesario a los músculos que emplearás para luchar o para huir –de ahí esa sensación
que experimentas y que en mi familia recibe el nombre de mariposas en el estómago–.
Por último, si la amenaza es lo suficientemente grave, el flujo sanguíneo se reduce en la

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parte de nuestro cerebro que se ocupa de la planificación y el pensamiento a nivel
superior. Esto se debe a que nuestro sistema de protección evolucionó principalmente
para lidiar con aquello que trataba de comernos, y el hecho de pensar puede retrasar
nuestras respuestas. Como resultado de ello, existe una máxima que tiende a ser cierta:
las emociones fuertes nos vuelven estúpidos.
Si, por el contrario, tu cerebro asocia la situación presente con un acontecimiento
pasado positivo, este predice un futuro inminente placentero y cambia a otro sistema –el
sistema de recompensa–. Esto libera dopamina en tu cerebro, lo que produce una
sensación agradable que te sirve de motivación para seguir buscando esa sensación.
Dicho de manera muy simple, estos son los dos sistemas químicos que impulsan la
dirección que toma nuestra vida momento a momento. En circunstancias ideales,
viviríamos una vida de crecimiento puro en la que cualquier persona a la que
conociésemos nos nutriría, nos animaría, nos querría y nos apoyaría. Nuestro cerebro
joven interpretaría todo aquello que nos sucediese de un modo que pronosticaría que más
cosas nuevas están a punto de llegar. Nada conseguiría amenazarnos ni hacer que nos
sintiésemos inseguros. Este es el paraíso de la dopamina. Que levanten la mano aquellas
personas cuya vida acabo de describir. Así es, ninguna.
Si tenemos suerte, tendremos un poco de todo. Nos suceden cosas buenas, cosas
malas y muchas otras intermedias. Por lo general, las cosas buenas se refuerzan, de tal
manera que crecemos motivados para hacer cosas en las que hemos aprendido que
somos buenos; por otra parte, las cosas malas que nos suceden nos proporcionan algunas
respuestas de protección saludables que nos mantienen alejados de las cosas
verdaderamente malas. Ahora bien, aunque tengas suerte, tu cerebro todavía seguirá
cometiendo algunos errores de comprensión o llegará a conclusiones erróneas a lo largo
del camino.
Sea cual sea el origen, todos nosotros tenemos algunos errores de software en
nuestra programación. Algunos de ellos se producirán porque ciertas personas mayores
nos alimentaron con sandeces que trataron de vendernos como la verdad –como cuando
mi madre me decía durante mi infancia que cualquiera de mis comportamientos que no
le gustaban iba en contra de la ley–. Algunos errores procederán de nuestras propias
equivocaciones al interpretar lo que nos está pasando o lo que está sucediendo a nuestro
alrededor. Recuerda que, si eres padre, a veces serás el proveedor de las cosas que
conducen a los errores de cálculo de tus hijos. En ocasiones esto se debe a que tus hijos

22
malinterpretan lo que dices o lo que haces, algunas veces porque hablas desde la ira, el
miedo o la frustración, y otras porque estás transmitiéndoles las sandeces que no has
conseguido resolver. Algunos de estos errores de cálculo no tendrán trascendencia,
mientras que otros moldearán a tus hijos y sus vidas. La dificultad de todo esto es que no
sabrás cuál es cuál. Tus hijos olvidarán las cosas que tú considerabas asuntos
importantes. Las cosas que considerabas triviales permanecerán en sus cabezas. Esa es la
razón por la que ningún niño deja atrás la etapa de la infancia sin problemas, y también
es el motivo por el que, como padres, deberíamos olvidarnos de intentar criar a nuestros
hijos de manera perfecta y dejar de atormentarnos cuando no lo conseguimos.

Lo que hacemos frente a lo que somos


En una ocasión tuve una clienta llamada Lisa que vino a verme quejándose de su baja
autoestima. Cuando lo primero que hacen los clientes es describir sus problemas de baja
confianza, a menudo generalizan y dicen: «No tengo ninguna confianza». Esto no suele
ser del todo cierto. Al examinarla, esta afirmación queda mejor definida, se vuelve más
contextual. «Hay ocasiones en las que carezco de la confianza necesaria» es una
proposición muy diferente de: «No tengo ninguna confianza». El cerebro emplea el truco
de tomar las cosas que no hacemos bien y aplicarlas a las personas que creemos ser. Lo
que debería ser: «En ocasiones actúo de forma estúpida» se convierte en: «Soy
estúpido». «En ocasiones me quedo mudo cuando estoy con otras personas» se expresa
como: «Soy aburrido». Confundimos lo que hacemos con lo que somos. He
descubierto que resulta mucho más sencillo ayudar a que las personas cambien lo que
creen hacer que lo que creen ser. Todos nosotros tendemos a aferrarnos a las creencias
sobre nuestra identidad de manera vehemente, incluso cuando hacen que nos sintamos
infelices.
En este caso, el problema de Lisa comenzó con un: «No soy lo suficientemente
buena», un problema que le estaba causando ansiedad sobre su capacidad para mantener
su puesto de trabajo. Tras algunas preguntas, el contexto se redujo a ciertos momentos en
el trabajo: «A menudo me siento inferior a las personas que me rodean en el trabajo. Soy
consciente de que sé tanto como ellas, pero, en ocasiones, este sentimiento de
inferioridad me impide intervenir en las reuniones o presentar mi candidatura para un
ascenso». En la terapia empleo una técnica para ayudar a que las personas sigan su

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historia al revés a fin de hallar la raíz de su problema. Lisa descubrió que su problema
había comenzado aproximadamente a los ocho años, durante su etapa escolar. Un
profesor le pidió que se pusiera de pie y que respondiera una pregunta. Como era una
persona introvertida (a la que no le gustaba actuar delante de los demás), esto le suponía
un pequeño desafío. Lisa quedó aturdida, se puso roja y comenzó a tartamudear. Sus
compañeros de clase empezaron a reírse tontamente. Por desgracia, su profesor era uno
de esos que no debería serlo. La sermoneó a causa de su estupidez. Como era de esperar,
la respuesta que finalmente logró pronunciar era completamente errónea, lo que provocó
que sus «amigos» se divirtiesen todavía más y que el profesor la despreciase un poco
más. Lisa huyó llorando. En mi trabajo, denominamos a esto Acontecimiento Emocional
Significativo (AES). En un contexto negativo, se trata de un momento en el que nuestros
cerebros identifican fuertemente una amenaza para nosotros, tanto física como social –el
miedo al rechazo es un gran ejemplo de esta última–. En un contexto positivo, nuestro
cerebro reconoce una oportunidad de crecimiento y nos motiva para buscar más
experiencias similares. El aumento de la confianza y del amor propio son consecuencias
habituales de estas experiencias.
Cuando tiene lugar un AES, el cerebro hace una «fotografía» a baja resolución que
recoge información de los cinco sentidos. Nuestra memoria emplea toda esta
información como fuente de comparación entre ese acontecimiento y las experiencias
por las que pasamos después. Así que, en el caso de Lisa, todo lo que estaba presente en
el momento de este primer AES –el incidente en la escuela– pudo ocasionar que un
acontecimiento posterior estuviese conectado a ese primero –p. e., personas mirándola;
una figura de autoridad planteándole una pregunta; posiblemente, incluso el color de las
paredes–. Es un poco como el juego Snap [2] . Cada momento de tu vida es una carta que
el cerebro compara con el conjunto de cartas AES que tiene. Si decide que hay alguna
coincidencia, grita «¡snap!». Si se trata de una carta de protección, se producirá una
respuesta de protección. Si se trata de una carta de crecimiento (un AES positivo), se
producirá una respuesta de crecimiento. En el caso de Lisa, todas las situaciones
supuestamente coincidentes con el acontecimiento inicial se percibirían como
amenazantes. La respuesta del cerebro a una amenaza consiste en adoptar una respuesta
de protección que nos lleva a luchar, a correr, como en el caso de Lisa, o a paralizarnos.
El problema es que cuando una emoción negativa, como el miedo de parecer

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estúpido, impulsa nuestras acciones, tiende a llevarnos a lo mismo que estamos
tratando de evitar.
Un ejemplo de ello es el de una mujer que vino a verme con un historial de
relaciones rotas. Detectamos que tenía la creencia de que era antipática. Cada vez
que comenzaba una relación con alguien esperaba sufrir un rechazo. Su respuesta a este
miedo consistía en ser demasiado cariñosa, celosa y en tener cierta dependencia
emocional. Los intentos por mantener a sus parejas provocaban el alejamiento de estas.
Otro ejemplo es el de un hombre que cree no ser lo suficientemente bueno. Para
compensarlo trabaja muy duro en su puesto de trabajo, pero, a causa de sus dudas, lo
revisa todo una y otra vez. Se atrasa con sus plazos de entrega, es indeciso y dirige a su
equipo al milímetro. La productividad de su departamento desciende y pierde su trabajo,
lo que refuerza su creencia original de que no era lo suficientemente bueno.
En ocasiones denomino a los AES acontecimientos «mariposa», como en el «efecto
mariposa» –la idea de que el aleteo de una mariposa en el Amazonas puede ocasionar
una tormenta en Australia un mes más tarde–. En algo tan complejo como el tiempo o el
cerebro, algo pequeño puede tener un efecto amplificador con el paso del tiempo. Lo que
podría comenzar siendo un acontecimiento relativamente menor en la infancia podría
convertirse en algo realmente significativo en la edad adulta. Cuanto más suceda una
cosa, más creerá nuestro cerebro que sucederá de nuevo.
En las situaciones que no constituyen un AES, el cerebro actualizará las primeras
decisiones en función de lo que aprenda más adelante. Por ejemplo, con cierta frecuencia
entro en un aula repleta de personas que están esperando a que les dé clase. A medida
que me adentro en el aula experimento un sentimiento de emoción y, bueno, de felicidad.
Eso no siempre ha sido así. Cuando comencé a enseñar, mis piernas solían temblar,
literalmente, de camino al aula. Ya desde el principio me encantaba enseñar, pero el
hecho de caminar hacia un aula llena de gente y de ser el centro de atención constituía
todo un desafío. No era el único al respecto. Una encuesta mostró que el mayor miedo
que experimentaban los americanos era el miedo a hablar en público, seguido del miedo
a la muerte. Como observó Seinfeld, ello sugería que la persona que pronunciaba el
panegírico fúnebre preferiría ser la que está en el ataúd. Mi cerebro estaba convirtiendo
los contenidos del aula en algo amenazante. Más tarde, cuando me acostumbré a la
enseñanza, mi cerebro dejó de crear esa misma respuesta. ¿Por qué mi cerebro
actualizaba mi experiencia y el de Lisa no lo hacía? Parece que, cuando una experiencia

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se registra como un acontecimiento mariposa, su propósito consiste en «reparar» tu
respuesta. Tu cerebro preferiría que tomases la misma decisión equivocada cien veces a
que fracasases al responder una sola vez al peligro que representa un AES. Es probable
que mi miedo inicial frente al grupo fuera únicamente una consecuencia natural de mi
introversión. Ello no se vio agravado por un AES, como en la situación de Lisa, así que
mi cerebro fue capaz de actualizar el significado de la experiencia de manera positiva a
medida que me relajaba y ganaba confianza. En ocasiones, como en el caso de Lisa,
nuestro pasado sigue persiguiéndonos. No tiene por qué ser así. Contamos con
diferentes modos de deshacer el aprendizaje pasado.
La idea cristiana de que el hombre nace pecador ha influenciado nuestra cultura
durante bastante tiempo. Asimilamos fácilmente la idea de que hay algo inherentemente
malo en nosotros. El punto de vista de Freud no ayudó en este asunto. La idea de que
tenemos un Ello desagradable e inconsciente luchando por expresarse, esperando a saltar
y a hacer cosas espantosas en cuanto el Ego se descuida, convierte la vida en una batalla
constante dentro de nosotros mismos. Yo estoy sugiriendo algo fundamentalmente
diferente. Estoy sugiriendo que nacemos para crecer.

Todo lo que necesitas es amor


Gil Boyne, con más de cincuenta años de experiencia clínica, fue uno de los
hipnoterapeutas más famosos del siglo XX. A mediados de la década de 1970, ayudó a
un actor joven y luchador llamado Sylvester Stallone con una condición conocida como
bloqueo del escritor, que este padecía. Unos meses más tarde escribió Rocky. Tuve la
suerte de tener a Gil como mentor y amigo. Durante el transcurso de su trayectoria
clínica, llegó a la conclusión de que la raza humana sufre de una creencia limitadora
universal que parece que todos nosotros adquirimos en la infancia en mayor o menor
grado: que no somos amados o que no merecemos ser amados.
Me resistí a su conclusión durante muchos años. Hoy en día, me resulta difícil
rebatirla porque la veo a menudo, no solo en mis clientes, sino también en la gente con la
que me cruzo a diario.
Nuestra respuesta de protección ha evolucionado para hacer frente a las amenazas a
las que nuestros ancestros se enfrentaron durante millones de años. Estas amenazas se
presentan, principalmente, de dos maneras. La primera es obvia, las amenazas físicas a

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nuestra vida. La segunda clase son las amenazas a nuestro bienestar social. Cuando nos
observamos, somos bastante enclenques en relación con los seres que trataban de
cazarnos, o incluso con los que nosotros estábamos cazando. En realidad, deberíamos
haber sido una presa fácil. Nuestro gran cerebro fue lo que nos salvó. Nos permitió
cooperar y colaborar con los demás, lo que niveló las oportunidades en lo referente a las
matanzas. Como bandas itinerantes de cazadores-recolectores, aprendimos a llevarnos
bien y, como consecuencia de ello, nos desarrollamos. También aprendimos que el
hecho de no llevarnos bien, de no estrechar lazos con nuestra tribu, de no tener a nadie
que se preocupase por nosotros, llevaba a la exclusión y a la muerte inevitable. Cuanto
más valorado o querido te sentías por los demás, más cerca del calor del fuego te
sentabas, más grande era el pedazo de la res muerta que cenabas, y mayor era el número
de amigos que tenías. Nuestra posición social era algo importante. Y todavía hoy lo
sigue siendo.
El modo en que escalamos la pendiente resbaladiza de la aprobación social y
recolectamos el amor de los demás comienza pocas horas después del nacimiento. Una
de las primeras cosas que aprende a hacer tu hijo es a reconocer las caras. En particular,
las caras de las personas que le rodean y que tendrán más probabilidades de alimentarlo
y protegerlo. Aprende lo que entretiene a los criadores y lo que hace que siga recibiendo
sus atenciones. Los bebés aprendieron bien temprano que no había servicios sociales en
el Neolítico, así que se hicieron expertos en ser adorables y entrañables. Básicamente
estaban tratando de ser imanes de amor.
Los niños se hacen rápidamente sensibles al lugar que ocupan en el mundo social.
Aprenden cuáles son los comportamientos que obtienen la aprobación (más amor) de sus
padres, y cuáles provocan que esa aprobación desaparezca o que se les imponga un
castigo (los que consiguen que se sientan no queridos, según la manera sencilla en que
los niños entienden las cosas). Puede enseñarse a los niños que cualquier
comportamiento es bueno o malo en función del modo en que son recompensados o
castigados. Todos nosotros sabemos que es posible convencer a los niños de que hagan
cosas horribles a fin de sentirse amados o aceptados.
Más adelante, esta búsqueda de la aceptación y del amor continúa con nuestros
iguales. Observa cómo juegan los niños. El juego del niño es de todo menos un juego; es
un intercambio sutil y complejo de señales que determina los roles y la jerarquía. Por
encima de todo, lo que los niños quieren evitar es el rechazo de su grupo, que es una de

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las razones por las que a los fabricantes les ha resultado tan fácil relacionar la autoestima
de un niño con las marcas que viste. Lo único que no se les permite es ser diferentes a su
grupo, porque, como hemos visto, en un nivel primitivo, la diferencia es peligrosa. Hace
mucho tiempo, los demás clanes y el resto de tribus representaban un peligro potencial y
una competencia para nuestros recursos. Todas las tribus primitivas, desde los Toulambi
en Nueva Guinea hasta los hinchas del Arsenal, se visten de una manera determinada
para distinguirse de los demás. Crean sus propias composiciones y sus cánticos; sus
propias tradiciones. Esto no es muy diferente en el caso de nuestros hijos, y es así por la
misma razón: para crear una sensación de pertenencia y cohesión dentro del grupo.
Dentro de ese grupo emerge una jerarquía basada en lo que cada grupo aprende a
valorar. Una vez pudo ser la caza o la destreza para cocinar. Ahora, entre los jóvenes de
hoy en día... no lo sé... ¿La velocidad a la que escriben los mensajes de texto? ¿El
número de carteles de Justin Bieber que tienen en la pared? Y lo mismo sucede con
nosotros, los adultos. Ya desde nuestra infancia, buscamos acciones que hemos
descubierto que nos proporcionan una recompensa social (amor, en términos de Gil), y
evitamos todo aquello que provoca que seamos rechazados –en primer lugar, por parte
de nuestros padres y, más tarde, por parte de nuestros amigos, de nuestros iguales y de
nuestros compañeros.

Tendemos a conseguir el futuro que esperamos


Imagina que, a la edad de cinco años, te escogen para ser el hada de Navidad en la
función de Navidad de la escuela. Es tu gran momento y, a instancias de tu profesor,
subes las escaleras que dan al escenario a toda prisa con tu tutú. Por desgracia, tu pie
tropieza con el último escalón y entras por la parte izquierda del escenario deslizándote
sobre tu vientre, al tiempo que tu varita vuela hacia la audiencia, que se ríe debidamente.
Se ríe mucho. Este es uno de esos momentos similar al de los «dos hermanos» que
comentamos anteriormente. La niña podría ver la mirada avergonzada de su madre e
interpretarla como una desaprobación de su torpeza. Se siente avergonzada por las risas.
Su cerebro almacena el acontecimiento como algo que debe evitarse en el futuro.
Posteriormente, cualquier situación que implica sentirse observada por otras personas se
asociará a este acontecimiento mariposa (o a un AES), y se preverá un desastre similar.
La respuesta de protección se activa. La suya se convierte en una vida en la que el hecho

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de actuar o de hablar delante de otras personas se evitará a toda costa. Cada
acontecimiento similar se relacionará con los acontecimientos que se produjeron
anteriormente. La anticipación negativa se amplificará con cada refuerzo. Esta fue, por
desgracia, la interpretación de mi clienta. Sin embargo, esta no fue la única
interpretación que tuvo a su disposición. Una alternativa podría haber sido la siguiente:
dejó de deslizarse, vio a la gente riéndose e interpretó esas risas como una aprobación. El
recuerdo se almacenó como un acontecimiento mariposa positivo. Desde ese momento,
anticipándose a una oportunidad de hablar, cuando su cerebro preguntaba: «¿Cómo va a
ser?», asociaba esta nueva situación a ese primer acontecimiento mariposa positivo –a
ese sentimiento de aprobación–. Cada experiencia positiva posterior se construía sobre la
última. Esta creciente cadena de conexiones la llevó a una mayor confianza ante estas
ocasiones. Se convirtió en alguien que adoraba hablar frente a una audiencia. El éxito
engendra la expectativa del éxito, al igual que el fracaso engendra más de su propia
especie.
El nivel general de confianza en nosotros mismos tiende a consistir en un equilibrio
entre el número de situaciones que atravesamos en la vida en las que tenemos una
sensación positiva sobre nuestra competencia (y sobre la aprobación de los demás) frente
al total de aquellas en que tenemos una sensación negativa al respecto. La mayoría de
nosotros tendremos unas cuantas situaciones en las que nuestra confianza nos abandone,
y algunos de nosotros pasaremos por muchas de estas situaciones. Algunos de nosotros
nos juzgaremos con dureza a nosotros mismos en esos momentos de abandono, mientras
que otros serán más indulgentes.
Para cada episodio particular, como el que hemos descrito anteriormente, habrá un
millón de pequeñas versiones intermedias. Cada acontecimiento posterior, combinado
con el original, tiene el potencial de mejorar la respuesta en mayor o menor medida, de
agregar una variación al contexto o de aminorarlo. He escuchado historias de vida de
diferentes clientes en las que un incidente similar dio lugar a un temor a los exámenes, a
hablar en público, a conocer a gente, a equivocarse; la lista es extensa, pero está
conectada por un único impulso organizador: un miedo a la desaprobación de los demás
o, en términos de Gil Boyne, un temor a la retirada del amor. En última instancia, un
único acontecimiento puede ocupar un lugar central en la baja autoestima de alguien.
No siempre se producirá un único acontecimiento. El goteo constante de mensajes
que recibimos por parte de nuestros padres es igual de común: nos dicen que, en cierto

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modo, no somos lo suficientemente buenos, que nunca alcanzamos el nivel con el que
ellos se sienten felices, que no somos lo que ellos pidieron a la cigüeña, que somos una
decepción. En unas ocasiones, esto se debe a nuestra interpretación errónea. En otras,
estos mensajes son el resultado de la propia infelicidad personal de nuestros padres. Son
incapaces de guardarla para sí mismos, así que la extienden a sus hijos, quienes,
tristemente, a veces se la pasan a los suyos.
Algunas investigaciones han demostrado que, si una madre primeriza tuvo una
infancia en la que su madre no creó un apego seguro a través de las caricias y la atención
de las que hablé anteriormente, le resultará mucho más difícil proporcionar un ambiente
seguro y propicio a sus hijos. Con los clientes, a menudo percibo esta sensación de un
ancestro infeliz, cuya aversión hacia sí mismo ha pasado de generación en generación,
como una reliquia familiar no deseada. La fuente se perdió hace mucho tiempo, y todo lo
que queda es esa la clase de familia que parece ser genéticamente infeliz. No creo que
esta clase de clientes lo sean necesariamente, sino que tan solo se están manteniendo
fieles a la enseñanza introyectada por sus padres y por sus abuelos. Esto no tiene por qué
ser así. Si esto te recuerda el caso de tu familia, podrías formar parte de la generación de
padres que terminó con esto.
El transcurso de nuestras vidas está influenciado por nuestra interpretación de lo
que nos sucede cuando deambulamos por el mundo –una interpretación que resulta
abrumadoramente inconsciente–. La buena noticia es que esto significa que el mundo en
el que deambulamos no es el mundo tal y como es, sino el mundo tal como lo haces, lo
que significa que tienes el poder de cambiarlo.

Como, como, como...


Los niños suelen equivocarse como consecuencia de los errores de cálculo sobre el
motivo por el que suceden las cosas, y ello se debe a que sus cerebros están buscando
razones de manera continua:

• Como papá regaña a sus hijos por equivocarse al hacer las sumas cuando llega
cansado a casa al final del día, ellos llegan a la conclusión de que son
estúpidos. Peor incluso, concluyen que él no los quiere.

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• Como mamá está ocupada con la nueva hermanita, no parece pasar tanto tiempo
con sus otros hijos, a menos que estén enfermos. Meterse en problemas se
convierte en un modo de llamar su atención.
• Como sus padres están pasando una mala racha, tienen un carácter más irritable
y les regañan más. Su hija hace todo lo posible por agradarles. Cuando se
separan, se culpa a sí misma. A medida que crece, continúa complaciendo a las
personas con la esperanza de que no suceda nada malo. Se hace responsable
del bienestar de todos los demás.

No estoy sugiriendo con ninguno de estos ejemplos que la conclusión a la que llega
la niña sea inevitable. Otros niños podrían darles significados completamente diferentes
a estas situaciones. Lo cierto es que nunca sabes la conclusión a la que está llegando
cada niño. Y no puedes estar siempre presente para guiarlos hacia el significado correcto.
Esa es la razón por la que repito que, como padre, el hecho de descartar la idea de criar a
tu hijo sin ningún tipo de problema te resultará de ayuda. Relájate un poco. Uno nunca
sabe, ni puede controlar, qué sentido van a darle tus hijos a todas las cosas que les van a
suceder. No puedes ser perfecto.
Un cerebro joven que busca las causas –tal y como está programado– y que todavía
cree que todo tiene que ver con él, es capaz de llegar a conclusiones asombrosamente
erróneas.

Consejo sobre la crianza:


identifica los errores causativos

Si tu hijo dice algo que indica que está teniendo pensamientos o sentimientos para
protegerse a sí mismo –tales como: «Soy estúpido», «nunca seré capaz de...», «nadie me
quiere» o «no puedo hacer x...»–, pregúntale con delicadeza: «¿Por qué?». Esto suele
revelar la creencia subyacente que crea el efecto presente en sus afirmaciones. Una vez
que seas consciente de ello, encontrarás cosas a lo largo de este libro que podrás hacer
para «deshacer» este error.

Los diferentes modos que tenemos de saber que somos amados

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Cuántas veces he escuchado a parejas quejarse: «Si no haces x significa que no me
quieres», o: «Puedo ver que se ha desenamorado de mí porque no me abraza / porque no
me cuenta cosas / porque no me mira como solía hacerlo». En mi libro Lovebirds,
explico con todo lujo de detalles cómo cada uno de nosotros tenemos modos de saber
que somos amados. Hablo principalmente de las equivalencias, en las que A (un
determinado comportamiento) = B (amor). El punto clave aquí es que las equivalencias
que tú tienes para el amor podrían no ser las mismas que las de tu pareja o que las de tus
hijos. Podrías llevar a cabo todos los comportamientos que tú consideras cariñosos sin
que ellos dejasen de sentirse no queridos. Mientras tanto, tus hijos hacen todo lo que está
en sus manos a través de sus acciones para obtener la evidencia que les falta de que te
preocupas por ellos –incluso aunque se porten mal–, y tú podrías pasar por alto o
malinterpretar estos signos por completo. Cuando trabajo con clientes que fuman o que
quieren perder peso, a menudo advierto algo interesante: el cigarrillo, o un determinado
tipo de comida, tienen una equivalencia emocional, como, por ejemplo: chocolate =
amor, compañía, consuelo o rebelión. Por ejemplo, ¿cuántos padres recompensan las
buenas conductas de sus hijos dándoles caramelos? Con el tiempo, los caramelos pueden
convertirse en una expresión de amor o de aprobación por parte del padre. Avanza ahora
veinte años y piensa en un mal día en la oficina en el que te hayan gritado. ¿Te sorprende
que tu inconsciente alcance una chocolatina en un intento de ayudarte a sentirte mejor
contigo mismo?

Consejo sobre la crianza:


piensa en aquello con lo que recompensas a tus hijos

Recompensa a tu hijo con experiencias, con tu tiempo o con tu atención, no con cosas
como caramelos o juguetes.

Es lo mismo, pero diferente


Tu hijo va a enfrentarse a muchas situaciones para las que su vida no tiene equivalencias
y en las que su cerebro interpreta el acontecimiento de manera incorrecta. Esto se puede
aplicar a todas las primeras experiencias. Si eres consciente de que cada una de ellas
constituye un momento potencial en el que su joven cerebro puede volver a un estado de

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protección simplemente porque se ha visto abrumado por la falta de reconocimiento,
entonces estás listo para ofrecerle la orientación sobre cuál es la mejor conclusión de
«crecimiento» que puede extraerse de todo esto. El primer día en la escuela puede
convertirse, por miedo, en una pérdida de la madre o en un rechazo por su parte. De
manera alternativa, puede convertirse en una oportunidad de hacer nuevos amigos y
divertirse. Veo esto con mucha claridad en los padres primerizos y en su respuesta a las
caídas de su hijo. Con frecuencia el niño queda conmocionado por lo repentino de la
caída y dirige la mirada hacia su padre. Si el niño ve a un padre temeroso, asustado o que
lanza una exclamación alarmado, esta reacción suele desencadenar una respuesta llorosa
en el niño. Tras unas pocas experiencias, esta ya no es una experiencia «diferente». Es
una experiencia para la que se ha creado una equivalencia –los sentimientos que surgen
tras la caída deben evitarse, son dolorosos o son motivo de alarma en el padre–. El niño
aprende a tener miedo del «dolor» o de los acontecimientos que podrían llevar a él.
Comienza el viaje de la mariposa hacia la aversión al riesgo y hacia la sensibilización
exagerada con respecto a los sentimientos desagradables.

Consejo sobre la crianza:


crea experiencias de crecimiento

Cuando tu hijo experimente algo por primera vez, presta atención. En caso de que
muestre cierta reticencia o cierta inseguridad, evita los juicios sobre su respuesta a esta
experiencia. Evita frases como: «No seas crío / estúpido / aguafiestas». Piensa: «¿Qué es
lo que quiero que aprenda de todo esto? ¿Dónde está el lado positivo con el que puedo
hacer que se sienta bien? ¿Qué es lo más alentador que le puedo decir?». Céntrate en
alabar cualidades tales como la determinación, más que en el logro real.
Por ejemplo, el otro día observé a Tara, mi nuera, cuando Heath exploraba por
primera vez un parque infantil. Estaba muy indeciso. Tara evitó etiquetar esa situación
de manera negativa. En vez de ello, dijo: «¿Estás yendo despacio y con cuidado? Es una
buena idea hasta que te acostumbres al columpio. Buen chico, no hay ninguna necesidad
de correr. Limítate a subir solo por una cuerda si puedes... eso está bien». Todo lo que
hacía, incluso cuando decidía no subir más alto, se recompensaba con una respuesta
positiva. «¿Es eso lo bastante alto por ahora? Eso está bien. Te felicito por haberlo
intentado». No había ni un solo indicio de fracaso, solo de logro. Y, aquella misma tarde,
estaba correteando por el parque infantil sin un atisbo de preocupación.

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Cuando Philip Larkin escribió,
«Te joden la vida, tu madre y tu padre»

estaba hablando, en gran medida, de cómo estas equivalencias, así como la


malinterpretación de la causa y el efecto en ciertas situaciones, se acumulan a lo largo
del tiempo e incluso entre generaciones. Los niños que no reciben señales por parte de
sus padres de que son queridos y valorados a menudo terminan convirtiéndose en padres
que tampoco envían esas señales, o que envían mensajes que proyectan su propio
sentimiento de baja autoestima o de indefensión en sus hijos. Recuerdo una madre que
vino a verme que se había sentido sistemáticamente decepcionada por su padre tras el
divorcio de sus padres. Solía sentarse durante horas frente a la ventana de la casa de su
madre esperando a que el coche de su padre se detuviese en la calle, y el hecho de que la
mayoría de las ocasiones no llegase hacía que se sintiese decepcionada. Al reflexionar
sobre el efecto causal de esta experiencia, se dio cuenta de que su respuesta por defecto
frente a cualquier situación de excitación en sus hijos era: «No os emocionéis
demasiado, probablemente no suceda». Los mensajes negativos pasan de generación en
generación, como reliquias familiares no deseadas.

Plástico y fantástico
La investigación científica ha puesto fuera de toda duda que nuestro cerebro es plástico.
Para reconocer esto tan solo tienes que leer sobre las víctimas de derrames cerebrales
cuyos cerebros se han reprogramado para evitar los daños a fin de reconectar las
habilidades perdidas. Estoy convencido de que esta plasticidad se aplica de igual manera
a nuestro sentido de la propia identidad. No estamos atrapados en un modo fijo de ser.
Nuestro sentido de la propia identidad no es un uniforme, es un personaje en una historia
que escribe tu cerebro para guiarnos de manera segura (aunque no siempre felizmente) a
través de la vida. Una vez que nos damos cuenta de esto comenzamos a convertirnos en
los escritores de nuestra historia y la convertimos en una epopeya. Enseñemos a nuestros
hijos el modo de tomar el control de su narración desde una edad temprana.

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CAPÍTULO 2:
Las toxinas de nuestra cultura

Confundir la adquisición con el crecimiento


Vivimos en la era más opulenta de la historia de la humanidad y, con todo, la depresión
se ha convertido en una epidemia en la cultura occidental. La Organización Mundial de
la Salud predice que, en 2020, la depresión será la segunda enfermedad más devastadora.
En Gran Bretaña, según la Oficina Nacional de Estadística, un 10% de sus 60 millones
de habitantes sufre depresión en un momento dado. Creo que nuestra cultura de
consumo, que hace especial hincapié en la búsqueda de lo material, es la culpable. La
comida y el alojamiento adecuados son algo que la inmensa mayoría de nosotros damos
por descontado, lo que nos permite el lujo de aspirar a más. ¿Estamos a la altura de las
expectativas que nosotros mismos nos marcamos o que otros nos marcan? Es una
pregunta que podemos permitirnos el lujo de plantearnos. Pero, ¿cómo podemos obtener
las respuestas? Por lo general, con los símbolos que nos han vendido como insignias del
éxito –tales como, por ejemplo, las casas, los coches, las ropas y las marcas–. «Cosas».
Nos hemos visto seducidos por los vendedores y creemos que, en cierto modo, sus
productos representan las personas que somos. ¿Cómo podemos ser vistos del mejor
modo posible por aquellos que nos rodean? Coleccionando las mismas insignias que
ellos, pero un poco más brillantes. Desde el momento en que somos capaces de alcanzar
algo con nuestras manos, estamos sometidos a los intentos de influir en nuestras
elecciones por parte de los otros. Esos intentos son cada vez más insidiosos y es casi
imposible ignorarlos o evitarlos. Las empresas, al usar nuestros egos jóvenes y frágiles
en busca de mayores beneficios, pueden ocasionar un gran daño a nuestra autoestima y
convertirnos en personas que sacrificamos nuestra propia felicidad en una búsqueda
interminable del estatus.

La publicidad

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Hubo un tiempo en que los anuncios de productos tales como los zapatos acostumbraban
a centrarse en la calidad de su fabricación y en cuánto duraban. Ahora es más una
cuestión de lo guay que serás llevándolos durante los tres meses que sobrevivirán antes
de hacerse pedazos, justo a tiempo para los colores de la siguiente temporada. Sería
exagerado decir que un único hombre fue el responsable de este cambio, aunque quizá
no tanto. Edward Bernays se interesó en el poder de la propaganda tras trabajar en una
campaña de Woodrow Wilson que buscaba propiciar un cambio en la opinión pública
americana a favor de la intervención en la Primera Guerra Mundial. Le sorprendió el
modo en que la gente podía ser influenciada, y se preguntó si esas tácticas podían
emplearse en tiempos de paz. Bernays inventó el término «relaciones públicas» –sí, las
RRPP son obra suya–, y denominó a estas técnicas que moldeaban la opinión ingeniería
del consentimiento. Uno de sus éxitos, por el que todos podemos estarle agradecidos, es
su trabajo para la industria del tabaco, con el que consiguió que el hecho de que las
mujeres fumasen en público se convirtiese en algo socialmente aceptable. En 1929,
Bernays organizó el Desfile de Pascua de Nueva York y contrató a modelos para que
posasen con cigarrillos encendidos a modo de «antorchas de libertad». La mayor
frecuencia del cáncer de pulmón en las mujeres se convirtió en un indicador de su
emancipación.
Sus ideas se extendieron rápidamente. En 1952, la empresa de alimentación General
Mills pidió a dos contemporáneos de Bernays que le ayudasen a promover su nueva
invención –una mezcla instantánea para hacer pasteles –. Las mujeres no la estaban
comprando. Su solución consistió en quitar el huevo en polvo de la mezcla, para que las
cocineras tuviesen que añadirle uno. ¿Cuál era la razón de ello? Hacía que las mujeres
sintiesen que todavía eran cocineras. La ciencia ha demostrado con bastante claridad
que, en realidad, no somos criaturas lógicas, que nuestras emociones gobiernan la mayor
parte de nuestras decisiones. Esto es un ejemplo de ello. Desde el punto de vista de la
lógica, no tiene ningún sentido aumentar la complejidad de lo que pretende ser un
producto que ahorra trabajo y tiempo; pero, a nivel emocional, añadir un huevo y
remover la mezcla nos proporciona una mayor sensación de estar creando algo. Y, en la
década de 1950, para muchos, la autoestima de una esposa se medía por su destreza
culinaria. Esta fue la genialidad de Bernays y, al mismo tiempo, su terrible legado.
Reconoció que podía inducirse a las personas a comprar cosas para hacer que se
sintiesen mejor consigo mismas. Desgraciadamente, por las razones que he descrito

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hasta ahora, ninguno de nosotros dejamos atrás la infancia con nuestra autoestima
completamente intacta. Nuestros cerebros buscan modos de mejorar esta autoestima a los
ojos de nuestros seres queridos y de nuestros vecinos. Esos sentimientos ocultos de que
no estamos a la altura de las circunstancias en comparación con los demás nos deja como
fruta madura para la cosecha. El resultado ha sido el aumento de una cultura de consumo
alimentada por una industria de la terapia de compras que nos promete que nos
sentiremos «dignos» si llevamos sus productos. Tristemente, también significa que nos
sentimos mejores padres si nuestros hijos van vestidos a la moda actual, si van en el
cochecito «adecuado» y si llegan a la escuela en el «mejor» coche.
Tuve un cliente que vino a verme con estrés crónico. Una poderosa señal de aquello
que le provocaba estrés era su imposibilidad de pagar el último modelo del coche que
conducía. Su coche tan solo tenía un año de antigüedad. «¿Cuál es la diferencia?»,
pregunté. «Bueno, los faros son de otra forma...» y, a continuación, iba apagándose. Se
hizo evidente que no se trataba del coche, sino de lo que conducía al aparcamiento de la
compañía de servicios financieros para la que trabajaba. O, con mayor exactitud, de los
vehículos junto a los que tenía que estacionar –los nuevos coches de sus jóvenes y
ambiciosos compañeros–. Como siempre ha ocurrido, su cerebro estaba comparándolo
con el resto de su tribu y calculaba lo que haría falta para acercarse al calor del fuego (o,
en su caso, a la siguiente posición en su carrera profesional). Nuestro patrimonio
neolítico nos ha dejado con un escáner mental que calcula cómo lo estamos haciendo en
relación con las personas a las que consideramos de nuestra tribu –y, en una aldea
global, ese club se ha expandido de forma masiva.
Esta necesidad de ser considerados como parte de una tribu y de que sus miembros
tengan una buena opinión de nosotros hace que tengamos una mayor propensión a ser
manipulados por personas que, de manera inteligente, ven la oportunidad de conectar sus
productos con nuestra necesidad emocional de sentirnos aceptados por los demás.
Si nuestra infancia nos deja con la sensación de que nunca somos aceptados como
personas lo suficientemente buenas, nos convertimos en un pozo sin fondo de gastos de
consumo. Por lo general, esto nos atrapa en trabajos que no nos gusta hacer con el fin de
pagar cosas que no nos hacen sentir tan bien como pensamos que les sientan a los demás.
Esa es la cultura en la que nos criamos y en la que estamos criando a nuestros hijos. Una
cultura que provoca una respuesta de protección ante cada pensamiento o sugerencia de

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que podríamos perder los símbolos de nuestro estatus. Una cultura en la que
confundimos adquisición con crecimiento.
Esa es la razón por la que, como padres, hacer que tu hijo se centre en el «éxito» a
través de la definición típica del mismo es una receta que lleva a una vida repleta de
luchas insatisfechas. Una de esas insignias que, una vez en casa, nunca brilla tanto como
prometía el anuncio.
Se necesita mucho valor por parte de los padres modernos para negarse a vestir a
sus hijos con las que parecen ser las marcas favoritas de las otras madres de la escuela,
para negarse a modernizar sus teléfonos móviles porque sus amigos tienen la última
versión, o para no someterles a una «educación invernadero» [3] a fin de que tengan un
«mejor comienzo» en la vida. Ahora bien, por lo que veo en mi clínica, si crías a tu hijo
para que valore a las personas y la naturaleza por encima de las posesiones materiales,
para que busque la diversión que implica desafiarse a sí mismo a través de cualquier
cosa que encuentre interesante, y evitas empujarle a tu versión de la que podría ser su
mejor vida, a la larga podrás sentarte y disfrutar viendo lo que hace con su vida sin que
haya un terapeuta en la lista de marcación rápida de su teléfono móvil.

Consejo sobre la crianza:


la naturaleza fomentará lo mejor de tu hijo

Esto va a requerir valentía. Siempre que sea posible, limita el acceso de tu hijo a la
publicidad –evita la televisión, por ejemplo–. Existe un movimiento denominado
«Rewild the Child» [acercar a los niños de nuevo a la naturaleza]. Investígalo. Cuanto
más en contacto esté tu hijo con la naturaleza, menos se dejará influenciar por aquello
por lo que los publicistas quieren que se preocupe.

Y, por si la placa de Petri de nuestra sociedad no tuviese las suficientes toxinas


procedentes de la industria publicitaria, también tenemos los medios de comunicación...

No leas todo tipo de noticias


Mi abuela formó parte de una generación extraordinaria. Nacida en 1915, estaba viva
cuando los aviones comenzaban a hacer acto de presencia y todavía seguía viva cuando

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llegamos a la Luna. Vivió toda su vida en un radio de diez millas, pero escuchó historias
de sus hijos y sus nietos sobre los lugares en los que habían vivido o habían visitado por
todo el mundo. Pasó de que su padre le leyera el periódico y le contase lo que sucedía en
el mundo a escucharlo casi al instante en un canal de noticias 24 horas.
Si nos remontásemos a mi tatarabuela, el cuadro sería uno en el que el ritmo de las
noticias era todavía más lento. Antes de la invención del telégrafo en la década de 1830,
las noticias viajaban a la velocidad del caballo, de la paloma o del barco más veloz. La
batalla de Trafalgar tuvo lugar en la costa de España el 21 de octubre de 1805. Las
noticias sobre ella llegaron al público londinense el 6 de noviembre. La batalla de El
Álamo en Texas tuvo lugar el 6 de marzo de 1836, aunque no se publicó en The Times
en Londres hasta el 17 de mayo. La gran ventaja de estos sistemas de noticias limitados
era que la gente estaba expuesta a una menor cantidad de malas noticias. Aquello era una
excelente noticia –para ellos.
La investigación muestra que nuestras mentes se muestran más inclinadas a prestar
una atención particular a las malas noticias. Un estudio llevado a cabo por la
Universidad de Zúrich determinó que en aquellos casos en que las personas recibían
informes sobre una amenaza para la salud, consideraban que la investigación era más
creíble cuando advertía de la existencia de un riesgo que cuando no encontraba ningún
peligro. Tendemos a creer más en las cosas cuando se nos dice que algo va mal que
cuando nos dicen que existen evidencias de que todo va bien. Tiene sentido que
recurramos a nuestros ancestros por esta razón. Nuestros cerebros buscan amenazas
potenciales porque, antiguamente, eran muchas las amenazas que podían matarnos. En
cualquier situación, la primera pregunta que debe responder nuestro inconsciente es:
«¿Soy vulnerable?». Escuchar que tu vecino se ahogó al caerse por un acantilado te
advierte de que debes ir con cuidado. Escuchar que un vecino no cayó por un acantilado
no es una historia que te mantendrá hechizado alrededor del fuego de campamento.
Desde esa perspectiva, el terrible enfoque de los medios de comunicación en todas
las cosas negativas comienza a adquirir sentido. Antes yo pensaba que todo formaba
parte de una conspiración del gobierno –si se mantiene el enfoque en las amenazas del
mundo, es más probable que sigamos teniendo la necesidad de sentirnos protegidos por
nuestros gobernantes–. Aunque todavía tengo la sospecha oculta de que hay algo de
cierto en ello, no estoy seguro de que esa sea la razón fundamental. Daniel Gardner, en
The Science of Fear [La ciencia del miedo], abrió mis ojos a la posibilidad de que tan

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solo es el resultado de que los reporteros también son humanos. Escriben aquello que a
la gente le gusta leer porque a ellos mismos les gusta. Cuando examinan posibles
titulares, los malos son los primeros que buscan los cerebros.
Lo que comenzó siendo un beneficio adaptativo se ha convertido en un
inconveniente. En un mundo en el que las malas noticias que llegaban a nuestros oídos
estaban limitadas al número reducido de personas que formaban parte de nuestras vidas
y a la pequeña superficie del mundo a la que teníamos acceso, las noticias negativas que
llegaban cada día eran manejables y útiles. Ahora, con el ciclo de noticias 24 horas e
Internet, estamos rodeados de malas noticias en todo momento, noticias que provienen
de todas partes del mundo. En los últimos días, mientras escribía este libro, he sido
bombardeado por imágenes del huracán Sandy golpeando Nueva York; de un
distribuidor eléctrico importante del Reino Unido cayendo en bancarrota; de la posible
exterminación de los fresnos de Gran Bretaña; de la perversión atroz de Jimmy Savile; y
del Chelsea perdiendo contra el Manchester United. ¿Qué se supone que debe hacer mi
cerebro ante esta marea implacable de noticias negativas? Seguramente, volver a los
hábitos ancestrales y comenzar a liberar adrenalina a fin de prepararme para correr,
luchar o paralizarme. La palabra favorita para hablar de esto es estrés, que representa un
nivel más bajo de preparación que un ataque de pánico completo frente a las amenazas,
pero que nos resulta familiar a la mayoría de nosotros. El problema es que se supone que
la adrenalina tan solo es una sustancia química para las situaciones de emergencia. Tenía
por objeto alejarnos del peligro (o acabar con su origen), tras lo cual podíamos tomarnos
el día libre y echarnos una siesta en algún lugar seguro. Hoy en día, probablemente
veamos más caos en la televisión mientras desayunamos que el que presenciaban los
hombres de las cavernas en un año. A la larga, la adrenalina es bastante tóxica. Esta
liberación de baja intensidad en respuesta a las noticias, junto a los miedos que
desencadena en nuestra propia seguridad y en la seguridad de nuestra familia, significa
que nuestro sistema inmunitario puede verse mermado al tratar de eliminar esta
adrenalina de nuestros cuerpos, exponiéndonos a diferentes enfermedades y dolencias –
incluida la depresión.
Esta exposición a las malas noticias ajusta nuestro cerebro para que crea que
vivimos en un mundo de amenazas y que necesitamos encontrarnos en un estado de
protección. La exposición mata nuestro impulso natural hacia el crecimiento. Apagar las

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noticias y cancelar nuestra suscripción a los periódicos es un buen primer paso en el
camino hacia la recuperación.
Ver las noticias o leer los periódicos reduce nuestra capacidad para pensar por
nosotros mismos, ya que nos adoctrinan sutilmente en la visión del mundo de los
magnates de los medios de comunicación. Ellos escogen lo que vemos y leemos.
Asimismo, el hecho de ver las noticias o de leer los periódicos también introduce errores
cognitivos en nuestro pensamiento al envolver las cosas en citas seductoras que, por lo
general, son muy simplistas: x causa la crisis bancaria, y es culpable del desastre de z.
Evita las noticias y mantén a tus hijos alejados de ellas. Hacer de las noticias una parte
habitual de tu día es como tener un tigre diente de sable como mascota.

Consejo sobre la crianza:


muéstrales un mundo de crecimiento, no de protección

Elige cuidadosamente lo que quieres que tu hijo vea que sucede en el mundo. Esto no
constituye ninguna negación, sino que minimiza su exposición a las cosas sobre las que
no tiene ningún control. Subraya las historias positivas que muestran a personas que
tienen éxito contra todo pronóstico, que son compasivas, que son valientes, que buscan
nuevos horizontes. Contempla todo esto con tu hijo y conversad de estos temas de
camino a la escuela o de vuelta a casa.

Y luego está lo que elegimos para el entretenimiento...

Telenovelas que no ayudan [4]


Las telenovelas de mi infancia eran tiernas. Durante mucho tiempo, ver Coronation
Street era como ponerse unas zapatillas de noche cómodas; en aquella época, los
problemas, en gran medida cotidianos, se resolvían a los pocos episodios gracias al
trabajo conjunto de la comunidad. Dudo que nadie menor de treinta años equipare mi
descripción a la «Corrie» que conocen ahora. En los últimos veinticinco años, las series
de televisión británicas se han convertido en la principal fuente de alimento de la idea de
que quien grita más alto gana, de que todo tiene que ser un drama y de que lo que uno
quiere siempre triunfa sobre lo que las demás personas necesitan.

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Creo que la vida en Gran Bretaña refleja cada vez más ese «arte». Colectivamente,
creamos el mundo como una versión de EastEnders. Colectivamente, nuestra realidad se
convierte en Gran hermano. La celebración de la disfunción está muy extendida. La
fama sin talento, sin esfuerzo o sin propósito se ha convertido en una carrera a la que
aspiran muchos jóvenes. Es la insignia de peor calidad. El problema es que promueve la
protección. Esta se suma a la carga de la adrenalina que colocamos en nuestros cuerpos.
Animar a nuestros hijos a buscar conflictos, así como celebrar la división y la crueldad,
no solo los predispone a una mayor probabilidad de ansiedad y de depresión en la edad
adulta, sino que también ajusta su cerebro para que interprete el mundo de este modo.
En lo que respecta a los programas de telerrealidad, es raro que se centren en algo
con aspiraciones. Gran hermano tiende a ser una colección de estrategias grotescas para
llamar la atención. Se anima a los telespectadores a celebrar el victimismo más que la
resiliencia. Factor X seduce a los jóvenes para que piensen que la fama es una opción
profesional en la que el talento no es un requisito previo necesario. La televisión no es
un hábito saludable.

Consejo sobre la crianza:


piensa antes de mirar

Ya sabes lo que voy a decir: evita las telenovelas. Evita la telerrealidad. Muéstrale a tu
hijo ejemplos de gente que hace frente a sus desafíos, preséntale programas que se
centren en la fortaleza del luchador, y no en el drama en el que podrían estar sumidos.
Muéstrale el ejemplo de personas que trabajan duro por lo que tienen y que no esperan el
éxito como un derecho. Enséñale lo que se necesita para ser bueno en algo.

La historia hasta ahora


El viaje de nuestra especie nos ha llevado de una sola célula en la placa de Petri, a
alguien que se mira en un espejo y que le gusta lo que ve –o no–, simplemente como
resultado de lo que cree que le ha sucedido, y a menudo por la cantidad de símbolos de
éxito de nuestra sociedad que hemos logrado acumular. Vivimos atrapados en la realidad
que crea nuestro cerebro sin que nosotros nos demos cuenta de ello.
Ahora que te has dado cuenta, podemos comenzar a hacer algo para que te
conviertas en el creador de ti mismo y, a su vez, para que enseñes a tus hijos a hacer lo

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mismo.

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PARTE II:
CULTIVAR UN MEJOR «TÚ»

Ahora que he perfilado cómo nos convertimos en las personas que somos, voy a
proporcionarte algunas herramientas para cambiar esto. Con ello no estoy sugiriendo que
el cambio sea fácil, sino que es posible. Preferiría que todos mis lectores estuvieseis
frente a mí en mi clínica, pero estaríamos bastante apretados, así que, al no poder hacer
una terapia directamente con cada uno de vosotros, voy a ayudaros a que la hagáis por
vuestra cuenta.
He dividido lo que quiero enseñarte en tres lecciones. A medida que avancemos he
incluido algunas preguntas que podrías plantearte a ti mismo en aquellas situaciones en
que te sientas estresado o desafiado. Espero que te familiarices hasta tal punto con estas
cuestiones que se acaben convirtiendo en un hábito de la mente, en una respuesta
reflexiva a una situación. Eso requerirá práctica. También he incluido algunos ejercicios
denominados «Trabaja el problema». He descubierto que son tremendamente útiles para
evitar correr en círculos como un pollo sin cabeza en lugar de resolver un problema.
Obtendrás de ellos lo que aportes. Te ruego que no te limites a leer estos ejercicios y a
pensar que tendrá lugar la magia. Nada sucederá a menos que hagas que suceda. De
hecho, esto constituye el núcleo de mi primera lección.

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LECCIÓN 1:
Desarrolla un LCI
Tú tienes poder sobre tu mente –no sobre los acontecimientos externos. Date cuenta de esto y encontrarás la
fuerza.
Marco Aurelio

He pasado gran parte de mi vida esperando ser descubierto. Algo me decía que estaba
destinado a conseguir grandes cosas, así que en realidad no me importaba lo que estaba
haciendo en ese momento. En un momento dado, el mundo se daría cuenta de lo que se
estaba perdiendo y me elevaría a mi verdadera posición. No es extraño que el Rey Arturo
fuese mi cuento favorito de la infancia ni que Matrix fuese mi película favorita ya
durante la edad adulta. Estaba esperando a que Merlín o Morfeo aparecieran. Sin
embargo, nunca lo hicieron.
Esto es lo que se conoce como tener un Locus de Control Externo (LCE). Se
produce cuando pensamos que nuestras vidas están moldeadas por cosas externas a
nosotros, cuando creemos que el mundo tiene el poder de «hacernos» sentir cosas. Esta
creencia influye en nosotros de muchas y muy diferentes maneras. ¿Cuántas personas
sueñan con lo que harían si ganasen la lotería? ¿O lo diferente que sería su vida si su
educación, su pareja, su familia o su mala suerte no las hubiesen frenado? ¿Cuántos de
vosotros os habéis sentado y habéis esperado a que sucediese algo para mejorar vuestra
situación, o incluso habéis negociado con Dios o con el universo que, si las cosas fuesen
de una determinada manera, haríais algo a cambio? Eso es, amigo mío, el LCE.
Esperar a que el séptimo de caballería aparezca por la colina normalmente hará que
la vida te acabe cortando la cabellera.
El gran objetivo de este libro es el LCI. Son las siglas de Locus de Control Interno,
y es una mentalidad según la cual la persona en cuestión asume la responsabilidad de lo
que sucede. Es la diferencia que existe entre una persona que dice: «Debería hacerse
algo» y otra que dice: «Voy a hacerlo». Alguien que actúa desde el LCI no puede tener
un mal día como consecuencia de las acciones de los demás o como resultado de lo que

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el mundo le depara. No porque su jefe le grite o porque su pareja le abandone se
producirá algún efecto en ellos, sino porque ellos eligen cuál va a ser ese efecto. Una
mentalidad basada en el LCI te pone de nuevo al mando. Nadie puede quitarte tu
poder, solamente tú puedes dárselo.
La sociedad tiende a engendrar una perspectiva basada en el LCE. Esta perspectiva
hace que miremos fuera de nosotros mismos en busca de soluciones a las cosas –por lo
general, a cierto precio–. Desde la Segunda Guerra Mundial se ha producido un cambio
gradual desde la independencia y la resiliencia de nuestros ancestros a las expectativas
de un «bienestar desde la cuna hasta la tumba» por parte de nuestra sociedad y las
tonterías tales como: «Compra mi producto para gustarte más a ti mismo» que alimentan
nuestro consumismo desenfrenado.

Cómo desarrollar el LCI


El saber no es suficiente, debemos aplicarlo. El querer no es suficiente, debemos HACER.
Bruce Lee

Imagina que estuvieses escalando las cumbres de los Andes con un amigo y te rompieses
una pierna. Mientras te baja por un barranco, tu amigo se ve forzado a cortar la cuerda y
a dejarte caer para salvar su propia vida. En vez de morir, caes sobre una grieta sin fondo
de la que no puedes salir. ¿Qué harías? Estás tumbado sobre una estrecha cornisa. No va
a venir nadie a ayudarte. No puedes escalar a causa de tu pierna. Sospecho que muchos
de nosotros gritaríamos en busca de ayuda y, al final, moriríamos. Joe Simpson se
encontraba exactamente en esa situación. Él descendió. Se dirigió a la profundidad de
una grieta de la que no veía el final, a la profundidad de la oscuridad. Era la única
dirección en la que podía ir. No porque existiese la posibilidad de escapar por ahí, sino
porque era la única elección disponible para él que implicaba una acción. Eso es el LCI.
En este caso, la fortuna favoreció al que la merecía. La grieta le condujo al camino de
salida. Desde ahí tan solo tuvo que desplazarse sobre sus nalgas durante cinco millas sin
comida y con poca agua. Le costó tres días. Llegó al campamento base justo antes de que
su amigo hiciese las maletas. Eso es resiliencia.

Centrarse en los resultados

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Muchas personas vienen a verme con un sentimiento demasiado impreciso, aunque muy
claro, de que están «atascados». Este sentimiento de «atasco», como una manera de
definir lo que les aflige, es sorprendentemente común. Cuando su historia se desarrolla,
por lo general repiten el ciclo y siguen haciendo lo que no funciona en su caso. Einstein
dijo que locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar que los resultados sean
distintos. Lo veo en personas que experimentan de manera repetida malas relaciones o
malos trabajos que constituyen un callejón sin salida o que terminan en la misma
frustración o falta de realización. Aunque no seamos felices con lo que tenemos, a
menudo nos encontramos atrapados y creamos todas las razones por las que no podemos
hacer nada al respecto. Intento separar razones de resultados.
Cuando alguien te habla de un objetivo que se ha fijado, por lo general se sentirá
lleno de entusiasmo al principio. Vuelve a reunirte con él poco tiempo después y
pregúntale cómo va y obtendrás una de estas dos respuestas: te dará un resultado –que ha
alcanzado su objetivo o que está más cerca de él–, o te ofrecerá todas las razones por las
que no ha sido capaz de conseguirlo. Resultados frente a razones. A menudo esas
razones son muchas y convincentes. La vida pondrá siempre obstáculos en el camino del
éxito. El modo en que respondes a los obstáculos es lo que marca la diferencia. Si lees
los obituarios de la gente que ha tenido éxito en la vida, lo que obtienes es una lista de
sus resultados. Lo que no lees es: «Si sus hijos no la hubiesen refrenado / si su familia le
hubiese apoyado más / si la economía hubiera sido más amable / si no hubiese esperado
tanto... ella habría cambiado el mundo».
Al final de cualquier viaje que implique un objetivo, existe un resultado o una lista
de razones por las que no conseguiste lo que te propusiste. Tu destino está, en gran
medida, en tus manos. Una de las mayores lecciones que he aprendido nunca es a tomar
medidas. Es mi mantra, y aquello a lo que más atribuyo el cambio en mi vida (y en mi
personalidad) durante los últimos quince años.

Tomar medidas es el mantra que te mantendrá en movimiento


En cualquier situación en la que puedas elegir o en la que la vida te lleve por caminos
inesperados, el hecho de preguntarte a ti mismo: «¿Qué es lo que puedo hacer aquí?»,
abre la posibilidad de la acción. Casi siempre puedes hacer algo. Cualquier cosa antes
que no hacer nada.

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Autopregunta 1:
¿Qué es lo que puedo hacer aquí?

Probablemente te hayas encontrado con la oración de la serenidad:

Señor, concédeme serenidad


para aceptar todo aquello que no puedo cambiar;
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar;
y sabiduría para entender la diferencia.

Me encanta el sentimiento, salvo el «concédeme». Eso es el LCE. Prefiero una


versión que sea un mantra, no una oración:

Acepta todo aquello que no puedas cambiar;


desarrolla fortaleza para cambiar lo que eres capaz de cambiar;
y ten sabiduría para entender la diferencia.

No tan serena como la otra, te lo concedo, pero está más en consonancia con mi
objetivo. Imagina que tu vida tiene dos círculos:

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El círculo de influencia contiene las cosas respecto a las cuales puedes hacer algo. El
círculo de preocupación está repleto de las cosas que te preocupan sobre las que no
puedes influir de manera directa. Podemos perder mucho tiempo y pensamientos dando
vueltas en el círculo de preocupación. Este círculo tiende a incrementar nuestros niveles
de ansiedad. Entrénate para tomar medidas sobre las cosas que se encuentran dentro de
tu círculo de influencia. Olvida las cosas que se encuentran en tu círculo de
preocupación. Esto aumentará enormemente tu capacidad para permanecer centrado.
Siempre que te sientas abrumado por la vida o hagas frente a un desafío particular,
dibuja estos círculos y escribe en ellos las cosas que pasen por tu cabeza. Averigua el
círculo al que pertenece cada desafío, preocupación o problema. A continuación, haz
todo lo que puedas en lo que respecta a aquello que se encuentre bajo tu influencia.
Acepta todas las cosas sobre las que no puedes tener ningún efecto. Déjalas atrás.
Por ejemplo, en mi círculo de preocupación pondría el calentamiento global. Pensar
en la magnitud del problema, así como en su futuro impacto en mi vida familiar, puede
llegar a ser bastante abrumador. ¿Qué puedo hacer al respecto? En mi círculo de

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influencia puedo cumplir mi compromiso de reciclar, reducir mis emisiones de carbono
o vivir de manera sostenible. Si quisiese hacer más podría ampliar ese círculo uniéndome
a Greenpeace y haciendo campañas sobre las cuestiones ambientales. Podría ampliarlo
todavía más dedicándome a la política. Posiblemente podría convertirme en primer
ministro. Está en nuestras manos decidir el alcance de nuestra influencia y el tiempo y el
esfuerzo que queremos dedicar a maximizarla.
Otro ejemplo podría ser la educación de tus hijos. En tu círculo de preocupación
podrías poner el hecho de que el énfasis excesivo en los exámenes no favorece a tu hijo,
en que no puede acceder a la escuela adecuada, y en el coste que supondrá su educación
universitaria cuando crezca. Es probable que, una vez que comiences, la lista de aquello
que te preocupa sobre el futuro de tus hijos sea casi infinita. Entonces, ¿qué puedes
incluir en tu círculo de influencia? ¿Qué hay de lo que puedes enseñarles sobre lo que
consideras importante? ¿Puedes aumentar el tiempo que dedicas a tus hijos y emplearlo
en el aprendizaje? ¿Podrías convertirte en un miembro del consejo escolar? ¿Podrías
educar en casa? ¿Podrías ahorrar algo para sus estudios universitarios? Cada uno de
vosotros tendrá un margen de maniobra en respuesta a estas preguntas. Eso está bien. El
punto clave consiste en encargarte de lo que decidas que debe hacerse.
Ese es el núcleo del LCI. Si puedes hacer algo, hazlo. Si no puedes, pero hay alguna
persona que puede encargarse de ello, consigue que lo haga. Si nadie puede hacer nada
al respecto, acéptalo, déjalo pasar y sigue adelante. Estas son tres medidas que estás
tomando, en vez de esperar pasivamente a que alguien resuelva el problema por ti.
Como Su Santidad el Dalai Lama señaló de manera sabia: «Si puede resolverse,
entonces no hay necesidad de preocuparse, y si no tiene solución, tampoco sirve de nada
preocuparse».

Cuando las cosas se ponen difíciles


El propósito del desarrollo propio no consiste en calmar los mares de la vida. Consiste en
hacer que estés en mejores condiciones de hacer frente a las olas, porque no solo son
grandes e inevitables, sino que a menudo son necesarias para el crecimiento.
Imagina que algo va mal en tu día, algo «malo» desde tu punto de vista. Tal vez te
venga a la cabeza un ejemplo reciente. Plantéate a ti mismo estas preguntas:

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Trabaja el problema

• ¿Por qué tiene que ver esto con la situación y no contigo?


• ¿Es correcto el modo en que estoy interpretando esta situación?
• ¿Acaso solo es posible una mala interpretación?
• Si esto mismo le sucediese a otra persona, ¿significaría automáticamente lo
mismo en su caso?
• ¿Qué temo que puedan pensar el resto de personas a causa de esta situación?
• ¿Por qué eso no tiene que ser verdad?
• ¿Qué puedo extraer de todo esto?
• Si esto hubiese pasado para que yo aprendiese algo vital, ¿qué sería?

Mi intención es que diferencies mejor esos acontecimientos que abrumarían a cualquier


persona por completo (o que deberían hacerlo) –como la pérdida de un ser querido– de
aquellos desafíos vitales a los que se responde de manera menos universal. Por ejemplo,
un despido. Algunos de mis clientes llegaban deprimidos ante esa perspectiva, mientras
que otros saltaban de emoción. En ocasiones, una perspectiva lleva a la otra en el
transcurso de una sola sesión. Preguntas tales como: «¿Dónde está la oportunidad aquí?»
y mi pregunta central por lo que respecta al LCI: «¿Qué puedo hacer aquí y ahora?» te
ayudan a mantener tu mente abierta a otros posibles sentidos. Como también un mantra
que mi esposa y yo empleamos para recordar que tenemos que dejar de agitarnos y
comenzar a resolver las cosas –«Trabaja el problema»–. Concéntrate en la búsqueda de
soluciones y no dejes que el problema siga marinando.
Esto es algo que con cierta regularidad no te vas a acordar de hacer. Bien. Tan solo
somos humanos. Habrá momentos en los que una situación te abrume y en la que tu
opción por defecto sea el LCE. Eso solo la convierte en otra situación de la que aprender
para mejorar tu permanencia en el LCI.
Fracasa, aprende, olvida, reinicia. Comienza de nuevo.

No hay fracaso, solo retroalimentación, o algo así...


¿Qué harías de manera diferente en tu vida si no te asustase el fracaso? Nuestra relación
con el fracaso define a menudo lo que logramos. Es vital que entiendas esa relación si
quieres desarrollar la habilidad de vivir según el estilo del LCI.

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Resulta irritante que la gente diga que el fracaso no es una opción. Menuda tontería.
El fracaso es siempre una opción; de hecho, por lo general es la opción más fácil. Es
también un ingrediente clave para el crecimiento. Bruce Lee dijo: «El hombre que nunca
cometió un error nunca hizo nada». Lo mismo ocurre con los fracasos. Aprendes más
cuando te encuentras al límite de lo que eres capaz de hacer, así que el fracaso
forma parte de la experiencia para alguien que está tratando de crecer.
¿Que por qué he denominado a esta sección no hay fracaso, solo
retroalimentación? Me alegra que me lo preguntes. Esta es una de esas frases que se
corean en las sesiones de formación de Programación Neurolingüística (PNL); yo mismo
coincido con ella, aunque con ciertas salvedades. Lo importante no es lo que te pasa,
sino lo que haces al respecto. Fracasas, fracasas a menudo, fracasas de manera
estrepitosa, pero no usas los fracasos para degradarte. Aprende de ellos. Muchos de mis
clientes vienen a verme aplastados por la vida, sintiendo que han fracasado y con miedo
a fracasar de nuevo. Están atrapados en una vida de insatisfacción (a menudo la misma
vida que temen) debido al miedo que tienen a lo que el fracaso significa para ellos, a
saber: que son unos perdedores, que su fracaso estaba causado intrínsecamente por algo
malo en ellos más que por los errores reparables de la fuerza de las circunstancias. A
todos ellos les recuerdo que Abraham Lincoln perdió ocho elecciones y que tuvo dos
negocios fallidos. J. K. Rowling pasó por un momento en su vida en que se describió a sí
misma como «el mayor fracaso que conocía». Mi trabajo consiste en ayudar a que mis
clientes vean el fracaso de un modo diferente. A que lo vean como un paso necesario a lo
largo del camino del crecimiento, como un lugar en el que aprender y volverse más
fuertes. No hay victorias ni derrotas. Tan solo victorias y aprendizaje.
Lo mismo sucede con tus hijos. Ver cómo fracasan y estar con ellos mientras se
producen las consecuencias de estos fracasos es una de las cosas más dolorosas que un
padre puede soportar. Cada parte de ti grita para que hagas algo al respecto a fin de que
mejore la situación. No puedes, es lamentable, y necesario. Lo que sí puedes hacer es
que sea útil.
Las personas más creativas tienen cierta tolerancia al fracaso, las empresas más
creativas lo fomentan. La mentalidad de Pixar es: «Fastídiala tan rápido como sea
posible. Encuentra el error para que puedas llegar a la solución más rápido». Temer el
fracaso impide tu crecimiento, sentir curiosidad por el fracaso te lleva más allá de tu
pensamiento actual y te permite explorar nuevas posibilidades.

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El fracaso no es más que el universo diciendo: «Ese método no ha funcionado». No
es un veredicto sobre ti como persona. Esta perspectiva es clave por lo que respecta a tus
hijos y al estilo explicativo que adoptas con ellos. Por ejemplo, el fracaso podría tener
que ver con el ambiente en el que este se produjo.
En la graduación del curso de Hipnoterapia Cognitiva que hemos dirigido durante
muchos años, solíamos enseñar a la gente el modo de romper una tabla de pino con un
grosor de más de dos centímetros con las manos descubiertas. Parece imposible, pero, en
realidad, es muy sencillo si sigues los pasos. Un día, después de una graduación, mi hijo
Stuart, que por aquel entonces tenía diecisiete años, me vio descargando del coche
algunas tablas que habían sobrado y me preguntó si podía romper una. Instalamos en el
entablado del jardín los bloques de hormigón en los que se asienta la tabla. Stuart realizó
la acción de manera perfecta –lo había hecho con éxito en cantidad de ocasiones desde
que tenía diez años–, pero, en esta ocasión, la tabla no se rompió. Eso duele. Lo intentó
de nuevo. La tabla siguió sin romperse. Se marchó repleto de un orgullo adolescente
herido –esto es, lo había convertido en un fracaso personal–; de algún modo, había
perdido su magia.
Me acerqué y lo intenté. Tampoco se rompió. Estaba desconcertado. Había roto
cientos de tablas. Sentí curiosidad por mi fracaso. Si no tenía que ver conmigo, ¿de qué
más podía tratarse? Cambié las tablas por si hubiese escogido una demasiado dura. Seguí
fracasando. Sentí una mayor curiosidad. Entonces, en un momento de lucidez, moví los
bloques al camino. La tabla se rompió con facilidad. Lo mismo sucedió con la siguiente.
Stu volvió y rompió otra tabla en su primer intento. El fracaso no tenía nada que ver con
Stuart como persona, sino con que la elasticidad del entablado estaba absorbiendo la
fuerza del impacto. Era una cuestión del entorno.
Aborda el fracaso respondiendo a la siguiente pregunta y, a continuación, completa
los siguientes tres pasos:

Autopregunta 2:
¿Cómo es que esto no tiene que ver conmigo como persona?

Paso 1: ¿Influyó el lugar donde se produjo el fracaso?


Stuart sucumbió a una cosa que en psicología recibe el nombre de error fundamental de

53
atribución: tenemos cierta tendencia a sobrestimar el impacto que una persona tiene en
una situación y a subestimar el impacto de su entorno. En un experimento clásico, se
invitó a un grupo de voluntarios a ver dos equipos de personas jugando al baloncesto,
cada uno en un extremo de la cancha, y a que votasen cuál había sido el mejor. De
manera abrumadora, el grupo votó al equipo «A». Los voluntarios fueron sustituidos y el
experimento se realizó de nuevo. Una vez más, el grupo votó por el equipo «A». Lo cual
era extraño, ya que el equipo «A» y el equipo «B» habían intercambiado su ubicación en
la cancha mientras se procedía a la sustitución de los voluntarios. ¿Qué había realmente
detrás de su elección? La luz en el lado de la cancha del equipo que más éxito tenía era
más brillante que en el otro lado. Los dos «mejores» equipos podían ver mejor el aro de
la canasta, pero ningún grupo de espectadores lo había tenido en cuenta a la hora de
tomar su decisión. Habían atribuido la mayor precisión estrictamente al talento de los
individuos.

Paso 2: Observa tus acciones (no a ti, sino tus acciones; esa distinción es
importante). ¿Fueron parte del fracaso?
• ¿Qué cosa hiciste que funcionó?
• ¿Qué cosa hiciste que no funcionó?
• ¿Qué cosa hiciste y harías de un modo diferente?
• ¿Qué cosa no hiciste que podrías o deberías haber hecho?

Paso 3: Observa las habilidades y las capacidades:


• ¿En qué situaciones estuvieron tus habilidades a la altura del reto –esto es,
dónde fuiste lo suficientemente bueno?
• ¿En qué situaciones son insuficientes tus habilidades actuales?
• ¿Qué puedes hacer para mejorarlas?
• ¿Qué rasgos o capacidades (como la determinación, la creatividad, el
entusiasmo, etc.) aportaste?
• ¿Cómo puedes desarrollarlos?
• ¿De qué persona puedas aprender estos rasgos o estas capacidades?

A través de este proceso de tres pasos puedes acercarte a una creencia sobre el
fracaso que no es pesimista –esto es, que no es personal (no tiene que ver conmigo), ni

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generalizada (se trata solo de esta situación concreta, no de todo lo que hago), ni
permanente (no siempre será así)–, y desarrollar un plan para avanzar con algo que lo
convierta, en retrospectiva, en un trampolín hacia algo mejor. La experiencia reiterada de
esta mentalidad cambia la perspectiva del fracaso y, al hacerlo, lo hace menos probable.
No es que ese fracaso vaya a suceder con menor frecuencia, sino que no lo identificarás
de esta manera con tanta frecuencia.

El éxito es un hábito
Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito.
Aristóteles

Somos un manojo de hábitos. Todos los días llevamos a cabo decenas de


comportamientos que no pensamos. Desde cepillarnos los dientes o ponernos los
pantalones, hasta conducir un coche o tener un momento favorito para tomar una taza de
café; entregamos una gran cantidad de nuestro día a nuestro inconsciente. Por lo general,
eso nos ayuda, pero a menudo no nos damos cuenta de que algunas de las cosas que no
nos gustan de nuestras vidas se deben también a patrones de comportamiento habituales,
incluidas nuestras respuestas a la comida, las críticas, el ejercicio o el modo en que
hacemos nuestros trabajos. Muchas personas andan hipnotizadas por sus hábitos –a
menudo veo que mi trabajo de hipnoterapeuta cognitivo consiste en «deshipnotizar»,
ayudando a que la gente vuelva a tener el control de las situaciones en las que sus
hábitos han tomado el mando.
Es fácil subestimar el poder de los hábitos hasta que piensas en ellos de este modo:

El éxito es una serie de acciones, repetidas.


El fracaso es una serie de acciones, repetidas.

Estos dos hábitos se crean del mismo modo.


La clave para vivir de manera más feliz consiste en crear los hábitos que te llevan a
lo que quieres, ya que nos convertimos en lo que hacemos la mayor parte del tiempo.
Cuanto más te comportes como una persona con un LCI, más interpretará tu cerebro el
mundo que te rodea a través de ese filtro y hará de tu realidad una en la que estés
rodeado de posibilidades para una acción positiva. Te conviertes en la clase de persona
que vive en esa clase de mundo.

55
Así pues, la tarea que te estoy poniendo consiste en que pienses en pequeños
cambios en tu comportamiento que, si los pusieras en práctica todos los días, te
ayudarían a crecer en la dirección deseada. Es importante que los cambios sean
pequeños. La gente busca siempre transformaciones drásticas y grandes, pero el cambio
es mucho más probable si se crea un impulso permanente a través de pequeños
empujones.
Por ejemplo:

• Me he comprometido a hacer ejercicio durante diez minutos todos los días. No
es mucho, pero creo que, si ejercito mi cuerpo durante diez minutos la mayoría
de las veces, terminaré por dedicarle más tiempo. Sin embargo, aquellos días
en que la idea de correr seis millas me desalienta, el pensamiento de correr tan
solo durante diez minutos hace que el hecho de ponerme las zapatillas sea más
soportable.
• Me he comprometido a leer diez páginas diarias de algo inspirador. Es fácil de
encontrar y es mejor que leer los periódicos. También me aporta nuevas ideas.
• Me he comprometido a ingerir cinco piezas de fruta o de verdura al día –como
leerás después, nunca he sido el mejor consumidor de verduras del mundo.

Como padre, podrías:

• Comprometerte a pasar diez minutos al día centrado en lo que tu hijo quiere


hacer.
• Emplear diez minutos al día para hacer algo solo para ti, aislado de todo.
• Dedicar algo de tiempo para planificar un proyecto familiar en el que todo el
mundo participe. Asigna una tarea a cada miembro de la familia.
• Realizar una actividad física con tus hijos cada día, aunque solo sea durante diez
minutos. Mirarlos no cuenta.
• Encontrar algún tema que podáis discutir en familia. Encárgales la tarea de que
encuentren algo sobre lo que les gustaría hablar. Todo el mundo tiene la
oportunidad de hablarle al resto de lo que le interesa.

Estas pequeñas cosas son fáciles de llevar a cabo, y resulta igual de fácil obviarlas o
pasarlas por alto. Sin embargo, si las pones por escrito y haces que el hecho de tacharlas

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de la lista sea una parte habitual de tu día, descubrirás que tu actitud cambia. Sentirás
que conservas el control de las decisiones que estás tomando. Se produce un extraño
efecto en cascada en las situaciones en las que estar al mando de las decisiones
particulares se convierte en un modo de tener un mayor control sobre tu vida. Son el
símbolo de una actitud que impregna tu carácter; porque, recuerda, cuanto más sucede
algo, más sucederá. Así ocurre con los hábitos que nos retienen y, del mismo modo, con
los hábitos que nos hacen avanzar. Estamos ajustando nuestro cerebro a la frecuencia del
crecimiento y haciendo del LCI un hábito.
He aquí un consejo importante: si relacionas un hábito nuevo con un
comportamiento actual –como leer siempre diez páginas cuando estás sentado con tu
café matutino–, es más probable que lo pongas en práctica.

Consejo sobre la crianza:


Haz que se acostumbren

Pregúntate a ti mismo: ¿Qué pequeños hábitos podrías conseguir que adoptasen tus hijos
a fin de crear una mentalidad basada en el LCI? ¿Podrían ser pequeñas cosas que
resulten sencillas de hacer y que creen un beneficio a largo plazo que resulte importante
para ellos? Piensa en las pequeñas cosas en las que se responsabilizan, como practicar
una habilidad o contribuir a la preparación de un viaje o de las vacaciones. Por ejemplo,
en caso de ser el fútbol, ¿qué tres cosas podrían hacer cada día para desarrollar, de
manera específica, sus competencias –no solo «jugar a fútbol durante diez minutos».

Alimenta aquello en lo que te centres


Uno de los hábitos diarios por el que quiero que comiences consiste en que emplees unos
minutos cada día para centrarte en tus aspectos positivos. Ten un diario junto a la cama y
revisa tu día. Escribe todo lo que has hecho y aquello de lo que te sientes orgulloso: no
necesariamente un orgullo del tipo «he dividido el átomo» (pero adelante [!] si lo
hiciste), sino cualquier momento en el que hayas reconocido que desarrollaste un LCI,
en el que hayas mostrado una característica o un rasgo positivo, en el que defendieses
algo, en el que realizases un acto de bondad o en el que hicieses algo bien. Alimentamos
aquello en lo que nos centramos, así que el hecho de centrarte en tus aspectos positivos
no solo nos hará más fuertes, sino que provocará que estos atributos positivos se

57
conviertan en una parte más prevalente de tu día. Gran parte de las personas que creemos
ser procede de lo que hacemos, así que el hecho de centrar tu atención en los puntos
fuertes aumentará tu autoestima. Solo necesitas unos minutos por la noche para estimular
tu confianza en ti mismo y en lo que puedes lograr.

¿Quién decide la persona que eres?


Esta noción engañosa de la identidad es fundamental para el problema de mantener el
control de nuestras elecciones. ¿Controla mi identidad mi actitud hacia las cosas o hace
algo más? La psicología ha demostrado que nuestro entorno y las acciones de las
personas que nos rodean influyen en el modo en que nos comportamos y en la idea que
tenemos de nosotros mismos. Lo que esto quiere decir es que, en lugar de tener una idea
única de quiénes somos –«acéptame en función de cómo soy»–, es más bien un caso de
«acéptame en función del entorno en el que me encuentres o de las personas con la que
esté». ¿Cuántos de vosotros admitís que sois una persona muy diferente en vuestra
familia y con vuestros amigos, o en el trabajo y en casa? Todos nosotros tenemos un
sentido de la propia identidad que es más fluido que lo que nuestro yo nos permite creer.
Esto nos hace vulnerables a las influencias externas, ya que los desencadenantes
situacionales pueden provocar que una versión disminuida de ti secuestre repentinamente
tu comportamiento. Hace un tiempo, cuando mi mujer me pedía que pusiese un estante
me volvía un manojo de nervios, porque mi padre nunca fue el más paciente de los
profesores y se mofaba de mis esfuerzos con el bricolaje. En esos momentos, la persona
que yo presentaba como «yo» estaba a un mundo de distancia de la persona con la que
generalmente te encontrarías, a la que yo considero «yo mismo».
Desde el punto de vista positivo, los estudios muestran que si la gente a la que
consideramos importante cree en nosotros tendemos a aumentar nuestro rendimiento
para ajustarnos a sus expectativas. Rodearnos de gente positiva hará que sintamos que
somos personas positivas. Unirnos a un grupo comprometido con el ejercicio puede
transformar nuestra actitud hacia el mismo. Nuestro ambiente puede ser mucho más
importante con respecto a cómo nos sentimos con nosotros mismos de lo que a menudo
nos damos cuenta. He leído que somos una combinación de las cinco personas con las
que pasamos más tiempo. Piensa en ello. ¿Son buenas influencias tus cinco personas?

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Esto significa que un jefe que actúa en contra nuestra puede influir en nosotros de
suerte que se reduzca nuestro rendimiento, que podemos perder la confianza en nosotros
mismos bajo el influjo excesivo de una pareja que no nos apoya, y que podemos
engordar al pasar el rato con amigos con sobrepeso. La diferencia que percibo en mí
mismo al comparar la etapa de mi vida en la que estaba rodeado por la cultura policial (y
por la naturaleza de ese trabajo) con la etapa actual, en la que estoy rodeado de una red
asombrosa de terapeutas (y de la naturaleza de este trabajo) con una inclinación positiva,
es enorme. Aunque mi yo atribuirá gran parte del crédito a sí mismo, lo cierto es que mi
entorno ha prestado buena parte del impulso.

Tarea:

Realiza una revisión de las 5 personas con las que más tiempo pasas, o de aquellas que
ejercen una mayor influencia en ti.

• ¿Están contribuyendo a tu crecimiento o a una protección innecesaria?


• ¿Te están ayudando a avanzar o te están reteniendo?

En ocasiones nos aferramos a ciertos amigos únicamente por lealtad o nostalgia, incluso
cuando ya no están en la misma longitud de onda que nosotros. Esto me sucedió cuando
dejé la policía. Al final, dejé ir a mucha gente que valoraba porque decidieron no apoyar
la dirección que quería para mi vida, y me pareció una carga tener que empujar en contra
de su energía. No tengas miedo de dejar marchar a la gente. Si te encuentras en un estado
de crecimiento, habrá muchas personas nuevas con las que conectar y que alimentarán
tus aspiraciones.
Si estás esforzándote en desarrollar un LCI y persigues una vida de crecimiento, te
sentirás en desacuerdo con gran parte de la sociedad. Es probable que muchas personas,
incluidos tus amigos, se sientan amenazadas por el hecho de que tú te alejes de las costas
seguras de la «normalidad». Podrían reaccionar de manera negativa. He aquí una
pregunta que considero increíblemente útil para ayudarme a permanecer en un estado de
crecimiento cuando soy víctima de la crítica o de la negatividad de otras personas:

59
Autopregunta 3:
¿Por qué necesitan estas personas hacerme sentir mal?

Cuanto más te plantees esa pregunta sobre ellas, más verás las limitaciones, las
debilidades y los miedos que impulsan sus comportamientos. Así resulta más fácil
ignorar y también perdonar. Tan solo son compañeros de lucha. Tu comportamiento está
haciendo que adviertan su lucha más de lo que querrían. Tras dejar la policía, me
sorprendió la cantidad de antiguos compañeros que me preguntaron qué estaba haciendo
y que, pese a no exteriorizarlo, parecían decepcionados por el hecho de que tuviese
éxito. Ahora comprendo la razón. También ellos eran infelices en la policía, no se
sentían capaces de hacer lo que yo había hecho, y, como consecuencia de ello, se sentían
mal consigo mismos. Pese a lo encantadores que eran, mi fracaso les habría consolado,
aunque de manera inconsciente.

La respuesta no está ahí fuera


Durante mucho tiempo se nos ha animado a ceder el control a los expertos. ¿Te sientes
enfermo? Visita a un médico. ¿Tienes un problema con un vecino? Llama a la junta de
propietarios o a la policía. ¿Quieres perder peso? Un experto te informa sobre su nueva
dieta en cada programa de televisión diurno. Si estás dispuesto a pagar, hay alguien que
solucionará todos los problemas que posiblemente se te presenten –y, en el proceso, hará
que te olvides de preguntar: «¿Qué puedo hacer al respecto por mí mismo?».
Veo a muchos clientes que sufren a causa del estrés, de la ansiedad o de la
depresión (o de una combinación de los tres). Cuando comprendes la razón de ello, te
das cuenta de que se debe a la presión que sienten por mantener el estilo de vida que la
«gente» espera de ellos. En su excelente libro Affluenza, Oliver James escribe:

El exceso de posesiones es la clase de problema que se caracteriza porque el sujeto


tiene tantas cosas que descubre que está dedicando su vida a mantener y a cuidar
cosas, en vez de personas.

A menudo confundimos las cosas con las personas. He visto a muchas personas que
otorgaban una gran importancia a su trayectoria profesional, principalmente hombres,
que trabajaban duro para «dárselo todo a su familia», y que una noche llegaron a casa y

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descubrieron que su familia se había ido porque les había privado de la cosa que más
querían –su tiempo.
Se nos anima a creer que las tiendas constituyen una suerte de terapia, pese a que,
en realidad, poseer «cosas» puede convertirse en una tiranía –termina poseyéndote–. Las
cosas no te dan aquello que buscas al adquirirlas. Si tienes un espacio vacío dentro de ti
en el que debería estar tu autoestima, ninguna marca, ningún desodorante, ningún coche
o ningún atracón de comida conseguirán llenarlo. Tienes el poder de llenarlo desde
dentro en lugar de inflarlo temporalmente con el artículo que «debes poseer» ese mes.

Tarea:

Observa qué parte de tu vida estás entregando para mantener las insignias que has
acumulado. Muchas personas trabajan una gran cantidad de horas para pagar cosas que
no tienen tiempo de disfrutar. Convertirse en una persona que desarrolla el LCI puede
transformarse rápidamente en un ejercicio para preguntar: «¿Necesito esto?», «¿me hará
esto más feliz?», «¿quiero vivir de este modo?». Tu vida puede volverse muy diferente.

Afronta la vida como es, no como se supone que debería ser


Nuestros cerebros emplean una gran cantidad de tiempo y energía en anticipar nuestro
futuro. Esa puede ser la razón por la que, cuando las cosas no van según lo previsto,
seguimos cometiendo errores al negar la situación en la que nos encontramos.
Continuamos afrontando la vida como nos gustaría que fuese, y no como es en realidad.
Solo tienes que observar las semanas de rechazo tras la votación del Brexit y el
llamamiento a un segundo referéndum para ver esta limitación en acción.
Si quedamos atrapados en un estado de protección innecesaria durante demasiado
tiempo, nuestros cerebros suelen desarrollarse para preferir la previsibilidad de la
infelicidad que se extiende delante de nosotros frente a la imprevisibilidad de ser
mejores. A nuestros cerebros les gustan los hábitos –y toda nuestra vida puede
convertirse en un hábito de insatisfacción que nos cuesta romper–. El LCI te permite
cambiar ese hábito, adaptarte a lo que sucede a tu alrededor, y usar todo ello para crear
un futuro mejor.
Un neurocientífico llamado Reid Montague señaló que funcionamos con pilas –solo
tenemos una reserva finita de energía–. Ahora bien, por lo general, mantenernos

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abastecidos no requiere pensar demasiado. De hecho, en el mundo occidental, un
problema cada vez más común consiste en evitar que nuestra energía personal se
desborde. Sin embargo, durante gran parte de la existencia de nuestra especie en el
planeta, encontrar comida suficiente ha sido la principal ocupación de cada día. Algunos
sostienen que el objetivo principal de nuestra evolución ha sido encontrar modos cada
vez mejores de asegurarnos la comida. Nuestro gran cerebro podría ser el resultado de
esa búsqueda. Ser capaces de vernos a nosotros mismos en el futuro convierte a nuestros
cerebros en máquinas predictivas –de modo que podemos comenzar a planificar la
hambruna, a pensar en métodos de caza alternativos y a calcular sus probabilidades de
éxito–. Ser capaz de ver el futuro ha sido todo un éxito, pero tiene ciertos
inconvenientes.
Podemos pasar gran parte del ahora pensando en lo que sucederá después, sobre
todo si estamos aburridos o atrapados o si somos infelices, y esto no es necesariamente
productivo. Tuve un cliente que admitió que la única cosa que conseguía que se
levantase de la cama por la mañana era la esperanza de ganar la lotería. Pasaba mucho
tiempo cada día soñando en lo que haría con el dinero. Dentro de ciertos límites, tener
una fantasía sobre algo que es poco probable que suceda resulta inofensivo y,
probablemente, puede incluso reducir el estrés si tu fantasía consiste en imaginarte en un
paraíso tropical con ropa ligera. Sin embargo, he visto clientes que han dedicado tanto
tiempo a andar sin rumbo por estos futuros que han perdido el contacto con el presente.
En cualquier situación que consideres un problema o un contratiempo, plantéate la
siguiente pregunta:

Autopregunta 4:
¿Qué puedo hacer aquí y ahora? ¿Dónde está la oportunidad aquí?

La habilidad que quiero ayudarte a cultivar al adoptar una mentalidad basada en el LCI
consiste en que seas más consciente de lo que está sucediendo realmente en el momento
presente –y no de lo que tu cerebro está tratando de hacer con ello de manera reflexiva–
y a escoger tus acciones en consecuencia. Observa la vida como lo que es en ese
momento, y no como el desastre que tu cerebro está creando ni como te gustaría que
fuese, y, a continuación, toma medidas. «Es lo que es» constituye una máxima popular.

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Sí, es lo que es. Ahora bien, ¿qué es lo mejor que puedes hacer a partir de esto? ¿Dónde
está la oportunidad? ¿Cuáles son tus opciones? ¿Qué puedes hacer aquí y ahora? Trabaja
el problema.

Trabaja el problema

Si una situación te está estresando, emplea las siguientes preguntas a modo de guía:

• Pon por escrito todos los miedos que tengas sobre lo que podría suceder.
• Revisa cada uno de los miedos y prepara un plan sobre lo que podrías hacer en
caso de que se hicieran realidad.
• Indica en una escala de 1 al 10 la probabilidad de que cada una de estas cosas
suceda.
• Revisa cada una de ellas e idea acciones que reduzcan el resultado numérico que
has escrito.
• Escribe todos los aspectos positivos que podrían surgir a partir de esta situación.
• Revisa cada uno de ellos y prepara un plan que aumente las probabilidades de
que se produzcan estos aspectos positivos.
• Crea pequeños comportamientos que puedas llevar a cabo cada día y que, en
caso de seguirlos, podrían dar lugar a los resultados que más deseas.

Lecciones sobre el LCI


He descubierto que el viaje que la gente emprende conmigo en el cuarto de terapia es, en
gran parte, uno que se desarrolla entre el punto de partida del LCE y el destino del LCI.
Muchos clientes comienzan creyendo en mi capacidad para transformarlos. Observa que
eso es el LCE. Yo no puedo cambiar a nadie. La gente con la que tengo éxito se da
cuenta de eso y participa en el proceso –la terapia se convierte en una colaboración; deja
de ser acerca de que yo los cambie y pasa a ser acerca de que nosotros los cambiemos–.
El paso final hacia la «independencia de la estima» se produce cuando los clientes se dan
cuenta de que ellos están haciendo todo el trabajo duro en la relación y de que ya no me
necesitan. ESE, amigo mío, es el éxito de la terapia: cuando el terapeuta se vuelve
superfluo porque el cliente se da cuenta de que dentro de sí mismo tiene todo lo
necesario para ser la persona que quiere ser. Los errores de cálculo de un cerebro joven
en presencia de acontecimientos negativos (o interpretados de manera negativa) fueron

63
los que, en un principio, hicieron que avanzara hacia un estado de protección, y no de
crecimiento.
Así pues, la clave para desarrollar un mayor LCI consiste en tomar conciencia de
aquellas cosas que hacen crecer tu autoestima –y en alimentarlas en cada ocasión que se
presente, tomando medidas en vez de esperar a que algo suceda, y vacunándote contra
las influencias negativas–. Al volverte esa clase de persona, te conviertes en un padre
que puede crear la mejor placa de Petri posible para favorecer el desarrollo de tus hijos.
A continuación, voy a enseñarte a que dejes de tomarte la verdad tan en serio.

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LECCIÓN 2:
Puedes creer
lo que más te convenga

Lo que piensa el Pensador, el Demostrador lo demuestra


Puede resultar muy sencillo ver lo que queremos, esperamos o creemos ver. Del
mismo modo, también es muy fácil no ver aquello que no encaja con nuestra visión del
mundo. ¿Alguna vez te has visto involucrado en un serio desacuerdo con alguien sobre
algo en lo que creías apasionadamente? Por supuesto que sí. ¿Te sorprendió que, sin
importar las pruebas que reuniste para destrozar su argumento, la otra parte siguiera
aferrándose a su punto de vista? ¿Estaban ellos igual de sorprendidos de que tú hicieses
lo mismo? Cuando Margaret Thatcher murió, algunas personas lloraron profundamente,
pero otras celebraron una fiesta en la calle y pisotearon su retrato.
Allá por 1877, Giovanni Schiaparelli observó una red de líneas rectas en Marte, y
ello dio lugar a una explosión de emoción pública, así como al descubrimiento de
muchos más de estos «canales» por parte de otros observadores. Ahora sabemos (a
menos que creas que los alunizajes fueron falsos) que, en realidad, son una ilusión óptica
causada por la afición del cerebro a conectar puntos (como montañas en un planeta
lejano) para hacer líneas.
Si eres un escéptico con respecto al cambio climático, es probable que el hecho de
que el 97% de los científicos del clima no estén de acuerdo contigo no tenga ninguna
influencia en ti. Si eres creacionista, los huesos humanos que son más antiguos que la
edad del mundo establecida por la Biblia se ignorarán o se denigrarán. Esto es bastante
preocupante, pero lo que creemos sobre nosotros mismos puede ser igual de resistente a
las pruebas en sentido contrario.

La ley de Orr

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Hace muchos años, me encontré con un modelo descrito por el doctor Leonard Orr que
explica por qué sucede todo esto. Imagina que tu mente tiene dos partes: el Pensador y el
Demostrador. El adagio es: «Lo que piensa el Pensador, el Demostrador lo
demuestra». Si tu Pensador piensa que eres una buena persona, tu Demostrador filtrará
e interpretará todo lo que te sucede a ti o lo que pasa a tu alrededor a fin de sostener esa
creencia. Pero, al mismo tiempo, si tu Pensador piensa que eres un desastre, ¿imaginas lo
que hará tu Demostrador? Esa es la razón por la que, en ocasiones, escuchas a personas
que han recibido un cumplido o comentarios positivos responder con un: «Solo lo dices
por ser amable», o: «Esto únicamente ha salido bien porque...» y dan una razón externa a
sí mismos. Es un sistema que se autoperpetúa y que tiende a reforzar las creencias que
mantienes cuanto más tiempo las mantienes. Es una forma de describir cómo
terminamos en una posición predeterminada de crecimiento o de protección en la vida.
En el núcleo de este modelo radican las creencias –son, esencialmente, lo que
piensa el Pensador–. Cada día me veo bombardeado por ellas en mi sala de terapia. «La
vida está en mi contra», «no merezco cosas buenas», «yo soy el culpable (de todo)»,
«nadie me quiere», «nunca seré feliz / esbelto ni tendré éxito». El tema es finito, si bien
las variaciones son muchas, y si les doy a mis clientes la oportunidad para hacerlo, su
Demostrador me facilitará una larga lista de ejemplos para «comprobar» que la creencia
es válida, sin darse cuenta de que están bloqueados en un bucle de retroalimentación
Pensador / Demostrador.
En la mayoría de casos, la creencia (o las creencias) limitadora que el cliente trae a
la terapia es la clave; cambia esto y todo el comportamiento sintomático que esta genera
cambiará también. Sin embargo, lograr esto puede resultar complicado, debido a la
ilusión de que lo que parece real parece verdadero. Permíteme que me explique.
Una creencia se define como «la aceptación de que algo existe o es verdadero, en
especial cuando no hay prueba de ello». Las creencias se ejecutan en segundo plano
durante toda la jornada para permitirnos llegar al final del día. Piensa en cuando te
levantaste esta mañana y moviste tus piernas de la cama al suelo. ¿Acaso pensaste en que
el suelo podría no seguir ahí? Por supuesto que no. Mientras caminabas al baño, ¿te
aseguraste con cada paso que el suelo seguía siendo sólido? Parecerías una persona rara
en caso de hacerlo, e imagina lo lento que se volvería tu día. A medida que crece nuestra
experiencia del mundo, desarrollamos un conjunto de creencias para guiar nuestras
acciones –generalizaciones y atajos útiles destinados a mantenernos seguros y a ahorrar

66
energía–. En su abrumadora mayoría, han demostrado ser una buena idea. Tenemos
creencias sobre todo –de hecho, es imposible no tenerlas–. Recuerdo haber tenido una
conversación durante una cena con una persona que estaba obsesionada con el
postmodernismo y que, en un momento de la misma, insistió: «Yo no creo en nada». No
pude resistirme: «¿De verdad piensas eso?», le pregunté. Las creencias son inevitables, y
tanto si se trata de confiar en la solidez del suelo como si se trata de confiar en uno
mismo, funcionan del mismo modo. Tienen que parecer verdaderas para que respondas a
ellas, así que tienen que parecer reales, incluso aquellas que no lo son; ese es el truco. Mi
trabajo consiste en conseguir que no te las tomes demasiado en serio.
La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en la
mente al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar.
F. Scott Fitzgerald

Yo no creo en la vida después de la muerte; pienso que, cuando morimos, se acabó.


Esto es una creencia, ¿no es así? Por otro lado, de manera regular hablo con mi abuelo
fallecido para mis adentros –y me da algunos consejos bastante buenos–. Durante mucho
tiempo luché contra esta incongruencia a causa de la contradicción que implicaba, hasta
que caí en la cuenta. Las creencias son únicamente conveniencias; están ahí para
orientar, no como artículos de fe que requieren una obediencia ciega. Desde que caí
en la cuenta, he empleado las creencias para ser feliz y para no dejar de crecer. Aunque
sé que no creo en la vida después de la muerte, está claro que obtengo un beneficio al
hablar con mi abuelo, así que, ¿por qué no? En mi caso, el error sería pensar que tengo
que creer en la vida después de la muerte para continuar con nuestras conversaciones. He
descubierto que el hecho de mantener creencias contradictorias y escoger cuál de ellas te
ofrecerá más beneficios al usarlas es muy divertido, y te proporciona una libertad
considerable de pensamiento –con todo lo confuso que ello le puede resultar a tus
amigos.
Las creencias son lo que usa tu Pensador para definir tu mundo, y lo que tu
Demostrador se afana [slaves away] por validar al organizar la manera en que ves las
cosas de un modo que se ajuste a estas creencias. Y el término «slaves» [5] no constituye
ningún eufemismo. Un triste defecto de software que presentamos todos nosotros es que
nuestros cerebros prefieren mantener una antigua creencia y presionar el mundo de una
determinada manera que mantenga su veracidad, antes que tomarse la molestia de
actualizarla.

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Está en el ADN de las creencias hacerse sentir como si fueran «la verdad». Ese es el
único modo en que pueden conseguir que actúes. Si creyeses solo «a medias» que el
suelo de tu habitación era sólido, procederías con una precaución continua. No me
sorprende que las defendamos con tanta firmeza. Con frecuencia, las creencias que
tenemos sobre nosotros mismos y que mantenemos con tanta firmeza estrangulan
cualquier posibilidad de crecimiento en nuestras vidas.
Puedes liberarte de las creencias que te atan y desarrollar otras que te ayuden a vivir
en un estado de crecimiento. No es fácil, pero es posible.
Presta atención a los momentos en que creas algo de manera firme, y tómate un
momento para hacerte la siguiente pregunta:

Autopregunta 5:
¿Qué está pensando mi Pensador?

Trabaja el problema
• ¿Qué está haciendo aquí mi Demostrador?
• En vez de ello, ¿qué otra cosa podría ser cierta?
• ¿Qué pensaría mi Pensador si fuera así?
• ¿Cómo cambia eso las cosas?
• ¿Por qué no quiero que eso suceda?

Lo más probable es que estas preguntas traigan consigo ciertas cosas en las que
pensar.

Lee cosas que sean contrarias a tus creencias. A menudo he visto que el hecho de leer
algo que va en contra de mi visión del mundo termina por enriquecerla. Anteriormente
mencioné a Gil Boyne. Decidí asistir a mi primera sesión de formación con él
precisamente porque yo opinaba lo contrario que él en casi todos los ámbitos de la
terapia. Ello cambió mi vida, ya que tuve que admitir que lo que él estaba haciendo
funcionaba, ¡del mismo modo que lo que yo estaba haciendo funcionaba! Así pues, ni lo
que él creía (que la terapia TENÍA que hacerse a su manera) ni lo que yo creía (que mi
modo de hacer las cosas era el único o la manera correcta) era cierto.

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Me gusta este consejo de Paul Saffo: hay que sostener «opiniones fuertes con
debilidad». Comprométete con aquello que creas, pero prepárate para desprenderte de
ello en el momento en que tu creencia ya no te resulte útil o no sea merecedora de tu
compromiso.

Consejo sobre la crianza:


mantén una actitud flexible

A nuestros cerebros les resulta fácil convertirse en cemento a medida que terminamos
haciendo las mismas cosas que siempre hemos hecho, y de la manera en la que las
hemos hecho siempre.

• Reorganiza tus rutinas de manera regular. Toma diferentes caminos para ir a


trabajar. Prueba nuevas rutinas de ejercicio físico. Interésate en nuevas
aficiones. Lee libros de autores con los que no estés de acuerdo. Ve películas
que no sean «lo tuyo». Prueba nueva comida.
• Aplica este consejo a tus hijos. Haz que el hecho de probar cosas nuevas sea la
norma. Recompensa el malestar que les hayas ocasionado al haber tenido que
salir de su zona de confort. La mejor oportunidad de descubrir la pasión de su
vida consiste en buscarla por todas partes, no en los mismos lugares una y otra
vez.
• Asimismo, anima a tus hijos a que hagan las cosas de siempre de nuevas
maneras. Comenzar a ponerse los pantalones con un pie diferente podría
parecer únicamente un pequeño motivador de la flexibilidad conductual, pero
todos sabemos lo que crece de las bellotas. El objetivo clave consiste en
conseguir que eviten asentarse de manera prematura en patrones fijos de
comportamiento. Es la clave para ser creativo.

Los padres flexibles criarán a niños curiosos y abiertos de mente. No creo que se les
pueda transmitir un mejor regalo.

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LECCIÓN 3:
Puedes escoger la persona
que quieres ser

¿Quién sería yo si hubiese hecho esto?


La plasticidad del cerebro significa que eres alguien cuyo cerebro está inventando.
Puedes dejar al azar la persona que terminarás creyendo ser, o puedes tomar el control y
comenzar a escribir el personaje que querrías ser en la historia que más te divertiría vivir.
He aquí un descubrimiento que creo que te ayudará a ganar mayor flexibilidad a la hora
de determinar quién eres y quién no, lo que puedes hacer y lo que no. Resulta
sorprendente el lugar del que pueden surgir las grandes lecciones, porque esto trata de
que te comas tus verduras. Bueno, en realidad, trata de cuando yo no me comía las mías.
Durante la mayor parte de mi vida, le declaré la guerra a las verduras. La ensalada
llegó a ocupar un nivel especial de desprecio. A pesar de haber disfrutado durante toda la
vida del hecho de mantenerme en forma, dedicaba poco tiempo a pensar en mantenerme
sano a través de la elección de alimentos. Lo que probablemente solo sea una
constitución afortunada me permitió salir bien parado.
Eso ha cambiado. Recientemente, estaba junto a Bex en el supermercado mirando el
mostrador de las ensaladas y dije: «¿Cuál nos llevamos? Todas parecen deliciosas». Y no
estaba bromeando. Así es como surgió ese cambio:
Un amigo me había recomendado un libro de Timothy Ferriss titulado El cuerpo
perfecto en 4 horas. La mayoría de las personas me consideraría razonablemente
delgado, pero mi grasa corporal es mayor de lo que imaginas. Soy lo que se conoce
como un TOFI [6] : delgado por fuera, gordo por dentro. El libro trataba el modo de
reducir la grasa corporal, no de perder peso, y eso me interesó. Así que me decidí a darle
una oportunidad. Ello incluye una serie de decisiones duras –las duchas heladas, por
ejemplo–, pero pensé en empezar por lo más fácil e ir eliminando las cosas que Ferriss

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dice que contribuyen a adquirir grasa corporal. Podía comer carne y verduras (no fruta).
Ahora puedes ver mi problema.
Haciendo de tripas corazón, le pedí a Bex que pusiese cualquier tipo de verdura en
mi plato y le prometí comérmelas sin queja alguna. Durante los primeros días tuve un
mantra que me ayudó a superar la rareza que ello entrañaba: estaba comiendo «carne y
medicina». A continuación, tomé conciencia de una disonancia cada vez mayor en mi
cabeza. Si hubiera tenido lugar una conversación al respecto, se habría desarrollado del
siguiente modo: «En realidad sabe bien». «No, no es así, a ti no te gustan las verduras».
«Pero, sabes, en realidad estoy disfrutando bastante de los sabores y las texturas».
«Cállate. No te gustan las verduras». «Sé que no me gustaban, pero...». «La la la... NO
TE ESTOY ESCUCHANDO. No eres alguien a quien le gusten las verduras».
Y, entonces, surgió una pregunta en mi cabeza:

Autopregunta 6:
¿Quién sería yo si...?

Era como estar bajo la ducha helada que Tim Ferriss me había animado a darme. En un
instante, me di cuenta de que todos estos años no habían girado en torno a las verduras
en sí mismas, sino a la siguiente pregunta: «¿Quién sería yo si me hubiesen gustado las
verduras?».
Como una película que se rebobina, recordé imágenes de las ocasiones en que me
habían hecho quedarme en la mesa durante mi infancia para terminarme la comida
cuando todos se habían ido. Recuerdo haber escondido cosas bajo el borde de la mesa y
haber puesto una gran cantidad de salsa en el plato de la escuela para poder así hundir la
ensalada debajo de ella, fuera de la vista de las señoras gruñonas que vigilaban el
servicio de comedor. En casa y en la escuela, mi naturaleza melindrosa infantil con la
comida se vio confrontada y se convirtió en una guerra. Yo contra la autoridad, con las
cosas verdes en el campo de batalla. No recuerdo haber perdido nunca. Durante toda mi
vida he reaccionado con firmeza –e incluso de manera exagerada– contra cualquier
persona que me impusiese su voluntad, y la lechuga era el origen de todo.
«¿Quién sería yo si comiese verduras y ensaladas?». La respuesta que usaba mi
subconsciente era clara: un enclenque. Alguien que se rinde. Alguien que hace lo que le

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dicen. ¡Vaya montón de tonterías! ¿Había construido una versión de mí basándome en
eso?
«¿Quién sería yo si me gustasen las cosas verdes?». Alguien que se sentía más feliz
al instante, que controlaba más sus decisiones, y una persona definitivamente más sana;
ese era yo. Qué extraño. Me he dado cuenta de que he estado cargando con un estómago
en mi interior que ha sido infeliz con la dieta durante tanto tiempo que hasta había
olvidado que podía sentirse diferente. Por primera vez, ahora siento que mi estómago me
pertenece a mí.

¿Quién sería yo si...?

Esta pregunta se volvió muy importante. Bex y yo comenzamos a recurrir a ella cuando
nos enfrentábamos a cualquier limitación o reticencia a hacer algo. La afirmación: «No
quiero...» se encontraba con esta otra: «¿Quién sería yo si ...?»; ello me lleva a
comprender algunas cosas interesantes; en especial que hay muchas cosas que «no
quiero hacer», y que después de hacerlas me alegro de haberlo hecho.
He hablado de que nosotros somos nuestros propios creadores. Este experimento
alimenticio me dio la oportunidad de verlo en la práctica, desde la exposición de una
creencia inconsciente hasta su actualización instantánea cuando la consideré a la luz del
presente.
Cada vez que nos despertamos tenemos la oportunidad de ser la persona que
queremos ser, y, sin embargo, tenemos una cierta tendencia a vestirnos con nuestras
antiguas creencias cada mañana tan inevitablemente como nos ponemos los pantalones.
En realidad, no tenemos por qué hacerlo.
Probablemente no existe un límite para lo que esta sencilla pregunta podría lograr –
y por eso muchos la ignorarán por ser demasiado simple–, pero a continuación enumero
los logros más habituales que les ha proporcionado a mis clientes:

• ¿Quién sería yo si... pudiese resistirme a ese pastel?


• ¿Quién sería yo si... fuese la clase de hombre que se hubiese acercado a esa
chica y le hubiese hablado?
• ¿Quién sería yo si... fuese la clase de persona que hubiese intentado conseguir
ese empleo?
• ¿Quién sería yo si... hubiese movido el culo e hubiese ido al gimnasio?

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• ¿Quién sería yo si... fuese la clase de persona que no se deja tratar de esa
manera?

Tarea:

La próxima vez que te enfrentes a algo con lo que, normalmente, te sentirías inhibido o
tengas que hacer algo que consideres imposible (pero que otras personas sí sean capaces
de llevar a cabo), crea una versión de esta pregunta que se ajuste a la situación concreta.
Plantéate esta pregunta a ti mismo. Advierte los cambios que se producen en ti al
hacerlo. Concéntrate en todos y cada uno de los cambios en los pensamientos, en los
sentimientos y en las expresiones corporales. Sobre todo, en estas últimas...

La fisiología de la excelencia
Cuando me pregunto a mí mismo: «¿Quién sería yo si hubiese / si no hubiese...?» y
presto la atención debida a mi respuesta, experimento un cambio a nivel físico –por lo
general, algo sutil en mi postura, en ocasiones en mi manera de caminar; aunque es
probable que sea imperceptible para los demás, yo lo noto–. Este cambio físico es algo
en lo que entreno a mis clientes cuando les enseño esto. La conexión entre la mente y el
cuerpo suele estar en boca de todos en mi profesión; aunque casi siempre se le da cierta
primacía a la mente, mientras que en realidad es más bien una calle de doble sentido.
Paul Ekman es una autoridad mundial por lo que respecta a la relación entre las
emociones y nuestras expresiones faciales. Durante un experimento hizo que los
voluntarios pusieran una cara que, según su opinión, expresara uno de entre siete estados
diferentes –tales como ira, tristeza, miedo o disgusto–. Como estaban siendo
fotografiados, los sujetos tenían que representar esta pose y mantenerla durante un largo
período de tiempo. Los voluntarios empezaron a comunicar que su estado de ánimo se
estaba sincronizando con su expresión. El hecho de que parecieran estar enfadados hizo
que se enfadaran más. Parece que nuestro cerebro busca pistas en el cuerpo sobre cómo
debería sentirse y responder. En cierto modo, nuestro cuerpo es otro componente del
medio en que vivimos que debe ser interpretado.
Los que practican la PNL hablan de la fisiología de la excelencia –el lenguaje
corporal que tiene más probabilidades de producir un determinado resultado en una
situación particular–. Los atletas de élite son buenos para eso; a menudo puedes decir

73
quién va a resultar ganador solo por la sensación que transmiten –y, del mismo modo,
quién no va a ganar–. Tu cuerpo es una herramienta poderosa en el kit de tu vida, así que
aprende a usarlo, escucha los regalos que aporta a tu pensamiento y a tus estados de
ánimo.
De repente, la vieja idea «fíngelo hasta que lo consigas» recibe un poco de pintura
nueva. Los autores de la canción clásica «Sonríe (aunque tu corazón esté dolido)»
estaban muy por delante de su época –de hecho, una buena manera de reducir la
ansiedad consiste en sostener un bolígrafo entre tus dientes–. Los investigadores
descubrieron que, al hacerlo, la boca se fuerza a contorsionarse en una sonrisa, y los
sujetos ansiosos a los que les pidió que lo hicieran comunicaron un retroceso de su
pánico. El cerebro va adonde le lleva el cuerpo.
El ajuste sutil de mi fisiología cuando me convierto en «la persona que sería si...»
tiene un efecto en mis pensamientos. Con la práctica, esta fisiología puede convertirse en
la nueva normalidad, ya que actúa como el cemento de un nuevo comportamiento, e
incluso de una nueva creencia.

Consejo sobre la crianza:


fíngelo hasta que lo consigas

Enseña a tu hijo desde bien temprano que el hecho de usar su fisiología para crear un
estado útil de manera deliberada es otra cosa que se agrega a su arsenal del LCI.
Enséñale que el modo en que se siente es solo una opción y que, si no está cómodo,
puede escoger otro. Los niños tienden a aprender esta idea muy rápidamente, al igual que
cambian de aspecto cuando se ponen el disfraz de su superhéroe favorito. Enséñales
cómo lo haces tú. Sed una familia de superhéroes. Cuando se sientan fuertes o con
confianza, haz que se den cuenta de su postura, de su respiración –todo lo relacionado
con su fisiología que forme parte de su estado–. La próxima vez que se sientan nerviosos
o que carezcan de confianza, recuérdales todas esas cosas y haz que las repitan. Cuanto
más practiquen esta «fisiología de la excelencia», más pronto serán capaces de acceder al
estado positivo y de disipar lo negativo.

Solo por hoy


Una variación de lo anterior que también resulta de utilidad es el «solo por hoy».

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• «Solo por hoy voy a fingir que soy lo suficientemente bueno».
• «Solo por hoy voy a suponer que todo está sucediendo por una buena razón».
• «Solo por hoy voy a pensar que todo irá bien».
• «Solo por hoy voy a actuar como si me estuviese divirtiendo siendo yo».

Darle al cambio un plazo breve de tiempo hace que parezca más manejable. Es lo que
denominamos un marco «como si» –una oportunidad de fingir que algo es así; además,
como no estamos comprometidos a que sea verdad, no sentimos lo mismo si
fracasamos–. Leí en algún lugar que a la estrella de cine Cary Grant le preguntaron en
una ocasión cómo se había convertido en un hombre tan agradable y confiado. Su
respuesta fue: «Únicamente seguí fingiendo hasta que ya no tuve que hacerlo». Y
probablemente lo hizo día a día. Así que, solo por hoy, ¿qué te gustaría que fuese
diferente?
El planteamiento de estas preguntas no constituye una varita mágica para los
desafíos de la vida. Estas cuestiones son, sencillamente, una herramienta que te anima a
desarrollar el LCI y a usar tu imaginación para crear una versión de ti que no requiera
que sigas siendo lo que no quieres ser.

Eres quien crees que eres


Hace muchos años, una clienta con anorexia me ayudó a cambiar para siempre el modo
en que veía el mundo. Chloe tenía diecisiete años, era increíblemente inteligente –como
suele ocurrir con las chicas que sufren un trastorno alimenticio– y estaba tan solo a un
kilo y medio de ser internada de acuerdo a los dictámenes de la Ley de Salud Mental.
Apenas podía subir las escaleras, tenía un rostro que parecía como si un aspirador
estuviese conectado a la parte posterior de su cabeza, y se arrastraba como una caricatura
del clásico adolescente. Era paciente ambulatorio en una clínica de trastornos
alimenticios del Servicio Nacional de Salud. Le había declarado la guerra al personal,
que insistía en que la respuesta al problema era el cambio conductual –como, por
ejemplo, un ajuste de su dieta diaria–, y estaba igualmente convencida de que necesitaba
hacer frente a la vorágine de «cosas que tenía en su cabeza». Lo primero que tuve que
aceptar era que yo no tendría nada que ver con la clínica. Más tarde me acusaron de ser

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poco profesional al haber respetado sus exigencias. Ella mejoró, así que vivo con su
censura.
A medida que conocí a Chloe fui conociendo también sus pensamientos. Hablaba
de ellos, los enviaba como mensajes de texto y escribía sobre ellos. Comencé a advertir
una diferencia entre ellos. Algunos hablaban de que Chloe quería viajar, hacer
fotografías, conocer a un chico. Otros hablaban de su fealdad, de lo antipática que era y
de que la comida era el enemigo. Su lenguaje corporal parecía reflejar estas diferentes
versiones de sí misma. La primera versión entró andando alegremente con una sonrisa
deslumbrante, se sentó erguida y se relacionó conmigo; la segunda se arrastró, se dejó
caer en la silla, se enfurruñó y gruñó.
Le di un libro de la profesora Susan Blackmore titulado La máquina de los memes
para que lo leyese. Este libro desarrolla una idea presentada por Richard Dawkins. En él
sugiere que las ideas compiten para sobrevivir dentro de nuestras cabezas y de nuestras
culturas del mismo modo que los genes compiten dentro de la naturaleza –la
supervivencia del más apto–. Un ejemplo sencillo es la comedia. Los cómicos se dan a
conocer con frecuencia porque se topan con un eslogan que se vuelve contagioso y que
se extiende como la pólvora por todo el país. El eslogan es un meme, como lo son las
religiones o las ideologías políticas.
La profesora Blackmore señaló que no todas las ideas o pensamientos eran
beneficiosos para la cultura o para la persona que los mantenía en su cabeza. La idea de
la agricultura, por ejemplo, redujo los niveles de vida de los primeros agricultores en
comparación con los cazadores-recolectores durante mucho tiempo. Se piensa que la
compensación por una vida más dura era la mayor seguridad que proporcionaba la
posibilidad de vivir siendo un mayor número. Más o menos en las mismas fechas en que
comencé a ver a Chloe, leí acerca de un virus que infecta a las orugas de la polilla gitana
y provoca que estas suban a lo más alto de los árboles, donde mueren, se licuan y gotean
fluidos infectados por los virus sobre otras orugas. Un virus puede apoderarse del
comportamiento de su huésped. Las dos ideas, los memes y los virus, llegaron juntas y se
convirtieron en un tema de discusión entre Chloe y yo.
¿Qué pasaría si a alguien le infectase un virus que le hiciese cambiar sus
pensamientos sobre la comida hasta el punto de evitarla? ¿Qué pasaría si no fuese un
virus real, sino una idea, un meme, que se transmite de persona a persona? La anorexia
ha estado presente desde hace mucho tiempo. Se piensa que María I de Escocia la sufrió,

76
pero los medios de comunicación solo llamaron la atención de la opinión pública
generalizada tras la muerte de la cantante Karen Carpenter en 1983 –y la incidencia de la
misma aumentó en consecuencia–. Me sonaba como un meme.
Chloe y yo comenzamos a hablar de su «virus», esa idea que le estaba provocando
los pensamientos que mantenían su enfermedad. Comenzó a poner por escrito sus
pensamientos y destacó la diferencia entre los pensamientos del virus y los pensamientos
de Chloe. Comenzó a hacerse más fuerte a medida que se entrenaba para responder a
«sus» pensamientos y para ignorar o dar razones en contra de los pensamientos propios
del virus. Tras dieciocho meses de trabajo conjunto, Chloe se fue de mochilera a
Australia a hacer fotografías en compañía de un chico, y con un IMC [índice de masa
corporal] saludable. En la actualidad es madre de tres hijos e hipnoterapeuta cognitiva
especializada en –¿lo adivinas?– trastornos alimenticios. He empleado con éxito
variaciones de la idea de los memes con un buen número de personas con trastornos
alimenticios y con otros problemas que son sugestiones generadas por el pensamiento –
es decir, con la mayoría de las personas que veo.
Si crees estar teniendo un «virus», prueba con estos consejos:

Trabaja el problema
• Escribe los pensamientos que estés teniendo sobre algún aspecto en el que esté
actuando el virus.
• Consigue un rotulador y marca los pensamientos propios del «virus».
• Consigue otro rotulador y marca aquellos que sientas como más propios.
• Escribe junto a cada pensamiento del «virus» todas las razones por las que
consideres que no es cierto.
• Escribe junto a cada uno de tus propios pensamientos todo lo que se te ocurra
para apoyarlos.

Con el tiempo he descubierto que la gente mejora su identificación de los


pensamientos de los virus a medida que estos llegan, y que mejoran su capacidad para
hacer caso omiso de ellos. Después de todo, ningún pensamiento que tengas es tuyo
hasta que actúes sobre él; lo único que sucede es que tu cerebro te está lanzando
pensamientos.

Nuestros cerebros tienen únicamente una capacidad finita para centrarse en algo en
particular, y a estas alturas ya sabemos que son criaturas de costumbres. Si tu cerebro se

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ha acostumbrado a estar en un modo de protección, el Demostrador llamará tu atención
principalmente sobre cosas que se interpretaron como amenazantes. El mundo en el que
vives se percibirá de un modo negativo porque alimentas esa negatividad al preferir
centrarte en ella. Lo mismo sucede con tu autoestima: alimentas tu confianza al centrarte
en las cosas que la aumentan, y la matas de hambre cuando te centras en los fracasos. Y,
cuantas más cosas de estas percibas, en cualquiera de los dos sentidos, más las
potenciarás.
Con el tiempo, cualquier versión de nosotros mismos en la que nos centremos se
convierte en la más fuerte, y lo débil se vuelve irrelevante. Cuando reconozcas que tu
cerebro es una fábrica de pensamientos que produce respuestas en masa a lo que cree que
te está sucediendo, podrás comenzar a hacer dos cosas: escoger qué pensamientos te
pertenecen a ti (y, al hacerlo, ignorar los que no), y centrar tu atención en ellos a fin de
que tu cerebro produzca una mayor cantidad de ellos. Si somos la suma total de los
pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos, ¿por qué no comenzar a cerciorarnos
de que tenemos los pensamientos que crean la versión de nosotros mismos que más nos
divierte?

La historia hasta ahora


En esta sección me he centrado en ti:

• Cómo ajustar tu cerebro a la frecuencia del crecimiento a través del LCI.


• Cómo liberarte de la tiranía de las creencias que te mantienen en un estado de
protección innecesario.
• Cómo puedes elegir ser la persona que quieres ser.
• Cómo puedes ser el creador de tu propio carácter.

Esto no solo mejorará tu vida, sino que creará un ambiente para que quienes se
encuentran dentro de tu ámbito de influencia hagan lo mismo. Serás un ejemplo para tus
hijos y, a medida que avancen los años, el ciclo de retroalimentación de la familia podría
crear algo extraordinario.
Imagina un mundo en el que los niños aprendiesen desde bien temprano que son los
responsables de sus sentimientos, que tienen las herramientas necesarias para cambiar

78
una emoción que no desean tener.
Imagina que les enseñases a ser capaces de guiar la clase de realidad que crean, una
realidad pintada por sus cerebros con los colores del crecimiento.
Imagina que aprendieses a interpretar su comportamiento simplemente como una
respuesta a la realidad que su cerebro estaba creando en ese momento. Imagina la
flexibilidad que te aportaría para ayudar a que el cerebro buscase modos de cambiar
estos comportamientos y, por tanto, de cambiar su experiencia de ellos.
Ahora, veamos directamente lo que podemos hacer para fomentar la resiliencia y el
crecimiento en tus hijos.

79
PARTE III:
CRIAR A TU HIJO

En la parte I desarrollé un modelo sobre el modo en que la mente trabaja para crear
nuestro mundo y nuestro sentido de identidad dentro de él. Argumenté que las cosas que
no nos gustan –nuestras limitaciones y nuestros defectos– son el resultado de los fallos
técnicos que se producen en el software de nuestro cerebro y que, en su mayoría, surgen
durante la infancia.
A continuación, describí el modo en que nuestra sociedad de consumo emplea estos
fallos técnicos para hacer que nos comportemos de modos que sirvan a esa sociedad,
pero que a menudo consiguen que nos sintamos estresados, deprimidos, ansiosos,
insatisfechos o simplemente infelices. Si comienzas a ver las cosas del modo en que te
sugiero, te darás cuenta de que gran parte de las cosas que supusiste que eran ciertas son
inventadas, en particular las ideas que tenías sobre ti mismo. No solo son inventadas,
sino que continúan inventándose momento a momento. Eso conduce a una presunción
inconsciente de que las cosas son como son, incluido tú, y que ese cambio es difícil.
Sin embargo, en mi modelo está implícita la noción de que, si las cosas no son
ciertas, ello significa que pueden cambiarse. Podemos corregir los fallos técnicos, tomar
el control de nuestras propias narraciones, crearnos nosotros mismos como la ilusión que
más nos divierte ser. Puede que no seamos capaces de hacer con nuestra vida lo que
queremos que sea, pero podemos hacer que trate de lo que queramos.
Ojalá hubiese conocido todo esto que estoy escribiendo ahora cuando me convertí
en padre. El conocimiento de esas cosas supone para cada padre la posibilidad de
cambiar la vida de su hijo. Tus hijos te brindan cada día la oportunidad de que les ayudes
a crecer. Puedes orientarles con respecto a su manera de ver el mundo, de verse a sí
mismos, de tratar a los demás, y hacia las lecciones que quieres que aprendan. El hecho
de saber cómo funcionan sus mentes jóvenes no debe emplearse para alejarlos de los
desafíos o de las situaciones en que pueden experimentar un Acontecimiento Emocional
Significativo. La buena crianza de los hijos tiene que ver con la valentía, no con mimar a
tu hijo ante los golpes de la vida. Tiene que ver con ayudarlos a recuperarse cuando la
vida les hace caer, desarrollando una mentalidad que les servirá durante toda su vida para
mantenerse resilientes, flexibles y felices consigo mismos. No va a ser fácil, pero es
posible.
La parte II trataba de tu desarrollo personal, de las cosas que podías hacer para
ejemplificar los rasgos con los que te gustaría que creciesen tus hijos. Creo que pronto
verás cómo empiezan a encajar con el modo en que interactúas con tu familia; a medida
que cambies, también ellos lo harán. Ahora es el momento de dirigir nuestra atención al

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crecimiento de tus hijos. He dividido la siguiente parte del libro en ocho secciones en las
que he puesto por escrito todo lo que se me ha ocurrido para ayudarte en el trabajo más
duro del mundo. Gracias a Dios, está muy bien pagado. Al igual que en la parte II, he
incluido pequeños ejercicios que te ayudarán a convertir las ideas contenidas en cada
mantra en hábitos de pensamiento que guiarán tus acciones de manera automática –si te
esfuerzas en usarlos–. Pero tengo grandes esperanzas, me has impresionado mucho hasta
ahora.

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8 mantras para los padres
Queridos padres
Quiero compartir todo esto con vosotros basándome en lo que he aprendido como
terapeuta y como padre. Hay un total de ocho mantras; espero que empecéis a recitarlos
pronto para mantener vuestra cordura y vuestro aplomo durante el ejercicio de la
paternidad:

MANTRA 1. O estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a ti.


MANTRA 2. Todavía no son las personas en las que terminarán convirtiéndose.
MANTRA 3. Las recompensas no siempre les recompensan.
MANTRA 4. Es bueno darles menos.
MANTRA 5. La vida es lo que tú haces que signifique.
MANTRA 6. No son difíciles, simplemente no son tú.
MANTRA 7. El LCI requiere valentía.
MANTRA 8. Cuidado con las expectativas.

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MANTRA 1:
O estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a
ti

Tatúate este mantra en los párpados para que quede grabado en tu cerebro mientras
duermes. Me arriesgo ahora a ser linchado por un grupo de padres vengativos, pero
cuando comprendas el joven cerebro causal de tus niños, este mantra debería simplificar
el modo en que les crías durante los primeros años. El mecanismo causal del cerebro
evolucionó para predecir cosas como: «¿Qué sucede si hago esto?». Desde bien
temprano, tus hijos están tratando de averiguar cómo funciona el mundo –sobre
todo cómo funciona para ellos–. Tan pronto como son capaces de moverse comienzan a
explorar sus límites físicos –lo que pueden alcanzar y por dónde pueden gatear–, así
como sus límites sociales –lo que pueden hacer y lo que no, aquello que logra la
aprobación de los demás, y lo que lleva al retraimiento.
Me asombra la cantidad de padres que ceden en el supermercado ante los gritos de
sus hijos y que les premian con la cosa que estos les están pidiendo. ¿Quién está
formando a quién? El niño –imaginémoslo como un joven y no del todo loco científico–
está probando un experimento que gira en torno a esta pregunta: «¿Cómo puedo
conseguir lo que quiero?». Es probable que pruebe una serie de comportamientos, todos
ellos basados en la pregunta: «¿Qué me permitirá conseguir el resultado deseado?».
¿Parecer adorable? ¿Preguntar por ello? ¿Decir por favor al final de la petición?
¿Comenzar a gritar? Por lo general, los niños tienen un mayor grado de flexibilidad
conductual que los adultos –nos preocupamos demasiado por lo que piensan los demás–,
así que tirarnos junto a ellos en el suelo de la sección de congelados, dar puntapiés y
gritar más alto no parece una solución. Los niños suelen ganar por desgaste, y el padre se
justifica diciendo que solo cederá ante las peticiones de su hijo esa vez. ¡Nunca es
verdad! A los niños se les da muy bien el aprendizaje continuo. A menos que parte de
ese aprendizaje sea que no siempre pueden obtener un «sí» de sus padres al final de sus
experimentos, y que no conseguir todo lo que quieren es parte del modo en que funciona

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el mundo, estás en el infierno. O estás formándolos tú a ellos o te están formando
ellos a ti. Recita este mantra, medítalo o imprímelo en una camiseta, porque si deseas
tener calidad de vida como padre y tener hijos a los que resulte divertido tener cerca, la
formación necesita bascular en tu favor. Los clientes que tuvieron una infancia sin el
límite del «no» presentan una mayor gama de problemas. Para empezar, y de manera
universal, desarrollan un LCE. Se espera que el mundo tenga una actitud de dar, así que
ellos tan solo tienen que comportarse de un modo que contribuya a que el mundo
apoquine. Algunas personas lo pedirán de manera agresiva –intimidando y gritando para
salirse con la suya–, otras confiarán en la lástima, en la enfermedad o en la impotencia
para que sus necesidades se vean satisfechas. No es agradable ver uno de estos casos en
acción; en el caso de que sus padres todavía sigan vivos, mis clientes suelen seguir
gritándoles o sonsacándoles algo mientras continúen respirando. Creo que la palabra no
es una de las más importantes en el vocabulario de un padre, una palabra que debe
emplearse raramente cuando se trata del potencial del hijo o de la búsqueda de sus
sueños, pero que debe usarse con mayor frecuencia cuando se trata de la adquisición de
«cosas» o una demanda de que hagas algo que ellos podrían hacer por sí mismos.
Resulta vital que los niños aprendan que en ocasiones les toca no conseguir nada, que es
el turno de que a otra persona le toque algo, que la vida no es justa o equitativa, que hay
victorias y derrotas, y que no quiere decir no. El único lugar de la familia que no le
corresponde al niño es el de persona al cargo.
Existe un proceso denominado adaptación según el cual los niños adaptan sus
creencias y su comportamiento en respuesta a los mensajes que reciben o al modo en que
los interpretan. Cuando yo era niño recibí fuertes mensajes sobre el respeto a la
autoridad. Los niños tenían que ser vistos, pero no oídos; a todos los adultos se les
llamaba señor y señora [7] –y nunca solo por su nombre–, y los niños se levantaban para
que los adultos pudieran sentarse. Mi adaptación a esta situación me dejó bastante
asombrado cuando me uní al cuerpo de policía, bastante intimidado por estar trabajando
con personas a quienes yo veía como el pináculo de la autoridad. Imagina mi sorpresa y
mi confusión cuando los niños me arrojaban cosas –niños que se habían adaptado a un
mensaje muy diferente sobre la policía–. Necesitas ser consciente de a qué edad tan
temprana puede comenzar este flujo de adaptación.
Es comprensible que los nuevos padres estén un poco abrumados por la presión que
supone hacer las cosas bien, así que desde el principio es posible que empiecen a

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responder continuando con aquello que parece estar funcionando. En realidad, este no es
un mal modo de calibrar lo que están haciendo, pero pueden cometerse errores con
facilidad. Si, por ejemplo, el bebé parece acomodarse mejor en la cama contigo, o dormir
mejor sobre ti que en su cuna, resulta tentador continuar haciéndolo. Ahora bien, si
comienzas a adaptar todo lo que haces porque eso es lo que prefiere el bebé, nunca
aprenderá a adaptarse a las situaciones que no resultan ideales. Se establece el principio
de que, si alguien tiene que ceder, son los padres los que lo hacen. Eso no saldrá bien a
largo plazo. Si quieres que aprendan a dormir en la cuna podría costarte algunas noches
sin dormir, pero el bebé se adaptará.
También deseo referirme a la coherencia. Es imprescindible que tus palabras sean
impecables. Di lo que sientes, siente lo que dices. No te desvíes más allá de las
oportunidades que dices que vas a darles y sé coherente con los límites que establezcas.
En realidad, los niños son mucho más felices cuando saben dónde está la frontera de la
conducta aceptable. Si esta conducta variase según tu estado de ánimo, los niños podrían
sentirse confusos y ansiosos y, la mayoría de ellos, vislumbrarían la oportunidad de
ganar terreno –«pero anoche nos dejaste acostarnos tarde», etc.–. Si se establecen límites
claros y sólidos, entonces puede reinar la paz; si parecen ser permeables, entonces tus
hijos se transformarán en Genghis Khan mientras explotan las que consideran tus
debilidades. Asimismo, sé coherente con tu pareja. «Divide y vencerás» es el objetivo de
tus hijos, así que debéis estar unidos. Poneos de acuerdo en el enfoque, llegad a
compromisos cuando debáis hacerlo, pero sed inamovibles juntos.
Ten en cuenta que el hecho de explicarle a un niño de menos de cinco años por qué
lo que hizo está mal te resultará una pérdida de tiempo si tratas de influir en su
comportamiento a través de ello. Sus cerebros no se han conectado lo suficiente para
comprender el razonamiento más allá del blanco y el negro de algo que es bueno o malo,
correcto o incorrecto, querido o no querido. Cada vez que escucho a una madre decirle a
la pequeña Julieta: «En realidad no deberías haber pellizcado así a tu hermano, porque
no es algo bueno; ¿acaso te gustaría que te lo hicieran a ti?», se me dibuja una sonrisa en
la cara. Julieta está esperando las últimas palabras. Esas palabras son el castigo, y no son
tan malas.
Sin embargo, creo que el hecho de hablar con tus hijos de estas cosas desde una
edad temprana es una gran idea, porque con ello se establecen relaciones causales éticas
y morales tales como: «No está bien que hagas eso porque...», o: «Quiero que te

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comportes de esta manera porque...». Algunas investigaciones han demostrado que
cuantas más palabras escuchan, mejor les va en la escuela (a la edad de tres años, un
niño que vive en una situación de pobreza habrá escuchado treinta millones de palabras
menos que uno que vive en una familia formada por padres que ejercen una profesión).
Los niños son esponjas por lo que respecta a la causa y el efecto y la equivalencia. Así
pues, dejemos que absorban cuanto antes las lecciones sobre cómo deben comportarse.
Sin embargo, no confundas estas explicaciones o estas reprimendas con castigos que
necesariamente cambiarán su comportamiento, porque es probable que pasen por encima
de sus cabezas que todavía no están desarrolladas. Explica por supuesto y, a
continuación, sanciona.
Creo que, en ocasiones, el reino animal puede ser un buen lugar en el que buscar la
sabiduría que nos consideramos demasiado listos para tener que copiar. Si observas a los
perros, las mamás castigan a sus cachorros de dos maneras: les dan un pequeño golpe en
la oreja o los aíslan. La primera de ellas ya no puede aceptarse en nuestra cultura, pero la
segunda es una poderosa herramienta si la usamos del modo adecuado. Si observas a los
caballos, las yeguas mandan fuera de la manada a los potros que ponen a prueba su
paciencia. Para un animal social, resulta visceralmente peligroso que le retiren la
seguridad de la compañía –hay lobos ahí fuera en la memoria ancestral–, así que hacer
que se sienten a fin de calmarse y reflexionar [the naughty step], o que pasen el rato en
una habitación sin juguetes ni videojuegos, constituye una herramienta muy poderosa.
No necesitan demasiado tiempo; dejar que se preocupen en el desierto de tu
desaprobación durante mucho tiempo podría ser algo que terminara transformándose en
un Acontecimiento Emocional Significativo. Tan solo se trata de marcar un límite a la
causa y el efecto que quieres que respeten. Te recomiendo que dediques cinco minutos
en el caso de los más pequeños, y entre diez y quince minutos una vez que sepan hablar.
Fórmales bien en los primeros años y se autorregularán más adelante. Hazlo mal, y
estarás hecho polvo durante años.

Meditar sobre el mantra 1:

Es fácil que el aprecio se convierta en una expectativa. Reflexiona sobre el equilibrio


entre dar y recibir.

• ¿Qué creencias y comportamientos positivos has inculcado en tus hijos?

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• ¿Qué creencias y comportamientos negativos les has enseñado sin querer?
• ¿De qué manera podrías adaptar tu formación para cambiar eso?
• Al observar a tu familia de este modo, ¿cuáles de las expectativas que hicieron
nacer en ti tus hijos estás satisfaciendo?
• ¿Son saludables estas expectativas? En caso contrario, ¿cómo podrías
cambiarlas?

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MANTRA 2:
Todavía no son las personas en las que terminarán
convirtiéndose

Cuando observo los movimientos de las madres modernas me da la impresión de que son
increíblemente apresurados –casi como si el reloj hubiese regresado a la década de 1950
y las madres se estuviesen midiendo a sí mismas en contra de algún estándar imposible
de maestría doméstica. He visto en Facebook demasiadas madres hechas polvo dando
una cabezada en la piscina mientras sus hijos están en clase de natación, para ponerse
inmediatamente en camino hacia una clase particular de astrofísica. Todos trabajan muy
duro para estar a la altura del ideal de la madre o del padre perfecto, y, por supuesto, el
niño es el símbolo de su éxito en ese rol. Eso conlleva que el niño soporta tanta presión
como los padres, así que no les importa que sus hijos no tengan tiempo para vivir una
infancia verdadera. El mensaje que les transmito a los padres es: relajaos.
Hagas lo que hagas, y sin que importe lo duro que trabajes para ser perfecto,
tu hijo te frustrará con su imperfección. Crecerá con ciertas limitaciones aprendidas y
con ciertos problemas, algunos de los cuales procederán de sus interacciones contigo.
Para tu hijo eres una especie de dios al principio, así que cada palabra que pronuncies
tiene mucho peso. En ocasiones, tus palabras serán estúpidas, y otras veces tu hijo
malinterpretará lo que querías decir con ellas.
De manera razonable, algunos padres me llaman a menudo preguntándome si puedo
ayudar a sus hijos con un determinado problema, como su miedo a la oscuridad, o si
puedo hacer algo para que coman más verduras.
Si es un miedo realmente perturbador para el niño, como es obvio, le ayudaré, pero
soy consciente del papel que pueden jugar estos desafíos en el desarrollo del LCI. Si un
niño aprende que cada vez que surge un problema en su vida el tío Trevor agitará una
varita mágica y hará que desaparezca, acabará convirtiéndose en un adulto que sigue
esperando a que alguien se ocupe de los desafíos de la vida por él. Lee esto, léelo otra
vez y tatúatelo en los párpados por debajo del «o estás formándolos o te están formando

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ellos a ti»: todavía no son las personas en las que terminarán convirtiéndose. Esto es
tan importante que voy a escribirlo una segunda vez. Todavía no son las personas en
las que terminarán convirtiéndose. Mis hijos tienen más de treinta años y todavía se
los sigo repitiendo algunos días. Siempre nos encontramos en estado de transformación.
Esto nunca es más cierto que cuando somos niños. ¿Cómo puedes saber si eso que te
preocupa de ellos –que estén atravesando una fase de miedo a la oscuridad– no será lo
mismo que les enseñará algo que definirá su carácter adulto? Dale a tu hijo algo de
espacio para solucionar o superar los problemas a los que está haciendo frente por sí
mismo. Si se cae, ayúdale a encontrar la manera de que vuelva a levantarse. Hazle saber
por todos los medios que estás ahí; ahora bien, rescatarlo inmediatamente puede llevar a
que siga esperando que hagas lo mismo cuando tenga treinta años.
Hace poco tuve el privilegio de ver a un grupo de monos desde la comodidad de
una tumbona junto a una piscina en Sri Lanka. En un momento dado, escuché a un bebé
mono, que se había alejado del grupo para beber agua de la piscina, llorando de manera
quejumbrosa para llamar a su madre. Después de algunas llamadas, la madre respondió
desplazándose a un lugar que se encontraba a unos veinte pasos de distancia, en vez de
correr hacia el bebé. Parecía un movimiento deliberado con un mensaje obvio: estoy
aquí, pero ayúdate a ti mismo. El bebé salió corriendo y fue recompensado con un
abrazo por haber actuado.
Recuerdo haber contado con la «ayuda» de una sobrina en el jardín hace muchos
años. Debía de tener unos ocho años. Mientras cavaba con una pala pequeña, sus gafas
de sol se resbalaban por su nariz. Al final eso la molestó lo suficiente como para tomar
medidas y quitárselas. A continuación, dirigió su mirada hacia mí e hizo ademán de
entregármelas. «Yo no las quiero». Dije. Se quedó pensando durante un momento, miró
a su alrededor y se las volvió a poner. LCE. ¿La habría criado mejor si la hubiera
invitado a pensar lo que podía hacer con ellas en vez de dármelas a mí y la hubiese
guiado hacia su propia solución? Hace poco comimos con ella y nos confirmó el mensaje
que da título a este apartado: todavía no son las personas en las que terminarán
convirtiéndose. Ahora es una mujer maravillosa y brillante de veintipocos años que
trabaja de camarera para mantenerse mientras estudia en la universidad. Nos habíamos
enterado que se había caído y se había dislocado el hombro no hacía demasiado tiempo,
mientras cargaba cubos para almacenar botellas de vino de la bodega. Lo que no
sabíamos era el modo como había reaccionado. «No quise armar un escándalo, así que

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volví a colocarme el hombro contra una pared». Ha recorrido un largo camino desde esa
niña pequeña con gafas de sol. Todavía no somos las personas en las que terminaremos
convirtiéndonos.
En mi opinión, el hecho de resolver los problemas de tus hijos en vez de dejar que
lo hagan ellos les priva de una habilidad esencial para su vida, de la misma manera que
evitar el sufrimiento del fracaso les dejará desprevenidos en la edad adulta. Esa es la
razón por la que soy tan contrario a la moda de ciertos colegios de no permitir los
deportes competitivos y de celebrar días de deportes en los que «todo el mundo gana». Si
mantienes a tus hijos alejados del fracaso y alimentas la ilusión de que el mundo es de
ese modo, la vida después de la escuela podría experimentarse como una gran
conmoción. Criar a nuestros hijos para que crean que son el centro del universo –o
incluso el centro de la familia– es igualmente contraproducente. Muchos niños parecen
sentir que el mundo les debe una vida, y yo le echo la culpa al culto de «la maravilla que
es mi hijo». El narcisismo –el amor destructivo a uno mismo– ha aumentado de manera
significativa en las últimas generaciones, y Jean Twenge, autora del libro Generation
Me, tiene algo que decir al respecto: «[...] el patrón más habitual era la crianza
excesivamente indulgente (elogiar al niño de manera exagerada, ponerlo en un
pedestal, la permisividad y la poca disciplina) que conducía al narcisismo en etapas
posteriores de la vida. Que tus padres te digan lo increíblemente maravilloso que eres y
que todos tus garabatos sean de Shakespeare es simplemente erróneo. No es de extrañar
que los pobrecillos abandonen la escuela esperando que el mundo se rinda a sus pies en
señal de gratitud por haber aparecido, y que reciban una bofetada cuando ese mismo
mundo les pide que prueben su valor. Haz referencia a lo que dijiste anteriormente sobre
la aceptación del fracaso y enséñales esa mentalidad.
Durante mi infancia, la regla en la casa de mis padres era que «los niños tenían que
ser vistos, pero no oídos». No estoy de acuerdo con eso. En mi casa, mis hijos tenían
voz, aunque no al mismo nivel. Nuestra familia no giraba en torno a sus necesidades. En
ocasiones, mis hijos no tuvieron ciertas cosas porque no nos convenían o porque había
otras prioridades, pero en otras nos tomábamos la molestia de ponerlos a ellos en primer
lugar. Existían una serie de compromisos, y las razones de esos compromisos les
quedaron claras. Mis hijos no siempre estaban de acuerdo con estas razones, o no
siempre tenían en cuenta nuestro punto de vista, pero al menos estaban aprendiendo que
existían razones que involucraban a otras personas y que había que considerar. Eso no es

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lo que veo en muchas familias en la actualidad. Creo que es hora de equilibrar la balanza
de alguna manera y de restaurar la primacía de los adultos en casa.

Meditar sobre el mantra 2:

• ¿Qué me preocupa por lo que respecta a mi hijo?


• ¿Es probable que esas preocupaciones sigan siendo un problema cuando mis
hijos lleguen a la edad adulta?
• ¿Cómo puedo transformarlas en oportunidades de aprendizaje para ellos ahora?
• ¿Qué puntos fuertes de tu hijo pueden desarrollarse aquí, y cómo?

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MANTRA 3:
Las recompensas no siempre les recompensan

Hasta hace poco, la ciencia reconocía que solo había dos impulsos que nos motivaban: el
biológico y el ambiental –básicamente comida, sexo y refugio para cubrir nuestras
necesidades de supervivencia, y cosas como el dinero, los bienes, los elogios, la pérdida
de algo, la evitación de la crítica o la retirada de la aprobación para cubrir nuestras
necesidades ambientales–. Como puedes ver, todas estas cosas dependen, o tienen algo
que ver, con el mundo exterior, y por esa razón se las conoce como motivadores
extrínsecos. También incluyen la mayoría de las formas al estilo del palo y la zanahoria
con que la gente trata de motivar a los demás. Desde la zanahoria de una bonificación o
de cierta cantidad de dinero por haber aprobado los exámenes, al palo de la amenaza del
despido laboral o la retirada de la PlayStation, este es el clásico modo de conseguir que
la gente –incluidos tus hijos– haga algo. Y no funciona demasiado bien, lo cual es
extraño. El principio del placer sugiere que repetimos aquellos comportamientos que
entrañan una recompensa para nosotros, pese a que una inmensa parte de las
investigaciones han demostrado que las personas incentivadas a nivel externo son menos
productivas que quienes hacen cosas por sus propias razones, o de manera libre. Las
recompensas o los castigos «si-entonces» (p. e., si apruebas tu examen de matemáticas,
entonces te daré 10 euros) pueden aumentar el rendimiento de tu hijo a corto plazo, pero
este tenderá a perder interés por la tarea o por la materia a la larga. Por eso, hacerle un
regalo por seguir yendo a clases de piano podría hacer que supere el curso, pero podría
disuadirlo de tocar el instrumento de por vida. Además, la dopamina liberada por una
recompensa tiende a disminuir con el tiempo, así que el premio tiene que ser cada vez
mayor para lograr el mismo efecto.
Así las cosas, ¿cómo consigues que tus hijos limpien sus habitaciones? Para
empezar, haz que no sea negociable. Es algo que tiene que hacerse, y son ellos los que se
tienen que encargar. Cuando hayan superado el trauma, existen tres cosas que tienden a
sacar lo mejor de las personas que llevan a cabo cualquier tarea rutinaria o tediosa. En

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primer lugar, dales una razón por la que necesiten hacerla. Nuestro cerebro causativo
implica que somos unos fanáticos de los motivos. La palabra «porque» tiene un efecto
casi mágico (a menos que venga seguida de... «te lo dije»). En un experimento clásico,
una cola de gente esperaba en una oficina para usar una fotocopiadora ocupada. Una
mujer llegó con una hoja de papel y preguntó: «¿Os importa si paso primero?». Como es
de esperar, incluso en Gran Bretaña, el resto de personas no la dejaron pasar. Los
investigadores esperaron hasta que la cola se hubiese renovado con nuevas personas y, a
continuación, repitieron la petición, aunque con un cambio. En esta ocasión, la mujer
añadió «porque solo tengo un folio». Sorprendentemente, el 60% de la nueva cola
accedió –¡aun cuando algunas de las personas también tenían únicamente un folio!–. La
palabra porque tiene mucho poder. Si quieres que tus hijos limpien sus habitaciones,
dales una razón para hacerlo. Si puede ser una razón que les resulte importante, mucho
mejor, y «porque es un peligro para la salud» no cuenta.
En segundo lugar, reconoce que la tarea es aburrida. La empatía puede ayudar
mucho. En tercer lugar, permite que tus hijos lo hagan a su manera. Esto no solo encaja
con el objetivo de crear resiliencia, sino que también se ha demostrado que el hecho de
no recibir ningún tipo de instrucción sobre el modo de hacerlo aumenta nuestra
disposición a hacer cosas. Dales la tarea y, a continuación, déjales que trabajen en los
detalles de cómo van a lograrlo.
Como nota aparte, he aquí algo de conocimiento que podría ayudar. Comienza con
una pequeña historia. Mi hijo Stuart solía volverme loco. Yo entraba en su habitación,
observaba las pruebas de que el apocalipsis había comenzado y le decía: «Vaya, esta
habitación es un desastre». Él levantaba la vista de su ordenador, tenía la cortesía de
mirar toda la habitación como si fuese una gran sorpresa para él, y reconocía que tenía
razón. Ello hacía que me sintiese apaciguado, y salía de su cuarto. Una hora más tarde
volvía a entrar y estallaba en cólera. «¡Pensé que te había dicho que limpiases tu
habitación!». Stu protestaba con un aire de sorpresa difícil de creer. «No, ¡no lo
hiciste!». «Sí, sí lo hice. Ahora, límpiala». «Vale», accedía de un modo adolescente que
sugería que eso era lo peor que le podía suceder a cualquier persona. Sin embargo, no se
movía. «Pues venga», le espoleaba. «Ya voy», decía. «Quiero decir ahora. En este
momento. Inmediatamente». Finalmente, se producía cierto movimiento. Su cuerpo, mi
presión sanguínea.

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Solo cuando escuché que había diferencias entre las personas comprendí lo que
estaba sucediendo. La gente, en términos generales, tiende a encajar en una de estas dos
categorías: literal o inferencial. Si yo te dije: «Estoy sediento» y tú me respondiste:
«Vaya, ¿lo estás?», podría ser un indicador de que eres una persona literal –estás
tomándote mis palabras al pie de la letra, como mera información–. Sin embargo, si
respondiste: «Vaya, ¿lo estás? ¿Quieres beber algo?», entonces serás más inferencial –
examinarás el interior de las palabras de la gente en busca de una llamada a la acción–.
Es importante saber esto en cualquier relación. Para una persona inferencial, decirle a su
pareja: «Me gusta mucho» mientras señala algo en el escaparate de una tienda una
semana antes de su cumpleaños es lo mismo que poner un gran dedo de neón sobre el
artículo con una señal que diga: «¡Esto es lo que quiero!». Sin embargo, si estás con una
persona literal, es probable que el día de tu cumpleaños te despiertes con un jersey
cualquiera. A la inversa, las personas literales llaman a las cosas por su nombre y dicen
exactamente lo que quieren. Cuando estaba en la policía, recuerdo que una oficial de mi
turno que se trasladaba a otra estación llegó una mañana a la sesión informativa con un
catálogo de la tienda Argos. Anunció a las personas que estaban reunidas: «Mirad, todos
sabéis que me voy y que habrá una colecta, así que esto es lo que quiero», y nos señaló
un artículo de joyería convenientemente rodeado por la marca de un bolígrafo. Y
abandonó la sala con cierta arrogancia. Ahora me doy cuenta de que la gente inferencial
no contribuyó a su colecta. Yo fui uno de ellos. Grosero.
Las personas inferenciales consideran que las personas literales son desagradables,
groseras por su carácter directo, y que carecen por completo de sutileza social. Tienen
dificultades para decir directamente lo que quieren, y tienden a insinuar o a preguntar
dando rodeos. De un modo inferencial, incluso. Las personas literales consideran que las
inferenciales son obtusas, confusas, y que carecen de carácter. Sienten como si se
esperase de ellas que fuesen lectoras de mentes. Su lema es: «Si no se pide, no se
obtiene». Volviendo a la habitación de mi hijo, puedes ver lo que estaba sucediendo. Yo
soy una persona inferencial. En mi caso: «Vaya, esta habitación es un desastre» es una
instrucción clara e inequívoca. Para mi hijo, literal, es solamente un comentario fáctico.
De hecho, es tan literal que la palabra «ahora» no significa necesariamente este
momento. Las cosas mejoraron mucho una vez que los dos nos dimos cuenta de esto. Mi
hijo aprendió a evitar las peticiones directas porque solían desencadenar un rechazo, y yo

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aprendí a decirle claramente cuáles eran mis expectativas sobre él. Me imagino muchas
bombillas encendiéndose en este momento.
Regresando a la motivación, algo que puede transformar la motivación de un niño
es lo que se denomina el «Efecto Sawyer», en honor a Tom, que consiguió que sus
amigos pintasen una valla, algo que le habían encargado a él, persuadiéndoles de que era
algo divertido. En palabras del propio Tom Sawyer, «el trabajo consiste en lo que
estamos obligados a hacer, sea lo que sea, y el juego consiste en aquello a lo que no se
nos obliga». Si puedes hacer que una tarea sea divertida, o aparentemente lúdica, gran
parte del esfuerzo que supone hacerla desaparece. Esa es la razón por la que muchos
jóvenes atletas aficionados prometedores «se agotan» una vez que la diversión de la
competición se ve reemplazada por la atención continua que se requiere en el deporte
profesional. Cuando un deportista deja de disfrutar con lo que hace, es probable que
pierda la ventaja que le hizo ser tan bueno en ello.
Es un poco chocante descubrir que las herramientas tradicionales que crees que
resultan útiles o necesarias para conseguir que tus hijos hagan algo no son muy efectivas
en realidad. Sin embargo, si nos fijamos en todo el tiempo en que no hemos conseguido
que nuestros hijos hagan lo que les pedimos, no debería ser una sorpresa; es como si nos
lo hubiesen transmitido como si fuera una buena práctica de crianza sin que nadie
hubiese comprobado su eficacia. No obstante, hay algo que funciona mejor. Se
denomina motivación intrínseca; déjame que te explique.
Algo que prácticamente puedes dar por sentado en un niño es su curiosidad. El
profesor Richard Ryan asegura: «Si existe algo fundamental sobre nuestra naturaleza, es
la capacidad de interesarnos. Algunas cosas facilitan este interés. Otras lo socavan».
Creo que eso es cierto en la gran mayoría de las personas, y me siento apenado por las
pocas personas que he conocido que no muestran ninguna curiosidad por nada. La Teoría
de la Autodeterminación es un enfoque de la motivación que se hace eco de muchas de
las propiedades del LCI. Fue desarrollada en primer lugar por Edward Deci y por el
arriba mencionado Richard Ryan, profesor de la Universidad de Rochester. Deci destaca
seis componentes clave de la motivación intrínseca cuando dice: «Tenemos una
tendencia inherente a buscar la novedad y el desafío, a extender y ejercitar nuestras
capacidades, a explorar, y a aprender». Esto es:

• Novedad.

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• Desafío.
• Extender capacidades.
• Ejercitar capacidades.
• Explorar.
• Aprender.

¿Te das cuenta de que cada una de estas es una palabra relacionada con el crecimiento?
Con estos seis elementos podemos involucrar a nuestros hijos en el aprendizaje y
enseñarles el modo de motivarse a sí mismos durante toda su vida. En cualquier
situación en que quieras motivarlos, pregúntate a ti mismo:
«¿Qué cosas nuevas pueden experimentar y explorar que les desafíen de
alguna manera y que desarrollen sus capacidades?».
Cada situación ofrecerá diferentes oportunidades de centrarse en una, en más de una
o en todas estas seis magníficas palabras. En cada situación se abre una posibilidad –al
menos, si crees que existe tendrás más probabilidades de encontrarla–. Muchos grandes
descubrimientos provienen de individuos que, pese a hacer algo que muchas otras
personas llevaron a cabo antes, detectaron algo nuevo en su interior. Puedo garantizar
que uno de esos seis ingredientes del crecimiento estuvo presente en su mentalidad. Tu
desafío como padre consiste en guiar a tu hijo para que emplee estos ingredientes cada
vez que se enfrente a un desafío, aunque sin ser demasiado directivo –y te diré por qué
eso es importante–. Para la motivación intrínseca resulta vital disponer de una
sensación de autonomía, esto es, de una sensación de actuar desde un sentimiento
de elección y de volición personal. Algunas investigaciones han demostrado que estas
sensaciones llevan a mejores calificaciones en la escuela, a una mayor persistencia en
cualquier actividad, a una mayor productividad, a menos posibilidades de sufrir
agotamiento, a una mayor sensación de bienestar. Así pues, sentir que controlas tus
decisiones es un asunto importante. Se sincroniza a la perfección con mi mensaje del
LCI. Siempre que sea posible (por supuesto, dependerá de la tarea y de la edad del niño),
dales a tus hijos tanto control sobre una tarea como sea posible, incluidos el plazo, el
método empleado para llevarla a cabo y la gente con la que pueden hacerla. Cuantas más
posibilidades de elección sientan en cada una de estas áreas, más probabilidades habrá de
que se automotiven para completarlas. Cuando apliqué esto a mi hijo y a su habitación,
tendría que haberle dado el plazo de tiempo en el que quería que se completase la tarea,

96
haberle hecho saber los materiales que tenía a su disposición, ver si existía un modo
divertido o competitivo de llevar a cabo estas tareas, y encontrar un beneficio para él que
no implicase una recompensa extrínseca.
Si tenemos en cuenta que el pueblo alacalufe de Patagonia anima a los niños de tan
solo cuatro años a valerse por sí mismos, a cazar moluscos con un arpón y a cocinar su
propia comida, podremos comprobar que elaboramos suposiciones muy diferentes sobre
la capacidad de nuestros hijos para tomar sus propias decisiones. Y los niños alacalufes
no sufren depresión ni ansiedad. Así pues, en cada etapa de su infancia, pregúntate a ti
mismo: «¿Cuántas cosas podemos entregarles para que se responsabilicen de ellas?». A
medida que esto se convierta en un hábito, te sorprenderá lo independientes que se
vuelven y lo mucho que se desarrollan a causa de ello.

Meditar sobre el mantra 3:

En las situaciones que se ajusten a este tema, pregúntate a ti mismo:

• ¿Qué cosas nuevas pueden experimentar y explorar que les supongan algún tipo
de desafío y que desarrollen sus capacidades?
• ¿Cuántas cosas podemos entregarles para que se responsabilicen de ellas?
• ¿Cuál de los seis ingredientes del crecimiento resultará de mayor utilidad aquí?
• En situaciones como las vacaciones (en casa o fuera de ella), ¿qué nueva
experiencia puede crearse que les resulte difícil a ellos con respecto a lo
anteriormente mencionado?
• Cada mes, escoge uno de los seis ingredientes del crecimiento y debatid juntos
qué proyecto familiar podría llevarse a cabo, en conjunto o de manera
individual. Al final del mes, pasad un rato en familia para presentar los
progresos. Si se hace de manera regular, el hecho de escoger un objetivo y
medir el progreso se convertirá en un hábito productivo.
• Observa las presunciones que hay detrás de lo que resulta «seguro» hacer o no
hacer. ¿Son ciertas? ¿Podrías confiar en tus hijos y darles una mayor
responsabilidad?

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MANTRA 4:
Es bueno darles menos

Me pregunto en qué momento se convirtió en responsabilidad de los padres estar seguros


de que sus hijos no se aburrían. ¿Desde cuándo debe llenarse cada momento con algo de
entretenimiento –para no fracasar como padre en cierta medida–? Muchos niños están
rodeados de tantas cosas a las que dedicarse que nunca aprenden a entretenerse. Creo que
es una lástima, porque de ahí provienen las semillas de un adulto creativo. Cuando le das
a un bebé un regalo envuelto, ¿qué termina haciendo? Así es, juega tanto con la caja
como con el regalo. En esa etapa todavía no se ha aprendido la diferencia entre estas dos
cosas. Son iguales en posibilidades, y esas posibilidades están limitadas únicamente por
la imaginación del niño.
Sin ni siquiera darnos cuenta, al darles más cosas, y, por tanto, al tener nuestros
hijos menos cosas que imaginar, empezamos a limitar su imaginación. Mi juguete
favorito durante mi infancia era un Action Man [similar al Madelman español]. Dediqué
muchos cumpleaños a conseguir más uniformes para él, pero estos nunca cubrían todos
mis intereses. Recuerdo que lo convertí en un caballero haciendo un escudo y un casco a
partir del cartón de un rollo de papel higiénico, su armadura a partir del traje de
neopreno de un buzo al que le dibujé la cota de malla, y encontré un palillo que parecía
una pequeña espada. Echando la vista atrás me doy cuenta ahora de que mi absorción en
esa actividad contenía muchos de los ingredientes necesarios para crear una motivación
intrínseca, y que, al mismo tiempo, introducía algo que mejora la creatividad: las
restricciones. Si mis padres me hubiesen comprado un traje de caballero, mi oportunidad
de crear se habría visto reducida de manera clara a cero. Si hubiese tenido acceso a
cualquier material que hubiese necesitado para confeccionarlo, eso también habría
reducido mi creatividad, un poco en contra de la intuición. Algunas investigaciones han
demostrado que la introducción de restricciones –una especie de límite– en una actividad
aumenta nuestra imaginación. Tener algunas cosas para confeccionar un traje de
caballero forzó a mi cerebro a inventar nuevas soluciones que me desafiaron y me

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hicieron explorar varias posibilidades diferentes. Como resultado de ello, mis
capacidades se expandieron.
Tuve el privilegio de visitar a mi artista favorita en su estudio en la costa de North
Norfolk. Rachel Lockwood es una brillante pintora naturalista; descubrí que trabajaba en
tres o cuatro pinturas diferentes al mismo tiempo, obras que se encontraban en distintos
momentos del proceso de creación: desde el boceto inicial hasta el momento en que se
sentaba ante ellas durante un rato para ver si estaban terminadas. Una de las cosas que
compartió conmigo sobre su proceso artístico me llamó profundamente la atención. Ella
dijo: «Me emociono cuando dibujo una línea y me limito a ver adónde me lleva». La
línea no tiene que ver con nada, no es el borde de la hoja de un árbol o el vientre de una
liebre, tan solo es una línea. A continuación, deja que su imaginación la convierta en
algo. El resto del cuadro emerge a partir de esa restricción inicial. Dibujar un garabato en
una página y decirle a tu hijo que lo convierta en un animal sería algo equivalente.
Aprender el valor de las restricciones me llevó a una nueva apreciación de mi padre.
Toda su vida ha sido un maestro chapucero. Nunca le vi hacer un trabajo usando las
herramientas o los materiales adecuados, pero lo que hacía funcionaba, aunque no
siempre fuese bonito. A menudo pensaba que, en caso de haberlo podido hacer del modo
«correcto», no lo habría hecho, ya que parecía disfrutar mucho de sus chapuzas. Ahora
me doy cuenta de la habilidad tan valiosa que me enseñó –y de lo creativo que era–.
Enseñarle a tu hijo a ingeniárselas con los recursos disponibles constituye una
piedra angular de la creación de un adulto creativo.
Por esta razón, dales menos. Dales cosas que no sean el producto de la imaginación
de otra persona. Dales cosas a partir de las cuales puedan hacer algo más. Los juegos
«Lego» son geniales. Hay espacio para aprender a seguir las instrucciones a fin de crear
una estación espacial a imagen de la persona que diseñó la construcción, pero también
tiene un gran valor sentarse con un surtido de piezas y guiar a tu hijo para que cree su
idea de una estación espacial.
Dales tiempo. La gente creativa pasa mucho tiempo mirando al vacío. Como dijo
Jackie Chan en su papel como señor Han en la nueva versión de Karate Kid: «Estar
quieto y no hacer nada son dos cosas muy diferentes». He usado mucho este comentario
con mi esposa. Tenemos dos estilos de pensamiento. El primero es rápido, verbal y está
orientado al hemisferio izquierdo del cerebro. Tendemos a valorarlo mucho en nuestra
cultura. El segundo es más lento, a menudo funciona mediante la imaginación y la

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metáfora, y está más orientado al hemisferio derecho del cerebro. Aunque animamos a
nuestros hijos a que estén centrados y a que se concentren, y aunque en clase estas –la
imaginación y la metáfora– se consideran características de un buen estudiante, es más
probable que los niños que parecen distraídos, los que garabatean y los que no parecen
ceñirse a la tarea inventen algo nuevo. Un niño que mira al espacio podría inventar el
desplazamiento por curvatura [warp drive] que nos llevase a viajar a través de él. La
historia está plagada de momentos de ensimismamiento que han dado lugar a grandes
descubrimientos.
La placa que indica el punto kilométrico 46,58 de la autopista 128 de los Estados
Unidos identifica un tramo de carretera sin ninguna característica distintiva, pero aquí se
produjo un momento de revelación destacado. El bioquímico Kary Mullis se enfrentaba
a un gran desafío de la biología molecular. Durante un largo viaje nocturno en coche,
con los limpiaparabrisas en marcha, dejó que su mente reflexionase sobre ciertas ideas
que estaba teniendo hasta que, en un momento de claridad, un descubrimiento llegó a él.
Se detuvo en el kilómetro 46,58 para anotarlo. Este descubrimiento recibe el nombre de
reacción en cadena de la polimerasa [PCR, polymerase chain reaction]. Es probable que
nunca hayas oído hablar de ella, pero se habrían necesitado años para secuenciar el
genoma humano sin ella. Se usa ampliamente en diagnósticos médicos y forenses. Es tan
importante que el New York Times la describió como «[...] sumamente original y
significativa, que divide virtualmente la biología en dos épocas: antes de la PCR y
después de la PCR». ¿Aún no estás impresionado? Su empresa le premió con una
bonificación de 10.000 dólares. ¿Todavía no? La empresa ganó 300 millones cuando
vendió la patente. Ahora le tocaba a Mullis no dejarse impresionar. Ni siquiera el hecho
de ganar el premio Nobel hizo que la diferencia entre una cantidad y otra fuese menos
dolorosa.
En ocasiones, las ideas tienen que burbujear y fermentar antes de salir a la
superficie de la conciencia. Dejarles tiempo a los niños para que se queden con la mirada
fija, en vez de tener que seguir un planificador de pared, ayuda a desarrollar ese hábito
de pensamiento más calmado que produce tantas cosas, y te libera de la tiranía de sentir
que tienes que llenar su día. Imagínate una vida libre del sentimiento de que les estás
fallando si se aburren o de que, en cierto modo, eres un mal padre si no están ocupados
continuamente con clubs y actividades. Déjales que aprendan que el aburrimiento es
elección suya. Déjales que descubran lo que surge del silencio y de la independencia.

100
Dales menos para que aprendan a crear más.

Meditar sobre el mantra 4:

Plantéate a ti mismo preguntas como estas:

• ¿Con qué frecuencia les facilito las cosas a mis hijos?


• ¿Cómo podría introducir más «luchas productivas» en sus actividades?
• ¿Cuál es mi respuesta a su aburrimiento? ¿Les sirve de algo?
• ¿Cómo podría introducir una restricción que les hiciese tener que solucionar un
problema o ser creativos?

101
MANTRA 5:
La vida es lo que tú haces que signifique

Sócrates dijo en una ocasión que una vida sin examen no merece la pena ser vivida. No
estoy tan seguro de eso, pero creo que una vida sometida a examen puede ser mejor. He
descrito el modo en que el cerebro crea la sensación que tenemos de la realidad por la
forma en que conecta las cosas del momento presente con las cosas de nuestro pasado, y
por el modo en que crea una anticipación de lo que nos deparará el futuro como
consecuencia de ello. También he sugerido que la persona que creemos ser es, en gran
medida, el resultado de que la historia de nuestra vida necesita un personaje; y he
insinuado que nuestro sentido de la propia identidad es tan solo un producto de la mente,
que, en cierto modo, es la suma de la persona que ha tenido tus experiencias de vida. Por
consiguiente, si pudieses cambiar tus emociones podrías cambiar el sentido de tu propia
identidad, y eso es exactamente lo que la Hipnoterapia Cognitiva dice que es posible.
Sabemos que nuestro cerebro plástico está aprendiendo y cambiando desde antes de
nuestro nacimiento hasta el momento de nuestra muerte. Se ha demostrado que el
cerebro no graba nuestros recuerdos en piedra, que no se almacenan en un archivador y
que ni siquiera son precisos. Se ha sugerido que el mero hecho de traer un recuerdo a la
mente cambia el cerebro, ya que este se ve a través de tus percepciones actuales. He
trabajado con una gran cantidad de clientes con recuerdos traumáticos o perturbadores
que, en un corto espacio de tiempo, han sido capaces de verlos sin tanta emoción, y en
quienes el efecto de esos acontecimientos pasados ha dejado de sentirse en sus vidas.
Creo plenamente en nuestra capacidad para cambiar la percepción de nuestro pasado y,
por consiguiente, para cambiar nuestra percepción de nosotros mismos en el presente.
¿No sería maravilloso que los niños aprendiesen el modo de interpretar lo que les está
sucediendo para que las cosas no llegasen a convertirse en acontecimientos mariposa
adquiriendo así una importancia desmesurada? Aunque es imposible evitar que eso
suceda en su totalidad (cualquier terapeuta que lea esto lanzará un suspiro), podemos
proporcionar a nuestros hijos herramientas que les permitan desarrollar un sentido del

102
LCI reflexionando sobre las cosas que les suceden y guiando a su cerebro para crear las
conclusiones causales correctas o las equivalencias más apropiadas. Anteriormente hablé
de fomentar un estilo explicativo positivo con la pregunta: «¿Cómo es que esto no tiene
que ver conmigo?». Ahora se trata de desarrollar esa habilidad.

Encontrar la narración adecuada


Comencemos enseñando a los niños a ser los editores de su propia historia. Los niños
hacen que todo gire en torno a ellos, así que el objetivo que se persigue al reformular un
acontecimiento negativo de una manera positiva es doble: conseguir que no sean el
centro del mundo, y que asimilen los aspectos positivos que podrían derivarse de este
acontecimiento.
Si tu hijo llega triste a casa a causa de un contratiempo con alguien, con un amigo o
con un profesor, por ejemplo, creo que estas preguntas de reformulación (al emplear el
término «reformular» me refiero a ayudar a que alguien vea la situación desde una
perspectiva diferente) podrían resultarte de ayuda:

1. ¿Cómo es que lo que sucedió no tiene que ver contigo como persona? (¿cómo
es que tenía que ver con los demás, o con la situación, o con el
comportamiento de tu hijo más que con su propia identidad?).
2. ¿Te comportarías de ese modo con otra persona?
3. ¿Por qué los demás se comportan de ese modo?
4. Entonces ¿tenía algo que ver contigo como persona, o tenía algo que ver con
ellos?
5. ¿Estás contento con tu respuesta? ¿Qué harías de manera diferente la próxima
vez?
6. ¿Hay algo que podría impedir que hicieses eso?
7. ¿De verdad tiene que detenerte? (puedes introducir la pregunta: «¿Quién serías
si... no te hubiese detenido?», que puede resultar muy poderosa).

Obviamente, el juego que puedan dar estas preguntas dependerá de las respuestas
que obtengas y de la situación a la que estés haciendo frente. No pretendo que sigas estas
preguntas como una receta, sino más bien como cosas que guían tu intención de que lo
que haya pasado no afecte a su capacidad de percibirse a sí mismos de manera positiva.

103
En caso de que se sientan molestos por un acontecimiento –no haber aprobado
algún examen o no haber sido elegidos para jugar en un equipo–, prueba con las
siguientes preguntas:

1. ¿Qué hizo que merecieses esto?


2. ¿Qué no te hizo merecer esto?
3. ¿Qué puedes aprender de todo esto que te dé lo que quieras más adelante?
4. ¿Qué es lo primero que puedes hacer para comenzar con esto?
5. ¿Cuáles de tus cualidades te resultarán de ayuda?
6. ¿Qué es lo que más te gustaría?
7. ¿Qué puedes hacer para obtener más de esto último que acabas de responder?

Estas preguntas se dirigen a quienes se encuentran en la etapa de la adolescencia,


momento en que son capaces de hacer esta clase de análisis. En caso de dirigirse a
preadolescentes, escucha las conexiones que hacen sobre lo que sucede y reformúlalas –
o sea, escucha sus «porque» y sus equivalencias.

El proceso reflexivo
La idea de hacer que los niños se centren en sus cualidades es algo bueno. Si les
pregunto a mis clientes lo que les gusta de sí mismos, a menudo lo único que logran es
una buena imitación de un pez dorado, abriendo y cerrando la boca sin emitir sonido
alguno, antes de farfullar algo sobre su amabilidad con los animales. Si cambio de rumbo
y les pregunto lo que no les gusta de sí mismos, no tienen ningún problema en escribir
una lista extensa. Animar a tus hijos a que tomen una mayor conciencia de sus puntos
fuertes y de sus cualidades les ayuda a fortalecerse, a aprender a usarlos y a confiar en
ellos. Uno de mis estudiantes, Tom, me habló de un ejercicio interesante que su mujer
Jill y él habían hecho, y que yo mismo te animaría a llevar a cabo con tus propios hijos si
crees que tienen la edad y el temperamento apropiados. Cuando su hija Holly tenía once
años y acababa de comenzar la escuela secundaria, pensaron que el hecho de elaborar
una lista de cosas en las que ellos y su hermana pequeña pensaban que era buena podría
suponer para ella una inyección de confianza. La lista incluía los siguientes elementos:
Piano — Violín
Ser amable — Cantar

104
Juegos / deportes — Atender a las personas
Bailar — Comprender los sentimientos de los demás
Ser maravillosa — Ser una buena ciudadana
Cuidar de los demás — Ser guapa
Tener talento — Ser digna de confianza
Ser — resuelta Ser valiente
Nadar — Ser justa
Compartir — Ser una buena amiga
Correr — Ser una buena hermana
¡SER HOLLY!
A continuación, imprimieron la lista y la colocaron en la puerta de su armario para
que pudiese verla cada día, a modo de recordatorio por si alguna vez se sentía mal o
necesitaba consuelo.
Más adelante, cuando Holly tenía trece años, Tom descubrió que había tachado
varios elementos de la lista. Concretamente:
Piano
Ser maravillosa
Ser guapa
Ser una buena amiga
Tom dijo: «Al principio me sorprendió bastante, sobre todo por lo que respectaba a
los elementos que tenían que ver con su autoimagen. Comprendía que hubiese tachado
“piano”, porque había dejado de practicar. Sabíamos que había atravesado uno de esos
momentos difíciles dentro de su grupo de amigos, así que lo de “buena amiga” también
tenía sentido. Esto nos permitió sentarnos con ella y tener una conversación que giró en
torno a esta pregunta: “¿Qué es todo esto?”. Nos sorprendió bastante lo baja que se había
vuelto su autoestima y el modo en que esto parecía estar correlacionado y depender en
gran medida (en su mundo) de su situación en la escuela y con sus amigos. Había
pruebas concluyentes de que su percepción de lo que sus amigos pensaban de ella era
mucho más potente que lo que decían mamá y papá».
Tom y su mujer fueron capaces de renegociar la lista, incorporando únicamente
aquellas cosas que Holly se alegraba de incluir.
Tras reflexionar, sintieron que los beneficios de la lista habían sido los siguientes:

105
• Proporcionó un recordatorio recurrente de sus habilidades. Vivimos en una
sociedad que no promueve la celebración de nuestras habilidades –una
sociedad que, de hecho, considera que tales actos son presuntuosos.
• La ayudó a desarrollar su identidad.
• Era algo que podía mirar cuando se sentía mal y llena de dudas sobre sí misma.
• Les proporcionó un aviso a los padres de que algo iba mal.
• El proceso de renegociación constituyó una gran oportunidad de que Holly
comunicase a sus padres las cosas que le preocupaban, algo que, de otra
manera, podrían no haber conocido.

Este ejercicio de Tom y Jill me recordó algo que había visto la semana anterior en
un viaje a Ámsterdam. Fuimos al museo de Anna Frank –sin duda alguna, una visita
obligatoria con tus hijos cuando tengan la edad adecuada–. Fue una experiencia
inmensamente emotiva. Al final hay un cortometraje donde su padre, Otto, habla del
momento en que leyó el diario de su hija por primera vez y de su sorpresa ante lo que
descubrió en él. Aunque tenía la sensación de haber estado muy cerca de Anna, gran
parte de lo que leyó le resultó desconocido. Concluyó diciendo que dudaba que alguien
conociese realmente a sus hijos. Si piensas en las muchas cosas que tus padres no saben
de ti, es difícil estar en desacuerdo con Otto. Ser una parte del proceso reflexivo de tu
hijo podría contribuir a rectificar eso. Así que, además del ejercicio de Tom, te sugiero
que lleves a cabo el siguiente –y me refiero principalmente a los niños en edad de asistir
a la escuela secundaria–: haz que toda la familia anote las cualidades positivas de los
demás. Elaborad una lista para cada miembro de la familia.
Cuando alguno de vosotros logre algo positivo que le resulte evidente al resto de la
familia, localiza la lista de los atributos de esa persona y examina cuál de los elementos
influyó en ese logro. Cualquiera puede llamar la atención sobre un logro, no solo la
persona que lo ha conseguido (esto es para evitar que los introvertidos oculten su luz).
Siéntete libre de añadir más elementos a las listas sobre la marcha. Busca razones para
incluir la persistencia y la determinación –te explicaré por qué al final del libro–. Haz de
esto un ritual familiar, una sesión de retroalimentación sobre los logros de todos
vosotros, de manera que no se ponga el énfasis únicamente en los hijos y así ellos
aprendan a ver la niñez como parte de un proceso mayor. Si regresas al punto anterior de

106
que alimentas aquello en lo que te centras, verás por qué este ejercicio puede ser tan
importante.

Casi siempre hay que mirar el lado positivo de la vida


Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad.
Winston Churchill

Voy a proporcionar unos pocos puntos finales sobre la reflexión y sobre el modo en que
se relaciona con nuestro sistema de creencias. Es importante escuchar las creencias que
verbalizan tus hijos para explicar la razón por la que las cosas suceden y el modo en que
ellos se sienten con respecto a estas –lo que previamente he descrito como su estilo
explicativo–. Sé siempre consciente de lo fácil que resulta transmitirles tu propio estilo
durante sus primeros años; después de todo, esa es una parte importante de la crianza de
los hijos. No es casualidad que la mayoría de las personas que creen que su religión es la
verdadera hayan nacido en su seno. Por supuesto, querrás que absorban muchas de tus
creencias, pero, ¿qué hay de tus creencias limitadoras? He visto muchos clientes que
copiaron las fobias de sus padres, que crecieron creyendo que el mundo era un lugar
peligroso o que no se debía confiar en la gente, porque compartieron esa realidad
parental particular con demasiada frecuencia. Sé lo que quieras ver en tus hijos.
Instalar en ellos una creencia optimista es como vacunarlos contra la desdicha.
Nada contribuye más a evitar que pasen por mi consulta que esto. Se hizo un estudio
sobre un grupo de monjas que, al hacer sus primeros votos, escribieron sobre sus
expectativas de vida. Sus cartas se calificaron en función de su optimismo y su
pesimismo y, a continuación, se compararon con la duración de su vida. Se descubrió
que, a la edad de ochenta y cinco años, el 90% de las monjas más optimistas seguían
vivas, mientras que solo el 34% de las pesimistas lo estaban. Y probablemente seguían
esperando que lo peor estuviese a la vuelta de la esquina.
Soy un gran optimista, mi esposa algo menos, y a los dos nos resulta instructivo ver
adónde nos lleva esta sencilla diferencia en nuestras interpretaciones de las cosas. Si veo
un cielo azul cuento con que este será un hermoso día, y Bex se preguntará cuánto
durará. Ha habido ocasiones en las que su atención a los desastres potenciales los ha
evitado. Sin duda, el pesimismo ocupa su lugar; simplemente creo que este debería ser
un lugar pequeño, que se visita con cierta regularidad, pero no de manera frecuente. Por

107
lo general, tengo la impresión de que, en caso de que sea tu orientación dominante, el
pesimismo no deja florecer a la rosa de la vida con más frecuencia de la necesaria; la
tuya tiende a convertirse en una mentalidad en la que predomina la protección.
Lee esto:

Opportunityisnowhere [8]

¿Qué has visto? Hay dos opciones. Aquella que haya visto tu mente en primer lugar
podría afectar a tu vida, ¿no crees?
Cuando a un pesimista le sucede algo negativo, este tiende a conservar las tres
creencias que mencionamos anteriormente en el libro. La primera es que, de alguna
manera, ese acontecimiento negativo le está sucediendo por su culpa –es personal–. La
segunda es que siente que es permanente, y la tercera es que tiende a volverse
generalizado: un acontecimiento único pasa a ser representativo de toda su vida. Hay
clientes que vienen a verme después de un acontecimiento como, por ejemplo, un
despido. Les escucho decir cosas como: «Me han echado, creo que es porque no era del
agrado del director, y en realidad no encajaba en lo que quería la compañía. Estoy
destrozado, le he dedicado diez años de mi vida a la empresa –¿quién va a quererme
ahora?–. Es probable que perdamos la casa, los niños van a odiarme porque no podremos
permitirnos enviarlos a las vacaciones escolares a la nieve, e incluso mi mujer está
tratándome de un modo diferente. Soy un completo fracaso». Si te fijas bien, puedes
observar que los tres elementos de un estilo explicativo pesimista están presentes en su
historia.
Compara esta persona con un cliente optimista que acude a la consulta solicitando
coaching. «Me han despedido, lo que constituye un golpe, pero también una
oportunidad. Lo veía venir; la compañía necesita reestructurarse y mi función no
encajaba bien con el rumbo que debe tomar. Va a ser necesario un pequeño reajuste en la
familia, pero tengo algunas ideas que podrían ser muy buenas. Estoy entusiasmado».
Las personas optimistas viven más tiempo, tienen un mejor estado de salud, sufren
menos estrés y depresión, y parecen tener relaciones más felices. Enseñarles a los niños
de diez años las habilidades del pensamiento optimista reduce a la mitad la tasa de
depresión en la pubertad.

108
Uno de los principales modos en que puedes influir en todo esto es a través de tu
estilo explicativo. Siempre que les sucedan cosas a tus hijos, o a ti mismo, sobre todo
cosas que presenten una carga emocional, ten en tu mente estos tres factores. Si tus hijos
rompen algo y les respondes en la línea de: «¡Eres muy torpe! De nada sirve que tengas
cosas buenas, ¡lo arruinas todo!», estarás convirtiéndolo en algo personal, permanente y
generalizado. Con el paso del tiempo, si este es tu estilo explicativo reflexivo, estarás
moldeando una mentalidad pesimista en tu hijo. Esto no significa que le des carta blanca
en las conductas a las que quieres que se adapte o en las situaciones de las que quieres
que aprenda –si estuviese jugando con la pelota cerca del jarrón, hacer que reflexionase
podría evitar que lo hiciese la próxima vez, pero explica lo que quieres que signifique
ese acontecimiento evitando las tres creencias negativas–. «Estas cosas pasan en
ocasiones, pero no ocurren a menudo si piensas durante un momento lo que podría
suceder. Aprendes rápido, dudo que vuelva a pasar».
Si tu hijo llega a casa sin haber podido entrar en el equipo de fútbol y dice: «No me
quieren. Soy una basura, nunca seré bueno», date cuenta de cómo ha logrado alcanzar
los tres elementos del estilo explicativo pesimista que queríamos que evitase. Ojalá fuera
tan preciso con un balón de fútbol. Más adelante hablaré con mayor detalle del fracaso y
de la mentalidad requerida para sobreponerse a un contratiempo, pero en este preciso
momento digo que no creo que resulte útil sumarse al voto en contra, diciendo algo así:
«Oh, bueno, en el equipo saben lo que hacen, los demás son mejores que tú, a ti se te dan
bien otras cosas». En este momento, esas otras cosas no importan; el fútbol es lo más
importante en la vida de tu hijo, porque es el foco de cómo se siente consigo mismo en la
actualidad. Yo coincidiría en la evaluación de su capacidad personal y, a continuación,
trabajaría para hacer que fuese temporal. «Puede que todavía no seas lo suficientemente
bueno, así que solo tenemos que averiguar lo que necesitas para mejorar y trabajar en
ello. Ian Wright [9] fue rechazado por dos equipos de fútbol y mírale» –es decir, podría
tener que ver con sus habilidades, pero estas no tienen que ser permanentes–. No se
alude a nada que tenga que ver con otra cosa diferente del fútbol. Y lo de Ian Wright es
cierto. Fracasó en varias pruebas para diferentes equipos profesionales y, finalmente, un
cazatalentos del Crystal Palace se fijó en él cuando jugaba en un equipo de la Sunday
League [ligas regionales, fútbol aficionado].
Un componente clave del optimismo es la esperanza. La ausencia de ella en mis
clientes es el más claro indicio para un potencial riesgo de suicidio. Los niños tienden a

109
estar enorme y permanentemente esperanzados; como mis perros. Cada día se sientan
debajo de un árbol mirando una paloma que se posa ahí y que los mira de manera
burlona (en realidad es una paloma de mentira; gracias, ya me voy). Mis perros siguen
convencidos de que, algún día la paloma se olvidará de cómo tiene que sentarse, de
cómo tiene que volar, y que caerá encima de ellos. Los niños son así, sobre todo los que
tienen menos de siete años, y seguirán siendo así en gran medida hasta la pubertad. Será
entonces cuando pierdan gran parte de esta actitud. Me pregunto si esto es resultado de
que les hayamos enseñado a ser más «realistas». Considerando que nosotros creamos
nuestra propia realidad, la esperanza parece una herramienta poderosa que debemos
mantener junto a nosotros durante toda la vida. Si somos capaces de relacionar la
esperanza con la adopción de medidas, con que nuestros hijos tengan la mentalidad
adecuada con respecto al fracaso, entonces nunca se darán por vencidos, siempre serán
optimistas respecto a lo que pueden lograr, y desarrollarán un LCI en su búsqueda.

Meditar sobre el mantra 5:

• Haz que toda la familia ponga por escrito los atributos positivos de los demás.
Elaborad una lista para cada miembro y revisadlas en familia de forma
periódica. Convierte este momento en una «fiesta de los puntos fuertes».
• Reflexiona sobre tu estilo explicativo reciente. ¿Estás evitando los tres errores
de la gente pesimista?

110
MANTRA 6:
No son difíciles, simplemente no son tú

Uno de los errores más fundamentales de nuestro pensamiento es que presumimos que
todo el mundo piensa del mismo modo que nosotros. De hecho, existe una amplia
gama de diferencias entre nosotros; las combinaciones singulares de estas diferencias
contribuyen en gran medida a describir nuestro carácter individual. Estas diferencias
explican mucho de nosotros mismos, y revelan también mucho sobre lo que te vuelve
loco de determinadas personas –también de tus hijos–. En mi libro Lovebirds escribí
sobre las parejas y los desafíos a los que se enfrentan muchas relaciones cercanas.
Agrupé algunas de las diferencias que identifiqué como más importantes en ocho tipos, a
los que denominé aves, que en líneas generales (en líneas muy generales) compartían
algunas de estas características. Voy a profundizar un poco más en estos tipos de carácter
y en el modo en que interactúan con el mundo, y añadiré algunas diferencias adicionales
que creo que considerarás increíblemente útiles para entender a la persona que estás
criando –porque supongo que en ocasiones te volverán loco (si solo es en ocasiones, eres
uno de los afortunados).
Lo que pasa es que ellos no son tú, pero es fácil olvidarlo. No cabe duda de que
tus hijos tienen ciertas similitudes físicas que tu cerebro reconoce (aunque tú no te des
cuenta); además, con el tiempo, es probable que comiencen a compartir gestos y modos
de hablar contigo y con tu pareja que, si bien de manera inconsciente, crean la sensación
de familiaridad que acompaña a la similitud. Eso provoca que nos olvidemos de que
ellos no son nosotros. La segunda cosa que contribuye a esto es algún kit inteligente que
hemos instalado en nuestros cerebros y que recibe el nombre de neuronas espejo. En
esencia, cada vez que ves a alguien hacer algo, tu cerebro hace una simulación de ello.
De esta manera, si alguien situado frente a ti se rasca la cabeza, tu cerebro te imagina
llevando a cabo esa misma acción. Los científicos piensan que las neuronas espejo
pueden ser la base de la empatía –si veo que estás enfadado y me imagino a mí mismo
comportándome del mismo modo, ello me proporcionará una comprensión de cómo te

111
sientes, así como una pista sobre el modo en que yo debería responder–. Curiosamente,
las personas a las que se ha diagnosticado autismo y síndrome de Asperger tienen
neuronas espejo que no se activan de la manera adecuada, dejándolas «ciegas» ante este
tipo de señales sociales. Las neuronas espejo también pueden ser una de las principales
formas en que aprendemos –al observar y copiar a los demás–, lo que constituye otro
motivo por el que el hecho de dedicar tiempo a enseñarle a tu hijo habilidades prácticas
resulta tan importante para la vinculación emocional.
Desde el punto de vista de tu hijo, significa que siempre que le ves hacer algo o que
te habla de algo que ha hecho, tu cerebro realiza una simulación de ello, momento en que
las cosas pueden comenzar a salir mal. Si mi hijo llegase de la escuela y me dijese:
«Papá, mi profesor me ha regañado hoy porque mis compañeros y yo estábamos
haciendo demasiado ruido en clase. No es justo, tan solo estábamos hablando de la
lección», me imaginaría a mí mismo siendo él. El error consiste en pensar que mi
versión de este acontecimiento y la suya son la misma. Por supuesto que no lo son, tan
solo es mi versión de ello. El modo en que me vea respondiendo a esta versión
dependerá de la clase de persona que soy. Si soy como él, es probable que tenga la
misma sensación de injusticia. En cambio, si soy la clase de persona a la que le distrae el
ruido del entorno y cree que los estudiantes deberían sentarse en silencio, es probable
que me sienta mal por su comportamiento, y mi respuesta podría ser poco compasiva, y
quizá incluso punitiva.
Es clave que te des cuenta de que tu hijo no es tú, que tu hijo no es tu mini-yo, y es
fundamental que comprendas quién es. Voy a darte algunas etiquetas para describir
ciertas diferencias que espero que te ayuden a comprender a tu hijo y a que te
comuniques con él de una manera más efectiva.
Un pequeño inciso. Estas descripciones no pretenden encasillar a nadie. Úsalas con
cuidado para explicar las diferencias y las similitudes, pero sé consciente de que los
contextos pueden afectar a tus hijos, que la gente puede cambiar y que, si encasillas a
alguien, a menudo aprende a dejar de mirar más allá.
Comenzaré con los tipos de aves que puse de relieve en mi libro anterior,
Lovebirds, y a partir de ahí añadiré otros tipos de personas. Existen muchas maneras de
describir los diferentes rasgos que exhibimos; entre aquellos de los que te voy a hablar se
incluyen las aves de tierra y las aves de cielo, las personas introvertidas y las
extrovertidas, y los juzgadores y los perceptores.

112
Aves de tierra frente a aves de cielo
Esta sección describe la diferencia entre las personas a las que les gustan los detalles en
comparación con aquellas que prefieren concentrarse en la visión global. Por lo que
respecta a las relaciones, creo que, de entre todas las diferencias que vas a leer, esta es la
que más predice la discordia. Lee las diferentes descripciones y reflexiona sobre si te
reconoces a ti mismo o si reconoces a tu hijo en alguna de ellas.

Aves de tierra
Como sugiere el nombre, estas personas no son dadas a los vuelos de la imaginación.
Les gusta saber dónde están, que las cosas sean ciertas, y se sienten más cómodas cuanta
más información tienen. Aprenden de manera secuencial, esto es, se les da bien «trabajar
en un problema» si avanzan de la manera planificada, con independencia de que sean
ellos los que formulen el plan o de que se lo hayan formulado. Por esa razón, pueden ser
reacios a salir fuera de pista y explorar posibilidades. Podrían ceñirse a un plan incluso
cuando a los demás les ha quedado claro que no está funcionando. Lo familiar se
confundirá a menudo con la seguridad. Por lo general, se les da bien la organización, y
les gusta que las cosas estén organizadas. Acumularán reglas sobre el modo en que
deberían hacerse las cosas y se encariñarán con ellas. A menudo consideran
erróneamente que su forma de hacer las cosas es la única.

Aves de cielo
La posibilidad es un gran atractivo para este grupo. Esta clase de personas tienden a
tener una buena tolerancia a la incertidumbre, porque en ella es donde residen la mayoría
de las posibilidades. La rutina puede aburrirles rápidamente y siempre estarán buscando
nuevos modos de hacer las cosas. En su caso, el desafío consiste en aferrarse a lo que les
han dicho que hagan –o, de manera más precisa, a hacerlo del modo en que les han
dicho–. La organización no es algo natural para ellos, porque a menudo tienen una
escasa capacidad de concentración por lo que respecta a los detalles. Cualquier cosa
rutinaria podría verse como un riesgo para la vida. Por la misma razón, las reglas quedan
por debajo de sus radares, sobre todo aquellas que no tienen sentido para ellos o no les
importan. Aprenden buscando patrones y relaciones entre las cosas, y se guían
fuertemente por su intuición.

113
Niños aves de tierra
Si tú no eres un ave de tierra, en ocasiones podrías preguntarte, mirando a tu hijo, quién
es el adulto en esa relación. Desde una edad temprana, los niños aves de tierra pueden
comenzar a parecer muy maduros en su deseo de organizar sus vidas y las vidas de las
personas que les rodean. Serán la clase de niños que ordenan sus muñecas y sus juguetes
de determinadas maneras y que se enfadan si alguien los mueve. Tratarán de estipular los
juegos a los que juegan con sus amigos –y se les escuchará dictar cómo debe jugarse a
ellos–. Su modo de hacer las cosas será el correcto. Podrían producirse muchos
berrinches en caso de que sintiesen que se están pisoteando sus reglas. La buena noticia
es que a menudo serán ordenados, e incluso podrían atravesar etapas en las que ayudasen
enormemente en las tareas domésticas. Serán bastante responsables para su edad.
No aceptarán los cambios de buena gana, así que el hecho de trasladarse de escuela
podría ser complicado; el cambio de su profesor favorito, un trauma; una mudanza, el fin
del mundo. Podrías descubrir que necesitan cierto tiempo para tomar decisiones, sobre
todo en las ocasiones en las que se puede elegir. Les gusta tener mucha información para
fundamentar una decisión. Ello me lleva a los detalles. Les gustan. Esto quiere decir que
si les planteas preguntas como: «¿Qué tal ha ido la escuela?», es probable que tengas que
conducir a casa despacio a fin de que tengan tiempo de contarte los pormenores de su
jornada antes de que aparques el vehículo. También significa que te plantearán una gran
cantidad de preguntas sobre cualquier cosa y que incluso podrían obsesionarse con la
necesidad de saber.
Aprenden acumulando conocimientos de manera constante. Si hacen falta cinco
pasos para llegar a algún lugar, atravesarán cada uno de ellos felizmente, incluso aunque
hayan averiguado la respuesta en el tercer paso. Es probable que las palabras que más
oigas en la reunión de padres sean que tu hijo es «constante» y «serio». Este rasgo,
cuando se combina con una pasión o un interés, puede conducir a que tus hijos sean
extremadamente buenos en una pequeña gama de actividades –como tocar el piano,
practicar un deporte o en lo que respecta a un determinado tema.
¿Conoces esa clase de chicas que tienen un bolso desde una edad muy temprana? Es
probable que sean aves de tierra. Habrá cosas que les guste tener junto a ellas, por si
acaso. Desde muy temprano, los niños aves de tierra se vuelven exigentes en lo
relacionado con el modo en que les gustan las cosas. Con frecuencia pueden presentar

114
ciertas modas y caprichos bastante extraños, desde la copa en la que beben hasta el tipo
de cereales que prefieren para desayunar. Luego están las reglas. Les gusta la
certidumbre y se sienten seguros cuando disfrutan de ella. Las reglas constituyen una
garantía de que su mundo sea más previsible, aunque solo si el resto del mundo las
cumplen. Esto puede resultar extremadamente frustrante para un niño ave de tierra. En su
mundo resulta obvio el modo en que deberían hacerse las cosas, pero tan solo estamos
hablando de un niño, así que el mundo no siempre le obedece. Si alguna vez has estado
en una casa en la que los padres parecen sufrir a causa de la tiranía de los gustos y las
aversiones de su hijo, probablemente estés observando la consecuencia de dejar que un
ave de tierra gobierne el gallinero, algo que no siempre resulta agradable. Cuando se
trata de quién está formando a quién, solo puede haber un ganador.
Para ayudarles a crecer, respeta su necesidad de orden, aunque no permitas que
controlen el funcionamiento de la familia. Honra sus reglas siempre que puedas, pero no
permitas que estas les gobiernen a ellos. He hablado de la importancia que tiene
conseguir que la novedad sea parte de la vida de un niño. Esto es especialmente cierto en
el caso de los niños aves de tierra. Las reglas les proporcionan confort, pero también
pueden convertirse en una prisión. En vez de dejar que se instalen en su zona de confort,
el hecho de que aprendan a hacer frente a la espontaneidad y la incertidumbre contribuirá
más al desarrollo; ahora bien, ten cuidado con el ritmo y prepárate para las rabietas si eso
es demasiado para ellos. Deja que tengan todo el control sobre su espacio que puedas
ofrecerles. Respalda cualquier impulso que tengan hacia el dominio de una actividad o
hacia su dedicación a algo que les guste. Cuando se sientan estresados tendrán tendencia
a aislarse, enfrentándose a aquello que les estresa. Anímales a compartir, a delegar y a
ver el panorama general.

Niños aves de cielo


Antes que nada, si basas tu felicidad en que tu hijo ave de cielo mantenga su cuarto
ordenado, no tardarás demasiado en convertirte en una persona infeliz. Simplemente no
lo harán. No porque sean sucios o repugnantes, ni porque sean perezosos o estén
desocupados, sino porque probablemente no se den cuenta del desorden. No es tan
importante para ellos. En realidad, es un símbolo de cómo prosperan con el desorden.
Estos niños están siempre explorando, buscando la manera de que las cosas encajen, y

115
experimentando el modo de que aquellas que no encajan lo hagan. Como resultado de
ello, por lo general, son muy creativos. Podrías esperar que tuviesen pasiones
disparatadas que durasen quince días y que te costasen una fortuna. Su habitación, y
probablemente tu casa, estará llena del equipamiento y los pertrechos que acompañan a
lo que mi padre solía denominar «las maravillas de los cinco minutos». No te preocupes,
crecerán sabiendo un poco de muchas cosas y serán unos genios en Trivial Pursuit.
Armarán un buen escándalo cuando tengan que hacer cosas que les aburran, tareas
domésticas o cosas que les resulten triviales. Son aves de cielo, por lo que cualquier cosa
que tire de ellos hacia la tierra se encontrará con su oposición. Aparecerán con los planes
más ridículos y con delirios de grandeza. Estos planes te sorprenderán en ocasiones, y a
menudo vendrán acompañados de resultados espectaculares.
Vas a necesitar mucha paciencia, porque a menudo son personas de desarrollo
tardío. No es que no se concentren, tan solo es que su punto de mira se centra en un
rango amplio, y no en el haz estrecho de un ave de tierra. Sus talentos pasan a menudo a
primer plano cuando avanzan a posiciones estratégicas, por lo general superiores en la
escala de trabajo.
Como es de esperar, no insisten demasiado en los detalles, y lucharán por vadear las
tareas escolares que estén repletas de ellos. En historia, por ejemplo, las fechas, las listas
de personas o la maquinaria política del Parlamento en tiempos del rey Jacobo I les
supondrán una gran oportunidad de echarse una siesta. Haz que se interesen en los
patrones de la historia –en cómo las condiciones del Armisticio de 1918 y la
composición de la República de Weimar, combinadas con el temor a otra guerra en las
mentes de las principales potencias europeas, crearon las condiciones para que Hitler
ascendiese al poder– y, de repente, tendrás su atención. Les encanta el «porqué» de las
cosas, mucho más que el «qué». Si le preguntas a tu hijo ave de cielo cómo le ha ido el
día, es probable que obtengas una respuesta del estilo: «Bien», o: «¡Aburrido!». Una
respuesta corta, suave, centrada en el panorama general. Tratar de extraer más
información de ellos puede convertirse en un ejercicio de exprimir piedras.
Por último, hablemos de las reglas. No tienen demasiadas. Tampoco tienen tiempo
para muchas de las reglas de los demás.
En ocasiones, podría parecer como si estuviesen ignorando las tuyas de manera
deliberada. Aunque esa posibilidad existe, lo más probable es que su mente estuviese en
otra parte y que no reconociesen que ahora era el momento en que se suponía que tu

116
regla importante entraba en vigor. Al igual que con la limpieza, envejecerás tratando de
que se den cuenta de ello. Mi consejo es que elijas las reglas de la casa que consideras
más importantes. Reduce las reglas a un máximo de siete. Mantenlas en un lugar visible
y consúltalas siempre que se produzca un incumplimiento. A base de repeticiones,
podrías lograr que se cumplan la mayor parte del tiempo, aun cuando tus hijos no
comprendan su necesidad.
Para ayudarles a crecer necesitas darles un toque ligero y tomarte tu tiempo.
Acabarán encontrando su camino, un camino que probablemente no sea el tuyo. Esto
puede requerir cierto tiempo. Dejemos que exploren lo que les interesa, aunque solo sea
de manera transitoria. Exponles a tantas ideas e indicaciones como puedas –son
investigadores de la vida–. Y, al mismo tiempo, fortalece su tolerancia hacia los detalles.
Ayúdales a que se centren mejor en las pequeñas cosas que les aburren (haz referencia al
mantra 3, sobre todo al «Efecto Sawyer»). Pueden delegar cuando hayan subido la
escalera; en los primeros años, aprender a preocuparse por las pequeñas cosas acelerará
su progreso y aumentará su flexibilidad.
Así pues, hemos descrito a los niños; ¿reconoces a los tuyos? Ahora os toca a
vosotros, los padres.

Padres aves de tierra


Probablemente prestes una extraordinaria atención a tus hijos y sea raro el día en que
vayan al colegio sin su bolsa de educación física. Si leíste primero lo que he dicho sobre
los niños aves de tierra, es probable que puedas anticipar algunas de las cosas que voy a
señalarte y que debes tener en cuenta. Antes que nada, están tus reglas. Estas te van a
resultar importantes y, cuando te conviertas en padre, tener reglas y formas correctas de
hacer las cosas constituirá una manera importante de sentir que tienes el control y de que
estás haciendo lo mejor para tu hijo. Lo que pasa es que tener hijos es un asunto caótico
y complicado. Tiene sentido que trates de limitar ese caos, pero nunca lo eliminarás. Haz
todo lo posible por estar contento con todo lo que estás haciendo. Los musulmanes
tienen un dicho: «La perfección es para Dios». Esa es la razón por la que sus obras de
arte contienen un defecto deliberado. Soy ateo, pero no podría estar más de acuerdo con
ellos. La perfección no existe, sobre todo por lo que respecta a la crianza de los hijos.

117
Un ejercicio útil podría consistir en sentarte y en escribir todas las reglas que
esperas que sigan tus hijos; podría sorprenderte. Puntúalas en una escala del 1 al 10 en
función de lo molesto que te sentirías si se transgrediese cada una de ellas. Pregúntate a
ti mismo: ¿tendría alguna importancia que abandonase esta regla? Los niños crecen
cuando saben dónde están los límites, pero se ven restringidos y estresados si están
demasiado atados y si están presentes en demasiadas áreas de la vida. Una planta no
puede crecer si no cabe en la maceta. Tampoco puede hacerlo un niño si está
limitado por las reglas.
Ten en cuenta que creer que hay una manera correcta de hacer las cosas puede
inhibir la creatividad de tu hijo. Deja que juegue, que cause un desastre, que use el color
equivocado, que juegue con la caja y no con el regalo. Llévalos a cosas divertidas y, a
continuación, deja que sea él quien encuentre la diversión. No trates de organizar el
modo en que se divierte, ni señales cómo lo harías tú. Confío plenamente en que pondrás
en la pared un cuadro para que los niños sepan cuándo deben hacer las tareas domésticas,
cuándo son las vacaciones y cuáles son las fechas importantes para la familia. No dejes
que tu vida esté dictada por este cuadro. Permite que exista cierta espontaneidad; y no
vale prever un día de espontaneidad en el cartel, eso es trampa.
Si tienes un hijo ave de tierra, estará atento al modo en que la vida hace tictac
contigo como un reloj suizo. Ello hará que se sienta seguro. Mi gran consejo es que le
animes a organizarse por sí solo, en vez de ser tú el que orqueste su vida. Ello aumentará
su resiliencia y su sensación de autonomía. Con los padres aves de tierra existe el riesgo
de que el niño se dé por vencido, porque lo que hacen nunca es tan correcto ni está tan
bien planeado ni tan bien ejecutado como lo harías tú. Resiste a la tentación de quitarles
algo mientras les dices: «¡Es más rápido si lo hago yo!».
Y, lo más importante, si tu hijo es un ave de cielo, no lo etiquetes de manera
negativa. Es fácil verlo como un soñador, como una cabeza hueca, como alguien
desconsiderado y como un mono del caos. En realidad, no lo es. Él no es tú. Es probable
que te frustre al no vivir la vida de acuerdo con un plan, y podría parecer que no llega a
ninguna parte –según tu opinión– durante algún tiempo, pero confía en él. Incluso si el
lugar al que llega no significa nada para ti, podría ser el lugar adecuado para él.
Repetiré lo mismo cuando les hable a los padres aves de cielo, porque creo que este
es un punto importante. Mi objetivo al describir a las personas según su tipo es
simplemente el de posibilitar que predigas ciertas preferencias y que las emplees para

118
generar un efecto positivo. El objetivo nunca consiste en limitarlas o en pensar que están
destinadas a ser malas en algo por el mero hecho de que no surgen de manera natural o
porque, de manera instintiva, no les entusiasma la idea. Los niños son muy plásticos, y
eso es lo que se debe fomentar. Sea cual sea el tipo de ave que más se parezca a tu hijo,
anímales a explorar la alternativa. Si les gusta el orden y la regulación, proporciónales
experiencias de espontaneidad y caos que acaben siendo agradables. Si huyen de los
detalles y de las reglas, encuentra una actividad que les resulte divertida –como el
escultismo o las artes marciales–. La flexibilidad es una característica maravillosa que
tendemos a perder durante nuestra edad adulta. Promuévela en tu hijo y este encontrará
más situaciones que les ayudarán a crecer.

Padres aves de cielo


Te resulta más fácil ser el padre divertido que el castigador. Mantener la vista en todas
las cosas que tu hijo «debería» estar haciendo puede ser un duro trabajo. A menudo
resulta difícil castigarle por cosas en las que sabes que tú también habrías hecho. Es
probable que seas bueno haciendo que tu hijo explore cosas –lugares de juegos, juegos
nuevos e intereses diferentes–. Sin embargo, mantener la atención en el estado de sus
deberes, en si tiene lo necesario para la escuela, y en quién pasará a recogerle esta noche
resultará menos natural. Por lo general, tu mente está tan llena de posibilidades que el
zumbido de la vida que te resulta familiar puede convertirse fácilmente en un ruido de
fondo.
Las aves de cielo tienden a contar con una buena capacidad para tolerar la
incertidumbre. Lo bueno de esto es que puedes ser feliz aceptando las cosas a medida
que suceden. Creo que esto es admirable, pero la investigación viene a contradecirme,
pues se ha demostrado que a los niños les gusta un cierto grado de certidumbre, como lo
demuestran los límites, las rutinas y los pijamas favoritos. A medida que la capacidad de
predecir de los niños se vuelve más precisa, no es de extrañar que estos usen a su hogar y
a sus padres como rocas de estabilidad desde las que lanzarse a la incertidumbre del
mundo. Toma conciencia de ello, y ve con cuidado al lanzar una idea casual sobre la
compra de una autocaravana y sobre el hecho de llevar a la familia a una expedición a
Perú. Sé que solo es una idea. Ambos sabemos que probablemente no suceda, pero es

119
divertido pensar en ello. Es posible que para tus hijos no lo sea, así que maneja tus
pensamientos con cuidado al compartirlos con ellos.
Si tu hijo coincide con tu tipo de ave, te divertirás mucho explorando diferentes
cosas, y estarás contento de que adquiera y abandone ciertos intereses. Existe el peligro
de que apliques una presión involuntaria para que comparta tus propios intereses.
También existe el peligro de que, en el caso de que sus intereses te aburran, no pases
tiempo con él. Tu tolerancia al tedio es bastante baja, así que contrata a alguien para que
empuje el columpio en caso ser necesario. Es probable que tu hijo sea muy curioso. Una
de las cosas que más lazos afectivos crea es que te tomes el tiempo necesario para
explicarles el mundo a tus hijos, para abrirles los ojos a sus maravillas y para llevarles a
lugares que les hagan dudar. Más tarde, a lo largo de la vida, apreciarán vuestros viajes
al museo o el día en la exposición de su última afición, o, cuando sean mayores, el hecho
de compartir opiniones sobre política (o sobre cualquier otra cosa). La clave consiste en
evitar la excesiva certidumbre y en evitar ser preceptivo. Dales permiso para pensar en
alto, para aportar ideas y para tener opiniones sin que sientan que corren el riesgo de tu
desaprobación.
Si tu hijo es un ave de tierra podrías tener dificultades para conectar con él, puesto
que su mundo es muy diferente del tuyo. Algo clave que hay que recordar es que,
además de las cosas que te importan a ti, hay cosas más importantes para él. Observa y
escucha sus reglas y sus preferencias. No le menosprecies por tenerlas. Aunque te resulte
fácil etiquetarlas como rebuscadas, quisquillosas, autoritarias, aburridas o pedantes, no lo
hagas. Él no es ninguna de esas cosas, él no es tú. Tu hijo encuentra confort en la rutina
y en hacer las cosas de una determinada manera, del mismo modo que a ti te resulta
apasionante la innovación. El hecho de dejarse guiar por su instinto le resulta aterrador.
Le gustan las instrucciones claras y cree que siempre existe un modo correcto de hacer
las cosas. A medida que se hace mayor, existe el riesgo de que piense que la suya es la
única manera de hacer las cosas, así que su adolescencia podría resultar interesante.
Probablemente no comprendas por qué se toma su tiempo para hacer algo, cuando
claramente puedes ver el siguiente movimiento. Es su vida y la vivirá a su manera, por
mucho que le señales adónde debe dirigirse. Como ves, construye algo que es suyo.
Al igual que lo hice con los padres aves de tierra, voy a animarte a aumentar la
flexibilidad de tu hijo. El propósito de señalar una de sus preferencias no consiste en
limitar a tu hijo con una etiqueta, sino en que comprendas el modo de usar lo que surge

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de manera natural en él, y en evitar las diferencias que surgen al crear cierta distancia
entre vosotros. Aunque los niños podrían preferir las aves de tierra frente a las aves de
cielo, o viceversa, son increíblemente adaptables y es perfectamente posible hacer más
flexible su forma de comportarse al darles la oportunidad de practicar lo que subyace en
el otro extremo de este contínuum. Exigir el máximo esfuerzo a tu ave de tierra
proporcionándole experiencias que requieran que se deje llevar, que improvise y que
suelte las riendas le ayudará a crecer. Hacer que tu ave de tierra tenga que centrarse en
los detalles y aprender los beneficios de las reglas también le servirá de ayuda. Si puedes
criar a un hijo para que sea capaz de moverse entre ambas preferencias, tendrás a un
adulto que se sentirá tan cómodo con el funcionamiento de las cosas como con el modo
en que podría proceder si algo cambiase.

Vista, sonido, pensamiento y sentimiento


En esta etapa voy a dividir las aves de tierra y de cielo en cuatro nuevas categorías
partiendo de la idea de que tenemos una preferencia por aquel sentido al que prestamos
una mayor atención. Algunos niños serán aves de vista (sentido de la vista), otros serán
aves de sonido (sentido del oído), otros serán aves de sentimiento (cinestésico), y otros
podrían comenzar a perfilarse como aves pensadoras. Hablaré de ellas en último lugar.
Una vez más, lee estas descripciones y observa si alguna de ellas concuerda contigo.

Niños aves de vista


Espero que tengas mucha energía. Desde el momento en que abren sus ojos hasta que los
cierran, es muy probable que los niños aves de vista se encuentren en movimiento. Si
puedes, conéctalos al suministro de energía de tu casa; bajarán las facturas de manera
sustancial. Podrían disfrutar disfrazándose desde una edad temprana, sentir atracción por
las cosas brillantes, e incluso comenzar a tener una opinión sobre lo que deberían vestir y
sobre el modo en que les gustaría que se viese su pelo. Asimismo, si son aves de cielo,
su capacidad de atención será efímera porque seguirán distrayéndose a causa de su
siguiente cosa favorita. Las aves de vista tienden a asimilar las cosas con mucha rapidez,
por lo que necesitan una estimulación constante para no aburrirse. Es probable que el
tiempo que pases con ellas sea muy importante. En cierto modo, miden lo mucho que te
preocupas por ellas en función de la atención que les prestas, de tal forma que pueden

121
tener un coste de mantenimiento bastante alto. Con estos niños, no puedes sustituirte por
un videojuego.
Si tienen hermanos, podrían permanecer sumamente atentos a la equidad de lo que
le das a cada uno, ya que los regalos tienen un significado especial para ellos –es decir,
son bolsas de amor–. Si perciben que su hermana o su hermano está recibiendo más que
ellos, lo verán como la expresión de una preferencia, así que prepárate para los
berrinches y la búsqueda de atención. Si existe una situación en la que uno de los dos
recibe algo que el otro no tiene, asegúrate de explicarles la razón de ello. Cuando sean
ellos los que se beneficien, recuérdales que esta es una de esas ocasiones en las que sus
hermanos no reciben nada. Esto podría resultar de ayuda. Un poco.
A medida que se hagan mayores, su propio espacio adquirirá una mayor
importancia para ellos. Querrán una habitación, o parte de una, para hacerla suya. Serán
bastante posesivos con sus cosas, y a menudo tendrán dificultades para compartir sus
juguetes y su ropa. No es que sean egoístas, es solo que temen que otras personas «echen
a perder» lo que tienen. En otros aspectos, serán tan generosos y amables como los críes.
Si quieres ayudarles a crecer, dales espacio para correr, tanto literal como
metafóricamente. Estar encerrados hará que ambos enloquezcáis, así que déjales espacio
para quemar energía. Abre sus ojos a la belleza de las cosas –programa muchas visitas a
las galerías y a los museos–. Exponles de la forma más económica posible a las artes y a
la artesanía. Es probable que prueben muchos tipos diferentes de artes. El tiempo que
pasas con ellos equivale a los regalos que reciben, cada segundo es amor, así que si, de
repente, a causa de tu trabajo pasas a estar a su disposición menos tiempo, prepárate para
los berrinches y el comportamiento inseguro; haz todo lo posible por compensarlos.

Niños aves de sonido


Tapones para los oídos. Compra unos cuantos. Pasarás de: «No veo la hora de escuchar
sus primeras palabras» a: «Haz que pare» en cuestión de meses. Las aves de sonido
soportan el sonido. Los móviles infantiles musicales son indispensables; es probable que
el ruido de fondo les consuele, pero no tanto como tu voz. Una vez que estos niños
descubran su voz, la usarán para llenar cada espacio en el que se hallen; el silencio no es
una opción. Si pones un juguete en su cuna hay muchas posibilidades de que le hable
durante algún tiempo.

122
La música podría ser un amor temprano y, casi con toda seguridad, uno posterior, si
tu hijo termina enamorándose de un cantante o de un instrumento. Consuélate con la idea
de que, si estás escuchando a un niño de ocho años aprendiendo a tocar el violín o la
guitarra eléctrica, ello quiere decir que al menos no estás escuchando su monólogo
interior. Si es un ave de tierra, nunca serán capaces de darte una respuesta corta a nada.
A veces parecerá que la narración de su día en la escuela parece precisar tanto tiempo
como el día en sí. Si la paciencia fuese una píldora... Si, en lugar de ello, tu hijo fuese un
ave de cielo, el nivel de detalle podría ser menor, pero a cambio te verías bombardeado
por su imaginación y se esperaría que te sumases a ella. A menudo, sobre todo con aves
de sonido extrovertidas, los padres no pueden limitarse a leer las historias, sino que
deben representarse con tantas voces como puedan reunirse. A medida que crezca te
convertirás en una caja de resonancia para sus ideas y sus sueños. Deja que los tengan,
consiéntelos, aplasta tan pocos como sea posible; su imaginación puede ser su futuro.
Tu hijo sabrá que le quieres si se lo dices, y potencialmente solo si se lo dices.
Díselo en primer lugar y díselo a menudo. Asegúrate de decirlo en serio cuando lo hagas,
porque tu hijo podría notar la diferencia. No hagas promesas que no puedas mantener.
Pronto descubrirás que tu hijo lleva la cuenta y que es capaz de repetir la conversación
palabra por palabra. No hay escapatoria, así que ten cuidado con lo que prometes.
Además, sé consciente de tu tono de voz. Los niños aves de sonido pueden resultar
heridos profundamente a causa de la crítica verbal, del sarcasmo y de una palabra
desagradable –y, como sucede con el resto de palabras, no las olvidarán.
Prepárate para que los profesores se quejen de las interrupciones de tu hijo. Lo que
suele significar es que está hablando en clase. Por supuesto que lo hace; así es como
aprende. Los buenos profesores escucharán aquello de lo que está hablando, mientras
que los malos profesores se limitarán a decirle que se calle y que escuche –esto es, que
deje de aprender–. Protégele de ello.
Para ayudarle a crecer, dale tiempo. Sé su caja de resonancia. Bríndale experiencias
interesantes de las que pueda hablar, despierta su curiosidad sobre el mundo. Únete a él
en su aprendizaje: así es como puede aprender mejor. Estate atento a su interés por lo
verbal o por lo musical y aliméntalo. Haz que el hecho de leerle por las noches sea parte
de su ritual nocturno –todo padre debería hacerlo, pero en el caso de las aves de sonido
es especialmente importante–. Haz que la última cosa que escuche cada noche sea: «Te
quiero». Con el tono de voz adecuado.

123
Niños aves de sentimiento
De todos los tipos de niños, estas pequeñas personas serán aquellas para las que un
abrazo de su madre o de su padre representará el santo grial. Este tipo de niños también
puede tener un coste de mantenimiento alto, porque son tan sensibles a su entorno que
todo tendrá que ser correcto. Desde el principio mostrarán una preferencia por los
materiales que más les gusta tener al lado de su piel. Llorarán al tener demasiado calor o
demasiado frío. Los mecerás demasiado fuerte o demasiado suave... en realidad, la lista
puede ser interminable. Como señalé en Lovebirds, los adultos aves de sentimiento
parecen estar envueltos en una persecución permanente de la perfección sensorial, que
pasará de una camiseta favorita que se negarán a dejar de usar hasta que se les caiga a
una fijación adulta con el café perfecto.
Las aves de sentimiento aprenden haciendo y copiando. Un día podrías entrar en la
sala de estar y encontrar la televisión desmontada porque su inteligencia a menudo reside
en lo práctico. Esto podría ocasionar problemas en la escuela, sobre todo a partir de los
diez años de edad, porque las escuelas no tienden a abastecer su estilo de aprendizaje.
Una vez que la clase se convierte en una secuencia de «sentarse, escuchar y ver», en
lugar de dar vueltas y de hacer cosas, los niños de sentimiento pueden aburrirse y ser
etiquetados como personas problemáticas a medida que se desplazan a la parte trasera
del aula y comienzan a lanzar cosas a sus compañeros. A menudo abandonan la escuela
como personas con aparentes dificultades académicas, con la creencia de que no son
demasiado inteligentes. En realidad, lo que muestran es que su inteligencia no es la de la
clase de niños que son adecuados para las escuelas.
Con suerte, encontrarán su camino en un trabajo en el que su espíritu práctico sea
un activo, como la restauración, la ingeniería, la electrónica, y el aprendizaje de la
enfermería mediante la práctica, en vez de tener que asistir cuatro años a la universidad.
Hacer que tu hijo realice movimientos físicos –del estilo de las clases de
psicomotricidad fina y gruesa– desde bien temprano es una gran idea. Introducirle a la
mayor variedad posible de deportes y de actividades activas le llevará a enamorarse de
algo que podría durar toda la vida.
Ante todo, fomenta su tacto. El contacto físico es un ingrediente vital de su
bienestar; tu hijo sabrá lo mucho que le quieres por la frecuencia con la que le das un
abrazo de manera espontánea, y sentirá la frialdad de tu desaprobación con la retirada de

124
tus caricias. De entre todos los tipos de niños, estos serán los últimos en ser demasiado
mayores para recibir un beso de buenas noches, lo que constituye un dolor si viven muy
lejos de ti.
Para ayudarles a crecer, recompensa su espíritu práctico con la misma firmeza con
que recompensarías la destreza académica de otro niño. Honra sus modas y sus
sensibilidades, pero no permitas que se vuelvan demasiado valiosas. Sácalos fuera de su
zona de confort literal.
Ten en cuenta que a menudo no ven bien el futuro, por lo que el modo en que se
sienten en el momento presente puede confundirse fácilmente con el modo en que se
sentirán para siempre, lo que hace que el dolor, el malestar o la tristeza parezcan peores
en su caso que en los demás. Un abrazo tuyo es medicina. Introdúcelos a la diversión de
crear cosas. Haz todo lo posible por ser tolerante con todo lo que destrozan en su proceso
de aprendizaje –serán muy activos–. No quites la vista de tu radio, tu reloj, tu coche...

Niños aves pensadoras


Llevo a estos niños en mi corazón porque soy uno de ellos. Pienso en ellos como un
subconjunto de los otros tres tipos porque no creo que nazcamos de este modo; creo que
aprendemos a ser de esta manera. En esencia, las aves pensadoras crecen apartándose del
mundo y refugiándose en sus cabezas. Veo muchos casos así en la terapia. Por lo
general, sus problemas se centran en no sentir que pertenecen a este mundo, en un miedo
a mostrar o a experimentar emociones, y en una sensación de estar desconectados. En
estos casos, creo que su infancia incluía cosas cuya vista, sonido o sentimiento, no les
gustaba. No siempre eran cosas importantes y horribles, a menudo era el goteo de la
desaprobación, de la desilusión y del no ser comprendido que provenía de sus padres.
Pero no creo que eso sea todo. Creo que, en ocasiones, las aves pensadoras pueden ser el
resultado de hijos únicos abandonados a su propio entretenimiento, de niños a los que no
se les dio la oportunidad de mezclarse con sus iguales, de haberles obligado a estudiar en
detrimento del contacto social, o de una perturbación en el hogar tal como un divorcio o
un conflicto entre los padres, que les obligaba a refugiarse en su cabeza, el único lugar
del que disponían.
Esto suena mal. Acabo de leerlo y casi siento lástima por mí mismo, pero no todo es
negativo. No lo es –únicamente puede resultar complicado acercarse a ellos–. Las aves

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pensadoras necesitan darle sentido a todo, así que tendrán una curiosidad implacable por
cualquier cosa que les interese –es extraño que no sean expertas en algo–. No harán algo
que no tenga sentido para ellas, no saldrán de la cama sin un plan, y se les dará bastante
mal esconder el hecho de que piensan que alguien está equivocado.
Esta clase de niños pasa gran parte del tiempo en sus cabezas. Aunque estén
sentados a tu lado podrías tener la sensación de que se encuentran a kilómetros de
distancia. Es muy probable que así sea. Siempre tienen una conversación en su cabeza.
Tu trabajo como padre consiste en hacer que esta sea una conversación buena, y no en
una sobre lo poco queridos o lo tontos que son. Así pues, los mensajes que les envías son
clave para saber si su voz interior es su mejor amiga o su peor enemiga. Puedes imaginar
qué versión de estas dos es la que me llama para pedirme cita –y donde se origina la
mayor parte del diálogo negativo–. Podrían parecer reservados porque mantienen sus
pensamientos encerrados dentro de sí, y en ocasiones pensarán que dijeron en alto algo
que te dijeron en una conversación interna. Como consecuencia de ello, habrá muchas
protestas del estilo: «¡Pero si te lo dije!», así que no vayas directo a la idea de que están
mintiendo.
Suelen tener un buen rendimiento académico. Aunque te preocupes por su lejanía o
su distancia ocasional, en muchos aspectos de la vida acabarán teniendo éxito. Su mayor
desafío es ser felices. Es una suerte que haya escrito este libro.
Las aves pensadoras emergen durante la infancia, lo que significa que tienen otra
forma –ave de vista, de sonido o de sentimiento– por debajo. Un niño que es una
combinación de ave pensadora y otra de sentimiento suele ser indeciso, ya que es una
mezcla a partes iguales de cabeza y corazón. Saber por qué apostar –entre lo que te
parece correcto y lo que tiene más sentido– puede ser una verdadera lucha. Este niño
podría ser menos afín a su cuerpo y a su entorno que el promedio de las aves de
sentimiento.
El ave pensadora combinada con el ave de sonido implica que es probable que sean
más locuaces y que estén más abiertas que la mayoría de aves pensadoras, y también que
se desanimen con mayor facilidad a causa de las personas que les rodean.
Las aves pensadoras que comenzaron como aves de vista podrían desaparecer con
los materiales de pintura y no emerger hasta haber terminado una versión de la Capilla
Sixtina en su dormitorio.

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Para ayudarlas a crecer, dales muchas oportunidades de conectar con sus cuerpos a
través del deporte y de otras actividades físicas. Anímalas asimismo a conectar a nivel
emocional –una mascota es una gran idea– y a estar a gusto expresando sus sentimientos.
Anímalas haciendo todo esto tú mismo. A menudo temen que el hecho de dejarse
emocionar las lleve a sentirse abrumadas. Enséñales lo contrario.
Después de haberte mostrado algunas de las razones por las que las diferencias
entre tus hijos y tú podrían ser la fuente de algunos de los desafíos que estás teniendo,
me gustaría añadir otro tipo de diferencia que tiene un impacto mayor en el modo en que
vemos el mundo e interactuamos con los demás. Estoy seguro de que habrás usado estos
términos en muchas ocasiones, pero yo voy a hacerlo de un modo particular.

Introvertidos y extrovertidos
¿Qué es lo que te gusta hacer al término de tu jornada laboral? ¿Salir por ahí y hacer vida
social con tus amigos, o retirarte a la bañera en busca de una lectura tranquila y un buen
libro? ¿Qué suele hacer tu hijo al regresar de la escuela? ¿Deja la bolsa y sale corriendo
para jugar con sus amigos, o se sienta tranquilo y mira la televisión o juega con el
ordenador?
En términos sencillos, y con eso me refiero a los míos, los extrovertidos obtienen la
energía de las personas, mientras que los introvertidos pierden energía con la gente. Esto
es un contínuum, así que las personas se sitúan en cualquier lugar entre estos dos
extremos. Al igual que con mis descripciones previas, voy a describir los elementos
significativos de cada tipo, confiando en que reconozcas que tal vez necesites diluirlos si
tu hijo o tú caéis en algún punto entre los dos extremos.
Si alguna vez organizas una fiesta, los extrovertidos son la clase de personas que
necesitas asegurarte de invitar. En primer lugar, porque es más probable que vengan que
tus amigos introvertidos, que se quejarán de ello todo el día y buscarán una excusa para
no presentarse y, en segundo lugar, porque se relacionarán y harán algo de ruido al
llegar, en vez de dirigirse a la cocina o a cualquier esquina oscura que esté disponible. Es
clásico que, si una pareja que presente esta característica llega a la fiesta, la persona
extrovertida se deslizará hasta la sala de estar, se desplazará de un invitado a otro, hará
nuevos amigos, se comunicará con sus antiguas amistades y será el alma de la fiesta. La
persona introvertida aprovechará la entrada de su pareja como una distracción mientras

127
encuentra un lugar seguro y explora la habitación en busca de algún conocido. En caso
de no sentirse cómoda en el grupo, se difuminará en el papel pintado de la pared. Y
entonces, en algún momento de la noche, su pareja extrovertida, a la que probablemente
no haya visto desde que entraron por la puerta, hará por encontrarla, la cogerá de la
mano y le dirá: «Ven y vamos a pasarlo bien». Lo que quiere decir: «Ven y vamos a
hacer que me lo pase bien».
Este malentendido sobre las necesidades de cada uno puede extenderse a los padres
y los hijos. Los niños extrovertidos necesitan mucha estimulación porque pueden
aburrirse enseguida. El hecho de que haya personas a su alrededor es un requisito
indispensable para que se desarrollen. Es probable que sean ruidosos, escandalosos y
sociables. Se harán amigos de cualquier persona y se perderán en el supermercado si ven
algo que les resulta interesante –sobre todo otras personas–. Cuando se hagan mayores,
pasarán mucho tiempo con sus amigos o comunicándose con ellos. Conseguir que dejen
de enviar mensajes de texto durante la cena será mucho pedir. Por lo que respecta al
estudio, no tiene mucho sentido encerrarlos en sus habitaciones hasta que hayan acabado
sus deberes. Permitamos que lo hagan en la mesa de la cocina, que hablen por Skype con
sus amigos mientras completan sus tareas, o que tengan compañeros de estudio. En su
caso, el silencio no conduce a nada. Asegúrate de que, si les consigues un teléfono y
pagas sus facturas, tengan mensajes de texto ilimitados y un control estricto de cuánto
tiempo llevan enviándolos o, de lo contrario, la factura del móvil y la hipoteca serán muy
similares.
Por otro lado, a un niño introvertido se le da mucho mejor divertirse consigo
mismo. Es probable que desaparezca en su habitación durante horas y que se sienta feliz
jugando con sus juguetes y su imaginación. Su capacidad de concentración es buena. A
menudo se interesará en una afición o en un interés que perseguirá con una pasión
tranquila. Hará amigos más lentamente que los extrovertidos, y es probable que su
círculo de amigos sea pequeño. Una cualidad necesaria que han de tener los amigos de
las personas introvertidas es que no exijan de ellas su atención constante; podrían
quererte hasta la muerte y estar preparados para donar un riñón por ti, pero en realidad
solo sienten la necesidad de verte o de hablar contigo tres o cuatro veces al año. Por lo
que respecta al estudio, los niños introvertidos necesitarán encerrarse en un lugar
tranquilo. La peor de todas las actividades serán los trabajos en grupo. Hasta que se
sientan cómodos con un grupo, serán reacios a hablar ante el resto de integrantes. De

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hecho, mientras que los extrovertidos se sienten bastante felices al expresar sus
pensamientos en alto, incluso si no se han parado a pensarlos, los introvertidos tienen
una actitud mucho más privada y solo ofrecerán algo cuando estén seguros de ello.
Cuando doy clase, siempre ofrezco a mis alumnos la oportunidad de que me pregunten –
y animo al grupo diciendo que la única pregunta estúpida es aquella que no se plantea–.
Los extrovertidos alzarán sus manos felizmente y preguntarán algo que pruebe esa idea,
mientras que muchos introvertidos esperarán hasta el descanso, cuando más ganas tengo
de orinar, para acercarse sin hacer ruido y decir: «Me preguntaba una cosa...».
En el pasado, observé que algunos padres señalaban a ciertos niños y les decían a
sus propios hijos: «¿Por qué no puedes ser como estos niños?». Por lo general, señalaban
a las versiones junior de sí mismos. A los padres introvertidos les gustarán los niños
tranquilos, emprendedores y que no armen escándalo. A los padres extrovertidos les
gustará (y esperarán) que sus hijos sean escandalosos, ruidosos, que actúen juntos y que
creen un poco de caos. Su respuesta habitual a un momento de reflexión de sus hijos
consiste en decir: «Estás muy tranquilo, ¿pasa algo?». Es fundamental que les dejes
seguir su naturaleza y que no se ajusten a la tuya. Veo clientes que han sido etiquetados
como tímidos toda su vida, cuando en realidad eran personas introvertidas en una casa
extrovertida. Además de llamarlos tímidos y aburridos, otras de las etiquetas comunes
que atan alrededor de los tobillos de sus hijos son «poco aventureros» y «poco
populares».
También he visto clientes a los que se les dijo que eran fanfarrones, sabelotodos
creídos que necesitaban ser el centro de atención. Clientes que crecieron con miedo a
mostrar su potencial. Lo has adivinado: extrovertidos criados por padres introvertidos.
En la escuela, los profesores introvertidos que no comprenden esta importante diferencia
etiquetarán a sus alumnos extrovertidos como perturbadores y desobedientes –y
sugerirán incluso que tienen Trastorno por Déficit de Atención–. Los profesores
extrovertidos decidirán que sus pupilos introvertidos no se están interesando lo suficiente
o que no están interactuando bastante con sus compañeros. ¿Adivinas a quién obligarán a
ponerse de pie y a responder a las preguntas ante la clase para ayudarles a salir de su
caparazón? ¿Adivinas cuántos de ellos vienen a verme en su vida adulta con temor a
hablar en público?
Un último par de distinciones que, si suponen una diferencia entre tú y otra persona
cercana a ti, van a producir fuegos artificiales...

129
Juzgadores y Perceptores
A los Juzgadores les gusta llegar hasta el final de las cosas, llegar a una conclusión,
cerrar los temas. Indícales una fecha límite y no serán felices a menos que la superen. A
los Perceptores les gusta la apertura, las posibilidades y las opciones. Proporciónales una
fecha límite y comenzarán a negociar una ampliación. He tenido que arrebatar los
exámenes de las manos de los Perceptores porque el hecho de entregarlos cierra la puerta
a la posibilidad de cuál podría haber sido su resultado si hubiesen tenido algo más de
tiempo.
Si esta es la diferencia entre tus hijos y tú, tienes trabajo por delante. Imagina una
pareja formada por un Juzgador y por un Perceptor yendo de compras. Esto es lo que
oirías por parte del Juzgador: «¡No puedo creer que nos hayas tenido paseando por el
pueblo durante horas buscando en todas las malditas tiendas algo que vimos en la
primera en la que entramos!». ¿Te resulta familiar?
Para los Juzgadores, el tiempo está conectado con los modales. «Preferiría llegar
una hora antes que un minuto tarde» es uno de sus adagios. Para un Perceptor, «No sé
adónde ha ido a parar el tiempo» es el saludo más común que pronunciarán,
aparentemente sin tener idea del impacto que su tardanza podría tener en los demás. Si
llegas tarde a un encuentro con un Juzgador, este lo verá como una falta de educación; si
llegas a tiempo a una cita con un Perceptor, este no estará listo.
Tanto Juzgadores como Perceptores podrían ir de mochileros por el mundo, pero
mientras que el Juzgador partiría con un itinerario detallado, sabiendo con exactitud
dónde va a quedarse durante ese período, qué va a hacer cuando llegue allí y cuáles son
los nombres de la tripulación de cabina de cada vuelo, el Perceptor se presentará con un
billete de avión con la vuelta abierta; además, es probable que pierda su primer vuelo
pero no parecerá preocupado por ello, se quedará en cada lugar durante un período de
tiempo aleatorio y regresará a casa seis meses después de la fecha prevista pensando que
ha tenido un horario bastante apretado.
Si eres un padre Perceptor y tienes un hijo Juzgador, la mejor descripción que
puedo ofrecerte es por analogía. Si veías la serie de televisión Absolutamente fabulosas,
y recuerdas la relación entre la madre, Edwina, y su hija, Saffy (Saffron), te parecerás
mucho a ellas ante los desconocidos, con un niño que te organiza más que tú a él. Es
probable que a medida que crezcan sacudan su cabeza con incredulidad ante las

130
elecciones de tu vida, mientras que tú no comprenderás por qué no se relajan y huelen
más las rosas. Como puedes ver, es probable que las etiquetas negativas vuelen por aquí.
Por un lado, te dirán que eres grosero, desconsiderado, incoherente, poco de fiar y un
cabeza hueca. Por otro, te dirán que eres un fanático del control estrecho de miras,
obsesivo e implacable. Esto dará lugar a algunas conversaciones interesantes durante la
cena –si el Perceptor aparece.

Comprender la diferencia como padre


El principal beneficio que deseo que obtengas de la lectura de esta sección es esta idea
de que todos nosotros somos diferentes y que estos son algunos de los modos en que
podemos describir esas diferencias. Me gustaría que estas diferencias sean un lenguaje
que abra vuestros comportamientos, vuestras actitudes y vuestras creencias comunes a
una conversación entre vosotros que no desemboque en insultos y en portazos. Tus hijos
tienen razones para hacer las cosas del modo en que las hacen; simplemente no son
tus razones. He descubierto que resulta muy liberador ver el comportamiento de mis
hijos a través de la lente de estos tipos de aves porque detiene el impulso que tengo a
hacerlo sobre ellos como persona. Ello me recuerda que el modo en que veo el mundo es
tan solo una elección y una versión de ese mundo. Esperar que mis hijos –o que
cualquier otra persona– se adapte a esa versión parece ridículo y erróneo. Pasar tiempo
mirando el mundo a través de una mirada alternativa te mantiene joven. Esto resulta muy
útil cuando la mayoría de cosas que hacen tus hijos parecen envejecerte de manera
prematura. Todo es cuestión de equilibrio.
Una gran lección que aprendí como padre (y que me hubiera gustado aprender
mucho antes) fue que, en lugar de desear que mis hijos fuesen más como yo quería que
fuesen, necesitaba pensar en la clase de padre que a ellos les gustaría que fuese yo.
Todos nosotros somos grandes padres, pero, ¿quién necesita nuestro hijo que seamos
para poder crecer y prosperar? Esta es una pregunta que nunca pierde su relevancia,
sin importar la edad que este tenga. Se trata del modo en que sacamos lo mejor de él, y
no del modo de conseguir el viaje más fácil para ti como padre. Y, por extraño que
parezca, al hacerlo, tu viaje se volverá más fácil.
No solo resultarán de ayuda las diferencias entre tu hijo y tú. Conocer los tipos de
aves de todas las personas que viven en tu casa –incluidos tu pareja, tus abuelos o

131
quienquiera que componga esa familia única– proporcionará una rica cantidad de
comprensión sobre las dificultades que la gente que vive junta crea de manera inevitable.
Saber que tu pareja es un ave de tierra y que tú eres un ave de cielo te ayudará a
comprender por qué estas dificultades parecen más complicadas en el caso de los niños
que en el tuyo (al menos, según tu punto de vista). No están siendo duros, tan solo tienen
ideas diferentes sobre el modo en que deben lograrse las cosas (pero advierte lo fácil que
les resulta a las palabras negativas entrar de manera sigilosa). Por la misma razón,
únicamente porque no te acuerdes de hacer que tachen los deberes de la lista del
planificador de pared no significa que no te preocupes por ellos. Tan solo es una
diferencia. Hablad de ello. Si eres una persona extrovertida, que tu pareja no quiera
entrenar al equipo de natación o recaudar fondos para la AMPA no quiere decir que no
esté comprometida con los niños. En su caso, preparar los bocadillos o crear una página
web también es contribuir. Tener un niño que nunca parece abrirse a ti no significa que
estés fracasando como padre o que no te quiera –podría ser un ave pensadora–. No
sugieras que, de algún modo, es raro, o acudirá a mi clínica veinte años después
diciéndome que, de algún modo, es raro. Si la idea que tiene tu hijo de un gran día no es
la de embarrarse, podría ser un ave de vista a la que le gusta estar reluciente en todo
momento. Si ni siquiera puede dejar que te bañes en paz sin decirte algo más sobre su día
desde la puerta del baño, es probable que sea un ave de sonido. Si no te importa que tu
ropa interior sea sintética y a cuadros, pero sí le importa a tu hija, lo más probable es que
ella sea un ave de sentimiento y que tú seas un pensador.
Con demasiada frecuencia, a las personas que se sientan frente a mí en busca de
ayuda no les pasa nada, per se, aparte de lo que les han inducido a creer sobre sí mismas
como resultado de las etiquetas que sus padres les pusieron. Esos padres no tenían la
intención de herirlas, sino todo lo contrario. Estaban tratando de hacer que sus hijos se
adaptasen a su comportamiento de maneras que ellos pensaban que harían que estuviesen
más seguros y que fuesen más felices –esto es, que fuesen más como ellos–. Lo más
difícil es recordar que nuestros hijos no son juguetes por control remoto. Hacer las cosas
a su manera les funciona. Nuestro trabajo consiste en guiarlos para que sean mejores
guiándose a sí mismos. Para hacer eso tenemos que comprender su sistema de dirección,
y no tratar de que funcionen con el nuestro.

132
Meditar sobre el mantra 6:

Esta es una meditación para toda la vida. Al menos así ha sido para mí.
Siempre que alguien esté haciendo algo que le resulte irritante o frustrante o cuando
parezca que esté loco, pregúntate a ti mismo:
«¿Refleja lo que está haciendo esa persona una diferencia entre nuestras
personalidades o el tipo de persona que es?».
Recuerda, si tus hijos te causan dolores de cabeza, tus nietos se tomarán la
venganza por ti.

133
MANTRA 7:
Criar a niños con un LCI requiere valentía

Los que luchan, los que huyen y los que se paralizan


La tesis que propongo en este libro es que nuestra respuesta de protección ha sido una
gran arma en la armería de nuestra evolución, que nos ha mantenido a salvo de los
predadores y de diversas amenazas físicas durante millones de años. Sin embargo, esta
respuesta de protección actúa en contra nuestra al emplearla en respuesta a las amenazas
contra la autoestima que perciben nuestros cerebros. Digo «en contra nuestra» porque no
solo es inadecuada para esta tarea, sino que, en realidad, es contraproducente. El sistema
de protección reduce nuestra capacidad para pensar de manera clara durante el tiempo
que está en funcionamiento. Reduce el control que podemos ejercer de manera
consciente sobre nuestro comportamiento. En un mundo moderno, nuestro ingenio
desaparece en el horizonte con un tigre imaginario en sus talones cuando más
necesitamos no perderlo.
No hay nada mejor para salvarte de los seres con dientes afilados y puntiagudos,
pero no hay nada peor para protegerte de las críticas de tu jefe, del potencial ridículo de
una audiencia, o de la decepción de la pareja.
He descrito el modo en que nuestra cultura no está resultando de ayuda. Los
anunciantes usan nuestra falta de autoestima para vendernos productos que, según nos
dicen, la reforzarán. Los medios de comunicación se centran en lo peor de la naturaleza
humana como entretenimiento. El desastre y la mala fortuna constituyen las principales
características de nuestras noticias. Tal vez nuestros gobiernos fomenten una atmósfera
de amenazas para convencernos de que necesitamos su liderazgo. Todos estos factores
externos implican que a muchos de nosotros se nos lleva a un estado de protección con
más frecuencia de la necesaria. Y luego están nuestros padres.
El objetivo de este libro consiste en hacer que pienses en dos cálculos muy sencillos
cuando estés con tus hijos: «¿Se encuentran en un estado de crecimiento o en uno de
protección innecesaria?», y: «¿Está contribuyendo mi crianza a que desarrollen un

134
LCI o un LCE?». Los cerebros de nuestros hijos se adaptan a aquello a lo que están
acostumbrados. Cuanto más perciban que viven en un mundo en el que la protección es
necesaria, más evidencias encontrarán de la necesidad de esta protección en el mundo y
por parte de las personas que les rodean. Aprenderán a presuponer la existencia de
riesgos y de amenazas en cada situación y con cualquier persona (lo que piensa el
pensador...). Llevarán una vida de protección, lo que aumentará los riesgos para la salud,
reducirá sus posibles opciones y limitará las cosas que se atreven a hacer con sus vidas.
Sin embargo, si son capaces de ver el mundo como un lugar en el que crecer, sus
cuerpos experimentarán un menor estrés, anticiparán menos restricciones en sus
elecciones, y podrán perseguir su potencial. Si se les dice que son testarudos y difíciles
desde el mismo día en que nacieron, entonces se encargarán de responder a los demás de
un modo muy diferente a si hubiesen sido identificados como personas flexibles y
relajadas. Las palabras que emplean sus padres para describirlos pueden llegar a
determinarlos –y marcar la diferencia entre pasarlo mal en el interior de la imagen que
tienen de sí mismos o crecer libres para decidir por sí mismos quiénes son.
Si nuestras experiencias nos conducen a vivir como una persona que vive
principalmente en un estado de protección, la clase de persona que tenderemos a ser
podrá dividirse en tres categorías que reflejan las respuestas que el sistema de protección
desarrolló para mantenernos a salvo. Volviendo al tigre diente de sable, ¿cuáles
considera nuestro cerebro que son las mejores respuestas ante un diente de sable que nos
ataca con la idea de comernos? Podemos luchar, huir de él o paralizarnos y esperar que
no nos vea. A nivel individual, tendemos a favorecer una de estas tres reacciones sobre
las demás. Permíteme que use tres clientes como modelos: Sharon, Kevin y Louise. Cada
uno de ellos viene a verme por problemas de confianza. Imagina que, al volver atrás para
encontrar el Acontecimiento Emocional Significativo que creían que estaba en la raíz de
su baja autoestima, los tres describiesen el mismo incidente de la infancia. Dejaré que
Sharon lo describa:
«Tengo unos ocho años y estoy en casa con mi mamá. Quiero que juegue conmigo,
pero mi hermano pequeño no se encuentra muy bien, así que no tiene tiempo. Parece
que, ahora que él está aquí, ya no tiene tiempo para mí; siempre está jugando con él.
Cuando ella dice “no”, yo le grito y ella me abofetea».
Hasta aquí el desarrollo es el mismo: la clásica ocasión en la que una niña puede
evaluar la situación desde su posición singular y concluir que no es amada del todo, o

135
que la quieren menos que a otra persona. Esto abre una grieta en la creencia anterior de
que se encontraba en el centro del universo de sus padres. En este punto, las respuestas
entre los tres clientes divergen.
Sharon me dice: «Corro a la habitación de mi hermano y rompo uno de sus
juguetes».
Kevin dice: «No puedo moverme. Todo lo que veo es la cara enfadada de mi madre
que me amenaza. Creo que cierro los ojos y que me encojo hasta que se ha marchado».
Louise me dice: «Parece muy enfadada, y yo estoy aterrada. Salgo corriendo y me
escondo debajo de la cama».
Los tres niños llegan a la conclusión de que no son tan queridos como sus
hermanos. He descubierto que, en las personas que terminan convirtiéndose en mis
clientes, el efecto mariposa relaciona esta conclusión con otras ocasiones en las que su
cerebro se siente de un modo parecido. Esto da lugar a dudas que tienen un impacto en
su creencia sobre lo que el resto de las otras personas piensan de ellas. Generalizan el
hecho de no ser amadas por su madre y tienen dudas sobre si pueden ser queridas por
alguien. Si este recuerdo se relaciona con un acontecimiento futuro frente a un grupo,
podría llevar a un miedo a hablar en público. Si se relaciona con sus compañeros,
entonces podría dar lugar a un adulto que tiene dificultades para hacer amigos. Si se
relaciona con otras personas con las que se mantiene una estrecha relación, entonces
podrías tener a alguien que teme el rechazo en sus relaciones. Esta es la razón por la que
me gusta tanto mi trabajo; cada cliente es un rompecabezas, en el que una cadena de
acontecimientos que sus cerebros decidieron que estaban relacionados entre sí, provoca
que se conviertan en una versión de sí mismos que incluye una limitación. Durante
nuestras sesiones, la plasticidad del cerebro nos permite desenmarañar los enredos de la
malinterpretación que constituyen el rompecabezas. A continuación, vamos quitando los
nudos, dejando al cliente libre para vivir sin lo que solía retenerlo.
De todas formas, volvamos a la trama. Esta respuesta reflexiva podría convertirse
en el modo en que cada uno de mis clientes se comportan cuando se sienten amenazados.
Si el jefe de Sharon la criticase, es probable que lanzase sus juguetes fuera del carrito de
bebé y que reaccionase de un modo agresivo –si bien únicamente de manera verbal–. Si
el jefe de Kevin hiciese lo mismo, es probable que Kevin abriese y cerrase su boca
constantemente, como si fuera un pez, y que solo después pensase lo que podría haber

136
dicho en su defensa. ¿Y Louise? Posiblemente corriese al baño, enfermase a causa del
estrés, y comenzase a ocultar su trabajo para evitar cualquier otra censura.
Si la cadena de acontecimientos de Sharon estuviese conectada con las relaciones,
es probable que ella fuese una persona posesiva y celosa. Si creyese haber visto a su
pareja mirando a otra persona, tal vez le gritase; si su novio se quedase trabajando hasta
tarde con esa nueva secretaria, podría cortar en pedazos todos sus trajes. Es probable
que, cuando Sharon conozca a una nueva persona, sabotee la relación y consiga que esta
la rechace. En el momento en que sienta que la intimidad con su pareja está aumentando,
hará algo para ahuyentarla, presionándola para que demuestre su compromiso. Por lo
general, pondrá a prueba la relación hasta que logre acabar con ella.
Kevin será el clásico chico que, cuando ve a alguien que le gusta, no puede
mantener el contacto visual, se le traba la lengua y se limita a las miradas melancólicas
desde la distancia. Si, de algún modo, consigue iniciar una relación –habitualmente con
alguien que va detrás de él–, se arriesga a terminar convirtiéndose en un felpudo, en una
persona incapaz de defenderse y que hará todo lo posible por tener una vida tranquila.
¿Y Louise? Rechazará las citas, buscará excusas para no encontrarse con nadie,
pondrá obstáculos en el camino de cualquier pretendiente. Tiene tanto miedo de que la
lastimen que se lastima a sí misma manteniéndose a una distancia segura del amor.
Para evitar que los padres sean presa del pánico –tal vez hubiera debido escribir
esto antes–, quiero dejar claro que no estoy diciendo que cada momento de desatención
por tu parte, que cada error en el lenguaje, que cualquier momento en que hayas
mostrado preferencia a un niño frente a otro, esté sentenciando a tus hijos a una vida de
infelicidad. Estos acontecimientos tienden a ser cimas, rodeadas de las laderas de otros
momentos similares. En otras palabras, representan una actitud a lo largo del tiempo, una
conclusión sobre cómo se siente un padre con respecto a ellos. Si les comunicas a tus
hijos el amor que sientes por ellos (de formas que ellos puedan reconocer, recuerda) sin
ataduras o condiciones, ellos estarán bien. No perfectos, pero sí bien, que es todo lo que
cualquier persona puede hacer por sus hijos. Criarlos seguros en tu amor implicará que,
cuando tengas esos momentos de enfado, de exasperación y de frustración, esos
momentos en los que te preguntas por qué te molestaste, o en los que haces o dices algo
de lo que más tarde te arrepientes, no tendrás que preocuparte por el hecho de que tus
hijos me lloren tus defectos dentro de veinte años. Críalos resilientes, haz que

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desarrollen un LCI y que se sientan amados, y tus fracasos no tendrán importancia en el
marco de ese éxito.
Todos necesitamos un sistema de protección. Tus hijos pasarán a lo largo de sus
vidas por momentos en los que se verán expuestos a alguna amenaza física –desde un
accidente de coche, a un incidente en un pub al salir con tus amigos, a un perro que les
amenaza en el parque o a la amenaza de un acosador en el patio–. Cada uno de nosotros
tiene una preferencia en lo que respecta a nuestra tendencia a luchar, a huir o
paralizarnos, de ahí que el hecho de que una respuesta determinada sea la mejor para la
situación a la que se enfrentan nuestros hijos en ese momento será un poco una lotería.
Da que pensar el hecho de que únicamente estoy aquí porque las preferencias de mis
antepasados se adaptaron a las amenazas a las que estos se enfrentaron, mientras que
muchos otros millones perecieron porque los suyos no lo hicieron.
Cuando observas la formación que recibe la gente en el ejército, en la policía o en el
cuerpo de bomberos, reconoces que gran parte de ella se centra en la superación de sus
instintos naturales. Como exoficial de policía, ha habido muchas ocasiones en las que
tuve que caminar hacia algo de lo que la gente se estaba alejando. Hubo muchas veces en
las que sentía el impulso de correr, de paralizarme y de luchar. Si sucumbo a mi impulso
de combatir la agresión con agresión, sé que compareceré frente a una cara regordeta con
una elegante peluca [un juez inglés] que me acusará de haber empleado una fuerza
excesiva. Si corro, estaría fallándoles al uniforme, a mis compañeros y al público. Y, si
me paralizo, bueno, en realidad ocurriría lo mismo. Por esta razón, la formación me
ayudó a sofocar estas respuestas de supervivencia y a mantenerme conscientemente al
mando. Los temblores venían después.
Una gran parte de lo que los niños pequeños deciden que constituye una amenaza
proviene de tu respuesta a ella. Un buen ejemplo es mi nieto Heath. Tenemos un
Schnauzer miniatura encantador llamado Fred que tiene ciertos problemas –no se nos
escapa la ironía de que le suceda esto a la mascota de un terapeuta–. Heath tenía
dieciocho meses y le gustaba caminar alrededor de la casa. Por alguna extraña razón,
Fred se sentía amenazado por él –tal vez era el movimiento aleatorio e intermitente de un
niño en edad de empezar a caminar, ¿quién sabe?–. Su reacción consistía en correr hacia
Heath, ladrando. Lo confieso, aunque creo que nunca le habría mordido, y pese a que
siempre se detenía, cada vez que lo hacía se me subía el corazón a la garganta. No lo
ocurría lo mismo a la prudente de mi nuera, Tara. Cuando ella veía que Heath saltaba y

138
la miraba en busca de una reacción, esta se limitaba a decir de manera despreocupada:
«¿Acaso Fred te está hablando? Dile: “¡¡Sssshhhhhh!!!», y señalaba con un dedo a Fred.
Después de unas cuantas repeticiones, Heath se limitaba a responder con un dedo rígido
y un muy adorable «¡¡Ssssshhhh!!» y Fred se retiraba con una expresión de molestia. A
una edad temprana, Heath ya había aprendido a tratar sus reacciones como decisiones
suyas, no como cosas que tenía que obedecer. No se trata de extirparles la respuesta
natural e instintiva. Se trata de enseñarles a tener el control de sus acciones. Se trata de
enseñarles a escoger. Y a menudo esto implicará que tú seas valiente.
De manera similar, cuando son mayores y adviertes que están luchando, huyendo o
paralizándose ante determinadas situaciones sociales, tienes la oportunidad de sentarlos
y de enseñarles a través de sus elecciones. He aquí algunas preguntas que pueden
ayudarles a reflexionar y a redirigir su comportamiento.

1. Cuando tienes una experiencia que quieres cambiar, ¿qué es lo que sientes en la
mayoría de las ocasiones?
a) ¿Un impulso de luchar, de enfadarte o de ponerte a la defensiva?
b) ¿Un sentimiento de estar paralizado, de tener la lengua trabada o
dificultad para encontrar las palabras?
c) ¿Un impulso de correr o, de alguna manera, de distanciarte de lo que está
sucediendo?
2. Si esto estuviera sucediendo por algo de lo que tienes miedo, ¿qué sería?
3. Si un amigo tuyo se sintiese de este modo, ¿qué le dirías?
4. Piensa en alguien a quien respetes. Si te viese en esta situación, ¿qué diría para
ayudarte?
5. Piensa por un momento qué aspecto tendrías en esa situación si te hubieses
comportado del modo en que te hubiera gustado hacerlo. Presta especial
atención a tu respiración, a tu postura. Practica ese sentimiento en tu cuerpo
hasta que puedas encontrarlo siempre que quieras («¿Quién serías si...?»).

También puedes enseñarles una fantástica técnica para manejar sus sentimientos. Se
denomina «darle vueltas al sentimiento» [spinning] y es para aquellos momentos en que
tienes un sentimiento que no quieres.

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Spinning [Darle vueltas al sentimiento]
1. Advierte el sentimiento. Si pudieses señalar el punto del cuerpo en el que lo
estás experimentando, ¿dónde apuntarías?
2. Si pudieses imaginar ese sentimiento como una forma frente a ti, ¿qué forma
tendría?
3. Si esa forma tuviera un color, ¿de qué color sería?
4. Mientras prestas atención a esa forma, imagínala dando vueltas. ¿En qué
dirección está girando?
5. ¿Qué pasa si le das vueltas más deprisa? ¿Se refuerza ese sentimiento? (Para la
mayoría de personas así será. Hacemos esto para mostrar que la gente tiene el
control de sus sentimientos. A menudo están más abiertos a la idea de
empeorar las cosas que a la de mejorarlas. Si eso hace que el sentimiento se
vuelva más débil, estupendo, es lo que queremos).
6. Reduce ahora la velocidad al punto en el que se encontraba antes para que
puedas ver que tienes control sobre ella.
7. Ahora, haz que vaya incluso más despacio. Cada vez más despacio hasta que se
detenga; cuando adviertas que se ha detenido, percibe qué más ha sucedido.
¿Qué le ha sucedido a tu respiración y al sentimiento?

Con un poco de práctica, la gente es capaz de regular sus emociones en muy poco
tiempo empleando esta técnica. Cuanta más confianza tengan en su capacidad para hacer
esto, menos experimentarán ese sentimiento. Al tomar medidas aprenden que no son
esclavos de sus emociones.

Meditar sobre el mantra 7:

La lucha, la huida y la paralización pueden ser respuestas apropiadas en las


circunstancias adecuadas; lo importante es mejorar tu capacidad de elección. Si crees que
tu hijo está desarrollando una respuesta predeterminada, anímale a mantener el control
poniéndolo en situaciones similares, pero con un cociente de miedo / ansiedad más bajo.
Después, sentaos y hablad de lo que ha hecho y de lo que podría hacer la próxima vez,
enfatizando que se trata de un comportamiento, no de su personalidad. Enséñale a que dé
vueltas al sentimiento para que tenga los medios de controlar sus emociones en ese
momento.

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MANTRA 8:
Cuidado con las expectativas

He mencionado a Gil Boyne en varias ocasiones. Fue el único hipnoterapeuta en recibir


formación por parte de Fritz Perls, el padre de la terapia Gestalt. Una de las cosas que
Boyne tomó de Perls fue lo que se conoce como la «Oración Gestalt», que los terapeutas
hacen repetir a sus clientes después de haber hecho sesiones particulares que, por lo
general, implican la reevaluación de sus relaciones infantiles con uno o ambos padres.
Parte de ella adopta la forma de dos afirmaciones. La primera de ellas está
relacionada con los padres:
«Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas».
Piensa en esto durante un momento en relación con tus propios padres. Piensa en
qué parte de tu vida podría haber sido impulsada por tus intentos de cumplir las
esperanzas que tus padres habían puesto en ti –tanto las que se expresaron de manera
clara como las que se manifestaron de manera encubierta–. Si me aplico esto a mí
mismo, puedo ver con bastante claridad que me uní al cuerpo de policía en busca,
principalmente, de reconocimiento por parte de mi padre. Era un chico intelectualmente
dotado que provenía de una familia con unos valores de la clase trabajadora muy
definidos. Fui el primero en ir al instituto y en sacar sobresalientes, así que me
consideraban un poco raro. Quería estudiar filosofía en la universidad. Esta noticia no
fue bien recibida.
Dejé la escuela y conseguí un trabajo en una empresa editora frente a otros noventa
solicitantes. La respuesta de mi padre, con su estilo bromista, fue bautizarme como un
«chupatintas de culo reluciente» [shiny-arsed pen pusher [10] ]. Mi hermano había dejado
la escuela a los dieciséis años para unirse a los cadetes de la policía, y me pareció que
esto fue considerado de inmediato como un éxito. Echando la vista atrás, estoy bastante
seguro de que me uní al cuerpo de policía para vencer a mi hermano y para mejorar a
ojos de mi padre. Mi plan inconsciente tuvo éxito en el sentido de que me ascendieron
antes que a él, pero no logré cambiar la opinión que creía que mi padre tenía de mí. Y

141
eso hizo que emprendiese un rumbo profesional que tardé dieciocho años en cambiar,
porque estaba atascado en el LCE.
No he compartido esto contigo para culpar a mi padre, pues la opinión que tenía de
mí estaba principalmente en mi cabeza –lo que piensa el Pensador es lo que manda–,
sino más bien para que asientas con la cabeza ante la idea de que parte de la dirección de
tu vida podría haber estado motivada por la opinión de tus padres –incluido el
significado que le diste a su opinión–. También he querido subrayar el modo en que mi
padre estaba transmitiéndome parte de su infancia. Provenía de una familia de clase
trabajadora. Después de dejar la Real Fuerza Aérea Británica terminó conduciendo
camiones para ganarse la vida, antes de cambiar a la venta de coches. No fue una
transición fácil con cuatro niños a los que mantener, pero él persistió pese a que los
miembros de la familia cercanos a él le presionaban para que «se aferrase a lo que
conocía». Curiosamente, aunque tuvo éxito y se pasó a la venta de camiones, nunca
aspiró a un puesto de gerencia. Quizá era un paso demasiado grande en una sola
generación.
Lo irónico es que, sin embargo, cuando se trataba de mí, su presión imitaba a la que
le habían aplicado a él, y por la misma razón –para impulsarme en la dirección que su
propio pasado le había enseñado que era segura–. Prefiero creer que todo
comportamiento tiene una intención positiva, incluso cuando ocasiona un resultado
negativo. Considero que este es un buen ejemplo. También lo veo con mucha frecuencia
en mis clientes y amigos, y he sentido esa presión en mí mismo en mi rol como padre.
Aunque no tuve ningún problema en dejar un trabajo seguro y en comenzar a ejercer de
hipnoterapeuta por cuenta propia, por lo que se refiere a mis hijos siento que mi sistema
de protección me insta a conseguir que tomen decisiones profesionales seguras, sobre
todo ahora que Heath, Sasha y Seth están entre nosotros. Lo mismo sucedió con mi
padre, y es ahora cuando lo veo. Por amor a mí, me presionó de manera inconsciente
para que no abandonase mis raíces, mientras trataba de hacerlo él mismo. ¿Y el modo en
que lo hizo, con sarcasmo y con apodos desagradables? Bueno, un tema muy importante
en su familia es que los hombres son fuertes y bruscos. Más tarde aprendí que mi abuelo
le ponía apodos a mi padre que este interpretaba como señales de afecto. En el cuerpo de
policía vi que esa brusquedad era bastante común entre los hombres –que no eran
capaces de expresar sus sentimientos abiertamente–, solo que mi joven «yo» no lo
reconoció en ese momento. Desafortunadamente, lo que mi padre interpretó como afecto

142
por parte de su padre, yo entendí que significaba todo lo contrario. Me pasé años
tratando de cumplir las que yo pensaba que eran sus expectativas. Creo que las personas
hacen todo lo que pueden con lo que tienen. En ocasiones, nuestros padres carecían de lo
necesario para comunicarnos su amor, o las intenciones que había detrás de sus acciones,
de manera clara. Cuando me di cuenta de esto, la vieja historia que me contaba a mí
mismo sobre que no era lo suficientemente bueno a ojos de mi padre desapareció de mi
cabeza.
Espero que el hecho de compartir esto contigo te haya hecho asentir con la cabeza
ante algunas de las motivaciones que han tenido algunas de las decisiones de tu vida –y
tal vez te haya proporcionado un catalizador para comenzar a cambiar aquellas con las
que no eres feliz–. También confío en que esto te ayude a comprender lo fácil que resulta
buscar el desarrollo de uno mismo y, sin embargo, mantener a tus hijos en un estado de
protección de manera inconsciente. La buena crianza requiere valentía.
Si mi historia no guarda ningún tipo de relación contigo, deberías invitar a tus
padres a algo; han hecho un buen trabajo al no transmitirte sus expectativas y conseguir
que tu valía no dependa de que tus decisiones se adapten a las suyas. De todos modos,
dejemos de hablar de mí. Volvamos a Gil y a sus dos afirmaciones.
La primera era:

«Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas».

Cuando trabajo con mis clientes, descubro que hacen esta afirmación sobre sus
padres con bastante facilidad. Como consecuencia de ello, mis clientes pueden sentir que
se les quita un gran peso de encima. Por lo general, la segunda afirmación resulta más
difícil de emitir. Una vez más, está dirigida a los padres:

«Tú no estás en este mundo para cumplir mis expectativas».

Espera... ¿Entonces mis padres no tienen la obligación de aguantar mis estupideces,


no tienen que dejarlo siempre todo para ayudarme a hacer frente a mi última crisis vital,
y no estarían obligados a suspender sus planes para ayudarme financieramente? ¿Tienen
derecho a sus propios miedos e inseguridades? ¿Estás seguro? ¿Estoy seguro de haberlo
visto en el contrato?

143
La mayoría de lectores habréis tenido la suerte de tener padres con los que pudisteis
seguir contando. Por supuesto, tendrán sus debilidades, pero tú tienes pocas dudas de su
apoyo. Tómate un momento para considerar esto. Si te desprendieses de las expectativas
que tienes sobre ellos, ¿hasta qué punto serían ellos más libres? Si no pudieses contar
con ellos, ¿cuánto los apreciarías?
Observa las dos preguntas anteriores y sitúate en la cascada generacional.

Tus hijos no están en este mundo para cumplir tus expectativas.

Si has leído esta afirmación rápidamente, espero que hayas asentido con la cabeza,
pero vuelve a leerla. ¿De verdad estás de acuerdo con ella? Después de todo, hasta ahora
has trabajado muy duro para criar a tus hijos. Te has sacrificado una y otra vez y le has
dado una nueva forma a tu vida para acomodarte a ellos. ¿Acaso no deberías tener
alguna expectativa de disfrutar un poco de su viaje por la vida? ¿No deberías tener cierto
derecho, dada tu experiencia de la vida, a ejercer alguna influencia en la ruta que toman?
Sí, deberías tener cierta expectativa. No, no tienes derecho a ella. En realidad, resulta
muy difícil separar ambas cosas.
Nuestros cerebros están diseñados para que tengamos expectativas; de no ser así, no
conoceríamos el significado de la decepción. Ahora conoces las neuronas espejo.
Cuando pensamos en las decisiones de nuestros hijos no podemos evitar efectuar
simulaciones de ellas, y a partir de ahí obtener una opinión sobre cuál es su mejor
opción. Ese es el error que cometemos. Tú no eres tus hijos. El cerebro que emplearán
para tomar sus propias decisiones no es el mismo que tú acabas de emplear para llevar a
cabo una simulación de su situación. Los recursos que tienen, el modo en que ven el
mundo y las cosas que tienen y que tú no –y que ellos no tienen y tú sí– implican que su
simulación será diferente. No pueden vivir su vida a tu manera, y tampoco deberían
hacerlo.
Esto no significa que no deberías aconsejarles. Esto es lo que les digo a mis clientes
cuando me piden consejo: «Te voy a dar mi opinión, no para que la sigas, sino como
algo que podría hacerte ver algo que te resulte útil. Lo que hagas con ella cae bajo tu
responsabilidad».
Empleo la palabra responsabilidad como un recordatorio deliberado de nuestro
objetivo como padres: criar a un niño con un LCI que escucha la opinión de todas las

144
personas a las que valora –y a veces incluso de gente a la que no– y que, a continuación,
toma su decisión y la hace propia. Ello conduce a la segunda afirmación:

Tú no estás en este mundo para cumplir las expectativas de tus hijos.

Llega un momento en la vida de un niño en que es bueno para ti


«decepcionarlo». Fíjate en los pájaros y en sus polluelos. Los padres trabajan sin
descanso para llevarles gusanos y larvas, limpian su nido del detritus y les animan a
echar las plumas –para que descubran que pueden dejar el nido por sus propios medios–.
La mayoría de especies aviares continúan alimentando a sus crías durante algún tiempo
después de que estas emplumezcan, pero lo hacen cerca del lugar en que se encuentra la
comida. En numerosas ocasiones, he visto cómo algunos polluelos que se encuentran a
muy pocos centímetros de los comederos para pájaros que se hallan en mi jardín baten
sus alas y le piden a su madre que les pase la semilla a sus bocas. Esto terminará al poco
tiempo. Llega un momento en que los padres dejan que sean ellos los que se encarguen.
Los polluelos, sin duda quejándose de la injusticia que esto supone, comienzan a
alimentarse por sí mismos.
Tengo algunos clientes que vienen a verme agitando todavía sus alas. Se quejan de
que sus padres no comprenden lo difícil que es su vida, del poco apoyo que reciben por
su parte, de lo críticos que son –como así lo demuestra la negativa a pagar la última
crisis vital del niño–. Estos clientes suelen proyectar el papel de padres sobre el mundo
en general –su jefe es injusto y exigente, la vida es, por lo general, difícil, el universo
nunca les da un respiro–. Se sientan, aletean y me suplican a mí, la última persona de una
línea de figuras parentales.
Es inevitable que nuestros hijos tengan unas expectativas sobre nosotros que, en
gran medida, se den por sentadas hasta tal punto que les sean invisibles. Después de
todo, es probable que te hayas pasado casi veinte años desempeñando un papel como
proveedor y protector y encargado de besar los rasguños de sus rodillas. Habrá ocasiones
a lo largo de las vidas de tus hijos en las que tal vez te convendría regresar
temporalmente a ese rol al hacer frente a una crisis vital; ahora bien, regresar a ese papel
implica haberlo dejado anteriormente. ¿Cómo puedes esperar que tus hijos prosperen en
el mundo si siempre los has protegido, los has mantenido y has aliviado cada uno de sus
golpes? El proceso de criar a los hijos durante sus primeros veinte años de vida consiste
en trasladarles a ellos la responsabilidad de esas labores de manera progresiva, en no

145
considerar esos roles como invariables e inviolables o, de lo contrario, seguirás
haciéndoles la colada y cocinándoles cuando tengan treinta años, pagándolo todo cuando
salgáis juntos, y llamando a su jefe para preguntarle por qué tu tesoro todavía no ha
ascendido.
El mejor modo de liberarse de la tiranía de las expectativas de tus hijos consiste en
alejarte cada vez más de ellos a medida que pasen los años. Enséñales que recibirán en
función de lo que den –sobre todo por lo que respecta al dinero–. Enséñales la manera de
protegerse a sí mismos criándoles para desarrollar un LCI. Enséñales a dar la bienvenida
a los cardenales como una oportunidad de aprendizaje. Esto significa que tendrás una
relación adulta con tus hijos adultos, y que no incurrirás en el círculo vicioso de vivir
para satisfacer sus necesidades. Al margen de lo dicho, creo que uno de los pasos para
llegar a la edad adulta consiste en bajar a nuestros padres de su pedestal de «mamá» y
«papá» y reconocerlos como Harold y Hilda. No me refiero a llamarles por sus nombres
de pila, algo que ciertas personas siguen considerando raro, sino a verles como personas.
En ocasiones puede ocurrir algo que haga que esto suceda. Mis padres se divorciaron
cuando tenía veintiún años. Por aquel entonces ya me había marchado de casa, así que
no fue un gran problema por lo que respecta a los aspectos más egoístas, pero sí produjo
un cambio importante: mis padres se volvieron humanos. Dejaron de ser los iconos que
las palabras «mamá» y «papá» tienden a representar y, de repente, se volvieron mortales:
a veces temerosos, a veces estúpidos, a veces falibles. Perdí algo en el proceso, pero creo
que mereció la pena. He visto bastantes clientes que no dejan que su relación con sus
padres crezca con ellos; mamá y papá siguen siendo personas en las que apoyarse, en las
que confiar, a las que seguir y a las que tratar de impresionar. Muchas personas sufren
terriblemente cuando pierden a uno o a ambos de sus padres, y a menudo son incapaces
de seguir adelante con su vida durante años. Haz un esfuerzo por encontrarte con tus
padres como compañeros adultos; esto constituye un paso importante hacia el LCI. A
medida que tus hijos lleguen a los veinte años, anímales a hacer lo mismo.
Recuerda siempre que no naciste solo para convertirte en padre. El área de tu
vida que queda fuera de esta etiqueta es igual de importante para tu bienestar y tu
plenitud. No puedes existir solamente en cuanto mamá o papá; si lo haces, las
expectativas que tus hijos tienen de ti te llevarán a que tú tengas expectativas sobre ellos.
Acabarás en una relación codependiente que no hará crecer a nadie.

146
Tengo padres que vienen a verme, sobre todo madres. Casi exclusivamente, si soy
honesto. Exclusivamente, si soy realmente honesto. Me dicen que han perdido el
significado de sus vidas. Se sienten deprimidas y vacías. Sus hijos se han ido ya de casa.
Han pasado muchos años satisfaciendo las expectativas de sus hijos y dejando que los
aspectos de sí mismas que no entraban dentro del término «mamá» se desvanecieran, de
modo que el único valor que creían tener provenía de ese rol. Dan tanto de sí mismas en
la maternidad que se quedan vacías. Habrás escuchado que esto recibe el nombre de
síndrome del nido vacío. Si eres mamá y lees esto, o si eres papá y se te se aplica esto,
haz que tu vida como «no-mamá» o como «no-papá» sea una parte vital de tu existencia.
No solo se enriquecerá tu vida en el momento en que tus hijos salgan volando, sino que
también lo hará la relación posterior que mantengas con ellos –una relación en la que te
contarán sus aventuras en el mundo (porque les has criado con un LCI suficiente para
que las tengan), y en las que tú tendrás tus propias historias para compartir con ellos–.
Parece que parte de esta tiranía moderna de la «crianza perfecta» consiste en que
nuestras identidades deberían quedar subsumidas, que el hecho de ser papá y mamá
debería triunfar sobre el hecho de ser Dick o Harriet. Crea un equilibrio entre ambas
funciones y una actualizará a la otra. Limítate a convertirte en padre y es probable que
acabes agotado y deprimido y que pierdas el sentido vital de ti como persona.

Meditar sobre el mantra 8:

Plantéate a ti mismo estas preguntas y observa lo que sucede. Si te tomas tu tiempo –y


eres realmente honesto–, podrías sentirte algo incómodo.

• ¿Qué expectativas crees que tenían tus padres sobre ti?


• Cuando observas tu vida, ¿de qué modo piensas que ha sido influenciada por
ellos?
• ¿Qué cosas sigues haciendo porque sientes que es lo que tus padres querrían o
aprobarían?
• ¿Estás transmitiendo esto a tus hijos?
• ¿Cómo?
• ¿Qué expectativas tienes sobre tus hijos?
• ¿Cómo se las comunicas?
• Después de haber leído hasta aquí, ¿es esto lo que verdaderamente quieres
hacer?

147
En caso contrario, ¿qué harías de manera diferente?

148
PARTE IV:
CRECER A LO LARGO DEL TIEMPO

Me mostraba un poco reacio a presentar una sección que dividiese la infancia en etapas,
porque no soy experto en el desarrollo infantil, pero he aprendido ciertas cosas que
pueden ser de particular relevancia para determinados períodos de tiempo. Aunque haya
dicho que obtendrás un mayor provecho del libro si lo lees en su totalidad, y eso es cierto
hasta este punto, muchos de vosotros podríais querer hojear únicamente las partes de esta
sección del libro que consideréis más relevantes. Sentíos libres.

149
Crecer a lo largo del tiempo

Embarazo
Comencemos antes del principio
Una de las primeras influencias que puedes tener sobre tu hijo consiste en tomar medidas
para maximizar los sentimientos positivos que experimentas como madre durante tu
embarazo. Sé que esto no siempre va a resultarte sencillo. En ocasiones va a ser
imposible, pero si en el transcurso de los nueve meses creas oportunidades para
estimular de manera deliberada el sistema parasimpático –esa parte de ti que libera las
hormonas conectadas con la relajación y la calma–, ello podría producir dividendos. Tras
llevar a cabo apenas diez minutos de relajación deliberada, podrías experimentar un
beneficio por goteo que durase todo el día y que aliviase cualquier cosa que, de otro
modo, haría que estuvieses tensa.
Durante su embarazo, Tara, la madre de Heath, aprendió una serie de técnicas que
la ayudaron a relajarse y a visualizar una conexión positiva con su bebé. Estos estados
producen hormonas positivas –endorfinas–. ¿No es mucho mejor permitir que el cerebro
de tu hijo se empape de esas técnicas durante nueve meses más que de las hormonas del
estrés? ¿No es más probable que tu bebé anticipe un mundo positivo si esa es la
respuesta que su cerebro está más acostumbrado a adoptar? Heath fue el bebé más
calmado que jamás he conocido. Tal vez hayamos tenido suerte como resultado de sus
genes, pero creo que el estado emocional de la madre, así como el contenido de su
sangre, jugaron un papel importante.
Soy partidario de enseñarles a las madres técnicas de relajación y de visualización
sencillas. He grabado un archivo descargable destinado especialmente a todas mis
lectoras embarazadas (o a quienes conozcan a alguna persona que lo esté) para que
desarrollen la habilidad de lograr un estado de calma al diseñar y crear la mejor conexión
posible con su hijo no nacido, a fin de que puedan pasar nueve meses rodeados de su

150
amor. No puedo probar que esas cosas funcionan, solo dispongo de resultados de
mujeres que han jurado que sí que ha resultado en su caso.
Así las cosas, este es el importante papel que juega tu mente para hacer que tu bebé
pase el mejor momento posible en el útero sin necesidad de instalar un tiovivo. No voy a
hablar de la dieta porque excede mis competencias. Huelga decir que estás creando a tu
bebé a partir de lo que comes. Si inundas su torrente sanguíneo con azúcar porque tienes
antojo de chocolate, no llores por lo tenso que está tu bebé cuando permanezcas
despierta toda la noche. Es una lástima que algunos bebés necesiten un suero para
desengancharse de la adicción al azúcar, algo que su madre les pasó de manera
inconsciente. El útero representa la primera oportunidad de ayudar a que tu hijo
avance hacia el crecimiento como un estado del cerebro. Aprovéchala.
No obstante, déjame que te tranquilice. El útero es tan solo el primer lugar donde
sintonizar a tu hijo con el crecimiento. El estrés (y el hecho de consumir cantidades
ingentes de chocolate) puede ser una parte inevitable del embarazo y, si el tuyo ha sido
particularmente difícil, no tiene sentido seguir machacándote a ti misma. Los cerebros de
los niños son increíblemente plásticos, así que el modo en que se encuentran en el
nacimiento no los condena a un futuro inevitable. Hay muchas cosas que puedes hacer
para acercar a tus hijos a una manera más relajada de ver el mundo ahora que ya han
llegado a él. Confío en que, si sigues la filosofía de este libro y lo ejemplificas tú misma,
el cerebro de tu hijo se adaptará de un modo positivo, sin importar cómo fuese su
estancia en el útero. Nunca es tarde para cambiar una mente.

Anclaje
¿Sería útil crear una respuesta positiva en tu hijo y que se activase cada vez que le
presentases un determinado estímulo? En realidad, ¿no sería útil también para ti?
Semejante cosa existe. Este proceso recibe el nombre de «anclaje», y está basado en el
principio probado y fiable de las respuestas pavlovianas. Puede que hayas escuchado el
dicho de que «las neuronas que se activan a la vez, se conectan entre sí». Básicamente
sugiere que si dos cosas suceden al mismo tiempo pueden asociarse. Un ejemplo
cotidiano del anclaje son los semáforos. Podrías soñar despierto mientras conduces tu
coche, pero si el semáforo se pone rojo tus pies se moverán hacia el pedal del freno –en
ocasiones incluso si estás en el asiento del copiloto–. Los anunciantes gastan millones

151
para tratar de «anclar» su marca en un producto. Si tienes una cierta edad recordarás el
eslogan «Beanz Meanz Heinz» [11] . Una asociación exitosa como esta implica que, de
manera inconsciente, mientras exploramos el estante de alubias con salsa de tomate, es
probable que nos fijemos en las alubias Heinz en primer lugar. Si tienes que mirar
anuncios, observa cuántos de ellos son ejercicios de creación de anclaje.
Se han llevado a cabo varios estudios que muestran que los niños responden a la
música en el útero y que, asimismo, el hecho de escuchar música barroca –por lo
general, Mozart– puede fomentar el aprendizaje. Junta estas dos cosas y tendrás los
productos «Mozart para bebés». No sé si funcionan, pero creo que podemos usar la
música como ancla.
Para nuestros propósitos, si le pones música a tu bebé mientras está en el útero,
sobre todo cuando está calmado, es muy probable que asocie esa música con la
comodidad del útero, incluida la conexión con su madre. Cuando nazca, si pones la
música al acostarlo, el hecho de «activar» el anclaje en ese momento podría reproducir
en él estas asociaciones y hacer que se tranquilizase antes. Cuanto más uses un ancla en
este sentido, más poderosa se volverá. Recurre a cualquier música relajante que te guste.
Si consideras convincente lo que acabamos de decir de Mozart, ¿por qué no seleccionar
una de sus obras?
Habrá muchas cosas que puedas anclar en tu hijo para provocar en él respuestas
positivas a las cosas. Los niños las usan de forma bastante natural –como tener un
peluche que les sirva de consuelo (¿y no explica eso el alboroto que montan si lo
pierden?)–. He aquí una historia aleccionadora sobre el anclaje. Cuando mi madre me
estaba enseñando a ir al baño, me animaba a que me sentara y a que llevase un libro
conmigo. Obviamente, esto tuvo grandes repercusiones en mí, porque hasta el día de hoy
no puedo entrar en una librería y echar un vistazo a los libros sin tener la necesidad
urgente de... bueno, ya sabes. Así pues, piensa un poco en las consecuencias más allá de
las anclas que crees. ¿Te he dado demasiada información?

0-7 años
Ahora que ya están aquí, ¿qué es lo siguiente?
Tras habernos ocupado del embarazo (aunque esta frase sea típica de un hombre), ¿qué
hay que hacer una vez que han nacido para proporcionarles las mejores oportunidades en

152
la vida?
Se ha producido una enorme explosión en el cultivo intensivo [hot-housing] del
cociente intelectual de los bebés, como si el cociente intelectual fuese el mejor indicador
de una vida feliz, o incluso exitosa. He hecho referencia a los productos «Mozart». Son
solo una parte de la industria que busca persuadirte de que pueden ayudar a que tu hijo
entre en la universidad nada más dejen de usar pañales. Este es el asunto: queremos que
nuestros hijos tengan éxito, en mi opinión, porque pensamos que éxito equivale a
seguridad. Un buen trabajo, una casa bonita, seguridad. Veo a muchos clientes que
tienen éxito desde ese punto de vista y que, en cambio, acuden a mí porque son infelices.
¿Por qué son infelices? Porque no les gustan las personas que son. Tienen miedo de no
gustarles tampoco a los demás, de no ser lo suficientemente buenos, de ser rechazados,
de que solo la perfección sea lo bastante buena. En ocasiones tienen miedo de ser
estúpidos, pese a todas las evidencias del mundo de que eso no es cierto. Si estás leyendo
esto, es probable que un cociente intelectual bajo no sea algo de lo que tengas que
preocuparte. Definir el éxito como el hecho de vivir una vida feliz y plena es el objetivo
que establezco en este libro. Es el objetivo que quiero que logres para ti y para tus hijos
–con independencia de las aspiraciones específicas que tengas para ellos o para ti.
Por lo que respecta a tus hijos, lo que hagas en el primer año de su vida, y durante
los cuatro o los cinco siguientes, va a ser clave para ayudarles a crear una vida así.
Inscribirlos en un curso de mini Einsteins no está muy arriba en la lista de cosas que hay
que hacer o lograr. Más socializar con otros niños, más actividades al aire libre, y menos
televisión.

Muchas caricias, amigos


Este libro trata de criar a los niños para que sean adultos resilientes, activos, abiertos,
felices y seguros. Trata de entrenar sus cerebros para que vean el mundo como un lugar
de crecimiento, y no de protección innecesaria. El inicio de ese proceso consiste en hacer
que se sientan seguros. ¿Sabías que el hecho de acariciar a un bebé prematuro quince
minutos al día durante diez días conducirá a un alta hospitalaria más temprana, a un
mayor peso corporal en comparación con los bebés que no son acariciados, y a unas
7.000 libras menos en términos de costes sanitarios? Sigue acariciándolo.

153
Gracias a los experimentos con ratas se ha descubierto que las crías a las que más se
las lame y se las asea llegan a ser las más resilientes al estrés –y ni siquiera saben por
qué–. Este aseo se convierte en la parte del genoma de la rata responsable de controlar la
parte del cerebro que procesa las hormonas del estrés en la edad adulta. El efecto de la
crianza atenta repercute en todo nuestro ADN y puede invalidar una gran cantidad de
circunstancias ambientales. Un científico llamado Blair descubrió que los contextos
clásicos para criar a niños con trastornos, como la discordia familiar, el hacinamiento y
la pobreza, únicamente tenían algún efecto en sus niveles de estrés si los niños tenían
una madre indiferente o poco atenta. Si la crianza fue buena, estos factores parecían
volverse irrelevantes. Cuando los Beatles cantaban «Love is All You Need», estaban en
lo cierto. Durante el primer año de vida, que no te preocupe «mimar» a tu hijo con
demasiada atención. Cuanto más seguros se sientan durante los doce primeros meses de
vida, menos atención necesitarán más tarde –momento en que probablemente deberías
comenzar a empujarles suavemente hacia la independencia–. Si todavía duermen en tu
cama cuando tengan dos o tres años, todavía no habrán alcanzado ese paso. Este puede
ser un indicador de que todavía no están preparados para el crecimiento. El hecho de
animarles a estar bien sin ti podría comenzar a ocupar más tu atención.
Sin embargo, eso es para más adelante; por ahora, los doce primeros meses resultan
más sencillos, si no más simples. Establece contacto visual, mucho. Haz que tu rostro sea
expresivo, porque los bebés responden más a aquellos que lo son. Acarícialos, abrázalos,
sostenlos. Responde a sus llantos hasta que hayas aprendido la diferencia entre aquellos
que tienen por objeto controlarte y aquellos que son la petición de una necesidad que
debe cumplirse. Hay otra cosa que creo pero que no puedo demostrar (por lo general, la
ciencia no cree que puedan recordarse las memorias a una edad tan temprana): he
conseguido que muchos clientes regresen a recuerdos en los que estaban solos en una
cuna y en los que se sentían abandonados y no queridos; sin embargo, solo los que
representaban un patrón de dicho tratamiento lo interpretaban así, no aquellos a los que
en ocasiones se les dejaba solos para ver si se calmaban y, si no, se les atendía. No te
preocupes ni creas que experimentar de este modo vaya a dañarlos de manera
irrevocable, aunque el hecho de dejarlos llorando durante horas podría hacerlo. Del
mismo modo, tomarlos en brazos cada vez que murmuran algo les enseña que hay un
patrón de respuesta a todos sus caprichos, y esto podría seguir así hasta que tengan
cuarenta años (recuerda quién está formando a quién).

154
Antes se creía que las memorias solo podían recordarse después de que una parte
del cerebro denominada hipocampo se conectase, algo que, por lo general, sucede a la
edad de cuatro años. Ahora se ha demostrado que los niños pueden responder a las cosas
que experimentaron en el útero, como la música que les pusieron, por lo que resulta
evidente que algún tipo de memoria funcionaba mucho antes de eso. Acepto la idea de
que acceder a ella resulta problemático. Sin embargo, tengo que reconocer que muchos
de mis clientes lo han hecho. No creo que sus recuerdos de este período de tiempo sean
como grabaciones de vídeo del acontecimiento; creo que son más bien interpretaciones
de cómo se sentían, convertidas en una película. La mayor parte de los recuerdos de los
acontecimientos de las primeras etapas de la vida que los clientes sienten que han dado
lugar a sus problemas durante la edad adulta tienen que ver con el sentimiento de no ser
queridos o de no ser amados y con la ausencia del padre. Por esta razón, mi consejo es
que los mantengas junto a ti, que los sostengas, que los toques, que les hables, que los
involucres emocionalmente a través del tono de tu voz y de tu expresión. No creo que
necesites tenerlos en tu cama –aunque es tu decisión–; asegúrate de que estás en
condiciones de responder a sus necesidades. Si todo esto te recuerda el tipo de prácticas
relativas a la crianza que se siguen en culturas que muchos occidentales consideran
«primitivas», estás en lo cierto.

Cuida tu lenguaje
Sé consciente desde el primer momento del modo en que describes a tu hijo. Aunque
algunas características y algunos rasgos parecen ser genéticos, en su abrumadora
mayoría educas a tu hijo en aquello en lo que acabará convirtiéndose, y los siete
primeros años de vida resultan críticos. Si describes a tu hijo de un modo negativo desde
el principio –malhumorado, difícil, terco, malcriado, malo–, esto alterará tu actitud hacia
él, sin que te des cuenta. Hay un modelo que se llama el ciclo del comportamiento. Esto
sugiere que tu actitud modifica tu comportamiento, y tu comportamiento modifica mi
actitud, que, a su vez, modifica mi comportamiento.

155
Tu bebé es hipersensible a tu actitud hacia él. Dile aquello en lo que quieres que se
convierta y tendrá un efecto en el modo en que interpretas sus acciones. Si la madre de
Hannibal Lecter no le hubiese dicho que era un niño malo, todo podría haber sido
diferente. En la Hipnoterapia Cognitiva, trabajamos sobre la base de que todo
comportamiento tiene un propósito. Adopta esa mentalidad con tu bebé para que
puedas sentir curiosidad sobre lo que hay detrás de su comportamiento. Esto te ayudará a
evitar que asignes etiquetas negativas dirigidas a su carácter o a su personalidad. Por lo
general, cuando lloran, cuando son incapaces de tranquilizarse o cuando están siendo
«difíciles» están expresando una necesidad. Si lo piensas, tu bebé tiene muy pocas
maneras de explicarte esa necesidad. Observa las razones ambientales, evolutivas o
dietéticas que explican su comportamiento desafiante antes de comenzar a etiquetar a tu
hijo como difícil, terco u obstinado.

Que no se detengan
Cuando veo a Heath, en sus primeros meses, me resulta fácil confundir sus movimientos
espasmódicos con aleatoriedad. Sin embargo, es todo lo contrario. Cada movimiento que

156
hace perfecciona el siguiente, cada intento de agarrar un objeto mejora su puntería. Es
una máquina de aprendizaje. Recuerdo la visita que nos hizo Heath por Navidad cuando
tenía catorce meses –se rio de mis intentos de atrapar una mandarina que él lanzaba en
mi dirección–. Cuando su padre se unía al juego modificaba su objetivo y nos incluía a
los dos. Resulta bastante impresionante tras solo 530 días en el planeta. Durante nuestra
juventud, nuestra capacidad para absorber nuevos patrones de movimiento es, en su
mayor parte, plástica. A medida que nos hacemos mayores, tendemos a tener un
repertorio más fijo, y por eso todos nosotros terminamos avergonzando a nuestros hijos
al bailar a nuestra manera sus canciones. Cuanto más se compromete un niño a
desarrollar la habilidad de aprender a moverse, más probabilidades hay de que desarrolle
cierta aptitud en las actividades físicas. Existe una razón por la que los chinos inician a
sus gimnastas a los tres años, por la que los niños de los buenos futbolistas parecen
entrar en el deporte profesional más que sus amigos, y por la que el hecho de comenzar a
practicar un deporte pasados los veinte años para vivir de ello es, casi con toda
probabilidad, una causa perdida. Cuanto más estimules el uso del cuerpo por parte de tu
hija desde el primer momento –darle cosas que tenga que alcanzar, darle la oportunidad
de levantarse, de practicar la psicomotricidad en clases de yoga para niños, de participar
en riñas lúdicas [rough and tumble] en el suelo con mamá, con papá o con el perro–, más
probabilidades tendrá de convertirse en una adulta coordinada y físicamente capaz. El
padre de Andre Agassi puso una pelota de tenis atada a un cordel sobre su cama a modo
de móvil para que observase el movimiento de la pelota ya desde el primer momento.
Ahí lo dejo.
Algo clave que debemos recordar es que la habilidad debe ser algo que les haga
disfrutar. ¿A cuántos niños se les ha ido las ganas de practicar ciertas actividades físicas
al verse forzados a participar en el deporte favorito de sus padres, o a causa de los típicos
castigos del profesor de educación física? Después de haber experimentado el dolor que
produce correr campo a través en el frío del invierno sobre las colinas de Kent a la edad
de once años, no volví a correr por diversión hasta que cumplí los cuarenta –y solo lo
hice para impresionar a Bex–. Imagina cómo fue.
Hacer del movimiento una parte divertida y normal de su vida cotidiana –los niños
no necesitan que se les aliente demasiado– puede hacer que este se integre en el tejido de
su modo de vida hasta un punto en el que la actividad física sea incuestionable. Tiene
numerosos beneficios para la salud, así como la capacidad de estimular el pensamiento.

157
Se ha demostrado que veinte minutos de ejercicio vigoroso antes de una prueba mejora
los resultados, y las personas con un historial de buena salud sufren mucho menos de
Alzheimer en etapas posteriores de la vida. En los Estados Unidos, un enfoque
denominado la «Nueva Educación Física», que recompensa el esfuerzo más que la
habilidad, aumenta el disfrute de los niños que tienen menos talento para los deportes. La
competición es lo último en lo que deberían consistir los juegos y el ejercicio en los
primeros años de vida de los niños; deberían ser otro medio para divertirse, uno que haga
que los niños acaben sudados –y felizmente cansados cuando llega la hora de dormir.
En 2011, el antidepresivo Zoloft se prescribió 37 millones de veces, pese a que la
investigación ha demostrado que el ejercicio físico es más efectivo. Una de las primeras
cosas que hago cuando mis clientes acuden a mí con bajos estados de ánimo es animarles
a recuperar el contacto con el movimiento. Partiendo de la base de que cien gramos de
prevención son mejores que un kilo de curación, ¿es una buena idea vacunar a tu hijo
contra la depresión desde las primeras etapas de su vida haciendo del ejercicio una parte
de su vida cotidiana?
La destreza es también una clase de ejercicio. Tomarte el tiempo necesario con tu
hijo para ayudarle a manejar objetos y herramientas, tener paciencia para dejar que
arregle las cosas en lugar de quitárselas porque tú puedes hacerlo más rápido, es una
habilidad parental que debe valorarse. He tenido varios clientes varones que tenían
padres impacientes que no se tomaban el tiempo para dejar que sus hijos les «ayudasen»
con sus aficiones –mecánica de automóviles, mostrarles el modo de cultivar verduras,
dejarles estar con ellos en el gimnasio de casa mientras entrenaban–. Como resultado de
ello, mis clientes crecieron con una gama de creencias limitadas –sobre sus capacidades
prácticas, sobre su hombría o sobre su simpatía–. Aprender a una edad temprana el modo
de usar un destornillador es un buen entrenamiento para su cerebro, y lo que aprenden en
esos momentos en los que un padre está transmitiendo parte de sus propias habilidades
constituye una vinculación de oro que contribuye a reforzar la autoestima del niño
enormemente.

Todo va bien... o mal


Una de las cosas más importantes que hay que recordar con respecto a un niño de esta
edad es que solo puede ver el mundo en blanco y negro; las cosas están bien o mal, son

158
buenas o malas. O ganas una carrera, o la pierdes. Esto se denomina procesamiento
nominal. Ten esto en cuenta antes de lanzarte a largas explicaciones de que lo importante
no es ganar, sino participar –esto no conseguirá contener sus lágrimas–. Más tarde
desarrollan la capacidad de ser más precisos, de apreciar los tonos grises, pero al
principio mantienen la simplicidad de las cuestiones morales y se contentan con límites
razonablemente escuetos. Los niños han demostrado ser más felices cuando se les
proporcionan orientaciones claras sobre lo que es el comportamiento «correcto» y lo que
no. Cuantas más excepciones e incoherencias haya, más probabilidades habrá de que se
confundan.

7-12 años
Los jesuitas dicen: «Dame al niño hasta que tenga siete años y te devolveré al hombre».
Estoy de acuerdo, más o menos. Parece ser cierto que, más allá de los siete años, la
influencia que tienes en ellos pasa poco a poco a un segundo plano frente a las opiniones
de sus iguales; sin embargo, yo veo esto como un cambio en tu rol más que como una
sensación de que tu trabajo ya está hecho. Únicamente vas a tener que influir en ellos de
un modo menos directo. Con suerte, tu crianza se habrá centrado hasta este momento en
desarrollar una mentalidad basada en el LCI, así que el trabajo de campo ya se ha
llevado a cabo. Ahora, queremos estar seguros de que su mentalidad se consolida en una
manera habitual de ver el mundo, a pesar de que buscarán en sus amigos muchas de sus
ideas sobre lo que es guay. A los siete años deberían estar seguros del amor que sientes
por ellos, razón por la cual cuando se expande su mundo es la estima de sus iguales lo
que temen perder.

Todo depende de la mentalidad


Uno de los factores clave en la crianza de un niño que tenga éxito en la vida es la
mentalidad. Quiero comenzar planteándote una pregunta sobre tu talento, sobre tu
inteligencia o sobre tu valía. ¿Crees que son fijos? ¿Crees que naces con una cierta
cantidad de inteligencia o de encanto y que eso es todo? De ser así, esto recibe el nombre
de mentalidad fija. ¿O crees que no hay nada fijo? ¿Que puedes volverte más inteligente,
aumentar tu talento con el paso del tiempo, desarrollarte? ¿Crees que nos hacemos y que
no nacemos así? En ese caso, tienes una mentalidad de crecimiento.

159
Mientras veía Match of the Day [El partido de la jornada], pude ver esto en acción.
Dos expertos en fútbol, Alan Hansen y Alan Shearer, estaban debatiendo sobre los
méritos de un jugador del Arsenal llamado Theo Walcott. No lo recuerdo palabra por
palabra, pero lo esencial era:
Alan Hansen: «El problema es que no tiene cerebro de fútbol. Lo tienes o no lo
tienes».
Alan Shearer: «No estoy de acuerdo. Creo que puedes verlo madurar y tomar
mejores decisiones con sus pases en comparación con el año pasado».
¿A quién querrías como mentor?
Como padre, considera tu creencia sobre la mentalidad. La que deseas inculcar en
tu hijo es la mentalidad de crecimiento. Tener una mentalidad fija hace que te preocupes
más por el modo en que te juzgarán –lo que claramente constituye un LCE–. Una
mentalidad de crecimiento se centra en lo que se puede mejorar.
Ante el fracaso, es más probable que una persona «fija» haga que todo gire en torno
a sí misma: «No soy lo suficientemente bueno», mientras que una persona con una
mentalidad de crecimiento se limitará a concluir: «No estoy creciendo». Es más probable
que su respuesta a ello consista en un mayor esfuerzo, porque el fracaso se percibe como
una oportunidad de aprender más. Las personas fijas ven el esfuerzo como algo negativo:
«Si realmente tuviese talento, no tendría que esforzarme tanto».
He aquí algunas respuestas a las críticas en función de la mentalidad que tengas:

Fija De crecimiento
«No tiene sentido, abandono». «Si me esfuerzo más, seguro que mejoraré».
«No puedo cambiar, yo soy así». «Soy un «Siempre puedo ser más de lo que soy hoy».
«Soy un desastre». «Soy un proyecto en desarrollo. Puedo cambiar».
«¡Las críticas hicieron que me enfadara!». «No debería matar el mensaje. ¿Qué puedo aprender
aquí?».
«Estoy muy avergonzado por mi fracaso». «Lo que no me mata me hace más fuerte».

Un estudio llevado a cabo en los Estados Unidos mostró que el predictor más fiable del
éxito en la universidad no era el cociente intelectual, sino el valor y la pura persistencia.
He visto esto en mis estudiantes graduados. Muchos terapeutas talentosos han salido de
nuestra escuela tratando de poner en marcha una consulta privada que tenga éxito. Con
los años, la cualidad definitoria que predice cómo les irá es su consistencia, lo
persistentes que se muestran simplemente estando allí todos los días y haciendo algo

160
para impulsar su negocio. La mentalidad de crecimiento es lo que impulsa esa
perseverancia.
Curiosamente, la persistencia como rasgo resulta evidente en los niños de tan solo
cuatro años. Al mostrárseles algo, los niños con una mentalidad fija solo prestaban
atención cuando se les decía si la respuesta era correcta o incorrecta; no mostraban
ningún interés cuando se les proporcionaba información que podía ayudarlos a crecer.
Los niños fijos tienden a progresar cuando las cosas están dentro de los límites de su
capacidad. Si las cosas se vuelven demasiado desafiantes –cuando no se sienten
talentosos o inteligentes–, pierden el interés. Por otro lado, los niños que se encuentran
en un estado de crecimiento se emocionan más cuando las cosas se vuelven más
difíciles. En realidad, el proceso de hacerse mejor persona es mejor que el sentimiento de
haber dominado algo. Cuando sienten que ya lo dominan, a menudo avanzan a algo
nuevo.
Las personas fijas tienen tasas más altas de depresión y, como era de esperar, un
mayor índice de abandono universitario o de cualquier trayectoria profesional o deporte
que hayan emprendido. El célebre entrenador John Wooden señaló: «No eres un fracaso
hasta que empiezas a culparte. Puedes aprender de tus errores mientras no los
niegues». Eso es lo que hacen los niños fijos, se culpan a sí mismos, o niegan haber
fracasado.
Probablemente el mejor libro que me he encontrado de los que muestran la
naturaleza plástica de nuestro potencial es Fuera de serie, de Malcolm Gladwell. En él
descarta la noción del genio de nacimiento. Gladwell demuestra con ejemplos que van
desde Mozart hasta Bill Gates que el factor más importante en el desarrollo de un genio
es el esfuerzo. La investigación sugiere que se requieren 10.000 horas para construir un
conjunto de habilidades al nivel de los genios. No te esforzarías tanto si creyeses que tu
talento viene fijado por tu signo del zodiaco. Miguel Ángel se quejó en una ocasión: «Si
la gente supiera lo duro que trabajé para conseguir mi maestría, no le parecería tan
maravillosa en absoluto».
En ocasiones, esto tuvo que hacer que Miguel Ángel se enfureciese. Supongo que
tampoco habrá resultado sencillo para las otras tortugas ninja.
Desafortunadamente, esta es otra cosa que va en contra de nuestra cultura y de la
que tendrás que proteger a tu hijo. Como señala Gladwell: «Nuestra sociedad valora
más el logro natural sin esfuerzo que el logro mediante el esfuerzo». Los medios de

161
comunicación nos muestran ejemplos de éxito repentino y animan a los niños a hacer
audiciones para Britain’s Got Talent, cuando lo único que estos últimos desean es tener
la atención que ese talento traería consigo. Promueve en tu hijo la idea de que siempre
puede mejorar, de que el fracaso es parte del éxito, y de que su mejoría está en sus
manos. La resiliencia resultante lo protegerá durante toda su vida.
Atribuir cualquier éxito que tu hijo logre a algo fijo o innato –como decir: «Has
sacado un 100% en el examen, eres muy inteligente», o: «Jane siempre lo hace bien
porque es brillante», o: «Puedo imaginar a Martin haciéndose profesional, tiene un
talento dado por Dios»– de hecho, reduce su esfuerzo. Si los niños retienen la idea de
que su éxito se debe a una capacidad fija, sienten una menor necesidad de esforzarse. En
vez de ello, atribuye el éxito de tus hijos a su dedicación. En términos de la causa y el
efecto, haz que el esfuerzo sea la causa de su éxito. «¿Has sacado un 100% en el
examen? Bien hecho, en verdad te lo mereces después de lo mucho que te has
esforzado», o: «Jane siempre lo hace bien porque persevera», o: «Puedo imaginar a
Martin convirtiéndose en profesional, deberías ver el trabajo que ha realizado».
Soy de la opinión de que la genialidad no es algo que eres, es algo que tienes.
Todo niño tiene un don para algo. Ayúdales a encontrar qué es ese algo, y luego
anímales a alimentarlo.
Si puedes alentar una mentalidad de crecimiento enseñándoles a tus hijos a
encontrar la oportunidad en cualquier desafío o en cualquier contratiempo y a creer que
no hay fracasos sino feedback; desarrollando en ellos una motivación intrínseca;
haciendo del LCI un hábito de la mente; y construyendo en ellos la disciplina de poner
en práctica pequeños hábitos positivos cada día –si haces todo esto–, crearás una persona
joven resiliente, autosuficiente y capaz de hacer que su vida sea cualquier cosa que elija.

Observa su lenguaje
Esta es una buena edad para usar tu lenguaje a fin de guiar la construcción de su
realidad, así como para escuchar a fin de corregir cualquier cosa de ellos que pueda
enseñarles a protegerse. Enlazarán sus conversaciones con afirmaciones sobre sí mismos,
sobre el mundo, sobre todo. Esto será cierto durante toda su juventud, pero en este rango
de edad sus cerebros están desarrollando la capacidad de comprender el mundo de
manera más matizada, por lo que está abierta a la influencia. Por esta razón, escucha

162
atentamente. En ocasiones, un niño que se aleja de ti pataleando y gritando: «¡Nunca
tienes tiempo para mí!», está señalando algo significativo en su memoria. Muchos de
estos mensajes serán tan causales en la construcción que, con la práctica, te resultarán
evidentes:
«Roger nunca me invita a jugar, porque piensa que soy estúpido».
«Si yo no fuese tan empollón, podría tener la oportunidad de que me eligiesen para
jugar al fútbol».
La lista será interminable. Escucha su uso de la palabra porque, del verbo hacer –
como en: «Hizo que me enfadase cuando dijo eso», o: «Mamá hace que me sienta mal
cada vez que me llama estúpida», y: «Si sucede x... entonces resulta y».
Una vez que te hayas entrenado para escuchar estos mensajes, aparecerán por todas
partes. Tu trabajo consiste en impugnar la validez de las causalidades negativas de los
niños; si dejas que las repitan, terminarán por convertirse en verdades. Responde de la
siguiente manera:
«Si descartamos la opción de que Roger piense que eres estúpido, ¿qué otra razón
podría existir?».
«A sabiendas de que no eres estúpido, ¿qué le pasa a Roger que le haga pensar eso
sobre ti?».
Escucha las afirmaciones causales que realices tú mismo, porque las que estén
basadas en tus propias creencias limitadoras podrían contagiar a tus hijos. Guíales hacia
unas conexiones de causa y efecto positivas:
«Esa mujer me guardó un lugar en la cola. Fue amable».
«Hoy he ganado al golf. Todo el trabajo duro está dando sus frutos».
«Mi jefe se comportó de manera horrible hoy conmigo, no creo que esté en una
buena situación en este momento».
Curiosamente, si escuchas las afirmaciones causales que haces sobre ti mismo y
piensas: «¿Me gustaría que mi hijo dijese esto mismo en la misma situación?»,
identificas rápidamente lo que tu cerebro está usando para construir esta versión de ti
mismo. Si, a continuación, preguntas: «En vez de ello, ¿qué me gustaría escuchar que
dijese mi hijo?», esto puede comenzar a entrenar tu cerebro hacia un camino de
crecimiento, en vez de llevarte a lo más profundo del hábito de pensar empleando un
modo de protección.

163
Bríndales a tus hijos razones buenas y válidas sobre aquello que les pides: «Me
gustaría que me ayudases hoy con la casa, porque no tengo tiempo para hacerlo por mi
cuenta». «No puedes tener un teléfono móvil nuevo porque necesitamos ahorrar para
comprarnos un coche, y no podemos permitírnoslo todo».
Una de las cosas más importantes con respecto a la causalidad consiste en evitar
vincular las cosas que no te gusta que hagan tus hijos –o sus defectos– con su identidad:
«Fracasaste porque eres perezoso».
«Estás gordo porque eres un glotón».
En este mismo sentido, no les sugieras tampoco que las limitaciones de otras
personas tienen algo que ver con la propia persona:
«La camarera me ha traído la bebida equivocada, es estúpida».
«Susan me rechazó porque es mala».
Aprenderán a buscar la causa allí donde apuntes, así que ten cuidado con tu dedo.
Asimismo, guíales hacia el crecimiento con las preguntas que les plantees. En lugar
de: «¿Qué tal la escuela hoy?», pregúntales:

• «¿A quién has ayudado? ¿Quién te ha ayudado?».


• «¿Con quién has sido amable?».
• «¿Quién ha sido amable contigo?».
• «¿Qué podrías enseñarme que hayas aprendido hoy?».
• «¿Qué es lo más divertido que has hecho?».
• «¿Quién / qué te hizo reír? ¿A quién hiciste reír?».
• «¿Qué ha sido lo más difícil? ¿Cómo has hecho frente a ello?».
• «¿Cómo podrías enfrentarte a ello si volviese a suceder?».

Desde los 12 años hasta la edad adulta


¡Ah!, ¡Por fin llegamos a las delicias de la adolescencia! Una cosa fundamental que hay
que recordar es que terminará. Y, en realidad, gran parte de la adolescencia no es culpa
de los adolescentes. Algunas investigaciones han demostrado que necesitan dormir más
–sus cuerpos están pasando por una increíble cantidad de cambios–. Ten en cuenta que el
cerebro no se activa por completo hasta que tiene unos veinte años, a veces incluso más
tarde, y la última parte del cerebro que cobra vida es la que se ocupa de la concentración

164
y de las consecuencias. Ello explica muchas cosas, entre ellas la razón de que tu hijo
adolescente pueda parecer ajeno a las consecuencias derivadas de no estudiar lo
suficiente en vísperas de exámenes. Entonces, despotricas contra él: «¿No te das cuenta
de lo que significa para tu futuro suspender los exámenes?». No, no se da cuenta. Su
cerebro todavía no dispone de lo necesario para lograr entender las consecuencias. No
me extraña que sacudamos la cabeza ante las decisiones que toma y cuyos resultados
negativos parecen obvios. Tampoco me extraña que nos resulte tan fácil burlarnos de su
cara de sorpresa cuando algo estúpido sale mal. ¿A quién se le ocurrió que era una buena
idea dejar que tomase algunas de las mayores decisiones de sus vidas, como a qué quiere
dedicarse, cuando ni siquiera puede ver más allá del siguiente jueves? ¿Quién decidió
que hacerle exámenes tan importantes en diferentes asignaturas era una idea genial
cuando el cerebro del examinado todavía no ha aprendido a concentrarse? Y, en medio
de toda esta presión, el cuerpo deja caer litros de hormonas sexuales en sus sistemas,
mientras nuestra cultura está ocupada diciéndole que nunca tendrá relaciones sexuales a
menos que siga un número cada vez mayor de reglas sobre lo que hay que vestir, sobre
las personas a las que debe escuchar, sobre el gel que tiene que aplicarse en el pelo, y
sobre qué silueta corporal es aceptable. Puede que me haya alejado lo suficiente de la
etapa adolescente de mi hijo como para haberme tranquilizado un poco, pero el hecho de
escribir todo esto hace que sienta lástima por ellos. Ser adolescente es duro.
Podrías ser un afortunado y tener un hijo que avance en esta etapa sin ningún
incidente grave ni ninguna queja. Si tienes esa suerte, finge lo contrario ante los padres
que no la tienen, si quieres seguir siendo popular. En el curso normal de las cosas, es
probable que tengas algunos baches y que pienses incluso que estás perdiendo a tu hijo.
Probablemente esta sea una señal de buena crianza –está lo suficientemente seguro como
para echar las plumas y extender sus alas–. Dale tanta libertad como puedas (recuerda
que el LCI requiere valentía) sin renunciar a tu calidad de vida. Ten confianza en que tu
hijo volverá a ti. Lo hará. Tú tienes su herencia. Ten en cuenta que tal vez tu influencia
no cuente tanto como la presión social, así que haz todo lo posible para evitar situaciones
en las que tu hijo tenga que elegir. Escoge tus batallas de manera sabia. Es probable que
la mayoría de los errores que cometa no importen a largo plazo y que algunas de las
cosas que tú consideres errores conduzcan a algo grande más adelante. Lo maravilloso
de la vida es que nunca sabemos qué nos va a llevar a qué, así que mi principal consejo
es que te relajes. A lo largo de esta etapa, la buena crianza consiste cada vez más en dar

165
consejos y en aceptar que estos pueden ser ignorados. Si has criado a tus hijos en el LCI,
has hecho todo lo posible. Ellos tendrán que ser dueños de sus decisiones.
Considero fundamental recordarte uno de los mantras. Todavía no son las personas
en las que terminarán convirtiéndose. He sido padre durante treinta años, y la
preocupación que ello conlleva no ha desaparecido en mí, tan solo ha cambiado su
objetivo. ¿Y sabes qué? Casi todo ha sido energía desperdiciada. Mis hijos son geniales
–y todavía no son las personas en las que terminarán convirtiéndose–. Ciertos padres me
llaman pidiéndome que vea a sus hijos alegando cosas como que no participan del modo
adecuado, que no se centran en sus exámenes o que están preocupados por sus lunares.
No estoy diciendo que no haya niños que necesiten el tipo de ayuda que yo ofrezco, pero
la mayoría no. La mayor parte de preocupaciones de la infancia se resuelven por sí
mismas y, en realidad, proporcionan la turbulencia que contribuye a que los niños
aprendan a nadar con mayor firmeza en las aguas de la vida. Durante mi infancia me
asustaban muchas cosas –la oscuridad era un estándar–, y salí adelante sin ningún
consejero. Si estás leyendo esto, tus genes son campeones olímpicos en supervivencia –
deben ser fuertes o, en caso contrario, estarían donde están los genes de los incontables
millones de no supervivientes–. La mayoría de personas que pasan por un trauma no
acaban traumatizados por él. Eso es un hecho.
En aras de dejar ir a tus hijos, de darles confianza para que fracasen y encuentren
crecimiento donde tú podrías ver peligro, me gustaría compartir contigo algo que me
enseñó mi perra Betty, algo que ya compartí en un blog.

El camino que recorremos es solo nuestro


Vivimos al borde del bosque de Thetford, una zona antigua que una vez fue el hogar –y
se rumorea que es donde se halla la tumba– de Boudica [12] . En un día neblinoso de
otoño, es fácil imaginar hordas de celtas saliendo de entre los árboles. Fred y Betty
difieren en su respuesta a la libertad tanto como tienden a hacerlo los hermanos
humanos. Fred desaparece durante breves períodos de tiempo en busca de Betty, pero
regresa entusiasmado por su audacia, mientras que Betty simplemente desaparece –a
menudo durante largos minutos, completamente inmune a nuestra llamada, a nuestros
silbidos o a las promesas de amenazas–. A Betty le encanta seguir los rastros de olor,
más que cualquier otra cosa en el mundo, y hace mucho tiempo que nos hicimos a la idea

166
de que un día podríamos perderla a causa de un accidente o de un ciervo furioso. Sin
embargo, ello no evita que nos pongamos nerviosos cuando sobrepasa su período medio
de estar «perdida».
El otro día, mientras contenía la respiración esperando a que reapareciese, se me
ocurrió que la palabra «perdida» no se aplicaba a su situación. Con mis limitados
sentidos, consideraba que Betty se había perdido cuando la perdía de vista entre los
árboles o cuando dejaba de escuchar el sonido de su respiración. Sin embargo, dudo que
ella nos haya perdido en ningún momento. Gracias a su increíble sentido del olfato y del
oído, sospecho que siempre es consciente de nuestra localización, y que los árboles no
tienen ninguna relevancia. Me di cuenta de que, si no estuviesen los árboles, es probable
que la hubiese divisado, y que su camino consistiría en una serie de trayectos circulares
amplios con nosotros como un punto del círculo al que regresaba periódicamente para
comprobar que no nos habíamos perdido.
Quizá no haya sido tan diferente con mis hijos. Cuando se fueron de casa, me
preocupaba su capacidad para navegar por la vida sin que mi sabiduría les guiase. A
menudo, desde mi punto de observación, parecían perdidos. Ahora me doy cuenta de que
únicamente estaban siguiendo un trayecto circular que yo no podía ver –y, como Betty,
ese arco es una búsqueda de aquello que ellos están buscando, no de lo que yo quiero que
encuentren–. Mis hijos siempre sabían dónde estaba en caso de necesidad, y, al igual que
Betty, regresaban a mí de manera periódica.
Ahora me doy cuenta de que el hecho de que nuestros hijos no sigan nuestro
camino por el bosque no quiere decir que estén perdidos. Que no comprendas a qué se
deben las decisiones que están tomando no significa que estén perdidos. A menudo, los
árboles entre los que los imagino vagando solo existen en mi cabeza –para ellos la vida
puede parecer una playa o un espacio abierto–. He descubierto que, ahora que mis hijos
tienen treinta y uno y treinta y tres años, sus trayectos les han llevado a construir sus
propias vidas, cada una de ellas diferente, aunque ambas de su propia creación. No solo
son buenas vidas, sino que su viaje los ha convertido en hombres de los que estoy más
orgulloso que si simplemente se hubiesen quedado atrapados en un camino que yo
hubiese escogido para ellos.
No nos corresponde a nosotros escoger el trayecto de nuestros hijos, por mucho que
así lo deseen nuestros instintos. Nuestro trabajo consiste en equipar a nuestros hijos con
las herramientas del viaje, amarlos lo suficiente como para ser un punto de retorno, y

167
dejarlos correr. Parafraseando al cantante James Morrison, no están perdidos, sino que
no están descubiertos –sobre todo para sí mismos–. ¿Acaso la vida no trata de ese acto
de autodescubrimiento? Por mucho que como padre quiera gritar: «¡Es por ahí!», es
probable que no les sirva. Muéstrales el mundo, déjales correr, y acuérdate de respirar.
Ellos estarán bien, y traerán a casa algunas cosas maravillosas. A diferencia de Betty (la
semana pasada fue una paloma).
Solo más tarde, al escribir esto, me di cuenta de que esta metáfora también se
aplicaba a mi caso. Pensé que estaba compartiendo un aprendizaje que había tomado de
mis hijos y que podía guardar relación con otros padres, pero ahora me doy cuenta de
que probablemente tenga una aplicación personal para la mayoría de nosotros,
independientemente de que seamos padres o no. Pasé mucho tiempo en un camino
marcado a lo largo de un bosque sutilmente señalizado por mis padres –con la mejor de
sus intenciones– e iluminado por la sociedad. Ahora que miro atrás me doy cuenta de
que estaba más perdido en una ruta bien definida de lo que nunca he estado desde que
me salí de ella. Cuando finalmente la abandoné para tomar mi propio trayecto,
impulsado por mi propio rastro de olor, que tenía que seguir, descubrí la felicidad, la
plenitud y a personas con ideas afines a las mías que seguían sus propios rastros. Y mi
trayecto tuvo oposición. Ahora me doy cuenta de que los compañeros de viaje en el
camino del bosque habrían visto mi giro hacia los árboles como un error de orientación –
¿quién deja un trabajo seguro a tan solo siete años de tener derecho a recibir una
pensión?–. Estaba a punto de incluir a mis padres en esa falta de comprensión cuando, de
repente, me vino un recuerdo: el día que dejé el cuerpo de policía recibí una carta de mi
madre deseándome suerte y expresando su confianza en mí. Aunque no comprendía mi
desvío, tampoco trataba de mantenerme atado a la correa.
Cuando se trata de nuestras propias vidas, creo que es importante ser consciente de
las decisiones que estamos tomando y del porqué. Lo que el resto de personas que iban
por el camino principal consideraron un desvío era, en realidad, el comienzo de mi
verdadera dirección. Mi viaje hasta entonces sí que había sido un desvío. Necesario en
muchos sentidos, y fácilmente confundido con el verdadero, pero un desvío, al fin y al
cabo.
Tienes que estar preparado para el hecho de que nadie más que tú puede
comprender tus decisiones –hasta que conozcas a otros que estén siguiendo su trayecto–.
Parafraseando al autor Hugh MacLeod, cuanto más originales sean tus decisiones en la

168
vida, menos consejos será capaz de darte la gente. Así pues, si tienes un olor en tus fosas
nasales que revuelve irresistiblemente tu sangre, ignora a todo el mundo. Si eres como
Betty no tendrás que hacerlo, tus oídos ya no estarán escuchando. Ese olor invisible que
están siguiendo tus hijos podría provenir de la vida que ellos están destinados a vivir.
Ese rastro hacia el que te sientes atraído podría conducirte a ti a lo mismo. Mi consejo es
que respires profundo... y que corras.

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Una carta dirigida a los jóvenes:
siete cosas que quiero que sepas

Lo admito, esto es un poco una estratagema del escritor. ¿Espero realmente que tus hijos
lean esto –sobre todo si se lo pides–? Quién sabe, estoy seguro de que algunos lo harán,
y si este mensaje encuentra su camino de tu boca a sus oídos, sería estupendo. La
sabiduría y la fe de mi abuelo, Fred Cook, me ayudaron enormemente, y no tengo
ninguna duda de que parte de lo que estoy a punto de compartir procede de él. Espero
que te resulte de ayuda, y también a tus hijos.

Queridos Heath, Sasha y Seth,


1. Te van a suceder cosas malas.
2. Alimentas aquello en lo que te centras.
3. En ocasiones tus miedos no importan, o ni siquiera son tuyos.
4. Obtienes el futuro que esperas.
5. No merece la pena conocer a alguien que piensa que lo importante es tu forma
de vestir.
6. En ocasiones, lo que los demás tratan de enseñarte tiene su origen en sus
propios asuntos.
7. Estás escribiendo la historia de tu vida. Sé el personaje que quieres ser.

1. Te van a suceder cosas malas


Habrá días en los que te sientes en cualquier parte y lamentes lo mala y lo injusta que es
la vida, y lo mala que es la gente. Está bien llorar –en realidad, es un buen modo de
reducir tus sentimientos, y todo el mundo necesita llorar de vez en cuando–. Lo
importante es lo que hagas después. La vida no es justa, hacer cosas buenas no implica
que sucedan cosas buenas (de todas formas, es bueno hacerlas), y las personas solo
pueden decepcionarte si depositas una expectativa en ellas. Creo que la vida es lo que

170
decidimos que sea, y nuestra imaginación es un arma poderosa que nos sirve de ayuda.
Me gusta actuar como si tuviesen que pasar cosas malas para que sucedan cosas buenas
después –y, al parecer, eso es lo que pasa–. Me gusta actuar como si me hubiesen dado
todo lo necesario para hacer frente a lo que me pasa. Y, aunque sea muy difícil, descubro
que puedo hacerlo. Actuar «como si» hubiese cosas buenas en ti que te ayudan a hacer
cosas buenas está bien, mucho mejor que actuar «como si» hubiese cosas malas en ti que
te impiden hacer cosas buenas. Mucho mejor que actuar «como si» no fueses lo
suficientemente bueno o «como si» no le gustases a nadie.
Mi abuelo me decía: «No tiene que ser fácil, tan solo posible». Y así es, sea lo que
sea, si le echas a lo que quieres todo lo que tienes. No puedes negociar con el éxito; o le
das lo que quiere o pasa a otra persona.
Créeme, aquello que la vida te presenta te hace más fuerte, aunque no lo sientas en
ese momento. En muchas culturas antiguas se hacía que los jóvenes participasen en
determinados ritos que los convertían en hombres. Muy a menudo implicaban dolor –los
cheyennes obligaban a los niños a hacerse cortes en el torso y a introducir cuerdas en
ellos, que luego ataban a un poste; a continuación, tenían que liberarse–. Si te unes a los
lobatos o a las lobatas de los escultistas harán que cantes «Ging Gang Goolie» [13] . Es
un poco lo mismo. La idea que se deriva de estos viejos rituales es que de tu dolor viene
tu don; de tu herida viene aquello que revelará tu talento. He descubierto que puedes
hacer que esto se haga realidad si piensas que es verdadero y si actúas como si lo fuese.
Lo que podría parecer un desastre en ese momento podría conducir a algo bueno.
Del mismo modo que lo que puede parecer algo de buena suerte lleva en ocasiones a
algo terrible. En una ocasión vi un gusano sufriendo para atravesar una terraza caliente.
Para ayudarle, lo recogí y lo puse sobre la hierba. Un mirlo vio el movimiento, se acercó
y se lo comió. Me recuerda una historia que siempre me ha gustado, también sobre un
nativo americano:

Había un guerrero que tenía un buen semental. Todo el mundo decía lo afortunado
que era al tener un caballo así. «Quizá», decía él. Un día, el semental huyó. La
gente dijo que el guerrero tenía mala suerte. «Quizá», dijo él. Al día siguiente, el
semental regresó encabezando un grupo de buenos ponis. La gente decía que era
muy afortunado. «Quizá», dijo el guerrero. Más tarde, el hijo del guerrero se cayó
de uno de los ponis y se rompió una pierna. La gente decía que tenía mala suerte.
«Quizá», dijo el guerrero. A la semana siguiente, el jefe dirigió una partida de
guerreros contra otra tribu. Muchos jóvenes murieron. Sin embargo, a causa de su

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pierna rota, el hijo del guerrero se quedó atrás y se salvó. La gente dijo que tenía
suerte.
«Quizá», dijo el guerrero.

Nunca se puede decir en el momento si las cosas serán buenas o malas a la larga, así
que disfruta de las cosas buenas al máximo, no te tomes las cosas malas demasiado en
serio y, sobre todo, no las consideres permanentes –siempre está la otra cara de los
momentos buenos y de los malos–. Algo de lo que puedes estar seguro es que nada
perdura, y no hay nada que podamos hacer al respecto, así que no te encariñes
demasiado con las cosas. Disfruta de los buenos momentos, y ábrete camino a través de
los malos sin parar en el hotel «no es justo» o en el bed and breakfast «el mundo está
contra mí».
Si te estás moviendo, te caerás. Todo lo que importa es que aprendas a fin de no
tropezar dos veces en la misma piedra. Lo único que importa es que encuentres una
razón para volver a levantarte.

2. Alimentas aquello en lo que te centras


No es lo que te sucede, es lo que haces de ello. Sé que suena a tópico, pero es cierto si
vives según su principio. En la película El exótico Hotel Marigold, alguien dice: «Al
final todo saldrá bien... y, si no sale bien, es que no es el final». Creo que esta frase es
cierta, y me ayuda enormemente.
¿Qué pasa conmigo y con las historias de nativos americanos? No lo sé, porque
aquí presento otra:

Una tarde, un anciano cherokee le habló a su nieto de una batalla que ocurre
dentro de la gente. Dijo: «Hijo, la batalla que tiene lugar dentro de nosotros es
entre dos lobos. Uno representa el Miedo: es la ira, la envidia, los celos, la pena, el
remordimiento, la codicia, la arrogancia, la autocompasión, la culpa, el
resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad y el
ego. El otro representa el Amor: es la alegría, la paz, la esperanza, la serenidad, la
humildad, la bondad, la benevolencia, la empatía, la generosidad, la verdad, la
compasión y la fe». El nieto pensó durante un momento y le preguntó a su abuelo:
«¿Qué lobo gana?». El anciano cherokee se limitó a responder: «Aquel al que tú
alimentes».

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Si te centras en las cosas malas que suceden, sintonizarás tu cerebro para poner su
atención sobre este tipo de cosas. Si te digo: «No pienses en un árbol azul», ¿qué te
viene a la mente? El cerebro tiene que procesar un negativo, así que céntrate en lo que
quieres, no en lo que no quieres. Céntrate en todo lo bueno a lo largo de tu día, todos los
días que te acuerdes de hacerlo. Al alimentar las cosas buenas con tu atención, estas se
desarrollarán –y tú también–. Cada noche antes de irte a dormir, repasa el día y piensa en
tres cosas buenas que te hayan sucedido. No tienen que ser grandes cosas –esta mañana
he visto la primera mariposa de este año–, pero intenta que tengan que ver, sobre todo,
con personas o con la naturaleza. Es incluso mejor si las pones por escrito. Sabrás que
esto se ha convertido en un hábito cuando tengas que escoger tres de entre muchas otras
opciones.

3. En ocasiones tus miedos no importan, o ni siquiera son tuyos


Cuando era oficial de policía, a menudo tenía miedo de que me considerasen una
persona aterrorizada, ya que la mayor parte de mis compañeros parecían mucho más
valientes que yo. Ahora me doy cuenta de que el valor no es la ausencia de miedo, sino
que consiste en continuar actuando pese a tener miedo; y de que la mayoría de personas
están luchando tanto como tú para aparentar valentía frente al resto de personas. Así
pues, no le tengas miedo al miedo, y recuerda que existen dos tipos de miedo. Uno de
ellos es el miedo a que te suceda algo doloroso a nivel físico. Por lo que respecta a este
tipo de miedo, una buena regla general es que si todos los demás tienen miedo (o lo
tendrían si estuvieran en tu lugar), entonces tú deberías tenerlo, así que actúa en
consecuencia (desde el punto de vista del LCI, sin embargo, todavía tienes poder sobre
tu respuesta). Si ese no fuese el caso, te encuentras en una situación en la que tienes
elección. Céntrate en lo que te diga tu cabeza y síguelo.
El segundo tipo es el miedo a las opiniones de los demás. En relación con este tipo,
permíteme que comparta contigo el mayor aprendizaje de toda mi vida: no puedes
divertirte en tu vida más que siendo tú mismo. Así es. Diviértete siendo tú mismo y la
mayoría de cosas que temes desaparecerán. Si te preocupa lo que los demás piensan de
ti, te convertirás en cualquier versión de ti que piensas que quiere ver la gente, en cada
situación en la que te encuentres. Muchas personas acuden a mí con una crisis de
identidad –dicen no saber cuál es su «yo real»–. Esto se debe a que tienen demasiadas

173
versiones entre las cuales escoger como consecuencia de su necesidad de adaptarse al
resto de personas. Limítate a ser tú, porque el resto de las personas no están disponibles.
¿Cómo puede alguien llegar a conocerte realmente –y amarte– a menos que le muestres
tu «yo»? El mejor modo de hacerlo pasa por disfrutar siendo esa persona. La gente te
encontrará mucho más atractivo porque el hecho de haber mostrado tu «yo real» les da
permiso para despedir también a su propia ficción. Puedes reconocer a las personas que
se sienten cómodas consigo mismas porque a menudo ríen más que la mayoría y porque
hacen cosas con las que disfrutan ellas mismas, y no para impresionar o estar de acuerdo
con los demás.
Cuando la gente me escucha decir esto, piensa a veces que es una invitación al
egoísmo –permiso para divertirse haciendo lo que les conviene y para suspender todo lo
demás–. No creo que descubras eso –si eres realmente «tú»–. Creo que la bondad, la
generosidad y el servicio a los demás son los comportamientos más naturales de las
personas que se encuentran en un estado de crecimiento. Gran parte de la diversión
que obtendrás siendo tú tiene que ver con estas cosas.
Luego están los temores de los demás. Cuando eres joven, algunos de estos temores
serán los de tus padres. Ellos te quieren, y he descubierto que los mayores miedos que
me acompañan tienen que ver con mis hijos –y ahora con mis nietos–. Nuestros miedos
pueden provocar que actuemos con nuestros hijos de una manera en la que no
actuaríamos con los demás. A veces trataremos de evitar que hagan algo a causa del
miedo que tenemos de que les suceda algo. Permíteme que te cuente una historia de
miedo. Cuando el padre de Sasha tenía dieciséis años decía que quería una motocicleta.
Aunque a mí no me gustaba la idea, yo mismo había tenido una a su edad, así que,
¿cómo iba a decir que no? Puse un obstáculo en su camino que pensé que lo detendría:
tenía que comprársela él, tal y como había hecho yo. Ahora me doy cuenta de que es
probable que mis padres estableciesen esa misma condición por la misma razón. En
contra de lo esperado, Stuart lo hizo. Creo que yo le compré el casco para estar seguro de
que era uno bueno. El gran día, lo llevé al concesionario para que recogiese la
motocicleta y, después, le seguí hasta casa. No tardé ni dos kilómetros en vomitar en el
espacio para las piernas, del miedo que me dio lo mal que conducía por su falta de
experiencia. Ese es el miedo que tienen tus padres cuando te dicen que no con respecto a
ciertas cosas. Dibujan una imagen en su cabeza de lo que podría ir mal si hicieses lo que
les estás pidiendo. Así que compréndelo, perdónalo (recuerda que están aprendiendo

174
cómo ser padres a medida que creces, por lo que todo es nuevo para ellos) y, en
ocasiones cuando seas más mayor, ignóralo –pero prepárate para asumir las
consecuencias–. No puedes vivir dentro de la burbuja del miedo de otras personas, o esta
terminará por convertirse en tu realidad. Sé que tus padres van a dejar que hagas muchas
cosas que les aterran. Bien. Es probable que sientas la necesidad de hacer unas pocas
cosas más. Confío en que sabrás cuáles son, porque si te rompes una pierna no vengas
corriendo a mí. Asegúrate de hacerlas porque te diviertas siendo tú, no para impresionar
o para complacer a los demás. Y no te rebeles contra los deseos de tus padres por el
mero hecho de que sean sus deseos. En realidad, rebelarse contra todo no es una
rebelión, sino más bien otro tipo de conformidad.
El último tipo de miedo son los miedos que los demás tratan de transmitirnos. Lo
hacen de diferentes maneras. El más común, y aquel del que hay que ser más consciente,
es el miedo a no ser lo suficientemente bueno, o a no ser querido o amado. Algunas
personas tratarán de sentirse mejor consigo mismas haciendo que tú te sientas peor.
Recuerda siempre que la gente no puede quitarte tu poder, solo tú puedes regalarlo.
Así que no lo hagas. Si te sientes herido por el comentario de otra persona, pregúntate a
ti mismo: «¿Qué hay en ellos que les hace sentir la necesidad de decir eso?». Pronto
descubrirás que las respuestas que recibes revelan las inseguridades de los demás.
Practica esto. Es una protección brillante contra los intentos de los demás por
contaminarte con sus sentimientos sobre sí mismos. Recuerda que la falta de amabilidad
hacia el resto de personas no constituye una fortaleza, sino una señal de alerta para la
propia vulnerabilidad de esa persona. Recuerda que si las personas tratan de hacer que
te sientas más débil puede deberse a que eres más fuerte. Descubrirás que, si te
diviertes siendo tú, verdaderamente tú, la amabilidad surgirá fácilmente, y también lo
hará una invulnerabilidad a la mezquindad de la gente infeliz. No permitas nunca que
otras personas te convenzan de que el hecho de sentirte mal contigo mismo es la
respuesta correcta, o la única manera de estar en contacto con ellas. Es su sentimiento
sobre sí mismas, así que deja que se lo queden.

4. Obtienes el futuro que esperas


En ocasiones escucho esto de un modo un tanto jipi –en plan «el universo proveerá»–.
No me refiero a eso. Me he quedado sin historias de nativos americanos, así que

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permíteme que te hable de un cliente cuya experiencia resulta bastante típica. Su nombre
era señor Gerónimo. Se le presentó la oportunidad de ascender en su trabajo. Aunque
había tenido esa misma oportunidad anteriormente, algo parecía refrenarlo. En esta
ocasión, su compañero le presionó para que enviara la solicitud. Los sudores nocturnos
comenzaron, y Gerónimo le dijo a todo aquel que estaba dispuesto a escucharle que
probablemente no consiguiese el ascenso. Se encontró a sí mismo extrañamente
distraído, cuando en realidad debería haber estado preparándose. Cada vez que pensaba
en la entrevista o que alguien le sacaba el tema, se imaginaba a sí mismo quedando en
ridículo. A medida que se acercaba la entrevista y aumentaba su nerviosismo, esta
pesadilla viviente se volvía cada vez más intensa. El día de la entrevista, su compañero
tuvo que llevarle en coche a ella. Visitó el cuarto de baño en varias ocasiones –la última
de ellas para vomitar– antes de dirigirse a la habitación para encontrarse con la mirada
del grupo encargado de la entrevista. Se transformó en un despojo balbuceante que
apenas era capaz de terminar una frase, y la entrevista se convirtió en su pesadilla.
Obtuvo el futuro que esperaba.
Alimentas aquello en lo que te centras. Si permites que la posibilidad de que una
situación que va mal sea la imagen en la que te centras cuando piensas en ella, tu cerebro
la tratará cada vez más como el futuro más probable y responderá en consecuencia
cambiando al modo de protección. En cierto sentido, tu cerebro no puede diferenciar
entre algo malo que está sucediendo en la realidad y un acontecimiento que te estás
imaginando, así que prepara el cuerpo para responder como si fueran lo mismo –esa es la
razón por la que nos despertamos de una pesadilla con el corazón agitado–. La descarga
de adrenalina de esta respuesta de protección hará que seas menos tú mismo –las
emociones fuertes te hacen estúpido–, y no serás la mejor versión de ti mismo. Piensa
en cómo quieres que sean las cosas. Si el señor Gerónimo hubiese ensayado en su
cabeza que la entrevista iba bien, centrándose en todo lo que le habría hecho tener
confianza, su cerebro habría respondido liberando dopamina y se habría sentido
recompensado por el pensamiento de la entrevista. La habría tratado como una
oportunidad de crecimiento. Ello no le habría garantizado el trabajo, pero significaría
que la versión de sí mismo con más probabilidades de conseguir el trabajo se habría
presentado a la entrevista.
La ansiedad es un miedo a algo que todavía no ha sucedido; no puedes estar ansioso
por algo que ya ha sucedido. «Ah», te oigo decir, «la semana pasada rompí el jarrón

176
favorito de mi madre y, en realidad, estoy muy ansioso por ello». «Sí», respondo,
acariciando sabiamente mi barba blanca, «si supieses que nunca va a enterarse de ello es
probable que no lo estuvieses. Lo que te hace sufrir es el miedo de lo que sucederá
cuando lo descubra». Mark Twain era una de esas personas que parecía hablar mediante
citas útiles. Esta es una de mis favoritas: «He tenido muchas preocupaciones en mi vida,
la mayoría de las cuales nunca sucedieron». Un siglo después, el protagonista de una de
mis películas favoritas –Van Wilder: Party Liaison (siempre me he inclinado por los
clásicos)– apoyó a Twain con este sabia enseñanza: «Preocuparse es como una
mecedora. Te da algo que hacer, pero no te lleva a ninguna parte».

Ya escribí sobre esto más arriba. Imagina que tienes dos círculos. Uno de ellos es tu
círculo de influencia –las cosas en las que puedes influir–. El otro es tu círculo de
preocupación –las cosas que pueden estar en tu mente, pero que no puedes cambiar
directamente.
Hay muchas cosas por las que preocuparse, y los medios de comunicación nos las
lanzan todos los días: el medio ambiente, el gobierno, la economía, diferentes alarmas
sanitarias y los asuntos internacionales. Si no tenemos cuidado, podemos perder mucha
energía centrándonos en las cosas de nuestro círculo de preocupación, en lugar de
hacerlo en las de nuestro círculo de influencia. Esto no contribuye a nuestro crecimiento,

177
y prepara a nuestro cerebro para buscar más de lo mismo. Si, en vez de ello, te centras en
aquellas cosas de tu vida en las que puedes influir, tu sensación de empoderamiento
aumenta. No confundas influencia con control. No puedo controlar el daño que la raza
humana le está haciendo al medio ambiente, pero puedo influir en el daño que yo le
hago, y puedo escoger mi nivel de participación para influir en lo que se hace al respecto
–uniéndome a organizaciones que luchan en favor del medio ambiente como
Greenpeace, ayudando a mi asociación local de protección y conservación de la flora y
fauna, o plantando un árbol en mi jardín–. Creo que descubrirás que, al centrarte en tu
círculo de influencia, podrás comenzar a darte cuenta del poder personal que tienes. Eso
te llevará a ser más proactivo en la vida, lo que, a su vez, engrandecerá y enriquecerá tu
mundo. Si no puedes tener ninguna influencia sobre algo, no te preocupes por ello –
tienes mejores cosas que hacer que sentarte en una mecedora.
Tienes una máquina del tiempo. Tu cerebro puede enviarte de vuelta al pasado o
mandarte al futuro. Úsalo de manera inteligente. Cada momento que pasas pensando en
el futuro, o en el pasado, es un tiempo que no pasas saboreando el presente. Este es un
dispositivo de protección. Evítalo. Limítate a visitar el pasado para sentirte bien o para
acordarte de algo acerca de ti que te proporcione lo que necesites en ese momento.
Visualiza el futuro tal y como lo quieres antes de quedarte dormido cada noche. La
combinación de estos dos hábitos ajustará tu cerebro hacia el crecimiento. Al hacerlo –y
al prestar atención al presente–, te volverás más consciente de las oportunidades que te
brinda tu inconsciente y que te llevarán al futuro que quieres. Recuerda que estás
caminando por la misma calle que los demás, con los mismos baches que te hacen
tropezar y las mismas monedas de la suerte en el suelo. Lo que se ponga en tu camino
con mayor frecuencia es, por lo general, producto de lo que esperas.

5. No merece la pena conocer a alguien que piensa que lo importante es tu


forma de vestir
Los adultos suelen ver las decisiones que toman sus hijos y con las que no están de
acuerdo como una señal de rebelión. Con mayor frecuencia, son el resultado de un
cambio en quienes son aquellos cuyas opiniones tienen más peso en sus vidas –sus
padres o sus amigos–. En realidad, el hecho de poner a tus amigos por delante en algún
momento es una señal de progreso (esperaría que fuese en algún momento de la

178
adolescencia). Más tarde, el objetivo real será escuchar a ambos, pero decidir por ti
mismo.
De manera similar, las decisiones que muchos toman en su elección de la ropa
reflejarán lo contrario de lo que podría parecer –satisface una necesidad de encajar–. A
los adolescentes a menudo les gusta verse a sí mismos como rebeldes, pero el grupo rara
vez se rebela contra sus propios iguales. Los niños están desesperados por encajar y, para
muchos de ellos, la máxima aspiración consiste en hacerse invisible adaptándose a las
normas del grupo. Por eso, aunque los adultos –o incluso la gente de su propia edad–
considere rebeldes a los grupos de góticos o de emos (o cualquier otro grupo
contracultural que haya cuando estés en esa edad), en realidad solo es un grupo de niños
que se ajustan a las normas del grupo al que han decidido pertenecer. Y de pertenecer es
de lo que se trata. A medida que los jóvenes comienzan a liberarse del control de sus
padres, nuestra evolución demanda que no estemos solos contra el mundo, así que los
grupos de iguales se vuelven de extrema importancia. Incluso las personas introvertidas,
que tendrán un grupo de amigos más reducido que las extrovertidas, conectarán
fuertemente, aunque solo sea con uno o dos amigos especiales. Y cada grupo formará
una tribu. Desarrollarán un lenguaje, unos rituales y unas preferencias determinadas por
la ropa. Siempre hay líderes dentro del grupo, y resulta interesante observar cómo las
personas tienden a imitar a sus líderes. Ello se debe a que a la gente le gusta la gente
que es como ellos. Durante millones de años, en los que las personas ajenas a la tribu
han constituido una amenaza mayor que las propias personas de la tribu, hemos
desarrollado este rasgo de encontrar reconfortantes las similitudes, y lo hemos expresado
mediante la adopción de símbolos de similitud –tales como la ropa, la decoración, el
humor y la música preferida–. Dado que las sociedades son jerárquicas, no es de extrañar
que las tendencias que suelen surgir se vean impulsadas por quienquiera que se
considere el líder del grupo. No siempre, pero sí a menudo.
Cuando yo era niño, la ropa no era un símbolo. Hoy en día, las marcas de diseñador
comienzan con la ropa de bebé, así que desde el primer momento los niños se ven
alimentados por la idea de que esto importa. Se trata meramente de un prejuicio, pero
prefiero llevar puesta una camiseta barata que diga: «Soy estúpido» que gastarme una
fortuna en la camiseta de un diseñador y demostrar que lo soy. Paga por la calidad. Paga
porque te gusta. Eso está bien. Nadie puede contarte el valor de algo, solo tú puedes
saberlo, así que, si te gusta la ropa, si disfrutas expresándote a través de ella, si hace que

179
«te diviertas siendo tú», entonces gástate lo que quieras. No pagues por ser como otras
personas o esperes agradarles más a causa de ello.
No te estoy pidiendo esto desde el principio. La adolescencia es, de un modo
especial, un momento en el que está bien llevar camuflaje mientras te orientas. Sin
embargo, habrá un momento en que mirarás a tu alrededor y te darás cuenta de que no te
gusta la gente porque comparten el mismo logotipo, y eso mismo se aplicará a ellos
también. A menos que deambules por ahí con un disfraz de Disney, la gente no te querrá
por lo que lleves puesto, sino por lo que hagas. He descubierto que las dos cosas que más
han aumentado mi popularidad han sido no tratar de ser popular y ser amable. Eso es.
Todos los días estás rodeado de oportunidades de ser amable con los demás, de hacer
que se sientan un poco más felices por haberse cruzado en tu camino. Ello no requiere
casi ningún esfuerzo. Di algo agradable de ellos, salúdales con una sonrisa, pregúntales
cómo están (y escucha su respuesta). Ábreles la puerta, ayúdales a alcanzar algo en el
supermercado. Sírveles. Es así de simple.
La psicología positiva es el estudio de lo que las personas felices hacen para ser
felices; los psicólogos positivos han descubierto que la felicidad no es una casualidad de
nacimiento, sino el resultado de una forma de vida, y para ello resulta fundamental servir
a los demás. Si te tomas muchas molestias para que otra persona se beneficie, te
garantizo que te sentirás mejor al hacerlo. Muestra gratitud por lo que la gente haga por
ti y sucederá lo mismo. Haz de la bondad tu etiqueta de marca y podrás vestir una bolsa
de basura usada, y seguirás gustándole a la gente y te seguirán queriendo en sus vidas –y
comenzarán a vestir bolsas de basura para conseguir lo que tú ya tienes..

6. En ocasiones, lo que los demás tratan de enseñarte tiene su origen en


sus problemas personales
En el colegio fui víctima de acoso escolar. No fue nada grave. A menudo sufría más por
el miedo a ser el siguiente –de ahí mi gusto por la sabiduría de Van Wilder–. Había un
chico en mi curso al que todo el mundo le tenía miedo. Algunos se mantenían lo más
lejos posible de él, otros se convirtieron en sus hienas. Durante un tiempo intenté estar al
borde de la manada, pero simplemente no era yo, así que, por lo general, recurrí al
humor para desviar su atención. El hecho de ser víctima de acoso me dejó con dudas
sobre mí mismo –si vives en un estado de protección durante mucho tiempo, a menudo

180
te conviertes en una persona que piensa menos en sí misma a causa del miedo–. Pasaron
muchos años hasta que me di cuenta de que el acosador era, en realidad, quien tenía
miedo.
Hablé más arriba en este mismo libro de cómo tememos el rechazo –por parte de
nuestros padres y de la tribu–. Si nuestras experiencias nos llevan a concluir que no
somos alguien que merece la pena, entonces tendemos a defendernos o a reaccionar de
una u otra manera: nos protegemos mediante la sumisión o mediante la agresión.
Los miembros del primer grupo proyectan un aire de «el mundo está bien, pero yo
no». Las cosas suceden por su culpa, los demás son mejores que ellos y están en mejores
condiciones de salir adelante. Tendrán cierta tendencia a poner al resto de personas por
delante –para complacerlas–. No serán muy buenos defendiéndose a sí mismos y a
menudo serán el felpudo de alguien. Esperan ser rescatados, pegándose a alguien a quien
consideren poderoso o que se encuentre en posición de salvarlos. Acuden a mi cuarto de
terapia esperando que yo sea esa persona.
Luego hay gente que proyecta el siguiente mensaje: «Yo estoy bien, pero el mundo
no». Estos suelen ser los acosadores, las personas que necesitan estar por encima, que
han de tener la razón, que deben hacer que los demás se equivoquen, que le dicen a
cualquiera que tiene que escuchar lo buenos que son. Por lo general, no acuden a terapia,
a menos que sea para probar que su terapeuta no tiene ni idea, como todo el mundo. Su
actitud agresiva es pintura de guerra. Ráscala y descubrirás que, en realidad, no tienen
una opinión nada buena de sí mismos; su táctica consiste en sentirse mejor haciendo que
las personas que les rodean se sientan peor. Tratan de mantener su cabeza por encima del
agua del autoodio pisoteando a los demás. Lamentablemente, los comportamientos
impulsados por las emociones negativas tienden a crear lo que estás tratando de
evitar, así que su respuesta al autodesprecio incrementa su autodesprecio y, a medida
que pasan los años, se vuelven más infelices –y hacen que las personas sumisas unidas a
ellas sientan lo mismo, porque estos dos tipos de personas a menudo se emparejan–. La
gente sumisa puede verse atraída por el poder ilusorio del agresor y sentir que no
merecen nada mejor que ser objeto del acoso. El acosador se siente más poderoso
teniendo un compañero que vive a su sombra. Curiosamente, si su relación termina por
romperse, es el agresor quien tiende a desmoronarse. La persona sumisa tiene la
oportunidad de aprender algo de esta experiencia que le ayude a avanzar a una posición

181
mejor –la de una persona asertiva que reconoce que todos nosotros somos compañeros
de lucha.
Vas a encontrarte con personas de ambos bandos. El sumiso va a tratar de
convencerte de que eres la respuesta a sus necesidades, o hará que suscribas la idea de
que el mundo es un lugar amenazante y peligroso que, cuando tenga la oportunidad, te
hará daño. El agresor intentará persuadirte de que estás aquí para atender sus
necesidades, de que nunca alcanzarás sus estándares, y de que te corresponde estar por
debajo de él. Algunos de tus amigos tendrán padres así y verás los efectos desde el
momento en que tus compañeros digieran estos mensajes hasta que estos terminen por
convertirse en verdaderos. Si entablas amistad con una persona sumisa, no te dejes
seducir por el servicio que te ofrece, ayúdala a descubrir su propio valor. Tu estima no se
verá reforzada por su esclavitud, sino por su emancipación. Ten cuidado si te haces
amigo de un agresor, desgastará tu confianza y tratará de hacer que seas igual de
desagradable.
La investigación ha demostrado que tendemos a ser un compuesto de las cinco
personas con las que más tiempo pasamos. Escoge a tus amigos tomando esta idea
como modelo. ¿Quién quiero ser? ¿A quién conozco que ejemplifique en mayor medida
estas cosas? La gente te transmitirá sus problemas tanto si tienen la intención de hacerlo
como si no.

7. Estás escribiendo la historia de tu vida. Sé el personaje que quieres ser


La mayoría de personas viven como si estuviesen siguiendo algún tipo de guion –un
guion que otra persona está escribiendo–. Como dije anteriormente, los jesuitas dicen
que les des un niño hasta que cumpla siete años y te devolverán un hombre. Un tipo
llamado Eric Berne creía que los niños determinaban la historia de su vida a la misma
edad y pasaban el resto de su vida probándola –ya se tratase de una historia buena o de
una de horror–. A nuestro pasado le resulta sencillo convertirse en nuestro destino, y a
nosotros nos resulta fácil ser más de lo que siempre hemos sido, pero no tiene por qué
ser así.
Creo que uno de los objetivos más importantes de la vida consiste en quitarle el
teclado de las manos a ese guionista invisible y comenzar a definir la naturaleza de tu
historia y tu papel en ella. Porque no existimos. Puedes excavar en tu cerebro todo el

182
tiempo que quieras y no te encontrarás allí. Creo que somos solo una idea que tiene el
cerebro y que le ayuda a planificar su siguiente movimiento, y que esa idea se desarrolló
tanto que se vio a sí misma en el espejo y creyó en lo que vio. Pienso que todos nosotros
somos únicamente electricidad y sustancias químicas dando vueltas por nuestro cerebro.
El hecho de aceptar ese pensamiento –de que tan solo eres un pensamiento– te libera.
Creo que no existe otro destino más que el que tú creas, no hay ningún sentido de
por qué estás aquí más que el que tú mismo le das. Nadie está mirando, y nadie está
juzgando, y menos aún el universo. Así que puedes ser quien tú elijas. Esa última
palabra es la más importante. La elección es tu objetivo.
Yo solía pensar que el «desarrollo personal» haría que mis problemas
desapareciesen. Bueno, en cierto sentido tenía razón, porque ni siquiera puedo
acordarme de las cosas que antes me preocupaban, pero los nuevos problemas
reemplazaron a los primeros. Como muchas personas, esperaba que el mar de la vida se
convirtiese en el típico lago que provee de agua a un molino. No fue así, así que aprendí
a navegar mejor las olas, y ese es el objetivo del desarrollo personal –que te des cuenta
de que el timón está en tu mano, de que tú decides por qué estrella quieres navegar y a
qué destino deseas dirigirte–. Vivir deliberadamente y no entregar el control de tus
elecciones es la más difícil de todas las opciones, y la que te proporcionará la mejor
oportunidad de hacer que tu vida sea lo que quieres que sea.
Viktor Frankl fue un psicoanalista judío que fue enviado a varios campos de
concentración por los nazis. Pasó tres años como prisionero. Escribió sus experiencias y
el aprendizaje que extrajo de ellas en su clásico libro El hombre en busca de sentido.
Léelo, por favor. La esencia del mismo es la siguiente:

«La única cosa que no puedes quitarme es el modo en que elijo responder a lo que
tú me haces. La última de las libertades de uno consiste en elegir su actitud en una
serie dada de circunstancias».

Nadie puede decirte cuál es tu personaje, o cuál es tu historia. Ni siquiera puede


hacerlo la vida, pero el 80% de las personas lo permitirán. Despiértate cada mañana y
escoge tu actitud frente a la vida. Sé la persona que vive esa actitud en tu historia. La
práctica no consigue la perfección, sino la permanencia. Si practicas para ser quien
permanece despierto al hecho de que el día que vas a vivir es decisión tuya, y para ser
quien más se divierte como resultado de esas decisiones, al cabo de un tiempo ese «yo»

183
se convertirá en la persona que eres. Esta es una decisión heroica, y la mayoría de
personas no la tomarán.
Oh, y no te tomes a ti mismo muy en serio, porque tan solo eres una fantasía –como
todo el mundo.
Te quiero,
Abuelo x

184
Conclusión

Empecé a escribir un libro –ese fajo de papeles en blanco con los que comencé– y ahora
está junto a mí. A medida que ha ido creciendo ha cambiado, como un niño. Pensé que
se limitaría a algunas de las miserias comunes que experimentan mis clientes y de las
que quería ayudar a vacunarte a ti y a tus hijos. A medida que esas miserias se
relacionaron con el modo en que trabajan nuestros cerebros, y a medida en que el modo
en que nuestros cerebros trabajan se relacionó con la manera en que opera nuestra
sociedad, se convirtió en algo un poco más grande: la idea de que cambiar el modo en
que abordabas la crianza de nuestros hijos podría mejorarte. Luego se convirtió en algo
aún más grande: cambiar el mundo para bien.
No te estoy pidiendo que te apuntes como si fuese una cruzada –estoy seguro de
que tienes muchas otras cosas con las que llenar tu día–, pero lo bueno es que no tienes
que hacerlo. Si te pasas el primer año de la vida de tu hijo garantizando su seguridad a
través del contacto; a través de tu presencia responsable; a través de las palabras que le
diriges a él, y las que tratan de él, en las que muestras una actitud positiva y cariñosa;
con unas expresiones faciales que reflejan amor, diversión y alegría; habrás comenzado a
sintonizar su cerebro con la expectativa de vivir en una realidad de crecimiento. A partir
de ahí, si usas sus cálculos jóvenes para crear conexiones entre los acontecimientos y si
recurres a su sentido del bienestar convirtiendo tu estilo explicativo en uno optimista, lo
estarás preparando para que vea oportunidades en todas partes. Si le enseñas que él es el
responsable de sus resultados, y de que su mundo solo será lo que él quiera que sea si
actúa de ese modo, le habrás iniciado en el camino hacia el LCI. Si le animas a tener una
mentalidad de crecimiento, en lugar de una fija, crecerá con resiliencia ante los desafíos
que se le presenten y crecerá de manera persistente en respuesta a sus contratiempos. Si
desarrollas en él la disciplina necesaria para que se mantenga fiel a los pequeños hábitos
que le hacen avanzar y encuentras maneras intrínsecas de motivarlo, serás capaz de
relajarte y de disfrutar viendo su recorrido –advirtiendo que el hecho de que él crezca
también hace que crezcas tú.

185
Y, si hay suficientes personas como tú que crían a sus niños de este modo, y si hay
suficientes familias como vosotras que evitáis aquellas cosas de los medios de
comunicación que desencadenan en ti un estado de protección, que evitáis los cantos de
sirena de la recopilación consumista de medallas y que, en vez de ello, prestáis un
servicio a los demás, llegaremos a un punto de inflexión en el que cada uno de vosotros
contribuirá al aleteo de una nueva mariposa que convierte el mundo en un lugar mejor.
Cambiar el mundo cambiando a un hijo, o a un padre, cada vez. Me gusta la idea.
El comienzo.

186
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188
Agradecimientos

Siempre dejo esta parte del libro para el final. Nunca sé realmente a quién voy a estarle
agradecido hasta que he terminado de escribirlo, porque la ayuda siempre aparece en los
lugares más inesperados. Es también una forma útil de recordarme a mí mismo que,
aunque la escritura de un libro es, en gran medida, una experiencia solitaria, un libro
nunca proviene de una única mente.
En este libro en particular, ¿con quién podría comenzar este agradecimiento sino
con mis propios hijos? Tengo dos grandes hijos, Mark y Stuart. Ambos me hacen reír,
algo que valoro mucho, y son hinchas del Chelsea, señal de que algo hice bien. Ahora
que tienen sus propios hijos, ambos me están demostrando que, evidentemente, yo era un
aprendiz lento cuando me encontraba en su posición. Se han tomado la paternidad de un
modo que ha hecho que me sienta muy orgulloso de ellos, y, como abuelo, espero que
sepan que estoy ahí en caso de que me necesiten.
A continuación, vienen las nuevas alegrías en mi vida: mis nietos Heath, Sasha y
Seth. Heath es el hijo de Mark y de su mujer Tara. Cuando comencé a pensar en este
libro, Heath aún no había llegado, y ahora, ya que esta es la última parte del libro que
escribo, Heath nos ha entretenido durante casi cinco años. Sus aventuras y, en ocasiones,
su sonrisa a través de las fotografías que sus padres nos envían a través de WhatsApp,
han iluminado muchas mañanas frías. Sasha, la hija de Stuart y de su mujer Ksenia, es
una experiencia totalmente nueva para mí –una niña–. Hermosa, valiente y un completo
misterio. Creo que sus dedos meñiques van a convertirse en un lugar familiar para mí.
Hace un año se le unió un hermanito, Seth, cuya risa alocada parece ser su respuesta
predeterminada durante la mayor parte de su día. Ellos son la prueba de que el amor
simplemente se expande de manera infinita. Todos ellos hacen que yo tenga un gran
futuro por delante.
Como siempre, mis clientes siguen siendo las mayores fuentes de aprendizaje en mi
vida, y quiero darles las gracias a todos ellos por todo lo que me han dado. Hace falta
valor para cambiar, y paso mucho tiempo con personas muy valientes. Las personas de

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Kids Company constituyeron una fuente de asombro por la resiliencia del espíritu
humano y por el poder de la esperanza. Me sentí muy orgulloso de formar parte de esta
organización, y su desaparición me partió el corazón.
Si mis estudiantes leen este libro, se encontrarán en territorio familiar, y deberían
hacerlo, porque a menudo ha surgido frente a ellos la filosofía que impulsa este libro, así
como las frases y mantras que en él se incluyen. Soy muy afortunado de tener como
estudiantes a personas que me motivan a enseñar la Hipnoterapia Cognitiva, y que con
tanta frecuencia hacen un trabajo maravilloso con ella. Ver adónde nos lleva este viaje
compartido es una perspectiva realmente emocionante.
Las personas a quienes se pide la lectura de un manuscrito ocupan un lugar especial
en el proceso de escritura de un libro –un lugar doloroso, pero absolutamente esencial–.
Cada uno de ellos lo lee y lo tritura de maneras diferentes, dejando al autor, en este caso
yo, con tres versiones de por qué aún no es lo suficientemente bueno. Y a partir de eso y
de los restos de la confianza en mí mismo como escritor, finalmente surge algo mejor. Si
no te gusta, en realidad no es por su culpa; ellos hicieron todo lo que pudieron con lo que
les di. Jan, Ruth y Cat, muchas gracias. Y entonces, cuando pensaba que estaba
terminado, mi brillante editora, Saethryd Brandreth, no estaba sino comenzando. Cogió
ese manuscrito, lo puso en otra licuadora y finalmente surgió lo que estás leyendo. En
realidad, le estoy más agradecido de lo que probablemente pudo parecer en ese
momento.
Para mí ha sido toda una experiencia de crecimiento real haber tenido la
oportunidad de aprender sobre el mundo editorial bajo la tutela de mi director y editor,
Mark Booth. Su confianza tranquila en mí, su asesoramiento sutil, sus consejos poco
sutiles y su tenacidad para hacer que este libro fuese lo mejor que pudo haber sido me
han resultado más valiosos de lo que él jamás sabrá. Y el encantador equipo de Hodder,
que hizo todo lo posible para llevar el libro al lugar en que lo encontraste, está formado
por grandes personas que hacen que las reuniones sean muy divertidas. Con buenas
galletas.
Por último, quiero darles las gracias a los tres seres con los que comparto mi vida.
En primer lugar, a mi mujer, Bex. Nos convertimos en pareja justo cuando encontré mi
camino, y ni por un momento pienso que fue una coincidencia. Ella es mi mejor amiga,
mi consejera y mi confidente (incluiría amante, pero puede que mis hijos lean y piensen
que es excesivamente sentimental) y, asimismo, es tremendamente indulgente con mis

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muchos defectos. Sé que ella es consciente de ellos porque ha hecho una lista. Menos
mal que, cuando pasé por alto el hecho de que se me había declarado durante una
conversación, tuve el buen sentido de tartamudear unos minutos después... «eso que
dijiste... ¿deberíamos hablar de ello?». A saber cómo le habría ido sin mí si no hubiera
hecho esa pregunta. Mejor probablemente.
Los dos últimos vienen en pareja. A causa de una tragedia terminamos con dos
Schnauzer miniatura llamados Fred y Betty. La suma es mucho más que las partes. Ellos
constituyen el grueso de nuestras conversaciones, y representan una cantidad
desproporcionada de la diversión, de las risas y del desorden. Mientras escribía esto,
Fred apareció bailando junto a la puerta con el felpudo en su boca. De una manera
mágica, los perros nos recuerdan sin esfuerzo lo fácil que resulta crecer cuando te centras
en lo que realmente importa. Aunque la razón por la que piensan que lo que realmente
importa es comer excrementos de oveja nos exceda por completo.

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Notas

[1] El autor usa la palabra «child» y los pronombres en plural «they» y «them», que no tienen género. En la
traducción se ha optado por el uso genérico del masculino, habitual en español, que designa a todos los individuos
de la especie en el texto expositivo, y por alternar el uso de «niña» y «niño» en los ejemplos, por lo que, salvo
indicación expresa en sentido contrario, «hijo/s», «niño/s», «hija/s» y «niña/s» siempre se refieren por igual a
niños y a niñas. Igualmente, «padre/s» traduce el término «parent/s» y se refiere por igual al padre y a la madre.
[2] Juego de cartas en el que los jugadores revelan una carta de su mazo y la colocan delante de ellos, por
turnos, carta que taparán en el turno siguiente con otra carta. Cuando dos jugadores tienen cartas con idéntico
valor numérico, el primero que grita «snap» resulta vencedor (NdT).
[3] Hot-house parenting: método de crianza que promueve un aprendizaje intensivo más temprano y rápido
que el apropiado para la edad cognitiva de los niños (NdT).
[4] Soaps that don´t wash clean [Jabones que no lavan bien]. Juego de palabras que no se puede traducir al
español En inglés, «soap» significa «jabón» y «TV soap» «telenovela» o serie de televisión (NdT).
[5] En inglés, el término «slaves», puede significar «afanarse», y también «trabajar como un esclavo»
(NdT).
[6] Por sus siglas en inglés: thin on the outside, fat on the inside (NdT).
[7] En inglés, uncle y auntie. Fórmula empleada, sobre todo por los niños, para dirigirse a un hombre o a
una mujer mayor que la persona que la emplea. Si bien la traducción habitual sería tío y tía, entendemos que señor
y señora se adapta mejor al contexto (NdT).
[8] El texto inglés permite un juego de palabras imposible de reproducir en español. En función de cómo
dividamos la palabra obtenemos frases con sentidos opuestos. En primer lugar, en un sentido positivo, opportunity
is now here se traduce por la oportunidad está en el aquí y ahora; en segundo lugar, en un sentido negativo,
opportunity is nowhere se traduce por la oportunidad no está en ninguna parte (NdT).
[9] Jugador del Crystal Palace, y después del Arsenal y de la selección inglesa en los años 80 y 90 NdR).
[10] Persona que trabaja en el escritorio de una oficina todo el día, lo que hace que la trasera de sus
pantalones o de su falda brille de manera notable al estar sentada en una silla durante largos períodos de tiempo
(NdT).
[11] «Este eslogan es imposible de traducir como tal, debido al juego entre el sonido inglés /z/ y la grafía
“z” del nombre del producto y a la similitud fonética del sustantivo “beans” [judías], el producto anunciado, y el
verbo “means” [significa] y la gráfica del nombre de la marca alemana “Heinz”» (tomado de C. VALDÉS, La
traducción publicitaria: comunicación y cultura, Servei de Publicacions de la Universitat Autónoma de
Barcelona, 2004 Bellaterra, 113) (NdT).
[12] Boudica fue una reina guerrera de los icenos, que acaudilló a varias tribus britanas, incluyendo a sus
vecinos los trinovantes, durante el mayor levantamiento en Britania contra la ocupación romana, entre los años 60
y 61 d. C., durante el reinado del emperador Nerón (Wikipedia).
[13] Canción compuesta por Robert Baden-Powel, fundador del escultismo, con la intención de que los
jóvenes asistentes al primer jamboree mundial (un gran campamento o reunión de escultistas), celebrado en 1920,
pudieran cantarla sin importar su lengua materna, ya que no está escrita en ningún idioma (NdT).

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Índice
Portada 2
Índice 3
Créditos 7
Introducción 10
Parte I: TODO ESTO TRATA DE TI 17
Capítulo 1: No es lo que te pasa... 18
Crecimiento y protección 19
El aprendizaje comienza más pronto de lo que crees 20
La memoria: el presente recordado 20
Lo que hacemos frente a lo que somos 23
Todo lo que necesitas es amor 26
Tendemos a conseguir el futuro que esperamos 28
Como, como, como... 30
Los diferentes modos que tenemos de saber que somos amados 31
Es lo mismo, pero diferente 32
Plástico y fantástico 34
Capítulo 2: Las toxinas de nuestra cultura 35
Confundir la adquisición con el crecimiento 35
La publicidad 35
No leas todo tipo de noticias 38
Telenovelas que no ayudan[4] 41
La historia hasta ahora 42
Parte II: CULTIVAR UN MEJOR «TÚ» 44
Lección 1: Desarrolla un LCI 45
Cómo desarrollar el LCI 46
Centrarse en los resultados 46
Tomar medidas es el mantra que te mantendrá en movimiento 47
Cuando las cosas se ponen difíciles 50
No hay fracaso, solo retroalimentación, o algo así... 51
Paso 1: ¿Influyó el lugar donde se produjo el fracaso? 53
Paso 2: Observa tus acciones (no a ti, sino tus acciones; esa distinción es
54
importante). ¿Fueron parte del fracaso?

193
Paso 3: Observa las habilidades y las capacidades: 54
El éxito es un hábito 55
Alimenta aquello en lo que te centres 57
¿Quién decide la persona que eres? 58
La respuesta no está ahí fuera 60
Afronta la vida como es, no como se supone que debería ser 61
Lecciones sobre el LCI 63
Lección 2: Puedes creer lo que más te convenga 65
Lo que piensa el Pensador, el Demostrador lo demuestra 65
La ley de Orr 65
Lección 3: Puedes escoger la persona que quieres ser 70
¿Quién sería yo si hubiese hecho esto? 70
La fisiología de la excelencia 73
Solo por hoy 74
Eres quien crees que eres 75
La historia hasta ahora 78
Parte III: CRIAR A TU HIJO 80
Mantra 1: O estás formándolos tú a ellos o te están formando ellos a ti 83
Mantra 2: Todavía no son las personas en las que terminarán convirtiéndose 88
Mantra 3: Las recompensas no siempre les recompensan 92
Mantra 4: Es bueno darles menos 98
Mantra 5: La vida es lo que tú haces que signifique 102
Encontrar la narración adecuada 103
El proceso reflexivo 104
Casi siempre hay que mirar el lado positivo de la vida 107
Mantra 6: No son difíciles, simplemente no son tú 111
Aves de tierra frente a aves de cielo 113
Aves de tierra 113
Aves de cielo 113
Niños aves de tierra 114
Niños aves de cielo 115
Padres aves de tierra 117
Padres aves de cielo 119
Vista, sonido, pensamiento y sentimiento 121
Niños aves de vista 121

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Niños aves de sonido 122
Niños aves de sentimiento 124
Niños aves pensadoras 125
Introvertidos y extrovertidos 127
Juzgadores y Perceptores 130
Comprender la diferencia como padre 131
Mantra 7: Criar a niños con un LCI requiere valentía 134
Los que luchan, los que huyen y los que se paralizan 134
Spinning [Darle vueltas al sentimiento] 140
Mantra 8: Cuidado con las expectativas 141
Parte IV: CRECER A LO LARGO DEL TIEMPO 149
Crecer a lo largo del tiempo 150
Embarazo 150
Comencemos antes del principio 150
Anclaje 151
0-7 años 152
Ahora que ya están aquí, ¿qué es lo siguiente? 152
Muchas caricias, amigos 153
Cuida tu lenguaje 155
Que no se detengan 156
Todo va bien... o mal 158
7-12 años 159
Todo depende de la mentalidad 159
Observa su lenguaje 162
Desde los 12 años hasta la edad adulta 164
El camino que recorremos es solo nuestro 166
Una carta dirigida a los jóvenes: siete cosas que quiero que sepas 170
1. Te van a suceder cosas malas 170
2. Alimentas aquello en lo que te centras 172
3. En ocasiones tus miedos no importan, o ni siquiera son tuyos 173
4. Obtienes el futuro que esperas 175
5. No merece la pena conocer a alguien que piensa que lo importante es tu
178
forma de vestir
6. En ocasiones, lo que los demás tratan de enseñarte tiene su origen en sus
180
problemas personales
7. Estás escribiendo la historia de tu vida. Sé el personaje que quieres ser 182

195
Conclusión 185
Bibliografía 187
Agradecimientos 189
Notas 192

196

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