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Fiesta de la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán

9/11/2018

Hoy celebramos la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, que si bien


sabemos que sucedió en el año 324 por el papa San Silvestre por orden del
emperador Constantino, no conocemos su fecha con exactitud aunque se
celebre en el día de hoy desde el siglo XII

Está iglesia recibe el título de “Madre y cabeza de todas las iglesias de la


ciudad de Roma y del mundo”, pues es la sede episcopal del obispo de Roma,
es decir el Papa y por tanto, donde se encuentra su cátedra, convirtiéndola de
hecho en una iglesia de mayor importancia que San Pedro del Vaticano.

Esta fiesta es señal de amor y unidad con la cátedra de Pedro, y nos recuerda
que la enseñanza de Jesús sigue vigente, alimentándonos y confirmándonos
en la fe.

Por eso os invito hoy a que recemos por el Papa, sucesor de Pedro y vicario de
Cristo en la tierra y por la unidad de la Iglesia reflejada en su figura.

Ahora bien, ¿sabéis cuáles son las cuatro acepciones de la palabra templo
para nosotros los cristianos?

- La primera es Cristo y su cuerpo presente particularmente en la


eucaristía.
- La segunda es la comunidad de creyentes, en quien habita el Señor.
- La tercera es el cuerpo de cada uno de nosotros, que es lugar de
habitación del Espíritu Santo.
- Y la cuarta son las diferentes construcciones materiales como capillas,
iglesias, basílicas, catedrales...

Y es que, como hemos dicho, la basílica de San Juan de Letrán es la sede del
sucesor de Pedro, y aunque la palabra Pedro signifique piedra, no son las
piedras las que celebramos, o por lo menos no las piedras inertes, si bien
tampoco podemos nunca descuidar nuestras iglesias que son casa de Dios.
Son las piedras las que paradójicamente por el contrario deben decir Pedro, es
más, deben decir Cristo, que es la piedra angular y deben acercarnos a Él
proporcionándonos un lugar de oración, pues si no, no sirven para nada.

Y es que corremos el riesgo de apegarnos a lo material, a este o aquel ambón,


a esta o aquella moda, a esta o aquella iglesia..., pero llegará el día, cuando
Cristo vuelva, en que darán igual todos estos bienes materiales, pues ya no
servirán para aquello que fueron creados.

Y esto también se refleja en la frase del Señor “Destruid este templo, y en tres
días lo levantaré.” Y es que los judíos al oír estas palabras rápidamente
pensaron en el templo en el sentido material, el templo que ellos habían
construido, pero eso no era lo verdaderamente importante, pues el Señor se
refería al templo de su cuerpo, que iba a ser destruido en la muerte en cruz por
aquellos que le increpaban y que iba a ser reconstruido y glorificado cuando al
tercer día resucitara de entre los muertos.

Y es que es de ese sacrificio de Cristo en la cruz del que nace un arroyo de


amor para la Iglesia, su esposa, como bien nos apunta la primera lectura del
profeta Ezequiel.

Pero sí hay unas piedras en este mundo que son importantes, nosotros, las
piedras vivas que forman el edificio espiritual que es la Iglesia cuya piedra
angular es Cristo, y como nos recuerda San Pablo en la carta a los corintios,
SOMOS TEMPLO DE DIOS, pues en nosotros Él habita y a través de nosotros
podemos acercar a Él a los demás.

Y es que las medidas de Jesús a la hora de echar a los mercaderes del templo
son muy radicales, diríamos que casi un escándalo, pero es que Jesús lo que
está haciendo es limpiar la casa de Dios.

Mañana se nos va a recordar en el evangelio que no podemos servir a dos


señores: a Dios y al dinero, y era precisamente eso lo que los judíos estaban
haciendo en el templo.
Ya habían perdido el horizonte, no se acordaban para lo que verdaderamente
habían construido el templo sus antepasados, y es Jesús el que les tiene que
recordar que deben dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios, o como bien dice el refranero español: “Cada cosa en su sitio y un sitio
para cada cosa”.

Y por tanto, si nuestro cuerpo es “Templo de Dios” es necesario que de vez en


cuando recordemos también nosotros cual es el norte, y como hace Jesús,
hacer una buena limpieza y expulsar de nosotros todo aquello que nos sobra y
que nos impide servir a Dios y darle culto con todo nuestro ser.

Pero nosotros solos no podemos hacerlo con la precisión y la eficacia


suficientes, sino que, debemos hacer como los mercaderes del templo (aunque
lo de ellos fuera de manera forzada), y debemos dejar que sea el Señor el que
nos ayude, que entre en nuestro corazón y que lo limpie y ordene y que
arranque todo aquello que nos impide ser casa de Dios que acerque a los
demás a Él, pues no hay mejor respuesta a la misericordia de Dios que la
conversión y el cambio de vida.

Por eso yo os invito, nos invito, en esta tarde, con la ayuda de nuestra madre
del cielo, María, a quien hoy también celebramos en la advocación de Nuestra
Señora de la Almudena (que por cierto, en árabe significa fortaleza), a que
revisemos cada uno de nosotros nuestro interior a la luz de estas lecturas que
hoy la Iglesia nos ha ofrecido, para que descubramos todo aquello que no está
en su sitio correspondiente o que sobra, y para que, dejándole entran en
nuestro corazón, sea Cristo el que vuelque nuestras mesas y expulse de
nosotros todo aquello que nos impide ser verdaderamente Templo de Dios.

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