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HORA SANTA SOBRE EL SERVICIO

1. ESTACIÓN
CANTO DE ADORACIÓN AL SMO. SACRAMENTO
Celebrante: En los cielos y en la tierra, sea para siempre alabado.
Asamblea: El corazó n amoroso de Jesú s sacramentado.
Celebrante: creemos, esperamos y amamos a Jesú s Sacramentado
 Creemos en ti, Señ or Jesú s, tenemos puesta nuestra confianza en ti, creemos que Tú eres nuestro
Señ or y Salvador, que lo has dado todo, incluso tu misma vida, para recatar la nuestra.
 Esperamos en ti Señ or Jesú s, tú eres nuestra esperanza, fortalécenos Señ or para nunca desesperar,
sino que, por nuestra fe, siempre podamos esperar en ti y que sea esta esperanza la que nos impulse
en nuestra vida.
 Te amamos Señ or Jesús, pero inflama tú nuestro amor, ayú danos y enséñ anos a amarte a ti y a
nuestros hermanos como tu nos amas, sabemos que no podemos amarte a ti si despreciamos a
nuestros hermanos, danos tu el amor que necesitamos para amarlos, para servirlos, para
perdonarlos.
Celebrante: Padre nuestro… Ave María… Gloria al Padre…
Ofrecimiento:
Soberano Señ or Sacramentado,
segura prenda de la eterna Gloria;
esta estació n recibe con agrado
por ser de tu pasió n tierna memoria.
Haz que destruido el reino del pecado
tu Iglesia Santa cante la victoria,
asístela con tus gracias y dones,
en sus necesidades y aflicciones. Amén.
Padre: Tu Hijo nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Danos el Espíritu de la Verdad, para que esté
con nosotros y viva en nosotros, y sigamos a Jesucristo en el camino que conduce a ti y a los hermanos. Que este
Espíritu encienda en nosotros el amor de Jesús, para que hagamos visible a todos la Buena Noticia de su amor.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señ or. Amén.
2. PALABRAS INTRODUCTORIAS
Monitor: Al empezar este tiempo de adoració n vemos a Jesú s manso y humilde en el Santísimo Sacramento
del Altar como Aquel que sirve, como Aquel que lo da todo, como Aquel que se hace «Pan partido» para darse
a todos. Vamos a pedirle a Jesús, Sacerdote Eterno, que derrame su Espíritu sobre todo su pueblo santo y que
nos enseñ e a ser serviciales como É l, manso y humilde de corazó n.
En la narració n de la Ú ltima Cena, san Juan no habla de la institució n de la Eucaristía, sino que habla,
en cambio, del lavatorio de los pies. El sacramento de la Eucaristía nos lo entrega Jesú s en medio de una
condició n de servicio que no puede ser despegado del sacrificio de la Cruz. Acompañ emos a Cristo en estos
momentos de oració n y pidamos la gracia de ser servidores como É l.
Momento de silencio para meditar.
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3. LITURGIA DE LA PALABRA 
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13,1-17
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesú s que había llegado la hora de salir de este mundo para ir al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando. El diablo ya había puesto en el corazó n de Judas Iscariote, hijo de Simó n, el
proyecto de entregar a Jesú s. Y él sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que
de Dios había salido y que a Dios volvía. Jesú s se levantó́ de la mesa, se quitó́ el manto, se ciñ ó una
toalla a la cintura y echó agua en un recipiente; luego se puso a lavarles los pies a los discípulos y a
secá rselos con la toalla.
Al llegar a Simó n Pedro, éste le dijo: —Señ or, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesú s le
respondió́ : —Si no te lavo, no tendrá s parte conmigo. Entonces Pedro le dijo: —Señ or, si es así́, lá vame
no solo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesú s le contestó : —El que se ha vanado no
necesita lavarse má s que los pies; pues está todo limpio. También ustedes está n limpios, aunque no
todos. Sabía quién lo iba a entregar. Por eso dijo: «No todos está n limpios».
Cuando terminó de lavarles los pies y se volvió́ a poner el manto, se sentó́ a la mesa y dijo: —
¿Entienden lo que he hecho? Ustedes me llaman «el Señ or y el Maestro» y con razó n, porque lo soy.
Pues si yo que soy el Señ or y el Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies
unos a otros. Les he dado ejemplo, para que hagan ustedes lo mismo que yo he hecho. Porque en
verdad les digo: El esclavo no es má s que su amo, y el que es enviado no es má s que el que lo envía.
Ahora ya saben esto, será n felices si lo ponen en prá ctica. Palabra del Señ or.Palabra del Señor.
CANTO: TU PALABRA ME DA VIDA, CONFÍO EN TI SEÑOR, TU PALABRA ES ETERNA, EN ELLA ESPERARÉ
Breve momento de silencio para meditar
CANTO: HOY EN ORACIÓN, quiero preguntar Señor, quiero escuchar tu voz, tus palabras con tu amor. Ser
como eres tú servidor de los demás, dime cómo en qué lugar, te hago falta más…
4. SALMO
Monitor: Después de haber escuchado el Santo Evangelio, oremos con el salmista a Jesú s Eucaristía
pidiendo ser servidores del Padre y de todos, como Cristo mismo nos enseñ ó para ser expresió n de su
misericordia. Digamos después de cada trozo del salmo 40. R/. Por nosotros, Jesús Eucaristía, tú te
hiciste servidor hasta dar la vida en la Cruz.
Lector 1: en cambio, me abriste el oído;
Yo esperaba con ansia al Señ or; no pides sacrificios ni víctimas por los pecados,
É l se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor: entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.
puso en mi boca un canto nuevo, Lector 1:
una alabanza a nuestro Dios. —Como en el Libro está escrito de mí—
Muchos, al verlo, se estremecieron para cumplir tu voluntad, Dios mío,
y confiaron en el Señ or. R/. deseo tener tu enseñ anza en mis entrañ as. R/.
Lector 2: Lector 2:
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, He proclamado tu salvació n
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ante la gran Asamblea; y al Hijo,
no, no he cerrado los labios; y al Espíritu Santo.
Señ or, tú lo sabes. Como era en el principio,
Todos: ahora y siempre,
Gloria al Padre, por los siglos de los siglos. Amén.

5. REFLEXIÓN
Jesú s se encuentra en una cena ordinaria con los suyos. Tiene plena conciencia de la misió n que el
Padre le ha confiado: sabe que de É l depende la salvació n de la humanidad. Con tal conocimiento
quiere mostrar a “los suyos”, mediante el lavatorio de los pies, có mo se lleva a cumplimiento obra de
salvació n que el Padre le ha encomendado, e indicar con tal gesto la entrega de su vida para la
salvació n del hombre. Es consciente de que “el Padre había puesto todo en sus manos.”
Con esta plena conciencia de su identidad y de su completa libertad Jesú s se dispone a cumplir
el grande y humilde gesto del lavatorio. Tal gesto de amor es descrito por el evangelista como la ú ltima
acció n de Jesú s sobre los suyos, acció n que manda que ellos repitan una y otra vez entre sí,
convirtiéndose en un mandamiento que no debe olvidarse. El gesto cumplido por Jesú s intenta mostrar
que el verdadero amor se traduce en acció n, en servicio.
Jesú s se despoja de sus vestidos se ciñ e un delantal símbolo de servicio. El despojarse de sus
vestidos es una expresió n que tiene la funció n de expresar el significado del don de la vida. ¿Qué
enseñ anza quiere Jesú s transmitir a sus discípulos con este gesto? Les muestra que el amor se expresa
en el servicio, en dar la vida por los demá s como É l lo ha hecho.
En tiempos de Jesú s el lavado de los pies era un gesto que expresaba hospitalidad y acogida con
los huéspedes. De ordinario era hecho por un esclavo con los huéspedes o por una mujer o hijas a su
padre. Ademá s, era costumbre que el rito del lavado de pies fuese siempre antes de sentarse a la mesa
y no durante la comida. Esta forma de obrar de Jesú s intenta subrayar la singularidad de su gesto.
Y así Jesú s se pone a lavar los pies a sus discípulos. El reiterado uso del delantal con el que Jesú s
se ha ceñ ido subraya que la actitud de servicio es un atributo permanente de la persona de Jesú s. De
hecho, cuando acaba el lavatorio, Jesú s no se quita el pañ o que hace de delantal. Este particular intenta
subrayar que el servicio-amor no termina con la muerte. Lavando los pies de sus discípulos Jesú s
intenta mostrarles su amor, el amor de su Padre Dios. Es realmente impresionante esta imagen que
Jesú s nos revela de Dios: no es un soberano que reside só lo en el cielo, sino que se presenta como
siervo de la humanidad. De este servicio divino brota para la comunidad de los creyentes aquella
misió n de lavarse los pies unos a otros.
Jesú s con su gesto intenta demostrar que cualquier asomo de dominio o prepotencia sobre el
hombre no está de acuerdo con el modo de obrar de Dios, quien, por el contrario, sirve al hombre para
atraerlo hacia Sí. Ademá s, no tienen sentido las pretensiones de superioridad de un hombre sobre otro,
porque la comunidad fundada por Jesú s no tiene forma de pirá mide sino horizontal, en la que cada uno
está al servicio del otro, siguiendo el ejemplo de Dios y de Jesú s.
“Un auténtico cristiano es aquel que sigue fielmente el modelo perfecto, a Jesú s, que se ha hecho
siervo de todos, como diría san Pablo, para ganarlos a todos. El Evangelio se vuelve vida y se realiza
cuando el camino de nuestra vida llega al don y esa es la meta de toda vida que quiera ser

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auténticamente cristiana ¿por qué? Porque Cristo, nuestro Señ or y Maestro, se ofrendó a sí mismo, es
decir, se donó gratuitamente para la salvació n de los hombres, y lo hizo por amor, e incluso antes de
morir, quiso lavar los pies a sus discípulos, para mostrarles lo que ellos mismos debían de hacer unos
con otros.
Dar gratuitamente, lavarnos los pies unos a otros, como nos lo ha mandado el Señ or y hacerlo
sin esperar nada a cambio: esta es la señ al segura del que se ha encontrado a Jesú s, que dice: “También
ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo, para que hagan ustedes lo mismo que yo
he hecho”, el Señ or obra milagros a través de unas manos generosas, de un corazó n sencillo, de unos
pies dispuestos a recorrer el camino del servicio. Hacer el bien sin cá lculos, incluso cuando nadie nos lo
pide, incluso cuando aparentemente no ganamos nada con ello, incluso cuando no nos gusta o estamos
agotados. Dios quiere esto… Ofrecer un don grato y precioso a Jesú s es cuidar a un enfermo, dedicarle
tiempo a una persona difícil, dar un buen consejo al que lo necesita, prestar nuestra ayudar a alguien,
ofrecer el perdó n a quien nos ha ofendido, enseñ ar a quien no sabe, son dones gratuitos, no pueden
faltar en la vida de alguien que se dice cristiano, pues servir a los hermanos es la oportunidad que
tenemos para servir a Cristo y él mismo nos dice: “Te aseguro que lo que hiciste con aquel hermano mío
más pequeño, conmigo lo hiciste.”
Miremos nuestras manos, nuestros pies, sintamos el latir de nuestro corazó n y preguntémonos
¿estoy dispuesto a entregar al Señ or todo cuanto soy para servirle en mis hermanos? pidá mosle a É l:
“Señ or, haz que descubra de nuevo la alegría de dar,” la alegría de servir, pues como diría la santa
Teresa de Calcuta “Quien no vive para servir, no sirve para vivir.”
Hemos recibido el encargo de llevar a todos el amor de Dios, anunciá ndolo no só lo con palabras,
sino con el testimonio concreto, tal como lo decía san Francisco de Asís a sus frailes: prediquen el
Evangelio en todo momento, y si es necesario, hablen.
A Cristo le basta tu pequeñ ez. Dale tu sí generoso y disponible, dile como Isaías dijo a Dios:
«heme aquí, envíame a mí»; el resto lo hace É l. Realiza tu oració n y preguntá ndole a Cristo có mo puedes
corresponderle, servirle y trabajar má s por É l.
Breve momento de silencio para meditar
Todos: Señ or Jesucristo, creemos firmemente que te encuentras presente en el Santísimo Sacramento
del altar y que desde aquí te hacer servidor y hermano de todos, te amamos con todo el corazó n y con
toda el alma. Deseamos ardientemente recibirte en nuestros corazones para contigo, contemplar a tu
Padre que nos invita, bajo la acció n del Espíritu Santo, a ser servidores como Tú . Estamos aquí
haciendo un espacio de silencio tan necesario entre el ruido del diario ir y venir de estos días. ¡No
permitas que nada ni nadie nos separe de Ti y aumenta en nosotros el deseo de servir a todos como
Tú ! Amén.
CANTO: ALMA MISIONERA, Señor, toma mi vida nueva antes que la espera desgaste años en mí. Estoy
dispuesto a lo que quieras no importa lo que sea Tú llámame a servir…
6. PETICIONES
Escucha Señ or, nuestras oraciones, que con humildad te presentamos: R. Que la Eucaristía, Señor,
nos dé fuerzas para ser servidores y evangelizar.

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 Por el Papa y los obispos, principales responsables de la evangelizació n, para que dó ciles a la
voluntad del Padre, encarnando a Jesucristo en su vida logren, con los dones del Espíritu Santo,
transformar con el Evangelio el mundo en que vivimos. Oremos. R/
 Para que los gobernantes, sensibles a las exigencias del Evangelio, se preocupen del bien comú n y
de dar verdadero testimonio de servicio. Oremos. R/.
 Por todos los cristianos que desgastan su vida en la tarea de la evangelizació n, para que, liberados
de todos los peligros, continú en dando un testimonio fiel del Evangelio. Oremos. R/.
 Por todas aquellas personas que no conocen el Evangelio, para que la fuerza que transforma se
manifieste pronto en sus vidas. Oremos. R/.
 Por todos nosotros, para que el Señ or nos aumente la fe y el compromiso de evangelizar el mundo
en que vivimos y no tengamos miedo de afrontar todos nuestros compromisos de ir y llevar el
evangelio, hasta los ú ltimos rincones de la tierra. Oremos. R/.
Padre Nuestro. Todos juntos, en familia, repitamos las palabras que nos enseñ ó Jesú s, y oremos al
Padre de todos los hombres y mujeres de la tierra diciendo: Padre Nuestro...
CANTO DE ADORACIÓN AL SMO. SACRAMENTO
7. ORACIÓN FINAL (TODOS)
Fascinado por el modo con que Jesús expresa su amor a los suyos, Orígenes reza así:
Jesús, ven, tengo los pies sucios,
Por mí te has hecho siervo,
versa el agua en la jofaina;
Ven, lávame los pies...
Lo sé, es temerario lo que te digo,
pero temo la amenaza de tus palabras:
“Si no te lavo los pies,
no tendrás parte conmigo”
Lávame por tanto los pies,
para que tenga parte contigo.
(Homilía 5ª sobre Isaías)
Y San Ambrosio, preso de un deseo ardiente de corresponder al amor de Jesús, así se expresa:
¡Oh, mi Señor Jesús!
Déjame lavar tus sagrados pies;
te los has ensuciado desde que caminas por mi alma…
CANTO FINAL
8. REFLEXIÓN DESPUÉS DE LA HORA SANTA:
Era un día lluvioso y gris. El mundo pasaba a mi alrededor a gran velocidad. Cuando de pronto, todo se
detuvo. Allí estaba, frente a mí: una niñ a apenas cubierta con un vestidito todo rotoso que era más agujeros
que tela. Allí estaba, con sus cabellitos mojados, y el agua chorreándole por la cara. Allí estaba, tiritando de
frío y de hambre. Allí estaba, en medio de un mundo gris y frío, sola y hambrienta.
Me encolericé y le reclamé a Dios. "¿Có mo es posible Señ or, que habiendo tanta gente que vive en la
opulencia, permitas que esta niñ a sufra hambre y frío? ¿Có mo es posible que te quedes ahí tan tranquilo,
impávido ante tanta injusticia, sin hacer nada?".

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Luego de un silencio que me pareció interminable, sentí la voz de Dios que me contestaba: "¡Claro que
he hecho algo! ¡Te hice a ti!".
Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto,
ni en la montaña se esconde;
decid, si os preguntan dónde,
que Dios está sin mortaja
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde. Amén.

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