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La paradoja de Olbers1

A
demás de la paradoja de Bentley, había una paradoja más profunda inherente
a cualquier universo infinito. La paradoja de Olbers empieza preguntando por
qué el cielo nocturno es negro. Astrónomos tan antiguos como Johannes Kepler
ya vieron que si el universo fuera uniforme e infinito, dondequiera que se mirase, se
vería la luz de un número infinito de estrellas. Mirando a cualquier punto en el cielo
nocturno, nuestra línea de visión cruzaría un número incontable de estrellas y, por
tanto, recibiría una cantidad infinita de luz de las estrellas. Así pues, ¡el cielo nocturno
debería estar ardiendo! El hecho de que el cielo nocturno sea negro, no blanco, ha
planteado una paradoja cósmica sutil pero profunda durante siglos.
La paradoja de Olbers, como la paradoja de Bentley, es engañosamente sencilla, pero
ha atormentado a muchas generaciones de filósofos y astrónomos. Tanto la paradoja de
Bentley como la de Olbers dependen de la observación de que, en un universo infinito,
las fuerzas gravitacionales y los rayos de luz pueden sumarse para dar resultados
infinitos y sin sentido. A lo largo de los siglos, se han propuesto decenas de respuestas
incorrectas. La preocupación de Kepler por esta paradoja le llevó al extremo de postular
que el universo era finito y estaba encerrado en una cáscara, y que por tanto, sólo podía
llegar a nuestros ojos una cantidad finita de luz de las estrellas.
La confusión creada por esta paradoja es tal que un estudio de 1987 demostró que
el setenta por ciento de los libros de texto de astronomía daban la respuesta incorrecta.
En principio, uno podría intentar resolver la paradoja de Olbers estableciendo que
la luz de las estrellas es absorbida por las nubes de polvo. Ésta es la respuesta que dio
el propio Heinrich Wilhelm Olbers en 1823, cuando por primera vez estableció
claramente la paradoja. Olbers escribió: «¡Qué suerte que la Tierra no reciba luz de las
estrellas desde todos los puntos de la bóveda celeste! Sin embargo, con un brillo y calor
tan inimaginable, equivalente a 90.000 veces más del que experimentamos ahora, el
Todopoderoso podría haber diseñado fácilmente organismos capaces de adaptarse a
estas condiciones extremas». A fin de que la Tierra no estuviera inmersa en un
firmamento «tan brillante como el disco del Sol», Olbers sugirió que las nubes de polvo
debían absorber el calor intenso para hacer posible la vida en la Tierra. Por ejemplo, el
centro abrasador de nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, que debería dominar el cielo
nocturno, en realidad está oculto tras las nubes de polvo. Si miramos en dirección a la
constelación de Sagitario, donde se encuentra el centro de la Vía Láctea, no vemos una
bola ardiente de fuego, sino una mancha oscura.
Pero las nubes de polvo no pueden explicar realmente la paradoja de Olbers.
Durante un periodo de tiempo infinito, esas nubes absorberán la luz del Sol de un
número infinito de estrellas y finalmente resplandecerán como la superficie de una

1 Kaku, Michio (2005). Universos paralelos. Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del

cosmos. Girona: Atalanta. Capítulo 2: “El universo paradójico”.

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estrella. Por tanto, incluso las nubes de polvo deberían estar ardiendo en el cielo
nocturno.
De manera similar, podríamos suponer que, cuanto más lejos está una estrella, más
débil es, lo cual es cierto pero no puede ser la respuesta. Si miramos una porción del
cielo nocturno, las estrellas más distantes son realmente débiles, pero también hay más
estrellas cuanto más lejos se mira. Estos dos efectos se anularían exactamente en un
universo uniforme, dejando el cielo nocturno blanco. (Eso se debe a que la intensidad
de la luz de las estrellas disminuye con el cuadrado de la distancia, que es compensado
por el hecho de que el número de estrellas aumenta con el cuadrado de la distancia).
Curiosamente, la primera persona de la historia que resolvió la paradoja fue el
escritor norteamericano Edgar Allan Poe, que se interesó durante mucho tiempo por la
astronomía. Justo antes de morir, publicó muchas de sus observaciones en un poema
de divagación filosófica llamado Eureka: un poema en prosa. En un pasaje notable,
escribió:
«Si la sucesión de estrellas fuera ilimitada, el fondo del cielo nos presentaría una
luminosidad uniforme, como la desplegada por la Galaxia, porque no habría ni un solo
punto, en todo el fondo, donde no hubiese una estrella. La única manera, por tanto, de
explicar en estas condiciones los vacíos que encuentran nuestros telescopios en
incontables direcciones, es suponer que la distancia de este fondo invisible [es] tan
prodigiosa que ningún rayo ha podido nunca llegar hasta nosotros.
Terminaba apuntando que la idea «es demasiado bella para no poseer Verdad en su
esencia».
Ésta es la clave de la respuesta correcta. El universo no es infinitamente viejo. Hubo
un Génesis. Hay un límite finito a la luz que nos llega a los ojos. La luz de las estrellas
más distantes todavía no ha tenido tiempo de llegar hasta nosotros. El cosmólogo
Edward Harrison, que fue quien descubrió que Poe había resuelto la paradoja de Olbers,
ha escrito: «Cuando leí por primera vez las palabras de Poe, me quedé perplejo: ¿cómo
podía un poeta, en el mejor de los casos un científico aficionado, haber percibido la
explicación correcta hace 140 años cuando en nuestras escuelas todavía se enseña […]
la explicación errónea?».
En 1901, el físico escocés Lord Kelvin también descubrió la respuesta correcta.
Constató que cuando miramos al cielo nocturno, lo vemos como era en el pasado, no
como es ahora, porque la velocidad de la luz, aunque enorme según los estándares de
la Tierra (300.000 km por segundo), no deja de ser finita, y hace falta tiempo para que
llegue a nuestro planeta desde las estrellas lejanas. Kelvin calculó que, para que el cielo
nocturno fuera blanco, el universo tendría que durar cientos de billones de años luz,
pero, como el universo no tiene billones de años de antigüedad, el cielo es
necesariamente negro. (También hay una segunda razón para que el cielo nocturno sea
negro y es el tiempo de vida finito de las estrellas, que se mide en miles de millones de
años).
Recientemente se ha podido verificar de manera experimental la corrección de la
solución de Poe, mediante satélites como el telescopio espacial Hubble. Estos potentes
telescopios, a su vez, nos permiten responder a una pregunta que se formulan incluso

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los niños: ¿dónde está la estrella más lejana?, y ¿qué hay más allá de la estrella más
lejana? Con el fin de responder a estas preguntas, los astrónomos programaron el
telescopio espacial Hubble para llevar a cabo una tarea histórica: tomar una fotografía
del punto más lejano del universo.
Para captar emisiones extremadamente débiles de los rincones más lejanos del
espacio, el telescopio tuvo que ejecutar una tarea sin precedentes: enfocar
precisamente al mismo punto del cielo cerca de la constelación de Orión, durante un
total de varios cientos de horas, lo que requería que el telescopio estuviera
perfectamente alineado durante cuatrocientas órbitas de la Tierra. El proyecto era tan
difícil que tuvo que prolongarse durante cuatro meses.
En 2004 se hizo pública una fotografía asombrosa que apareció en las portadas de
todos los periódicos del mundo. Mostraba una serie de diez mil galaxias recién nacidas
que se condensaban a partir del caos del propio big bang. «Podríamos haber visto el
final del principio», declaró Anton Koekemoer, del Space Telescope Science Institute.
La fotografía mostraba un revoltijo de galaxias débiles a más de 13.000 millones de años
luz de la Tierra, es decir, que su luz tardó más de 13.000 millones de años en llegar a
nuestro planeta. Como el propio universo tiene sólo 13.700 millones de años de
antigüedad, eso significa que estas galaxias se formaron sólo unos cientos de millones
de años después de la creación, cuando las primeras estrellas y galaxias se condensaban
a partir de la «sopa» de gases dejada por el big bang. «Hubble nos lleva a un tiro de
piedra del big bang», dijo el astrónomo Massimo Stivavelli, del mencionado instituto.
Pero esto plantea una pregunta: ¿qué hay más allá de la galaxia más lejana? Cuando
observamos esta notable fotografía, lo que se ve enseguida es que sólo hay oscuridad
entre estas galaxias. Esta oscuridad es lo que hace que el cielo nocturno sea negro. Es el
límite final para la luz de las estrellas lejanas. Sin embargo, esta oscuridad, a su vez, es
en realidad la radiación de fondo de microondas. Por tanto, la respuesta definitiva a la
cuestión de por qué el cielo nocturno es negro es que el cielo nocturno no es negro en
absoluto. (Si nuestros ojos pudieran ver de algún modo la radiación de microondas, y
no sólo la luz visible, veríamos que la radiación del propio big bang inunda el cielo
nocturno. En cierto sentido, la radiación del big bang llega todas las noches. Si
tuviésemos ojos capaces de ver las microondas, podríamos ver que más allá de la
estrella más lejana se encuentra la propia creación).

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