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En la universidad, Morse nunca demostró mucho interés por las clases, excepto por la
pintura y la electricidad, lo que causó no pocas veces la desesperación de sus padres y
profesores. Morse decidió dedicarse a la pintura, aunque también le interesaba
mantenerse al tanto de los últimos descubrimientos y experimentos relacionados con la
electricidad.
Después de graduarse en Yale trabajó unos meses como oficinista en una editorial de Boston hasta
que logró convencer a los padres para que le permitieran ir a Londres a estudiar bellas artes, ciudad
donde se convertiría en retratista y escultor de éxito.
A su regreso a los Estados Unidos en 1825, se estableció en la ciudad de New York, donde se ganó la
vida como retratista, convirtiéndose en uno de los pintores más importantes y respetado del país. Fue,
además, fundador y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo y profesor de arte y diseño
de la Universidad de la Ciudad de New York.
Tiempo después Morse regresó a Europa y poco a poco le fue prestando más atención a la química y
la electricidad, especialmente en lo relacionado con los descubrimientos realizados por el
francés André-Marie Ampère acerca de la corriente eléctrica y el magnetismo.
De regreso a Estados Unidos en 1832, después de escuchar una conversación en el barco en que
viajaba acerca del invento del electroimán, concibió la idea de crear un telégrafo eléctrico que sirviera
para enviar mensajes a largas distancias a través de un cable. La idea no era nueva, pero hasta ese
momento nadie la había materializado.
En 1835 tenía construido el primer prototipo de telégrafo y en 1838 había creado el código que
permitiría cursar los mensajes, más conocido después como alfabeto o código Morse, compuesto de
puntos y rayas.
Durante los siguientes cinco años Morse se dedicó a mostrar su telégrafo a hombres de negocio y al
Comité del Congreso, con la esperanza de recaudar fondos que le permitieran realizar las pruebas de
transmisión de los mensajes a larga distancia entre dos ciudades por medio de un cable. Finalmente,
en 1843 el Congreso de los Estados Unidos le asignó 30 mil dólares para construir una línea
telegráfica de 60 kilómetros que uniría a las ciudades de Baltimore y Washington. En mayo de 1844 la
primera línea telegráfica electromagnética estaba lista para la prueba.
El segundo cable telegráfico se extendió entre las ciudades de Washington y New Jersey. En un inició
las primeras líneas telegráficas enlazaron solamente estaciones ferroviarias, después se utilizaron para
uso oficial de los gobiernos y, por último, para el envío de mensajes a particulares. Una vez
demostrada en la práctica la posibilidad de enviar mensajes por ese medio a grandes distancias,
comenzó de inmediato el rápido enlace entre diferentes ciudades de los Estados Unidos.
No obstante el éxito obtenido con su invento, en los primeros tiempos Morse se vio obligado a luchar
contra el oscurantismo de la época que achacaba a su invento la culpa de todos los males que
acechaban a los ciudadanos. Tuvo incluso que luchar duramente para que se le reconociera el
derecho de patente de invención del telégrafo. Debido a que el sistema de transmisión de mensajes
por cables estaba siendo desarrollado simultáneamente por científicos de otros países, se vio envuelto
en largos litigios ante los tribunales hasta que, en 1854, la Suprema Corte de los Estados Unidos lo
reconoció como único inventor del telégrafo.
Una parte de la fortuna que le proporcionó el telégrafo, Morse la dedicó a subvencionar obras
filantrópicas, aportando fondos a instituciones educativas como Vassar College, la Universidad de
Yale, asociaciones misioneras y de caridad, así como a artistas pobres.
Samuel Morse murió de pulmonía en la ciudad de New York, el 2 de abril de 1872, poco antes de
cumplir 81 años de edad. Ese día los puntos y las rayas enviados a través de los cables de las
instalaciones telegráficas transmitieron la noticia que el inventor del telégrafo había fallecido. El
sistema de transmisión de mensajes telegráficos por cables de forma inmediata y a largas distancias,
ideado por Morse, así como el código que él mismo creó, es el más sencillo y práctico que ha
empleado la humanidad durante muchos años. A pesar de la aparición mucho después del télex, el fax
y, por último, el correo electrónico, aún hoy se continúa empleando, aunque en menor escala que
antes, el código de telegrafía inventado por Samuel Morse.