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Los monederos falsos

Desde el punto de vista novelístico, “Los Monederos Falsos”


forja un complejo entramado de relaciones familiares, amistosas
y de amor desde el que se disecciona el carácter de sus
personajes y la forma en que viven esas relaciones, a veces,
fundidas entre sí. Pero sus páginas no sólo nos cuentan una
historia de historias, entre ellas también se abre otro frente que,
a modo de ensayo, investiga sobre el género narrativo en si
mismo. Se trata, pues, de un híbrido que se mueve entre la
novela y el ensayo. Como consecuencia de este doble
planteamiento, lo formal interviene en la trama y, en cierto
sentido, la fuerza. Para quien sólo busque una historia que leer,
esto puede suponer un punto criticable en cuanto a la
artificiosidad de los personajes (excesivamente complejos) y el
desarrollo de las relaciones entre ellos (demasiado casuales y
enrevesadas). Sin embargo, también representa un gesto del
que es consciente Gide y que utiliza como herramienta para
explorar las posibilidades del medio narrativo. Ejemplo de ello es
el hecho de que, aproximadamente en la mitad del libro, se
permita la licencia de valorar explícitamente el desarrollo de sus
personajes e indicar los riesgos y deberes para con ellos en lo
que resta de libro.

Tal exceso de libertad por parte del autor puede poner en


entredicho la obra si atendemos al carácter forzado del destino,
ya que entrelaza a los personajes de forma demasiado casual.
Se podría pensar que esta caprichosa tendencia se debe a una
indulgencia narrativa, sin embargo, a medida que se avanza por
sus páginas, nos damos cuenta de que se trata de una
deliberada intención que el autor plasma “ex profeso” para
dinamitar la narración a prueba de inverosimilitudes. Es más, al
trasluz del título ya podemos entrever que la veracidad
representará un papel importante en la obra. ¿Gratuidad en el
relato? ¿Representación de la vida como fruto de la casualidad?
¿Cuestionamiento del valor de lo veraz en la narración?… Cada
cual lo entenderá a su manera, pero a Gide, como bestia parda
que es, no le pasa inadvertido. O por lo menos así nos lo sugiere
el triple tratamiento que da a sus personajes, a los que aborda
no sólo como lo que es, juez y parte, sino también como testigo.
Esto último lo consigue por medio del contraste que aporta el
personaje de Eduardo, el cual llega hasta el lector a través de
su diario. En él reflexiona sobre si mismo y sus relaciones con
otros personajes intercalando pinceladas sobre el desarrollo y
enfoque de su próximo libro, al que llamará, ‘casualmente’, “Los
Monederos Falsos”. Esta inyección de realidad introspectiva
distancia y sitúa a Gide como un observador más, al nivel del
lector. Aquel juego de reflejos en espejo entre realidad y ficción,
visto desde esta combinación de perspectivas en el tratamiento
que se ofrece a los personajes, atesora entre las líneas de “Los
Monederos Falsos” una caleidoscópica lectura de múltiples
interpretaciones.

Gracias a la condición de ratón de biblioteca he tenido la suerte


de conocer faltas -por otra parte, nada escasas- en la traducción
de la edición leída (Seix Barral, 1985). Los lectores previos han
ido corrigiendo gazapos y sus hojas han llegado a mis manos
con correcciones que, de otro modo, me habrían pasado
inadvertidas. A ello hay que sumar errores ortográficos que
hacen que esta edición deje bastante que desear. Pese a todo, e
independientemente de las pajas mentales o, si queréis,
pedantería, de lo comentado más arriba, la obra está preñada
de sugerentes reflexiones acerca del sentir y pensar de sus
personajes, lo cual hace, ya de por si, que su lectura sea muy
merecedora.

Basada en la novela de 1925, Los falsos monederos de André Gide, esta película desarrolla
una trama en la que las vidas de Bernard y Olivier cambian para siempre a medida que dan
sus primeros pasos de la edad adulta. Un día, Bernard se entera de que es el fruto de una
noche apasionada y pecaminosa entre su madre y un extraño. Herido por la mentira, busca
consuelo en su amigo Oliver, quien también está descubriendo un nuevo mundo de
sentimientos y deseos mientras ayuda a su tío, Edouard.

A medida que la trama se desarrolla, la película trata temas controversiales como los
romances prohibidos y la homosexualidad. Olivier está enamorado de su tío, y cuando
Bernard se acerca más a Edouard, los celos del primero lo llevan a los brazos de un escritor
arrogante.

Aunque la novela original fue, por muchos años, considerada inadecuada para una
adaptación al cine, esta maravillosa versión del director lleva el manuscrito original de Gide
a un nuevo nivel artístico. La película demostró ser una decisión audaz, y críticos del diario
Le Figaro, uno más importantes de Europa, elogiaron a Los falsos monederos, catalogándola
como "una película hermosa, singular y seria".

Eurochannel les invita a redescubrir una de las mejores obras de la literatura francesa a
través de una fascinante película llena de tensión sexual, autodescubrimiento y
ambigüedad ... ¡Una transición única de la infancia a la edad adulta!

La acción de Los Monederos falsos de André Gide se ajusta la tendencia que pareció existir en el
periodo de entreguerras, según la cual muchos los autores más o menos simultáneamente
quisieron plasmar la rabiosa actividad y dinamismo que caracterizó aquellos agitados años.
Publicada en 1925, otros ejemplos evidentes que me han venido a la cabeza durante su lectura
son Manhattan Transfer (también de 1925) de John Dos Passos y cómo no, Contrapunto (1928) de
Aldous Huxley.

Al igual que en esas dos novelas ya reseñadas en Das Bücherregal, el número de personajes que
pueblan la páginas es bastante elevado, aunque en este caso no tanto como para no hacerse una
composición de lugar sin demasiados problemas (podéis consultar la entrada de este libro en la
Wikipedia en francés para haceros una idea de ellos así como de sus vínculos). La historia central
gira en torno a Eduardo, un escritor de cierto nombre que está trabajando actualmente en su
próxima novela, titulada precisamente 'Los Monederos falsos', Oliverio, bachiller y sobrino del
anterior, y Bernardo, amigo íntimo de éste último. Eduardo es hermano por parte de padre de
Paulina Moliner, con quien ha retomado recientemente el contacto, casada a su vez con Óscar
Molinier. En una de sus visitas se quedó absolutamente prendado de su sobrino adolescente,
atracción que resultó mutua por lo que se ve. Bernardo por su parte acaba de descubrir que es el
resultado de una aventura extramatrimonial de su madre y que su padre, el juez de instrucción
Alberico Profitendieu (colega a su vez de Monsieur Molinier), se ha limitado a acogerle como un
hijo más. Dicha revelación enfurece a Bernardo, quien se decidirá de inmediato a abandonar el
hogar familiar. Su aventura en la vida real se verá desde el primer momento guiada por Eduardo, a
quien conoce el mismo día que vuelve a París.
Es bastante complicado explicar mucho más de la trama sin resultar pesado, lo que no sería justo
porque el libro no lo es para nada. Hay muchísimo drama cotidiano de validez universal, con
omnipresentes expresiones del amor y el desamor entre familias, amigos, cónyuges y amantes. La
frustración y la resignación campan a sus anchas, también el dolor, la soledad y las mentiras
acumuladas que van socavando la idea de felicidad a que cada personaje se había hecho. Hay
algunos destellos puntuales de felicidad, pero pocos, la verdad, como en la vida misma. A destacar
también que la acción está repleta de insinuaciones homoeróticas hechas desde una perspectiva
positiva, algo que no es de extrañar dado que el autor era gay y fue pionero en el activismo
homosexual (si mal no recuerdo, el propio Aldous Huxley se encargó de ironizar en Contrapunto
sobre los alegres muchachos que poblaban el París de Gide). Por otro lado, la toma de contacto de
los muchachos con el mundo real está repleta de momentos agridulces, pero al final
comprobamos que les permitirán enriquecerse como personas.

Desde un punto de vista técnico, la novela juega con múltiples formatos. Quizás el más curioso sea
el metaliterario: por momentos todo parece girar en torno a la literatura. Escritores, revistas
literarias, aspirantes a poetas, la crítica, estudiantes con alma de narradores. A la cabeza tenemos
a Eduardo hablando sobre su novela homónima, sirviendose además de los sucesos que se van
narrando para inspirarse. El resto de personajes se interesan por la literatura, quieren saber de su
novela. Quizás demostrando que la idea estaba en el aire, nada más empezar el libro un personaje
muy secundario amigo de Oliverio (casi todos ellos con ínfulas de escritores) comenta que querría
narrar la historia no de un personaje sino de un lugar, por ejemplo de una avenida, ¿casualidad o
tal vez un guiño a la obra de Dos Passos? También abunda el formato epistolar, aunque
prinicipalmente la mayor parte de la información se nos descubre a través de las entradas del
diaro personal de Eduardo. Señalar por último que la acción no concluye, no hay hechos
significativos que permitan finalizar todas las subtramas expuestas, aunque algunas en concreto sí
que lo hacen, de manera indiscutible además. Queda la impresión de que durante la lectura nos
hemos acercado a los personajes y sus vidas durante unos meses, el autor transmite la idea de que
sus vidas siguen una vez cerramos el tomo.

Resumiendo, dentro de ese supuesto subgénero que he descrito al comenzar el post, ésta es la
novela que más me ha gustado. A nivel desarrollo es la más moderada, con menor número de
personajes, abarca un periodo de tiempo más corto, etc. Sin embargo y debido a la validez general
de los asuntos tratados y a no enredar la acción con acontecimientos históricos (algo muy
presente en las otras dos), es la que me ha resultado más veraz y entretenida de las tres. Tiene eso
sí, un problema serio con la traducción de los nombres propios, todos han sido castellanizados
cuando quedarían mucho más naturales y agradables en francés: Olivier suena muchísimo mejor
que Oliverio, y en cuanto a Albéric/Alberico, la verdad no sé que decir, nunca lo había escuchado.
Tenéis más reseñas en El Blog del Cresta y The Sense Of The Past, con un extensísismo artículo.

Los monederos falsos  es un himno a la libertad. Libertad en la forma, libertad


en el fondo. Cuando Gide murió, Sartre (en Les temps modernes)  y Camus
(en Combat) se pusieron por fin de acuerdo y admitieron que Gide era el
escritor más libre de su siglo. Los monederos falsos  es el grito de sinceridad
de una pandilla de adolescentes en una época de cómodas mentiras. Cuarenta y
tres años antes del Mayo del 68,   Gide era un auténtico rebelde, un inmoral
hedonista.

La novela cuenta la historia de un joven escritor, Bernardo Profitendieu, que


acaba de descubrir que no vive con su verdadero padre. En un acto de rebeldía y
resentimiento decide irse de la casa. Allí comienza la historia que se entrecruza
con los relatos del diario de Eduardo, un escritor maduro a quien Bernardo le
roba la valija y hermanastro de la madre de Oliverio, su amigo entrañable.
Eduardo es amigo de Laura, amante de Vicente, este —a su vez—, hermano de
Oliverio. Laura, casada con un hombre mediocre, se encuentra embarazada y
abandonada. Bernardo observa su propia historia. Sin embargo, es más
benévolo frente a su reproducción.

 Los monederos falsos es un relato de relatos. Los personajes se relacionan


unos con otros, las historias se entrecruzan para construir una novela rica en
sucesos, y personajes. Uno de los relatos que más llama la atención es el de
Boris, un joven huérfano a quienes sus compañeros llevan al suicidio en un
macabro juego. Bernardo y Oliverio se convierten poco a poco en adultos. Su
amistad se ve afectada por los celos. Eduardo convierte a Oliverio en su amante
y esto afecta a Bernardo. Las relaciones homosexuales entre los personajes a
veces es explícita, como la mencionada, otras, poco clara. Todo esto es, sin
duda, un reflejo del homosexualismo confeso de André Gide. Al final de la obra,
Bernardo vuelve con su padre, quien se encuentra enfermo. La narración podría
seguir, como sigue la vida misma, pero la novela debe concluir. Los monederos
falsos es un libro complejo e infinito que vale la pena leer. 

Ligia Pérez de Pineda

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