“El lenguaje es la conciencia práctica” Carlos Marx
La novela, quizá uno de los desarrollos de la literatura moderna
más interesantes, ha sido analizado hasta la saciedad por pensadores o novelistas como Milán Kundera, Goerge Lukas y Günter Blöcker. El lugar común enuncia que ella es un desarrollo de la poesía épica en cuanto que es temporal, con personajes, nudo, trama y desenlace. Otros dicen que es un género tan laxo que en ella cabe todo. A pesar del anuncio del fin de la novela ésta sigue viva como en sus mejores días. Ahora bien, es posible que usted, si lee la novela que nos ocupa, podrá distanciarse de los criterios dados, pero no se trata de exaltar una novela de las ligas mayores como el Quijote, Ulises, la Montaña mágica, Cien años de soledad, entre otras. ¡No! Las ambiciones no van a esos lares, pero es importante analizar que se está escribiendo mucho y se está leyendo igual, pero ¿qué? La respuesta la tendrá cada analista del tema. Nos dice Günter Blöcker que “La literatura moderna está bajo la doble ley de la leyenda del laboratorio, y muy frecuentemente se crea en el mito el laboratorio: el mito de la recordación en Proust, el mito de la simultaneidad en Joyce y Virginia Woolf, el mito de la repetición en Thoma Mann.” Andrés Neuman, autor de la novela El viajero del siglo, argentino de origen, vive en Granada desde hace varios años y ha publicado varios libros de cuentos, novelas y poesía. Pero la obra que más renombre le ha dado es ésta que ganó el Premio Alfaguara de Novela de 2009. La trama, estructura y manejo de ambientes la semejan a las novelas del siglo XIX; con momentos de complejidad psicológica como las de Dostoievski o con tejidos dialógicos como el naturalismo de Emilio Zola). Prosa tersa, bien tejida y con propuestas de personajes variados desde la cotidianidad de un pueblo de provincia hasta intelectuales que se trenzan en discusiones filosóficas con riesgos de llevar al lector recibir grandes dosis de sabiduría. En otros momentos del relato encontramos contrastes del hombre pobre (el organillero, su perro y su cueva) que seducen a cada uno de los grandes personajes del relato; otros cuando inserta el relato dentro del relato con el hombre siniestro de la máscara. Un viajero llega a un pueblo, a una posada. Su idea es estar allí la noche y continuar su viaje. Pero las circunstancias, independientes de su voluntad, le van aplazando su partida y poco a poco se va haciendo a amistades que lo amarran a su destino de ciudadano normal como si llevara muchos años viviendo en el pueblo. Se van forjando amistades en las tabernas y reuniones sociales que hacen de Hans el centro de atención. Luego las reuniones sociales en casa de Sophie, ella misma, el ambiente social e intelectual lo seducen hasta el punto que se vuelve una razón de ser los encuentros cada viernes con esa dama diferente, atractiva y sensual. Los sucesos van sucediéndose en formas de tramas cotidianas y “normales” en un grupo social y de provincia donde todo se conoce del otro. Los comentarios van y vienen, las consejas y los chismes circulan de boca en boca, incluso a sotto voce en contra de los mismos contertulios en las reuniones. Nadie escapa a las sospechas; cada uno es mirado con desdén y malicia. Los personajes van desarrollando su roles con “normalidad”, pero en un intrincado de relaciones hacen de la narración un tejido humano digno de los grandes momentos de las novelas clásicas. La psicología, la filosofía y la política no escapan a los momentos de reunión de los hombres de culturas diferentes que concitan encuentros para disertar desde lo cotidiano hasta lo sagrado. Aventuras de alcoba, infidelidades y deseos frustrados, unos logrados otros no, hacen parte del devenir de la trama. Aunque la novela no es de difusión filosófica como “El mundo de Sofía”, si tiene instantes que superan el discurso común. Los temas sobre pensadores y doctrinas van sucediéndose de forma aparentemente normal. Discusiones desde la cátedra o de habitación; elucubraciones de lo pedestre hasta el razonamiento hermético: nada escapa a esos encuentros de lo social con lo intelectual en las reuniones del viernes. Hans, traductor de oficio, seduce a Sophie, que pasa indistintamente a ser amante a colaboradora en traducción de poesía alemana para una editorial famosa del momento. Los encuentros clandestinos para amarse, y de trabajo para disimular los primeros se convierten en el nudo morboso del drama. Los deseos cumplidos y el compromiso implícito hacen destejer otros socialmente establecidos; el posible matrimonio de Sophie con un empresario se vuelve una carga en contra de los deseos encontrados de Sophie y Hans. La cueva del organillero es el correlato de las mansiones donde se dan los encuentros de las clases altas. En ambos escenarios se suceden encuentros que sólo cambian el nivel del consumo material y afectivo acorde a las condiciones del anfitrión. El personaje siniestro de la máscara da un tinte gótico al relato. Su aparición esporádica y noctámbula, persiguiendo a mujeres indefensas que luego de la aventura siguen con una vida sin “sobresaltos”, evitando el murmullo enfermizo de los ilesos de las agresiones sexuales o físicas. Decía al principio que asistimos al recurso literario del relato dentro del relato como en la gran obra de Luigi Pirandello “Seis personajes en busca de autor”. El lector puede sospechar que el enmascarado es uno de los asistentes a las reuniones de la cueva del organillero. Pero serán indicios que el lector tendrá conjeturar. El final de la novela queda abierto cuando Hans hace los preparativos de su partida y Sophie, sin programarlo, parece estar dispuesta a romper todos los lazos sociales y partir también. La poética es otro de los instantes de la novela que no debemos dejar de lado. Teorías sobre la lectura y la escritura aparecen en algunos momentos como enseñanzas del lector avisado al combinar los diálogos del hombre ordinario con los del erudito. Pero leamos a Antonio Machado quien nos ilustra un poco sobre el hacer de la palabra algo que exprese la otra realidad: “Las palabras, a diferencia de las piedras, o de las materias colorantes, o del aire en movimiento, son ya, por sí mismas, significaciones de lo humano, a los cuales ha de dar el poeta nueva significación. La palabra es, en parte, valor de cambio, producto social, instrumento de objetividad (objetividad en este caso significa convención entre sujetos), y el poeta pretende hacer de ella medio expresivo de lo psíquico individual, objeto único, valor cualitativo. Entre la palabra usada por todos y la palabra lírica existe la diferencia que hay entre una moneda y una joya del mismo metal” Las más de 500 páginas son una experiencia grata de lectura que seduce al lector y lo compromete para que siga hasta el final. Esta es una lectura que deja la sensación positiva de los libros que nos divierten y nos enseñan a gozar los grandes textos: hay erudición y sabiduría. Termino con un razonamiento que cierra, en parte, la síntesis de lo dicho: “El sentido de la obra de arte no reside ni en su tema ni en su mensaje, sino en su consecución. Ante las imágenes termina el señorío del absurdo. Lo que diferencia al artista del pensador, lo que lo eleva sobre el pensador, es que el artista ‘triunfa en lo concreto’. Es un triunfo totalmente sensorial. El artista hace florecer su pensamiento en imágenes. Su arte se mide por el grado en que lo consigue.” GünterBlöcker, 1961. Los grandes libros exigen lectores especiales y hay lectores especiales para grandes libros.