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La ciudad como propuesta cultural

INTRODUCCIÓN GENERAL

El módulo La Ciudad como propuesta cultural busca que el estudiante se


acerque de una manera ágil y práctica lo que significa vivir, conocer y aprehender
una ciudad en sus manifestaciones culturales.

El módulo esta construido en dos partes o unidades con las cuáles se espera que
el estudiante pueda desarrollar las capacidades propuestas como metas y los
objetivos que presenta el curso además de construir sus propios conocimientos y
sensibilizarse a través de los diferentes ejercicios y perspectivas que se muestran
en el mismo, sobre lo que es mirar la ciudad donde se vive o cualquier otra con
ojos nuevos y ávidos de sentir por medio de todos los sentidos lo que es la ciudad
real, imaginaria y simbólica que construimos día a día.

Unidad 1
La primera unidad llamada VIVIENDO LA CIUDAD trabaja la relación historia(s) y
ciudad tras el reconocimiento de las manifestaciones y fenómenos culturales que
hacen del espacio urbano un escenario tan complejo como admirable, propio de la
reflexión y motivo de acción.

En el primer capitulo de esta unidad llamada “Conociendo la Ciudad” se miraran


algunas aproximaciones a lo que ha sido la historia de las ciudades, en el segundo
capitulo llamado “Aprendiendo la Ciudad” se mostrará la construcción de ciudad
desde lo metodológico; el tercer capitulo llamado “Historias Urbanas” se hablará
de la construcción de ciudad y cultura desde la muestra de la dinámica que se
establece en relación a los migrantes, a las manifestaciones culturales conocidas
como “populares” y de sitios específicos dentro de las ciudades, como el centro
comercial.
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OBJETIVO GENERAL

Reconocer la construcción histórica y simbólica de lo que se ha conocido como


ciudad.

OBJETIVOS ESPECIFICOS

-Identificar la formación de las ciudades


- Reconocer algunas propuestas Metodológicas para el estudio de la ciudad.
- Investigar por medio de lecturas las diversas dinámicas que se pueden
establecer desde diversos lugares y roles dentro de una ciudad.

COMPETENCIAS

- Identifica las características de una ciudad


- Conoce algunas dinámicas que ofrece la ciudad
- Realiza ejercicios metodológicos para aprehender la ciudad

METAS

- Que el estudiante reconzca lo que es o puede ser una ciudad


- Que el estudiante de cuenta de las primeras ciudades y sus caracteristicas
- Que el estudiante logre una mirada amplia de lo que es una ciudad, sus
dinámicas y especificidades.
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1. Capitulo Conociendo la Ciudad


En este capitulo se mirarán algunas aproximaciones a lo que ha sido la historia
de las ciudades

1.1 Tema 1

Las primeras ciudades


Las primeras ciudades aparecieron en una etapa relativamente reciente de la
historia de la humanidad, no hace más de unos 8.000 años. Gran parte de su
pasado está enterrado totalmente o perdido para siempre, aunque existen una
serie de restos en distintos lugares del mundo que han podido excavarse
arqueológicamente y de esta manera estudiarse.

Una de las primeras dificultades que aparecen al estudiar el origen de las


ciudades es definirlas con precisión para poder así diferenciarlas de los otros
asentamientos humanos. El Diccionario de la real Academia Española lo hace de
esta manera: Población, comúnmente grande, que en lo antiguo gozaba de
mayores preeminencias que las villas. A esta explicación, breve e indeterminada,
habría que añadir otra cualidades como el hecho de que la mayor parte de sus
pobladores vive de labores no agrícolas ni ganaderas, y además suelen ser mano
de obra especializada, realizando trabajos y labores muy concretas; y el hecho de
que estas ciudades sean gobernadas por un número muy pequeño de sus
pobladores. Un simple aumento en las cifras de población y la obtención de ciertos
privilegios no sería, pues, suficiente para diferenciar una ciudad de una aldea.

Uno de los aspectos del hombre primitivo fue su sentido de aislamiento defensivo
junto con una cierta pretensión de territorialidad. al principio mejoró su hábitat
familiar, y posteriormente varias familias unidas colaboraron en distintas tareas.
Con el paso del tiempo construyeron campamentos. En una economía de
cazadores y recolectores, como la del hombre paleolítico, se ha calculado que se
necesitaría al menos un kilómetro cuadrado para mantener a cuatro individuos, por
lo que era preciso un territorio inmenso y una gran libertad de movimientos para
subisitir, lo que hacía que asentarse en un territorio no fuera factible, de ahí el
carácter nómada de esas gentes.

Durante el Mesolítico (hace unos 15.000 años) aparecieron los primeros


establecimientos humanos más o menos duraderos. Se desarrolló una cultura
basada en el aprovechamiento de pescados y mariscos, y se empezaron a cortar
árboles y matas en los montes y llanuras con el fin de utilizar el suelo en faenas
agrícolas. También se empezaron a domesticar diferentes animales como perros,
cerdos y gallinas. Hace unos 10.000 ó 12.000 años se pasó a una segunda fase
en la que se dio la recolección y la siembra sistemáticas de algunas hierbas y
plantas, y comenzaron a utilizarse distintos animales, como bueyes y asnos.
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En el Neolítico los cultivos y domesticación de animales se generalizaron, lo que


trajo dos consecuencias; la estabilidad en las residencias y el control de algunos
de los distintos fenómenos que se producen en la naturaleza. También en ese
momento se empezó a elaborar la cerámica. El hombre mejoró sus asentamientos
formando un nuevo tipo: el conformado por la unión permanente de varias familias
en casas o chozas sencillas, con una o varias estancias, construidas de barro y
cañas. En estos establecimientos también se encontraban silos y graneros que
permitían almacenar los excedentes de los alimentos y proteger a los animales.
Estos graneros y almacenes, fueron seguramente anteriores a la construcción de
las casas.

Se produjo un aumento de población debido tanto a la mayor natalidad como a un


descenso de la mortandad. Aparecieron nuevas ocupaciones y herramientas, junto
con el cazador y sus lanzas, hachas y cuchillos, estuvieron el agricultor con su
azada primero y su arado después, el alfarero y los primeros trabajadores del
metal. Los ancianos personificaban la sabiduría de la comunidad y fueron los
encargados de transmitirla oralmente la las generaciones más jóvenes. La
población se regía por las normas dictadas por el consejo de ancianos. La religión
se mantuvo a un nivel familiar; cada hogar tenía sus propios dioses y además se
adoraba a los espíritus de los antepasados, siendo el cabeza de familia el
encargado de guardar sus cultos.

La evolución de la aldea neolítica, hasta convertirse en una ciudad con sus nuevos
órganos característicos, debió ser un proceso bastante lento, en el que algunos
componentes de la aldea se mantuvieron, otros se modificaron, y otros
desaparecieron y fueron sustituidos por nuevos elementos propios de las
ciudades.

Sección 1

Cambios sociales

La sociedad, que habitaba en los nuevos núcleos urbanos, se hizo más


complicada. Además de los que vivían en las aldeas, como cazadores, labradores,
pastores, artesanos... se incorporaron otros tipos primitivos como pescadores o
leñadores, apareciendo posteriormente nuevas ocupaciones: militares (la guerra
parece surgir en este momento), mercaderes, sacerdotes, banqueros,
funcionarios... Parece que fue la escasez de la tierra la que favoreció el desarrollo
de los últimos y que adquirió más importancia en el conjunto de la sociedad. Así
pues, las circunstancias obligaron a los agricultores a entregar parte de sus
cosechas, bien de un modo voluntario para obtener cosas de las que carecían
como utensilios, joyas, favores divinos, o bien por la fuerza mediante rentas,
tributos o impuestos.

Este tipo de organización social requiere la existencia de una élite con el suficiente
poder como para imponer la entrega, por el agricultor, de parte de su producción
agraria. Esta élite dedicó su tiempo a actividades no relacionadas con la
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agricultura lo que le permitía organizarse e incluso monopolizar ciertas funciones.


Con el paso del tiempo, la comunidad fue dividiéndose en oficios y haciéndose
más compleja.

El papel del rey

Otra característica de la ciudad consistió en que el jefe local se convirtió en rey


majestuoso con los grandes poderes. Los Consejos de Ancianos, en los lugares
que no desaparecieron, quedaron convertidos en meros órganos consultivos. Esta
característica no aparece en las necrópolis ni el las aldeas neolíticas primitivas, y
no hay indicios que decidan sin objeciones la existencia de algún tipo de
monarquía en este período, pues no se han encontrado sepulturas notablemente
más ricas que las demás ni tampoco casas que tuvieran un aspecto de palacios o
casas del estilo propio de una realeza. Los primitivos reyes fueron los
descendientes de los jefes de cazadores, a los que en las aldeas paleolíticas les
en cargaron la seguridad física no sólo frente a animales salvajes, sino también
frente a los pueblos nómadas o gentes expulsadas de otras poblaciones.

También se piensa que los reyes podrían proceder de los individuos que dirigían
tribus de pastores que conquistarían las tierras de diferentes comunidades
agrícolas permitiendo a sus antiguos propietarios conservar sus terrenos e incluso
defenderlos de futuros enemigos a cambio de tributos en especie, esto originaria
la servidumbre y una cierta aristocracia rural. Desde comienzos del Neolítico tiene
que admitirse que hubo batallas entre diferentes pueblos, y aunque en un primer
momento fueron a pequeña escala y de forma irregular, dieron oportunidades a
algunos miembros de las comunidades a demostrar su valor y su valía, y su
capacidad para dirigir los destinos de sus gentes. Otro camino hacia el trono pudo
ser el éxito económico. Sea cual fuere el origen de los distintos reyes, todos
tuvieron un rasgo común: su papel destacado en la centralización y la
organización de la economía de las primeras ciudades.

Aparición de una religión oficial

Una clase social que surgió con los nuevos asentamientos urbanos, fue la de los
sacerdotes. La religión durante el Neolítico se fue transformando tanto en lo que
respecta a creencias como a los actos de culto. Con la economía agrícola los ritos
mágicos no se anularon, sino que se vieron favorecidos, al depender la
supervivencia del hombre de las diferentes fuerzas de la naturaleza y seguir, por lo
tanto, a merced de la sequía, las inundaciones o las tempestades; y vivir al hilo de
las estaciones anuales. Aquél o aquellos miembros de la comunidad que pudieran
dominar o controlar de algún modo los fenómenos de la madre naturaleza,
obtendrían unas influencias y unos poderes considerables sobre el resto de sus
convecinos. Así pues, inicialmente los magos y posteriormente los sacerdotes
debieron ser los primeros miembros de la comunidad que tuvieron derecho a
recibir alimentos sin ayudar a producirlos con su trabajo físico. Es muy probable
que en un principio el poder temporal y el poder religioso estuvieran en manos de
una sola persona. Cuando la sociedad se fue haciendo más laica y compleja, un
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futuro rey necesitaba, para poder gobernar con cierta tranquilidad, la ayuda del
clero. Como vemos, ya desde el inicio de la jerarquización de la sociedad, la
religión ocupaba los más altos escalones, intentando manejarlo todo a su antojo.

Por otra parte, los antiguos dioses familiares y locales fueron reemplazados, en un
momento difícil de precisar, por divinidades celestes que podían identificarse con
el sol, la luna, el trueno, una montaña..., y que tuvieran siempre un carácter
supremo, por lo que de ellas dependían todas las funciones que tenían lugar en la
ciudad, así como su existencia misma. Este cambio en las creencias trajo como
consecuencia que el aspecto religioso ocupara un papel preponderante en todas
las actividades cotidianas de las primeras ciudades.

Sección 2

El comercio

Otro de los factores que contribuyó a que una aldea llegara a convertirse en
ciudad fue el comercio de materias primas y productos elaborados, entre
mercaderes locales y otros procedentes de sitios alejados. El comercio era
conocido desde el Paleolítico Superior, en le que ya se realizaban intercambios,
siempre por iniciativa del demandante del producto; a cambio solía ofrecer al
vendedor algún tipo de adornos o talismanes mágicos. En épocas posteriores
algunas comunidades empezaron a importar, además, utensilios para mejorar sus
actividades económicas. Así por ejemplo, se han hallado en el interior de Francia
utensilios del modo 3, propio de los Neandertales, fabricados con un tipo de piedra
que no se encontraba de forma natural en un radio de 100 kilómetros. Durante el
Neolítico el comercio local se dedicaba al intercambio de productos familiares que
completaban la economía de cada casa. El comercio de larga distancia se limitaba
únicamente a productos de lujo que hicieran rentable los altos costes del porte.

Durante el tercer y segundo milenio aumentaría el número de ciudades,


estableciéndose en cada una de ellas un núcleo comercial, por lo que tanto el
volumen como la variedad de los productos intercambiados crecieron de forma
significativa. Sin embargo, hasta la Edad del Bronce se limitaron a artículos de
lujo: materiales preciosos que se utilizaron para el culto a sus dioses, para el
mobiliario de los templos y palacios, o para adornos personales de las clases
sociales más favorecidas. No hay apenas restos arqueológicos que indiquen la
existencia de un comercio a larga distancia con artículos baratos que pudiesen ser
consumidos por las clases populares. Este debió surgir durante el primer milenio
en las ciudades marítimas debido al bajo coste del transporte por barco. alrededor
del año 700 a.C., la invención de la moneda acuñada hizo que el comercio se
popularizara. Por tanto el inicio de las actividades comerciales, más o menos
regulares y como manera de vida de los mercaderes, fue solo posible cuando
existió una clase privilegiada firmemente asentada.
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Sección 3

Desarrollo de la arquitectura

La vida sedentaria posibilitó la posesión de hogares y de las cosas necesarias


para llevar una vida más confortable al tiempo que permitía el desarrollo de la
arquitectura. Así pues, en el Neolítico, con la mejora de los útiles de construcción,
el hombre edificó casas cuyas paredes eran de mimbre recubiertas con arcilla.
Dichas casas a menudo se hallaban divididas en un vestíbulo y una habitación
interior. El revoque de las paredes podía ser blanqueado o pintado. En algunos
casos, las viviendas se elevaron sobre pilotes en aguas poco profundas cerca de
las orillas de los lagos, lo que facilitaba su defensa ante cualquier agresión
externa.

En las regiones en las que abundaban las piedras, las casas se construyeron con
ellas utilizando barro o estiércol como cemento. En los valles de los ríos Tigris,
Nilo o eufrates se fabricaban las paredes con arcilla compacta o adobe,
posteriormente sustituido por ladrillos. Desde el principio, algunas casas urbanas -
no todos los miembros de la comunidad podían costearse los nuevos materiales
de construcción- eran más cómodas que las habitaciones de los campesinos
neolíticos. También tenían mayor superficie y se hallaban divididas en varias
habitaciones, cada una de las cuales tenía su función específica (cocina,
dormitorio, etc.).

Cuando las viviendas urbanas crecieron, lo hicieron no sólo en longitud o anchura


sino también en altura. Hacia el año 3000 a.C. las casas de las ciudades que se
encontraban cerca de los ríos Indo, tigris, Eufrates y Nilo tenían dos pisos; en
torno al año 1500 a.C. se levantó este tipo de viviendas en la isla de creta, y pocos
años después eran corrientes en toda Grecia e Italia. Bajo el control del rey se
empezaron a construir grandes obras públicas como acequias y canales, templos,
palacios, grandes sepulcros, etc., que necesitaban ingentes cantidades de
trabajadores para ser construidas.

Estos no podían provenir de los sectores de producción primarios, pues se habría


paralizado la economía de la ciudad, por lo que fue necesario la utilización de
esclavos. Las fuentes para proveerse de ellas eran varias: en las guerras, en lugar
de matar al enemigo derrotado se le obligaba a desempeñar los trabajos
incómodos para el resto de la comunidad, además, los exiliados de otras ciudades
trabajaban a cambio de sustento y/o protección, y también los miembros más
pobres de la población se sometieron a servidumbre en las mismas condiciones
que los anteriores.

Uno de los elementos que caracterizan a las sociedades más evolucionadas es la


utilización de la escritura. Aunque los distintos sistemas existentes tardaron varios
siglos en desarrollarse, la escritura ha sido considerada como una norma útil para
diferenciar a las comunidades propiamente urbanas, que serían las que
conocieron alguna de sus formas, de aquellas denominadas semiurbanas, entre
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las que se hallarían aquellas que, pese a su gran dimensión o elevada densidad
de población, no utilizaban tipo alguno de grafía. La creciente complicación de los
sistemas administrativos y jurídicos forzó la aparición de la escritura, que llegaría a
ser utilizada como instrumento de trabajo de nuevos grupos sociales, tales como
escribas y maestros a la vez que facilitó las transacciones comerciales. Hay que
señalar además que al instrucción fue patrimonio exclusivo de la élite ociosa, ya
que las clases populares permanecían incultas y esclavas de la tradición.

La simbiosis campo-ciudad fue constante en todo el mundo antiguo, ya que la


población de las ciudades estuvo constituida, en un gran parte, por individuos que
vivían de una economía básicamente agrícola. Por este motivo la ciudad no era
algo aislado y totalmente opuesto al campo, sino que intercambiaba con él
hombres, productos y servicios. El potencial humano que vivía permanentemente
en los núcleos humanos fue siempre muy inferior al de la región rural que la
rodeaba; durante el Imperio romano, el período de mayor florecimiento de las
ciudades en todo el mundo antiguo, los habitantes de estas no suponían más del
10 por ciento de la población total.

Los imperios de todo el mundo antiguo eran unos eficaces difusores de las
ciudades. Necesitaban tenerlas para poder mantener su supremacía tanto militar
como comercial de los territorios conquistados. Los nuevos núcleos urbanos se
desarrollaron de dos maneras: elevando a la categoría de ciudad los poblados ya
existentes, o creándolas de nueva planta. Estas últimas tenían un trazado más
racional y geométrico que las anteriores, que crecían de formas más lenta pero
más libre.

Hasta fechas relativamente recientes se consideraba que las primeras ciudades


habían aparecido en Mesopotamia durante el IV milenio. Sin embargo, en los años
60 K. Kenyon publicó los resultados de las excavaciones arqueológicas realizadas
en jericó, fechando su primer nivel en si VIII milenio. Por esas mismas fechas J.
Mellaar daba a conocer un asentamiento con caracteres urbanos en Asia Menor,
Catal Hüyük, datándolo a finales del VII milenio.

Tomado: http://centros5.pntic.mec.es/ies.arzobispo.valdes.salas/

1.2 Tema 2

Historia de las ciudades


La Ciudad no es sólo un objeto de estudio importante de las Ciencias Sociales,
sino, sobre todo, un problema que ha ocupado y preocupado a los hombres desde
que éstos decidieron asentarse formando agrupamientos estables. Es obvio que
los asentamientos humanos, aún en sus formas más simples, requieren de un
mínimo de acuerdos sociales para asegurar el equilibrio del grupo, y que de la
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fragilidad o solidez de dichos acuerdos depende la estabilidad necesaria para la


convivencia adecuada. Por ello, la ciudad debe entenderse como un fenómeno
vivo y permanente, íntimamente ligado a la cultura con la que comparte la
característica de la complejidad, lo que invita a acometer su estudio desde
múltiples puntos de vista. Se han ocupado de ella, entre otras disciplinas, la
Historia, la Filosofía, la Geografía, la Psicología, el Arte, la Arquitectura, la
Sociología, la Política, la Literatura, la Antropología y, por supuesto, el Derecho.

Son numerosas las definiciones que se han formulado sobre la ciudad a lo largo
de la Historia, dependiendo del elemento constitutivo sobre el que se fijara la
atención. Unos autores han destacado el elemento material (la pavimentación, el
cierre amurallado, los equipamientos), mientras que otros han atendido a las
relaciones sociales o a visiones utópico-filosóficas del fenómeno urbano.

Con carácter general, los estudiosos han venido distinguiendo las ciudades según
dos criterios: las épocas en las que se han consolidado (criterio histórico) y el tipo
de cultura en que éstas se han desarrollado (criterio antropológico). Desde estas
perspectivas se suele distinguir entre la ciudad antigua, la ciudad medieval, la
ciudad barroca o, la ciudad precolombina, la ciudad islámica, la ciudad
anglosajona, la ciudad mediterránea... Haciendo un compendio de las distintas
clasificaciones que aparecen en la literatura urbanística, podemos establecer la
siguiente clasificación:

Sección 1

La ciudad en el mundo antiguo

Las ciudades del mundo antiguo respondían a una concepción simbólica del
espacio, propia del pensamiento mágico y del pensamiento religioso. El
ordenamiento del espacio debía ser coherente con la cosmología y la orientación
astrológica de cada cultura.

Primeras Ciudades: Jericó, Catal HÜyük, Mohenjo Daro.

Sumeria, Babilonia y Asiria

Se trata de “ciudades-estado”, regidas por valores de tipo religioso y militar, donde


se aprecia un orden arquitectónico geométrico y una diferenciación por barrios. En
estas ciudades destacaban los grandes templos y palacios orientados hacia la
salida del sol.

Ciudades Sumerias, Babilonias y Asirias: Ur, Uruk, Babilonia, Assur, Isin;


Larsa, Nínive.
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Mesopotamia

Las ciudades son pequeñas y amuralladas, tenían un trazado irregular el cual se


fue haciendo reticular con el pasar del tiempo, se construían alrededor del templo,
las casas tenían un patio y alrededor de éste se localizaban las habitaciones, eran
casas muy cerradas debido al clima y a la defensa. Las construcciones son de
barro cocido y adobe, por lo que quedan pocos restos.

Ciudades de Mesopotamia: Ur. Lagash, Mari, Eshnunna, Eridu, Nippur, Umma,


Uruk.

Egipto

En Egipto, el espacio urbano se estructuraba teniendo en cuenta la orientación de


los puntos cardinales en dos ejes, Norte-Sur (paralelo al Nilo) y Este-Oeste (el
trayecto solar). La ciudad egipcia plantea una organización espacial con arreglo a
un orden jerárquico, situando en el centro urbano los templos y palacios. Las
calles y los barrios se disponen dentro de una red octogonal donde el agua
adquiere un especial protagonismo dentro de la escena urbana.

Ciudades del Antiguo Egipto:Menfis, Tebas, Heracleópolis, Tanis,


Hieracómpolis.

Grecia

En la antigua Grecia, la cultura se decanta por el pensamiento racional, por la


autonomía racional del hombre. Para los sofistas como Protágoras, el hombre es
la medida de todas las cosas, por tanto, la ciudad debe de estar también a la
medida del hombre. El racionalismo impregna tanto al pensamiento político griego
como al filosófico que, en cuanto tal, se inicia en ese momento. El inicio del
pensamiento urbano se suele situar por los estudiosos en las ciudades ideales de
Platón y Aristóteles. La ciudad es, para Platón, un espacio para la vida social y la
vida espiritual y debe estar encaminada a elevar a los hombres a la virtud. Platón
diseña hasta tres modelos de ciudades teóricas o ciudades ideales, siendo su
característica común la planta circular que muchos autores atribuyen a influencias
indoarias en el pensamiento platónico; en concreto, al símbolo mandálico del
círculo utilizado por la mitología Hindú para expresar la forma del macrocosmos y
del microcosmos.

Aristóteles acentúa el carácter político de la ciudad y la define como un conjunto


de ciudadanos, de manera que la ciudad no es, en realidad, un espacio físico
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determinado, sino un conjunto de hombres libres ejerciendo en común sus


libertades públicas, siendo el espacio un aspecto secundario. Esta visión política
de la ciudad que refleja Platón en su famosa República, responde al modelo de la
polis griega (ciudad estado), donde el ágora es el elemento fundamental, el
espacio donde los ciudadanos ejercen sus libertades públicas. El ágora se sitúa en
la ciudad aristotélica dentro de un recinto circular, es decir, con forma de mándala
hindú como en la ciudad platónica, donde los elementos defensivos definen la
separación entre vida de la polis y el exterior.

Junto al ágora, destacan en la ciudad griega la relevancia de sus templos,


palacios, museos, gimnasios, teatros, parques urbanos, bibliotecas. Todo ello
constituye un conjunto armónico que responde a la geometría espacial de la
época. Otro elemento importante que aparece en el urbanismo griego es la vía
monumental o vía principal de la ciudad, sobre la que se alinean las edificaciones
más importantes.

Ciudades Griegas: Atenas, Esparta, Corinto, Tebas (Grecia), Mileto, Éfeso,


argos, Siracusa, Alejandría, Massalia, Cirene.

La ciudad romana

Las ciudades romanas fueron herederas del urbanismo griego, de sus criterios de
racionalidad, funcionalidad, armonía y orden. Recogieron también la tendencia
griega al cercamiento de los espacios y el valor de la perspectiva o visión de
conjunto. En la ciudad romana destaca en primer lugar el foro, después los
templos y palacios, las termas, los anfiteatros y los circos, así como el arte urbano,
que es en Roma más psicológico y extravertido que el griego, más estético e
interiorista. Pero la aportación romana más original se halla en los campamentos
militares, como corresponde al sentido práctico de esta civilización. Hay que
distinguir entonces entre la ciudad de Roma propiamente dicha y las ciudades
incorporadas al imperio romano, es para estas ciudades que el plan castrense
desarrolla una estructura urbana, especialmente pensada para controlar
militarmente la ciudad tomada. Estas ciudades sometidas al yugo romano deberán
ceder su propia tradición urbana a las condicionantes impuestas por el urbanismo
romano, donde se encuentra de forma característica el desarrollo de las dos calles
principales, ortogonales con orientación este-oeste (decumano) y norte-sur (cardo)
permitiendo el desarrollo del Foro como ensanchamiento del punto de cruce de
ambas calles. Estas ciudades se amurallaban y las dos calles en cruz remataban
sus extremos exteriores en cuatro puertas de entrada y control a la ciudad. Otro
elemento importante en el desarrollo de la ciudad lo constituye el Acueducto, pieza
de ingeniería hidráulica que confiere a cada ciudad un desarrollo particular en su
morfología y paisaje dependiendo de su acceso, recorrido, necesidades de altura,
así como del desarrollo de las pilas o bancos de agua limpia que se repartían por
la ciudad para proveer del líquido a la población.

Ciudades Romanas: Roma, Tarraco, Emerita Augusta, Vindobona, Sarmizegetusa,


Londinium, Mediolanum, Constantinopla, Narbona.
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Antigüedad Tardía

La crisis del siglo III, supone la crisis de la ciudad clásica en la mitad occidental del
Imperio. Las sucesivas invasiones, que se convirtieron en un fenómeno de larga
duración hasta el siglo VIII; obligaron a costosas inversiones defensivas, visibles
en el amurallamiento (un buen ejemplo son las murallas de Lugo). Junto con otros
cambios sociales y políticos internos del Bajo Imperio Romano (rebeliones como
las Bagaudas), la ciudad decayó en importancia: las élites urbanas procuraron
eludir el aumento de la presión fiscal y optaron por la ruralización. Instituciones
que constituían el corazón de la vida urbana como los collegia de oficios (similares
a gremios y las autoridades públicas (ediles), sometidas al principio hereditario
forzoso para controlar la recaudación de impuestos, son vistos ya no como un
honor ventajoso, sino como una carga. Es el momento en que las villas del campo
se hacen más lujosas, basadas en la autosuficiencia, lo que no hace sino romper
los vínculos que conectaban el campo con la ciudad y la red de ciudades con
Roma, la capital. Las ciudades, con mucha menos población, ven desaparecer las
funciones lúdicas, sociales, políticas y religiosas de sus grandes hitos urbanos
(anfiteatros, termas, templos, basílicas), en beneficio de nuevas funciones
religiosas en torno a la imposición del cristianismo, nueva religión oficial a partir de
Teodosio. El obispo pasa a ser la principal autoridad urbana.

La desaparición del Imperio en el siglo V sólo reforzó una tendencia ya


comenzada. La Alta edad Media en la Europa Occidental verá el establecimiento
de los reinos germánicos. El Imperio de Oriente o Bizantino, en cambio, mantuvo
durante todo el periodo una vida urbana más intensa, junto con las conexiones
comerciales a larga distancia y la autoridad central.

La arqueología ha venido a matizar la dimensión real de la decadencia de la vida


urbana que las fuentes escritas (muy catastrofistas) muestran en todo este
periodo, demostrando, para el caso de Hispania tardorromana y visigoda, la
continuidad de la población de la mayor parte de los núcleos urbanos, con
episodios a veces momentáneos de destrucción o desplazamiento, pero también
el esplendor relativo de alguna de ellas o la creación de nuevas en algún momento
concreto (Recópolis); y la presencia de elementos de cultura material que implican
la existencia de comercio a larga distancia, al menos de productos de lujo, entre
Oriente y Occidente.

La ciudad en la Edad Media

A pesar de que Aristóteles no describió el marco físico de su ciudad modélica, los


urbanistas del medievo interpretaron de sus palabras que la defensa del círculo
espacial urbano debía ser necesariamente la muralla.Alfonso X el sabio, por
ejemplo, definió la ciudad como un lugar cerrado por muros, definición que
respondía a la ciudad amurallada, característica de la época.
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Urbanismo en la Europa medieval

Casco medieval de Lübeck

Toda la cultura europea durante la Edad Media tiene un acusado carácter agrícola.
La ciudad medieval es una ciudad amurallada que aparece como lugar cerrado
dentro del paisaje agrícola y forestal, sirviendo de fortaleza defensiva y refugio de
sus habitantes y campesinos del entorno, a la vez que constituye el mercado del
área de influencia.

En el burgo tiene lugar el surgimiento de actividades distintas a las agrícolas que


favorecen el florecimiento de una economía monetaria y la especialización de los
trabajos, constituyendo un marco heterogéneo donde el hombre rural se libera de
sus dependencias ancestrales gracias al anonimato y a las posibilidades que
ofrece la ciudad como centro de producción de los distintos saberes de la época.
Las universidades juegan ahora un papel destacado en el desarrollo de la cultura
que se refleja en las ciudades, sobre todo en los conjuntos urbanos que aparecen
junto a estas universidades.

Ciudades Medievales Impotantes: Roma, Milán, Paris, Venecia, Pisa, Génova,


Constantinopla, Barcelona, Londres, Basilea.

La ciudad islámica

Como afirma Fernando Chueca Goitia, la ciudad islámica se caracteriza por su


carácter privado. Es una ciudad “secreta” que no se exhibe. Una ciudad con un
marcado carácter religioso, donde la casa es el elemento central y cuyo interior
adquiere tintes de santuario. Las calles de formas irregulares e intrincadas,
parecen ocultar la ciudad al visitante. Y algo muy particular de la ciudad islámica
es que la vida de sus habitantes, transcurre dentro de sus casas.

Las ciudades islámicas suelen estar amuralladas y contienen un núcleo principal


constituido por la “Medina”, donde se sitúa la Mezquita mayor y las principales
calles comerciales. A continuación se hallan los barrios residenciales y por último
los barrios del arrabal, diferenciados por actividades gremiales. Otros elementos
de interés de la ciudad islámica son los baños, el zoco y los jardines palaciegos.

Ciudades Islámicas Medievales: Córdoba, Bagdad, Damasco, El airo,


Túnez, La Meca, Medina, Granada, Alejandría.
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Sección 3

La ciudad en la Edad Moderna

La ciudad renacentista

Las concepciones aristotélicas y platónicas sobre la ciudad permanecerán en el


pensamiento urbanístico posterior. Así, el auge del pensamiento racional durante
el Renacimiento determinó un resurgir de estas ideas. Se trata ahora de una
ciudad señorial donde los hombres se dedican a cultivar las artes y las letras, en la
que vuelve a resurgir el ágora como centro público donde compartir los
conocimientos. Una ciudad donde el arte urbano adquiere un protagonismo
importante, cuyas calles invitan al paseo y a la conversación. Los mejores
ejemplos de este tipo de ciudades son Florencia y Venecia e Italia.

Estas ideas influirían notablemente en el urbanismo de los nuevos territorios


americanos. En efecto, la conquista de América, iniciada en el siglo XV, permitió a
los urbanistas llevar a la práctica en un territorio virgen las ideas utópicas del
modelo griego, construyendo ciudades conforme al planteamiento aristotélico,
conforme al modelo político de plaza mayor donde las cabeceras eran ocupadas
por la iglesia y el Ayuntamiento o concejo y en los laterales las casas de la gente
principal (cuando eran de nueva planta y no se asentaban sobre la edificación
prehispánica)

Ciudades Renacentistas: Venecia, Florencia, Roma, Pisa, Milán, Nápoles,

La ciudad barroca

En el barroco se produce un cambio radical en el modo de entender la ciudad. El


espíritu de la “ciudad-estado” cerrada en sí misma que de un modo u otro había
subyacido en la ciudad medieval y en el Renacimiento, desaparece para dar paso
a la ciudad capital del Estado. En ella, el espacio simbólico se concibe
subordinado al poder político, cuyo papel sobresaliente tratará de destacar la
arquitectura urbana mediante un nuevo planteamiento de perspectivas y
distribución de espacios. Los elementos formales cobran fuerza frente al carácter
humanista de la polis griega.

Ciudades Barrocas: Madrid, Roma, Paris, Viena, Valladolid, México, Lima,

La ciudad industrial

Ya en el siglo XIX, los llamados Utopistas ( Saint-Simón, Fourier, Gogdin ), en


cuyo pensamiento subyacen los modelos utópicos de los griegos, intentarán llevar
a la práctica sus planteamientos ideales, en contraposición a los urbanistas más
funcionales y operativos que dieron lugar a la moderna disciplina urbanística.
15

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el funcionamiento del sistema


económico mundial experimenta una serie de cambios, cuya influencia se hará
sentir sensiblemente en la nueva imagen que adquirirán las ciudades europeas.

El proceso colonial y la consecuente apertura de nuevos mercados amplían la


geografía económica de Europa y hacen surgir un nuevo modo de entender la
actividad empresarial. Nacen ahora fenómenos de concentración industrial, que
requieren de nuevas técnicas de gestión empresarial tendentes a reducir gastos
corrientes, todo ello en un marco productivo mucho más amplio, basado en la
obtención de nuevas fuentes de energía, el transporte, la división del trabajo y la
mecanización, donde las funciones directivas y el volumen de actividades
comerciales y financieras adquieren una enorme importancia.

Resulta ahora necesario poner al servicio de la producción nuevos medios


tecnológicos, nuevas condiciones de accesibilidad y, sobre todo, una nueva
distribución del espacio. La entrada en escena de la energía eléctrica favorece el
surgimiento de las coronas periféricas de las ciudades, cuyos suelos vacantes son
ocupados por los nuevos asentamientos industriales y laborales, dando lugar a
una nueva concepción de separación espacial entre producción y gestión.

La población urbana se distribuye formando arcos más o menos amplios en torno


al núcleo urbano, en un movimiento centrífugo. En el arco exterior se sitúan las
crecientes masas residenciales, constituidas por la nueva mano de obra
inmigrante que exige el funcionamiento del aparato industrial. Son los “barrios
obreros”, típicos de los extrarradios de las grandes ciudades, densamente
poblados, con escasos servicios y en general con pocas condiciones de
habitabilidad. En estos barrios se concentra la masa laboral, que comparte el
espacio periférico con las grandes e insalubres instalaciones industriales.

En este modelo radial de ciudad, los espacios centrales van a alcanzar inusitados
valores de posición. En efecto, al mero aprovechamiento urbanístico del suelo, es
decir, a la posibilidad de construir o edificar en el mismo, se va a añadir ahora un
nuevo valor: la renta inmobiliaria asociada a la posición del suelo. Este valor
añadido permitirá al capital asegurar la estabilidad del beneficio a largo plazo.

Hasta la llegada de la Revolución Industrial la intervención de los poderes públicos


en el campo urbanístico había sido muy limitada, en su mayor parte se trataba de
medidas orientadas a la sanidad y a la reglamentación de las edificaciones
situadas en los conjuntos monumentales o en áreas centrales de la ciudad. Ahora,
el nuevo entramado de intereses nacido al amparo del “desarrollismo industrial”,
convertirá al urbanismo en una trama social y política, donde los poderes públicos
tendrán que intervenir para reducir las tensiones que se generan en este campo
cada vez más conflictivo.

El agrupamiento de las fuerzas obreras, consecuencia de la propia concentración


fabril, favorece la conciencia de clase y la demanda social. Esta fuente de conflicto
dentro de un medio urbano creciendo sin control pone en peligro el binomio
16

empresa-territorio. Es necesario, por lo tanto, recurrir a la intervención de entes


administrativos públicos para solucionar los nuevos problemas urbanos, mediante
medidas de organización administrativa del territorio.

Ciudades Industriales: Londres, Nueva York, Chicago, Manchester, Lieja, Erfurt,


Dresde.

La ciudad contemporánea

El vocablo ciudad viene del latín “civitas” y de la palabra “civis” (ciudadano), es


decir, la ciudad como ciudadanía. Este es el sentido de ciudad que, en el siglo
recupera el ensayista Ortega y Gasset, autor que ha tenido una notable influencia
en la ciencia social española. Ortega parte de la distinción entre ciudad y
naturaleza de manera similar a los clásicos griegos que distinguían entre la polis y
el incivilizado mundo exterior, y pone el acento en la ciudad política, donde el
centro de gravedad se sitúa en la plaza, espacio público característico de la ciudad
mediterránea favorecedor de las relaciones sociales cuyo origen se encuentra en
el ágora griega.

En la actualidad, el término ciudad no está exento de polémica, siendo definido


según la disciplina o el autor que lo acometa. En su acepción vulgar, el término
hace referencia a aglomeraciones humanas que realizan actividades distintas de
las agrarias. Aquí, la distinción entre ciudad y campo, de amplia tradición en el
pensamiento urbanístico, se establece en función del tipo de actividades. Por un
lado están las actividades relacionadas directamente con la agricultura que se
desarrolla en los núcleos rurales y, por otro, las actividades distintas de las
agrarias (industria, servicios, etc.) que tienen lugar en los núcleos urbanos donde
las relaciones humanas son más refinadas y complejas, y el aparato administrativo
del Estado está más cerca del ciudadano.

La Geografía humana, a la hora de estudiar el fenómeno urbano, pone de relieve


aspectos como la organización social, los índices de población, el tipo de cultura o
la especialización funcional. Por su parte, la Sociología, sin desdeñar estos
elementos, centra el estudio de la ciudad en el tipo de relaciones sociales que se
desarrollan dentro del entorno urbano, los estilos de vida que tienen lugar en este
entorno y, en definitiva, en las causas que dan lugar a las transformaciones o
cambios sociales que se producen en el mundo urbano. Desde la óptica de la
Psicología y de la Antropología se atiende fundamentalmente a las conductas, a
las prácticas sociales y a las influencias del ambiente urbano en la vida psicológica
de las personas.

Hoy en día, hay autores que critican el discurso urbanístico construido durante los
dos últimos siglos, al que achacan una excesiva tecnificación y funcionalidad al
servicio de la rentabilidad. Ello es consecuencia, según esta corriente crítica, del
aislamiento que la disciplina urbanística ha tenido respecto de la política y del
17

debate público. Para estos autores, las ideas utópicas que impregnaron el
pensamiento marxista en sus inicios, durante la Primera internacional, sustentadas
fundamentalmente por los pensadores anarquistas como Bakunin o Proudhon, se
vieron relegadas al olvido debido a la escisión que tuvo lugar entre comunistas y
anarquistas a partir de la Segunda Internacional

Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Historia_urbana

1.3 Tema 3

PENSAR LA CIUDAD
GUSTAVO MONTAÑEZ GÓMEZ

EL RETORNO DEL TERRITORIO


Los colombianos cuarentones, como yo, nacimos en un país rural y vamos a
morir en un país urbano. En el tiempo de nuestra vida hemos visto
transformaciones importantes asociadas con esa urbanización, algunas de ellas
consideradas como positivas para el progreso del conjunto social, mientras que
otras son menos afortunadas en la perspectiva de construir una nación moderna
con justicia social.
Nos corresponde al finalizar el siglo XX, y después de casi doscientos años de
nuestra independencia, encontrar senderos que permitan una reconstrucción de
nuestra sociedad, en el marco de las nuevas dinámicas e ideas del contexto
actual. En este sentido, las últimas décadas han visto el redescubrimiento del
territorio en la literatura social, destacándolo como elemento sustancial de
cohesión de la nación, referente indispensable para individuos y colectividades
sociales, generador de significados e imaginario colectivo y propulsor de la
construcción de tejido social y de la socialización primaria.

En la medida en que se incrementa la movilidad de la población en el país y se


intensifican los procesos de descentralización o se extienden los infortunados
sucesos de la guerra, los colombianos vamos identificando una serie de lugares
que no hacían parte de nuestra memoria territorial, ni figuraban antes en la
geografía nacional de la enseñanza primaria o secundaria. Estas sorpresas
territoriales de ahora no indican que la educación geográfica fuese en el pasado
peor que la actual, o que la tradición de la geografía memorística, de listados de
lugares desconocidos, sea la pedagogía adecuada. La cuestión es más de fondo;
la ciudad, por ejemplo, no hizo parte de los contenidos de la geografía básica de
nuestra generación. A la ciudad siempre se la trató como un punto en el mapa, sin
ninguna significación particular, distante de una relación cotidiana y ausente de
problematización. Pero lo lamentable no es que nuestra educación tuviese esa
grave falencia en el pasado, sino que hoy, probablemente esté haciendo lo mismo
18

en las escuelas y colegios de Colombia. No es de extrañar, entonces, que la


inmensa mayoría de nuestros compatriotas que viven en la ciudad y escasamente
terminan el bachillerato, no ejerzan sus derechos y deberes de ciudadanos desde
la dimensión territorial.

La construcción de nuestro sentimiento nacional ha estado centrada principalmente


en torno a los muy respetados símbolos de la bandera y el escudo nacionales, y
más recientemente alrededor de la selección nacional de fútbol, sin que se
reconozca el papel que puede tener el territorio como ente de promoción de
significación y apropiación de lo nacional. Por fortuna, la Nueva Constitución de-
Colombia de 1991, nos invita a procurar una mirada atenta al territorio del país, al
reconocimiento de la riqueza derivada de su diversidad física y cultural, a su
valoración como el abrigo colectivo de los colombianos ya su reconocimiento
como un factor importante en la explicación de nuestras peculiaridades. Ese
territorio nacional puede ser concebido como un conjunto articulado o
desarticulado de campos y ciudades, donde viven los colombianos, y el cual
necesita ser pensado y proyectado como parte integral del país que soñamos y
queremos construir.

Sección 1

POR QUÉ PENSAR LA CIUDAD


Puesto que el tema de la Cátedra Manuel Ancizar, en la presente ocasión, es
"pensar la ciudad", lo primero que podríamos preguntarnos es ¿por qué pensar
la ciudad?

El punto de vista existencial o pragmático proclama que debemos pensar la ciudad


porque muchos vivimos en ella. Nuestra cotidianidad ocurre en la ciudad; esta
determina o condiciona a aquella aunque pocas veces seamos conscientes de ello.
La calidad de vida del individuo y del grupo social, así como sus factores objetivos,
y aún los subjetivos e intersubjetivos, dependen del carácter y dinámica del
fenómeno urbano y de la especificidad de la ciudad que habitamos. No es
necesario observar la enorme dislocación social y el desconcierto colectivo
producido por una catástrofe en la ciudad para poder entender el carácter
profundamente humano de la urbe. El efecto, por ejemplo, de un terremoto no se
manifiesta solo en la destrucción de las viviendas y la consecuente calamidad de
las familias, sino también, en la ocurrencia de otras secuelas, incluyendo la
pérdida súbita de referencias territoriales, de señales y significaciones espaciales.
Es evidente y paradójico entonces que las catástrofes naturales se encarguen de
recordarnos lo importante y determinante que puede ser el territorio en general, y
en particular el territorio de la ciudad. Pero en tiempo normal, cuando no ocurren
los desastres catastróficos, la cotidianidad raras veces promueve una reflexión
espontánea sobre el espacio urbano, ni siquiera una consideración atenta sobre el
territorio comprendido en la ruta diaria que nos lleva de la residencia a la casa, o
viceversa. Menos frecuente aparece la idea de examinar la ciudad como totalidad.
19

La urbe presenta una gran complejidad y una tal banalidad que preferimos vivirla
sin pensarla y la dejamos a menudo como asunto de expertos o propio de los
candidatos a la alcaldía. Una perspectiva romántica y psicologista respondería que
debemos pensar la ciudad porque necesitamos leer y analizar los imaginarios y las
percepciones que en nosotros despierta su existencia y movimiento. Este espacio
físico y social suscita en individuos y comunidades, percepciones e imaginarios
diversos que deben ser objeto de indagación, como una vía para comprender el
comportamiento social y cultural de los grupos sociales que hacen la ciudad. Es
esa ciudad percibida, tan intangible como real, la que explica, al menos
parcialmente, muchos de los rasgos de la vida cotidiana de los moradores de la
urbe y de sus relaciones con su entorno.

Podría haber, también, otra razón pragmática para atrevemos a pensar la ciudad,
basada en la constatación de una de las principales tendencias del mundo actual:
la ampliación y profundización de la urbanización. Hace años, los estudiosos del
fenómeno observaron que las grandes ciudades, centros del comercio mundial,
habían comenzado su ciclo histórico en oriente, se habían trasladado con el correr
del tiempo a occidente, pasando de Babilonia a Atenas, de Atenas a Alejandría, de
Alejandría a Bizancio, de Bizancio a Venecia, de Venecia a Lisboa, de Lisboa a
Londres, y de Londres a New York. Esta última se convirtió durante el siglo xx en
el principal símbolo de la vida urbana que incluye hoya casi la mitad de la
población mundial y al 75% de Occidente. En este proceso, América Latina
emerge como el área del planeta con mayor intensificación del proceso de
urbanización. Sobre esta tendencia muchos investigadores señalan que las
ciudades hoy llamadas intermedias van acrecer aun ritmo muy significativo durante
las próximas décadas.

La dinámica del cambio y sus consecuencias en las estructuras conceptuales que


utilizamos para describirlo y comprenderlo, es otro motivo para pensar la ciudad.
Se constata que ciertos conceptos, aprendidos en nuestra infancia y juventud, no
son quizá pertinentes hoy, debido a los profundos cambios ocurridos en el espacio
geográfico durante las décadas recientes. Es el caso, por ejemplo, de los
conceptos urbano y rural, cuya interpretación y diferenciación actual se tornan
difíciles precisamente por los efectos de la revolución técnico-científico-
informacional, que a través de la multiplicación de redes de servicios, otrora
concentrados en la ciudad, extienden su alcance a amplios espacios territoriales,
desdibujando los que fueron por mucho tiempo los contrastes más notables entre
el mundo urbano y el rural.

Una última razón para pensar la ciudad colombiana la encontramos en lo que ella
representa como expresión de pensamiento autóctono y de capacidad de
construcción de un proyecto nacional con manifestaciones locales muy concretas.
Es esta una manera de cavilar acerca de las relaciones del todo nacional con sus
partes: las regiones y las ciudades. Es una forma de hilvanar lo concreto
inmediato con lo trascendente por venir, de recorrer el tiempo de ahora con el
deseo de avizorar un destino nacional; y de buscar caminos más claros de
20

inserción de Colombia en el mundo. Esta visión optimista nos invita a no olvidar


que fue en la ciudad donde asomamos a la llamada modernidad y es, también
allí, donde experimentamos más claramente la modernización sin modernidad.

Sección 2

¿CÓMO PENSAR LA CIUDAD?


Dada la complejidad y multidimensionalidad del fenómeno urbano, y en Particular
de la ciudad, aparece de inmediato el problema de cómo estudiarla, de cómo
pensarla. ¿Con cuál discurso teórico conceptual debemos aproximarnos a ella?

La primera forma de acercarnos al conocimiento de la ciudad ha sido la que


podríamos denominar la tradición disciplinar; es el, examen desde cada disciplina
o, por extensión, desde cada profesión, sea esta la arquitectura, la sociología, la
literatura, la antropología o la geografía, entre otros campos del conocimiento. No
se pueden negar los avances que por esta vía se han alcanzado tanto en la
investigación empírica como en la formulación teórica de la ciudad. Sin embargo,
el resultado más visible de estos importantes esfuerzos es la parcelación de la
ciudad en una multitud de campos y enfoques, que si bien enriquecen y amplían la
perspectiva, también dificultan la comprensión holística de la ciudad.

En el otro extremo, numerosos investigadores han hecho importantes esfuerzos


por producir un discurso abarcador y totalizante de lo urbano. Pero entre más
ímpetu por desarrollar esa formulación (coherente y formal, más se corre con el
riesgo de caer en el cerco reduccionista y simplificador.

Desde un ángulo diferente, la mayoría de los intentos multidisciplinarios e


interdisciplinarios no parecen haber superado el resultado convencional de allegar
una suma de enfoques diversos sobre múltiples temas y problemas de la ciudad.
Los obstáculos de entrelazamiento conceptual y metodológico, así como los
problemas (comunicativos entre disciplinas, persisten y dificultan expectativas más
prometedoras.
Otras propuestas metodológicas innovadoras y potencialmente apropiadas para el
estudio de la ciudad, como es el caso del naciente paradigma del "pensamiento
complejo", no han sido exploradas de manera suficiente y comprensiva. Habría que
trabajar de forma más decidida en esta línea para encontrar los elementos de
juicio que puedan ponderar de manera realista las posibilidades de este método.

En medio de todos los enfoques teóricos propuestos hay uno que continua
ofreciendo una veta fértil, inagotable todavía, de provocación de reflexión e
investigación. Se trata de la perspectiva de interpretación que concibe a la ciudad
como una construcción social e histórica, como un palimpsesto en el cual las
sociedades han escrito y reescrito su propia historia; en donde se propone una
compresión del espacio tiempo como categoría histórica. Esa concepción reconoce
21

la mediación de las relaciones sociales pero al mismo tiempo incorpora una


mediación tecnológica y técnica, así como una organización y dinámica social
interna, en completa interacción con el entorno territorial regional, nacional y
mundial.

Al respecto, en la construcción del territorio de la ciudad merecen atención especial


las técnicas individuales y los sistemas técnicos. Ambos, al incorporarse al
territorio se convierten en territorio, es decir, en parte esencial del mismo. De
otro lado, muchos objetos y formas del territorio son al mismo tiempo técnica y
hacen parte de sistemas técnicos. Esto es palpable hoy más que nunca con la
ampliación de la plataforma tecnológica a través de intrincadas redes en toda la
superficie del planeta, pero muy especialmente en los crecientes espacios
urbanos que contienen las ciudades. Una carretera o una calle, que se
manifiestan como simples formas, son también técnicas; lo mismo ocurre con los
centros comerciales que ahora abundan en las ciudades; ellos pueden ser,
también, pensados como técnicas de distribución, de mercadotecnia y formas de
consumo.

La ciudad puede, entonces, interpretarse en sí misma como una técnica de


producción económica y de reproducción social. Al respecto, convendría dedicar
mayor atención al análisis de las técnicas en la ciudad y a su vinculación con la
dinámica económica, cultural, política y social. Esta reflexión debe contemplar la
racionalidad e intencionalidad de los sistemas técnicos y los efectos en todas las
dimensiones de la vida urbana. El cambio y la superposición de estas distintas
racionalidades técnicas, junto con la variada gama de expresiones de diversidad
cultural, hacen parte esencial de la complejidad de la ciudad.

Ante las dificultades y retos de carácter metodológico mencionados, la realización


de la Cátedra Manuel Ancízar, con la agenda orientada a "pensar la ciudad",
despierta una expectativa grande y un desafío en cuanto a la posibilidad de
encontrar nuevos caminos de reflexión sobre la ciudad. Es esta una oportunidad
in-mejorable para construir provocadoras interpretaciones para la investigación y la
transformación de la ciudad.

Sección 3

¿PARA QUÉ PENSAR LA CIUDAD?

Las circunstancias de inseguridad y violencia que vive hoy Colombia hacen que
las ciudades se conviertan en una especie de refugio, un poco menos inseguro
que inmensas zonas del país donde campea la desprotección de las personas y
de las comunidades. Es obvio que debemos pensar la ciudad para aprender a
convivir en ella. Necesitamos convivir en la ciudad, en medio de la cercanía de la
diferencia y de la diversidad cultural que nos divierten o incomodan. Convivir entre
la velocidad que nos acelera cada día, la congestión que nos torna
22

irascibles, la contaminación que nos abruma y enferma, y la escasez que nos


agobia. Convivir en la ciudad, que es ante todo la gente que vive en ella, sus
vicisitudes, sus preocupaciones, sus necesidades y sus reglas de coexistencia.
Pero pensar la ciudad tiene también el propósito de soñarla y proponerla, de
convertirla en objeto de construcción de utopía individual y colectiva. Se trata de
desplegar el pensamiento y el talento de nosotros mismos para concebir y hacer
la ciudad habitable que soñamos en sus dimensiones materiales, sociales,
éticas y estéticas y es en esta perspectiva que quiero llamar la atención
para que la Universidad ejerza su papel transformador fundamental de la
sociedad, no sólo como formulación sino como realidad viviente. La llamada
Ciudad Blanca, nuestro campus, no puede ser simplemente una isla dentro de la
capital del país; esto no es coherente con la visión de construcción de ciudad para
todos, con criterios de equidad y calidad. Como universitarios no podemos seguir
enarbolando discursos hermosos sobre el medio ambiente sin que en la realidad
seamos plenamente demostrativos de nuestra capacidad conceptual y técnica, y
de nuestra disposición ética para mejorar el medio ambiente,
comenzando por el de nuestro propio campus. Tenemos que hacer todo lo
posible por derrumbar la percepción que algunos sectores sociales tienen de
nuestro campus como espacio de miedo. Por el contrario, debemos propugnar
por hacer que el campus sea el más hermoso y accesible escenario citadino
para el conjunto de la ciudad, por colocar su riqueza cultural y académica al
alcance de los habitantes de la ciudad y del país; debemos comprometernos en
hacer del campus el espacio público por excelencia. En fin, debemos
profundizar las interrelaciones y la comunicación de la Ciudad Universitaria con el
conjunto de la ciudad ya que somos parte integral del mismo tejido urbano. Esta
obsesión por el mejoramiento del campus y su inserción plena en la
cotidianidad de la ciudad expresa una aspiración: pensar la ciudad debe
significar también hacer y construir la ciudad que anhelamos para el presente y
para las generaciones futuras.

Tomado de: TORRES TOVAR, Carlos Alberto, VIVIESCAS MONSALVE,


Fernando, y PÉREZ HERNÁNDEZ, Edmundo. La ciudad: Hábitat de complejidad y
diversidad. Universidad Nacional de Colombia. 2000. 349 p
23

2. Capitulo Aprendiendo la Ciudad


En este capítulo se mostrará la construcción de ciudad desde lo metodológico.

2.1 Tema 1

CIUDAD Y POLÍTICA URBANA


CIUDAD Y COMPLEJIDAD

"El paradigma de la complejidad parte, como lo señalamos atrás, de la


rectificación del universo mecánico de Newton; no es posible entender la vida
desde el punto de vista de una máquina, porque cuando analizamos y
desmontamos cada una de sus piezas, la vida ya no está allí: "Matamos para
diseccionar y esto no es forma de estudiar lo que está vivo, sino lo que está
muerto".

Al pensar la dudad es claro que el paradigma de la fragmentación es incapaz


de concebir la conjunción de lo uno y lo múltiple, haciendo unificaciones
abstractas donde se elimina la diversidad o se yuxtapone ésta sin concebir la
unidad. El problema de la ciudad no es sólo un problema económico; es ante
todo un problema político, pero también un problema cultural y filosófico que
concierne al sentido de la vida humana. Entendido así, los problemas de la ciudad
no se pueden captar aisladamente; se trata de problemas complejos que están
interconectados y son interdependientes: el todo es más que la suma de sus
partes; la ciudad es un fenómeno que se abre en muchas dimensiones y que
actúa en múltiples interacciones tejidas por la realidad social e histórica. Es una
unidad socioespacial que sirve de soporte a la producción cultural, a la innovación
social y a la actividad económica de la sociedad contemporánea.

La ciudad se debe pensar desde la perspectiva de la complejidad; a primera vista,


es un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados:
presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple, en el tejido de eventos, acciones,
interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro
mundo urbano. En este sentido, la ciudad es una expresión fundamental de la
manifestación de la vida contemporánea. Ella se expresa no como una
sustancia o un dato, sino como un fenómeno extraordinariamente complejo en el
que se puede llegar a producir la autonomía colectiva.
La ciudad no puede ser pensada sino en la interacción de saberes, a través de un
proyecto que pueda unificar una concepción del hombre, en términos de sus
determinantes culturales básicos: moral-práctico (ética), estético-expresivo y
cognoscitivo-instrumental (arte, ciencia y técnica). El problema no es integrar
saberes, sino buscar el vínculo entre los mismos para saber cómo actúan en
eso que le es esencial, el ser humano. Esta búsqueda de un nuevo paradigma,
de una nueva forma de ver, conlleva la articulación de los distintos estratos del
ser –el físico, el biológico y el histórico-social- de una manera consistente,
24

estableciendo la especificidad y diferencia de cada uno de ellos; esta búsqueda


lleva a tomar conciencia de que hay una dimensión llamada por Castoriadis
Conjuntista ídentitaria o Ensídica, que se encuentra presente en todas partes, en
la psique, en la sociedad, en lo viviente y en el ser físico; y otra dimensión, la
Poiética, que es irreductible a la lógica y que puede no sólo ser dicha, sino
sencillamente ser: ambas dimensiones, Ensídica y Poiética, solidarias y
diferenciadas, son densas por todas partes, tan cerca como queramos de un
elemento de una habrá un elemento de la otra.

En el mundo urbano la interacción de saberes parte de una aceptación de sus


alcances y limitaciones. Esta perspectiva tiene sentido si es capaz de aprehender,
al mismo tiempo, unidad y diversidad, continuidad y rupturas, lo cual es posible si
se toman los saberes no como entidades cerradas, sino como sistemas que
mantienen su identidad, pues, y como lo señalábamos citando a Castoriadis, el
conocimiento supone una relación de clausura y de apertura entre el que conoce y
lo conocido. La ciudad, así como la organización de lo viviente, afronta los
problemas propios del conocimiento del Ser, ser al mismo tiempo abierto y
cerrado.

Cuando de pensar la ciudad se trata, la mecánica clásica debe ser sustituida


por una visión científica que se ponga en estrecha relación con una teoría de la
cultura humana. Una visión teórica diferente se aislará cada vez más de las
nuevas visiones de la cultura humana y quedará condenada a la atrofia y la
osificación. Por ello, para pensar la ciudad, hay que postular la complejidad; la
relación entre ciudad y complejidad parte de aprehender cómo los elementos
fundamentales del indagar del ser humano se inscriben en el tiempo y en el
espacio. Con Einstein, el tiempo es inseparable de la física y la astrofísica; con
Freud, el individuo y la sociedad son impensables sin la dimensión llamada por
él, inconsciente; la Biología es inseparable de la teoría de la evolución y los
desarrollos más inquietantes de las neurociencias son impensables sin la
articulación del cuerpo-alma, materia-espíritu. Todos estos saberes se las tienen
que ver con el problema tiempo-espacio. Quien dice tiempo dice comienzo pero
así mismo dice fin. Quien dice espacio dice lugar y así mismo dice sentido de
la espacialidad. Quien habla del espacio habla, creando en un descentramiento
radical al "otro". El centro del ser humano no está en él mismo sino en el otro, en
el proceso de hominización que no es sólo biológico sino cultural.

Sección 1

Ciudad y política urbana


Abordar los problemas de la ciudad desde la óptica de la complejidad es el
objetivo de una política urbana, cuando ésta pretende resolver los problemas
más críticos de las urbes. Se debe partir de reconocer la importancia de las
ciudades sin desconocer la interdependencia de las dimensiones en la vida de
sus habitantes.
25

Consciente de ello, como veremos en el próximo ensayo, la política urbana hace


parte de un modelo alternativo de desarrollo económico, social y ambiental, que
busca en lo fundamental elevar la productividad y la competitividad, insertar la
economía en el mercado mundial, promover la equidad y la paz, lograr la
sostenibilidad de los recursos naturales y avanzar en los procesos de
participación ciudadana, autonomía y descentralización.

Este modelo acepta los aciertos del neoliberalismo, pero plantea la necesidad
de corregir las asimetrías resultantes de la acción exclusiva del mercado, ese
mecanismo de asignación de recursos, por fuera de un marco social
preestablecido. Busca allegar un nuevo camino entre el populismo
asistencialista, que trató de hacer cambio social con dudosos criterios
económicos y el capitalismo salvaje que trató de imponer la ley de sálvese quien
pueda, como fórmula de selección social.

El modelo propuesto permite pensar nuestras acciones sobre las urbes. En


la ciudad hay obstáculos estructurales que impiden el funcionamiento del
mercado en condiciones de competencia: existencia muy difundida de
externalidades que establecen una gran divergencia entre costos y beneficios,
sociales y privados; especulación con el suelo urbano y con todas las actividades
ligadas a la producción de infraestructura y demás servicios sociales de la
ciudad; requerimientos de bienes públicos; presencia de monopolios naturales;
en fin, existencia de estructuras imperfectas de mercado, que hacen operar a la
economía urbana con una serie de factores inmóviles, monopolizados y
difícilmente reproducibles, como es el caso del suelo, soporte de la totalidad de
las actividades económicas y sociales de la ciudad.

La ciudad, para fines de política urbana, debe ser vista como una unidad
compleja compuesta por los siguientes atributos: suelo urbano, servicios
públicos, vivienda, equipamiento, transporte y espacio público. Dichos atributos
actúan en las dimensiones básicas propias de la actividad humana: política,
económica, social, ambiental y cultural. Los atributos y las dimensiones le dan a
la ciudad su integridad por cuanto cada uno de sus elementos constitutivos son
interdependientes.

Lo anterior se puede ver con un ejemplo. La ciudad posee mercados


fundamentales que la articulan: el laboral, el inmobiliario, el del suelo urbano y
el de bienes y servicios. En algunos países, por ejemplo, en los EE. UU. Y en
algunas tradiciones teóricas, como es el caso de la sociología urbana francesa,
el mercado laboral es utilizado como referencia básica para definir los límites y
los alcances de una ciudad determinada.

Además de los atributos localizados en puntos fijos como la vivienda y el


equipamiento urbano, la ciudad cuenta con otros en forma de redes como los
servicios públicos y el transporte urbano, que hacen posible la operación de los
más diversos flujos: agua potable, distintas formas de energía, desechos líquidos
26

y sólidos, personas, bienes y servicios, información, etc. Estas redes se


constituyen en el soporte de las interacciones entre los habitantes de la ciudad,
le dan integralidad a las más diversas actividades y contribuyen a moldear la
forma, la estructura y el funcionamiento de la ciudad.

Otros factores ya mencionados que contribuyen a la constitución de la


ciudad como unidad son sus dimensiones, entre las cuales se incluyen la cultura,
las tradiciones y la estructura social que le es propia, la historia particular de
cada ciudad, las vergüenzas y los orgullos locales, la culinaria, el acento, los
lugares simbólicos y de identidad; todos estos aspectos constituyen elementos
de cohesión y de integración que dan un sentido de unidad.

Finalmente, la ciudad posee gobernabilidad, es decir, la capacidad para


resolver las dificultades que afectan el conjunto de la comunidad y tiene un
gobierno y una vida colectiva que se desenvuelve en el espacio público y que
cumplen, entre muchas otras, las funciones de unificar los diversos sistemas
de cohesión urbana y de generar los imaginarios que sustentan un sentimiento
de unidad e identidad. Por otra parte, la igualdad de derechos ante las
decisiones de la ciudad y, por la vía de este ejercicio, la constitución de
ciudadanos hace parte de las más contemporáneas visiones del fenómeno
urbano y de los sistemas de cohesión con los cuales cuenta.

La unidad de la que hemos venido hablando debe ser entendida como


coherencia, articulación y armonía relativas, coexiste y se reproduce en medio
de la diversidad, de la complejidad, de la heterogeneidad, de la contradicción, del
cambio y de la transformación permanente tanto de sus elementos como del
conjunto.

La ciudad integra pero al mismo tiempo estimula la diferencia, concilia pero


no disuelve los orígenes del conflicto, unifica pero mantiene distancias entre
sectores sociales, barrios, actividades económicas. Este balance contrastado es
el que hace de ella un organismo en permanente movimiento, con gran
capacidad de cambio y con inmensas posibilidades de liderazgo.

La mutua interacción entre unidad y diversidad, armonía y conflicto,


estabilidad y cambio, se desenvuelve en el ámbito socioespacial que le es
propio; él hace posible la formación y permanencia de sus características
básicas. Sin este ámbito es impensable su existencia; es allí donde se realiza la
operación del sistema complejo de relaciones que la caracteriza. En efecto, la
red de relaciones sociales, culturales, económicas y políticas opera gracias a la
condición de cercanía, de vecindad, y a la frecuencia de los contactos y de los
intercambios.
Toda política urbana se debe enmarcar y definir en la complejidad del
fenómeno urbano al que se ha hecho referencia. Debe reconocer la importancia
de los diferentes niveles de actuación que están definidos por la diversidad de
sus componentes: culturales, económicos, sociales y políticos. Debe propender
27

por un adecuado equilibrio en la complejidad de su naturaleza: unidad en la


diversidad, integración en la diferencia, cohesión en el cambio y la
transformación.

La ciudad no es un fenómeno social aislado, marginal; es la unidad básica de


la sociedad contemporánea; concentra un alto volumen de población, una
inmensa cantidad y calidad de la producción social, cultural y económica y
posee, adicionalmente, una inconmensurable capacidad de transformación,
adaptación y respuesta a las cambiantes condiciones del entorno. El éxito de una
política urbana no queda, por consiguiente, circunscrito a la suerte de las
ciudades, sino que puede ser definitivo en el futuro de la sociedad en su
conjunto.

Adicionalmente, la ciudad debe ser vista desde una perspectiva


multidisciplinaria, con criterios globales e integrales; requiere de
consideraciones de tipo ambiental y de la búsqueda del bien común, que no son
posibles de obtener acudiendo únicamente a los conceptos de mercado y de
precio.

Lo anterior significa que el Estado no debe estar ausente del manejo y la


conducción de la ciudad. Él tiene un rol trascendente en la convocación y
articulación de los agentes urbanos y debe formular la política para garantizar
la cohesión de los diversos grupos comprometidos en el desarrollo de la
ciudad. Su tarea no es la de producir, pero sí es, necesariamente, la de
gobernar. El Estado gobierna y marca las reglas de juego sobre la ciudad con su
política urbana.

A la política urbana no le es ajeno que los efectos de sus acciones y


estrategias determinen el comportamiento de los procesos de urbanización y
distribución espacial de las actividades y, por supuesto, que los cambios en el
tejido urbano incidan en el desempeño de sus políticas. La importancia de la
ciudad, dentro de los modelos alternativos de desarrollo, trasciende los
esfuerzos financieros, por importantes que ellos sean, asociados con la inversión
en vivienda, equipamiento social y servicios públicos. Las ciudades del país,
además de ser lugares de estudio, trabajo y existencia de tres de cada cuatro
colombianos, generan más de cuatro quintos del ingreso del país; consumen la
casi totalidad del cemento, las importaciones de bienes finales, los libros, las
revistas, los alimentos, los combustibles y la energía; producen casi todos los
bienes industriales, la mano de obra más calificada, las investigaciones, los
impuestos, el ahorro, las obras de arte, la literatura y, por infortunio, los
problemas de contaminación, pobreza, criminalidad e inseguridad, entre otros.

La ciudad es más que el conjunto de sus atributos físicos (hardware urbano); es


un organismo complejo con dimensiones económicas, institucionales, sociales,
políticas y ambientales (asimilables también a su propio software); en la cual
cada intervención en uno solo de sus atributos o de sus dimensiones afecta el
todo. Este tejido, densamente poblado y localizado en puntos precisos del
28

espacio, forma parte del complejo sistema urbano que, aunque no ocupa el 1%
del territorio nacional, determina y moldea la actividad económica, social y
política del país.

En este contexto, el objetivo general de una política urbana es lograr


ciudades especialmente bien construidas e institucionalmente bien adecuadas,
capaces de ofrecer mejores oportunidades económicas y sociales a sus
habitantes, mayores niveles de productividad, mejor calidad de vida y que
minimicen los riesgos asedados con la contaminación ambiental y la irracional
utilización de los recursos naturales, aceptando que dudad y desarrollo son
inseparables.

El desarrollo económico no es sólo un proceso esparcido en el tiempo; es


también un fenómeno que se difunde en el espacio. Tiempo y espacio mantienen
una dialéctica de transformación de la sociedad a través de la urbanización y el
desarrollo; ciudad y desarrollo son dos fenómenos que se alimentan uno a otro y
que no pueden existir por separado.

Esta dialéctica es crucial para entender el papel de la ciudad en el proceso de


la globalización y la manera como las diversas fases por las que pasa este
proceso se influyen y se complementan. La dudad no es pasiva: su crecimiento
es efecto del desarrollo, pero a partir de un momento se suma a las causas de
éste.

La globalización y el propio proceso de desarrollo económico están


inextricablemente ligados a la evolución de la urbe, hasta el punto que puede
afirmarse que entre mayor es el grado de desarrollo de una sociedad, más
intensas son su división del trabajo y la propia vida urbana.

Sección 2

La complejidad del fenómeno urbano y la globalización

Aunque las ciudades colombianas, como Ciudad Perdida, florecieron, siglos


antes de la conquista española, el fenómeno urbano propiamente dicho, aquel
ligado al crecimiento horizontal y vertical incontrolado y el de sus impactos
sobre el medio ambiente, la economía y los espacios sociales y políticos del
país sólo tomaron fuerza hace aproximadamente cincuenta años.

Con este fenómeno tuvo lugar una de las más profundas revoluciones: la
que ocurrió con el salto del campo a la metrópoli durante la vida de una
generación. Se cambió nuestro modo de vivir y de convivir, de producir y de
consumir, de sentir y de pensar, el universo de nuestras creencias y prácticas, la
forma de ejercitar los derechos, los deberes y las libertades, en una palabra, se
cambió nuestra vida.
29

Con los procesos de cambio afloraron dos grandes paradojas: la primera:


¿Por qué todos, o casi todos, preferimos vivir en la ciudad, pero todos nos
quejamos de ella? La ciudad es el destino de la inmensa mayoría de los
migrantes, el lugar donde simultáneamente se concentran las oportunidades de
estudio, de trabajo, de cultura y de libertad; las quejas permanentes acerca de
cuan difícil es vivir en medio del tráfico congestionado, la pobreza, la
contaminación, la criminalidad, la corrupción administrativa y la inoperancia del
gobierno local.

La segunda: ¿Por qué más actividades económicas y más desarrollo urbano


contribuyen a generar mayores problemas sociales? El crecimiento de la
economía y del parque automotor conducen a una mayor demanda por suelo
urbano, elevando sus precios, los costos para la ciudad y las ganancias que
llegan a unas pocas manos. Los costos, beneficios y transferencias aumentan las
desigualdades, la segregación y las carencias.

Estas paradojas han llevado a un prejuicio antiurbano, a la precaria


aplicación de políticas, inadecuada asignación de recursos, existencia de
sistemas institucionales y legales que han entorpecido y dificultado la vida en la
ciudad, mala gestión urbana y, en general, a una falta de voluntad política y de
conciencia ciudadana para atender las necesidades más apremiantes.

¿Por qué el hombre contemporáneo quiere vivir en ese caos, en ese sitio de
ingobernabilidad saturado de problemas, dificultades y vicisitudes que llamamos
ciudad? ¿Cuáles son los beneficios y el gran atractivo que ofrece la ciudad? Las
respuestas no son tan difíciles: Las ciudades, con todos sus problemas y
riesgos, son nuestra más sofisticada producción cultural, nuestro principal sitio
de encuentro e identidad, el mayor generador de crecimiento y desarrollo, el
lugar por excelencia del intercambio económico y político.

La ciudad es el sitio donde la especie humana adquiere su más alta


dimensión, concentra las mayores expresiones de la economía, la política y la
cultura, satisfaciendo así los principios de la complejidad. En su seno existen
por lo menos dos formas de ciudad, no dos ciudades: la rica y la pobre, la
moderna y la atrasada; en el tejido de ciudades existen por lo menos dos tipos:
las capaces de enfrentar la apertura y la globalización y las que no podrán
hacerlo fácilmente. Los efectos de la urbanización moldean y determinan sus
causas y su propia realidad; el todo urbano reproduce las características de cada
uno de sus atributos y el atributo refleja las características del todo.

La ciudad no se puede pensar en el marco del dualismo filosófico; ella, en


capta la paradoja de su ser que en apariencia son dos (centro-periferia, rica-
pobre) pero que en realidad no son sino una: la ciudad es el resultado de un
proceso abigarrado, heterogéneo y dinámico de constitución social, donde
convergen una pluralidad de transformaciones y acontecimientos histórico-
sociales supremamente diversos que recorren toda la gama de la espacialidad en
30

sus manifestaciones físicas y vivenciales y/o antropológicas. La ciudad en su


manifestación da la apariencia de no ser una sino múltiple: son muchos mundos
pero ellos están concatenados en una compleja trama simbólica e imaginaria
institucional donde tiene existencia la ciudad concreta, la ciudad real.

Pero la ciudad debe abordar su inserción dentro de un proceso de


globalización/ también complejo. Al estudiar las fuerzas que moldean a Europa,
Peter Hall señala cómo el comercio global no es un fenómeno nuevo, lo que es
nuevo son su tamaño actual y su extensión al moderno sector informático, que
es quizás la externalidad más importante de la ciudad. Con razón, el profesor
Castells orienta algunas de sus inquietudes intelectuales a la llamada por él
"ciudad informática", por considerar a las urbes como unas diseminadoras de
información y, por ende, de desarrollo y crecimiento económico.

La globalización es mundial y es local: no sólo está más cerca París de


Londres, por el eurotúnel, Tokio y Nueva York por el Internet, sino que las
ciudades en nuestro medio están cada vez más cerca las unas de las otras. En
efecto, hasta hace pocos años Floridablanca, Bello y Soledad, para citar sólo
algunos casos, estaban separadas de las respectivas capitales departamentales
y hoy son un conjunto de barrios de sus áreas metropolitanas.

También la globalización se nos presenta como un proceso complejo: según


algunos autores, como Meijer, favorece a las grandes ciudades, según otros,
como Camagni, son las ciudades pequeñas las más beneficiadas, pues
pueden adaptarse más fácilmente a los nuevos escenarios. En cualquier
evento es claro que las ciudades son, por definición, el epicentro del nuevo
orden mundial y que tanto el fenómeno de lo urbano como el de la globalización
son complejos.

Sección 3

Nuevo papel de las ciudades


Numerosos factores señalan que es necesario reorientar, redefinir y fortalecer el
papel de las ciudades; es decir, señalan la necesidad urgente de diseñar sólidas
políticas urbanas para enfrentar los retos de la globalización. Mencionaremos
aquí, una decena de ellos:
1. La imposibilidad de ocultar por más tiempo el fuerte impacto que los
cambios del modelo de desarrollo y las políticas económicas, sociales y
ambientales tienen sobre la vida en nuestras ciudades. No hay duda,
estos cambios han transformado las posibilidades económicas y han
incrementado y acentuado, en muchos casos, los problemas sedales y
políticos de nuestras urbes.

2. Colombia es un país de ciudades y citadinos: en 1951 había 5 ciudades


con más de 100.000 habitantes, ahora hay 40 y en un quinquenio habrá
31

casi medio centenar. Este tipo de ciudades medianas y grandes ofrece


mejores perspectivas frente a mercados mayores.

3. La población urbana, entendida como la residente en las cabeceras de


más de 10.000 habitantes, aumentó en casi siete puntos porcentuales su
participación dentro del total: del 58.6% en 1985 pasó al 65.5% en 1993.
En valores absolutos se incrementó en casi seis millones de habitantes,
cifra similar al tamaño de Bogotá, en tanto que la población rural
solamente se incrementó en 200 mil. En las ocho principales áreas
metropolitanas viven cuatro de cada diez colombianos y en las cuatro
mayores tres.

4. El crecimiento de las actividades urbanas, a pesar del auge del sector


minero, de carácter típicamente extraurbano, ha podido conducir a un
aumento de la contribución del PIB urbano ligeramente superior al 70%
en
1960, a uno sensiblemente mayor al 80% en 1990. Como la población
urbana sólo representa el 73% de la población total, el ingreso promedio
urbano se sitúa casi dos veces por encima del rural.

5. Hace medio siglo, prácticamente, todos los productores agropecuarios


estaban en el campo; hoy aquellos que producen la parte más
significativa del valor de la producción agrícola, esto es, la moderna y de
exportación, viven en las ciudades y las tendencias revelan una
consolidación de este proceso; tal como ocurre en los países más
avanzados.

6. Aunque las cuentas convencionales que se realizan sobre la ciudad dan la


impresión de que las ciudades colombianas contribuyen con menos del
50% de las exportaciones, ellas se caracterizan por mostrar una
creciente participación en la mayoría de las variables estratégicas de la
economía. En el campo financiero y crediticio, por ejemplo, su participación
es significativa. Así, el crédito doméstico urbano podría representar en
1993 el 95% de las colocaciones totales, 8 puntos por encima de 1983, y
el crédito externo para el sector privado urbano el 94% del total. La
contribución de las ciudades en el volumen y el crecimiento de otras
variables macroeconómicas, como los ingresos del gobierno, el ahorro y la
inversión, es también muy alta.

7. En la discusión sobre la importancia de las ciudades en los procesos de


globalización es determinante tener claridad frente al hecho de que la
influencia urbana en la economía no se limita a sus efectos sobre las
grandes variables agregadas. La red de ciudades, por ejemplo, define la
conformación de la estructura económica nacional. Los flujos de
transporte, la red vial y el crecimiento económico regional están
condicionados por nuestras ciudades. El crecimiento de los grandes
32

centros urbanos, el de las ciudades de menor desarrollo y aún la dinámica


de enclaves mineros, de colonización y agroindustriales inducen el
desplaza miento de grandes volúmenes de población y el ritmo y las
tendencias económicas.

8. El impacto que ejercen las medidas de apertura y globalización en la vida


urbana puede llegar a ser muy significativo. Las importaciones de
alimentos y vehículos automotores ilustran esta afirmación. El aumento en
las importaciones de alimentos disminuye la demanda por mano de obra
agrícola y acelera la migración, generando mayores costos a las
ciudades. Un aumento del parque automotor urbano de medio millón de
vehículos en sólo cuatro años, únicamente para parqueo, requeriría la
adecuación de un espacio equivalente a una calzada de 2.000 Km. de
longitud El aumento del parque automotor tiene además repercusiones
importantes en la vida ciudadana: induce la ampliación de la frontera
urbana, eleva los precios del suelo, acelera la segregación e incrementa de
manera importante los costos de infraestructura, tal como lo señaló en
nuestro medio, hace más de tres décadas, el profesor Lauchlin Currie.

9. Las industrias del futuro con mayores posibilidades dentro de un proceso


de globalización dependen del saber humano, de las telecomunicaciones,
de las economías de complementación- tras elementos urbanos- y del
adecuado manejo de los recursos naturales cuyo principal usuario es la
ciudad.

10. Finalmente, el proceso descentralista iniciado desde la pasada década, con


la expedición de diversas medidas como la elección popular de los alcaldes
(Acto Legislativo 1/81)y el fortalecimiento de fiscos locales (Ley 14/83), apoyado
con la Constitución del 91 y las leyes que la desarrollan: Transferencias,
Orgánica del Plan, Servicios Públicos y Medio Ambiente, entre otras, ha
consolidado al municipio como entidad fundamental del ordenamiento territorial
y ha abierto la posibilidad de la inserción de la ciudad dentro del contexto de la
globalización de la economía.

Estas medidas han generado una amplia brecha entre las posibilidades
políticas de las autoridades locales y su capacidad técnico-administrativa, de
planeamiento y gestión para aprovecharlas; han cambiado el marco de las
responsabilidades de los municipios y de la nación; y han reorientado el papel y
la función de las ciudades en la economía nacional y en la mundial.
Todos los anteriores planteamientos son esenciales para entender la
necesidad de una política urbana que facilite la inserción de las ciudades y la
economía nacional al contexto internacional, siguiendo los lineamientos del
modelo de desarrollo; ellos rompen la aplicación del paradigma fragmentario y
abren la posibilidad de afrontar la crisis social, la crisis propia de la vida en la
ciudad.
33

Así, el fenómeno del desempleo urbano no se analiza únicamente a la luz de


políticas sectoriales, sino que toma en consideración sus efectos espaciales,
sociales y ambientales. De la misma manera, en política urbana, se señala
que los diseños de las construcciones comerciales deben considerar que las
transformaciones de estos espacios públicos y de encuentro cambian las
relaciones por antonomasias abiertas y públicas, en cerradas y excluyentes.

Finalmente, desearía destacar cómo los impactos de la globalización


económica en la ciudad no se pueden ver al margen de los grandes temas de
la sociedad contemporánea: mercado y democracia, cuyo punto de encuentro
es la libertad; la libertad económica y la libertad política.

La economía es esencial para la democracia; la libertad se basa en la


propiedad, entendida en sus expresiones privadas y públicas, las cuales se
conjugan en la ciudad. Si en la polis griega, nacieron la filosofía, la democracia
y la política, nuestras producciones intelectuales más antiguas y más
presentes, y si la polis significó el conjunto de vida comunitaria, política, moral,
cultural, e incluso económica, podemos pensar que la ciudad contemporánea
debe significar algo más de lo que ella actualmente es.

¿Qué debe significar? Al menos algo de lo que fue la Atenas de Pericles, quien
en su oración fúnebre llegó a mostrarnos cómo la polis era ante todo un estilo
de vida. Ciudades construidas a la medida del hombre con espacios donde se
podía promover el conocimiento mutuo, educando la mente y el carácter de
los/las ciudadanos/as.

Pero también algo distinto a lo que hoy muestran las ciudades frente a la
globalización de la economía: ciudades con tamaños y densidades
desproporcionadas, por fuera de toda escala humana, atravesadas integralmente
por esos inesperados mutantes de nuestra época: televisores, computadores y
demás artefactos que nos hacen creer que interactuamos comunicativamente en
el mundo globalizado, como si fuera una aldea. Ciudades, en fin, en donde se
empieza a perder el más maravilloso bien con el que están dotados los
humanos: la comunicación.

Ése es el reto, pensar la construcción de la ciudad contemporánea como un


mecanismo para la construcción del nuevo/a ciudadano/a, del ciudadano/a que
entiende que la democracia económica es el complemento de la democracia
política; en una palabra, una ciudad que busque la finalidad de la polis,
magistralmente resumida por Sófocles " La ciudad es la gente".
34

2.1 tema 2

IMAGEN Y MEMORIA EN LA CONSTRUCCION


CULTURAL DE LA CIUDAD

ALBERTO SALDARRIAGA ROA

IMAGEN, MEMORIA, CONSTRUCCIÓN

La idea central que se quiere presentar es la del papel que juegan la imagen y la
memoria de la ciudad en su construcción. No se trata aquí únicamente la
construcción material de los espacios urbanos, sino también la construcción mental
del ciudadano que reconoce su ciudad a través de imágenes y encuentra en ellas
los rastros del pasado, la memoria.

La construcción de la ciudad es un proceso constante y creciente. En él intervienen


muchos agentes, unos más especializados que otros. La ciudad entera es una
construcción cultural, en ocasiones a pesar de sus constructores. La imagen y la
memoria son patrimonio de los ciudadanos. Cambiarlo o destruirlo no es un hecho
puramente circunstancial, es un asunto que afecta la historia de la ciudad.

Sección 1

LA IMAGEN

Una imagen cualquiera, sea plano, dibujo, pintura, fotografía, posee un valor
documental propio, derivado tanto de su contenido - la imagen propiamente dicha-
como de su calidad material y de su factura.

El contenido, aquello que representa o retrata, es su razón de ser. Su


constitución material, la fidelidad de su trazo, la calidad de sus formas, tienen que
ver con ese contenido en términos de veracidad y exactitud, pero son, también,
objeto de valoración independiente de ese contenido.

Un dibujo o una pintura poseen aquellos valores propios de la representación


artística: calidad del trazo, de la pincelada, manejo de líneas, manchas, luces y
sombras. Una fotografía posee sus propios valores: encuadre, nitidez, contrastes
de luz y sombra, sentido táctil de la imagen. La valoración del contenido de la
imagen es a su vez relativamente independiente de su calidad material. Un dibujo
o una pintura de regular factura pueden ser el único testimonio de un lugar ya
desaparecido, de un hecho histórico del cual sólo queda ese registro.

El valor documental de la imagen de acuerdo con su contenido es una de las


35

razones principales para su búsqueda, su recuperación. La avidez por el


conocimiento del pasado otorga valor a cualquier imagen, por residual que sea,
siempre y cuando "muestre" algo. La indagación en el pasado rehúsa calificar
ciertas cualidades materiales de la imagen, para valorar su contenido. Una
iconografía de la ciudad es omnívora, recoge todo aquello que puede contener
un signo, una traza, una idea. En ese conjunto puede haber imágenes veraces e
imágenes mentirosas. ¿Cómo evaluar esa veracidad?

El valor documental de la imagen como contenido depende en gran medida de la


confiabilidad de su registro. El juicio de veracidad sobre los hechos del pasado
tiene siempre en cuenta el parámetro del presente. El paradigma de exactitud en la
imagen está hoy dado por la fotografía, a la que se atribuye una máxima
objetividad en la captación de aquello que la cámara "vé". En otras formas de
registro, especialmente en las más antiguas, esa fidelidad dependía de la
habilidad técnica de quien la elaboraba y de su intención de ser fiel a la realidad.
Saber hasta dónde una imagen hecha en el pasado es fiel a su realidad tiene de
por medio un problema de referentes. Un hecho del presente que aparece en una
representación pasada puede ser asumido como la medida de veracidad. El
registro de lo desaparecido que carece de referentes en el presente es confiable
sólo en la medida en que su autoría, su calidad material o su factura lo permiten.

En esto hay que admitir algo importante. La mirada no es la misma en cada


época. Hay factores que permiten ver o ignorar, registrar con mayor o menor
exactitud una imagen. Los instrumentos de registro se relacionan con la exactitud
de la mirada. Hoy se tiene una visión "fotográfica" del mundo. La pauta de la
percepción y del registro está mediada por la influencia de la fotografía en la
mentalidad del ciudadano. Para una persona que ignore ese instrumento de
registro, su mirada puede ser diferente.

La imagen como documento "habla", "relata" algo acerca de la ciudad. ¿Qué dice
una imagen de la ciudad? ¿Qué ven en ella el ciudadano, el estudioso, el
analista? La formulación de las preguntas indica cierta relatividad en la lectura
del contenido de una imagen. ¿Qué dicen, por ejemplo, las diversas imágenes de
un espacio urbano? A simple vista todas dicen lo mismo; retratan aquello que
existe en el lugar. El analista encuentra una cosa especial, según el tipo de
preguntas que formule a la imagen. Puede preguntar acerca de cada uno de los
edificios que rodean ese espacio, puede preguntar acerca de los detalles de cada
uno de ellos y de sus variaciones, puede observar las gentes que aparecen en
cada imagen, puede ver el fondo y la forma de la imagen, sus cualidades estéticas,
su técnica. Cada pregunta recibe una respuesta, algunas pueden incluso quedar
sin resolver.

LA IMAGEN COMO VERDAD HISTÓRICA


La imagen del pasado posee un poder increíble de convencimiento acerca de su
veracidad. El pasado, la antigüedad, parecen legitimar cualquier documento,
incluida la imagen. Más aún, ciertas imágenes únicas parecen ser la única verdad
36

existente acerca de algo o de alguien, y es casi imposible probar esa veracidad


o falsedad. ¿Quién duda acerca de la veracidad del retrato del rey Enrique VIII
por Hans Holbein? Esa imagen es, en muchos sentidos, la Única verdadera, la
legitiman la fecha de su realización, la certeza de que el pintor"estuvo ahí" y la
calidad artística de Holbein. Pero surge la duda: ¿será tan fidedigna esa imagen?
¿Habrá algún error en ella?

La fotografía, como ya se ha dicho, parece superar ese problema. Se asume que


el lente de la cámara es tan objetivo como es dado esperar y aquello que
registra es verdadero. las técnicas contemporáneas de la aerofotografía y de los
computadores aseguran la fidelidad en la reproducción en planos de la ciudad.

El problema se remite, entonces, a las imágenes hechas antes de la aparición de


la técnica fotográfica; a aquellas hechas por dibujantes y pintores, por topógrafos
y por delineantes que trazaron, lo más fielmente posible, aquello que su
capacidad y su talento les permitía registrar, las imágenes del pasado son
"verdaderas" cuando son únicas, es decir, cuando no existen otras con las cuales
compararlas. Una abundante colección de imágenes permite determinar, con algún
grado de precisión, cuál puede ser la más veraz. la imagen única adquiere un
sentido de verdad que puede ser engañoso. Por ello, a los ojos del presente, la
imagen del pasado que registra, puede ser objeto de duda. ¿Cómo probar que es
cierta?

Sección 2

LA IMAGEN COMO EVOCACIÓN


¿Qué es finalmente una imagen? Una evocación de algo. Cada imagen de la
ciudad evoca el lugar que registra, lo evoca para el estudioso y para el ciudadano.
El mundo de las imágenes constituye una realidad en si misma que evoca otra
realidad, la evocación posee un poder singular, pues trae el presente individual y
colectivo aquello que está representado.

La imagen de la ciudad la evoca de una manera muy particular, pues registra


sus transformaciones y sus permanencias. La dinámica de una ciudad, reflejada en
sus cambios de fisonomía, queda impresa en las imágenes y estas puede traer al
presente del ciudadano aquello que fue y aquello que es. La posibilidad de volver a
la ciudad del pasado a través de las imágenes es una de las ofertas de la
memoria urbana. La mirada nostálgica a ese pasado perturba el presente, lo
empobrece.

LA IMAGEN DE LA CIUDAD

La imagen de la ciudad puede entenderse, en primer lugar, como la construcción


mental que un ciudadano elabora con base en sus percepciones y en sus
experiencias vividas. Es un "plano" de referencias en el que se localizan los
37

lugares conocidos y los puntos focales de su cotidianidad. Es una "memoria" hecha


de muchas memorias, que le permite ir y venir, buscar y encontrar, recordar e
imaginar su ciudad y, por extrapolación, muchas otras ciudades. Es el campo de lo
familiar, de lo reconocible, de aquello que tiene sentido. En ese plano y en esa
memoria cohabitan infinidad de imágenes, unas de orden espacial, otras de orden
auditivo, otras de orden visual, otras, de muchos otros órdenes. Series de
"fotografías" mentales se repasan a diario y regresan, inconscientemente, en los
sueños.

La imagen de la ciudad es, también, ese conjunto virtual de representaciones


que registran su transcurso: el plano fundacional, los viejos grabados y pinturas,
las fotografías que muestran lugares. En ese conjunto de imágenes está retratada
la historia de la ciudad. Es algo semejante aun "álbum familiar" en el que aparece
la ciudad en su infancia, en su adolescencia, en su madurez y en su decadencia.
Al igual que el álbum familiar, la iconografía de la ciudad muestra
implacablemente el paso del tiempo. Es, en cierta medida, un registro de esa
dimensión inasible, imposible de evadir.

La imagen de la ciudad queda registrada en medios materiales y se transforma en


un "documento" de valor histórico. Ese paso de lo incidental a lo documental hace
que cualquier imagen sea potencialmente significativa en el estudio de las
transformaciones del espacio urbano. En esto es bueno distinguir entre imágenes
deliberadamente construidas para registrar el estado de la ciudad en un momento
dado, imágenes producidas con fines estéticos o artísticos e imágenes que son
tomadas simplemente como registro personal o accidental de un hecho urbano.
En el primer grupo se encuentra lo que puede llamarse la "imagen oficial" de la
ciudad, en el segundo grupo se halla la imagen testimonial, aquella que es hecha
deliberadamente con el fin de registrar, en la forma más exacta posible, un hecho
urbano. En un tercer grupo ingresan las visiones de los artistas que recrean un
ambiente, una textura urbana o una abstracción selectiva de sensaciones. U n
cuarto y último grupo, el más amplio, reúne todo aquel registro libre y espontáneo
que, a pesar de su accidentalidad, es más amplio en su cobertura, pues recoge
intereses diversos de personas que miran la ciudad a su manera. El plano urbano
es la imagen oficial por excelencia. En él se deben registrar, de la manera más
exacta posible, la topografía, las corrientes de agua, la orientación, los espacios
públicos, los predios individuales, los límites de lo construido y, en fin, todo aquello
que sirve para el manejo contable del espacio urbano. El plano es un instrumento
de trabajo, el conjunto de planos registra la transformación de la ciudad a través
del tiempo, desde un origen, a veces desconocido, hasta un estado actual más o
menos preciso. La imagen oficial también, ha quedado registrada en graba- dos,
dibujos, pinturas y fotografías comisionadas específicamente para mostrar una
visión de la ciudad. El contenido de estas imágenes es deliberadamente selectivo,
muestra aquello que se quiere oficializar como representación de la ciudad. La
agencia estatal que la comisiona elige el tipo de imagen que le conviene. Ejemplo
de ello, es la imagen turística que selecciona apenas aquellos lugares que pueden
ser objeto de promoción y consumo. La ciudad que se construye con base en las
imágenes turísticas es "imaginaria", en cuanto prescinde de hechos que pueden
38

ser molestos a la vista o al recorrido del visitante y corresponde con una visión
idealizada promovida por el ente turístico. Estos tipos de imagen oficial son
fenómenos recientes en la historia urbana y aún más reciente en la historia
colombiana. Puede afirmarse, sin temor a equivocación, que la imagen
promocional de la ciudad surgió en Colombia a la par con la fotografía y que fue
oficializada luego de haber hecho carrera en las postales distribuidas por
compañías comerciales. En esto hay un cierto vínculo con la intención de la
imagen artística. Ambas son selectivas en su escogencia del tema y en su
elaboración. La exaltación de la imagen "bella" orienta tanto la posición oficial
como la del promotor y la del artista.

La imagen testimonial pretende ser objetiva en su registro para "mostrar la realidad


tal y como es". La investigación urbana ha recurrido a la imagen documental como
un instrumento de registro de lugares y de hechos urbanos que ingresan como
parte de archivos científicos para ser clasificadas y analizadas. Son "testimonios"
que quieren ser precisos en su registro. Aquí son válidas las observaciones
recogidas inicialmente acerca de la posible veracidad de la imagen, a partir del
reconocimiento del sesgo impuesto por el observador a su registro, y ese sesgo
define, en última instancia el contenido de la imagen.

La reportería gráfica es una forma particular de registrar imágenes de la ciudad.


Sin ser necesariamente la intención explícita de una toma, la ciudad es el
escenario donde se llevan a cabo los acontecimientos que registra el reportero.
Actos políticos, sociales y culturales tales como manifestaciones, procesiones,
desfiles, entierros, fiestas religiosas y celebraciones culturales de toda índole se
realizan en la ciudad. Sus imágenes guardan también el escenario que las
alberga.

La pintura, el dibujo y el grabado cumplen desde hace siglos la tarea de dejar


registradas imágenes urbanas. Existen en la historia del arte casos especiales
como los de Venecia, ciudad cuya imagen ha quedado registrada en incontables
obras artísticas: las pinturas de Canaletto y de Francesco Guardi, las acuarelas de
john Singer Sargent, los dibujos de john Ruskin, entre otras. La fotografía ha
servido para formar miles de millones de imágenes de ciudades en todo el mundo.
La intención del fotógrafo, lo mismo que la del artista, es la de lograr captar una
imagen especial de un lugar: su luz, sus texturas, sus contrastes, sus colores, su
atmósfera. Todos ellos son valores de orden estético.

Estas intenciones están presentes, también, en la imagen accidental del


ciudadano, sea residente o visitante, que desea guardar en su archivo personal los
recuerdos de sus recorridos y de sus viajes. La ciudad es motivo de memorias y de
testimonios individuales que van a parar a los álbumes familiares ya los cajones
de recuerdos. Al igual que en la imagen periodística, la ciudad es el contexto de
la foto personal. Los visitantes quieren dejar un recuerdo de su paso por un lugar y
"posan" ante el fotógrafo para dejar el testimonio de "haber estado ahí". Los
álbumes familiares están repletos de imágenes de personas en plazas, parques,
39

iglesias, palacios, calles, monumentos, en fin, en aquellos lugares que para la


persona fueron motivo de recuerdo.
Cualquier imagen registrada en un momento, en el momento siguiente ya es
"pasado". Esa propiedad del tiempo de dejar atrás todo aquello que hace parte de
la vida, hace que el registro "instantáneo" sea sólo eso, el de un instante en la
vida de una persona, de un lugar, de una ciudad. La imagen del pasado, como ya
se insinuó, contiene ausencias que, en determinado momento fueron presencias.
El poder de traer al presente esas ausencias hace parte de los poderes de la
imagen y hace parte también, de los obstáculos para su interpretación y valoración.
En un mundo cambiante, en una ciudad que se transforma aceleradamente, cada
registro adquiere un significado especial, pues, puede llegar a ser "el último". Las
personas y las cosas desaparecen, de ellas quedan a veces únicamente
imágenes.

Sección 3

LA MEMORIA
¿Qué es la memoria? ¿Es una simple colección de recuerdos? ¿Es una evocación
de lugares y de hechos? ¿Es una fantasía creada por la mente para defenderse
del paso del tiempo? Técnicamente hablando, la memoria es la facultad de
recordar. "Memoria es lo que queda después de que algo sucede y no deja
completamente de suceder"2. En términos culturales es la posibilidad de dejar
huellas, rastros, obras, ideas, de la presencia humana en un mundo en el que
"todo lo sólido se desvanece en el aire"3 .La memoria humana es un "archivo" que
guarda muchas cosas: algunas de ellas reaparecen al ser invocadas; otras
permanecen ahí, esperando un llamado; otras desaparecen.

La memoria cultural es un inmenso repertorio de imágenes, costumbres, valores,


objetos y espacios. Al igual que la memoria individual, está construida con trazos
de lo que sucedió y es susceptible de desaparecer. El efecto de su desaparición
es amplio y extenso y repercute en la estructura cultural de una comunidad, en su
presente y su futuro. Las ciudades y pueblos son grandes concentraciones de
memoria. En su tejido y en sus edificaciones se evidencia y se oculta al mismo
tiempo el pasado de la ciudadanía. La arquitectura, en tanto permanece, es
memoria construida. La edificación es testimonio de sí misma: su traza original, el
material de sus muros, pisos y cubiertas, su ornamentación, las formas de sus
espacios y volúmenes, su lugar en el paisaje o en la ciudad. Conservar un edificio
o un espacio urbano significa conservar su memoria material. Su autenticidad se
establece en relación con esa memoria.

Los mecanismos empleados en el registro de la memoria colectiva han sido


diferentes a lo largo del tiempo: la imagen gráfica, la tradición oral, la escritura y
las obras materiales son formas acumuladas a lo largo del tiempo cuyo sentido se
transformó completamente al aparecer la tecnología moderna de las
comunicaciones. Hoy, puede afirmarse sin reparo que son los medios de
comunicación los que registran -indiscriminadamente la mayoría de las veces- los
40

sucesos y las transformaciones de las sociedades en el mundo. Frente al poder


de los medios, cada mecanismo anterior de registro se convierte en una mera
fuente de datos4 Los medios archivan y manejan la gran memoria de la
humanidad.
La obra construida posee una dimensión de memoria más compleja que tiene
que ver con su significado. Toda obra del pasado posee una significación múltiple
que incluye su origen, su presente y todo aquello que ha sucedido entre el origen y
el presente. Un convento de ayer es hoy un museo pero antes fue biblioteca,
cárcel, fábrica de zapatos. La casa de familia es hoy un sitio de oficinas; la
estación de ferrocarril se convirtió en casa de la cultura de una población. Cada
momento deja sus huellas en la edificación. El presente reúne esas memorias y
las enriquece, las enuncia o las disuelve.

LA MEMORIA URBANA

El pasado es un residente permanente en la ciudad. Su presencia no es siempre


evidente, desaparece y reaparece cada día, unas veces como huellas y vestigios,
otras como edificaciones y espacios cuya presencia material es de por sí
memoria, otras como hábitos y costumbres arraigados en el inconsciente
ciudadano. La ciudad, al igual que una formación geológica, se construye y
reconstruye sobre las capas superpuestas de su memoria. Lo material sufre
cambios en el tiempo, se destruye, se recupera, en fin, es un protagonista del
tiempo pasivo y activo de la existencia de la ciudad. Lo nuevo es apenas una
categoría transitoria aplicada a algo que más adelante pasará también, a ser viejo.
La consagración como memoria llega unas veces, otras no. Si algo es valorado se
logrará fácilmente, si es olvidado desaparece.

La memoria de una ciudad no es únicamente un asunto material. Hay otros


aspectos que configuran el espíritu de la ciudad, su genius loci, al cual los romanos
atribuían el carácter de sus casas y ciudades. Ese espíritu formado en el tiempo
se hace presente en las costumbres, aparece en los recuerdos que se
transmiten de generación en generación, se oculta tras la parafernalia de la
modernidad regida por las leyes de la producción y del consumo y se proyecta en
aquellos eventos y lugares que son propios y únicos en cada ciudad.

La memoria urbana formada con la materia de sus espacios y edificios y con el


espíritu de sus costumbres y saberes es el patrimonio de una ciudad. La
cotidianidad, ese presente que se construye con el fluir de acciones, eventos,
trabajos y descansos, nacimientos y muertes, encuentra apoyo en la memoria
acumulada en lugares, documentos y en el inconsciente colectivo. La ciudad es
una construcción de la memoria, que graba mensajes y signos ordenadores de la
vida: la hora de levantarse, los lugares a recorrer, los lugares de trabajo y de
descanso, las horas laborales, las horas del amor. La memoria de una ciudad le
permite despertar todos los días y recordar su pasado, su ayer, aquello que
quedó por hacerse, aquello que ya se hizo.
41

Si toda estructura material está sujeta al deterioro y toda estructura cultural está
sujeta a desvanecerse en el vacío del olvido, ¿cuál es el soporte de los intentos por
conservar una memoria urbana que tarde o temprano habrá de desaparecer? A
ojos de la modernidad más radical, el pasado era una carga material y espiritual
difícil de soportar. En el mundo de la moda todo es efímero, todo se convierte en
un repertorio al que se acude, de vez en cuando, para revivirlo como nostalgia,
para bien del consumo perpetuo. La tensión entre la conservación y la
destrucción es cada día mayor. La memoria construida debe hoy superar todos
estos embates, permanece, muchas veces, a pesar de los intentos por
menguarla y es tan fuerte que aún ya desaparecida reverdece y aflora cuando
menos se espera. Esa es parte de la fuerza invencible de la ciudad.

HACER CIUDAD, CREAR CIUDAD

La ciudad es una construcción colectiva en la cual participan muchos agentes. La


ciudad no es siempre un proyecto colectivo, es más bien, una suma de proyectos
individuales marcado cada uno de ellos por el peso de las intenciones de quien lo
propone y realiza. Es difícil pensar en armonizar esos proyectos, especialmente
en la ciudad colombiana cargada de intereses en competencia, por la apropiación
del espacio urbano.

La ciudad como proyecto colectivo puede entenderse como una "mentalidad" o


una "cultura" compartida entre quienes ordenan el territorio, quienes construyen y
quienes habitan. Es proyecto en cuanto permite prever lo que puede suceder
tanto en el trazado del espacio urbano como en la construcción de las distintas
edificaciones necesarias para la vida urbana. Para que exista esa unidad deben
darse ciertas condiciones básicas de comunicación entre los diferentes estamentos
sociales: gobernantes y gobernados, urbanistas" constructores y usuarios. La
mentalidad compartida es una cultura ciudadana en tanto no sólo se aplica en los
hechos físicos mismos sino, también, en los modos de vivir, o mejor de convivir, en
la ciudad.

Hay muchas maneras de mirar una ciudad, hay, también, muchas maneras de
hacerla y rehacerla, de escribirla y reescribirla. El ciudadano, el estudioso, el
político y el creador, cada uno mira la ciudad de cierto modo, cada uno de ellos la
hace y rehace a su manera. El espacio de la ciudad es un texto y es también un
papel- o una tela- en blanco, donde cada quien puede leer, escribir y dibujar sus
relatos.
El ciudadano mira la ciudad a través de su cotidianidad, formada o deformada
por aquello que los medios de información le presentan como su realidad. Sus
vidas son los fragmentos que hacen parte del enorme relato de la vida urbana. El
estudioso observa la ciudad para proponer explicaciones, recuperar memorias,
delinear situaciones y sustentar proyectos y acciones. El relato del estudioso
tiene algo del diagnóstico médico que determina el estado de salud física y
mental del ente urbano y tiene algo del creador que imagina estados posibles,
pasados, presentes y f uturos. El político- administrador mira la ciudad con los
42

ojos del poder y de todo aquello que puede devengar en su tránsito por un cargo
público: el negocio personal o familiar, el ascenso a otra posición más destacada,
el pago de compromisos con amistades, el manejo de su imagen, que
usualmente no corresponde con su venalidad o su astucia. El creador ve la ciudad
como origen y destino de su acción, encuentra en ella todos los temas posibles,
los absorbe y reelabora en múltiples formas, una de ellas conocidas, otras
inéditas.

La ciudad permite ser mirada, observada y vista de todas esas maneras. En su


abigarrada concentración de seres, objetos, espacios, acontecimientos y
memorias, cada quien contribuye con algo, desde la simple acción de recorrerla
hasta la abstracción de sus sonidos, de sus imágenes, de sus lugares y de sus
gentes. El que busca en la ciudad encuentra siempre algo, desde una inspiración
hasta la muerte, desde el negocio del político hasta el gesto creador que registra
una idea en palabras, imágenes, sonidos o acciones efímeras.
Es interesante hablar de la construcción de la ciudad, pero no solamente en
términos físicos. Una ciudad se construye de muchas maneras; una de ellas es la
construcción en el sentido literal de la palabra: construir, realizar obras. Al hablar
de construcción física de una ciudad se piensa en su arquitectura y en su espacio
público, en las vías y en todo aquello que configura el cuerpo de la ciudad. Sin
embargo, la construcción de la ciudad no es únicamente algo físico. Una
dimensión importante de la construcción de la ciudad es precisamente la
construcción de significados que orientan al ciudadano, que se establecen en su
mentalidad o en sus mentalidades y que le permiten descifrar, entender y
apropiarse de esa masa construida que llamamos ciudad.
Entonces, cuando se habla de construir culturalmente una ciudad estamos
hablando no solamente de lo que puede verse como obra física, como intervención
material; sino aquello que viene agregado o adherido a la construcción, que es su
cúmulo de significados.
Una ciudad bien construida no es sólo aquella en la que sus espacios y edificios
son duraderos y bellos; es aquella, cuyos espacios y edificios tienen sentido en la
vida de sus ciudadanos.

2Edward DE BONO, The Mechanismo of Mind. Penguin. Hammondsworth, 1977. p. 41.


3 . La cita se refiere al título del libro de Marshal BERMAN Todo lo sólido se desvanece en el aire,
el que a su vez se toma de una frase de Karl MARX.

4 Francoise CHOAY utiliza el término "memorias artificiales" para referirse a la escritura y la


fotografía.
43

2.3 tema 3

La Ciudad en el Aula: Algunas Propuestas Teórico-


Didácticas para su Enseñanza
(Carmen Aranguren)

Introducción

La complejidad del objeto de conocimiento Ciudad en la educación, hace posible


desarrollar un cruce de saberes interdisciplinares que apunten al desarrollo de
procesos superiores de pensamiento, a la formación de una conciencia y a la
cualificación de posturas críticas ante la realidad.

Conocer la Ciudad

Es aproximar saberes afines y divergentes como espacio para pensar o adscribir


un proyecto de vida social. Es descubrir el tiempo que ordena los procesos
cotidianos y los acontecimientos extraordinarios. Es transitar realidades diáfanas y
dramáticas, con- jugadas en un modo de ser ciudadano y apropiarse de la
memoria colectiva transmutada en cada palabra, en cada acto y en cada mirada
que juzga el acontecer urbano para beneficio propio o del bien común.

Enseñar la Ciudad

Es investigar la historia, la cultura, la economía, las relaciones sociales, los


valores que constituyen el tejido humano de la urbe, pero también apropiar- se de
los mitos, las ficciones y los imaginaros que intervienen en la formación de
identidades, pues la Ciudad es a la vez un lugar de ser y un lugar imaginado.

Sentir la Ciudad

Es enriquecer la esfera emocional a través del hurgar en el esplendor y las


carencias de lo urbano. Es la búsqueda de respuestas que orienten el des-
cubrimiento de los múltiples significados de la urbe, a fin de intervenir como
ciudadano en su recuperación material, cultural, social y moral. Es vivir el placer de
recrear la ciudad que queremos.
44

Sección 1

Algunas propuestas teórico- metodológicas para enseñar la ciudad

La enseñanza de las Ciencias Sociales, y particularmente del fenómeno


urbano, ha de partir de un escenario paradigmático que aborde el análisis de
cuestiones fundamentales: ¿qué objeto/su- jeto enseñar?, ¿para qué enseñarlo?,
¿en qué con- texto hacerlo?, ¿a quién enseñar el saber investigado?, ¿cómo
enseñarlo? En consecuencia, se hace necesario develar la constitución misma del
objeto de conocimiento en un referente teórico, político, social y educativo, que
demanda definir la matriz epistemológica del mismo con propósitos gnoseológicos,
éticos, sociales y didácticos.

El planteamiento anterior, exige contextualizar los procesos, los hechos, las


situaciones, los problemas y sus relaciones, en condiciones históricas concretas,
en procesos sociales de cambio, continuidad y discontinuidad, sin perder de vista
el ámbito urbano como un todo complejo donde lo político, económico, social, ético,
cultural e ideológico, constituye una globalidad articulada e interdependiente.

En la enseñanza-aprendizaje de la ciudad, asumimos la concepción


epistemológica de sujeto en unidad de lo cognitivo-categorial, lo moral- valorativo
y lo social-histórico. Desde esta postura -contraria al postulado de hombre como
ser biopsicosocial, ha de cambiar la visión y propósitos de la enseñanza del objeto
urbano para indagar su naturaleza y articular sus fundamentos en el principio
mencionado.

Entender que, dependiendo de la búsqueda y calidad del saber urbano, el


estudiante entra a la vez en la esfera de la afectividad, de los intereses, de las
motivaciones, de la creatividad, y por supuesto de la elaboración de conductas y
actitudes ante la vida.

Sección 2

Plantear la formación de la conciencia histórica como una cuestión curricular es


inapropiado, pues ella, entendida conciencia de historicidad presencia todo, trama
los saberes, la memoria social, los valores, las actitudes, las emociones,
procesos que dan sentido a la enseñanza–aprendizaje, posibilitando su
transformación. De aquí la importancia de indagar en las orientaciones que la
fundamentan, la organizan, su genealogía y el significado que le atribuimos en el
45

desarrollo del saber urbano. Este referente, constituye soporte para enfrentar la
fuerza del pensamiento empírico en la interpretación de la ciudad.

El conocimiento urbano ha de construirse en contextos amplios de pensamiento


que permitan al estudiante ubicar temas y problemas en la esfera de saber donde
se inscriben (sistema social, orden ético-político, organización económica...). Esta
concepción metodológica facilita la búsqueda de las relaciones significativas de los
procesos sociales en un contexto global, y entenderlos articulados a un sistema
hegemónico de poder, de concepciones y valores.
Reconocer los saberes sociales en el marco de grandes y pequeños problemas
que afectan la conciencia individual y colectiva de los pueblos: las diferencias en las
condiciones de vida de distintos grupos sociales, la carencia de valores, la
destrucción ecológica, la crisis de los estados nacionales. Esta dimensión ha de
estar vinculada con grandes avances logrados por las sociedades urbanas, por
grupos e individualidades, siempre en relación con un sistema de valores que
responde a condiciones históricas de la sociedad.

Ratificar la presencia del patrimonio aborigen en el desarrollo del proceso urbano


venezolano como referente identitario en la formación del sentido de pertenencia,
en el fortalecimiento de la memoria histórica y en los modos de pensar, respecto a
la cultura propia y a la de otros.

Afianzar los principios de ínter e intradisciplinariedad en el desarrollo del


conocimiento social con miras a la búsqueda de los fundamentos de distintas
disciplinas, lo que sólo tiene sentido en la medida que sean capaces de aportar
categorías de análisis adecuadas a la interpretación del objeto de estudio, tales
como: complejidad, unidad y diversidad, continuidad y ruptura... Esto hace posible
enriquecer la visión y las respuestas a problemas y situaciones de la cultura urbana,
sin obviar, indudablemente, la singularidad de su naturaleza. Aquí, es apropiada la
referencia epistemológica que permite la crítica, la reflexión y el análisis para
abordar la teoría que sustenta la ínter e intradisciplinariedad, siendo válido rechazar
la pretensión de definir las fronteras de la ciencia de manera absoluta. Desde el
marco didáctico de esta concepción de aprendizaje-enseñanza, resulta
imprescindible hallar los nodos de articulación de los saberes con base a sus
fundamentos, propiedades y relaciones esencia- les, a fin de impedir establecer
nexos en las formalidades o aspectos secundarios de los fenómenos de estudio.
Por ejemplo, existe una distinción cualitativa en el conocimiento obtenido al estudiar
los grupos sociales de la Ciudad, si en el enfoque destacamos las características,
ubicación y diferencias entre los distintos componentes urbanos, que si estudiamos
su constitución social, sus orígenes históricos, sus sistemas de relaciones y
46

valores su inserción en la producción económica, su acceso a la creación


cultural.

Los contenidos conceptuales y metodológicos han de estar fundamentados,


de manera explícita, en el referente de formación valorativa -tal como es su
naturaleza-, pues toda producción de conocimiento es también existencia de
valores en la materia del pensar. De esta manera, lo valorativo está
comprendido en lo cognitivo, proceso mediado por la realidad histórico-social. En
esta concepción, los valores se desestiman como una esfera separada de
los procesos de pensamiento, como constructos aislados, y se aceptan como
constitución de la propia conceptualización del saber –y, en este caso- del
saber urbano.

En razón de que los Contenidos Conceptuales, Procedimentales y Actitudinales,


de la programación curricular de Educación Básica, carecen de fundamentación
epistemológica explicitada, se ha de plantear la búsqueda de respuestas al ¿qué
son?, ¿para qué de su condición?, ¿qué sujeto subyace en sus propósitos?,
¿qué metodología didáctica se propone en la formación científica y valorativa del
alumno? Asentamos como principio, considerar los Procedimientos y las Actitudes,
-de naturaleza y pertenencia a esferas conceptuales y metodológicas distintas-,
como vías para acceder al conocimiento reflexivo y consciente de los fenómenos
de estudio. Desde esta visión, los Procedimientos y las Actitudes nos hacen
volver a las finalidades de la educación en la formación del sujeto y a la atención de
los conceptos, juicios, razonamientos y valores comprendidos en los Contenidos. De
aquí deviene una teoría y una praxis pedagógica construida de manera científica y
crítica. Estos presupuestos admiten trascender la visión parcelada, inmediatista e
instrumentalista de las concepciones y metodologías de enseñanza, tan
comunes en las Ciencias Sociales y en el conocimiento de los fenómenos
urbanos.

Sección 3

Para el estudio de los procesos urbanos proponemos una metodología didáctica en


base a Grupos de Problemas Centrales Interdisciplinares (G.P.C.I.), tomando
en cuenta teorías y categorías científicas y pedagógicas que permitan analizar de
manera interrelacionada, núcleos de saberes fundamentales en sentido de
potenciar la formación del pensamiento creativo y la conciencia histórica-crítica del
alumno. Esta visión es opuesta, por ejemplo, a la enseñanza descriptiva donde el
eje de organización del saber es lo elemental y simple. Ilustramos un caso: al
estudiar el problema de la ciudad, éste pudiera ser trabajado a través de
procesos de comprensión de nociones primarias o conceptos centrales (estructura,
47

condición social, organización cultural, espacio geográfico, relaciones económicas,


régimen político, trabajo), en un conjunto de relaciones temporales, causales,
espaciales, comparativas, de cualidades, de acciones, en la unidad de la actividad
mental.

En la primera etapa de escolaridad, el crecimiento cognitivo del niño se desarrolla


en procesos conceptuales de carácter primario, donde la información sensorial,
junto a la percepción y al desarrollo de ideas, conforman la base de un pensamiento
potencialmente creativo; por lo que se ha de buscar que el aprendizaje
sistematizado fortalezca simultáneamente procesos de desarrollo cognitivo y
valorativo. En tal sentido, lo que el estudiante aprende hoy, ha de irse
complejizando en el transcurso del tiempo de estudio, pues los conceptos no son
estáticos sino que se transforman mutuamente unos en otros. En consecuencia, en
la formación del pensamiento conceptual intervienen tanto el conocimiento directo
de los objetos que se han de estudiar como la elaboración que de ellos se hace
cuando son conceptos abstractos. Por ejemplo: al enseñar la democracia, el
proceso cognitivo-valorativo que el alumno elabora para la comprensión del objeto
de estudio, se puede construir con el apoyo de descripciones explicativas y análisis
del contenido esencial, así como de apreciaciones acerca de las relaciones que
se descubran. Lo importante es que el alumno encuentre en los saberes, en las
experiencias y vivencias de estudio, la riqueza de los rasgos, propiedades y
relaciones que los constituyen, desarrollando progresivamente un sistema de
conceptos y valores.

Al abordar el estudio de los fenómenos urbanos, conviene adoptar la categoría


proceso social, no sólo como recurso curricular, sino como unidad de análisis y
finalidad de la enseñanza. Didácticamente, lo urbano en la educación, pudiera
aceptarse como un escenario de saberes donde se conjugan, procesos, hechos,
grupos sociales, relaciones de poder, formaciones históricas, subjetividades,
representaciones, símbolos y códigos, en límites flexibles de tiempo y espacio,
diferenciados en su constitución y desarrollo, tomando en cuenta la especificidad
de una época y sus caracteres definitorios. Entendida de esta manera, la
periodización ha de tener valor referencial en la enseñanza de la historia de
procesos urbanos que permita explicar las complejidades de la realidad presente y
pasada, en función de comprender el futuro a través de una postura crítica-
reflexiva.

Por otra parte, es oportuno subrayar que las periodizaciones del fenómeno
urbano han de incluir una explicación de los procesos que contienen (crisis,
transición, estancamiento, transformación), a través de la organización que
proponen del conocimiento.
48

Es indispensable introducir un cambio en el concepto de recurso didáctico para


el aprendizaje de lo urbano en las Ciencias Sociales, otorgándole una función
cognoscitiva-valorativa en la comprensión del saber que representa o indaga; de
este modo, el recurso didáctico puede ser considerado una vía metodológica para
acceder a procesos de pensamiento complejo. En consecuencia, por ejemplo: el
libro, el periódico, el mapa, el croquis, la imagen, el plano, serían fuente de
investigación y soporte del pensar históricamente la ciudad.

En esta matriz teórico-epistémica que venimos exponiendo se inscriben los


procesos cognitivos, valorativos, didácticos, metodológicos y disciplinares, del
saber urbano en relación a la formación del alumno, a la selección de contenidos, a
la preparación del docente, a los nexos sociedad-educación, a la concientización
de los sujetos participantes en el proceso de enseñanza, para la apropiación
reflexiva y argumentada del conocimiento de la ciudad.

Adecuar los postulados anteriores a la situación pedagógica, exige la


formación de un docente nuevo, de un alumno creativo, de una ciencia en
constante revisión y de una didáctica científica- crítica que apunte a la
problematización del conocimiento y a la transformación del pensamiento y de la
praxis individual-social.
49

3. Capitulo Historias Urbanas


En este capítulo se hablará de la construcción de ciudad y cultura desde la
muestra de la dinámica que se establece en relación a los migrantes, a las
manifestaciones culturales conocidas como “populares” y de sitios específicos
dentro de las ciudades, como el centro comercial.

3.1 tema 1

Las ciudades están vivas, cambian, evolucionan producen iniciativas nuevas y


otras desaparecen y mueren. Son sistemas dinámicos en constante evolución.
Para ver este cambio y evolución constante dentro de las ciudades miraremos un
texto de Jesús Martín Barbero "Dinámicas Urbanas de la Cultura"

Sección 1

DINÁMICAS URBANAS DE LA CULTURA*


Jesús Martín Barbero

*Conferencia presentada en el seminario "La ciudad. Cultura, espacio y modos de vida", organizado
por la Asociación de Antropólogos, Universidad de Antioquia, Medellín, abril de 1991 y publicada
en GACETA de Colcultura No. 12, Bogotá, 1992.

En esta conferencia voy a trabajar la relación de la cultura urbana y la cultura


popular a partir de lo que en mi esfera de trabajo converge con la reflexión de
los antropólogos. Mis consideraciones acerca de los medios de comunicación
enfatizan el papel que éstos desempeñan en los cambios culturales y la
envergadura antropológica de los cambios producidos por la comunicación. Es
decir, tal y como indica el título de mi libro, De los medios a las mediaciones,
intento pensar no sólo los medios sino también los fines: cómo están
cambiando los modos de constitución y reconocimiento de las identidades
colectivas y la incidencia en la reconstitución de éstas tanto de los medios como
de los procesos de comunicación.

Hasta hace pocos años creíamos saber muy bien de qué estábamos hablando
cuando nombrábamos lo popular o cuando nombrábamos lo urbano. Lo popular
era lo contrario de lo culto, de la cultura de elite o de la cultura burguesa. Lo
urbano era lo contrario de lo rural. Hasta hace muy poco estas dicotomías,
profundamente esquemáticas y engañosas, nos sirvieron para pensar unos
procesos y unas prácticas que la experiencia social de estos últimos años han
disuelto. Hoy nos encontramos en un proceso de hibridaciones,
desterritorializaciones, descentramientos y reorganizaciones tal, que cualquier
intento de trabajo definitorio y delimitador corre el peligro de excluir lo que quizás
sea más importante y más nuevo en las experiencias sociales que estamos
50

viviendo. Así pues, no se trata de definir , se trata más bien de comprender y


asomarnos a la ambigüedad, a la opacidad, ala polisemia de esos procesos que
han dejado de ser unívocos, que han perdido su vieja identidad. Para no caer en
esquematismos ni maniqueísmos es importante tener como punto de partida la
historia.

Sección 2

Lo urbano: entre lo popular y lo masivo

Vamos a comenzar con un pequeño esbozo de ese largo proceso a través del
cual dos mundos se han encontrado, se han peleado y de alguna manera hoy
no sólo coexisten sino que se fecundan y se transforman. Si queremos entender
ese trayecto, esa larga gestación de lo popular-urbano, habría que partir del
lenguaje común y de su oposición entre pueblo y ciudad: pueblo como la
elemental y lo auténtico; ciudad como lo sofisticado y lo industrial, por una parte,
y por otra, la complicado, la artificioso, lo engañoso, la falaz. De ahí partimos, no
sólo del sentido común sino de una larga experiencia histórica que ha opuesto
el pueblo y la ciudad como dos modos de habitar este planeta, dos modos de
ver, de vivir, de sentir, de sufrir, de gozar, en el eje de lo elemental versus la
complicación y el artificio, y de la auténtico versus lo mentiroso y hasta la
traicionero.

Como no se puede hablar de lo urbano sin nombrar procesos históricos, quiero


mencionar dos experiencias ampliamente reflexionadas. La primera es la
experiencia de los años veinte a los cincuenta en Argentina, más precisamente
en Buenos Aires, que en estos últimos años ha sido tematizada por historiadores,
sociólogos de la cultura, antropólogos y literatos. Al respecto, yo mencionaría un
libro de Beatriz Sarlo, Buenos Aires, una modernidad periférica, en el cual se
hace una historia del Buenos Aires de entonces a partir de las escrituras de la
ciudad, desde los textos de Borges hasta los textos periodísticos. En segundo
lugar voy a referirme a la experiencia brasileña en la configuración urbana de la
música negra, que también se ha investigado en estos últimos años tanto por
historiadores como por antropólogos y estudiosos de los procesos de
comunicación.

La experiencia argentina a la que me refiero plantea la aparición de las masas


en la ciudad a partir de múltiples migraciones, tanto internas, dentro del país,
como exteriores, desde Europa, que transforman la ciudad radicalmente.

Como han escrito varios historiadores argentinos, en esos años lo urbano


significó la muerte del folclor y la aparición de lo masivo, de la cultura de masas.
De ahí en adelante, cada clase tendrá su propio folclor. El folclor permanecerá
sólo en el sentido que le da José Luis Romero cuando, en un texto sobre la
ideología de la nacionalidad argentina, llamó a la cultura de masas el "folclor
51

aluvial". Exceptuado tal sentido, lo que en realidad se presentó fue la muerte del
folclor y la aparición de lo masivo, entendido como la visibilidad de las masas o
como la invasión por parte de las masas de la ciudad. Esta aparición actuó en
dos sentidos: transformando los derechos de unos pocos en derechos de todos y
planteando el derecho del mundo popular a la educación, a una vivienda digna a
la salud, etc. No era posible extender los "beneficios" del trabajo, de la salud, de
la vivienda digna, de la educación, de la cultura, sin masificarlos. Ello significaba
romper una sociedad que en esos años era profundamente estamentaria,
profundamente feudal y excluyente. Lo masivo implicaba en ese momento la
desestructuración de una sociedad estamentaria y excluyente, y la puesta en
circulación de unos bienes básicos como derechos de la mayoría. Masa
significaba entonces la visibilidad de un nuevo actor social cuya existencia exigía
la destrucción de una sociedad profunda y radicalmente excluyente.

Esta circulación, esta nueva figura de lo social, se va a hacer visible en la


ciudad. Las masas descentran la ciudad, desestructuran la ciudad, de tal
manera que el gran Buenos Aires se va a romper entre una periferia, desde la
que los sectores populares comienzan la invasión de la ciudad -de sus calles,
de sus autobuses, de sus escuelas-, que se hace pequeña para cuanto esas
masas reclaman, y esa otra periferia en la que se refugia la burguesía para
señalar su distancia de la masificación.

En un segundo sentido las masas significan un nuevo modo de existencia de


lo popular .Hasta entonces lo popular significaba el pueblo, es decir, "lo otro"
de la cultura, "lo otro" de la industria, "lo otro" de la civilización. A partir de ese
momento lo masivo como experiencia, que en Europa se inicia desde la mitad
del siglo XIX, viene a significar el nuevo modo de existencia de lo popular, lo
popular definido no como lo otro, sino como la cultura subalterna, la cultura
dominada. A su vez una cultura desvalorizada por la cultura hegemónica y por
la economía, pero que de alguna manera será revalorizada por la política.

En cuanto a la experiencia en el Brasil, me refiero a la música negra, al ritmo y


al erotismo que sirven a los esclavos trabajadores de las haciendas azucareras
para sobrevivir física y culturalmente. Historiadores brasileños plantean esta
hipótesis: los dueños de las haciendas les negaron a los negros todo menos la
religión. Se dijeron: "Pobres negros, algo debe quedarles de su mundo" y les
dejaron practicar sus ritos, que estaban ligados a un cuerpo y a un ritmo. Como
no los dejaban emborracharse con el licor que se embriagaban los blancos, los
negros aprendieron a emborracharse con ritmo, y el ritmo del baile se convirtió
para los negros en aquello por medio de lo cual podrían relajar su cuerpo,
distenderse, descansar y revivir para poder seguir trabajando a la semana
siguiente. Es decir, el baile, el gesto y el ritmo negro se constituyeron en aquello
a través de lo cual un grupo de hombres sobrevivió como población y como
cultura.
52

Ahora bien, ese baile negro comportaba una doble obscenidad que lo hacía
inaceptable e indigerible para la cultura hegemónica brasileña. La primera era
una obscenidad erótica: en él la sexualidad no sólo no es enmascarada, sino
que es explicitada, exhibida, y teatralizada, aunque parezca contradictorio, de
una manera directa. Mientras que la danza occidental es una larga estilización
encubridora de la dimensión sexual del cuerpo, la danza negra es todo lo
contrario: una elaboración de lo erótico.

Segunda obscenidad: la inserción de la danza en los ritmos del trabajo, el


hecho de que esa danza les estaba permitiendo sobrevivir física y culturalmente.
La danza aparecía ligada a esa negociación entre práctica religiosa y
supervivencia cultural y, en ese sentido, la danza hablaba a la vez del sexo y del
trabajo.

Tuvo que haber muchas peripecias, muchas idas y vueltas, para que esa música
y ese gesto negro pudieran llegar a la ciudad y pudieran transformarla, porque
alrededor había un cordón sanitario erigido tanto por los populistas como por los
ilustrados, tanto por los antropólogos como por los artistas. Los antropólogos y
los populistas decían que la música negra debía permanecer en el campo
porque era la única manera de que conservara su autenticidad, su esencia, su
verdad. Los populistas decían: "Si la música negra llega a la ciudad se va a
mezclar con esas músicas extranjerizantes, corrompidas y corruptoras. La única
manera de que permanezca viva es que se quede en el campo, que no se
contamine, que no se junte. Además es la única que nos podrá distinguir,
entonces hay que mantenerla pura". Del otro lado, por parte de los artistas y
de los ilustrados, la música negra sólo podría incorporarse transformada en
cultura legítima. El ejemplo de esto más conocido por todos, espléndido
respecto a las contradicciones culturales del nacionalismo en América Latina, es
la música de Villalobos. El se pasó la vida recorriendo el país, investigando los
ritmos populares para transformarlos en sonata, y poder así demostrarles a los
europeos que éramos capaces de ser nosotros mismos aun componiendo
sonatas o sinfonías. Era la única manera como la música negra podía escapar a
la inmediatez de su doble obscenidad.

Históricamente fueron dos traidores los que, como en la vieja historia de la


entrada de los árabes a España, le abrieron la puerta a la música negra en las
ciudades del Brasil. Estos traidores fueron las vanguardias extranjerizantes y la
industria cultural de la radio y el disco. Mezclándose con el negocio y con la
lógica de la industria cultural y con las contaminaciones que procedían de aquel
famoso movimiento brasileño de los "antropófagos" modernistas y extranjerizantes,
la música negra encontró aliados para llegar primero al patio de atrás de la casa y
poco a poco invadir hasta la sala donde los señores bailaban el vals. Hay un
estudio espléndido de un gran cabaret de Río, en el que durante muchos años
convivieron las tres culturas. En el patio de atrás, donde estaban los esclavos, se
bailaba música negra; en las salas de entrada se bailaba música brasileña ligada
53

a las transformaciones de los ritmos coloniales y en el salón se bailaba vals. En


algún momento las paredes y los biombos se resquebrajaron, la zamba invadió el
espacio colonial, el espacio de la aristocracia de Río y fecundó todas esas músicas
hasta llegar a hacerle un hijo a la música del norte. No se quedaron solamente en
la fecundación de las músicas coloniales, fueron capaces de parir el bossanova:
un hijo que le hicieron al jazz norteamericano.

Para poder convertirse en música urbana, la música negra tuvo que entrar en
la lucha de clases, politizarse, participar en ese juego sucio del negocio, tuvo que
disfrazarse, tuvo que negarse (aparentemente). Pero logró llegar a ser la
música que hoy, en diferentes tonos y estilos, bailan todos los brasileños. Brasil
puede mostrar un hecho bien curioso en América Latina: la música nacional es
la música negra y la comida nacional es la feijoada, que era la comida de los
esclavos y que está hecha con las partes del animal que no comían los amos, las
partes más grasosas. Pero para llegar a ser eso tuvo que atravesar muchas
peripecias nada claras, nada nítidas, nada "identificatorias" de la nueva
identidad.

Sección 3

Dinámicas urbanas: oralidad, hibridación y desterritolialización


Voy a tratar en esta segunda parte de describir algunos rasgos de los que, a
mi juicio, constituyen los procesos fundamentales de la dinámica urbana en estos
tiempos neoliberales y desencantadamente postmodernos.

Hablar de cultura urbana en este fin de siglo significa en América Latina un


hecho paradójico y escandaloso. Significa que las mayorías latinoamericanas se
están incorporando ala modernidad sin haber atravesado por un proceso de
modernización socioeconómica y sin dejar sus culturas orales. ¡Escándalo! Se
están incorporando a la modernidad no a través del proyecto ilustrado sino a
través de otros proyectos en que están "aliadas" las masas urbanas y las
industrias culturales. Urbano significa hoy, para las mayorías, este acceso, esta
transformación de las culturas populares no sólo incorporándose a la
modernidad sino incorporándola a su mundo. Como en el caso de la música
brasileña, ello se produce de la mano de las industrias culturales audiovisuales.
Según una propuesta de Walter Ong, un estudioso norteamericano, podríamos
hablar de que las masas urbanas latinoamericanas están elaborando una
"oralidad secundaria": una oralidad gramaticalizada no por la sintaxis del libro,
de la escritura, sino por la sintaxis audiovisual que se inició con el cine y ha
seguido con la televisión y, hoy, con el video-clip, los nintendo y las maquinitas
de juego. Entonces hay aquí un desafío radical para los antropólogos:
comprender la cultura de las masas urbanas que no llegaron a: la cultura
letrada, que no han entrado en esa ciudad letrada de que hablara en un bello
texto Angel Rama. Las masas urbanas han sido periféricas y siguen siendo
periféricas respecto a la cultura letrada, con todo lo que ello acarrea de
54

empobrecimiento cultural. Pero esas masas se están incorporando a la


modernidad a través de una experiencia cultural que pone en cuestión nuestras
ilustradas ideas de cultura. ¡Nos queda tan difícil, sin embargo, llamar cultura a lo
que las masas urbanas viven hoy en su vida cotidiana, a esa cultura
gramaticalizada por los dispositivos y la sintaxis del mundo iconográfico de la
publicidad, del mundo audiovisual! Alonso Salazar, en su libro No nacimos pa'
semilla, cuenta y analiza cómo el discurso de las bandas juveniles de las
comunas nororientales de Medellín es eminentemente visual, está
completamente lleno de imágenes, en él narrar es coser una imagen con otra. La
oralidad secundaria constituye así el espacio de ósmosis entre unas memorias,
unas largas memorias de vida y relato, y unos dispositivos de narración
audiovisual nuevos, entre unas narrativas arcaicas y unos dispositivos
tecnológicos postmodernos.

Michelle y Armand Mattelard, que trabajaron durante muchos años en Chile y


fueron en cierta medida los pioneros del análisis crítico de los medios en
América Latina, a través de una radicalización de la semiótica estructuralista y su
concubinato" con el materialismo histórico, publicaron el año pasado una
espléndida investigación acerca de la televisión y de la telenovela brasileñas en
la que dan cuenta de cómo la telenovela incorpora la cultura del folletín, esto
es, el relato del tiempo largo, aun relato visual tomado del discurso publicitario,
que es el discurso de la fragmentación más fuerte. Esta mezcla del relato largo
con la gramática visual de la fragmentación es un buen señalamiento de pista
para estudiar cómo las anacronías de la telenovela no son tanto anacronías
como formas expresivas de los destiempos culturales a través de los cuales se
constituye y se realiza la modernidad en América Latina. Las telenovelas
colombianas muestran que en ellas está en juego no un mero fenómeno de
manipulación de las industrias culturales, sino la pregunta de por qué esos
relatos que hablan de la desdicha le dan a la gente tanta felicidad, por qué les
gustan tanto, y si ese gusto es el último estadio de la perversión humana o es la
expresión de otros gustos. ¿Cómo se incorporan a la modernidad esos
destiempos, esas fragmentaciones, esas discontinuidades históricas, en que
luchan las diversas memorias?

El segundo tipo de procesos que me parece fundamental a la hora de


comprender las dinámicas urbanas, y que ha trabajado especialmente García
Canclini en los últimos años, es la hibridación. En su libro Culturas híbridas:
Estrategias para entrar y salir de la modernidad, se plantea cómo la hibridación
no es sólo la mezcolanza de cosas heterogéneas, sino sobre todo la superación
o la caída en desuso de las viejas enciclopedias, los viejos repertorios, las
viejas colecciones. La hibridación implica, según García Canclini, que se han
movido las fronteras. Persiste, sin embargo, una terca mentalidad que pretende
reducir toda mezcla a nuevas formas de lo viejo. Las hibridaciones de que
estamos hablando son aquellas que sólo se producen por destrucción de las
viejas identidades al menos por su erosión.

Para entender estas nuevas mezcolanzas, estos nuevos mestizajes, estas


55

hibridaciones de hoy, tendríamos que entender qué está pasando en las


fronteras. En una investigación acerca :le qué está sucediendo en la frontera de
México con Estados Unidos, García Canclini ha abordado tanto el lado
mexicano como el lado norteamericano y con asombro ha descubierto que las
transformaciones se están sucediendo en ambos lados. Es decir, que frente a
una cultura ya una sociedad en las cuales frontera significaba el muro, la
barrera, la separación, la frontera es hoy el espacio de intercambio y de ósmosis
más fuerte en cualquier país. Frente al centro, que sigue soñando sus raíces,
que sigue protegiendo a su Edipo, los márgenes, las Tonteras, están en un
proceso aceleradísimo de fusión y de transformación. A la pregunta de quién
era él, un habitante de Tijuana respondió así: "Cuando me preguntan por mi
nacionalidad o identidad étnica no puedo responder con una palabra, pues mi
identidad posee repertorios múltiples. Soy mexicano pero también soy chicano y
latinoamericano. En la frontera me dicen chilango o mexiquillo., en la capital
pocho o norte y en Europa sudaca. Los anglosajones me llaman hispanic y los
alemanes me han confundido más de una vez con turcos e italianos".

Me llama mucho la atención que, en No nacimos pa' semilla, Alonso Salazar


arriesgue una hipótesis cultural más que política o socioeconómica para
entender qué está pasando en las comunas. Afirma que las culturas de esas
bandas es la mezcla de tres culturas: la del mito paisa, la maleva, que se
mezcló en las últimas generaciones con la de la salsa, y la cultura de la
modernización. El mito paisa habría puesto el sentido de lucro, a religiosidad y el
sentido de la retaliación. La cultura maleva QS valores del varón, del macho
que no se arruga. A su vez, esa cultura maleva, si bien es una cultura
ascética se mezcló en 4stos últimos años con la cultura del goce y del cuerpo
que provenía de la cultura caribeña de la salsa, y ambas se han mezclado con
una cultura de la modernidad que se define nítida lúcidamente en estos tres
rasgos: en el sentido de lo efímero, el consumo y el lenguaje visual. Acerca del
sentido de lo efímero, Víctor Gaviria escribió en el primer número de la Gaceta
de Colcultura -Nueva Epoca- un texto espléndido en el que vincula el título de
su película No futuro a un diálogo con uno de esos jóvenes. No futuro representa
la ideología de una sociedad que ya no hace los objetos para que duren toda la
vida sino para que duren el tiempo que necesite la lógica industrial, que es la
lógica de la publicidad. Como segundo rasgo, en la sociedad el estatus lo define
la capacidad de consumir y el estatus es la forma normal del poder en nuestra
sociedad. Por último, quienes han visto el documental Yo te tumbo, tú me
tumbas pueden constatar ese lenguaje fragmentado de los jóvenes, su sintaxis
rota y su reemplazo por un discurso visual, en el que "huevón" equivale a "pues"
porque no invoca a nadie, no insulta, simplemente está jugando como un
operador sintáctico, de subordinación o de concatenación de frases en una
sintaxis elemental que hace posible un discurso sumamente rico en imágenes. La
tercera dinámica de lo urbano, que es la más compleja, es la dinámica de la
desterritorialización, término que denomina tanto un proceso empírico Como una
metáfora. Desterritorialización habla en primer lugar de las migraciones, de loS
traslados, de los desarraigos, de las desagregaciones a través de las cuales
un país Como Colombia a la vuelta de 30 años se encontró Con que e170% de
56

su población residía en las ciudades; emigraciones e inmigraciones de los


pueblos a las ciudades, de las ciudades pequeñas a las ciudades grandes, de
las ciudades grandes a la capital y después -siguiendo la lógica de los
urbanizadores que van moviendo a las poblaciones según el lucro del suelo- de
unos lugares de la ciudad a otros. De manera que la desterritorialización es una
experiencia cotidiana de millones de colombianos y de latinoamericanos.

En segundo lugar, desterritorialización habla de des- nacionalización,


surgimiento de unas culturas sin memoria territorial, justamente esas culturas
jóvenes audiovisuales que hasta hace pocos años eran para nosotros la figura
más nítida del imperialismo que nos destruye y nos Corrompe. Sin embargo, " a
partir del uso que la gente joven está haciendo hoy del rock, hemos descubierto
que no eran tan unidireccionales ni tan unívocas Como habíamos creído. Es
decir, frente a las experiencias de los adultos, para los cuales no hay cultura
sin territorio, la gente joven vive hoy experiencias culturales desligadas de todo
territorio. Es un proceso en el que nuestros viejos maniqueísmos tenderían a
confundir no-nacional Con antinacional, cuando en la experiencia de nuestros
jóvenes la crisis de las metáforas de lo nacional no supone ni implica
antinacionalismo Sino tiende a una nueva experiencia cultural. ¿Cómo desligar
hoy lo que en los procesos de la industria cultural hay de destrucción de lo que
hay de emergencia de nuevas formas de identidad? Es un reto para los
antropólogos, porque es indudable que en los procesos hay destrucción,
homogenización de las identidades, pero así mismo nuevas maneras de
percepción, nuevas experiencias, nuevos modos de percibir y de reconocerse.

El tercer elemento de la desterritorialización está relacionado con la


desmaterialización .Estamos generando unas dinámicas culturales cada vez
más desmaterializadas. A partir de estudios como los de Baúl Virilio sobre la
aceleración y las nuevas tecnologías, se ha podido entender lo que llaman
transversalidad. Las tecnologías tradicionales eran puntuales, afectaban sólo a
aquel que tenía contacto con ellas, un contacto contable, visible y medible. Un
buen ejemplo es el cine. Al cine había que ir: salir de casa, tomar un bus, hacer
fila, había que darle un tiempo preciso, que para los más viejos equivalía al
tiempo de la fiesta. Para los jóvenes, el cine no tiene que ver con la fiesta, pues
gran parte del cine que han visto, lo han visto en la pantalla de televisión, y con la
televisión asistimos a esa otra experiencia, la transversalidad. La televisión no
nos afecta sólo cuando la estamos mirando, nos afecta por la reorganización de
la relaciones entre lo público y lo privado. Por eso el valor de los estudios
empíricos sobre los efectos de la televisión es muy limitado. La mayor influencia
de la televisión no se produce a través del tiempo material que le dedicamos,
sino a través del imaginario que genera y por el cual estamos siendo penetrados.
La capacidad de influir que tiene ese medio desborda el tiempo y el espacio del
aparato, lo cual también sucede en el computador: el tiempo de nuestra relación
física con ellos cambia puesto que poco a poco nuestra vida es "metida" en
unas tarjetas y cuando yo quiera poner a mi hijo en el colegio, o pedir un crédito
o hacer un viaje, resulta que aquellos a quienes yo se lo solicité "saben" más
57

de mi vida que yo, y van a tomar una decisión sobre mi pedido en función de un
saber transversal que atraviesa ya toda la sociedad y toda las dimensiones de la
vida.

Por último, desterritorialización significa desurbanización. Me refiero a que la


experiencia cotidiana de la mayoría de la gente es de un uso cada vez menor
de sus ciudades que no sólo son paulatinamente más grandes sino más
dispersas y más fragmentadas. La ciudad se me entrega no a través de mi
experiencia personal, de mis recorridos por ella, sino de las imágenes de la
ciudad que recupera la televisión. Habitamos una ciudad en la que la clave ya no
es el encuentro sino el flujo de la información y la circulación vial. Hoy una
ciudad bien ordenada es aquella en la cual el automóvil pierde menos tiempo.
Como el menor tiempo se pierde en línea recta, la línea recta exige acabar
con los recodos y las curvas, con todo aquello que estaba hecho para que la
gente se quedara, se encontrara, dialogara o incluso se pegara, discutiera,
peleara. Vivimos en una ciudad "invivible" en el sentido más llano de la palabra y
en sus sentidos más simbólicos. Cada vez más gente deja de vivir en la ciudad
para vivir en un pequeño entorno y mirar la ciudad como algo ajeno, extraño.

Castells ha leído la desmaterialización, la desespacialización, la


desterritorialización con la perspectiva de los llamados nuevos movimientos
sociales, que son ante todo una experiencia política nueva, aquélla de la gente
para la cual luchar por una sociedad mejor consiste fundamentalmente en
luchar contra la doble desapropiación que ha producido el capitalismo: la del
trabajo y la del propio sentido de la vida. La primera se produce tanto en-
términos económicos como en términos simbólicos: el producto se vuelve
extraño para su productor, nadie puede reconocerse en su obra; el capitalismo
separa el trabajo del trabajador. La vida va por un lado y el sentido por otro; a
más información, menos sentido, menos significado tienen para nosotros los
acontecimientos, como diría Baudrillard. Lógica perversa, según la cual estar
enterados de todo equivale ano entender nada. Castells se pregunta cómo las
gentes le devuelven sentido a la vida y concluyen que lo hacen "resistiendo"
desde el ámbito de las culturas regionales y el ámbito del barrio, ambos
igualmente precarios, sometidos al proceso de fragmentación y dispersión, pero
desde ellos los movimientos sociales ligan profundamente la lucha por una vida
digna a la lucha por la identidad, por la descentralización y por la autogestión.

Es decir, que implicado en el proceso de desterritorialización hay un proceso


de reterritorialización, de recuperación y resignificación del territorio como
espacio vital desde el punto de vista político y cultural.

Termino recogiendo la reflexión del argentino Ambal Ford, a quien escuché una
espléndida reflexión, todavía no escrita, sobre las que llama culturas de la crisis.
Son culturas esencialmente asentadas en el reencuentro con las memorias y
los saberes que Ginzburg ha llamado saberes de la conjetura, lo que Pierce
58

denomina abducción para referirse a un tipo de "'" procedimiento cognitivio


diferente a la inducción y la deducción.

Según Aníbal Ford, los pobres, que constituyen la mayoría en la ciudad, sobreviven
hoy con base en saberes indiciarios, en conjeturas, en un conocimiento
primordialmente corporal. Un saber de la conjetura, y de la coyuntura, no es la
síntesis sino, más exactamente, la unión de diversos saberes y de pequeñas
hipótesis. Las culturas de la crisis son culturas del rebusque y del reciclaje. Este
término ha sido utilizado por los habitantes de Tepito, un barrio del centro de
Ciudad de México, quienes llevan veinte años luchando contra los alcaldes y los
urbanizadores para que no lo destruyan y levanten un barrio moderno; finalmente
lograron que la Unesco lo declarase patrimonio de la humanidad, con lo cual
evitaron su destrucción. Es un barrio con casas al estilo de conventillo con patio
central; un barrio viejo y desconchado en el cual sus habitantes viven, en primer
lugar, de esos que los mexicanos llaman la plática, la conversación, el diálogo, y,
en segundo lugar, de reciclar los desechos de la cultura industrial tecnológica. Por
esos saberes residuales e indiciarios que pasan las estrategias de producción de
sentido, de resignificación de la vida, del trabajo, de la calle, del ocio, la mayoría
no sólo sobrevive sino recrea y produce la ciudad.

3.2 tema 2

¿Cómo se pude ser extranjero en una ciudad?


Manuel Delgado Ruiz

Plantear ante todo el estudio de las ciudades como el de sus elementos inestables
e intranquilos es, de algún modo, continuar dándole la razón a no pocas de las
intuiciones que la Escuela de Chicago fue capaz de organizar teóricamente allá
por los años veinte, treinta y cuarenta; sobre todo a la hora de concebir la
ciudad como un sistema ecológico donde cada uno de los elementos existía
abandonado a tareas nunca interrumpidas de adaptación.

La gran virtud de la Escuela fue contemplar la ciudad como un espacio por el


que podían verse circular, sobreponerse, y ser objeto de intercambio, con
libertad, intensamente y en todas direcciones, todo tipo de contenidos étnicos,
ideológicos y religiosos, produciendo hibridaciones, mixturas y préstamos
muchas veces sorprendentes. Con ello se proclama que lo que caracterizaba las
ciudades era su condición heterogenética, es decir la de ser consecuencia de
procesos basados en la pluralidad. Dicho de otro modo, la diversificación en
marcos urbanos no es que sea posible a causa de la tendencia al relativismo, la
tolerancia y hasta la indiferencia mutua que impone la yuxtaposición de formas
sociales típicas de la ciudad, sino que resulta estructuralmente necesaria para
59

que se lleven a cabo los aspectos fundamentales de la función urbana, el


combustible fundamental que es, según Louis Wirth, la heterogeneidad
generalizada. No es que la ciudad tolere la diversidad, es que la estimula y la
premia. A la ciudad, en efecto, le es indispensable reclutar la diversidad si quiere
ver cumplido aquel requisito, enunciado ya por Darwin y por Durkheim, según el
cual la diferenciación y la especialización son requisitos que toda sociedad
demográficamente densa exige para que quede garantizada su propia
supervivencia.

Se trata, al fin y al cabo, de la definición misma de lo urbano, sociedad


heterogénea de sociedades ellas mismas heterogeneizadas, que adopta como
escenario un espacio diferenciado. Tenemos con ello que la etnodiversidad no
haría otra cosa que desplazar al campo de la cooperación social el principio mismo
de la biodiversidad. Según este principio las especies animales y vegetales
dependen del proceso de diferenciación y especialización que habrá de adaptarlas
ventajosamente a condiciones ambientales extrínsecas, a las cuales han de
integrarse estableciendo con las demás formas de vida presentes relaciones de
interdependencia.

Sección 1

Lo urbano está determinado por esa heterogeneidad de formas de pensar, de


decir, de hacer, al mismo tiempo que por la pluralidad de espacios o molares.
En su esfera sólo podría encontrar, evocando el texto de Deleuze sobre
Nietzsche, "diferencias que producen diferencias".1 Ese concepto de ciudad, no
obstante, todavía mantenía la ilusión de un espacio urbano dividido en barrios
poco permeables, en algunos casos constituidos a la manera de guetos en que
un grupo singularizado podía quedarse a solas consigo mismo, aislándose del
resto de la trama ciudadana. En esa tesitura, Wirth, Burguess, Park, Thomas y
demás teóricos de la Escuela de Chicago todavía entendían la ciudad en
términos organicistas, es decir como un todo integrado: cada uno de los
elementos sociales participantes en el juego de las estrategias de socializad
urbanas tendía a formas de equilibrio y de estabilidad. Salvo, claro está, en el
caso de aquellos que, fracasados en su intento, se veían abocados a una u otra
forma de marginalidad.

Las revisiones posteriores de los paradigmas de la Escuela de Chicago han


sabido matizar este pragmatismo funcionalista inicial. Lo han hecho por la vía
de advertir que las ciencias sociales de la ciudad difícilmente podían aspirar a
encontrar objetos estáticos sobre los cuales trabajar —estructuras cristalizadas
como las que podían caracterizar las sociedades tradicionales—, sino más bien
unos objetos constituidos que sólo efímeramente llegaban a estructurarse y que
parecían condenadas a un vaivén continuo. Tampoco resultaba viable lo que la
Escuela de Chicago quería que fuera un estudio que tomara el enclave étnico
(barrio singularizado, gueto) como su tema de estudio.
60

El objeto de estudio tiende a comportase como una entidad resbaladiza, que


nunca se deja atrapar, que siempre se escapa y se escabulle muchas veces
ante nuestras propias narices. Por supuesto que era posible elegir un grupo
humano y contemplarlo aisladamente; pero eso no día ser viable sino con la
contrapartida de renunciar a ese espacio urbano sobre el cual era recortado y
que acaba fumándose o apareciendo a ratos, como un transfondo le cobraba
mayor o menor realce. Ahora bien, a la hora inscribir ese supuesto grupo en un
territorio delimitado, cual consideraban como el suyo resultaba que tal territorio
nunca era del todo suyo, sino que debía ser compartido con otros grupos, que
llevaban a cabo otras oscilaciones en su seno a la hora de habitar, trabajar o
divertirse. No era factible entonces otra cosa que hacer, en el caso de los
antropólogos, una especie de antropología en la ciudad, la antropología que
hiciera abstracción del nicho ecológico en que el grupo era observado, que lo
ignorase, que renunciase al conocimiento de la red de interrelaciones que
comunidad estudiada establecía con su medio —que no 'jaba de ser natural—,
pero que estaba hecho todo él de interacciones ininterrumpidas y persistentes
con otras colectividades.

Poca cosa de orgánico podríamos encontrar en lo urbano. El error de la


Escuela de Chicago consistió en ese modelo organicista que hacia buscar los
dispositivos de adaptación e cada presunta comunidad —imaginada como
entidad homogénea y contorneable— a su medio ambiente. Frente a esa visión
estática de las comunidades luchan- o entre ellas y con el medio por la
adaptación ventajosa, lo que cabe ver, es la manera como la relación entre las
colectividades y el espacio se basa en la tensión, la puesta distancia y,
eventualmente, el conflicto y hasta la lucha.

Por supuesto que no era viable antropología de la ciudad alguna; una


antropología de comunidades aisladas no podía prohijar una antropología que
hiciera de la ciudad su objeto específico de conocimiento. En cambio, si lo que
se primaba era la atención por el contexto físico y medioambiental y por las
determinaciones que de él lardan, a lo que se debía renunciar, entonces, era a la
ilusión de comunidades exentas para estudiar; ya era entonces, el grupo
humano el que era con ello soslayado en favor de otro objeto, la ciudad misma.
El grupo tendía a confundirse justamente, por la obligación que los mecanismos
urbanos imponían a los elementos sociales a un movimiento continuo que no
podía producir, al buscador de estructuras estables, mucho más que
instantáneas movidas.

Tampoco se trata de una innovación extraordinaria. Estamos ante ese traspaso del
interés por la estructura social (propio de la tradición durkheimniana) al interés por
el vinculo social, sobre todo cuando este vinculo adopta todo tipo de formas,
desdoblamientos y despliegues, como ocurre en el caso de las macrosociedades
urbanas. El primer interaccionismo (G. H. Mead) y la sociología de las socialidades
de Simmel serian los fundamentos de esa atención preferente por las tecnologías
vinculativas. En esa senda si la antropología urbana quería serlo de veras, debería
admitir que ninguno de sus objetos potenciales estaba nunca solo. Todos estaban
61

sumergidos en esa red de fluidos que se fusionan y licuan, o que se fusionan y se


escinden. La ciudad por definición, tenía que ser considerada como un espacio de
las disoluciones, de las dispersiones y de los encabalgamientos entre identidades
que tenía incluso su escenario en cada sujeto psicofísico particular; es este
también un ejemplo de la necesidad de estar constantemente, en su propio interior,
negociando y cambiando de apariencia. No en vano nos vemos obligados, para
referirnos a lo que ocurre en la ciudad a hablar constantemente de confluencias,
avenidas, ramblas, con- gestiones, mareas humanas, públicos que inundan,
circulación, embotellamientos, caudales de tráfico que son canalizados, flujos,
islas, arterias, evacuaciones..., y otras muchas locuciones asociadas a lo líquido: la
sangre, el agua.

Esta misma exaltación de lo líquido es la consecuencia de la definición propuesta


acerca de lo que es la ciudad: estructura inestable entre espacios diferenciados y
sociedades heterogéneas, en que las continuas fragmentaciones,
discontinuidades, intervalos, cavidades e intersecciones obligaban al urbanita a
pasarse el día circulando, transitando, dando saltos entre espacio y espacio, entre
orden ritual y orden ritual, entre región y región, entre microsociedad y
microsociedad. Por ello la antropología urbana debía atender las movilidades,
porque es en ellas, por ellas y a través suyo, que el habitante urbano podía
hilvanar su propia personalidad, toda ella hecha de tras- bordos y
correspondencias, pero también de traspiés y de interferencias.

Dicho de otro modo, si la antropología urbana no quiere perder de vista la


singularidad, la esencia misma del objeto que ha escogido (las sociedades
humanas en marcos urbanos), debe aceptar que ese objeto son secuencias,
momentos, hechos sociales que no remiten a una sociedad (como Mauss
habría querido), sino a muchas microsociedades que llegan a coincidir, como
ondas, en el objeto, en el sitio o en el acontecimiento observado: colas del cine,
bares, centros comerciales..., en fin, la calle.

El espacio público, por ello, es un territorio desterritorializado, que se pasa el


tiempo siendo reterritorializado y vuelto a desterritorializar después. Está
marcado por la sucesión y el amontonamiento de poblaciones, en donde se pasa
de la concentración y el desplazamiento de las fuerzas sociales que convoca o
desencadena, y que está crónica- mente condenado a sufrir todo tipo de
composiciones y recomposiciones morales. Es desterritorializado también,
porque en su seno lo único de veras consensuado es la indiferencia y la
prohibición explícita de tocar, y porque constituye un espacio en que nada de lo
que concurre y ocurre es homogéneo. La imagen que más se adecúa es la de la
esponja, que al mismo tiempo absorbe y expulsa los líquidos que atrapa.

El antropólogo urbano, colocado, en cualquier punto que escoja, en su


observatorio, se sitúa en un auténtico centro del cuarto de los ecos y las
reverberaciones. Se entiende, en tal contexto, que es el anonimato lo que
posibilita la vida urbana. El anonimato, con sus grados distintos de intensidad,
62

se conforma de este modo como una forma —la única posible—, al mismo
tiempo de protección de las individualidades identitarias y de estructuración de
esa misma diversidad. La calle es de todo el mundo y nadie debería reclamar la
exclusividad sobre ese ámbito en que el espacio público alcanza su propia
literalidad. Se reconoce además a ese transeúnte, auténtico protagonista de la
sociedad urbana, el derecho a protegerse de los malentendidos, de las malas
interpretaciones, de las suspicacias; transciende que al tiempo que se le otorga
el derecho a administrar a su conveniencia su capacidad de intercomunicarse
con los demás y a negarse a interaccionar cuando es emplazado a ello, prefiere
la reserva. Ante la predominancia abusiva de las socialidades, el derecho a la
individuación, el aislamiento, por la vía, si es preciso, de la insociabilidad, el
derecho a permanecer antipático.

Por ello, lo que Lefebvre llama el derecho a la ciudad, el derecho a la


ciudadanía, pasa por ver reconocido el derecho a la invisibilidad, a la protección
que presta la indiferencia. En una ciudad productora de enormes diferencias, la
única tabla de salvación para el self no puede ser más que la indiferencia.
Porque la urbanización no niega completamente la individualidad y la
privacidad; la ciudadanía garantiza el ejercicio de los dobles lenguajes y las
retiradas a tiempo; es decir, el paso de la urbanidad a la ciudadanía, de la
civilidad al civismo. Ese derecho a autoconstituirse en minoría cultural, sometida
a todo tipo de yuxtaposiciones y articulaciones, no tiene porqué ser, como ha
recordado Isaac Joseph, ningún problema; es, sencillamente, un hecho, lo que
resulta ser "la tarea de la ciudad y el recurso político de la urbanidad".2

De hecho, lo que llamamos exclusión social no es más que la negación al hecho


de que ciertos elementos del sistema pueden ser víctimas de gozar de ese pleno
acceso al espacio público, al anonimato y a la indiferencia y la imposición de
todo tipo de servilismos en forma de peajes o de controles; la negación del
derecho a circular, a moverse, a discurrir pasando desapercibido. Estamos ante lo
que la sociología llama paso del grupo primario al grupo secundario, o, si se
prefiere, siguiendo lo que ha postulado Wicviocka, 3 entre grupos o individuos
in/out.

En el momento actual, la física de los sistemas complejos y los teóricos del


caos nos advierten que también la sociedad —ni qué decir tiene que
especialmente la sociedad urbana — podría ser un sistema abandonado a
procesos irreversibles de disipación de energía; dinámicas entrópicas que darían
la razón a Lévi-Strauss cuando, al final de Tristes trópicos, llamaba a la
antropología entropología, dándole más la razón a Camot que a Darwin. Las
sociedades urbanas, las ciudades, serían ejemplos de escenarios en que se
producen procesos lejos del equilibrio, en los que la estabilidad no existe, en
donde ninguna de las conductas del sistema es apenas predecible y en las
cuales el desorden es la fuente más segura de orden. De un orden que es el
resultado de la constante autorganización de elementos moleculares sometidos a
todo tipo de convulsiones y de movimientos desordenados.
63

Frente a la vieja ilusión de un mundo estable, inmune al desorden, en donde


los atractores centrales funcionan eficazmente ante toda desviación y la
reconducen a la estabilidad, 4 lo que se percibe es la irrupción de fluidos u
ondas. Éstas, lejos de amortiguarse, se amplifican y pueden acabar invadiendo
la totalidad del sistema, forzándole a buscar estados y comportamientos
cualitativamente distintos, en los que tampoco seria posible la paz. Se trata, al
fin, de un regreso a la física lucreciana, aquella que era una ciencia de las
turbulencias.

El máximo divulgador de ese tipo de preocupaciones por la inestabilidad y la


reconocido la analogía entre el desacato a las leyes de la termodinámica del
equilibrio que podemos encontrar en las células y el que podemos hallar en las
ciudades.

...Así pues, si examinamos una célula o una ciudad, la misma


constatación se impone. No es solamente que estos sistemas estén
abiertos, sino que viven de ese hecho, se nutren del flujo de materia y
energía que les llega del mundo exterior. Queda excluido el que una
ciudad o una célula viva evolucione hacia una compensación mutua,
un equilibrio entre los flujos entrante y saliente. Si lo deseamos,
podemos aislar un cristal, pero la ciudad y la célula, apartadas de su
medio ambiente, mueren rápidamente. Son parte integrante del
medio que las nutre, constituyen una especie de encamación, local y
singular, de los flujos que no cesan de transformar.5

Es en este contexto, definido por la dependencia de las ciudades a oías y


flujos procedentes en gran medida del exterior de si misma —aportes, por
plantearlo como hubieran hecho Deleuze y Guattari— la urbe se agencia del
medio magmático desordenado y sin forma que trabajan sus membranas y de
las cuales depende su organización en estratos; allí vemos aparecer la figura
del inmigrante, ese personaje del que dependen las ciudades por su crónica
tendencia al déficit demográfico y que, por ello, son garantes últimos de su
vitalidad y de su misma continuidad y renovación. Es evidente que, por mucho
que ciertas leyendas político-mediáticas insistan en lo contrario, si el inmigrante
ha llegado hasta la ciudad no es tanto por las condiciones de vida que sufría en
su país, ni por catástrofes demográficas o sociales, sino sobre todo por
requerimientos asociados al mercado de trabajo, por la necesidad de los países
desarrollados —sobre todo en periodos de expansión económica— de mano de
obra no cualificada, que esté dispuesta a ocupar lugares laborales que los
trabajadores ya asentados rechazarían y a la que con frecuencia le van a ser
negados los derechos que éstos merecen. Dicho de otra manera, si el
inmigrante ha acudido es porque de alguna forma ha sido apelado a hacerlo.

1 G. Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Barcelona, Anagrama, 1971.


2 Cf. I. Joseph, "Le migraña comme tout venant", en: M. Delgado Ruiz, ed., Ciutnt i immigració,
Barcelona, Centre de Cultura Contemporánia, 1997, pp. 177-188.
64

3 M. Wicviocka, El espacio del racismo, Barcelona, Paidós, 1992.


4 En donde la sociología funcionalista se reconocía, inspirándose en los sistemas orgánicos de
equilibrio.
5 Prigogine e I. Stengers, La nueva alianza, Madrid, Alianza, 1994.

Sección 2

La ciudad puede ser, entonces, pensada como colosal mecanismo caníbal,


cuyo sustento fundamental son esos inmigrantes que atrae masivamente, pero
que nunca acaban de satisfacer su apetito. Este presupuesto de la Escuela de
Chicago le anticipaba la razón a lo que proclamaban las manifestaciones
antixenófobas recientes en numerosas ciudades europeas: en la ciudad todos
somos inmigrantes, todos vinimos de fuera alguna vez. Definida por la condición
heteróclita e inestable de los materiales humanos que la conforman, consciente
como es, a su manera, de la naturaleza permanentemente alterada de las
estructuras que la hacen viable, la ciudad sólo debería percibir como extranjeros
a los recién llegados, aquellos que justamente acaban de arribar luego de haber
cambiado de territorio. El inmigrante es, por ello, una figura efímera, destinada
a ser reconocida, examinada y, más tarde o más temprano, digerida por un
orden urbano del cual constituye el alimento básico, al tiempo que una garantía de
renovación y continuidad.

Ahora bien, si es así, si las ciudades dependen en tantos sentidos de estos aportes
humanos que la nutren, ¿qué justifica entonces la aparición de un discurso que,
contradiciendo toda las evidencias, se empeña en plantear la presencia de
inmigrantes en las ciudades de Europa como una fuente de inquietud, como una
amenaza o como un grave problema que hay que solventar? Paralelo a ello, si todo
urbanita debe reconocerse a si mismo como resultado más o menos directo de la
inmigración, ¿qué es lo que nos permite llamarle a alguien inmigrante, mientras que
se dispensa a otros de tal calificativo, mereciéndolo por igual? ¿Quién, en la
ciudad, merece ser designado como inmigrante? Y, ¿por cuánto tiempo?

La idea de que los inmigrantes pueden ser considerados como protagonistas


de una avenida, que luego de su llega- da pasan a encerrarse en nichos más o
menos estancos, configurando unidades sociales más bien homogéneas, es
algo que la realidad no llegaría a certificar. Los movimientos migratorios no
funcionan tanto como una oleada, sino como una continuación secuenciada de
oleadas diferenciadas, que de hecho no llegan nunca a constituir comunidades
plenamente cristalizadas, sino que dan lugar a segmentaciones,
jerarquizaciones, fragmentaciones que afectan a cada una de esas presuntas
comunidades de paisanos. Si los inmigrantes son una de las grandes
contribuciones a la heterogeneidad de las ciudades, es en gran medida porque
ellos mismos son ya heterogéneos en su composición y en las conductas que
adoptan para adaptarse a su nuevo nicho vital.

En realidad, el inmigrante lo es en tanto culmina el proceso que va a poner en


65

relación el hecho migratorio en sí —la llegada— y su ocupación del espacio.


Esa ocupación es la que se va a resolver, en una primera instancia del proceso
de inserción. De hecho, el gueto en el cual la Escuela de Chicago ubicaba
naturalmente al inmigrante supondría una secuencia de ese proceso, una
secuencia que serviría, al igual que su encuadramiento en una minoría étnica
específica, para facilitar, paradójicamente si se quiere, el amoldamiento a los
nuevos escenarios vitales que el inmigrante encuentra. La segregación
espacial, social y cultural serviría al mismo tiempo como puente de acceso, a la
vez que también como castigo por su ilegitimidad, a la manera de tributo que
debe pagarse para ser plenamente aceptado en el status de ciudadanía al que
aspira el llamado inmigrante.

Papel parecido desempeña la declinación de la idea de identidad que el


inmigrante hace suya; fórmula que le permite —a pesar del efecto guetizante que
puede presentar— reclamar su derecho a verse reconocido como sujeto. Pero
todo ello se adapta bien sobre todo a la imagen del mosaico empleado por la
Escuela de Chicago; con ella la ciudad puede antojarse como un
conglomerado de espacios específicos estancados en los que cada grupo se
hace fuerte o se acuartela. Pero si, frente a la idea de mosaico, nos quedamos
con esa otra imagen mucho más adecuada del caleidoscopio, para definir las
composiciones cambiantes que produce el trabajo de la ciudad sobre sí misma,
la cuestión se desplaza más bien al estudio de una realidad de los inmigrantes
mucho más dinámica e inestable. Se trata ahora de los esfuerzos de los
trabajadores inmigrantes por incorporarse al sistema laboral; un esfuerzo en
donde las negociaciones, la lucha por obtener confianzas y por acumular
méritos fuerza las estrategias y las negociaciones; un esfuerzo que es resultado
de las redes interactivas en que el inmigrante se ve inmiscuido y cuyas canchas
e interlocutores se encuentran por fuerza más allá de los límites de su propia
comunidad de origen.

Algo parecido ocurre con la pretensión de que el estudio de la inmigración


puede ser el de sus enclaves. Se sabe perfectamente que los barrios de
inmigrantes no son homogéneos ni social ni culturalmente, y que, más incluso
que los vínculos de vecindad, el inmigrante tiende a trabajar redes de apoyo
mutuo que se despliegan a lo largo y ancho del espacio social de la ciudad, lo
que, lejos de condenarle al encierro en su gueto, le obliga a pasarse el tiempo
trasladándose de un barrio a otro, de una ciudad a otra. El inmigrante en efecto
es un visitador nato.6

Toda respuesta al enigma de los conflictos de los flujos migratorios que


confluyen en la ciudad —es decir de esa manera de mostrar como problema lo
que de hecho constituye una solución—, debe pasar por reconocer que el que
llamamos in sobre un plano homogéneo formado por presuntos no-inmi- grates
o auctótonos— no es una figura objetiva, sino más bien un personaje
imaginario; sin embargo, ello no desmiente su realidad, sino que la intensifica.
Lo que hace de alguien un inmigrante no es una cualidad, sino un atributo, y
un atributo que le es aplicado desde fuera, a la manera de un estigma y un
66

principio denegatorio. El inmigrante es aquél, que como todos, ha recalado en


la ciudad luego de un viaje, pero que al hacerlo no ha perdido su condición de
viajero en tránsito, sino que es obligado a conservarla a perpetuidad. Y no sólo
él, sino incluso sus descendientes, que deberán arrastrar como una condena la
marca de desterrados heredada de sus padres y que hará de ellos eso que,
contra toda lógica, se acuerda llamar inmigrantes de segunda o tercera
generación.

Lejos de la objetividad que las cifras estadísticas le presumen, el inmigrante es


una producción social, una denominación de origen que se aplica no a los
inmigrantes reales —lo que complicaría a la casi totalidad de urbanitas
europeos—, sino sólo a algunos. A la hora de establecer con claridad qué es lo
que debe entenderse por inmigrante, lo primero que se aprecia es que tal atributo
no se aplica a todo aquél que vino en un momento dado de fuera. Ni siquiera
a todos aquellos que acaban de llegar. En el imaginario social en vigor
inmigrante es un atributo que se aplica a individuos percibidos como investidos
de determinadas características negativas. El inmigrante, en efecto, ha de ser
considerado, de entrada, extranjero, esto es de otro sitio, de fuera, y, más en
particular, de algún modo intruso, puesto que se entiende que su presencia no
responde a invitación alguna. El inmigrante debe ser, por lo demás, pobre.

El calificativo inmigrante no se aplica en Europa casi nunca y a empleados


cualificados procedentes de países ricos, tanto si son de la propia Comunidad
Económica Europea como si proceden de Norteamérica o de Japón. Inmigrante
lo es únicamente aquél cuyo destino es ocupar los peores lugares del sistema
social que lo acoge. Además de ser inferior por el sitio que ocupa en el sistema
de estratificación social, lo es también en el plano cultural, puesto que procede
de una sociedad menos modernizada —el campo, las regiones pobres del propio
Estado, el Sur, el llamado Tercer Mundo...—. Es por tanto un atrasado en lo
civilizatorio. Por último, es numéricamente excesivo, por lo que su percepción es
la de alguien que está de más, que sobra, que constituye un excedente del que
hay que librarse.

De este modo, los inmigrantes pueden ser pensados como una masa
indeseable que ha conseguido infiltrarse hasta el corazón mismo de la polis, y
que se ha instalado allí como un cuerpo mórbido y en continuo crecimiento, un
tumor maligno o una infección de los que hay que interrumpir el avance. La
condición civilizatoria inferior del llamado inmigrante, se ve compensada
inquietantemente por su capacidad de proliferar y reproducirse, pero también por
lo escasamente escrupuloso de sus comportamientos y la facilidad con que
recurre a la brutalidad. Se trata, al fin, de una reedición de la imagen legendaria
del bárbaro: el extraño que se ve llegar a las playas de la ciudad y en el que se
han reconocido los perfiles intercambiables del náufrago y del invasor, que, en
principio, se caracteriza por su condición pre-, semi- o extra-humana.

6 I. Joseph, "Du bon usage de I, École de Chicago", en: J. Román, ed., Ville, exclusión et
citoyenneté. París, Seúl, pp. 69-96.
67

Sección 3

Todo lo expuesto nos permitiría contemplar la noción de inmigrante como útil no


para designar una determinada situación objetiva —la de aquél que ha llegado
de otro sitio—, sino más bien para operar una discriminación semántica, que,
aplicada exclusivamente a los sectores subalternos de la sociedad, serviría
para dividir a éstos en dos grandes grupos, los cuales mantendrían entre si unas
relaciones al mismo tiempo de oposición y de complementariedad: de un lado
el llamado inmigrante; del otro el autodenominado "autóctono", que no sería otra
cosa en realidad que un inmigrante más veterano. Esta dualización de la
sociedad que es la que funda la distinción ya señalada entre grupos o personas
out versus grupos o personas in no se conforma con marcar a una minoría muy
pequeña a la cual sobreexplotar y hacer culpable de los males sociales. En
muchos lugares (Cataluña, por ejemplo) la raya que divide puede estar situada
muy cerca de la mitad misma de la población, de manera que los espacios
taxonómicos que separan a los inmigrantes de los autóctonos pueden cortar la
sociedad en dos grandes grupos casi equivalentes, de los cuales el de los
primeros será siempre el situado más abajo. A su vez, los inmigrantes, una vez
instalados en su mitad podrían ser segmentados a partir de su orden de
llegada, de un modo no muy diferente al que estudiara Jean Pouillon
constituyendo la base de la sociedad hadjerai del Chad. 7Tal dispositivo de
jerarquización encontraría un buen número de ejemplos. En Francia, italianos,
españoles, portugueses y magrebíes son objeto de una estratificación moral
fundada en la fecha de su incorporación a los suburbios de las grandes
ciudades. En Israel, un país todo él formado por inmigrantes, ha sido el turno
de llegada lo que le ha permitido a los sefarditas procedentes del Oriente
europeo y el Norte de África atribuirse un estatuto en tanto que autóctonos mayor
que el que le corresponde a los askenasitas venidos de Europa central, o los
originarios de Estados Unidos o Australia. Naturalmente, a quienes les toca
llevar la peor parte es a los falashas que han ido llegando a Israel desde
principios de los años ochenta, o a los que en los últimos años lo han hecho
procedentes de Rusia, Georgia, Uzbekistán o Kirgui- zistán.
Esta operación taxonómica que el valor inmigrante permite llevar a cabo puede
trascender los elementos más llamativos de la inmigritis, entendiendo por tal el
grado de extrañeza que puede afectar a un determinado colectivo.

Así, en Europa el aspecto fenotípico es un rasgo definitorio, que permite


localizar de una forma rápida al inmigrante absoluto del inmigrante relativo: el
magrebí, la filipina o el senegambés (inmigrantes totales, afectados de un nivel
escandaloso de extrañeza). Éstos pueden distinguirse del chamego, el maketo o
el terrón, inmigrantes relativos o de baja intensidad. En cambio, hay ejemplos
en los que el fenotipicamente exótico puede ocupar un lugar preferente en la
jerarquía socio- moral que la noción de inmigrante propicia, mientras que
comunidades menos marcadas físicamente pueden ser consideradas como
mucho más afectadas de inmigración. Es el caso del status que merecen los
originarios de Italia, Japón o China en Sao Paulo (que son considerados
paulistas), mientras que las personas procedentes del Norte o del interior del
68

Brasil en las últimas dos décadas merecen la consideración de inmigrantes e


incluso de extranjeros. 8

Además, el señalado como inmigrante desarrolla otra función que es de orden


esencialmente lógico-simbólico. Como muy bien ha hecho notar Isaac Joseph,
el inmigrante ha sido marcado como tal para ser mostrado sobre un pedestal,
constituirse en un personaje público, cuya función es la de pasarse el tiempo
dando explicaciones acerca de su conducta y de su presencia. Para ello se le
niega el derecho fundamental que todo ciudadano moderno ve reconocido para
devenir tal, que es el de poder distinguir con claridad entre los ámbitos privado
y público, de manera que en este último pueda recibir el amparo de esa película
protectora que es el anonimato. Con ello se logra, como ha hecho notar Isaac
Joseph que el inmigrante resulte ideal para hacer de su experiencia la de la
propia desorganización social vista desde dentro. En efecto, el inmigrante vive la
urbanidad y la civilidad, pero se le niega la ciudadanía y el civismo, justamente
porque se le niega el derecho a la plena accesibilidad. Para él, la circulación
es complicada, cuando no imposible, está llena de obstáculos y de
impedimentos.

Porque, ¿qué es la accesibilidad del espacio público sino la clave misma de la


sociabilidad ciudadana, de la urbanidad, la prueba de fuego de todo sistema
auténticamente democrático?

Si puede llevar a cabo esta tarea de operador simbólico es porque el llamado


inmigrante representa un puente entre instancias irreconciliables e
incomunicadas, pero que él permite reconocer como haciendo contacto y, al
hacerlo, provocando una suerte de cortocircuito en el sistema social. En efecto,
el llamado inmigrante representa ante todo una figura imposible, una anomalía
que el pensamiento se resiste a admitir. Simmel lo expresó inmejorablemente en
su célebre Digresión sobre el extranjero: 9 se ha fijado dentro de un
determinado círculo espacial; pero su posición dentro de él depende
esencialmente de que no pertenece a él desde siempre, de que trae al círculo
cualidades que no proceden ni pueden proceder del círculo. La unión entre la
proximidad y el alejamiento, que se contiene en todas las relaciones humanas,
ha tomado aquí una forma que pudiera sintetizarse de este modo: la distancia,
dentro de la relación, significa que el próximo está lejano, pero el ser extranjero
significa que el lejano está próximo.

La ambigüedad y la indefinición del inmigrante son idóneas para dar a pensar


todo lo que la sociedad pueda percibir como ajeno, pero instalado en su propio
interior. Está dentro, pero algo o mucho de él, depende y permanece aún afuera.
Está aquí, pero de algún modo permanece todavía allí, en otro sitio. O, mejor,
no está de hecho en ninguno de los dos lugares, sino como atrapado en el
trayecto entre ambos, como si una maldición sobrenatural le hubiera dejado
vagando sin solución de continuidad entre su origen y su destino, como si nunca
hubiera acabado de irse del todo y como si todavía no hubiera llegado del todo
tampoco. El inmigrante es condenado a habitar perpetuamente la fase liminal
69

de un rito de paso, ese espacio que, como escribía Víctor Tumer refiriéndose a
la liminalidad, hace de quien lo atraviesa alguien que no es ni una cosa, ni otra,
pero que puede ser simultáneamente las dos condiciones entre las que transita
—de aquí, de fuera—, aunque nunca de una manera integral. Ha perdido sus
señas de identidad, pero todavía no ha recibido plenamente las del iniciado. La
figura del inmigrante, puesta de este modo "entre comillas", encarna una
contradicción estructural, en que dos posiciones sociales antagónicas —
cercano-lejano; vecino- extraño— se confunden. Conceptualmente, aparece
emparentado con las imágenes análogas del traidor, del espía o, en la metáfora
organicista, del virus, el germen nocivo, la lesión cancerígena. Por ello el
inmigrante no sólo es considerado él mismo sucio, sino vehículo de
representación de todo lo contaminante y peligroso.

Es por eso que no sorprende el uso paradójico de un participio activo o de


presente —inmigrante—para designar a alguien que no está desplazándose —y
por tanto inmigrando—, sino que se ha vuelto o va a volverse sedentario, y al
que por tanto debería aplicársele un participio pasado o pasivo —inmigrado—.
También eso explica que el inmigrante pueda serlo de segunda generación,
puesto que la condición taxonómicamente monstruosa de sus padres se ha
heredado y, a la manera de una especie de pecado original, ha impregnado a
generaciones posteriores. Esa condición clasificatoriamente anormal del
llamado inmigrante haría de él un ejemplo de lo que Mary Douglas había
analizado sobre la relación entre las irregularidades taxonómicas y la percepción
social de los riesgos morales, así como las alucinaciones consecuentes a
propósito de la contaminación y la impureza. Más allá, al inmigrante podría
aplicársele también mucho de lo que, alrededor de las tesis de Douglas, Dan
Sperber había conceptualizado sobre los animales monstruosos, híbridos y
perfectos. Lo que éstos resultan ser para el esquema clasificatorio zoológico no
sería muy distinto de lo que la representación conceptual del inmigrante
supondría para el orden que organiza la heterogeneidad de las ciudades.

El inmigrante sólo podría ver resuelta la paradoja lógica que implica —algo de
juera que está dentro— a la luz de una representación normativa ideal en la
cual, en el fondo, él resultaría ser el garante último. Su existencia es entonces
la de un error, un accidente de la historia que no corrige el sistema social en
vigor, constituido por los autodenominados autóctonos, sino que, negándolo, le
brinda la posibilidad de confirmarse. Lo hace operando como un mecanismo
mnemotécnico, que evoca la verdad velada y anterior de la sociedad, lo que era
y es en realidad, ejemplarmente, en una normalidad que la intrusión del extraño
revalida, aunque imposibilite provisionalmente su emergencia. En resumen, el
inmigrante le permite a la ciudad pensar los desarreglos de su presente —
fragmentaciones, desórdenes, desalientos, descomposiciones— como el
resultado contingente de una presencia monstruosa que hay que erradicar: la
suya.
70

7 J. Pouillon,"Appartenance et identité", en: Le cru et le su, París, Seuil,1993, pp.112-122.


8 A. Silva, Imaginarios urbanos, Santafé de Bogotá, Tercer Mundo, 1992.
9 G. Simmel, " Digresión sobre el extranjero", sociología II, Madrid, alianza, 1982.
10 D. Sperber, "Pourquoi les animaux parfaits, les hybrides et les monstres sont-iis bons á penser
symboliquement", L,'Homme, XV/2 (abril-junio).

3.3 tema 3

El Centro Comercial: “Una burbuja de Cristal"


FedericoMedinaCano

“La ciudad es un discurso y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la


ciudad habla a sus habitantes” Roland Barthes

La ciudad no es sólo un organismo que sobre la práctica demuestra su


funcionalidad, es además un texto muy complejo, una escritura colectiva en la que
se puede leer la cultura de quienes la habitan, las huellas que han dejado sus
moradores y los diferentes sentidos que va construyendo su dinámica social. Es
un texto histórico construido por un número indefinido de sujetos que da cuenta de
las interacciones y de las luchas por la construcción social del sentido. En ella son
significantes tanto sus espacios, calles, edificaciones o en general los objetos que
forman el paisaje urbano, como las prácticas que realizan los sujetos que la
habitan, los usos, la circulación, los itinerarios y el comportamiento de sus
habitantes.

No está sólo hecha para la lectura del profesional, del antropólogo que busca
interpretar los sistemas de significación que no aparecen en la superficie para
comprender los objetos y los comportamientos. La ciudad es inteligible para sus
habitantes, para aquellos que poseen los códigos para descifrarla. Sus habitantes
tienen la competencia que les permite leer las señales que ésta contiene y
descifrar el contenido del espacio urbano en la apropiación que hacen de la
ciudad, y para actuar con eficacia.

Desde su historia personal, familiar y barrial, y el sitio que ocupan en la ciudad,


aprenden a interpretar las señales que genera la ciudad para orientar su conducta.
Cada sujeto que nace en ella, por canales muy sutiles aprende a leer los lenguajes
y dialectos, los gestos y signos que construyen la identidad del habitante de la
ciudad y de los miembros que habitan los diferentes nichos espaciales y culturales
que forman la ciudad.
71

En este trabajo vamos a concentrar el interés en un fenómeno reciente, en un


nuevo espacio social: el centro comercial. Este no es solamente una nueva
modalidad del consumo, es además el espejo que refleja las transformaciones
actuales en la disposición de la trama urbana. Con el centro comercial estamos
dando el paso de la ciudad tradicional, de la ciudad centralizada a una ciudad
fragmentada y dispersa, y a una nueva manera del habitante de las ciudades de
relacionarse con lo público.

No es un fenómeno simple, las relaciones que se tejen al interior del centro


comercial son muy complejas y densas. Los usos y apropiaciones que realizan de
él los habitantes de la ciudad le confieren sentidos diferentes. El objetivo de este
trabajo es reconstruir las relaciones sociales que en él se simbolizan1 y hacer
evidentes algunos de los diferentes sentidos que se le asignan. El trabajo tiene
varias partes. Los orígenes del centro comercial y la relación de su aparición con
el proceso de desarrollo de las ciudades se exponen en la primera parte. El centro
comercial es expresión de los conflictos de clase, de los procesos de exclusión
urbanos y de la privatización de los espacios públicos, este es el asunto que
explora la segunda. Los centros comerciales son ejemplos de la nueva
monumentalidad urbana y además son signos de modernización; en la tercera
parte se analizará estos factores y el sentido utópico que encierran, el ideal de
sociedad que le proponen al ciudadano. El centro comercial es una de las formas
del simulacro, en la cuarta parte se abordará sus códigos estéticos y las
propuestas estéticas de los almacenes y vitrinas. En la última parte se desarrollará
dos de los usos que este lugar permite, como espacio para intercambio, para la
convivencialidad (el consumo como una práctica de integración) y para la
diferenciación social.

Sección 1

LA CONCENTRACION DEL CONSUMO

“Prohibido aburrirse... un lugar perfecto para comprar y divertirse, que se vuelve


toda una aventura”. Mensaje publicitario En la sociedad actual se presentan dos
tendencias contradictorias en el mercado: la diseminación del consumo y la
concentración.

De un lado, la fragmentación y atomización del consumo en canales cada vez más


capilares que alcanzan segmentos de la población particulares y responden a las
variedades de consumo más diversas. De otro, la tendencia a concentrar en
lugares muy amplios diversos puntos de oferta2.
72

El centro comercial pertenece a la segunda modalidad, el espectro de productos y


servicios que ofrece es muy amplio. En su interior se concentra gran cantidad de
bienes de consumo diferentes (los renglones clásicos -productos alimenticios,
prendas de vestir, artículos para el hogar- y los productos exclusivos) y los
servicios más variados (en ellos hay peluquerías, cines -salas múltiples- boleras,
discotecas, restaurantes, bancos, cajeros electrónicos –las veinticuatro horas-,
entidades de crédito, oficinas de seguros, correos nacionales e internacionales,
agencias de viajes y oficinas de información turística, lugares para conseguir una
fotografía instantánea, guarderías, parques de diversiones y juegos mecánicos,
salones de videojuegos, pista de hielo, viveros, relojerías, floristerías, etc.). Son
lugares que el hombre urbano frecuenta para ir de compras y para satisfacer
algunas de sus necesidades. Allí encuentra “lo nuevo” (“nuevas técnicas de
ventas”, “un nuevo estilo”), “lo último” (las propuestas de moda), “lo moderno”, “lo
práctico”, “el diseño”, “la calidad”, “la garantía de marca”.

Tradicionalmente el comercio en las ciudades estaba ligado a la plaza y la calle.


La plaza era el paradigma del espacio público, era el núcleo de las actividades
urbanas y configuraba la imagen del centro de la ciudad. Su marco era la sede del
poder gubernamental, religioso y social; en el plano comercial agrupaba el
mercado ocasional, periódico o el comercio general estable. Era un espacio más o
menos cerrado y articulado con el exterior, en él el habitante de la ciudad
participaba por una serie de pequeños recorridos o simplemente permaneciendo
en él, estando en él (el ciudadano concurría a la plaza y permanecía en ella. La
plaza era un espacio conformado alrededor de un eje imaginario vertical y central).
La calle era su opuesto, era una propuesta abierta, era un espacio para recorrer,
para el desplazamiento (de una dirección a otra), para la circulación de los
ciudadanos y el encuentro, para caminar sin límite de tiempo, para pasear3. Si la
plaza aglutinaba el mercado semanal, las calles en la vida de la ciudad
representaban el comercio jerarquizado y especializado. Su importancia dependía
del centro: en ellas el comercio estaba dispuesto linealmente y perdía importancia
a medida que se alejaba del centro de la ciudad.

Posteriormente a las ciudades llega otra propuesta comercial que se integra en el


espacio urbano sin ningún traumatismo funcional o sin ningún cambio en el
sentido del espacio público: la galería o el pasaje comercial cubierto. Estos
estaban situados en el centro de la ciudad donde más se sentía la vida de la
ciudad y el flujo de público era mayor (donde usualmente la gente iba a
encontrarse, de compras, a caminar y a divertirse). No era la continuación de las
calles lineales que se alejaban del centro de la ciudad, los pasajes comerciales
crearon nuevas calles peatonales cubiertas que se integraron a la trama de las
ciudades, desviaron el tránsito de peatones de las calles y en un área mínima
reunían para uso del público un gran número de almacenes y de espacios para la
recreación y el descanso (teatros, bares, cafés, restaurantes, hoteles, clubes,
salones de exposición). Eran el sitio de la mercancía de lujo y de la moda; le
73

permitían al público burgués admirar, comprar y utilizar los productos de una


industria de lujo que estaba floreciendo4.

El centro comercial no es una continuación de las formas tradicionales del


comercio, ni del pasaje comercial. No es un espacio abierto al uso, es un recinto
cerrado, un territorio aislado y segregado de la estructura participativa de la
ciudad; es un espacio encerrado sobre sí mismo que no corresponde a la idea de
la calle urbana, ni a su fluir, ni a la concentración vital y social de la plaza por su
alejamiento de la trama y del centro de la ciudad. Aunque despiertan en el
visitante la nostalgia por la calle tradicional (la publicidad lo describe con alusiones
metafóricas que reviven la imagen de una micro-ciudad tranquila y pacífica,
armoniosa, pensada sólo para el peatón y su disfrute.

En su interior el hombre encuentra la unidad perdida entre él y la ciudad, entre la


ciudad y la naturaleza, entre la ciudad y la comunidad. Lo ofrecen como un
reducto imaginario donde es posible la convivencia y la vida en comunidad), sus
pasajes interiores, sus corredores peatonales no se pueden pensar como una
copia de las calles de la ciudad, ni sus sitios de encuentro, con sus cafés y lugares
de descanso, como un remedo de la plaza.

El centro comercial no reproduce en pequeña escala los grandes esquemas


participativos urbanos, ni la vida en comunidad que le da sentido a la ciudad. Los
centros comerciales aparecen cuando el protagonismo económico, político y
cultural del centro de la ciudad desaparece, pierde importancia el área central de
la ciudad5, el éxodo de los habitantes hacia áreas suburbanas aumenta, y el
morador de las ciudades pierde el sentimiento de vida en comunidad. Aparecen
con el proceso de “des-centramiento” 6 de las ciudades, cuando la ciudad vivida y
gozada por los ciudadanos se estrecha y pierde sus usos, el centro de la ciudad
se desvaloriza, deja de ser un referente simbólico de la ciudad para sus
habitantes, y no los congrega (no existe un lugar geográfico preciso, con sus
monumentos, calles, avenidas, edificios, parques, servicios y actividad, que
represente la ciudad)7.

De la ciudad convergente y centralizada, de disposición espacial ordenada, que


desarrollaba toda su actividad en su centro, y de la ciudad funcional zonificada,
que el movimiento moderno propuso (según las cuatro funciones: habitar, trabajar,
circular y recrearse), se pasó a una ciudad dispersa con centros periféricos, de
una gran extensión, con grandes barrios apacibles habitados por las clases
adineradas, alejados de las zonas industriales contaminadas y de las avenidas
ruidosas y densas, que se pierden en el paisaje rural (“Lo propio de la ciudad es
su avance voraz, su no reconocer fronteras”8: a la ciudad de un desarrollo
arquitectónico organizado, de disposición concéntrica, le sucede una ciudad que
crece desordenadamente, se expande sin un proyecto determinado, y se
“fragmenta al infinito”).
74

Los centros comerciales aparecen en las afueras de la ciudad9, en un


descampado o en los nuevos asentamientos (como un anexo a los conjuntos
residenciales de las clases altas y de la clase media floreciente), al lado de las
grandes vías o en las cercanías de las autopistas (son posibles porque en la
ciudad crecen los medios de movilidad, porque aumenta el número de
vehículos10). Al lado de su estructura emerge el “auto-parking”. “Es un edificio en
un mar de carros”11.

Frente a la ciudad construida en el tiempo, el centro comercial es un territorio que


se independiza de las tradiciones urbanas y de su entorno histórico. No se
acomoda a la ciudad, ocurre la inversa: la ciudad se acomoda a su presencia. En
los nuevos sectores urbanos la ciudad inventa un “presente ahistórico, acultural y
amnésico”12.

La ciudad está formada por las huellas y señales que dejaron sus habitantes en
su espacio: las casas y los edificios, las calles, las plazas, los mercados, los
teatros, los monumentos, los parques que sus habitantes construyeron. La vida y
la historia que se desarrolló en cada uno de estos espacios, los usos, las
funciones y las significaciones que sus moradores le asignaron, conforman en la
ciudad su identidad cultural. El patrimonio urbano reune tanto aquellas señales
físicas como la vida y la historia que en ellas se desarrolló.

El centro comercial representa las nuevas costumbres urbanas, no le rinde culto


al pasado, ni a la memoria de la ciudad. No busca preservar el ambiente urbano,
ni actualizar los significados de los lugares que forman el patrimonio de la ciudad:
en su interior la historia está ausente y no se vive el conflicto entre el pasado y el
presente.

En los centros comerciales preservacionistas que ocupan un espacio marcado


por la historia (construidos en antiguas construcciones con las tendencias
arquitectónicas más recientes) que reutilizan o reciclan un territorio o una
edificación ya existente (un viejo mercado, una barraca portuaria, una estación
ferroviaria, una bodega en la zona comercial de la ciudad, un palacio eclesiástico,
una universidad tradicional, un edificio de gobierno, la casona de una hacienda en
las afueras de la ciudad) la historia es utilizada como decoración y no como
arquitectura. Sus creadores no buscan restaurar el ambiente urbano: sus
referentes históricos son fórmulas estéticas, formas arquitectónicas aisladas que
perdieron sus raíces y no evocan los usos y las significaciones que en su época le
asignaron. En el centro comercial preservacionista “la historia es usada para roles
serviles y se convierte en una decoración banal... la historia es tratada como
souvenir y no como soporte material de una identidad y temporalidad que siempre
le plantean al presente su conflicto”13.

El mall no es el nuevo centro de la ciudad (a la manera de las ciudades


tradicionales) sino uno de los nuevos centros de la gran ciudad. En la mayoría de
75

las nuevas ciudades o barrios el centro comercial es el punto central del territorio,
el lugar más concurrido y significativo en el plano mental que el habitante se ha
hecho de la localidad donde vive. Es el mercado y el ágora de las ciudades
actuales: es el espacio central de cohesión social. Son espacios significantes de la
ciudad, en ellos se fusionan el mercado (es el “templo del consumo” donde se
levantan los altares secularizados de la mercancía y del objeto) y las actividades
de relación.

Sección 2

UN ESPACIO RESTRINGIDO

“Las sociedades modernas están marcadas por grandes desigualdades en el


control del espacio que disfrutan las diferentes clases” Kevin Lynch

El poder no es sólo un hecho masivo de dominación, no existe sólo en las


instituciones o entidades encargadas de la administración o en los aparatos del
Estado. No sólo es exclusivo de algunos actores sociales, atraviesa toda la
organización social y determina las relaciones de fuerza que le son inmanentes.
Es un elemento constitutivo de las interacciones, de las relaciones intersubjetivas
que se dan en el espacio urbano14. En sus diferentes formas influye
decididamente en la disposición y el desarrollo de la ciudad. En su interior
contribuye a dibujar sus fronteras, a delimitar los territorios y los modos de
interacción. Algunos ámbitos urbanos específicos son lugares donde se
escenifican los conflictos, donde se reproducen relaciones particulares de
dominación15.

La idea generalizada de que la ciudad es una comunidad que comparte un


territorio común es una falacia. Las nuevas ciudades se dividen y polarizan en
enclaves de riqueza y “manchones urbanos” de pobreza y marginalidad; en ellas
las distancias no son sólo físicas, son expresión de los conflictos sociales16. La
ciudad es cada vez menos un bien común, un espacio compartido. La interacción,
fundamento de la acción colectiva y política, pierde su espacio público.

En las nuevas ciudades hay una crisis de los lugares comunes17 y una
resignificación de los espacios públicos. El territorio común, los espacios públicos
son lugares en los que se llevan a cabo procesos de poder. En estos procesos la
diferencia entre lo público y lo privado se desdibuja, el espacio público se parcela,
se fragmenta y luego se privatiza. Los espacios públicos (las plazas, las calles, los
barrios) se privatizan o se transforman en espacios semipúblicos de circulación
restringida, en los que sólo se pueden mover algunos grupos sociales y otros
están excluidos. En estos lugares la socialidad está condicionada, no todos son
76

bienvenidos, las condiciones de ingreso y las pautas de comportamiento


seleccionan al público. Son lugares para pocos, son espacios abiertamente
hostiles para aquellos que no son considerados legítimos en este entorno. El
centro comercial es un espacio social privatizado que en su consolidación como
un nuevo territorio refleja “una crisis del espacio público donde es difícil construir
sentidos”18.

Este nuevo escenario urbano nace cuando las ciudades crecen y albergan en su
interior grupos cada vez más heterogéneos y se hace necesario diferenciarlos. En
la nueva espacialidad urbana son espacios restringidos19, en su interior se operan
procesos sutiles de segregación o de exclusión. Pero estos procesos no se
originan simplemente en la capacidad adquisitiva del comprador, aunque a veces
esto cuenta (no lo frecuentan las personas que no pueden comprar, por sus altos
costos, los productos que allí se venden). “La ciudad emite señales, los signos -de
bienvenida o de rechazo, de invitación o de exclusión influyen en los itinerarios
urbanos de los distintos sectores sociales”20.

En el centro comercial se instala una nueva socializad condicionada por los


mensajes que produce el lugar. Al establecer condiciones de ingreso elige su
público: las pautas de comportamiento y las normas que este espacio requiere
para los sujetos que lo visitan excluyen a “los otros”. Las personas que no se
ajustan a los modelos y a los patrones de conducta, a la gestualidad (a la
dramaturgia que este sitio requiere), que no comparten el código expresivo del
espacio se ven excluidos. El shopping center 21 es un índice de la nueva
estratificación, es un territorio en el que la ciudad expresa las diferencias sociales
y nuevas formas de la distinción: es un lugar cerrado organizado bajo los nuevos
rituales de la moda y el consumo.

El centro comercial es un espacio confiable, sus creadores lo promocionan como


un espacio privado o semipúblico que ofrece, frente a una sociedad “violenta y
enferma”, al desorden exterior, seguridad, comodidad y orden: “Me dan la
oportunidad de ver y hacer muchas cosas en un medio agradable y tranquilo, con
mucha seguridad”22. Sus creadores conciben al usuario habitual como el
ciudadano que ve en la ciudad un medio hostil e inseguro en el que abundan el
desorden y la amenaza. El visitante le teme a los espacios públicos, y sólo se
mueve en un sector de la misma que domina y conoce: la otra parte de la ciudad
está llena de riesgos y no la frecuenta, la desconoce y la siente como ajena (es
otra ciudad diferente a la que él habita).

El hombre urbano abandona la calle y los lugares tradicionales del trato mercantil
y se recluye en un nuevo escenario urbano, limpio y distante que no evoca el
entrecruzamiento natural de gentes, ni el escenario público que corresponde a
todos23. En su interior no se vive la decadencia y el caos exterior, la inseguridad y
77

la violencia de las grandes ciudades que trae como consecuencia la desigualdad y


la heterogeneidad; en él se disuelven los conflictos sociales y se atenúan las
diferencias económicas y la rudeza del sistema productivo.

En este micromundo las comunidades de consumidores de las que el individuo se


siente miembro se integran y el usuario experimenta con ello la falsa vivencia de
una homogeneidad. En él el sujeto vive la ilusión de la expresión de sí mismo sin
la tensión que suponen la presencia, vigilancia o censura de otros colectivos
ajenos. La diferencia es muy clara: en su interior encuentra la unidad y el orden,
en el exterior habitan la diversidad social y el caos.

Como los lugares de trabajo y de vivienda los centros comerciales son localidades
fortificadas24, son territorios protegidos del exterior en los que sus formas
arquitectónicas marcan el espacio y establecen en él límites y distancias, crean
controles y excluyen a algunos grupos del uso del lugar. Estos no son
mecanismos evidentes o que funcionan explícitamente, los usuarios no los
perciben directamente; estas formas arquitectónicas actúan de una manera
indirecta e intensamente (no son sólo medios físicos, muchas de estas formas son
barreras simbólicas, muros invisibles que separan los lugares de privilegio de los
de uso mayoritario en la ciudad).

En los centros comerciales se encuentran dos modalidades: algunos tienen una


plaza interior abierta, a la que sólo se puede acceder por puertas pequeñas
dispuestas en los lados del cuadrilátero; otros son fortalezas, ciudadelas rodeadas
de murallas25. Los que pertenecen al primer tipo son espacios abiertos, pero
realmente sus vías no conducen a ninguna parte y para las personas que lo visitan
sólo existe una salida. Los “fortificados” están rodeados de murallas y otras
barreras para impedir el acceso y el movimiento. El tamaño, la monumentalidad, la
elevación y el distanciamiento son mecanismos de control, le dan cierto aire de
grandeza, cierta jerarquía al lugar, incluso el nombre y la ubicación del edificio
confirman su rango, el aire de esplendor y de superioridad. Las paredes exteriores
no tienen vitrinas, ni ventanas (los almacenes trasladan sus vitrinas hacia el
interior del centro comercial y con ellas la actividad de los compradores.

En el exterior sólo se ven las paredes lisas rodeadas de jardines y de fuentes que
hacen las veces de foso como en los castillos medievales), las pocas ventanas
que miran hacia el exterior están dispuestas como si fueran las almenas de una
muralla (son castillos con murallas coronadas de almenas pero sin torres de
flanqueo cilíndricas o poligonales, torretas, atalayas o fronteras). Poseen varias
puertas generales en las cuales los vigilantes pueden tener el control de quien
ingresa o quien sale al exterior (de una manera contradictoria con todo lo anterior,
78

sus puertas no son expresión suprema de la autoridad, ni muestran de una


manera arrogante los límites del territorio; no son puertas pesadas, opacas
imponentes y abigarradas de cerrojos y cerraduras como las ciudadelas del
medioevo europeo; son como las puertas posmodernas26 transparentes -muchas
de ellas son de cristal, sin cerrojos, ni grandes mecanismos de control, que
comunican un mensaje contradictorio: expresan a la vez proximidad y distancia; de
un lado, una gran accesibilidad (están hechas para circular), y de otro, son una
barrera no menos enérgica que la que manifiesta la primera forma de puerta).

Los parqueaderos exteriores o subterráneos actúan simbólicamente como la


explanada que rodeaba los castillos: los exteriores son espacios vacíos y abiertos
visualmente que sirven para aislarlo (son islas rodeadas de automóviles), los
subterráneos los elevan del nivel del piso y simbólicamente dan una sensación de
altura y distancia frente a lo terreno y lo mundano.

Además la administración interna también ejerce el control del tiempo y la


permanencia de los clientes y regula el uso interno de los espacios: el centro
comercial establece el horario y determina la hora de inicio de las labores y de
cierre, vigila que se haga el uso programado por la administración y trata de evitar
que los usuarios puedan hacer otro uso de ellos o le cambien su función.

Sección 3

UN MUNDO PASTEURIZADO

Los centros comerciales aparecen en el mapa como los “pulmones” de la ciudad:


son una maqueta climatizada de un fragmento de ciudad, con calles, plazas y
zonas verdes. Son palacios modernos pletóricos de luz y atmósfera, de intimidad y
naturaleza. Están formados por un conjunto de edificios, por bloques de
edificaciones que se erigen orgullosamente en el paisaje y a lo lejos se ven como
el espejismo de una iglesia que en lugar de campanarios y cúpulas luce sus tubos
de neón (lo que expresaba la iglesia en las ciudades tradicionales lo representa el
centro comercial).

En la ciudad actual los shopping center representan el nuevo ideal estético, la


nueva concepción de la monumentalidad urbana. Su característica principal su
grandiosidad. Están concebidos como espectáculo: desde fuera por su forma
cerrada y completa (aparecen como un edificio o un bloque de edificaciones único
y autosuficiente en el paisaje urbano), desde dentro, por la serie de elementos
decorativos (están poblados de espejos coloreados, mármoles y pisos lustrosos,
jardines colgantes, palmeras, árboles, flores y plantas por doquier, anuncios
alumbrados y multicolores -de neón como en la gloriosa época de los cafés
79

parisinos- y de fuentes luminosas), y los gadgets mecánicos y electrónicos


(escaleras eléctricas, ascensores panorámicos, televisores -con cadena interna de
televisión en la que se promueven las tiendas y artículos que se encuentran en él-
,videocámaras de seguridad, altoparlantes y centros de información) que subrayan
el carácter refinado y moderno de la edificación. No tienen el estilo “industrial”, el
estilo masculino, rudo, frío y duro de los edificios públicos de comienzos de siglo,
dedicados al comercio y a la producción en serie; no están construidos como los
aburridos monobloques de la arquitectura moderna ni son el remedo de las
edificaciones abigarradas del denso centro de las populosas ciudades
tradicionales.

En su interior disponen de grandes espacios y permiten una vivencia del territorio


libre y no restringido. Su arquitectura es femenina: predominan sobre el gris y el
blanco “clásico” de las edificaciones públicas tradicionales, los colores y los tonos
pastel (el blanco-rosa, el verde-menta, el azul pálido, el lila y el salmón, por
ejemplo). Es una arquitectura que anula el sentido del tiempo y de la historia: no
continúa con una tradición o plantea una ruptura con el estilo de la arquitectura
urbana anterior, es una arquitectura ecléctica que aglutina sin ninguna coherencia
fragmentos de formas arquitectónicas arcaicas y vanguardistas, populistas y
elitistas de todo país y de todo lugar, sin respetar su contexto y su sentido.

Están diseñados con pasajes al aire libre o con senderos cubiertos con tejados de
vidrio o con materiales que permiten la entrada de luz solar abundante. Están
provistos de luz cenital: en su interior, en sus pasajes y plazas penetra un sol
censurado, indirecto, que le permite al visitante, de una manera atenuada, tener la
vivencia del paso de las horas y del ritmo del día. La naturaleza está domesticada,
está reconstruida en su interior de acuerdo con las especificaciones del espacio y
los principios de la más calculada disciplina ambiental. En su interior el verde
urbano es pensado no sólo como un espacio higiénico, es un lugar privilegiado de
socialización, es la expresión cívica de la transparencia y la disciplina. Están
decorados con fuentes de agua, falsos lagos o canales, plantas tropicales, jardines
colgantes, motivos ornamentales realizados con elementos vegetales, horizontes
de mármol, enlosados marinos. No es sólo un signo de modernización: el
shopping en las nuevas ciudades le permite a su habitante la vivencia de una
utopía, es un recinto aislado donde todo funciona bien: hay aire climatizado,
música funcional, seguridad y control.

“El centro comercial se cierra al exterior, es como una cápsula o container caído
del cielo”27. Es un lugar aislado que le ofrece a quien lo visita un universo
particular y concreto al que tiene acceso con sólo cruzar el umbral que lo separa
del resto de la ciudad. Es un objeto-monumento hacia afuera y una cápsula-
confort en su interior28. Es un territorio que expresa simbólicamente la diferencia
entre el exterior y el interior, entre lo real y lo ideal, lo ordinario y el sueño, lo
corriente y la utopía. En el centro comercial “todo está previsto”: reduce la ciudad a
80

un mundo privado, suspendido en el tiempo, que atrae a sus visitantes con sus
promesas de bienestar. Con la fusión del confort, la belleza y la eficacia, le ofrece
al habitante de la ciudad la paz y la armonía, las condiciones materiales de la
felicidad que la ciudad anárquica le niega.

El amparo de sus “cielos” ofrecen al consumidor un espacio protegido contra


ruidos molestos, el aire contaminado de los automóviles o fábricas, la inseguridad
exterior, y el mal tiempo: son una “burbuja de cristal”, un mundo artificial
pasteurizado de las bacterias “del realismo ambiental”, un medio aséptico en el
cual puede pasear e ir de compras.

En el centro comercial los extremos de lo urbano y los referentes espaciales del


centro de la ciudad se disuelven. En su interior desaparecen los ruidos
desordenados y estridentes de la vida agitada de la ciudad, el claroscuro y el
juego de luces y de sombras de sus calles, el contraste entre las grandes
edificaciones y las pequeñas, los monumentos con su belleza y fealdad, las luces
y avisos luminosos que llenan la parte alta de las fachadas de las edificaciones,
las señales de tránsito, los textos escritos y las imágenes que colman las calles
(afiches, vallas, pancartas). Al paisaje del centro, confuso y denso, opone un
mundo embellecido por la estética del mercado. En su interior desaparece
totalmente la geografía urbana, sus muros altos no permiten a sus visitantes ver el
exterior, las calles, las avenidas o los barrios que lo rodean. Es un espacio donde
el mundo real no entra, es un mundo puro: puro de miserias, de pobreza, del
deterioro de los espacios públicos, de la violencia exterior, de la decepción y la
frustración. Es un mundo regido por el orden, la organización, los buenos modales,
la disciplina, la limpieza y la racionalidad. Nada de lo que hay en su interior es ruin,
feo, abandonado o sufre el efecto de la polución. Es un “enclave de prosperidad”,
un universo repleto de signos que sólo trasmiten positividad, una vida sin
conflictos o un mundo de sueños.

En su interior no existe lugar para el poder o el culto. No es el núcleo de la


actividad administrativa o religiosa: no contiene como el centro de la ciudad los
edificios del gobierno, ni los lugares del culto. Tampoco es el sustituto de la plaza
pública, no congrega los grupos políticos, las masas fervientes y deliberativas. En
él el único credo que se practica es el del consumo. En esa “burbuja”, en este
mundo amurallado no existe nada que recuerde la disciplina, el rigor de la
producción, el paso del tiempo, la miseria de la vida cotidiana. Frente al mundo
laboral el centro comercial es un ámbito donde se respira un aire de vacaciones.

Con su hospitalidad ofrece a quien lo visita la posibilidad de vivir por unas horas
en un mundo alejado de la austeridad y la parquedad que rodean la vida cotidiana
y de los diálogos de la comunicación.

En su interior “se han condensado todos los elementos benévolos y ociosos de la


gran ciudad. Allí no hay oficinas, ni hospitales, ni escuelas ni comisarías. El mundo
de la enfermedad o la represión ha sido extirpado y sólo queda el ocio ungido por
la facultad de comprar”29. El centro comercial es el resultado de una arquitectura
81

que preconiza más “el envase que el contenido”, que enfatiza el valor de la
imagen, del enmascaramiento, del retocado o del maquillaje.

Es un edificio donde la ecuación “forma-función-constructividad” se altera


acentuando la estética, la decoración. En su interior “lo monofuncional sigue
imperando pero con un decorado y un esteticismo no funcionales, con simulacros
de fiestas y una simulación de lo lúdico”30. Las condiciones del clima interno son
falsas: “en su interior hay una decoración de invierno, un vestuario de invierno,
una fiesta cuando en el exterior nada de ello está ocurriendo. Puede ser primavera
allí independientemente de la gran nevada callejera, otoño al margen de una
temperatura estival a la intemperie” 31. Su esencia no es la materialidad, su
condición es el simulacro, es “un mundo de apariencias”, “un universo travestido”,
atravesado por la ilusión y el engaño. Es una caja de maravillas, un remedo del
paraíso que vuelca su estridencia hacia el interior.

Es un lugar para comprar confort o gozar de un espectáculo brillante,


confeccionado con una deslumbrante escenografía fabricada con materiales
reales o simulados. En sus pasillos y corredores, dedicados exclusivamente a los
peatones (el ruido y el transitar de los vehículos no incomoda ni evita el pasear),
abren sus puertas al público tiendas con vitrinas que exponen los objetos más
exquisitos, lujosos y extravagantes, creando un mundo polícromo de artículos de
consumo de primerísima categoría a disposición del que posea el dinero necesario
para su adquisición.
82

Unidad 2

La segunda unidad llamada REPENSANDO LA CIUDAD trabaja tres capítulos


también, el primero llamado “Simbologías Urbanas” que trabajará desde la
mirada antropológica algunas perspectivas de lo que se puede hacer en la ciudad,
el segundo capítulo llamado “Miradas sobre la Ciudad” mostrará algunas
perspectivas que han trabajado disciplinas como la Literatura, la Psicología y la
Antropología cuando de trabajar la ciudad se trata, y el tercer capitulo llamado
“Propuestas de Ciudad” mostrará las propuestas que algunas organizaciones
han realizado en pro del desarrollo a todo nivel de la ciudad como espacio de vida.

OBJETIVO GENERAL

Reconocer algunos aportes que disciplinas de las ciencias sociales han realizado
sobre la comprensión y construcción del fenómeno sociocultural llamado ciudad.

OBJETIVOS ESPECIFICOS

- Reconocer aportes desde diferentes disciplinas y autores en torno al estudio de


la ciudad
- Identificar algunas propuestas realizadas para el mejoramiento de la ciudad a
nivel mundial
- Realizar ejercicios de identificación de lugares "cercanos" a través de la lectura
de diversos textos
83

COMPETENCIAS

- Reconoce algunos aportes construidos desde algunas ciencias sociales para el


estudio de la ciudad
- Realiza ejercicios de identificación de su ciudad a partir de la lectura de textos
- Identifica y busca propuestas de mejoramiento para su propia ciudad

METAS

- Que el estudiante identifique propuestas de construcción de mejoramiento que


puedan servir para aplicar dentro de su propia ciudad
- Que el estudiante reconozca aportes alrededor del tema de estudio y
construcción de ciudad
84

1. Capitulo Simbologías Urbanas


En este capítulo se trabajará desde una mirada simbólica algunas perspectivas de
lo que se puede hacer en la ciudad.

1.1 tema 1

Antropología Urbana
Jorge Andrés González

Antropólogo de la Universidad de los Andes. Bogotá, Colombia.

La tradición urbana en América Latina data desde el periodo


clásico, en el que surgen las más importantes ciudades del
hemisferio de la época: Teotihuacan, Tenochtitlán y Cuzco; las que
se caracterizaron por planteamientos urbanísticos definidos y por
la gran concentración de población (cerca de 200.000 personas
habitaron la primera). Sin embargo, otras culturas desarrollaron
algunos centros urbanos más pequeños como los mayas (Tikal,
Copán, Quiriguá, Uxmal, Palenque), Toltecas (Tula), Zapotecas
(Montealbán), Pipiles (Tazumal, San Andrés, Joya del Cerén)
Chimú (Chan Chan), etc. algunos con amplias funciones religiosas.

Actualmente, Latinoamérica se caracteriza por tener gran parte de


sus habitantes viviendo en una ciudad (cerca del 70% de la
población), por lo que no es de extrañar que varias de la ciudades
más grandes del mundo se encuentren en esta región:

CIUDAD PAÍS POBLACION


(aproximada)
México D.F. México 27.000.000
São Paulo Brasil 25.000.000
Rio de Janeiro Brasil 15.000.000
Buenos Aires Argentina 13.000.000
Lima Perú 10.000.000
Bogotá D.C. Colombia 7.000.000
Santiago de Chile Chile 6.200.000
Belo Horizonte Brasil 5.000.000
Guadalajara México 4.400.000
85

Porto Alegre Brasil 4.100.000


Monterrey México 3.900.000
Caracas Venezuela 3.400.000
Salvador de Bahía Brasil 3.200.000
Medellín Colombia 3.000.000
La Habana Cuba 2.300.000
Montevideo Uruguay 2.100.000

Esto ha traído serios problemas a las estructuras social y


ambiental de las urbes, pues el incremento constante en la
población precisa de mayores recursos, en algunos casos no
renovables, mayor disposición de tierras para vivienda, más
fuentes de empleo, más equipamientos, etc., necesidades que aún
en varias ciudades latinoamericanas no han sido satisfechas, y en
el mejor de los casos, se les han dado soluciones a medias,
informales y que benefician a los pobladores de ingresos medios y
altos generando marginación física y social.

A esto, se le suma la llamada "Primacía Urbana", que es cuando


una ciudad mayor establece unas relaciones de control con otras
ciudades, concentrándose en ésta la mayor población, pues ahí
está la mayor y mejor oferta de empleo, vivienda, poder,
innovación social y cultural, recreación y la generación de riqueza.
Sin embargo, en América Latina se puede hablar de dos
excepciones, es decir, países en donde se desarrollaron varios
centros regionales con economías propias funcionales y
crecimiento equilibrado: Brasil (São Paulo, Rio de Janeiro, Porto
Alegre, Recife, Curitiba, etc.) y Colombia (Medellín, Cali,
Cartagena, Barranquilla, Pereira, Bucaramanga). En varios casos,
este fenómeno es uno de los que ha contribuido a empeorar la
situación social de las urbes, pues es el que poco a poco ha
llenado las periferias de personas que llegan buscando un
bienestar que no es muy probable conseguir.

Igualmente, la falta de incentivos en el campo (pésimos precios de


compra de cosechas, falta de infraestructura, escasez de empleo)
o la situación de orden público, obliga a que muchas familias
migren a las ciudades, aumentando los llamados "cordones de
miseria" que rodean a las urbes.

Todo esto, convierte a la ciudad latinoamericana en un cercado de


problemas, pero también, en un cercado de riqueza cultural y
étnica, pues México, Lima o Santiago son una pequeña muestra
de lo que es el país, e incluso otros. Por esto, la ciudad es uno de
86

los objetos de estudio más interesante para la antropología, pues


es un espacio en el que se puede reconocer la diversidad.

La antropología urbana se dedica a estudiar la vida en la ciudad, a


describir y analizar los actores y comunidades que la componen,
enmarcando esto en un ámbito cultural, social y económico
definido. Ya no se estudia al otro "exótico", sino a otro respecto a
nosotros mismos, otro social, cultural, económico, étnico, sexual, y
a otro íntimo pues la representación del individuo es una
construcción social que le interesa a la antropología; es también
porque toda representación del individuo es necesariamente una
representación del vínculo social que le es circunstancial.

Esta es una subdisciplina relativamente joven, que surge de la


necesidad de conocer a profundidad a las "sociedades complejas"
o "industriales", caracterizadas por su heterogeneidad. Se
considera a Robert Redfield como su fundador al cuestionarse
sobre la causalidad del comportamiento urbano como origen de la
diferencia entre lo "rural" y lo "urbano".

La ciudad es el objeto de estudio de varias disciplinas, las cuales


precisan de un trabajo conjunto para lograr entenderla. Dentro de
este trabajo, la antropología aporta la etnografía como herramienta
para trabajar la ciudad; esta es aplicada como observación –
participación de una realidad a la que pertenece tanto el
observado como el observador.

Por otra parte, la antropología urbana puede ayudar (o por lo


menos lo intenta) a resolver los diferentes problemas sociales que
se presentan en la urbe. Teniendo en cuenta el bagaje teórico y
metodológico de la disciplina, puede promover procesos de
desarrollo participativos teniendo en cuenta las características
sociales, culturales y económicas de las comunidades y los
individuos que conforman la ciudad. Un antropólogo urbano tiene
bastante que decir y hacer en la formulación, ejecución y
evaluación de políticas encaminadas al ordenamiento del territorio,
la participación ciudadana en los procesos administrativos de la
ciudad, el mejoramiento de las condiciones de vida de los más
pobres y la promoción de la diversidad étnica, cultural y social. Sin
embargo, y como se mencionó anteriormente, el estudio de la
ciudad debe ser interdisciplinario, lo que permite entender y
estructurar los diferentes aspectos émicos, haciendo comprensible
determinada realidad urbana.

La ciudad, como objeto de estudio, ofrece múltiples temas para


trabajar desde la antropología; entre los de mayor demanda en
87

Iberoamérica están:

• Estudios sobre "tribus urbanas" (barras bravas, pandillas,


skin heads, etc.)
• Sector informal de la economía urbana.
• Cultura de la empresa y de industria.
• La ley y el orden. Violencia urbana. Criminalística.
Territorios de miedo en la ciudad.
• Clases sociales. Clase y estilo de vida.
• Minorías en la ciudad (Inmigrantes, desplazados,
afroamericanos, indígenas). Construcción de identidad e
inserción.
• Religión en la ciudad. Prácticas religiosas. La "Iglesia
Electrónica"
• Redes de solidaridad.
• Roles masculinos y femeninos.
• Territorialidad. Espacios. Definición de lugares. Espacios
Públicos y Privados. Construcción de ciudad, comuna,
barrio.
• Diseño, ejecución y evaluación de proyectos sociales
urbanos en áreas como la salud, educación, vivienda,
participación comunitaria, mejoramiento del entorno, medio
ambiente, drogadicción, familia, derechos humanos, y para
grupos sociales vulnerables como prostitutas,
recuperadores de desechos, indigentes, delincuentes; y con
grupos generacionales vulnerables como niños, jóvenes y
ancianos.
• Intercambio. Redes de intercambio.
• La familia en la ciudad (cómo es, cómo es su filiación,
parentesco, residencia)
• El niño en la ciudad (cómo la construye y cómo se identifica
con ella)
• Producción y reproducción de sistemas culturales.
• Recuperación de la memoria colectiva. Historia urbana
desde lo emic.
• Etnografía de los lugares y no lugares urbanos (Centro
comercial, burdel, bar, Plaza Mayor, estación del metro,
transporte público, Iglesias, parques, playa, etc.)
• El folklore urbano.
• Diseño de políticas sociales y culturales acordes a la
realidad.

Por esto, la antropología urbana es una de las subdisciplinas


sociales que permite un mejor entendimiento de la ciudad, pues va
88

más allá de una simple descripción de los comportamientos que se


dan en ella, ya que permite reconstruir la lógica de los pobladores
desde ellos mismos, registrando costumbres, concepciones, y la
interpretación que éstos hacen de sus propios actos y su vida;
igualmente, las soluciones que llos habitantes de la urbe dan a los
problemas que ésta les plantea.

NOTAS

(1). AUGË, Marc (1992) Non – lieux. Introduction à une


anthropolgie de la surmodernité. Editions du Seuil. París. PP 26.

Tomado:
http://www.plazamayor.net/antropologia/archtm/urbana.html

Sección 1

Idea, imagen y símbolo de la ciudad


JOSEP MARÍA MONTANER

La esencia de las ciudades no radica sólo en factores funcionales, productivos o


tecnocráticos. Éstas están hechas de muy diversos materiales, entre ellos la
representación, los símbolos, la memoria, los deseos y los sueños. Es la
superposición continua de muy diversos estratos lo que estructura toda ciudad,
reino de la diversidad y la pluralidad, fenómeno que no se puede interpretar de
manera unívoca.

Ciertos textos se han convertido a lo largo de estas últimas décadas en valiosas


guías para orientarse en la búsqueda y delimitación de los materiales que
conforman las ciudades.

Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss (1955), partiendo de la admiración de los


estructuralistas por los inicios, por la esencia primitiva de toda experiencia humana
refleja aspectos esenciales del espacio urbano en el viejo y el nuevo mundo: "Para
las ciudades europeas, el paso de los siglos constituye una promoción; para las
americanas, el paso de los años es una decadencia" ("Tristes Trópicos"). Lévi-
Strauss señala los misteriosos factores que nutren la materia de las ciudades: "El
espacio posee sus valores propios, así como los sonidos y los perfumes tienen un
color y los sentimientos un peso". Por muy rebelde que haya llegado a ser nuestra
mente euclidiana a una concepción cualitativa del espacio, no depende de
nosotros que ésta exista.
89

La imagen de la ciudad de Kevin Lynch (1960) constituyó una referencia esencial


respecto a la percepción psicológica que los ciudadanos poseen de su propio
entorno urbano. Partiendo de los patrones gestálticos, Lynch estableció los cinco
modelos formales de legibilidad que los habitantes utilizan para interiorizar las
ciudades en las que viven: sendas, bordes o límites, barrios, nodos o nudos y
mojones o hitos.

Muerte y vida de las grandes ciudades (americanas) de Jane Jacobs (1961)


constituyó una de las primeras críticas abiertas a la urbanística moderna,
demostrando que es en los tejidos de la ciudad tradicional donde existe más vida
social, más relación entre la gente e, incluso, más seguridad.

La arquitectura de la ciudad de Aldo Rossi (1966) se ha convertido en el


fundamento teórico de las interpretaciones contemporáneas de la ciudad
entendida como lugar de la complejidad, de la memoria urbana, de tantos
elementos irreductibles e irracionales.

Las ciudades invisibles de Italo Calvino (1972) aparece como fabulación contra
las concepciones tecnocráticas. Todas las ciudades de Calvino tienen el nombre
de una mujer y siempre se desarrollan en el terreno evanescente de la fantasía, el
deseo, los signos y la memoria. En Las ciudades invisibles reside la nostalgia a
causa de la paulatina desaparición de la memoria urbana en aras del progreso.

La idea de ciudad de Joseph Rykwert (1976) también surge como crítica a la


pobreza del discurso urbanístico moderno, desvelando los valores fundacionales,
inquietantes y oscuros que están en las raíces de las ciudades; el subconsciente
de las ciudades, en definitiva. Al olvido del sentido de los elementos urbanos en la
ciudad contemporánea, Rykwert contrapone el sentido y la unidad que la ciudad
del mundo clásico poseía como reflejo del orden del universo.

Y por último, el libro Las ciudades del deseo, de André Antolini e Yves-Henry
Bonello (1994) constituye una de las últimas defensas del sentido de lo urbano
ante la crisis de las ciudades generada por la nueva civilización de los medios de
comunicación de masas. El discurso del deseo, la ciudad como el lugar de las
prácticas rituales, de la tensión y del muticulturalismo, lo urbano como recinto de la
ley y la transgresión son presentados como alternativa para que la ciudad siga
vigente. Según los autores no es casual que dos monumentos tan trascendentales
como el Partenón y el Panteón, surgieran precisamente en el contexto de la
Atenas de Pericles y de la Roma de los Césares. De la misma manera que las tres
historias clásicas –Grecia, Israel y Roma- se funden con las ciudades que fueron
su escenario: Atenas, Jerusalén y Roma.

Algunos de estos textos permiten detectar las diferencias entre las ciudades del
viejo y el nuevo mundo en la medida que son los factores fundacionales los que
determinan las diferencias entre muchas ciudades mediterráneas, -creadas a partir
de la intersección y confluencia de los ejes del cardo y del decumanus y
cohesionadas a partir de los núcleos fundamentales de la ciudad medieval-, y
90

muchas ciudades americanas –creadas sobre el vacío urbano de la cuadrícula y


extendidas a partir de líneas dinámicas y abiertas, primero las del ferrocarril y
luego las de las autopistas. Por ello la forma de unas es concentrada y articulada y
la de las otras es extensa, libre y dispersa, a base de objetos autónomos y
verticales sobre una trama abstracta. Pero al mismo tiempo, la mayoría de las
ciudades latinoamericanas son distintas de las norteamericanas y europeas en la
medida que la fuerza de la naturaleza –ya definitivamente domesticada en Europa-
es la protagonista de ciudades como Caracas, Río de Janeiro o Bogotá. (Véase La
arquitectura descentrada, Marina Waisman)

Sección 2

Incluso en ciudades modernas siguen perviviendo las referencias a los mitos


fundacionales utilizados en las ciudades griegas, etruscas y romanas aunque sea,
por ejemplo, el trazado cruciforme de las líneas del metro.

En cualquier gran ciudad, por muy inmensa metrópolis que sea, es posible
delimitar sus espacios con carácter sexual –femenino, masculino, mixto- como los
mercados, los cafés o las salas de fiesta; sus equilibrios ecológicos; los rastros de
sus sueños; sus arqueologías olvidadas; sus subterráneas redes de tráfico. Si
utilizamos el símil establecido por Ludwig Wittgenstein y por Mauricio Merleau-
Ponty entre los elementos del lenguaje –las palabras y los conceptos- y los
elementos de las ciudades –los edificios, las calles, las plazas-, podríamos
establecer que de la misma manera que con el paso del tiempo los significados
originales de muchas palabras y conceptos han quedado ocultos o han ido
evolucionando, también el valor simbólico de muchos elementos urbanos ha
quedado olvidado bajo los estratos de la ciudad actual. (…)

Medios de expresión y comunicación modernos, como la fotografía, el cine y el


cómic, han colaborado a determinar la misma imagen de la ciudad moderna.
Películas como Metrópolis (1929), Blade Runner (1982) o Brazil (1984), que se
han inspirado en la realidad de las ciudades y que han servido de inspiración para
los proyectos posteriores, han demostrado que el futuro tiene un corazón antiguo,
que la ciencia ficción siempre se acaba constituyendo como collage o patchwork
de fragmentos ya existentes (Véase Matteo Vercelloni, Cinema e Architettura. Il
futuro ha un cuore antico). La crítica sociológica a la ciudad moderna y el énfasis
en el determinismo ambiental, expresados en el cine de entreguerras que se
realizó en Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia, anunciaron tanto las críticas a
la urbanística tradicional como la oposición a la moderna receta del zoning. (Véase
Anthony Sutcliffe, La ciudad en el cine. 1890-1940)

El director de cine Win Wenders ha planteado una reflexión crítica sobre la


esencia de grandes ciudades como Berlín, París, Lisboa o Tokio y sobre el
territorio desierto entre las grandes metrópolis estadounidenses. Wenders
defiende la existencia de espacios marginales, no diseñados, y reclama el valor de
91

la memoria como fuerza que remite hacia el futuro. Como en Las ciudades
invisibles de Calvino o en las fotografías de Henry Cartier-Bresson, Wenders
reivindica la identidad de estos lugares genuinos sobre los que no ha pasado aún
el uniformador diseño moderno. (Véase Win Wenders, Hans Kollhoff, Una ciutat.
Una conversa)

Sección 3

Toda colectividad necesita de unos lugares arquetípicos cargados de valores


simbólicos; si la ciudad no se los ofrece, los grupos sociales los crean. Todo
conglomerado humano necesita vivir en un ambiente configurado por límites,
puertas, puentes, caminos y vacíos. Desea lugares de relación como plazas,
mercados y centros comerciales. Recintos mixtos como salas de baile y
discotecas. Siempre se van generando nuevos espacios sagrados, símbolos del
poder, como los museos y las entidades bancarias. Las puertas se han convertido
en estaciones, puertos, aeropuertos e intercambiadores. La escuela ha sucedido a
la iglesia como foco estructurador del barrio y como centro de transmisión de
pautas de vida social. El museo y el centro de arte se han convertido en los
máximos focos de transmisión de civilidad, urbanidad y gusto. El espacio de los
espectáculos deportivos –especialmente el campo de fútbol- constituye una
recreación mítica del verde espacio rural en el interior del perímetro urbano, tal
como en la Edad Media y el renacimiento hicieron los claustros en monasterios y
cartujas.

Si las galerías comerciales y los grandes almacenes de las capitales europeas


del siglo XIX comportaron una prolongación de la tradición de calles, plazas y
mercados, en cambio, los shopping centers y los malls han satelizado y
desmembrado tanto las viejas como las nuevas ciudades.

En las últimas décadas ha ido tomando cuerpo una concepción fragmentaria de


la ciudad, abandonando toda ambición globalizadora e idealizante. El situacionista
Guy-Ernest Debord habló a finales de los años cincuenta de psico-geografía, de
deriva y de la ciudad entendida como diversos fragmentos o secuencias de
palabras a las que cada usuario, según sus afinidades electivas e intereses
comunes, accede rápidamente con los medios de movilidad y transporte. Se
empieza a intuir una nueva concepción espacial de la ciudad. "Aquello roto o
fragmentado se graba mucho mejor en la memoria que aquello ‘entero’. Lo ‘roto’
tiene una superficie rugosa donde se puede agarrar la memoria" ha señalado Win
Wenders. Tanto el proyecto teórico Exodus o los prisioneros voluntarios de la
arquitectura de Rem Koolhaas y Elia Zenghelis (1972), como los ejercicios
dirigidos por Bernard Tschumi en la Architectural Association de Londres, el
James Joyce’s Garden (1977) por ejemplo, critican la ciudad zonificada del
racionalismo conectando fragmentos y áreas heterogéneas de manera dinámica.
92

En toda ciudad se van superponiendo en estratos los momentos relevantes de su


historia, van quedando islas de objetos, resistencias fragmentarias que remiten a
globalidades pasadas, imposibles ya de recomponer. Toda ciudad viva tiene como
misión servir de puente el pasado y el futuro, ya no puede existir futuro sin
memoria del pasado (Win Wenders). Aquí radican los valores simbólicos de los
elementos de la ciudad, ya que simbolizar significa la representación de una
ausencia, la expresión de una memoria. Una memoria colectiva que se concreta y
expresa en los nombres de los lugares, en los monumentos, en las tipologías
arquitectónicas, en los recintos del trabajo, en los espacios públicos, en los
ámbitos para la vida comunitaria, en los restos arqueológicos, en las fotografías y
documentos antiguos.

Precisamente, una de las misiones clave del arte en la metrópolis ha de ser la de


colaborar a desvelar estos vestigios, recuerdos y fuerzas. El mecanismo que nutre
las ciudades no es estrictamente racional sino que se apoya en una coherencia
dinámica hecha de tensiones, pugnas y pactos entre agentes y operadores
heterogéneos. La ciudad debe aportar lugares de comunicación, de información
gratuita, itinerarios lúdicos. La lucha por defender los espacios públicos constituye,
en definitiva, un elemento básico para la democratización de la sociedad. Cada
vez que un lugar público se privatiza, es la colectividad la que pierde y ve
mermado su derecho a participar de la ciudad (El concepto del "derecho a la
ciudad" nace del pensamiento social de 1968 y es fundamentado por Henri
Lefebvre en su libro El derecho a la ciudad). Este "derecho a la ciudad" se debe
ampliar con la exigencia del derecho a la memoria, a la belleza y a los lugares
para expresión de la comunidad. Y aquí radica el lugar metropolitano del arte.

Tomado de: http://www.revistacontratiempo.com.ar/montaner.htm

1.2 tema 2

Culturas urbanas de fin de siglo: la mirada antropológica


Néstor García Canclini

Al terminar el siglo XX, la antropología parece una disciplina dispuesta a abarcarlo


todo. Desde hace varias décadas trascendió el estudio de pueblos campesinos no
europeos o no occidentales, en los que se especializó al comenzar su historia
como disciplina. Ha desarrollado investigaciones sobre las metrópolis, se fue
ocupando de todo tipo de sociedades complejas, tradicionales y modernas, de
ciudades y redes transnacionales. Autores posmodernos muestran incluso que el
estilo antropológico de conocer tiene algo peculiar que revelarnos sobre las formas
de multiculturalidad que proliferan en la globalización.
93

Hasta cierto punto, otras disciplinas -como la demografía y la economía- se


arriesgan también a ser omnipresentes y omnisapientes al querer explicar con un
solo paradigma el universo entero. Pero los antropólogos pretendemos, además,
ocuparnos de lo macro y lo microsocial, decir al mismo tiempo cómo articular
conocimientos cuantitativos y cualitativos. Una de las zonas donde esta capacidad
abarcativa resulta más problemática es la ciudad.

Hay una manera de valorar el trabajo antropológico sobre lo urbano, que


descartaré en este texto: consistiría en reseñar las contribuciones realizadas por la
antropología durante su historia al conocimiento de ciudades específicas y a la
elaboración de la teoría urbana. Tres razones me hacen preferir otro camino. La
primera es que esta tarea enciclopédica, que requiere muchas más páginas que
las del presente artículo, ha sido cumplida por varios libros en las últimas décadas
(Eames y Goode 1973, Hannerz 1992, Kenny y Kertzer 1983, Signorelli 1996,
Southall 1973), y por volúmenes colectivos de revistas en varias lenguas (por
ejemplo, Ethnologie française, 1982; La ricerca folklorica, 1989; Urban Life, varios
números; Urban Anthropology, 1991; Revista internacional de ciencias sociales,
1996). En el balance organizado por Kemper y Kratct en Urban Anthropology, que
abarca casi exclusivamente lo producido en Estados Unidos, se registraban a
principios de esta década 885 antropólogos urbanos, incluyendo arqueólogos,
lingüistas y antropólogos físicos; aunque el mismo informe indica que el 70% de
los investigadores son antropólogos sociales. (Kemper y Kratct, 1991). Esta es
una de las razones por la cual restringiré a esta "subdisciplina" el análisis del
presente texto.

En segundo lugar, debemos reconocer que, si bien desde el siglo XIX la


bibliografía antropológica ofrece muchos estudios sobre ciudades, con frecuencia
cuando los antropólogos hablan de ellas en verdad estaban hablando de otra
cosa. Aunque se ocupen de Luanshya, o Ibadan, de Mérida o Sao Paulo, en
muchas investigaciones lo principal que se busca averiguar es cómo se realizan
los contactos culturales en una situación colonial o las migraciones durante la
industrialización, cuáles son las condiciones de trabajo o de consumo, qué queda
de las tradiciones bajo la expansión moderna.

Pese a las tempranas contribuciones de la Escuela de Chicago en los años veinte,


cuando se constituyó la ciudad en objeto específico de investigación para
sociólogos y antropólogos, sólo episódicamente la antropología la tomó como
núcleo del análisis social. Apenas en las tres últimas décadas lo urbano se
convirtió en un campo plenamente legítimo de investigación para esta disciplina,
con los requisitos que esto supone, o sea especialistas de primer nivel que se
dediquen a explorarlo, reconocimiento cabal en planes de estudio de grado y
posgrado, financiamiento para trabajo de campo, reuniones científicas y revistas
especializadas (Kemper y Kratct 1991).

La tercera motivación para no tratar la confrontación actual de la antropología con


la ciudad bajo el formato de una revisión histórica, es que los desafíos que implica
este trabajo están cambiando notoriamente en el tiempo de las conurbaciones, la
94

globalización y las integraciones transnacionales. Lo que se entiende por ciudad y


por investigación antropológica es hoy muy distinto de lo que concibieron Robert
Redfield, las Escuelas de Chicago y Manchester, e incluso antropólogos más
recientes. Basta pensar en cómo ha cambiado el significado y la importancia de lo
urbano desde 1900, cuando sólo cuatro por ciento de la población mundial vivía en
ciudades, hasta la actualidad, en que la mitad de los habitantes se hallan
urbanizados (Gmelch-Zenner, 1996: 188). En ciertas zonas periféricas que han
sido objeto predilecto de la antigua antropología, como América Latina, un setenta
por ciento de las personas reside en conglomerados urbanos. Como esta
expansión de las ciudades se debe en buena parte a la migración de campesinos
e indígenas, esos conjuntos sociales a los que clásicamente se dedicaban los
antropólogos ahora se encuentran en las urbes. En ellas se reproducen y cambian
sus tradiciones, se desenvuelven los intercambios más complejos de la
multietnicidad y la multiculturalidad.

Sección 1

Viejos temas en nuevos contextos

No es casual que un alto número de estudios de antropología urbana se consagre


a los migrantes y a los llamados sectores marginales. Al tratar de conocer estas
transformaciones de los destinatarios habituales de la investigación antropológica,
se advirtieron los nuevos desafíos que las ciudades contemporáneas colocaban a
los conceptos y técnicas elaborados por esta disciplina al estudiar comunidades
pequeñas, indígenas o campesinas. Debe reconocerse al estilo etnográfico el
haber ofrecido aportes cualitativos originales sobre relaciones interétnicas e
interculturales, que otras disciplinas subordinan a las visiones macrosociales. Sin
embargo, las estrategias de aproximación de los antropólogos inhibieron durante
mucho tiempo la construcción de una antropología urbana, o sea una visión de
conjunto sobre el significado de la vida en ciudad. Se ha practicado menos "una
antropología de la ciudad que una antropología en la ciudad"..."La ciudad es, por
lo tanto, más el lugar de investigación que su objeto" (Durham, 1986: 13). De
todas maneras, esta es una cuestión difícil de resolver tanto para la antropología
como para otras disciplinas. ¿Acaso es posible abarcar con un sólo concepto -el
de cultura urbana- la diversidad de manifestaciones que la ciudad engendra?
¿Existe realmente un fenómeno unificado y distintivo del espacio urbano, incluso
en aglomeraciones tan complejas y heterogéneas como Nueva York, Beijing y la
ciudad de México, o sería preferible hablar de varios tipos de cultura dentro de la
ciudad? En tal caso ¿las delimitaciones deben hacerse siguiendo criterios de clase
social, de organización del espacio u otros?

Al mismo tiempo, así como las cuestiones urbanas fueron reconformando el


proyecto de la antropología, ésta viene mostrando la fecundidad de sus
instrumentos conceptuales y metodológicos para encarar aspectos clave de las
ciudades contemporáneas que interesan al conjunto de las ciencias sociales. Voy
95

a referirme a tres: la heterogeneidad multicultural, la segregación intercultural y


social, y la desurbanización.

La heterogeneidad o diversidad sociocultural, desde siempre tema clave de la


antropología, aparece hoy como uno de los asuntos más "desestructuradores" de
la modelización clásica propuesta en las teorías urbanas. La dificultad para definir
qué se entiende por ciudad deriva, en parte, de la variedad histórica de ciudades
(industriales y administrativas, capitales políticas y ciudades de servicios, ciudades
puertos y turísticas), pero esa complejidad se agudiza en grandes urbes que ni
siquiera pueden reducirse a esas caracterizaciones monofuncionales. Varios
autores sostienen que justamente la copresencia de muchas funciones y
actividades es algo distintivo de la estructura urbana actual (Castells, 1995;
Signorelli, 1996). Más aún: esta flexibilidad en el desempeño de varias funciones
se radicaliza en la medida en que la deslocalización de la producción diluye la
correspondencia histórica entre ciertas ciudades y ciertos tipos de producción.
Lancashire no es ya sinónimo mundial de la industria textil, ni Sheffield y
Pittsburgh de siderurgia. Las manufacturas y los equipos electrónicos más
avanzados pueden producirse tanto en las ciudades globales del primer mundo
como en las de Brasil, México y el sudeste asiático (Castells 1974, Hall 1996,
Sassen 1991).

La diversidad contenida en una ciudad suele ser resultado de distintas etapas de


su desarrollo. Milán, México y París hacen coexistir por lo menos testimonios de
los siguientes períodos: a) monumentos que les dan carácter de ciudades
históricas con interés artístico y turístico; b) un desarrollo industrial que reorganizó
-de distinto modo en cada caso- su uso del territorio; y c) una reciente arquitectura
transnacional, posindustrial (de empresas financieras e informáticas) que ha
reordenado la apropiación del espacio, los desplazamientos y hábitos urbanos, así
como la inserción de dichas ciudades en redes supranacionales. La convivencia
de estos diversos períodos en la actualidad genera una heterogeneidad
multitemporal en la que ocurren procesos de hibridación, conflictos y
transacciones interculturales muy densas (García Canclini, 1995 a, b).

Esa heterogeneidad e hibridación provocadas por la contigüidad de


construcciones y modos de organizar el espacio iniciados en distintas etapas
históricas, se multiplica con la coexistencia de migrantes de zonas diversas del
mismo país y de otras sociedades. Estos migrantes incorporan a las grandes
ciudades lenguas, comportamientos y estructuras espaciales surgidos en culturas
diferentes. Se observa este proceso con rasgos semejantes en las metrópolis y en
los países periféricos, anulando hasta cierto punto las diferencias que el
evolucionismo marcaba en otro tiempo entre ciudades de regiones desarrolladas y
subdesarrolladas.

La vecindad de los nativos con muchos otros hace explotar las idiosincracias
urbanas tradicionales tanto en Lima como en Nueva York, en Buenos Aires como
en Berlín. El acercamiento súbito, y a veces violento, entre lo moderno y lo
arcaico, entre científicos sociales y pueblos exóticos, nos permite decir que la
96

antropología urbana está siendo decisiva para completar la liberación de los


antropólogos de la sensación de pertenecer a un universo distinto de sus objetos
de estudio; también les permite a algunos investigadores atenuar la culpa por
interferir en culturas extrañas y desalienta los subterfugios evolucionistas con que
se trataba de restaurar esa distancia mediante una mirada "sabia". Los
antropólogos urbanos, aun teniendo diferencias étnicas, de clase o nacionales con
nuestros observados, estamos expuestos a las mismas o parecidas influencias
socioespaciales, publicitarias y televisivas.

Si bien la planificación macrosocial, la estandarización inmobiliaria y vial, y en


general el desarrollo unificado del mercado capitalista tienden a hacer de las
ciudades dispositivos de homogenización, esos tres factores no impiden que la
fuerza de la diversidad emerja o se expanda. Pero la "explosión" diferencialista no
sólo es un proceso real; también se presenta como ideología urbanística. Desde
los años setenta, las corrientes posmodernas que impactaron a la antropología y
el urbanismo propician la diferencia, la multiplicidad y la descentralización como
condiciones de una urbanidad democrática. Sin embargo, esta tendencia debe
valorarse de maneras distintas en las metrópolis y en los países periféricos. Ante
todo, debemos hacer esta distinción por razones político-económicas. No es lo
mismo el crecimiento de la autogestión y la pluralidad luego de un período de
planificación, durante el cual se reguló la expansión urbana y la satisfacción de
necesidades básicas (como en casi todas las ciudades europeas) que el
crecimiento caótico de intentos de supervivencia basados en la escasez, la
expansión errática, el uso depredador del suelo, el agua y el aire (habituales en
Asia, África y América Latina).

Una segunda distinción tiene que ver con la escala. En países que entraron al
siglo XX con tasas bajas de natalidad, con ciudades planificadas y gobiernos
democráticos, las digresiones, la desviación y la pérdida de poder de los órdenes
totalizadores pueden ser parte de una lógica descentralizadora. En cambio, en
ciudades como Caracas, Lima o Sao Paulo la diseminación -generada por el
estallido demográfico, la invasión popular o especulativa del suelo, con formas
poco democráticas de representación y administración del espacio urbano-
aparece como la multiplicación de un desorden siempre a punto de explotar.

En el primer tipo de casos el debilitamiento de las estructuras planificadas puede


ser un avance liberalizador. En tanto, en la mayoría de las ciudades de países
periféricos la ideología descentralizadora logra, a menudo, sólo reproducir
aglomeraciones ingobernables, que por eso a veces "fomentan" la perpetuación
de un gobierno autoritario y centralizado, reticente a que los ciudadanos elijan y
decidan. Los estudios sobre movimientos sociales suelen considerar esta
desestructuración de las ciudades como estímulo para la organización de grupos
populares, juveniles, ecologistas, etc. a fin de construir alternativas al (des)orden
hegemónico. Otros sectores ven la descentralización como agravamiento del caos,
expansión de las bandas, terror urbano, acoso sexual, o como simple ocasión para
que los poderes empresariales y aun las asociaciones de vecinos se apropien de
espacios públicos y excluyan o descriminen a los demás. "El ejercicio local de la
97

democracia puede, por lo tanto, producir resultados antidemocráticos" (Holston y


Appadurai, 1996: 252).

En muchas ciudades africanas, asiáticas y latinoamericanas es evidente que la


debilidad reguladora no aumenta la libertad sino la inseguridad y la injusticia. La
condición posmoderna suele significar en estos países la exasperación de las
contradicciones de la modernidad: la desaparición de lo poco que se había logrado
de urbano, el agotamiento de la vida pública y la búsqueda privada de alternativas
no a un tipo de ciudad sino a la vida urbana entendida como tumulto "estresante".
El abandono de políticas públicas unificadas, junto al agravamiento del desempleo
y la violencia generan -como demuestran los estudios de Mike Davis sobre Los
Ángeles y de Teresa P.R.Caldeira sobre Sao Paulo- segregación espacial:
quienes pueden se encierran en "enclaves fortificados". En vez de trabajar con los
conflictos que suscita la interculturalidad, se propicia la separación entre los
grupos mediante muros, rejas y dispositivos electrónicos de seguridad. Estudios
antropológicos recientes muestran el peso que tienen en la construcción de las
segregaciones urbanas, junto a las barreras físicas, los cambios en hábitos y
rituales, las obsesivas conversaciones sobre la inseguridad que tienden a polarizar
lo bueno y lo malo, a establecer distancias y muros simbólicos que refuerzan los
de carácter físico (Caldeira 1996).

En investigaciones sobre los cambios en las prácticas de consumo cultural de la


ciudad de México registramos un proceso de desurbanización, en el sentido en
que en los últimos años disminuye el uso recreativo de los espacios públicos. Esto
se debe en parte a la inseguridad, y también a la tendencia impulsada por los
medios electrónicos de comunicación a preferir la cultura a domicilio llevada hasta
los hogares por la radio, la televisión y el video en vez de la asistencia a cines,
teatros y espectáculos deportivos que requieren atravesar largas distancias y
lugares peligrosos de la urbe. Recluirse en la casa o salir los fines de semana de
la ciudad son algo más que modos de librarse un poco de la violencia, el
cansancio y la contaminación: son formas de declarar que la ciudad es
incorregible (García Canclini, 1995).

A nivel político, la democratización del gobierno y la participación de los


ciudadanos es quizá lo único que puede revertir parcialmente esta tendencia al
enclaustramiento en lo privado de la mayoría, y controlar la voracidad de los
intereses privados inmobiliarios, industriales y turísticos que afectan el desarrollo
equilibrado de las urbes. Pero ¿de qué modo la democratización de las decisiones
públicas y la expansión de una ciudadanía responsable (Perulli, 1995) permitirían
rehabilitar el mundo público, o sea hacer viable una intervención mejor repartida
de las fuerzas sociales que rehaga el mapa de la ciudad, el sentido global de la
sociabilidad urbana? De no ocurrir esto, el riesgo es la ingobernabilidad: que el
potenciamiento explosivo de las tendencias desintegradoras y destructivas suscite
mayor autoritarismo y represión.

Varios estudios de los años noventa ven estos desafíos de las ciudades grandes y
medianas como una oportunidad para revitalizar la participación y la organización
98

ciudadanas. Cuando los Estados-nación pierden capacidad de movilizar al pueblo,


las ciudades resurgen como escenarios estratégicos para el avance de nuevas
formas de ciudadanía con referentes más "concretos" y manejables que los de las
abstracciones nacionales. Además, los centros urbanos, especialmente las
megalópolis, se constituyen como soportes de la participación en los flujos
transnacionales de bienes, ideas, imágenes y personas. Lo que se escapa del
ejercicio ciudadano en las decisiones supranacionales pareciera recuperarse, en
cierta medida, en las arenas locales vinculadas a los lugares de residencia, trabajo
y consumo (Dagnino 1994, Ortiz 1994). Quienes ahora se sienten, más que
ciudadanos de una nación, "espectadores que votan", reencuentran modos de
reubicar la imaginación (Holston y Appadurai 1996 192-195).

Sección 2

La redefinición de las ciudades

En verdad, la antropología no está sola ante la reformulación necesaria de su


proyecto disciplinario por estos cambios de la multiculturalidad y la segregación,
de lo local y lo global, que se manifiestan con particular fuerza en las grandes
urbes. Las incertidumbres acerca de qué es una ciudad y cómo estudiarla,
compartidas por otras ciencias sociales, exigen reorientar el conjunto de los
estudios urbanos. Estos estudios son, por eso mismo, una ocasión propicia para
examinar las condiciones actuales del trabajo inter o transdisciplinario, las
condiciones teóricas y metodológicas en las que los saberes parciales pueden
articularse.

Una lectura de la historia de las teorías urbanas, en este siglo, que tomara en
cuenta los cambios ocurridos en las ciudades nos haría verlas como intentos
fallidos o insatisfactorios. Más que soluciones o respuestas estabilizadas,
hallamos una sucesión de aproximaciones que dejan muchos problemas
irresueltos y tienen serias dificultades para prever las transformaciones y
adaptarse a ellas.

Recordemos, por ejemplo, las investigaciones que han tratado de definir qué son
las ciudades oponiéndolas a lo rural, o sea concibiéndolas como lo que no es el
campo. Este enfoque, muy usado en la primera mitad del siglo, llevó a enfrentar en
forma demasiado tajante el campo como lugar de las relaciones comunitarias,
primarias, a la ciudad, que sería el lugar de las relaciones asociadas de tipo
secundario, donde habría mayor segmentación de los roles y una multiplicidad de
pertenencias. En varios países en proceso de industrialización esta tendencia fue
utilizada hasta los años sesenta y setenta. Teóricos destacados, como Gino
Germani, desarrollaron este enfoque en estudios sobre América Latina,
especialmente sobre Argentina. Este autor hablaba de la ciudad como núcleo de la
modernidad, el lugar donde sería posible desprenderse de las relaciones de
pertenencia obligadas, primarias, de los contactos intensos de tipo personal,
99

familiar y barrial propios de los pequeños pueblos, y pasar al anonimato de las


relaciones electivas, donde se segmentan los roles, que él consideraba desde su
particular herencia funcionalista.

Entre las muchas críticas que se han hecho a esta oposición tajante entre lo rural
y lo urbano, me gustaría recordar que esa distinción se queda en aspectos
exteriores. Es una diferenciación descriptiva, que no explica las diferencias
estructurales ni tampoco las coincidencias frecuentes entre lo que ocurre en el
campo, o en pequeñas poblaciones, y lo que ocurre en las ciudades. Por ejemplo,
cómo lo rural está dividido por conflictos internos a causa de la penetración de las
ciudades. O, a la inversa, en las ciudades africanas, asiáticas y latinoamericanas,
muchas veces se dice que son ciudades "invadidas" por el campo. Se ve a grupos
familiares circulando aún en carros con caballos, usos de calles que parecen
propios de campesinos, como si nunca fuera a pasar un coche, es decir,
intersecciones entre lo rural y lo urbano que no pueden comprenderse en términos
de simple oposición.

Un segundo tipo de definición que tiene una larga trayectoria, desde la Escuela de
Chicago, se basa en los criterios geográfico-espaciales. Wirth definía la ciudad
como la localización permanente relativamente extensa y densa de individuos
socialmente heterogéneos. Una de las principales críticas a esta caracterización
geográfico-espacial es que no da cuenta de los procesos históricos y sociales que
engendraron las estructuras urbanas, la dimensión, la densidad y la
heterogeneidad (Castells 1974).

En tercer lugar ha habido criterios específicamente económicos para definir qué es


una ciudad, como resultado del desarrollo industrial y de la concentración
capitalista. En efecto, la ciudad ha propiciado una mayor racionalización de la vida
social y ha organizado del modo más eficaz, hasta cierta época, la reproducción
de la fuerza de trabajo al concentrar la producción y el consumo masivos. Pero
este enfoque económico suele desarrollarse dejando fuera los aspectos culturales,
la experiencia cotidiana del habitar y las representaciones que los habitantes nos
hacemos de las ciudades.

Algunos autores que conceptualizaron las experiencias y representaciones


urbanas, como Antonio Mela, quien lo hace a partir de la teoría de Jürgen
Habermas, señalan dos características que definirían a la ciudad. Una es la
densidad de interacción y la otra es la aceleración del intercambio de mensajes.
Mela aclara que no son sólo fenómenos cuantitativos, pues ambos influyen, a
veces contradictoriamente, sobre la calidad de la vida en la ciudad. El aumento de
códigos comunicativos exige adquirir nuevas competencias, específicamente
urbanas, como lo percibe cualquier migrante que llega a la ciudad y se siente
desubicado, tiene dificultades para situarse en la densidad de interacciones y la
aceleración de intercambio de mensajes. Cuando se comienza a ver esta
problemática en los estudios urbanos, con las migraciones de mediados de siglo,
se coloca el problema de quiénes pueden usar la ciudad.
100

Esta línea de análisis, que trata de poner (Mela, 1989) la problemática urbana
como una tensión entre racionalización espacial y expresividad, ha llevado a
pensar a las sociedades urbanas en términos lingüísticos. Han sido, sobre todo,
los estudios semióticos los que destacaron estas dimensiones, pero también la
antropología considera ahora a las ciudades no sólo como un fenómeno físico, un
modo de ocupar el espacio, sino también como lugares donde ocurren fenómenos
expresivos que entran en tensión con la racionalización, o con las pretensiones de
racionalizar la vida social. La industrialización de la cultura a través de
comunicaciones electrónicas ha vuelto más evidente esta dimensión semántica y
comunicacional del habitar.

Si pretendiéramos arribar a una teoría de validez universal sobre lo urbano,


debiéramos decir que, en cierto modo, todas estas teorías son fallidas. No dan una
respuesta satisfactoria, ofrecen múltiples aproximaciones de las cuales no
podemos prescindir, que hoy coexisten como partes de lo verosímil, de lo que nos
parece que puede proporcionar cierto sentido a la vida urbana. Pero la suma de
todas estas definiciones no se articula fácilmente, no permite acceder a una
definición unitaria, satisfactoria, más o menos operacional, para seguir
investigando las ciudades. Esta incertidumbre acerca de la definición de lo urbano
se vuelve aún más vertiginosa cuando llegamos a las megaciudades.

Sección 3

Megalópolis: crisis y resurgimiento

Hace sólo medio siglo las megalópolis eran excepciones. En 1950 sólo dos
ciudades en el mundo, Nueva York y Londres, superaban los ocho millones de
habitantes. En 1970 ya había once de tales urbes, cinco de ellas en el llamado
tercer mundo, tres en América Latina y dos en Asia. Para el año 2.015, según las
proyecciones de las Naciones Unidas, habrá 33 megaciudades, 21 de las cuales
se hallarán en Asia. Estas megalópolis impresionan tanto por su desaforado
crecimiento como por su compleja multiculturalidad, que desdibujan su sentido
histórico y contribuyen a poner en crisis las definiciones con que se pretende
abarcarlas.

¿Qué es una megaciudad? Los estudios realizados en los últimos años en


ciudades como Los Ángeles, México y Sao Paulo, conducen a reformular la noción
habitual en la bibliografía especializada, que usa ese término para referirse a la
etapa en la que una gran concentración urbana integra otras ciudades próximas y
conforma una red de asentamientos interconectados.

Sin duda, esta caracterización espacial es aplicable a la capital mexicana (Ward


1991), que en 1940 tenía 1.644.921 habitantes y actualmente supera los 17
millones. Sabemos que entre los principales procesos que generaron esta
101

expansión se hallan las migraciones multitudinarias de otras zonas del país y la


incorporación a la zona metropolitana de 27 municipios aledaños.

Pero en estos mismos cincuenta años en que la mancha urbana se extendió hasta
ocupar 1500 kms cuadrados, volviendo impracticable la interacción entre sus
partes y evaporando las imagen física de conjunto, los medios de comunicación se
expandieron masivamente, establecieron y distribuyen imágenes que re-conectan
las partes diseminadas. La misma política económica de modernización industrial
que desbordó la urbe promovió paralelamente nuevas redes audiovisuales que
reorganizan las prácticas de información y entretenimiento, y recomponen el
sentido de la metrópoli. ¿Qué conclusión podemos extraer del hecho ya citado:
mientras la expansión demográfica y territorial desalienta a la mayoría de los
habitantes, ubicada en la periferia, para asistir a los cines, teatros y salones de
baile concentrados en el centro, la radio y la televisión llevan la cultura al 95 por
ciento de los hogares? Esta reorganización de las prácticas urbanas sugiere que
la caracterización socioespacial de la megalópolis debe ser completada con una
redefinición sociocomunicacional, que dé cuenta del papel re-estructurador de los
medios en el desarrollo de la ciudad.

La hipótesis central de esta reconceptualización es que la megalópolis, además de


integrar grandes contingentes poblacionales conurbándolos física y
geográficamente, los conecta con las experiencias macrourbanas a través de las
redes de comunicación masiva. Por supuesto, la conexión mediática de ciudades
medianas y pequeñas, el hecho de que la oferta televisiva e informática puede
recibirse ya en toda su amplitud también en conjuntos de 10,000 habitantes,
evidencia que esta no es una característica exclusiva de las megaciudades. No
obstante, urbes desestructuradas por su extraordinaria expansión territorial y su
ubicación estratégica en redes mundiales, como México, Los Ángeles y Sao
Paulo, estimulan a pensar en qué sentido esta multiplicación de enlaces
mediáticos adquiere un significado particular cuando se vincula con una historia de
expansión demográfica y espacial, y con una compleja y diseminada oferta cultural
propia de grandes ciudades.

Algunos investigadores urbanos han examinado este desdoblamiento de las


ciudades a propósito de los efectos de las tecnologías de información sobre las
transformaciones del espacio. Manuel Castells habla de "ciudad informacional" y
de "espacio de flujos" para designar la manera en que los usos territoriales pasan
a depender de la circulación de capitales, imágenes, informaciones estratégicas y
programas tecnológicos. Pese al énfasis en este último aspecto, Castells sigue
reconociendo la importancia de los territorios para que los grupos afirmen sus
identidades, se movilicen a fin de conseguir lo que demandan y restauren "el poco
control" y sentido que logran en el trabajo. "La gente vive en lugares, el poder
domina mediante flujos"(Castells, 1995: 485).

Prefiero no hablar de espacio de flujos sino de sistema de flujos, porque la noción


de espacio corresponde mejor al aspecto físico, y los flujos, aunque hacen
apariciones aquí y allá, actúan la mayor parte del tiempo a través de redes
102

invisibles. También me incomoda la escisión entre los lugares donde la gente vive
y los flujos que la dominan. Pero sin duda son incovenientes menores en el marco
de la enorme contribución hecha por Castells para redefinir el sentido de la ciudad
a la luz de las nuevas condiciones establecidas por el desarrollo tecnológico.

La bibliografía actual plantea este carácter dual de lo urbano -espacial, y a la vez


comunicacional- en dos sentidos: por una parte, en relación con los sistemas
informacionales y su impacto en las relaciones capital-trabajo, que son los
objetivos principales de los estudios de Castells y de otros urbanistas recientes
(Peter Hall, Saskia Sassen); por otra, en conexión con los nuevos diagramas y
usos socioculturales urbanos generados por las industrias comunicacionales
(García Canclini, Martín Barbero).

Tomado de: Http://www.unesco.org/issj/rics153/canclinispa.html

1.3 tema 3

EL ORÁCULO EN LA CIUDAD: CREENCIAS PRÁCTICAS Y


GEOGRAFÍAS SIMBÓLICAS
Rossana Reguillo

Junto al proceso de globalización y mundialización de la cultura, emergen


tribalismos de muy distinto cuño, mediante los cuales numerosos actores
sociales reencuentran el sentido de la vida, activan los dispositivos de la
identidad y la memoria. Al tiempo que la idea de lo nacional decrece en función
del nuevo orden político y económico del libre comercio, crecen las
manifestaciones violentas de racismo, se exacerba la defensa de «lo propio».
Los avances tecnológicos posibilitan a sus usuarios cosas insospechadas; se
doblega ante el conocimiento humano lo que se creía irreductible: el tiempo y el
espacio a través de los universos virtuales. Un mundo donde la competencia
secular por definir los sentidos sociales de la vida es una realidad, ve surgir por
todas partes ofertas de salvación, de sanación, de felicidad. A la anunciada, y
hoy en crisis, racionalidad occidental se le oponen viejas y nuevas prácticas
mágico-religiosas; la creencia se erige en este fin de milenio en más que una
ayuda para sobrellevar la incertidumbre.

La necesaria discusión en torno a los aspectos, que más allá de lo económico,


están reconfigurando aceleradamente las sociedades en un mundo globalizado-
fragmentado, demanda análisis que no se dejen atrapar por imágenes
apocalípticas, pero que tampoco se dejan seducir por las promesas
domesticadoras de un desarrollo a costa de los vínculos sociales.
103

Este análisis exige situarse en la subjetividad de los actores sociales, en la


medida en que como lo ha señalado Giddens (1995) «... al forjar sus identidades
propias, y sin que importe el carácter local de sus circunstancias o específicas,
los individuos intervienen en las influencias sociales, cuyas consecuencias e
implicaciones son de carácter universal, y las fomentan de manera directa».

Sección 1

LA (NUEVA) GESTIÓN DE LA CREENCIA

Los cambios operados en el mundo, que están reformulando la relación entre lo


local y lo global, los acelerados procesos de interconexión, la velocidad y
ubicuidad de la información aunados a los paradójicos (y preocupantes)
resurgimientos de ciertos fundamentalismos, el incremento de la intolerancia, de
la violencia ciega en las ciudades del continente, demandan entender por dónde
están pasando los miedos y las esperanzas, en tanto dispositivos de control
social.

Vivimos en un contexto de cambios y riesgos, en un espacio de continuos flujos


informativos, pero quizá la característica más definitoria de este fin de siglo sea
la incertidumbre como experiencia cotidiana. Una incertidumbre que es
generadora de prácticas sociales urbanas.

Algunos datos sirven, por si existieran dudas, como indicadores de que la


creencia está muy lejos de poder circunscribirse a un sector de la sociedad y
vincularse a priori a la falta de instrucción o de reducirse a la conducta
ignorante, inocente o histérica de algunas personas.

Por ejemplo, en México, existen actualmente más de 1200 denominaciones


religiosas. Todos los días aparecen en los diarios anuncios que prometen
mágicas soluciones a problemas muy terrenales; los adivindos, los servicios
telefónicos de oráculo, las lecturas de tarot, constituyen ya una sección
importante en los directorios telefónicos; aparecen constantemen- te institutos de
astrología y fenómenos paranormales que no sólo ofertan servicios sino además
ofrecen instrucción formal en diferentes campos del esoterismo; la expansión y
diversificación de las llamadas medicinas alternativas constituye un extenso
repertorio de soluciones que mezclan los saberes tradicionales con la «nueva
era»: la aromaterapia, la cristaloterapia, las flores de bach y más recientemente la
orinoterapia hacen palidecer a la ya muy conservadora homeopatía; la
impresionante y creciente convocatoria a los centros tradicionales de
peregrinación ritual ponen en entredicho la racionalidad secular.

Cabe citar también la reciente Encuesta Nacional Los mexicanos de los


noventa1, que recoge diferentes aspectos sobre la cultura y la política en
México. Ahí se señala, por ejemplo, que un 25% de los hombres y un 28% de las
104

mujeres están de acuerdo en que el arreglo de los problemas más difíciles


depende sólo de Dios; que un 88% de los ciudadanos cuyas edades van de 18 a
35 años, sí le pedirían un favor a la Virgen de Guadalupe o a algún santo, este
porcentaje aumenta a 94% en los mayores de 51 años; 54% de los ciudadanos
cree en la suerte; 38% en el infierno y 26% en las limpias. Para replantear
algunos falsos supuestos, los datos señalan que un 43% de los que afirman
creer en la suerte cuentan con estudios universitarios completos y 30‘%, (de los
que afirman creer en las limpias viven en zonas con grados de urbanización muy
alta).

Las apariciones y milagros divinos ya no tienen su locus exclusivo en las


comunidades rurales o apartadas. A principios de junio de 1997, en la estación
Hidalgo del metro de la ciudad de México «apareció» en el piso una imagen de
la Virgen de Guadalupe. La figura, apenas insinuada, en menos de una
semana logró convocar un desfile impresionante de fieles y creyentes que
inmediatamente improvisaron un altar y en la defensa de la autenticidad de la
imagen apareció un nuevo «Juan Diego»2, un joven de 20 años que fue testigo
de cómo «se alzó el piso pa’riba y luego pa’bajo y ahí se fue dibujando la
estampa de la virgen». Para este joven y otros muchos pasajeros del metro,
súbitamente transformados en peregrinos, la imagen anuncia que «algo terrible»
va a pasar en México.3

Mientras que la jerarquía eclesiástica niega la validez de la aparición e invita a


los medios de comunicación a evitar la «vana credulidad» y señala que no hay
elementos teológicos que permitan afirmar la presencia divina a través de unas
líneas que se han formado por una filtración de agua, el fenómeno crece.

De este reciente acontecimiento, en tanto analizador cultural, interesa retomar


varios aspectos. De un lado, la centralidad de los medios de comunicación,
especialmente la televisión, como productores-articuladores de la creencia.

La televisión actúa como caja de resonancia del milagro urbano:»Yo primero vi en


la tele que aquí se apareció la Virgencita. Quise venir a verla y para mí es ella»,
le dice una mujer a un reportero. En la investigación en torno a la figura del
chupacabras», uno de nuestros entrevistados dice enfáticamente: «yo no soy
muy partidario de que exista el chupacabras, pero yo hasta que no lo vea en la
tele y digan «este es», hasta entonces voy a creer».

La televisión se convierte en el nuevo espacio de gestión de la creencia. La


mediatización de milagro o del acontecimiento lejos de operarlo, le otorga
credibilidad, mediante la «transparencia» de la imagen. A través de la lente de la
cámara, el ciudadano-espectador se convierte en testigo y copartícipe del
milagro, la televisión «democratiza», ya no hay un predestina do, todos son
«elegidos». Desplaza el saber de los expertos valoriza la voz de los profanos5.

De otro lado, el análisis de fenómenos como el descrito, en la ciudad en tanto


escenario de la diversidad, no sólo resulta pertinente en relación a la
105

reconfiguración del espacio público a través de los medios de comunicación,


sino además se conecta a la dislocación de las coordenadas espacio-
temporales (en tanto condiciones y posibilidades de la acción) que orientan la
vida de las sociedades.

Con esto se quiere apuntar la porosidad e indefinición entre la dimensión de


lo público y lo privado; por ejemplo la sacralización del espacio, profano (el
metro, la calle, el espacio virtual de la televisión) o la desacralización de los
espacios sagrados que se opera, entre otras cosas, mediante el ojo panóptico de
los medios. La oposición entre el mundo público-social y el mundo espiritual, que
levantó la modernidad hoy se ve fracturada. En términos rituales, para salvar esta
oposición hay que cumplir con un itinerario que requiere la presencia de un
mediador que concilie este tránsito (Reguillo, 1996; 345), hoy la televisión está
asumiendo este papel ritual.

Ha dicho Mircea Eliade que «hoy comprendemos algo que en el siglo XIX [que
levantó el edificio intelectual que cobija todavía muchas de nuestras ideas] ni
siquiera podía presentirse: que símbolo, mito, imagen, pertenecen a la sustancia
de la vida espiritual; que pueden camuflarse, mutilarse, degradarse, pero jamás
extirparse» (Eliade, 1955). Para este autor los símbolos tienen un indudable
valor cognitivo.

¿De qué habla el alto rating de programas radiofónicos y televisivos que abordan
temas misteriosos, qué es lo que señala la llegada a Internet de las «cadenas
mágicas», que anuncian para quienes las siguen un futuro promisorio y castigos
terribles para quienes las rompan o ignoran y la existencia de numerosos «sites»
dedicados al tratamiento de la magia, el esoterismo, los fenómenos
inexplicables?

La «atmósfera cultural» (MartínBarbero, 1996) que hoy se experimenta no está


configurada por hechos aislados. Vista de conjunto esta atmósfera habla, entre
otras cosas, de la pervivencia camaleónica de los mitos que a lo largo de la
historia de la humanidad han servido para exorcizar el mal, para darle forma a los
milagros, cuerpo a los aparecidos y un orden a cada cosa.
La relación con la ciudad no está exenta de percepciones mágicas, de mitos y
rituales ambivalentes que controlan y domestican, al tiempo que protegen y
reencantan el mundo.

Sección 2

LOS RELATOS DE LA MEMORIA

A partir de lo planteado hasta aquí interesa mostrar y discutir algunos


aspectos que apuntan a los mecanismos socio- culturales que intervienen en la
configuración de las percepciones y usos de la ciudad.
106

Partiendo de las propuestas de Barthes (1981), lo que aquí se denomina


percepción mágica de la ciudad ha sido trabajado en la dimensión del habla, del
relato, bajo el supuesto de que en la formulación, narración y circulación de
«relatos» se ponen en funcionamiento visiones y valoraciones sobre el mundo y
la ciudad que se conectan a la dimensión de las identidades sociales en dos
niveles: a) como identificación en la medida en que el relato tiende a fijar las
creencias de un grupo, de una colectividad y b) como diferenciación, al resaltar
algunos objetos, acontecimientos, relaciones que vuelven visibles los huecos y
discontinuidades y contradicciones en las percepciones diferenciadas de la
ciudad.

El relato (mito, en este caso) actualiza las identidades culturales al ser


simultáneamente producto de unas particulares y específicas maneras de ver la
ciudad y productor de propuestas, de modelos, a las cuales adscribirse. El
relato puede entonces ser considerado como el punto de intersección entre
representación y acción.

Es este último aspecto sobre el que interesa hacer énfasis, la dimensión


productiva de los mitos, en su capacidad de convocar, de interpelar, de
provocar la discusión, es decir en su eficacia simbólica para el posicionamiento
de los actores sociales en relación a los valores sociales en la ciudad (un mito
siempre trata de valores) que el relato pone en juego.

Existen miedos que han acompañado a la humanidad a través de su largo viaje


por la historia, sin embargo hoy «la razón parece incapaz de redimir después de
tanta promesa, el castigo se revela mayor que el pecado. La utopía de la
emancipación individual, colectiva, nacional, mundial, parece que está siendo
castigada por la globalización tecnocrática, instrumental, mercantil, consumista.
La misma razón que realiza el desencantamiento del mundo, para así
emanciparlo, enajena más menos inexorablemente a todo el mundo» (Ianni,
1996:10).

De un lado el miedo y la angustia producida por la crisis social de todos los


órdenes, de otro la constante amenaza de un mundo al que parecían habérsele
arrebatado todos sus secretos. Se ha señalado ya, como característica societal
de fin de milenio, a la incertidumbre.

Entre las distintas formas de respuesta a la incertidumbre, al


desencantamiento, a la angustia, al miedo, cobra fuerza la elaboración de
relatos compartidos colectivamente (en función d distintas mediaciones por
ejemplo el género, la clase, la edad, la religiosidad, la ideología política, etc.)
que proveen explicaciones e interpretaciones del mundo. Relatos que codifican
las creencias de los grupos portadores y que inciden en las formas de
socialidad.

Así lo que importa no es tanto el relato en sí mismo, como el contexto que hace
107

posible su aparición y circulación, como las verdades que revela al poner en


forma un(os) miedo(s) difuso(s) y señalar las áreas de vulnerabilidad y
fragilidad que experimentan los actores sociales en la ciudad.

Desde esta perspectiva interesa - pensar, junto con los actores sociales, la
ciudad. Explorar en o un contexto de producción discursiva6 los elementos que
intervienen en la percepción y uso de la ciudad.

Entre los hallazgos más importantes de la investigación puede señalarse la


centralidad de la memoria como una palanca detonante de procesos reflexivos
en torno a la ciudad. La memoria, así entendida, no es recuerdo de un «pasado
idílico o catastrófico» que se «posee» de una vez y para siempre, se trata más
bien de una mediación que hace posible la crítica del orden social.

De los elementos encontrados hasta el momento resalta la fuerza de la familia


como el espacio primario de la socialización negociación para esta percepción-
uso de la ciudad.

Más allá de la relación entre familia y contexto (que debe ser tomada en serio),
interesa aquí resaltar los mecanismos a través de los cuales el grupo familiar
comunica a sus integrantes los valores y las normas sociales, tomando de un
acervo colectivo aquellos elementos que le sirven para educar a sus miembros
en el uso de la ciudad.

Las figuras temidas, las historias y relatos para marcar las diferencias entre lo
bueno y lo malo, lo permisible y lo prohibido, lo sagrado y lo profano, entre otras
cosas, dan forma a un cuerpo de conocimientos sociales sólo trasmisibles a
través de un registro oral que alcanza su fuerza precisamente porque a
desplegar su potencia explicativa en la forma de «mitos» oculta su intención
prescriptiva proscriptiva y aminora las resistencias del sujeto en la medida en que
en su formulación s plantea una solución a la tensión entre verdad y mentira.
Como señalaba Malinowsky (1974), el mito «no es únicamente un narración
que se cuenta, sino una realidad que se vive».

En tal sentido, las aparentemente inofensivas historias «de abuelas» contadas en


el seno de la familia y hoy retomadas con gran éxito por la industria mediática,
revelan su función socializadora en tanto vehiculizadores de programas para
la acción. El relato marca fronteras, tiene un papel mediador, según De
Certeau (1996, 139). Al hacerse palabra dicha, el relato comunica unos
significados, propone unos sentidos, atribuye unas causalidades, construye al
otro igual y diferente.

Por ejemplo, entre jóvenes universitarios, al hacer el relato de la ciudad en


situación de interacción discursiva, ésta deja de ser lugar de habitación, con
calles y plazas, con habitantes y servicios, y es antropomorfizada, se convierte
en un actor capaz de «hacer cosas».
108

La ciudad se segmenta y sus partes son semantizadas de acuerdo a la


«experiencia de los sujetos. Se ha podido constatar la pobreza de la experiencia
urbana de los más jóvenes, cuyo contacto y con la ciudad es más vicario que de
facto. Situación que se conecta directamente con lo mencionado con respecto al
grupo familiar, que es el lugar desde el cual se controla y administra el uso que
se hace de la ciudad en los primeros años de vida de los sujetos.

Las zonas pobres, los mercados populares o el centro histórico como lugares
genéricos y algunos lugares concretos, como cines, plazas, ciertas calles,
aparecen dotados de una peligrosidad a priori.

Peligrosidad que viene dada por la presencia de ciertas figuras que representan
«el mal», el «robachicos», la «gitana», el desconocido, el extraño8 y que
actualizan las figuras que amenazan de múltiples formas la seguridad de los
sujetos. Las coincidencias y las diferencias que han aparecido en los sujetos de
la investigación, ponen de manifiesto una gama muy reducida de
«encarnaciones del mal».

Sin embargo la construcción primaria (en el grupo familiar y en las primeras


experiencias con los grupos de pares) del otro como enemigo, deja la memoria
de un patrón que tenderá luego a ser «llenado» con las figuras del presente o
en otros términos, actualizado con «nuevos» miedos. Así el homosexual, el
practicante de alguna religión ajena a la del sujeto, los jóvenes pobres de ciertas
marcas, lo que se presume es un narcotraficante, sustituyen a la construcción
primaria del mal de manera generalmente aproblemática.

Los sujetos que participan en el contexto de producción discursiva o grupo de


discusión elaboran la crítica de su propio saber sobre la ciudad. A manera de
ejemplo se señala la crítica que formulan los propios sujetos a la familia, como el
lugar donde se construyen y se «procesan» las visiones de la ciudad. No se trata
ya de la familia como dato empírico y específico de cada uno de los sujetos,
sino de una instancia social cuyas funciones de control van apareciendo
mediante el flujo discursivo.

A través de la discusión colectiva, para los sujetos va quedando claro que el


«relato» está ahí, puesto en escena, para que el niño o niña no abandone la
casa, no hable con extraños, incremente sus precauciones ante cierto tipo de
actores y evite ciertas prácticas.

En el grupo de discusión opera un desplazamiento de la memoria, de los


recuerdos del contenido de los relatos, de las historias específicas, hacia las
situaciones en las que operan esta historias.9

De otro lado, la exploración colectiva de la precariedad de la experiencia urbana


abre, por ejemplo, un interesante y rico debate en torno a la relación entre
memoria y espacio. Los sujetos cuestionan el por qué son capaces de evocar
109

«recuerdos» y asociarlos a un lugar determinado, sin haber estado nunca en


esos lugares. Ello hace posible la crítica de los discursos sobre la ciudad.

Esto último directamente conectado con la existencia de los otros. Cada uno de
los sujetos participa en el grupo de discusión con sus «propios otros». Al
compartir los temores que inspiran ciertas figuras, se va revelando el conjunto de
características rasgos, marcas prácticas que «amenazan». El otro
«homosexual», el otro «delincuente», el otro «pecador» adquieren visibilidad
entonces no como sujetos empíricos sino como los portadores de atributos
sociales de carácter racial religioso, sexual, socioeconómico, que los miembros
del grupo de discusión por su propia ubicación como actores históricamente
situados temen, mejor, han aprendido a temer.

A partir de la exploración y análisis de los relatos que ordenan la relación con


la ciudad, se dibujan unas geografías simbólicas que, ancladas en categorías
espacio-temporales señalan las percepciones y significaciones diferenciadas y
fragmentadas de la ciudad, así como la existencia de múltiples «tribus» urbanas
que interactúan en la esfera pública a partir de sus propias significaciones, de
sus temores, de sus certezas s construidas.

En las calles avenidas, plazas y edificios de la ciudad, que habla de las


percepciones diferenciales y la multiplicidad de referencias con las que se habita
la ciudad y que en silencio organiza los diferentes recorridos, los itinerarios a
través de los cuales el caminante-ciudadano singulariza la ciudad que se
convierte así en o «su» ciudad, aquella que se padece y se goza, que se teme y
se domina, que fastidia y encanta.

Mapas que transforman al actor a social en «autor» en la medida en que al usar


la ciudad el actor inscribe la huella de su propio hacer. Cotidianamente en las
decisiones para trazar desplazamientos, en los desplazamientos mismos, en los
relatos que narran para otros los avatares del día, el actor-autor «escribe» su
experiencia de ciudad, la comparte, la opone a la de otros, la negocia.

En esta escritura de la ciudad la dimensión del otro «amenazante»,


«sospechoso», «peligroso», juega un papel fundamental, para delimitar
fronteras, para definir lugares infranqueables. Conforme el mundo se globaliza,
la ciudad se achica simbólicamente en función de la vulnerabilidad
experimentada por los actores sociales. El repliegue a lo privado aparece como
la vía para contrarrestar la inseguridad. A la ciudad se le confiere sentidos
distintos y múltiples, armados a partir de las adscripciones identitarias de los
actores y construidos mediante el ejercicio de una intersubjetividad grupal.

Al usar-escribir la ciudad, el ciudadano-autor configura una geografía simbólica


en la que se entrelazan un topos y una memoria. El espacio anónimo, aséptico,
es transformado mediante complejas operaciones sociocognitivas en un «topos
trascendental», del «lugar común» se pasa al «lugar significativo». En los
lugares va quedando la memoria de los acontecimientos individuales y
110

colectivos. Acontecimientos que otorgan a la globalizada planificación y diseño de


las ciudades su carácter y dinámica local. Así la geografía simbólica hace
referencia al modo específico de apropiación de la ciudad, permite trascender las
visiones centradas en el imperativo territorial y otorga un lugar central a la
subjetividad del actor. Como premisa de investigación hace posible, al estilo de
De Certeau (1996; 109), «una aprehensión táctil y una apropiación cinética» de
la realidad; en otras palabras, la geografía simbólica en tanto constructo teórico-
metodológico posibilita penetrar cualitativamente la experiencia de los actores en
la ciudad, desde la comunicación.

Sección 3

POR UNA AGENDA COMUNICATIVA

La pregunta por las creencias no es -pienso- un ejercicio lúdico o descabellado.


La importancia de entender los imaginarios que alimen tan hoy las prácticas
socioculturales está vinculada a lo que Lechner ha llamado «la apropiación
autoritaria de los miedos» (1990; 94), para hacer referencia al potencial político
de los miedos en un contexto de pérdida de seguridades, de certidumbres. En la
reconfiguración acelerada de los mapas societales de fin de milenio va en juego
el proyecto político que habrá de darle espesor y contenido a las relaciones, al
tejido social.

Y si bien hay evidencias de una ola democratizadora que permite hacer


cálculos optimistas, es indudable que existen también fuerzas que se disputan
el espacio social por la definición de las categorías de inclusión exclusión. La
elaboración y aprovechamiento de los viejos-nuevos temores se constituye en un
tipo de «capital político» de eficacia aún insospecha- da».

«El autoritarismo responde a los miedos apropiándose de ellos... cuando la


sociedad interioriza este miedo reflejado que le devuelve el poder, ya no es
necesario un lavado de cerebro... le basta trabajar los miedos. Esto es,
demonizar los peligros percibidos de modo tal que sean inasibles» (Lechner,
1990; 95).

La creencia en sus distintas formas de existencia y manifestación abre una


vía de análisis que coloca al centro de la investigación la dimensión de los
rituales de la comunicación, ello quiere decir, de sus procedimientos, de sus
dispositivos, de sus actos, de sus espacios.

La dimensión tecnológico-instrumental de la comunicación no anula la creencia,


la reformula. Tampoco anula la existencia de los «lugares diseminados de la
comunicación» (De Certeau, 1995), en tanto redes de producción-reproducción-
circulación y reconocimiento de sentidos y significados: la familia según aquí se
ha visto- la escuela, las relaciones cotidianas en el barrio, los movimientos
111

sociales, que en una unidad conflictiva y contradictoria comparten la tarea de


(re)construir el vínculo social a través de la -irrenunciable- tarea de producir
relatos articuladores capaces de dotar de sentido a la existencia cotidiana.

Entender esa otra dimensión de la comunicación, como «instauradora de


intimidades colectivas y creadora de espacios de intercambios» (De Certeau,
1995; 204) permite penetrar la opacidad de los procesos sociales y hacer salir de
su «clandestinidad» los dispositivos a través de los cuales los actores sociales
están enfrentando lo que Augé (1995; 87) llama el hundimiento de las
cosmologías intermediarias y de sus mediaciones constituidas.

El «oráculo» definido por el diccionario simultáneamente como «la respuesta de


las pitonisas en nombre de sus ídolos y, como el lugar de estas respuestas» se
constituye aquí en una metáfora que pretende nombrar los procesos múltiples
que en la ciudad globalizada de fin de milenio buscan reconciliar los cambios, las
conquistas tecnológicas, la explosión-implosión informativa con la pérdida de
certezas, a través de esa comunicación que codifica la esperanza y el miedo. Una
respuesta un lugar, una estrategia y un espacio, con su necesaria mediación.

Históricamente el miedo ha sido un instrumento de control y opresión. La ciudad


es hoy habitada por múltiples figura que nada significarían, si no fuera porque se
alimentan de malestar, de la desgracia, del sin sentido. El desafío para la
investigación en comunicación es hacer audible y volver visible ese malestar,
esa desgracia, es pérdida de sentido, más allá de su dimensión espectacular.
112

2. Capitulo Miradas sobre la Ciudad

En este capítulo se mostrarán algunas perspectivas que han trabajado disciplinas


como la Literatura, la Psicología y la Antropología cuando de trabajar la ciudad se
trata

2.1 tema 1

Modernización, Ciudad y Literatura


La ciudad constituye un punto de referencia del proceso modernizador en América
Latina. Tanto que desde la literatura misma se han producido diversas y disímiles
representaciones simbólicas y discursivas. Unas que la consideran sinónimo de
progreso y otras, fuente de destrucción y enajenación. Indudablemente, no se
pretende dar cuenta total sobre un fenómeno sociocultural tan complejo;
simplemente, se aspira proponer una lectura que indague e inicie una revisión
más exhaustiva de lo que la ciudad ha representado para el continente a partir de
su reconstrucción como espacio discursivo en la literatura Latinoamérica.

Sección 1

La ciudad como símbolo

En América Latina la ciudad moderna, urbana tal como se concebía hasta hace
algunos años, tuvo sus orígenes en el proceso modernizador europeo. Tanto
física como simbólicamente, la ciudad al estilo europeo sirvió como referente para
la configuración de lo citadino en el continente; pero en la actualidad entró en
crisis como tantos otros referentes, símbolos y representaciones propias de la
Modernidad. García Canclini (1995: 17) como un dato revelador "la pérdida de
importancia de la ciudad en su concepción europea, como núcleo de la vida cívica
y comercial, académica y artística". Hasta hace algunos años la ciudad moderna
—cualquier ciudad latinoamericana en general— podía distinguirse plenamente
desde su propia lógica territorial (Ortiz, 2000).

En la actualidad, tal lógica territorial se quebró, se diluyó o simplemente no sirve


para dicha dominación y menos para generar cualquier clasificación. La ciudad no
es ya la misma. Por ejemplo, en dicha ciudad existía una división disciplinar en su
organización territorial: las industrias y comercios se ubicaban en un espacio
determinado, las urbanizaciones hacia otro respondiendo incluso al estatus y a la
relación socioeconómica de sus habitantes, los sectores medios habitando
edificaciones colectivas como edificios o grandes conjuntos residenciales, las
oficinas y organismos financieros otro tanto, y los sectores marginados en las
113

periferia de la misma. Incluso se podía distinguir a los habitantes de la ciudad a


partir de determinada ubicación geográfica: la clase alta al este, la media al
oeste, las oficinas y comercios al centro, las industrias al sur y las clases
marginadas bordeando la ciudad (1).

Se podría decir que la ciudad moderna se especializó. Establecía sus límites, su


lógica y sus propias relaciones de poder, que alcanzaban hasta las actuaciones
de sus habitantes. Basta simplemente pensar en el trato dado a los habitantes de
un sector, comparándolo con otro menos pudiente, para constatarlo.

La ciudad moderna no era más que parte de ese reflejo que respondía a un
sistema de representaciones que se concretizaba en las construcciones, la
organización ciudadana, las actuaciones de sus habitantes y hasta en las
relaciones de poder de la sociedad en sí misma. Para José Luis Romero (1987:
21) vale decir que "en rigor, todo el mundo urbano puede ser visto como una
creación, o mejor una invención: como forma física, como estructura social, como
concepción de vida." Se observa entonces, que así como el proyecto de la
Modernidad propugnó lo disciplinar, la especialidad en el saber; éste sistema
ideacional también se trasladó a diversos ámbitos de la sociedad. Y la ciudad fue
uno de ellos.

Sin embargo, como se señaló anteriormente, la ciudad actual ya no responde a


dicha lógica ni a dichos referentes. Es otra, cambiante, dinámica, los límites
desaparecieron, los ámbitos disciplinares de su antigua organización se quebraron
e incluso las actuaciones y relaciones de los ciudadanos que la habitan. Piénsese
cómo se han aproximado —gracias a transportes como el Metro o a las autopistas
interurbanas — las ciudades vecinas que circundan a la ciudad-capital,por
ejemplo. Los habitantes de aquellas trabajan, viven, actúan, sueñan, transitan,
consumen, entre otras actividades más, en ésta última; gracias a que dicha
cercanía los hace sentir parte de ella y no su periferia. Y si fuésemos más estrictos
en la idea, podría tomarse la idea de García Canclini (1995) de que actualmente
existe una ciudad globalizada que ésta más allá de las Identidades y sentidos de
pertenencia local.

De esta manera, la ciudad no es sólo un espacio o territorio sobre el cual actúan


sus habitantes, constituye una construcción simbólica o mejor una aprehensión
simbólica de la sociedad. En la edad Media, lo que podía entenderse como ciudad
giraba en torno al castillo del Señor Feudal (Ortiz, 2000) y dependía de esa
relación política, económica, social y cultural. Los habitantes no se pensaban a sí
mismos como ciudadanos, sino como siervos y de esta forma actuaban. Será con
el proceso modernizador que se producirán cambios sustanciales tanto en la
ciudad como en sus habitantes. Al transformarse la ciudad cambiará también su
habitante, dando origen a la noción de "ciudadano". Así la Modernidad dará cobijo
a nuevas nociones y sistemas simbólicos que configurarán estos escenarios:
Estado, Nación, Ciudad.
114

Sección 2

Ciudad y Latinoamérica

Nadie duda ya de que en el continente no se produjo una sino varias


modernidades (Martínez, 1995). O en otras palabras, en cada país debido a la
magnitud de su propio proceso modernizador — entendido en suma como el
desarrollo industrializador y de cambios socio-económicos estructurales— que fue
de mayor fuerza en unos que en otros, determinó que a su vez la Modernidad —
entendida a su vez como un sistema ideacional fundado en la razón, la lógica del
progreso y la dominación disciplinar principalmente— se desarrollara también
heterogéneamente.

De allí que se conformara una América Latina políticamente fragmentada y


democráticamente inestable, de una amplia heterogeneidad cultural (2) (Brunner,
1986: 100) que va de lo indígena a lo africano pasando por lo español, de extrañas
simultaneidades temporales donde conviven lo moderno y lo primitivo, y con un
desigual crecimiento económico y cultural; problemática quizás mejor
representada en gran parte de la novelística del Boom —Los pasos perdidos, de
Alejo Canpertier, Cien años de soledad, de García Márquez o La Habana para un
infante difunto, de Cabrera Infante, por sólo citar algunas— que en cualquier
estudio sociológico del continente.

Por otra parte, la dogmatizadora lógica del proyecto de la Modernidad a través de


sus metarrelatos de progreso y felicidad, cientificismo y razón, agudizaron más
este conflicto haciendo que los intelectuales latinoamericanos tomaran partido,
unos a favor y otros en contra. Al respecto señala Ramos (1989), refiriéndose a
María Luisa Bastos, quien también ve estas oposiciones, que: "En el fondo,
coincide con la lectura de Rama, Jitrik y Pacheco que veían dos momentos en el
modernismo : uno crítico y radical, antiburgués, y una segunda etapa, en que el
modernismo, ya a comienzos de siglo, se convertiría en la estética de los grupos
dominantes".

De esta tensión entre la tradición y lo moderno (3) (Contreras, 1998: 8), lo rural y
lo urbano, el pasado y lo futuro, la clase media socialmente emergente y las
oligarquías agrarias, se empezarán a constituir un conjunto de símbolos culturales
con los cuales los "nuevos ciudadanos" se reconocerán tal como una episteme (4)
, según Foucault (1974: 5).

Basta observar, según Ramos (1989: 113), las crónicas y la prosa periodística (5)
de finales del siglo XIX y se encontrarán suficientes indicios y referencias a la
"ciudad" como espacio vital sobre el y con el cual se gestará la fisonomía de las
nuevas ciudades urbanas nacientes y de sus habitantes. Espacio que se cargará
de tantos sentidos y significaciones que desbordará los límites mismos de la vida
social para inundar al arte y la literatura. Indudablemente, ese espacio urbano
comparte elementos semántica y simbólicamente similares y caracterizadores de
115

cada una de las cambiantes ciudades latinoamericanas de entonces: Ciudad de


México , Bogotá, Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, Sao Paulo o Lima.

Su crecimiento desmedido es tanto poblacional como urbanístico dando origen al


nacimiento de la clase media, de la burocracia dirigencial y los cordones de
miseria «...que se llamarían favelas en Brasil, villasmiseria en Argentina,
población callampa en Chile, ranchos en Caracas.» (Fuentes, 1976). Pero
también el amor por lo nocturno, el bolero y el tango o la ranchera, el anonimato
del individuo en la muchedumbre urbana, la enajenación misma de lo moderno, el
automóvil y el cine, la novedad y la moda, el culto por lo occidental y la cultura
elitesca, el ascenso social, marcarán definitivamente los rasgos distintivos de las
ciudades latinoamericanas, siempre en constante contradicción.

Quizás, los primeros en intuir y señalar esta tensión fueron los escritores Darío y
Martí desde sus prosas periodísticas. Su constante cuestionamiento sobre los
efectos devastadores de la modernización en el ser del latinoamericano sería
prueba de ello (Martínez, 1995). Al igual que los vanguardistas (Verani, 1990;
Osorio, 1988) como Maples Arce que le cantarán a los «postes telefónicos», a las
«vitrinas » o al «avión» señalando los cambios de los espacios latinoamericanos.

Posteriormente, ya en pleno proceso modernizador encontraremos dos visiones


que signarán la lectura sobre la «ciudad». La primera, de escritores como
Sarmiento y Gallegos que la entenderán como sinónimo de progreso, de lucha
civilizatoria contra la barbarie, de entrada a lo moderno, de auge económico y
dominante legitimación de la cultura académica, representando la noción más
evidente del proyecto de Modernidad en el continente. Incluso ese pensar quedará
tan institucionalizado que permitirá comprender las movilizaciones migratorias de
grandes mayorías a las ciudades latinoamericanas. La segunda visión, de unos
años después, será la de los otros novelistas como García Márquez, Onetti,
Cabrera Infante, Salvador Garmendia, que crearán extrañas ciudades llenas de
conflictos entre la tradición y lo moderno, enajenadas por el proceso
modernizador, altamente destructivo y reductor de lo humano a simple mercancía
o explotación.

Sin embargo, debemos acotar que existe una tercera visión más reciente, la cual
presenta a las ciudades desfiguradas y desacralizadas. Son las de autores como
Mutis, Sarduy o Puig, espacios urbanos desmitificados, sin valoraciones ni
deificaciones. Así la «ciudad» será por un lado, al menos dentro del marco del
proyecto de la Modernidad, el símbolo de lo civilizatorio en oposición a la
«barbarie» de la provincia, pero por el otro será también un espacio de
degradación, enajenación y destrucción del hombre. Esta última lectura será la
que finalmente predominará en gran parte de la literatura de la primera mitad del
siglo XX. Indudablemente, dichas lecturas de la «ciudad» acontecen no sólo como
expresión estética, sino como respuesta a una crisis de la ruptura e imposición de
nuevos órdenes tanto culturales, políticos, sociales y económicos acaecidos en el
continente.
116

Para los escritores que ven en la «ciudad» el símbolo del germen destructor del
proceso modernizador también existe otro matiz del mismo problema: la
nocturnidad urbana. Santaella señala al respecto: Ciertos cambios económicos y
políticos de algunos países, generaron una particular aproximación inconsciente al
sopor nocturno de las ciudades. El tránsito de naciones inicialmente rurales a
naciones violentamente urbanas, dieron comienzo a filiaciones psicológicas y
colectivas hasta el momento relegadas a la vieja tranquilidad de un clima
desconocido.

Ese «sopor «también añadirá un carácter negativo y degradador a los habitantes


citadinos. Basta recordar los paseos nocturnos descritos por el protagonista de La
Habana para un infante difunto, de Cabrera Infante, o las descripciones hechas en
Días de ceniza, de Garmendia. En la noche aparece «la otra ciudad», la negada,
la enajenada, destructiva, con seres anodinos, marginales y derrotados; también el
bar, el burdel, el bolero y la ranchera, lo profundamente popular. Es decir, la otra
Latinoamérica producto de esta devastación llamada modernización, la del eterno
conflicto de su ser: constante tensión entre la tradición y lo moderno. Conflicto que
según D’allemand (1996: 165), a partir de una lectura de «La ciudad letrada» de
Rama, se presenta porque...la ciudad latinoamericana desde sus orígenes es, por
excelencia, la expresión de un proyecto de Conquista; la ciudad es la implantación
ideológica, cultural y material del proyecto de dominación procedente de fuera, de
las Metrópolis. Es el espacio físico del invasor y de su modelo social y cultural. Es
el transplante, es lo ajeno, que se imponen sobre lo autóctono, lo interno, lo rural y
que a la inversa de las ciudades europeas nacidas del desarrollo agrícola del
campo y sus necesidades mercantiles, pretendían más bien operar como rectoras
de éstos.

Cita que expresa ampliamente la lectura plasmada en las novelas


latinoamericanas cuya visión de la ciudad es síntoma de un proceso aniquilador y
destructor del ser latinoamericano. Si a eso sumamos la escritura que sobre la
ciudad, como sinónimo de lo urbano, se consolida en el continente entre los años
sesenta y setenta, encontraremos una revisión del espacio citadino desde el cual
los narradores cuestionarán a la sociedad, al hombre y a su entorno urbano. Será
el inicio de una narrativa de la violencia, demoledora de la idea misma de
progreso, señalando el proceso destructivo y marginalizador de estas sociedades
con amplias desigualdades políticas, económicas, sociales y culturales.

Sección 3

Ciudad, ciudadanos y consumo

Repensar la ciudad en este mundo globalizado implica, necesariamente, referirse


a la noción de ciudadano y de consumo. Para investigadores como García
Canclini (1999: 21) el consumo ha provocado cambios radicales en la concepción
de ciudadano, ya que, siguiendo sus propias palabras, "cuando se habla de
117

globalización, se tiende a identificarla con el proceso de globalización económica,


olvidando las dimensiones política, ecológica, cultural y social". Esta ciudad
globalizada está marcada por un proceso de tensión que va desde lo económico
hasta lo cultural, como señala la cita; pero que si sumamos el hecho de la
aparición de nuevas tecnologías de la información y la comunicación, entonces se
observará una compleja maraña de redes simbólicas que se entrecruzan y
conectan, creando y privilegiando nuevas relaciones culturales, símbolos y
referentes para los habitantes de dichos escenarios. Incluso, tal como se señalaba
al principio, la ciudad globalizada o posmoderna empieza a diseminar una madeja
de puntos de encuentro o desencuentros que cambiará radicalmente la vida del
habitante de estos espacios y cuyo "consumismo"—según García Canclini— lo
guiará o desconectará de su propia conciencia de ciudadano capaz de pensar y
actuar dentro de este marco de multiplicidades culturales-sociales que le ha
tocado vivir y sobre la cual debe actuar. Pero esta ciudad aún está siendo escrita y
vivida por lo que sólo basta esperar.

Tomado de: http://www.monografias.com/trabajos30/modernizaciòn

2.2 tema 2

PSICOLOGÍA, CIUDAD Y ESPACIO PÚBLICO


Marco Alexis Salcedo

Psicólogo, licenciado en filosofía. Candidato a Maestría en filosofía de la ciencia, Universidad del


Valle. Profesor medio tiempo universidad san buenaventura, Cali, Facultad de psicología.
Investigador, en el grupo de Estéticas y socialidades urbanas, Universidad San Buenaventura,
Cali. Proyecto de investigación, fase final ¿cómo educa la ciudad?

El texto corresponde a una breve reflexión que pretende mostrar la importancia que
puede tener para la psicología la temática de ciudad y espacio público; se
desarrolla la discusión especialmente indicando algunas de las razones
epistemológicas que han originado el poco interés de la psicología en estas
temáticas.

Sección 1

¿Debe interesarse la psicología por una temática tan extraña a su campo


disciplinar como es la ciudad y el espacio público? No se requiere conocer mucho
de psicología para suponer que los psicólogos no estudian la ciudad, poco se
118

preocupan por lo que ocurre en la calle en sí mismo, a menos, que eso que
pase en la calle afecte emocionalmente a los sujetos, de modo tal que no puedan
seguir el ritmo de su vida cotidiana. Los psicólogos son tradicionalmente
conocidos por su rol de clínico, un rol que suelen desempeñar en consultorios,
aislados del mundanal ruido de la calle. Además, el psicoanálisis, la tradición
teórica más prestigiosa en la clínica, nos dice que los complejos que son los
resortes de la subjetividad se configuran en la familia. Consecuente con lo
anterior, si un sujeto no se comporta en la calle como la deontología dominante
de una sociedad lo establece, lo primero que interroga el psicólogo es la familia:
¿habrá tenido ese sujeto una madre y un padre que se preocupara por él? ¿Le
habrá sido transmitida por los responsables de su crianza una visión deformada
de la realidad social? o ¿qué clase de eventos traumáticos habrá tenido en su
niñez? Estas son las preguntas que se espera formule el psicólogo, de quien
también se pretende pueda ofrecer formulas generales que impidan que los tipos
de sujetos no deseados se repliquen en la sociedad. Entonces, ¿por qué
interesarse por la calle, y por las experiencias que en ella cotidianamente
acontecen, si lo supuestamente central en las vidas de las personas ocurre en las
casas, en esos espacios vitales que suelen recrearse con insistencia en los
sueños diarios de las personas?

Si se analiza en detalle el lugar común en que son ubicados los psicólogos se


hallara que más allá de la multiplicidad de campos de acción de la disciplina,
esta es fundamentalmente una profesión vestal, oficio que rinde culto a Vesta, la
diosa romana del hogar. Somos, por decirlo en otros términos, especialistas del
espacio privado. Esto es fácil de ilustrarlo en la psicología. De qué se ocupa el
psicólogo sino de ese espacio privado virtual en el que habita la psycke, ese
“cubiculum” en el que el yo tiene su casa, una casa en la que su amo y señor
era Dios, en los tiempos premodernos. Y si recordamos lo señalado líneas arriba,
de que los complejos de la subjetividad son pensados como complejos familiares,
la conclusión que se impone es que los psicólogos son primordialmente
especialistas de la casa, de sus secretos, de los eventos que se tejen en ella, de
las experiencias gratas o desagradables que se vivencian en su interior.
119

Desde luego, no se está ignorando las transformaciones que esta disciplina está
teniendo en la actualidad. Las nuevas tendencias que están emergiendo,
especialmente en la psicología social, permiten tratar temas como el de ciudad y
o el del espacio público, elevando, además, a este último aspecto, a la categoría
de una dimensión esencial para comprender los factores determinantes en la
subjetividad individual y colectiva. Sin embargo, a pesar de dichos hechos
indiscutibles, aun sigue siendo cierto que la “casa” es el paradigma disciplinario de
esta profesión, verificable, aún más, con las investigaciones que los colombianos
han realizado sobre temáticas de espacio público, casi inexistentes en psicología.

Sección 2

Si se acepta este argumento de que la psicología ha sido primordialmente una


especialización del espacio privado, entre otras disciplinas, y lamentablemente
aún lo siguen siendo, habremos avanzado sustancialmente al punto al que quiero
arribar, y con ello poder indicar porque ésta discusión, que parece banal y
meramente academicista, no hace parte de las futilidades en que puede caer la
comunidad científica. No es una banalidad este argumento porque esta filosofía
vestal que descubrimos en la psicología, también la encontramos de base en las
tradiciones ideológicas y sociales dominantes en nuestra cultura occidental.
Llevamos 2.500 años de una forma de pensamiento que Michel Foucault llamó el
“paradigma de lo interior” (FOUCAULT; 1988). Este paradigma supone una matriz
de conceptos, privado/casa/familia/femenino/interior, que se afirma positivamente
y en contra de otra matriz, publico/calle/sociedad/masculino/exterior, que se
apuntala negativamente. A mi entender, al tener presentes esta asociación de
palabras, olvidada o negada hoy día, se obtienen esclarecimientos importantes
que permiten explicar algunos de los estados de cosas que ocurren en nuestra
sociedad.

El paradigma de lo privado y lo interior ha sido la referencia de verdad que


desde hace miles de años ha operado en la cultura occidental, paradigma
120

sintetizado en el viejo aforismo de San Agustin in interiori homine habitat veritas.


Consecuente con lo anterior, llevamos 2.500 años de desprecio hacia lo público.
Es casi una verdad de perogrullo, afirmar el carácter negativo que inherentemente
tendría para el ciudadano común lo público, del mismo modo que lo ha tenido
inherentemente la ciudad, al ser concebida como sede del mal. Sin menoscabo
de cualquier utilidad que tendría lo público, se encontraría tan generalizada esta
percepción, que nos atrevemos a anotar que sería una necedad señalar lo
contrario. Un simple ejercicio mental puede librar cualquier duda que se pueda
crear al respecto. ¿Qué imagen viene a la mente cuando a la palabra mujer
cuando se le agrega el epíteto de pública? ¿Cuánta credibilidad se le daría a las
promesas y compromisos que haría un hombre de la vida pública -un político, por
ejemplo-? ¿Qué virtudes adquiriría un niño que acostumbra pasar el tiempo en la
calle? Prostituta, embustero y gamin o delincuente son las palabras con las que
están asociadas las respuestas de las anteriores preguntas. Estos resultados no
dejan margen para equívocos al decir que lo público connota falsedad, vicio y
engaño Lo público carece de efectos positivos de verdad; lo que se acuerde o
se realice ahí tiene el sentido de conspiración, cuestión que contrasta con lo que
su contraparte cultural, lo privado, y aquello que lo representa, el oîkos y sus
ideales, viene a connotar: virtud, verdad y sinceridad. Lo reinante ha sido
entonces lo que proviene de lo privado, lo perteneciente al fuero interno. El
erotismo cultivado es el de la casa, y todo lo que la evoque, con su figura
dominante, la madre.

Sección 3

Llegados a este punto, confiaremos en que ya tenemos los elementos suficientes


para enunciar la tesis que finalmente quiero presentar. No se podrá positivizar el
espacio público, no se podrá pensar una relación posible entre la psicología y la
ciudad, no se podrá encontrar soluciones reales a las graves problemáticas
sociales que se crean y recrean en las calles, no se podrá resolver la
marginalidad creciente que padece un sector de la población colombiana, no se
podrá mitigar el malestar general y creciente hacia la ciudad, a menos que se
ponga una distancia considerable a esta filosofía vestal que ha vivido empotrada
121

en nuestra cultura occidental. ¿Cómo podemos encontrar solución a los


problemas que tiene la ciudad, cómo se pueden generar transformaciones
importantes en la escenografía urbana, entendida como una reestructutración
funcional de sus espacios físicos, si se deja la calle a fantasmas y delincuentes,
corroborando de esa forma que esta es la sede de la maldad; si los hombres
que llamamos virtuosos viven encerrados en las casas, y dudamos de la virtud o
de la inteligencia de quienes gustan recorrer cotidianamente las calles? Es de
intuir que los fenómenos sociales que se difunden rápidamente en la gran
mayoría de las ciudades (la poca vida social que se registra en la calles en días
festivos por el progresivo encerramiento en que caen los citadinos en sus casas,
la violencia que se ha empotrado en las calles, el cercamiento de las casas y
unidades residenciales con barreras protectoras, etc) sean de algún modo efectos
de esta manera de concebir lo público y lo privado.

Este “poner una distancia considerable a la filosofía vestal” resulta urgente


adoptarlo, dada la insistencia de recurrir a las metáforas domesticas para pensar
la realidad social (BRUNER, 1998) (en profesionales de las ciencias sociales se
escucha decir, verbigracia, que la sociedad es una gran familia; que la ciudad
es una casa, etc) y dado también el reiterativo discurso de los gobernantes de
turno de afirmar que la eficiente ejecución de lo público solo se puede garantizar
entregándolo a consorcios privados. Nuevamente es el ámbito de lo privado el
que se muestra con el poder de positivizar lo que es objeto de desprecio natural
para el ciudadano común.

Hay que resistirse al impulso, que por necesidad o por convicción


intelectual, se crea de llevar el paradigma de lo interior, el paradigma de lo
privado, al ámbito de lo público porque el ámbito privado no genera democracia,
no genera libertad. Kant afirmó en su célebre texto de “¿qué es la ilustración?”,
que el problema de la minoría de edad de los ciudadanos no radicaba en una
falta de entendimiento. Es la falta de decisión y de valor de los hombres, dice
Kant, para servirse de su entendimiento con independencia, sin la dirección de
otros, la causa de esta condición. Por eso la máxima Kantiana reza ¡Sapere
Aude¡, ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento¡¡ En ese mismo texto
122

de Kant, el filósofo alemán señaló que es en el ámbito público donde los


hombres podrán adquirir ese ímpetu que los lleva a usar la razón para producir la
ilustración. En esa esfera, los hombres pueden y deben ser libres siempre, a
diferencia del ámbito privado donde “ciertamente no es permitido razonar, sino
que se debe obedecer”.

Para lograr la positivización del espacio público, se requiere defender los valores
sin los cuales no es posible el ejercicio político de la distorsión que puede
ocasionar la perspectiva ligada a los ideales del espacio privado. Los proyectos
encaminados a promover la convivencia ciudadana y a crear de mecanismos de
participación y democracia no pueden formularse esperando constituir un espacio
público con un piso terso para quien lo pise. El suelo sobre el que se asienta lo
público no es suave; es áspero, difícil, combativo e incierto. Y es aceptando esas
circunstancias y no estigmatizándolas que se puede generar un agente político
activo poseedor de competencias que lo facultan para participar y organizarse en
conjunto con otros conciudadanos. Las intervenciones en el espacio público
deben generar traseuntes: personas que están en tránsito (DELGADO, 1999), y
por ello, dispuestas a enfrentar cualquier cosa. En síntesis, ciudadanos; sujetos
políticos. Ninguna democracia es posible si no existe el hombre de la calle, un
ciudadano con enseñorío, en tanto que se encuentra guiado por este precepto:
“En la calle encontraras la virtud”.

Ahora si se puede responder la pregunta con que se inició este texto. Por
supuesto debe la psicología interesarse por temas de ciudad, y espacio público.
La importancia académica del espacio público no reside únicamente en el valor
que por sí mismos puedan tener los fenómenos que acontecen en el espacio
público. Ciertamente pudiera enumerarse una cantidad de sucesos urbanos, que
por su mera significancia social debería bastar para conminar a los investigadores
de la psicología y de las otras disciplinas de las ciencias sociales y humanas a
pronunciarse al respecto. Obviando este aspecto de no menor importancia, es de
recordar que las ciencias, a partir del estudio de un objeto especifico, además
de brindarnos una comprensión de la fenomenología que afecta cotidianamente a
las personas, ofrecen igualmente escenarios epistémicos propicios para analizar
123

la validez de los principios filosóficos que empleamos para aprehender


epistémica y cognitivamente la realidad física y social. Ese el caso la ciudad y el
espacio público, es un objeto de estudio que ofrece la posibilidad para evaluar y
rebatir una serie de metateorías y posturas filosóficas dominantes en el contexto
académico general, como también la de pensar las posibilidades que ofrece a la
academia una visión política de la realidad social (FOUCAULT, 1997).

Tomado de: Revista Poiesis. FUNLAM Nº 15- Junio de 2008.


http://www.funlam.edu.co/poiesis, Psicología, ciudad y espacio público.

2.3 tema 3

El Relato de la Ciudad
Etnógrafos, objetos y Contemporaneidad
Walter Alejandro Imitan

Antropólogo U. de Chile, Magister en Desarrollo Urbano PUC Santiago y Doctorante en la


Habitat-Unit, Technische Universität Berlin. Email: imilan@cultura-urbana.cl.

Seminario dictado en la Escuela de Antropología de la Universidad Católica de


Temuco – Chile, 2006

Este documento se concentra en reflexionar sobre las posibilidades del


antropólogo en la ciudad. El objetivo es reflexionar sobre cuál es la mirada,
el discurso distintivo que se forma desde la observación antropológica sobre
la vida social en la ciudad. Esta pregunta resulta vital en los contextos
actuales de investigación, en los cuales bajo un manto de interdisciplinariedad
simple, frecuentamos escabullirnos de las preguntas fundamentales de nuestra
disciplina.

D e e s t e d o c u m e n t o s o lo s e e x t r a jo u n a p a r t e d e s u s e g u n d a
s e s i ó n d o n d e s e r e v i s a r á la forma en que, desde mediados del Siglo
XIX, la ciudad se ha construido como objeto etnografiable. En estas prácticas de
construcción quiero poner en relevancia como la formación de un discurso
etnográfico de la ciudad se emparenta no tan sólo con el desarrollo de la
antropología clásica, sino también con otras formaciones discursivas de
carácter performativo propias de la ciudad moderna.
124

Sección 1

CIUDADES LOCALES EN PERSPECTIVAS GLOBALES

¿Qué es lo que une a ciudades como Buenos Aires, Santiago, Lima y Río de
Janeiro? En definitiva, ¿Qué es lo que permite reconocerlas, o llamarlas, a
todas ellas como ciudades latinoamericanas? Lo cierto es que hay algunos
elementos compartidos por las sociedades latinoamericanas, como son una
historia de colonización y un proceso de urbanización acelerada de mediados
del Siglo pasado. Lo que en gran parte ha permitido un cierto sentido de unidad
han sido la pervivencia de estas estructuras culturales coloniales y fallidos
intentos de modernización. Actualmente el surgimiento de nuevos proyectos
políticos en el continente, expresados por la renovación de las burocracias
estatales, como en los casos de Venezuela, Bolivia o Brasil, así como la
consolidación de un cultura neoliberal en Chile tienden a reemplazar, deformar
y/o transformar las comunes estructuras coloniales de orden regional. Aún más,
en el espacio de cada una de sus ciudades, las formas de ser habitadas y
experimentadas tienden cada vez más a una divergencia hacia formas
múltiples y diversas.

Los problemas actuales de las ciudades latinoamericanas ¿Responden a un


principio de unidad? En cierta manera sí. Los efectos de una rápida
urbanización y sus problemas de suministro de espacios habitables de calidad,
así como sus consecuentes efectos en la marginalización de grandes
porcentajes de la población son comunes a las grandes metrópolis
latinoamericanas. Pero también lo son de otras muchas, como es el caso de
Lagos, la capital de Nigeria, o el desbocado crecimiento inmobiliario de la costa
china.

¿Qué es lo particular de las ciudades llamadas latinoamericanas? Responder


esta pregunta cada vez se hace más compleja, tanto porque nuestros
parámetros de comparación se han ampliado a una escala planetaria así
como parece que cada ciudad, ya entendidas como un universo en sí mismas
dispuestas en los flujos globales, se desarrollan a partir del acomodo de sus
historias específicamente locales para enfrentar sus propios dilemas.

En esta parte de la conferencia expondré algunos elementos para


avanzar en lo que entendemos como fragmentación del espacio urbano y sus
alcances para la investigación antropológica urbana.
125

Sección 2

Se cae el muro se inaugura la era de los flujos

La caída del muro de Berlín no sólo permitió que una nación dividida
como consecuencia de la tragedia del nazismo volviera a reunirse. Luego de 16
años entendemos que el fin del “siglo corto” -como ya se le conoce al Siglo XX
luego del análisis de E. Hobsbawm-, marcado por la disputa ideológica polar
que construiría bloques férreamente defendidos, abriría una nueva etapa en el
volumen de encuentros y conexiones para la mayoría de las sociedades del
planeta. La caída de las barreras ideológicas lo ha permitido y particularmente
la victoria de una ideología sobre la otra. Es cierto que la globalización actual se
inició hace tiempo, la mundialización del capital industrial desde mediados del
Siglo XIX -prevía Marx en el Manifiesto Comunista - como la última etapa de un
largo proceso iniciado por el imperialismo europeo del Siglo XVI. La
particularidad de lo que observamos hoy yace en la intensidad del intercambio
y la conformación de nuevas geografías, que para el caso latinoamericano,
desplazan la figura del centro y periferia desarrollada por la teoría de la
dependencia de la segunda mitad del siglo pasado, no porque haya
desaparecido del todo, sino porque esta relación se ve desbordada por una
multiplicidad de otras.

El capital fluye, asimismo objetos y símbolos, y ahora más que nunca


también las personas. Se calcula en cerca de 30 millones de latinoamericanos
viviendo en Estados Unidos (300 mill.), a esto hay que agregar el inexacto
número en las proyecciones más conservadoras de otros 10 mil en las sombras
de los “sin papeles”. 17 millones de personas que viven actualmente en
Alemania (total de 80mill.) nacieron en otro país, a esto hay que agregar los
hijos de los migrantes nacidos en Alemania, muchos de los cuales han sido
pobremente integrados a la sociedad receptora. Además, se calcula que uno
de cada dos niños que visitan la Escuela Básica en Alemania, al menos uno
de sus padres posee migration background, lo que dispondría a la mitad de
los escolares alemanes a una experiencia bicultural ya en el seno de la
familia. Las consecuencias de estas cifras se expresan en la reconfiguración
de las nociones de nación, etnia, tradición cultural y Estado entre otras, tal
como muchos autores han abordado en el último tiempo.

Las configuraciones sociales que se desprenden de estos procesos de


contacto son diversas. Se plantea actualmente que los migrantes no se
encuentran atrapados en dos mundos, entre dos sociedades (la de origen y la
receptora), sino más bien se ubican en un tercer espacio, un espacio en que
ambas sociedades se imbrican para dar nacimiento a formas culturales
híbridas. En efecto, fenómenos como el llamado islamismo europeo ha
escenificado en el último tiempo, a veces en forma dramática, la consolidación
de sociedades en el flujo de lo global que establecen una particular relación con
la sociedad de origen y la receptora. Así, las diversas tradiciones y lecturas
locales respecto al Islam son fundidas por migrantes de segunda generación
126

que han crecido en ciudades europeas, dando curso a nuevas formas


identitarias apoyadas por una contundente industria cultural producida en los
propios países islámicos orientados hacia ellos, pero también de producción
europea.

Siempre que se observa un fenómeno se tiene la duda respecto a la


novedad que representa, si es un cambio dado por la perspectiva que se
adopta, si es algo completamente nuevo o se refiere más simplemente a una
aceleración, extensión o transformación de una de sus partes. Por cierto que
cada fenómeno que designamos como nuevo contiene algo de estos tres
elementos y por lo tanto la capacidad del analista consiste en aislarlos e
intentar medirlos, para de esta manera establecer la dimensión e implicancias
de la novedad.

Sección 3

Formación de nuevas cartografías locales, comunicaciones de lo


global en espacios locales

La muerte de la ciudad ha sido anunciada varias veces. La primera, la


que inicio la utopía antiurbana, tiene sus orígenes en la observación de las
catastróficas consecuencias de la industrialización en los países metropolitanos.
Los sueños de Howard (el teórico de la ciudad jardin) o de Lloyd-Wright por
desurbanizar o construir ambientes que rescataran la apacibilidad del campo,
que alejaran a sus habitantes del infierno de la ciudad, no han parado desde
entonces. J. Jackobs por su parte, habló de la “caída de la ciudad americana”
a mediados del Siglo pasado como un planteamiento frente a la
imposibilidad de sociabilidad en un medio aplastado por la delincuencia y la
hiperindividualización que se expresaba en la suburbanización de la gran
ciudad americana.

A principios de la década del 90 del Siglo pasado, en el alba de las


nuevas tecnologías de la comunicación, se solía hablar de que la
automatización en la producción, el desarrollo del fax, la ampliación en el uso
de la computadora y la naciente internet terminarían por imponer el tele-
trabajo, y con esto la inutilidad de la co-presencia en la labor productiva, lo
que permitiría finalmente, disolver la ciudad. Los trabajadores podrían trabajar
desde sus propias casas ya no importando donde éstas se encontraran.

Si bien todas las utopías – como pensamiento performativo del futuro –


terminan produciendo algún tipo de expresión en el mundo real, la
concretización de éstas suele ser bien distintas a su concepción inicial.
Es cierto que las nuevas tecnologías han permitido deslocalizar las
tareas de la producción, pero estas no han disuelto la ciudad, sino más
bien, parecen haberlas puesto en un nuevo protagonismo, ahora que las
propias fronteras estaduales se disuelven.
127

“Las ciudades como centros de concentración de funciones de mando”,


así definió S. Sassen la ciudad global. Un puñado de ciudades a nivel mundial
desde donde se toman las decisiones para coordinar la producción dispersa
espacialmente. La principal materia prima de estas ciudades es la
información, como el mismo Castells identificó el surgimiento de un nuevo
modelo de producción en que la información sería el principal factor
productivo, por sobre el trabajo, el capital o la energía. No obstante, el
mismo Castells afirma que la sociedad y ciudad informacional se refiere más a
un proceso de construcción que a una forma espacial determinada, de hecho
somos testigos recientemente como la lucha por el control de las fuentes
energéticas dispone a la formación de nuevos escenarios de conflicto a nivel
global.

Estas conceptualizaciones ayudan a comprender el nuevo rol y


formación de los espacios sociales de la ciudad. En efecto, lo global se juega
en lo local, glocalización le han llamado algunos autores. Esta idea definiría
dos movimientos, por un lado la apropiación de símbolos y significados de
circulación global por parte de sociedades localizadas en un espacio particular
y que poseen una tradición específica, las cuales al apropiarse de ellos, los
procesan y los reconstruyen. Por otro lado, define como a partir de las
posibilidades de comunicación global la geografía misma de una sociedad se
transforma a la vez que se produce un reordenamiento de la jerarquía de los
elementos que componen su tradición cultural. Para el primer caso resulta
ilustrativo la expansión del HipHop como cultura juvenil a escala planetaria, y a
su vez, su apropiación y resignificación “étnica” en espacios como Marsella, El
Cairo o Santiago. Para el segundo, el fenómeno del llamado “Black Antlantic”
ilustra como un componente identitario, como es el origen africano mediado
por la esclavitud en muchas poblaciones de América, es traído a un primer
plano por parte de comunidades locales que buscan sus vínculos actuales con
el espacio cultural africano, transformando las concepciones locales de tradición
y sincretismo.

Estas transformaciones se están llevando a cabo en el espacio


urbano y ponen en énfasis la cualidad de las ciudades como nodos de
comunicación que vinculan circuitos de tráfico de símbolos y mensajes
provenientes de diferentes lugares y procesados de acuerdo a las historias
específicas de sus poblaciones. Entonces, la pregunta en este sentido es
sobre los espacios de comunicación que se están construyendo en cada
específico espacio urbano, como se recomponen las comunidades internas y a
su vez estas disponen de nuevos juegos de poder dentro de la ciudad.
Finalmente, la pregunta se orienta a cuestionar los principios bajo los cuales
se están ordenando las identidades contemporáneas, un espacio fragmentado
por las diversas redes de comunicación que se localizan en él.

Tomado de: www.cultura-urbana.cl


128

3. capitulo Propuestas de Ciudad

En este capítulo se mostrarán las propuestas que algunas organizaciones han


realizado en pro del desarrollo a todo nivel de la ciudad como espacio de vida.

3.1 tema 1

La Agenda 21 de la cultura: una propuesta de las


ciudades para el desarrollo cultural
Jordi Martí

1. Los antecedentes

En la última década del siglo XX, instituciones públicas, privadas y organizaciones


no gubernamentales (ONGs) respondían al impulso de estas últimas y acordaban
la Agenda 21 como base para la realización de planes de acción locales,
estatales, nacionales o corporativos para el medio ambiente. La conferencia de
Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Río de Janeiro, 1992), la
Declaración de Aalborg sobre la Agenda 21 local (1994) y la reciente conferencia
de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Johannesburg, 2002) han
constituido los principales hitos de un proceso que intenta dar respuesta a uno de
los retos más importantes de la humanidad, la sosteniblidad ecológica, y
compromete a todos los agentes implicados.

La sensibilidad acerca de los temas medioambientales nace de la preocupación de


seguir apostando por un modelo de desarrollo económico excesivamente
depredador de recursos naturales. Ya son bastantes los textos y acuerdos
internacionales que ponen de relieve peligros similares respecto al medio cultural.
Hoy en día se puede afirmar con propiedad que “el desarrollo cultural genera
desarrollo económico, pero en cambio el desarrollo económico, por si mismo, no
genera desarrollo cultural”. Esta constatación fue ya realizada en la última década
del siglo XX, en los trabajos promovidos por UNESCO en la década mundial sobre
cultura y desarrollo (1988-1997), culminados en la publicación Nuestra diversidad
creativa (1997) y en el plan de acción acordado en la conferencia
intergubernamental de Estocolmo (1998) sobre “Políticas culturales para el
desarrollo”.
129

Sección 1

2. Las causas

La idea de realizar una Agenda 21 de la cultura intenta responder a los retos de


desarrollo cultural que la humanidad debe afrontar en el siglo XXI, el siglo de las
ciudades. El documento estará orientado a identificar aspectos críticos y sobre
todo, a enumerar con claridad aquellos ámbitos donde más claramente se pone de
relieve la dimensión cultural del desarrollo. El documento deberá ser
comprometido, en tanto que deberá llegar a las raíces de lo que hoy significa la
cultura en el proceso de globalización, especialmente a partir de las diversas
tensiones que se manifiestan hoy en cualquier territorio: tradición/modernidad,
local/global, público/privado, identidad/diversidad, conocimientos/valores.

El documento apelará básicamente al compromiso de las instancias públicas de


la cultura, desde los gobiernos locales a las naciones y los estados. El documento
también constituirá un referente para las organizaciones privadas, las
organizaciones no gubernamentales y el tercer sector (no lucrativo) que desarrolla
una misión eminentemente cultural. Así, el documento “la agenda 21 de la cultura”
se convertirá en un punto de partida y de apoyo para realizar procesos y redactar
documentos de compromiso específicos en cada uno de los territorios y las
entidades que lo suscriban.

La Agenda 21 de la cultura apela a un nuevo contrato social que permita afrontar


los retos que el mundo tiene hoy planteados y pone la dimensión cultural como
uno de los pilares básicos para la construcción de políticas para el desarrollo.

3. Los contenidos

Los contenidos de la Agenda 21 de la cultura serán el resultado de un proceso de


elaboración con diferentes modalidades (seminarios, debates, talleres,...); los
contenidos que se presentan en los ámbitos siguientes constituyen una primera
aproximación no cerrada que deberá complementarse con las aportaciones e
ideas que el debate aporte. Las tensiones señaladas en el apartado anterior
impregnan el conjunto de contenidos y las formas con las que la Agenda deberá
abordarlos pero además se tendrá muy en cuenta el nuevo paradigma cultural que
emerge asociado a las tecnologías de la información y la comunicación.

3.1. Cultura y convivencia.

Cultura significa civilización. Ésta se edifica siempre a partir de unos valores que
dan paso a unos derechos y deberes que quedan fundamentados en los
ordenamientos jurídicos. La reciente globalización y su indudable dimensión
cultural adolecen de marcos de referencia internacionales y de acuerdos que
130

permitan gestionar el carácter público, comunitario o constituyente de la cultura. La


lucha contra la pobreza y la inclusión social constituyen aspectos fundamentales
en este proceso. A la vez, la cultura no puede desarrollar su dimensión
constituyente sin una participación ciudadana más profunda, sin abordar los
mecanismos de construcción de la identidad, sin implicar la nueva ciudadanía
procedente de las migraciones recientes, sin valorizar la solidaridad para con
nuestros conciudadanos, sin incorporar las identidades múltiples y en evolución,
sin priorizar la educación y la cultura como aspectos transversales de la vida de
las personas.

Temas clave:

Los valores

Los bienes públicos

Los derechos culturales

Nuevas fragmentaciones sociales

La participación ciudadana

La inclusión social

La lucha contra la pobreza

El papel de la comunidad

Las migraciones

La identidad y la diversidad

Sección 2

3.2. La creación y las artes

La creación artística, en todos sus formatos y situaciones (desde las creaciones de


las primeras naciones o las comunidades indígenas hasta la creación de net-art en
las grandes metrópolis), constituye una de los elementos esenciales de
transformación de la realidad social. La creación conjuga tanto el compromiso del
mundo del arte con las realidades de cada momento histórico (y el respeto
explícito al carácter público de sus fuentes) con la existencia de derechos
asociados a la creación. Si la participación en la experiencia cultural (y
especialmente artística) constituye, hoy, uno de los elementos claves para la
131

configuración de una ciudadanía más comprometida y para la profundización de la


democracia, elementos como la formación artística, la pedagogía del arte, la
formación de redes y la financiación de la cultura cobran una importancia capital.

Temas clave:

La libertad de expresión artística

El fomento de la creatividad

La investigación

Los derechos de autor

Los sectores de la cultura

La nueva cultura digital

Las redes

La financiación

3.3. El patrimonio

Durante el siglo XX, casi todas las sociedades han aprendido a proyectarse hacia
el futuro a partir de un pasado donde el patrimonio, en sus múltiples presencias
(desde el patrimonio arqueológico al patrimonio etnológico), tiene un papel
fundamental. En los primeros años del siglo XXI, la combinación de interconexión,
hipermovilidad y saturación de información ha fragilizado algunos ecosistemas
culturales, especialmente en aquellas áreas geográficamente periféricas o
socialmente deprimidas y, por otro lado, ha creado nuevos entornos urbanos nada
favorables al desarrollo cultural por su flagrante negación de los espacios públicos
(urban sprawl) y una creciente privatización. Al mismo tiempo, la globalización ha
permitido poner en valor tanto algunas culturas locales “congeladas en el tiempo”
como destacar aquellos casos de hibridación creativa entre la tradición y la
innovación. En todo caso, el patrimonio (tangible e intangible) y la memoria
constituyen elementos básicos del desarrollo cultural.

Temas clave:

La protección y la promoción del patrimonio

Los ecosistemas culturales frágiles: áreas periféricas, zonas rurales...


132

El patrimonio etnológico

Los espacios públicos

El urbanismo y la cultura

3.4. El acceso a la cultura, la democratización del saber.

El acceso a la cultura ha sido siempre una preocupación extendida entre los


poderes públicos. De hecho ha orientado de manera casi excluyente buena parte
de las políticas culturales contemporáneas. La primera cuestión a destacar es la
necesidad de superar un modelo excesivamente paternalista en el cual el
ciudadano simplemente accede o no, pero no produce. Cualquier comunidad
produce cultura y debe alternar los roles de emisor y receptor cultural. Pero esta
consideración no niega la necesidad de facilitar instrumentos que permitan una
democratización real del saber, no sólo de la información, en la que el papel de la
educación es imprescindible pero necesariamente complementado por otras
instancias menos formalizadas que faciliten marcos donde adquirir conocimientos
y sobre todo habilidades para decodificar un mundo cada vez más informacional.

Temas clave:

Centros de proximidad: bibliotecas, casas de cultura.

El acceso a la cultura digital

La educación

Los medios de comunicación

Estrategias educativas para los centros culturales.

Sección 3

3.5. El fortalecimiento de los agentes culturales

El desarrollo cultural reposa en una multitud de agentes que desarrollan bien una
actividad cultural o bien una actividad con cierta dimensión cultural no siempre
explícita. Los agentes culturales (personas u organizaciones) han sufrido (con
pocas excepciones) una debilidad estructural; si el siglo XXI aparece como
eminentemente cultural (además de ecológico) cabrá encontrar las maneras de
133

fortalecer los agentes culturales dotándoles de mayor capilaridad social y


compromiso comunitario. Las administraciones, a su vez, en el marco de la
gobernabilidad, están creando marcos políticos con mayor capacidad de
participación a las instancias sociales mediante muy variados partenariados y
metodologías. Finalmente, los medios de comunicación y las industrias culturales
locales desarrollan un papel fundamental a escala local, pero aquéllos medios e
industrias que actúan a escala global (indudablemente, los principales mediadores
culturales de la globalización) actúan casi sin instancias de discusión y control
público, y sin comercio cultural justo.

Temas clave:

Las asociaciones culturales y artísticas

Los movimientos sociales

Las Organizaciones No Gubernamentales

Los grupos sociales y culturales no formales

Las universidades

Los sindicatos

Los gobiernos locales

Los gobiernos estatales

Los medios de comunicación

Las industrias culturales

3.6. Los medios de ejecución de la Agenda 21

Una Agenda 21 implica siempre la responsabilidad en la asunción de


compromisos. La Agenda 21 de la cultura desarrollará algunos indicadores
culturales que permitan evaluar el grado de implantación de los principios y
objetivos fijados, y elaborará materiales para que organizaciones públicas y
privadas puedan desarrollar sus Agendas 21 específicas.

Temas clave: Los indicadores culturales: cuantitativos (consumo cultural,


estándares de bibliotecas u otros centros culturales...) y cualitativos (clima cultural,
interculturalidad, respeto a los derechos culturales, uso del espacio público...).
134

La creación de procesos de redacción y puesta en marcha de una “agenda 21”


específica para ciudades, naciones, estados u organizaciones públicas o privadas
que suscriban el documento.

4. El proceso

La agenda 21 de la cultura nace como propuesta de los ayuntamientos de


Barcelona y de Porto Alegre. La propuesta recibió el apoyo de un centenar largo
de ciudades en la I Reunión Pública Mundial de Cultura (Porto Alegre, setiembre
2002), en el III Fórum de Autoridades Locales para la Inclusión Social (Porto
Alegre, enero 2003) y en el Fórum Iberoamericano de Ciudades para la Cultura -
Interlocal (Montevideo, marzo 2003).

La elaboración de la Agenda 21 de la cultura será un proceso amplio de debate y


reflexión, que invitará a participar a: Todas aquellas instancias internacionales que
han impulsado los debates de cultura y desarrollo con anterioridad: Unesco,
Consejo de Europa... La Red de Autoridades Locales para la Inclusión Social, Las
redes culturales internacionales como Eurociudades, Mercociudades, Interlocal...
Expertos en cultura y desarrollo de las ciudades que quieran implicarse en el
proceso.

3.2 tema 2

Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad


Foro Social de las Américas – Quito, Julio 2004
Foro Mundial Urbano – Barcelona, Octubre 2004
Foro Social Mundial – Porto Alegre, Enero 2005
Revisión previa a Barcelona, Septiembre 2005

PREÁMBULO

Iniciamos este nuevo milenio con la mitad de la población viviendo en ciudades.


Según las previsiones, en el 2050 la tasa de urbanización en el mundo llegará a
65%. Las ciudades son, potencialmente, territorios con gran riqueza y diversidad
económica, ambiental, política y cultural. El modo de vida urbano influye sobre el
modo en que establecemos vínculos con nuestros semejantes y con el territorio.

Sin embargo, en sentido contrario a tales potencialidades, los modelos de


desarrollo implementados en la mayoría de los países empobrecidos se
135

caracterizan por establecer niveles de concentración de renta y de poder que


generan pobreza y exclusión, contribuyen a la depredación del ambiente y
aceleran los procesos migratorios y de urbanización, la segregación social y
espacial y la privatización de los bienes comunes y del espacio público. Estos
procesos favorecen la proliferación de grandes áreas urbanas en condiciones de
pobreza, precariedad y vulnerabilidad ante los riesgos naturales.

Las ciudades están lejos de ofrecer condiciones y oportunidades equitativas a


sus habitantes. La población urbana, en su mayoría, está privada o limitada -en
virtud de sus características económicas, sociales, culturales, étnicas, de género
y edad- para satisfacer sus más elementales necesidades y derechos.
Contribuyen a ello las políticas públicas, que al desconocer los aportes de los
procesos de poblamiento popular a la construcción de ciudad y de ciudadanía,
violentan la vida urbana. Graves consecuencias de esto son los desalojos
masivos, la segregación y el consecuente deterioro de la convivencia social.

Este contexto favorece el surgimiento de luchas urbanas que, pese a su


significado social y político, son aún fragmentadas e incapaces de producir
cambios trascendentales en el modelo de desarrollo vigente.

Frente a esta realidad, y la necesidad de contrarrestar sus tendencias


organizaciones y movimientos urbanos articulados desde el I Foro Social
Mundial (2001), han discutido y asumido el desafío de construir un modelo
sustentable de sociedad y vida urbana, basado en los principios de
solidaridad, libertad, equidad, dignidad y justicia social y fundamentado en el
respeto a las diferentes culturas urbanas y el equilibrio entre lo urbano y lo rural.
Desde entonces, un conjunto de movimientos populares, organizaciones no
gubernamentales, asociaciones profesionales, foros y redes nacionales e
internacionales de la sociedad civil, comprometidas con las luchas sociales por
ciudades justas, democráticas, humanas y sustentables, están construyendo
una Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad que busca recoger los
compromisos y medidas que deben ser asumidos por la sociedad civil, los
gobiernos locales y nacionales, parlamentarios y organismos internacionales
para que todas las personas vivan con dignidad en nuestras ciudades.

El Derecho a la Ciudad amplía el tradicional enfoque sobre la mejora de la


calidad de vida de las personas centrado en la vivienda y el barrio hasta abarcar
la calidad de vida a escala de ciudad y su entorno rural, como un mecanismo de
136

protección de la población que vive en ciudades o regiones en acelerado proceso


de urbanización. Esto implica enfatizar una nueva manera de promoción,
respeto, defensa y realización de los derechos civiles, políticos, económicos,
sociales, culturales y ambientales garantizados en los instrumentos regionales e
internacionales de derechos humanos.

En la ciudad y su entorno rural, la correlación entre estos derechos y la


necesaria contrapartida de deberes es exigible de acuerdo a las diferentes
responsabilidades y situaciones socio-económicas de sus habitantes, como
forma de promover la justa distribución de los beneficios y responsabilidades
resultantes del proceso de urbanización; el cumplimiento de la función social de
la ciudad y de la propiedad; la distribución de la renta urbana y la
democratización del acceso a la tierra y a los servicios públicos para todos los
ciudadanos, especialmente aquellos con menos recursos económicos y en
situación de vulnerabilidad.

Por su origen y significado social, la Carta Mundial del Derecho a la Ciudad es,
ante todo, un instrumento dirigido a fortalecer los procesos, reivindicaciones y
luchas urbanas. Está llamada a constituirse en plataforma capaz de articular los
esfuerzos de todos aquellos actores – públicos, sociales y privados – interesados
en darle plena vigencia y efectividad a este nuevo derecho humano mediante su
promoción, reconocimiento legal, implementación, regulación y puesta en práctica.

Sección 1

Parte I – Disposiciones Generales


ARTICULO I. DERECHO A LA CIUDAD
1. Todas las personas tienen derecho a la ciudad sin discriminaciones de
género, edad, condiciones de salud, ingresos, nacionalidad, etnia, condición
migratoria, orientación política, religiosa o sexual, así como a preservar la
memoria y la identidad cultural en conformidad con los principios y normas que
se establecen en esta Carta.

2. El Derecho a la Ciudad es definido como el usufructo equitativo de las


ciudades dentro de los principios de sustentabilidad, democracia, equidad y
justicia social. Es un derecho colectivo de los habitantes de las ciudades, en
especial de los grupos vulnerables y desfavorecidos, que les confiere
legitimidad de acción y de organización, basado en sus usos y costumbres, con
el objetivo de alcanzar el pleno ejercicio del derecho a la libre
autodeterminación y un nivel de vida adecuado. El Derecho a la Ciudad es
137

interdependiente de todos los derechos humanos internacionalmente


reconocidos, concebidos integralmente, e incluye, por tanto, todos los
derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales que
ya están reglamentados en los tratados internacionales de derechos humanos.
Esto supone la inclusión de los derechos al trabajo en condiciones equitativas y
satisfactorias; a fundar y afiliarse a sindicatos; a seguridad social, salud pública,
agua potable, energía eléctrica, transporte público y otros servicios sociales; a
alimentación, vestido y vivienda adecuada; a educación pública de calidad y la
cultura; a la información, la participación política, la convivencia pacífica y el
acceso a la justicia; a organizarse, reunirse y manifestarse. Incluye también el
respeto a las minorías y la pluralidad étnica, racial, sexual y cultural y el respeto
a los migrantes.

El territorio de las ciudades y su entorno rural es también espacio y lugar de


ejercicio y cumplimiento de derechos colectivos como forma de asegurar la
distribución y el disfrute equitativo, universal, justo, democrático y sustentable de
los recursos, riquezas, servicios, bienes y oportunidades que brindan las
ciudades. Por eso el Derecho a la Ciudad incluye también el derecho al
desarrollo, a un medio ambiente sano, al disfrute y preservación de los recursos
naturales, a la participación en la planificación y gestión urbana y a la herencia
histórica y cultural.

3. La ciudad es un espacio colectivo culturalmente rico y diversificado que


pertenece a todos sus habitantes.

4. A los efectos de esta Carta, el concepto de ciudad tiene dos acepciones. Por
su carácter físico, la ciudad es toda metrópoli, urbe, villa o poblado que esté
organizado institucionalmente como unidad local de gobierno de carácter
municipal o metropolitano. Incluye tanto el espacio urbano como el entorno rural
o semirural que forma parte de su territorio. Como espacio político, la ciudad es
el conjunto de instituciones y actores que intervienen en su gestión, como las
autoridades gubernamentales, los cuerpos legislativo y judicial, las instancias de
participación social institucionalizada, los movimientos y organizaciones sociales
y la comunidad en general.

5. A los efectos de esta Carta se consideran ciudadanos(as) a todas las


personas que habitan de forma permanente o transitoria en las ciudades.
138

6. Las ciudades, en corresponsabilidad con las autoridades nacionales, deben


adoptar todas las medidas necesarias -hasta el máximo de los recursos que
dispongan- para lograr progresivamente, por todos los medios apropiados y con
la adopción de medidas legislativas y normativas, la plena efectividad de los
derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Asimismo, las
ciudades, con arreglo a su marco legislativo y a los tratados internacionales,
deben dictar las disposiciones legislativas o de otro carácter para hacer
efectivos en ellas los derechos civiles y políticos recogidos en esta Carta.

Sección 2

ARTICULO II. PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS ESTRATÉGICOS DEL DERECHO


A LA CIUDAD

1. EJERCICIO PLENO DE LA CIUDADANIA Y GESTIÓN DEMOCRÁTICA DE


LA CIUDAD:
1.1. Las ciudades deben ser un ámbito de realización de todos los derechos
humanos y libertades fundamentales, asegurando la dignidad y el bienestar
colectivo de todas las personas, en condiciones de igualdad, equidad y justicia.
Todas las personas tienen el derecho de encontrar en la ciudad las
condiciones necesarias para su realización política, económica, cultural, social y
ecológica, asumiendo el deber de la solidaridad.
1.2. Todas las personas tienen el derecho de participar a través de formas
directas y representativas en la elaboración, definición, implementación y
fiscalización de las políticas públicas y del presupuesto municipal de las
ciudades, para fortalecer la transparencia, eficacia y autonomía de las
administraciones públicas locales y de las organizaciones populares.

2. FUNCION SOCIAL DE LA CIUDAD Y DE LA PROPIEDAD URBANA:


2.1. Como fin principal, la ciudad debe ejercer una función social, garantizando a
todos sus habitantes el usufructo pleno de los recursos que la misma ciudad
ofrece. Es decir, debe asumir la realización de proyectos e inversiones en
beneficio de la comunidad urbana en su conjunto, dentro de criterios de equidad
distributiva, complementariedad económica, respeto a la cultura y sustentabilidad
ecológica, para garantizar el bienestar de todos y todas los(as) habitantes, en
armonía con la naturaleza, para hoy y para las futuras generaciones.
2.2. Los espacios y bienes públicos y privados de la ciudad y de los(as)
ciudadanos(as) deben ser utilizados priorizando el interés social, cultural y
ambiental. Todos los(as) ciudadanos(as) tienen derecho a participar en la
propiedad del territorio urbano dentro de parámetros democráticos, de justicia
social y de condiciones ambientales sustentables. En la formulación e
139

implementación de las políticas urbanas se debe promover el uso socialmente


justo y ambientalmente equilibrado del espacio y el suelo urbano, en
condiciones seguras y con equidad entre los géneros.
2.3 Las ciudades deben promulgar la legislación adecuada y establecer
mecanismos y sanciones destinados a garantizar el pleno aprovechamiento del
suelo urbano y de los inmuebles públicos y privados no edificados, no utilizados,
subutilizados o no ocupados, para el cumplimiento de la función social de la
propiedad.
2.4 En la formulación e implementación de las políticas urbanas debe prevalecer
el interés social y cultural colectivo por encima del derecho individual de
propiedad y los intereses especulativos.
2.5. Las ciudades deben inhibir la especulación inmobiliaria mediante la
adopción de normas urbanas para una justa distribución de las cargas y los
beneficios generados por el proceso de urbanización y la adecuación de los
instrumentos de política económica, tributaria y financiera y de los gastos
públicos a los objetivos del desarrollo urbano, equitativo y sustentable. Las
rentas extraordinarias (plusvalías) generadas por la inversión pública, -
actualmente capturadas por empresas inmobiliarias y particulares -, deben
gestionarse en favor de programas sociales que garanticen el derecho a la
vivienda y a una vida digna a los sectores que habitan en condiciones
precarias y en situación de riesgo.

3. IGUALDAD, NO-DISCRIMINACIÓN:
3.1 Los derechos enunciados en esta Carta deben ser garantizados para
todas las personas que habiten en forma permante o transitoria en las ciudades
sin discriminacion alguna.
3.2 Las ciudades deben asumir los compromisos adquiridos sobre la
implementación de políticas públicas que garanticen la igualdad de
oportunidades para las mujeres en las ciudades, expresados en la Convención
para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación en contra de la Mujer
(CEDAW), y en las conferencias de Medio Ambiente (1992), Beijing (1995) y
Hábitat II (1996), entre otras. Para ello, se deben asignar los recursos necesarios
de los presupuestos gubernamentales para la efectividad de dichas políticas y
establecer mecanismos e indicadores cuantitativos y cualitativos para monitorear
su cumplimiento en el tiempo.
140

4. PROTECCIÓN ESPECIAL DE GRUPOS Y PERSONAS EN SITUACIÓN DE


VULNERABILIDAD
4.1 Los grupos y personas en situación vulnerable tienen derecho a medidas
especiales de protección e integración, de distribución de los recursos, de
acceso a los servicios esenciales y de no-discriminación. A los efectos de esta
Carta se consideran vulnerables a: personas y grupos en situación de pobreza,
en riesgo ambiental (amenazados por desastres naturales), víctimas de
violencia, con discapacidad, migrantes forzados, refugiados y todo grupo que,
según la realidad de cada ciudad, esté en situación de desventaja respecto al
resto de los habitantes. En estos grupos, a su vez, serán objeto prioritario de
atención las personas mayores, las mujeres, en especial las jefas de hogar, y
los(as) niños(as).
4.2 Las ciudades, mediante políticas de afirmación positiva de los grupos
vulnerables, deben suprimir los obstáculos de orden político, económico, social y
cultural que limiten la libertad, equidad e igualdad de los(as) ciudadanos(as) e
impidan el pleno desarrollo de la persona humana y su efectiva participación
política, económica, social y cultural en la ciudad.

5. COMPROMISO SOCIAL DEL SECTOR PRIVADO:


5.1 Las ciudades deben promover que los agentes del sector privado participen
en programas sociales y emprendimientos económicos con la finalidad de
desarrollar la solidaridad y la plena igualdad entre los habitantes, de acuerdo con
los principios rectores que fundamentan esta Carta.

6. IMPULSO DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA Y POLÍTICAS IMPOSITIVAS


PROGRESIVAS:
Las ciudades deben promover y valorar las condiciones políticas y económicas
necesarias para garantizar programas de economía solidaria y sistemas
impositivos progresivos que aseguren una justa distribución de los recursos y los
fondos necesarios para la implementación de las políticas sociales.

Sección 3

Parte II. Derechos relativos al ejercicio de la Ciudadanía y a la participación


en la Planificación,Producción y Gestión de la Ciudad
141

ARTÍCULO III. PLANIFICACIÓN Y GESTIÓN DE LA CIUDAD

1. Las ciudades deben abrir cauces y espacios institucionalizados para la


participación amplia, directa, equitativa y democrática de los(as) ciudadanos(as)
en el proceso de planificación, elaboración, aprobación, gestión y evaluación de
políticas y presupuestos públicos. Se debe garantizar el funcionamiento de
órganos colegiados, audiencias, conferencias, consultas y debates públicos, así
como permitir y reconocer los procesos iniciativa popular en la proposición de
proyectos de ley y de planes de desarrollo urbano.
2. Las ciudades, de conformidad con los principios fundamentales de su
ordenamiento jurídico, deben formular y aplicar políticas coordinadas y eficaces
contra la corrupción, que promuevan la participación de la sociedad y reflejen
los principios del imperio de la ley, la debida gestión de los asuntos públicos y
los bienes públicos, la integridad, la transparencia y la obligación de rendir
cuentas.
3. Las ciudades, para salvaguardar el principio de transparencia, deben
organizar la estructura administrativa de modo que garantice la efectiva
responsabilidad de sus gobernantes frente a los(as) ciudadanos(as), así como la
responsabilidad de la administración municipal ante los demás niveles de
gobierno y los organismos e instancias regionales e internacionales de derechos
humanos.

ARTÍCULO IV. PRODUCCIÓN SOCIAL DEL HABITAT


Las ciudades deben establecer mecanismos institucionales y desarrollar los
instrumentos jurídicos, financieros, administrativos, programáticos, fiscales,
tecnológicos y de capacitación necesarios para apoyar las diversas modalidades
de producción social del hábitat y la vivienda, con especial atención a los
procesos autogestionarios, tanto individuales y familiares como colectivos
organizados.

ARTÍCULO V. DESARROLLO URBANO EQUITATIVO Y SUSTENTABLE


1. Las ciudades deben desarrollar una planificación, regulación y gestión urbano-
ambiental que garantice el equilibrio entre el desarrollo urbano y la protección
del patrimonio natural, histórico, arquitectónico, cultural y artístico; que impida la
segregación y la exclusión territorial; que priorice la producción social del hábitat
y garantice la función social de la ciudad y de la propiedad. Para ello, las
ciudades deben adoptar medidas que conduzcan a una ciudad integrada y
equitativa.
142

2. La planificación de la ciudad y los programas y proyectos sectoriales deberán


integrar el tema de la seguridad urbana como un atributo del espacio público.
ARTÍCULO VI. DERECHO A LA INFORMACIÓN PÚBLICA
1. Toda persona tiene derecho a solicitar y recibir información completa, veraz,
adecuada y oportuna respecto a la actividad administrativa y financiera de
cualquier órgano perteneciente a la administración de la ciudad, del poder
legislativo y del judicial, y de las empresas y sociedades privadas o mixtas que
presten servicios públicos.
2. Los funcionarios del gobierno de la ciudad o del sector privado deben
producir la información requerida de su área de competencia en un tiempo
mínimo si no cuentan con ella en el momento de efectuarse el pedido. El único
límite al acceso a la información pública es el respeto al derecho de las personas
a la intimidad.
3. Las ciudades deben garantizar mecanismos para que todas las personas
accedan a una información pública eficaz y transparente. Para ello deberán
promover el acceso de todos sectores de la población a las nuevas
tecnologías de la información, su aprendizaje y actualización periódica.
4. Toda persona o grupo organizado, y muy especialmente quienes auto
producen su vivienda y otros componentes del hábitat, tiene derecho a obtener
información sobre la disponibilidad y ubicación de suelo adecuado, los
programas habitacionales que se desarrollan en la ciudad y los instrumentos de
apoyo disponibles.

ARTÍCULO VII. LIBERTAD E INTEGRIDAD


Todas las personas tienen derecho a la libertad y a la integridad, tanto física
como espiritual. Las ciudades deben comprometerse a establecer garantías de
protección que aseguren que esos derechos no sean violados por individuos o
instituciones de cualquier naturaleza.

ARTICULO VIII. PARTICIPACION POLITICA


1. Todos(as) los(as) ciudadanos(as), tienen derecho a la participación en la vida
política local mediante la elección libre y democrática de los representantes
locales, así como en todas las decisiones que afecten las políticas locales de
planificación, producción, renovación, mejoramiento y gestión de la ciudad.
2. Las ciudades deben garantizar el derecho a elecciones libres y democráticas
de los representantes locales, la realización de plebiscitos e iniciativas
legislativas populares y el acceso equitativo a los debates y audiencias
públicas sobre los temas relativos a la ciudad.
143

3. Las ciudades deben implementar políticas afirmativas de cuotas para la


representación y participación política de las mujeres y minorías en todas las
instancias locales electivas y de definición de sus políticas públicas,
presupuestos y programas.

ARTICULO IX. DERECHO DE ASOCIACIÓN, REUNIÓN, MANIFESTACIÓN Y


USO DEMOCRÁTICO DEL ESPACIO PÚBLICO URBANO
Todas las personas tienen derecho de asociación, reunión y manifestación. Las
ciudades deben disponer y garantizar espacios públicos para ese efecto.

ARTICULO X. DERECHO A LA JUSTICIA


1. Las ciudades deben adoptar medidas destinadas a mejorar el acceso de
todas las personas al derecho y la justicia.
2. Las ciudades deben fomentar la resolución de los conflictos civiles, penales,
administrativos y laborales mediante la implementación de mecanismos públicos
de conciliación, transacción, mediación y arbitraje.
3. Las ciudades deben garantizar el acceso al servicio de justicia estableciendo
políticas especiales en favor de los grupos vulnerables de la población y
fortaleciendo los sistemas de defensa pública gratuita.

ARTÍCULO XI. DERECHO A LA SEGURIDAD PÚBLICA Y A LA


CONVIVENCIA PACIFICA, SOLIDARIA Y MULTICULTURAL
1. Las ciudades deben crear condiciones para la seguridad pública, la
convivencia pacifica, el desarrollo colectivo y el ejercicio de la solidaridad. Para
ello deben garantizar el pleno usufructo de la ciudad, respetando la diversidad y
preservando la memoria e identidad cultural de todos los(as) ciudadanos(as) sin
discriminación alguna.
2. Las fuerzas de seguridad tienen entre sus principales misiones el respeto y la
protección de los derechos de los(as) ciudadanos(as). Las ciudades deben
garantizar que las fuerzas de seguridad bajo su mando apliquen el uso de la
fuerza estrictamente bajo las previsiones de la ley y bajo control democrático.
3. Las ciudades deben garantizar la participación de todos(as) los(as)
ciudadanos(as) en el control y evaluación de las fuerzas de
seguridad.

Tomado de: www.hic-al.org/documento.cfm?id documento=1089


144

3.3 tema 3

LAS CIUDADES INVISIBLES


(Italo Calvino)

(Conferencia pronunciada por Calvino en inglés, el 29 de marzo de 1983, para los


estudiantes de la Graduate Writing Divison de la Columbia University de Nueva York.)

En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son


todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta
de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de
partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en
general.

Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje


que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. (En la
realidad histórica, Kublai, descendiente de Gengis Jan, era emperador de
los mongoles, pero en su libro Marco Polo lo llama Gran Jan de los Tártaros
y así quedó en la tradición literaria.) No es que me haya propuesto seguir
los itinerarios del afortunado mercader veneciano que en el siglo trece
había llegado a la China desde donde partió para visitar, como embajador
del Gran Jan, buena parte del Lejano Oriente.

A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder


poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario
le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que
va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en
expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad
bidimensional como Moriana.

Cada capítulo del libro va precedido y seguido por un texto en cursiva en el


que Marco Polo y Kublai Jan reflexionan y comentan.

Creo que lo que el libro evoca no es sólo una idea intemporal de la ciudad,
sino que desarrolla, de manera unas veces implícita y otras explícita, una
discusión sobre la ciudad moderna. A juzgar por lo que me dicen algunos
amigos urbanistas, el libro toca sus problemáticas en varios puntos y esto
no es casualidad porque el trasfondo es el mismo. Y la metrópoli de los pig
numbers no aparece sólo al final de mi libro; incluso lo que parece
evocación de una ciudad arcaica sólo tiene sentido en la medida en que
está pensado y escrito con la ciudad de hoy delante de los ojos.

¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un
último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil
145

vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de


crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del
corazón de las ciudades invivibles. Se habla hoy con la misma insistencia
tanto de la destrucción del ambiente natural como de la fragilidad de los
grandes sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena,
paralizando metrópolis enteras.

La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la


naturaleza. La imagen de la «megalópolis», la ciudad continua, uniforme,
que va cubriendo el mundo, domina también mi libro. Pero libros que
profetizan catástrofes y apocalipsis hay muchos; escribir otro sería
pleonástico, y sobre todo, no se aviene a mi temperamento.

Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que


han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan
valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas
cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque,
como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos
trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras,
de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de
ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente,
escondidas en las ciudades infelices...

No está dicho que Kublai Jan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando
le describe las ciudades que ha visitado en sus misiones, pero lo cierto es
que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con
más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o
exploradores. En la vida de los emperadores hay un momento que sucede
al orgullo por la amplitud inconmensurable de los territorios que hemos
conquistado, a la melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos
a conocerlos y a comprenderlos, una sensación como de vacío que nos
asalta una noche junto con el olor de los elefantes después de la lluvia y de
la ceniza de sándalo que se enfría en los braseros, un vértigo que hace
temblar los ríos y las montañas historiados en la leonada grupa de los
planisferios, enrolla uno sobre otro los despachos que anuncian el
derrumbe, de derrota en derrota, de los últimos ejércitos enemigos y
resquebraja el lacre de los sellos de reyes que jamás oímos nombrar, que
imploran la protección de nuestras huestes triunfantes a cambio de tributos
anuales en metales preciosos, pieles curtidas y caparazones de tortuga; es
el momento desesperado en que se descubre que ese imperio que nos
había parecido la suma de todas las maravillas es un desmoronarse sin fin
ni forma, que la gangrena de su corrupción está demasiado avanzada para
que nuestro cetro pueda ponerle remedio, que el triunfo sobre los
soberanos enemigos nos ha hecho herederos de su larga ruina. Sólo en los
informes de Marco Polo, Kublai Jan conseguía discernir, a través de las
murallas y las torres destinadas a derrumbarse, la filigrana de un diseño tan
fino que escapaba a la voracidad de las termitas.
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Sección 1

Las ciudades y la memoria. 1

Partiendo de allá y andando tres jornadas hacia levante, el hombre se


encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas de
bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de
cristal, un gallo de oro que canta todas las mañanas en lo alto de una torre.
Todas estas bellezas el viajero ya las conoce por haberlas visto también en
otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien llega una noche de
septiembre, cuando los días se acortan y las lámparas multicolores se
encienden todas a la vez sobre las puertas de las freidurías, y desde una
terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, se pone a envidiar a los que ahora
creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez
felices.

Las ciudades y la memoria. 2

Al hombre que cabalga largamente por tierras agrestes le asalta el deseo


de una ciudad. Finalmente llega a Isidora, ciudad donde los palacios tienen
escaleras de caracol incrustadas de caracolas marinas, donde se fabrican
con todas las reglas del arte largavistas y violines, donde cuando el
forastero está indeciso entre dos mujeres siempre encuentra una tercera,
donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los que
apuestan. En todas estas cosas pensaba el hombre cuando deseaba una
ciudad. Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La
ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada. En la
plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar a la juventud: el
hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos ya son recuerdos.

Las ciudades y el deseo. 1

De la ciudad de Dorotea se puede hablar de dos maneras: decir que cuatro


torres de aluminio se elevan en sus murallas flanqueando siete puertas del
puente levadizo de resorte que franquea el foso cuyas aguas alimentan
cuatro verdes canales que atraviesan la ciudad y la dividen en nueve
barrios, cada uno de trescientas casas y setecientas chimeneas; y teniendo
147

en cuenta que las muchachas casaderas de cada barrio se casan con


jóvenes de otros barrios y sus familias intercambian las mercancías de las
que cada una tiene la exclusividad: bergamotas, huevas de esturión,
astrolabios, amatistas, hacer cálculos a base de estos datos hasta saber
todo lo que se quiera de la ciudad en el pasado el presente el futuro; o bien
decir como el camellero que allí me condujo: «Llegué en la primera
juventud, una mañana, mucha gente iba rápida por las calles rumbo al
mercado, las mujeres tenían hermosos dientes y miraban derecho a los
ojos, tres soldados tocaban el clarín en una tarima, todo alrededor giraban
ruedas y ondulaban carteles de colores. Hasta entonces yo sólo había
conocido el desierto y las rutas de las caravanas. Aquella mañana en
Dorotea sentí que no había bien que no pudiera esperar de la vida. En los
años siguientes mis ojos volvieron a contemplar las extensiones del
desierto y las rutas de las caravanas; pero ahora sé que éste es sólo uno
de los tantos caminos que se me abrían aquella mañana en Dorotea».

Sección 2

Las ciudades y los signos. 1

El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Rara vez el
ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de
otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una
vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo e
intercambiable; árboles y piedras son solamente lo que son.

Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella


por calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve
cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican
la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de
guardia, la balanza el herborista. Estatuas y escudos representan leones
delfines torres estrellas: signo de que algo quién sabe qué tiene por
signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales indican lo que está
prohibido en un lugar entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás
del quiosco, pescar con caña desde el puente y lo que es lícito dar de
beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los
parientes . Desde las puertas de los templos se ven las estatuas de los
dioses representados cada uno con sus atributos: la cornucopia, la
clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede reconocerlos y dirigirles
las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su
forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad bastan para
indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de moneda, la escuela
pitagórica, el burdel. Incluso las mercancías que los comerciantes exhiben
148

en los mostradores valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas:
la banda bordada para la frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado
poder, los volúmenes de Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo
voluptuosidad. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad
dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees
que visitas Tamara, no haces sino registrar los nombres con los cuales se
define a sí misma y a todas sus partes.
Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos,
qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido.
Fuera se extiende la tierra vacía hasta el horizonte, se abre el cielo donde
corren las nubes. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el
hombre se empeña en reconocer figuras: un velero, una mano, un
elefante...

Las ciudades sutiles. 3

Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un
hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni
techos, ni pavimentos; no tiene nada que la haga parecer una ciudad,
excepto las tuberías del agua que suben verticales donde deberían estar
las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de tubos
que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos. Se destaca contra el
cielo la blancura de algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos
tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los
fontaneros terminaron su trabajo y se fueron antes de que llegaran los
albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una
catástrofe, terremoto o corrosión de termitas.

Abandonada antes o después de haber sido habitada, no se puede decir


que Armilla esté desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las
tuberías, no es raro entrever una o varias mujeres jóvenes, espigadas, de
no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas
suspendidas sobre el vacío, hacen abluciones, o se secan, o se perfuman,
o se peinan los largos cabellos delante del espejo. En el sol brillan los hilos
de agua que se proyectan en abanico desde las duchas, los chorros de los
grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las esponjas.
La explicación a que he llegado es ésta: ninfas y náyades han quedado
dueñas de los cursos de agua canalizados en las tuberías de Armilla.
Habituadas a remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en
su nuevo reino acuático, manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos
espejos, nuevos juegos, nuevos modos de gozar del agua. Puede ser que
su invasión haya expulsado a los hombres, o puede ser que Armilla haya
sido construida por los hombres como un presente votivo para congraciarse
con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En todo caso,
esas mujercitas parecen contentas: por la mañana se las oye cantar.
149

Sección 3

Las ciudades y los trueques. 2

En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen.
Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que
podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias,
los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un
segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.

Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y
también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de
negro que representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el
velo y los labios trémulos.

Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana;
dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de
miradas como líneas que unen una figura con otra y dibujan flechas,
estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas las combinaciones se
agotan y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo
sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz,
un efebo, una jamona. Así entre quienes por casualidad se juntan bajo un
soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajo del toldo del
bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman
encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra,
sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos.
Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las
ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños,
cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una
historia de persecuciones, simulaciones, malentendidos, choques,
opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.

Las ciudades y los ojos. 1

Los antiguos construyeron Valdrada a orillas de un lago, con casas todas


de galerías una sobre otra y calles altas que asoman al agua parapetos de
balaustres. De modo que al llegar el viajero ve dos ciudades: una directa
sobre el lago y una de reflejo, invertida. No existe o sucede algo en una
Valdrada que la otra Valdrada no repita, porque la ciudad fue construida de
manera que cada uno de sus puntos se reflejara en su espejo, y la Valdrada
del agua, abajo, contiene no sólo todas las canaladuras y relieves de las
fachadas que se elevan sobre el lago, sino también el interior de las
habitaciones con sus cielos rasos y sus pavimentos, las perspectivas de
sus corredores, los espejos de sus armarios.
150

Los habitantes de Valdrada saben que todos sus actos son a la vez ese
acto y su imagen especular que posee la especial dignidad de las
imágenes, y esta conciencia les prohibe abandonarse ni un solo instante al
azar y al olvido. Cuando los amantes mudan de posición los cuerpos
desnudos piel contra piel buscando cómo ponerse para sacar más placer el
uno del otro, cuando los asesinos empujan el cuchillo contra las venas
negras del cuello y cuanta más sangre grumosa sale a borbotones, más
hunden el filo que resbala entre los tendones, incluso entonces no es tanto
el acoplarse o matarse lo que importa como el acoplarse o matarse de las
imágenes límpidas y frías en el espejo.
El espejo acrecienta unas veces el valor de las cosas, otras lo niega. No
todo lo que parece valer fuera del espejo resiste cuando se refleja. Las dos
ciudades gemelas no son iguales, porque nada de lo que existe o sucede
en Valdrada es simétrico: a cada rostro y gesto responden desde el espejo
un rostro o gesto invertido punto por punto. Las dos Valdradas viven la una
para la otra, mirándose constantemente a los ojos, pero no se aman.

Las ciudades escondidas. 1

En Olinda, el que lleva una lupa y busca con atención puede encontrar en alguna
parte un punto no más grande que la cabeza de un alfiler donde, mirando con un
poco de aumento, se ven dentro los techos las antenas las claraboyas los jardines
los tazones de las fuentes, las franjas rayadas que cruzan las calles, los quioscos
de las plazas, la pista de las carreras de caballos. Ese punto no se queda ahí: al
cabo de un año se lo encuentra grande como medio limón, después como una
gran seta, después como un plato sopero. Y hete aquí que se convierte en una
ciudad de tamaño natural, encerrada dentro de la ciudad de antes: una nueva
ciudad que se abre paso en medio de la ciudad de antes y la empuja hacia afuera.
Olinda no es, desde luego, la única ciudad que crece en círculos concéntricos,
como los troncos de los árboles que cada año añaden una vuelta. Pero a las otras
ciudades les queda en el medio el viejo cerco de murallas, bien apretado, del que
brotan resecos los campaniles las torres los tejados las cúpulas, mientras los
barrios nuevos se desparraman alrededor como saliendo de un cinturón que se
desanuda. En Olinda no: las viejas murallas se dilatan llevándose consigo los
barrios antiguos que crecen en los confines de la ciudad, manteniendo sus
proporciones en un horizonte más vasto; éstos circundan barrios un poco menos
viejos, aunque de mayor perímetro y menor espesor para dejar sitio a los más
recientes que empujan desde dentro; y así hasta el corazón de la ciudad: una
Olinda completamente nueva que en sus dimensiones reducidas conserva los
rasgos y el flujo de linfa de la primera Olinda y de todas las Olindas que han ido
brotando una de otra; y dentro de ese círculo más interno ya brotan pero es
difícil distinguirlas la Olinda venidera y las que crecerán a continuación.
151

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