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4 al 7 de diciembre de 2019
Universidad Nacional de Mar del Plata
Dean Funes 3350 (esquina Roca)
Introducción
Partiendo de los fragmentos titulados “Hacia una teoría del Unmensch” procuraremos
mostrar el profundo cariz posthumanista del materialismo antropológico benjaminiano.
La noción de Unmensch literalmente no-humano pero también monstruo, supone una
crítica radical de la tradicional imagen del hombre [Menschenbild] a la vez que un
movimiento de destrucción de lo que de ella persiste junto con una tentativa de delinear
otra forma posible de (no) ser humano. El Unmensch recupera todo lo que ha sido
excluido y desechado de la concepción del ser humano y que por eso, se presenta de
manera amenazante bajo la figura del monstruo. Esta amenaza que emerge del seno
mismo de lo cotidiano es lo ominoso, lo unheimlich, aquello que fractura la normalidad
al exhibir su carácter monstruoso, vinculado a la familia, al padre, al destino, a la culpa,
al miedo. El monstruo deberá precisamente llevar a cabo la aniquilación de todo esto y
con ello de la concepción del ser humano dominante y en este movimiento es un
devorador antropófago y un Edipo moderno. Frente al plexo culpabilizador del padre,
Benjamin parece recuperar el seno materno de la naturaleza. En este contexto,
retomaremos el análisis que realiza del matriarcado de Bachofen para precisar el papel
de las mujeres tanto en su crítica de lo humano como en el desarrollo de su materialismo
antropológico. Así, frente a las interpretaciones que destacan el carácter destructivo de
lo Unmensch (Hanssen 2000; Andersson 2014; Galende 2009) procuramos mostrar que
al mismo tiempo supone el esbozo de una forma de existencia monstruosa y no-humana,
que resulta fundamental para pensar otra maneras posible de ser y otras formas de
(con)tacto, de trato con nosotros, con los otros, con el mundo, con las cosas.
Reconstruiremos la teoría del monstruo, no-humano, mostrando que este motivo aunque
resulta dominante en el ensayo sobre Kraus y en sus notas, se encuentra presente a lo
largo de toda la obra benjaminiana, desde sus textos tempranos hasta sus últimos
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escritos. Para delimitar lo no-humano resulta fundamental el concepto de criatura y la
cuestión de la narración. En “El narrador” Benjamin trae a colación diversas personajes
de Leskov que encarnarían la figura de los justos y señala que a todos ellos “los
atraviesa la imago de su propia madre” (2008b, 88; GS II/2, 459). A continuación, cita
el relato Figura del escritor ruso, donde la madre es caracterizada de la siguiente
manera “era tan buena de alma que no era capaz de infligir el menor sufrimiento a
ningún ser humano, ni siquiera a los animales. No comía carne ni pescado porque era tal
la compasión que sentía por todos los seres vivientes” (2008b, 88; GS II/2, 459). Ya
había aparecido la figura de las madres fáusticas en el Trauerspielbuch pero si allí
resultaban vivificadas cuando los hijos las rodeaban, aquí se produce un movimiento de
radicalización, en donde el amor ya no remite a otros seres humanos, sino al reino de las
criaturas, y en particular a los animales. Procuramos así delinear esta figura del justo
atravesado por la imagen de la madre como uno de los pilares de la política de lo no-
humano.
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Presentación Barcelona:
Figuras femeninas en el materialismo antropológico de Walter Benjamin
Materialismo antropológico…
Madre, prostitutas, lesbianas
Figuras femeninas
En la arqueología benjaminiana de la modernidad, encontramos una serie de “tipos
sociales” que resultan de particular relevancia para iluminar los claroscuros de la época
moderna en una doble perspectiva a la vez crítico-destructora y salvífico-constructora.
Los estudiosos de la obra de Benjamin (Cohen, 2006: 210; Buck-Morss, 1995: 67) se
han ocupado de estos tipos entre los que destacan el flâneur, el coleccionista, el
apostador, la prostituta y la lesbiana. Sin embargo, sostenemos que hay otra figura
femenina que debería ser tenida en consideración, a saber, la de la madre. Procederemos
a rastrear la figura de la madre en algunos escritos para luego inscribirla en el marco del
materialismo antropológico benjaminiano.
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La narración es una práctica artesanal en la que confluyen las manos (lo táctil) y la
boca, en un arte de trenzar y tejer historias, posibilidades, realidades cercanas y remotas.
Benjamin consigna entre las labores femeninas: “hacer orlas, hacer nudos, trenzas,
tejer” (Haschisch, p. 120) y luego sentenciaba que el quid del problema es “red o
manta”. La red o malla guarda las distancias entre los nudos, permitiendo que la
atraviesen la luz y el aire, es un entramado o modo de vincularse que, a diferencia de la
manta no cubre totalmente, protegiendo sin abrigar, adquiriendo fortaleza sin tapar. La
madre puede obrar así como un modo de vincularse, de tramar relaciones, de tratar
anudando y enlazando pero sin ahogar, sin ocultar. “El amor”, dice Benjamin, “puede
proceder de cierto sentimiento generoso […] pero pronto se encuentra corrompido por
el gusto de la propiedad” (J 34 a, 7). La madre podría dar curso a un amor que no se
adueña de lo amado, que es red y no manta, amparando sin apropiarse, protegiendo sin
ocultar. Pero además sería una forma de vincularse en donde impera el tacto, la mano
que acaricia entretejiendo los cuerpos y las historias.
La narración acompaña a la madre en las tareas cotidianas y aburridas dotándolas de un
brillo extraordinario, o más bien, entrelazando lo ordinario y lo maravilloso. Por eso,
observando el costurero de su madre, Benjamin sostiene: “No me hubiese extrañado
nada, si entre los carretes hubiere habido uno que hablase, Odradek, al que conocería
casi treinta años más tarde” (Infancia, El costurero, p. 113). Mientras la madre cose, se
entrelazan historias en el aire sobrevolando a los objetos y haciendo emerger lo
extraordinario desde el seno mismo de lo cotidiano. Pero esto no resulta amenazante
como para los adultos, sino liberador, al permitir aflorar lo sin forma, lo indeterminado,
es decir, la multiplicidad de lo existente, lo rico y extraño que permanecía oculto. Así, el
costurero ya no es un depósito de carretes inertes sino que ahí se asoma Odradek antes
de que los relatos tengan que abrirse paso agrietando la solidez del mundo establecido.
En las historias que cuenta la madre se trastocan los órdenes, se ponen en cuestión las
jerarquías, se expande el reino de lo viviente y raramente las cosas son como parecen.
De las caricias y los cuidados de la madre misma surgen relatos que dotando de vida a
lo inanimado y mostrando otros formas de trato posibles con les otres y la naturaleza,
iluminan bajo una nueva luz el mundo que nos agobia.
El estrecho vínculo de la madre con la narración aparece también en el ensayo sobre
este tópico que Benjamin le dedica a Nicolai Leskov [1936]. En particular, se detiene en
un relato titulado “Figura” en donde la protagonista es una madre que viviendo en el
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campo rodeada de animales se niega a alimentarse de ellos. Esta actitud es reprochada
por su esposo ante cuya insistencia ella responde que los ha criado y por eso, no puede
comerlos puesto son como sus hijos. Este argumento se extiende, no obstante, a los
animales de los vecinos, dado que los ha visto crecer y no puede comerse a sus
conocidos, y así podríamos proseguir. Sólo en apariencia el argumento se sustenta en la
proximidad específica de los animales respecto de la madre, más bien se basa en una
concepción que valora del reino de las criaturas en toda su amplitud desde lo inanimado
pasando por los animales. Todos los seres resultan mancomunados en tanto forman
parte de la creación divina mereciendo nuestro respeto y atención. Desanando así la
separación entre los seres, el amor y la responsabilidad de la madre cobija a los
animales. En este caso también la madre encarna la justicia mostrando otro modo de
trato, otra forma de vincularse con los animales y con les otres 2. Benjamin cita las
siguientes palabras del cuento referidas a la madre: “Era tan buena de alma que no era
capaz de infligir el menor sufrimiento a ningún ser humano, ni siquiera a los animales.
No comía carne ni pescado porque tal era la compasión que sentía por todos los seres
vivientes” (2008: 88, XVII; Obras II/2: 62; GS II/2: 459).
En este sentido, es que la imago de la madre tal como aparece en el cuento atraviesa
todo el cortejo de personajes de Leskov que pueden caracterizarse como los justos
dando cuerpo a “la sabiduría, a la bondad, al consuelo del mundo” (2008: 88). La madre
se erige así junto con el narrador en la figura de la justicia. “El justo es el abogado
[Fürsprech] de la criatura y a la vez su encarnación suprema” sentencia Benjamin
(2008: 89), es decir, aboga por las criaturas, les presta voz, y responde por ellas. Esta
figura de la madre nada tiene que ver con la propiedad y el dominio, por el contrario, su
actitud es más bien la del don, dar sin esperar nada a cambio, apartarse del centro para
que puedan aflorar esas criaturas relegadas. La justicia emerge de este amor generoso y
desinteresado de la madre que teje un entramado contenedor que rodea y sostiene sin
cubrir ni apropiarse de les otres. Por eso, Benjamin advierte que en Leskov los justos
siempre detenta un cariz “maternal”, destacando que el protagonista del cuento “Kotin,
2
Se produce así un desplazamiento respecto de la imagen benjaminiana de la madre fáustica en el prólogo
del Trauerspielbuch, puesto que si allí resultaban vivificadas cuando los hijos las rodeaban, aquí se
produce un movimiento de radicalización, en donde el amor ya no remite a otros seres humanos, sino al
reino de las criaturas, y en particular a los animales. En esta figura de la justicia vinculada con la madre se
hallaría no de los pilares de la política de lo no-humano.
6
el alimentador y Platónida” es un campesino hermafrodita que, de alguna manera,
representa la suspensión de la tradicional dicotomía masculino-femenino3.
5
Benjamin advierte respecto de las “adaptaciones de Bachofen que han llevado a cabo lo que son
profesores oficiales del fascismo alemán” (II/1: 234).
6
“Así, Bachofen es, a fin de cuentas, un mediador prudente en lo que son naturaleza e historia: lo que ha
sido histórico, recae finalmente por la muerte en el dominio de la naturaleza; y aquello que ha sido
natural, recae finalmente por la muerte en el que es el dominio de la historia” (II/1: 226).
8
(II/1: 235). En otras palabras, sólo es posible discutir y reconsiderar la política poniendo
en cuestión tópicos tradicionalmente considerados privados como la familia, la
sexualidad, el amor, entre otros. La idea del matriarcado de Bachofen pone sobre el
tapete estas cuestiones a la vez que conlleva un “cambio del concepto de autoridad”
(II/1: 235), que ya no se entiende como dominio o poder instalado por la fuerza, sino
como ese respeto que emerge del trato y de la escucha de les otres. En base a esta
noción de autoridad se puede pensar otro tipo de familia que entrelace, contenga y
proteja siendo red pero no manta –sin cubrir, sin sustraer de la visión, sin recluir en lo
privado–, y con vínculos por afinidad y amor no necesariamente sanguíneos. La
estrecha comunidad de la patria [Vaterland] por sangre y por lugar de nacimiento
basada en el dominio de la familia y del Estado, cedería a una comunidad ampliada
como lugar de acogida más que espacio de procedencia fundada en el cuidado y el
(con)tacto7. La “amplitud casi maternal” con que Benjamin describe el retrato póstumo
de Bachofen constituiría así uno de los pilares del entrelazamiento y del tejido de otra
forma de comunidad familiar y política.
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En la entrada “Guantes”, Benjamin señala que el asco proviene del rechazo de lo otro, extraño… nos
repulsa tocarlos. Por eso una comunidad que acoja lo extraño debe fundarse en el tacto como forma de
contacto. Las caricias de la madre serían una forma ejemplar de contacto.
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Hasta ahora la presencia femenina aunque persistente a lo largo de la obra benjaminiana permanecía en
el anonimato. Tendencia que aquí se revierte con el abordaje del pensamiento de Claire Démar.
9
“En 1976, Valentín Pelosse publicó la correspondencia de C. Demar, en el mismo volumen que los
textos de sus dos folletos que se reeditaron entonces por primera vez” (Veauvy, 2008: 190).
9
En el pensamiento de Claire Démar, Benjamin encuentra condensado el contenido
antropológico de la utopía sansimoniana y lamenta que haya “sido olvidada” en la
historia del movimiento, mientras que las “fantasías” de Enfantin han “dejado gran
huella” (I/2: 190). Enfantin no sólo se erigió como padre de la secta sino que también
impulsó la espera de la “mujer-mesías” que vendría a acompañarlo y luego emprendió
su búsqueda en Oriente. Mientras tanto las mujeres sansimonianas no podían ocupar
cargos jerárquicos dentro de la organización ni participar activamente en el consejo
sansimoniano10. Benjamin advierte sobre el “mito de la madre de Enfantin” (I/2: 190),
contraponiéndole el tratamiento particular que Démar realiza de la mujer en tanto madre
hacia el final de su escrito póstumo: “¡Basta de maternidad!, nada de ley de la sangre.
Yo digo: basta de maternidad. Si algún día la mujer... se libera de los hombres que le
pagan el precio de su cuerpo..., su existencia tendrá... que agradecérsela solamente a su
creatividad, para lo cual debe dedicarse a una obra y cumplir una función... Tenéis que
resolveros a pasar al recién nacido del pecho de la madre natural por completo al brazo
de la madre social, al brazo del ama directamente empleada por el Estado. Así se
educará mejor al niño... Tan sólo entonces y no antes se desligarán por sí mismos
hombre, mujer y niño de la ley de la sangre, ley de la explotación de la humanidad”
(citado por Benjamin, I/2: 190).
En los escritos y en la vida de Démar, Benjamin reconoce la “versión original [de] esa
mujer heroica que había hecho suya Baudelaire […] en su variante lesbiana” (I/2: 190).
Démar se levanta para impugnar la maternidad, o más específicamente la asunción por
parte de la mujer de la maternidad como destino, reclamando que la madre deje su lugar
a una “madre social” a cargo del Estado que criará y educará a les niñes. El fin de la
explotación de la mujer –y de les niñes– sólo podrá advenir con el cese del imperio de
la ley de la sangre. Démar pone de manifiesto que la maternidad es una cuestión política
–ni meramente privada ni natural– que requiere de un tratamiento social, como también
lo son el matrimonio y la familia. Frente al mito de la madre erigido por Enfantin,
Benjamin rescata el tratamiento que Démar realiza de la madre, exigiendo por parte del
Estado una abordaje social y político de la cuestión de la maternidad, impugnando el
matrimonio y la ley de la sangre como forma de establecimiento de los vínculos
10
Antes de la división de la secta, la excepción era Clara Bazard (Campillo, 321), esposa de Saint-Amand
Bazard, por entonces líder junto con Enfantin. Uno de los motivos de la separación de Bazard fue su
apego a la moral cristiana y su rechazo de la mujer-mesías de Enfantin.
10
familiares en tanto relaciones de dominación, y reconfigurando el amor, la familia, los
modos de tratarnos y nuestras prácticas cotidianas en su dimensión política.
Referencias bibliográficas
Bachofen, Johann Jakob (1987): El matriarcado, trad. de María del Mar Llinares
García, Madrid: Akal. Disponible en:
https://archive.org/stream/ElMatriarcadoJJBachofen/El-Matriarcado-JJ-
Bachofen_djvu.txt
Introducción
Partiendo de los fragmentos titulados “Hacia una teoría del Unmensch”
procuraremos mostrar el profundo cariz posthumanista del materialismo antropológico
benjaminiano. La noción de Unmensch literalmente no-humano pero también monstruo,
supone una crítica radical de la tradicional imagen del hombre [Menschenbild] a la vez
que un movimiento de destrucción de lo que de ella persiste junto con una tentativa de
delinear otra forma posible de (no) ser humano. El Unmensch recupera todo lo que ha
sido excluido y desechado de la concepción del ser humano y que por eso, se presenta
de manera amenazante bajo la figura del monstruo. Esta amenaza que emerge del seno
mismo de lo cotidiano es lo ominoso, lo unheimlich, aquello que fractura la normalidad
al exhibir su carácter monstruoso, vinculado a la familia, al padre, al destino, a la culpa,
al miedo. El monstruo deberá precisamente llevar a cabo la aniquilación de todo esto y
con ello de la concepción del ser humano dominante y en este movimiento es un
devorador antropófago y un Edipo moderno. Frente al plexo culpabilizador del padre,
Benjamin parece recuperar el seno materno de la naturaleza. En este contexto,
retomaremos el análisis que realiza del matriarcado de Bachofen para precisar el papel
de las mujeres tanto en su crítica de lo humano como en el desarrollo de su materialismo
antropológico. Así, frente a las interpretaciones que destacan el carácter destructivo de
lo Unmensch (Hanssen 2000; Andersson 2014; Galende 2009) procuramos mostrar que
al mismo tiempo supone el esbozo de una forma de existencia monstruosa y no-humana,
que resulta fundamental para pensar otra maneras posible de ser y otras formas de
(con)tacto, de trato con nosotros, con los otros, con el mundo, con las cosas.
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Reconstruiremos la teoría del monstruo, no-humano, mostrando que este motivo
aunque resulta dominante en el ensayo sobre Kraus y en sus notas, se encuentra presente
a lo largo de toda la obra benjaminiana, desde sus textos tempranos hasta sus últimos
escritos. Para delimitar lo no-humano resulta fundamental el concepto de criatura y la
cuestión de la narración. En “El narrador” Benjamin trae a colación diversas personajes
de Leskov que encarnarían la figura de los justos y señala que a todos ellos “los
atraviesa la imago de su propia madre” (2008b, 88; GS II/2, 459). A continuación, cita
el relato Figura del escritor ruso, donde la madre es caracterizada de la siguiente
manera “era tan buena de alma que no era capaz de infligir el menor sufrimiento a
ningún ser humano, ni siquiera a los animales. No comía carne ni pescado porque era tal
la compasión que sentía por todos los seres vivientes” (2008b, 88; GS II/2, 459). Ya
había aparecido la figura de las madres fáusticas en el Trauerspielbuch pero si allí
resultaban vivificadas cuando los hijos las rodeaban, aquí se produce un movimiento de
radicalización, en donde el amor ya no remite a otros seres humanos, sino al reino de las
criaturas, y en particular a los animales. Procuramos así delinear esta figura del justo
atravesado por la imagen de la madre como uno de los pilares de la política de lo no-
humano.
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La figura de la madre
En este apartado reconstruiremos algunas de las menciones a la madre en los
escritos de Walter Benjamin. Partiremos de su análisis del matriarcado en su ensayo
sobre Bachofen [1935] y luego retomaremos la referencia a las madres faústicas en
prólogo del Trauerspielbuch [1928] y al vínculo entre la madre y la figura del justo en
“El narrador” [1936].
Lo primero que quisiéramos destacar respecto de su lectura de Bachofen es
precisamente la inversión de la línea temporal que lleva a cabo. Si Bachofen sitúa al
matriarcado como una forma de sociedad histórica luego suplantada por el orden
establecido por el pater familias, Benjamin le interesa concebirla como una “profecía
científica”. A diferencia de las “predicciones científicas” que “son previsiones exactas
en el orden natural, o también en el orden económico”, las profecías serían “un
sentimiento de las cosas futuras más o menos pronunciado [que] inspira determinadas
investigaciones” (Obras II/1: 222). De este modo, Benjamin se desentiende del
problema de la existencia histórica del matriarcado en un pasado remoto, para como en
el caso de Kraus, entender el origen al mismo tiempo como meta y situar esa forma de
organización democrática y comunitaria como fuerza inspiradora del futuro. Obsérvese
que como en el caso de la historia, el motor aquello que nos moviliza no es el futuro,
sino más bien la potencia del pasado para revolucionar el porvenir. Así, “atrajo a los
pensadores marxistas por su sugestiva evocación de una primera forma de sociedad
comunista” revelándose “el aspecto profético de su obra” (Obras II/1: 223). Benjamin
advierte que aunque los etnólogos se hallen dispuestos a reconocer ciertas formas
particulares de matriarcado, rechazan la idea de Bachofen “de una auténtica era
matriarcal como época bien caracterizada y estado social sólidamente instalado” (II/1:
231). Sin embargo, lo relevante para Benjamin no es la discusión respecto de la
“realidad histórica” del matriarcado y su posterior decadencia, sino su potencia profética
motorizadora de la lucha política.
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tierra cuyas raíces subterráneas (de profundidad inexplorada) se encuentran formadas
por los usos y por las costumbres religiosas propias del mundo antiguo. La disposición y
estilo característicos de dicha construcción eran bien conocidos, pero nadie hasta
entonces había estudiado su subsuelo. Y es lo que hizo Bachofen con su gran obra sobre
el matriarcado” (II/1: 230).
“Bachofen presenta la Orestiada de Esquilo como la dramática descripción de la lucha
entre el matriarcado declinante y el patriarcado ascendente, que es el finalmente
vencedor... Esta interpretación, sin duda novedosa, pero correcta… es uno de los más
bellos pasajes del libro” (II/1: 232).
Imágenes originarias [Urbilder] de Klages, “reflejos nostálgicos” (II/1: 233) que se
mecen en el sueño… se distinguen de las imágenes de deseo del primer exposé
correspondiente a ese mismo año.
“Sus ideas principales se han expandido fuera del texto, lo cual se ha visto facilitado por
la imagen (a un tiempo romántica y precisa) de la era matriarcal que Bachofen dibuja.
Pues para Bachofen el orden familiar establecido de la Antigüedad a nuestros días, y
que se caracteriza por el dominio del pater familias, estuvo precedido de otro orden que
confería a la madre la autoridad familiar en su conjunto. Dicho orden era además muy
diferente del orden patriarcal, tanto desde el punto de vista jurídico como desde el punto
de vista sexual. De manera que todo parentesco y, por lo tanto, toda sucesión se
encontraban establecidos por la madre, que acogía en su casa a su marido (o a varios
maridos, en los primeros tiempos de esa era)” (II/1: 231).
“Bachofen había escrutado, a inexplorada profundidad, las fuentes que a lo largo de los
tiempos alimentaban los ideales libertarios a que apelaba Reclus. Tenemos pues aquí
que recordar la promiscuidad antigua de que habla El matriarcado, un estado de cosas
con el cual corresponde, por su parte, cierto ideal de derecho. El hecho Indiscutible de
que ciertas comunidades matriarcales hayan desarrollado en alto grado un orden
democrático junto a ideas de cívica igualdad ya había llamado la atención de Bachofen,
al cual el comunismo le parecía ser inseparable de la ginecocracia. Y, curiosamente, el
despiadado juicio que, en cuanto ciudadano y patricio de Basilea, tenía respecto de la
democracia no le impidió describir en páginas magníficas las múltiples bendiciones de
Dioniso, que él consideraba en calidad de auténtico principio femenino” (II/1: 234).
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Madre: amor vs. Posesión/propiedad / no sería un amor posesivo... sino caracterizado
por la amplitud. (236)
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Referencias bibliográficas
Andersson, Dag T. (2014): “Destrucción/Construcción”. En Conceptos de Walter
Benjamin, editado por Michael Opitz y Erdmut Wizisla, 361-415. Buenos Aires: Las
cuarenta.
Benjamin, Walter (1991): Gesammelte Schriften [GS], tomos I-VII, editado por Rolf
Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser. Frankfurt am Main: Suhrkamp.
Benjamin, Walter (2008): El narrador, trad. Pablo Oyarzun. Santiago de Chile: Metales
pesados.
Galende, Federico (2009): Walter Benjamin y la destrucción. Santiago de Chile:
Metales pesados.
Hanssen, Beatrice (2000): Walter Benjamin’s Other History. Of Stones, Animals,
Human Beings, and Angels. California: University of California Press.
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