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XI° Jornadas de Investigación en Filosofía

DE PROFESORES, GRADUADOS Y ALUMNOS


8, 9, 10 y 11 DE AGOSTO DE 2017
DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA. FaHCE. UNLP

Título de la mesa de debate: La filosofía hoy y acá


Área disciplinar: Filosofía, educación, investigación, política

Subsistencia del dualismo


Anabella Di Pego

En la filosofía seguramente podría caracterizarse el siglo XX por la embestida


contra los dualismos tradicionales que atraviesan el pensamiento, especialmente a partir
de la época moderna. Entre ellos el dualismo sujeto y objeto parece ser la piedra de
toque de la tradición continental, mientras que el dualismo lenguaje y mundo se erige
como el marco de la tradición analítica. El desmantelamiento de estos dualismos
despuntó con los albores del siglo pasado, pero alcanzó su máximo desarrollo a partir de
la segunda mitad del siglo XX a la vez que la distinción entre la filosofía continental y
la analítica comenzaba a desdibujarse. Después de profusas y vastas críticas, la
discusión sobre los dualismos parece haber alcanzado todos los rincones del paisaje
filosófico. Es como si ya se hubiesen explorado todos los territorios y aquello que otrora
nos resultaba desconocido, yermo y desafiante, hoy se nos presenta como un terreno
relevado, llano y despejado.
Sin embargo, pese a las múltiples mediaciones sabemos que siempre persiste
cierta disonancia entre la teoría y la praxis, no estando librada de ella ni siquiera la
mismísima praxis filosófica por más reflexiva que sea. Aunque los dualismos se
encuentren desmontados, subsiste una tendencia en la filosofía hacia una forma de
pensamiento dicotómica. El pensamiento dicotómico permite estructurar los
acontecimientos de manera clara y ordenada, mientras que dando lugar a los matices
intermedios se responde mejor a la complejidad de los sucesos pero se corre el riesgo de
que el pensamiento acabe diluyéndose en un análisis descriptivo. El pensamiento
filosófico debería poder moverse entre los extremos de las dicotomías abstractas y de
las descripciones depuradas de toda potencia crítica. Lo cierto es que por nuestra

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formación parece que nos encontramos mejor preparados para movernos entre
abstracciones teóricas que para enfrentarnos a los acontecimientos concretos. En lo
sucesivo, procuraré afrontar el desafío de pensar algunas prácticas filosóficas en función
de examinar el modo en que siguen operando ciertos dualismos, separando fenómenos
en campos estancos y obturando una comprensión más profunda de los mismos.
En particular me interesa realizar algunas consideraciones sobre el dualismo
docencia-investigación. Ya cuando decidimos inscribirnos a la carrera de filosofía nos
enfrentamos con el mismo, al menos en el modo en que se caracterizan en una primera
instancia el profesorado y la licenciatura. ¿Acaso quienes transitan el profesorado no
aprender a investigar y quienes lo hacen por la licenciatura no aprenden a enseñar? No
se trata de desconocer que estas carreras enfatizan y refuerzan uno u otro aspecto de la
actividad filosófica, sino más bien de señalar que esto no significa que quienes
transcurran en una u otra carrera sean iletrados o no puedan acreditar ser capaces de
investigar o de dar clases. En este punto, ambas carreras son carreras de grado de cinco
años de duración y en el ámbito universitario los títulos tienen la misma validez y
habilitan para la investigación y la docencia universitaria, en tanto que el profesorado
habilita además para la docencia en nivel medio e inicial –en el caso de escuelas que
contemplan la filosofía con niños–. Cabe resaltar que hace unos diez o quince atrás era
prácticamente imposible entrar al Doctorado en filosofía sin la licenciatura, sin
embargo, en los últimos años ha habido una apertura considerable (impulsada en parte
por las políticas científicas de organismos de investigación) y en la actualidad resulta
indistinto para el ingreso al mismo poseer el título correspondiente al profesorado o a la
licenciatura. De manera que ha habido un reconocimiento de parte del área de
investigación a que el profesorado (aunque no sea su punto fuerte) ofrece una formación
apropiada para la investigación. En el ámbito de la docencia la apertura hacia la
investigación parece haber sido menor, si tenemos en cuenta, por ejemplo, cómo se
valora y se posiciona el título de licenciado para el acceso a los cargos docentes
universitarios. Esta asimetría que evidencia una mayor apertura de la investigación
hacia la docencia, que desde la docencia hacia la investigación, es una de las cuestiones
de nuestras prácticas cotidianas que ameritarían ser revisadas con mayor detenimiento.
El hecho de que ambos habiliten para la docencia universitaria amerita que nos
detengamos brevemente en las particularidades de la enseñanza de nivel superior. Por
un lado, nos encontramos con adultos, es decir, con subjetividades en proceso de
constitución incesante pero que ya no son plenamente adolescentes ni niños. La
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universidad reconoce este hecho en la participación de todos los claustros en el
cogobierno. Por otro lado, la docencia universitaria en nuestro país supone el fomento
de la figura del docente-investigador. Esto, me parece especialmente relevante respecto
del perfil de nuestra universidad pública de cara a otros modelos, por ejemplo el
mexicano. En México la universidad pública se dividen entre las unidades de enseñanza
y las unidades de investigación. Ambos no sólo detentan edificios separados sino
también regímenes de trabajo y enseñanza claramente diferenciados. De este modo, se
puede ser profesor/a de la UNAM pero no tener lugar de trabajo como investigador/a en
ningún instituto de investigación de esa universidad (son cargos separados de distintas
dependencias) y abocarse completamente a la actividad docente, o también, hay quienes
son investigadores pero no tienen actividad docente en esa universidad. En lugar de esta
segregación que sentencia el desarrollo de la docencia y de la investigación a mundos
separados, encuentro una especial relevancia en el modelo argentino que reconociendo
las lógicas diferenciadas de estas actividades, apunta a su interacción y potenciación
mutua en el ámbito universitario. Sería difícil mostrar que la relativamente elevada
calidad de la educación de grado en nuestro país (en relación con otros sistemas de la
región y del mundo) se deba a la potenciación mutua de la docencia y de la
investigación, pero me atrevería a sostener que sin lugar a dudas no desempeña un papel
en absoluto desdeñable en relación con el nivel de la educación superior.
En este sentido, el perfil de docente-investigador/a me parece un perfil clave de
nuestro sistema universitario que incluso desafía la persistencia del dualismo entre
enseñanza e investigación. Creo que sería difícil no reconocer que la enseñanza se
potencia con los aportes de la investigación, tanto en lo que se refiere a contenidos
conceptuales como también procedimentales y actitudinales. En este sentido, si
queremos enseñar no sólo contenidos conceptuales sino también a reflexionar y hacer
filosofía, es necesario concebir la filosofía como una práctica y como toda práctica no
puede aprenderse más que practicando, ejercitando, haciendo. ¿Y qué es acaso
investigar sino hacer filosofía, es decir, criticar y revisar concepciones explorando
caminos propios del pensar? También sería sumamente difícil no reconocer que la tarea
de investigación se enriquece y potencia con la docencia, en la medida en que esta
instancia de reflexión colectiva pone a prueba y somete a discusión las ideas y
conceptos que allí se despliegan.
Si acordamos entonces en que la docencia y la investigación se potencian, y
además nos parece importante promover el perfil de docente-investigador (y no como en
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la UNAM de docente o de investigador), en el momento de discutir los criterios de
acceso a los cargos docentes universitarios se deberían contemplar los antecedentes de
lxs postulantes en lo que se refiere a la docencia y a la investigación. No desconozco el
hecho de que hay materias que por su carácter masivo y por estar al comienzo de la
carrera, requieran que se prioricen los antecedentes docentes, pero esto no puede
significar de ninguna manera que se soslayen o se ignoren completamente los
antecedentes de investigación. Caso contrario, nos mostraríamos más bien proclives al
modelo mexicano que separa categóricamente la docencia y la investigación. Se podrían
desarrollar otros argumentos que muestran de qué manera la complementariedad entre
docencia e investigación redunda en favor de ambas actividades, pero tal vez las
reticencias que todavía encontramos a valorar los aportes de la investigación tengan que
ver más bien con cierta tradición de la investigación que, aunque manifiestamente
obsoleta, todavía sigue operando en el imaginario de la actividad filosófica.
Hace un par de décadas atrás predominaba una concepción de la investigación
individualista y frecuentemente desdeñosa a la vez que despreocupada por la tarea
docente. Todxs debemos tener en mente cuando digo estas palabras a algún que otro/a
profesor/a, para quienes la docencia representa una obligación que conllevaba
prácticamente una pérdida de tiempo, lo que se plasmaba en faltas, llegadas tardes y una
falta de compromiso total con la actividad docente. Sin embargo, aunque puede que
quede algún que otro caso aislado de este tipo, lo cierto es que hemos avanzado, lo que
es sin lugar a dudas para celebrar, hacia un compromiso creciente con la actividad
docente. Pero además hay que señalar que afortunadamente también se ha modificado
radicalmente lo que se entiende por la tarea de investigar en filosofía en nuestros días.
La investigación no puede ser concebida como una actividad aislada y solitaria, puesto
que requiere de la colaboración, la interacción y la discusión con otros. Poco a poco la
idea de que la producción de conocimiento es una tarea colectiva se ha ido imponiendo
y proliferan los equipos de investigación pero también los grupos de estudio y de
lectura. Desde esta perspectiva, la docencia misma se muestra como otro de los ámbitos
de formación y discusión que permite desplegar el pensamiento filosófico.
Desbrozado el camino de estas anquilosas concepciones de la investigación,
cada vez se muestra como tarea más urgente seguir trabajando en ciertas
presuposiciones que relegan el compromiso con la investigación a una cuestión
marginal y prácticamente irrelevante en la tarea de docente. Sólo de esta forma podrá
desarticularse la subsistencia del dualismo docencia-investigación en nuestras prácticas
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filosóficas. Lo que permitiría potenciar la retroalimentación entre ambas actividades y
también impulsar la producción de conocimiento filosófico por parte de la universidad,
para que la filosofía pueda volver a detentar un papel protagónico en el ámbito público
desde ese lugar del reconocimiento intelectual que trasciende las fronteras académicas.
Puede que sólo reforzando y trabajando en el fortalecimiento de esa figura del docente-
investigador comprometido con la formación de los estudiantes y con la producción de
conocimiento, pueda la filosofía disputar un rol destacado y activo en el ámbito social y
cultural que le permita reafirmarse ante a su futuro incierto y hacer frente a los embates
de las políticas presentes.

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