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ADMINISTRACIÓN, DERECHO
ADMINISTRATIVO Y SUS PRINCIPIOS
FUNDAMENTALES
Eduardo Cordero Q.
Profesor Titular de Derecho Administrativo
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
2017
Modulo I
Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
INDICE
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Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
I. EL CONCEPTO DE ADMINISTRACIÓN
Uno de los primeros aspectos que se deben resolver al iniciar el estudio del Derecho
Administrativo es determinar qué se entiende por Administración Pública o
Administración del Estado. En efecto, es habitual que se sostenga que el Derecho
Administrativo tiene por objeto la Administración, sin embargo, al momento de
establecer qué se va a entender por aquella se platean las mayores discusiones, las
cuales se mantienen hasta la actualidad. Por tal razón, en esta tarea vamos a tratar de
determinar el alcance de este concepto de forma aproximada, ya que la Administración
es una realidad política, histórica y jurídica que planea serias dificultades en su
definición.
Para tal efecto, vamos a establecer algunas premisas básicas en este análisis:
Ahora bien, el hecho que nos centremos en una perspectiva jurídica no significa
bajo ningún respecto sostener una suerte de exclusivismo jurídico en el estudio
de la Administración, como se afirmó en buena parte del siglo XIX. Con el
advenimiento del Estado Social y la necesidad de asumir una mayor
intervención en las relaciones sociales para garantizar una igualdad efectiva y la
satisfacción de necesidades sociales básicas, el Estado ha tenido que recurrir a
disciplinas destinadas a garantizar la eficacia de la acción estatal en dichos
ámbitos, como son la economía, la ingeniería, la estadística, las políticas y la
buena gestión pública, relegando los temas jurídicos a un lugar secundario o
como un instrumento destinado a garantizar dichos fines sociales. Así, el
cumplimiento de la legalidad no es suficiente para satisfacer las necesidades de
la sociedad, como tampoco el sentimiento que tiene la comunidad respecto de
las funciones que debe cumplir el Estado en el ámbito de la educación, la salud o
la vivienda.
b) Desde la perspectiva jurídica la Administración puede ser estudiada desde el ámbito del
Derecho público o privado. Por lo demás, normalmente se habla de administración
cuando se gestiona el patrimonio de un tercero, como sería la función de un
gerente respecto de los bienes de una sociedad o del marido en relación con los
bienes de la sociedad conyugal. Así, se habla de Administración privada y
Administración pública.
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otras. Así, mientras la Administración privada persigue fines privados y utiliza
medios basados en la igualdad de las partes, donde el principal instrumento de
actuación es el contrato, la Administración pública se caracteriza por perseguir
fines de carácter público, lo cual le permite utilizar mecanismos de imperio o de
poder a través de actuaciones unilaterales, como podría ser la expropiación, la
clausura de un establecimiento o la aplicación de sanciones. Sin embargo, como
toda explicación sintética, aquella adolece de la incapacidad de resolver muchos
casos singulares en donde esta relación de medios y fines se ve alterada, como
en el caso de entidades privadas que persiguen fines públicos o de empresas
públicas -que a la sazón forman parte de la Administración del Estado- y
persiguen fines comerciales e industriales centrados en el lucro de la actividad
que desarrollan.
Siendo así, el elemento determinante parece ser el régimen jurídico que resulta
aplicable. Mientras la Administración privada se somete a los principios propios
del Derecho privado, dominados por el principio de libertad y de autonomía de
la voluntad, la Administración pública se somete al Derecho público, cuyo
sistema jurídico descansa en el principio de legalidad, en cuya virtud sólo
pueden hacer aquello que expresamente le faculta la Constitución o la ley.
Esta pregunta puede tener dos respuestas posibles. La primera sería sostener que la
“Administración pública” es un conjunto de personas u organismos públicos, como
sucede con los ministerios, intendencias, gobernaciones y municipalidades. La otra
posibilidad es afirmar que la “administración pública” es una actividad estatal que tiene
un objeto preciso y determinado, cualquiera sea la entidad que la realice. La primera
concepción es la que se conoce como la Administración en sentido subjetivo u
orgánico, razón por la cual se escribe con mayúscula, frente a la segunda
administración que se conoce como el sentido objetivo o funcional, que utiliza la
minúscula.
Una y otra concepción abre un debate bastante complejo para poder determinar los
alcances en la aplicación del Derecho Administrativo, y encuentra su origen en dos
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constataciones básicas:
En Chile nuestra legislación sigue la tendencia orgánica, tal como da cuenta el artículo
1º de la LBGAE Nº 18.575, al disponer que:
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La Administración del Estado estará constituida por los Ministerios, las
Intendencias, las Gobernaciones y los órganos y servicios públicos creados para el
cumplimiento de la función administrativa, incluidos la Contraloría General de la
República, el Banco Central, las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Orden y Seguridad
Pública, los Gobiernos Regionales, las Municipalidades y las empresas públicas creadas
por ley.
Por lo tanto, la Administración del Estado en Chile está constituida, en principio, por
un conjunto de órganos (ministerios, intendencias, gobernaciones, etc.) y personas
jurídicas (fisco, municipalidades, gobiernos regionales, entre otros) que se encuentran
sometidos a la jerarquía o dependencia del Presidente de la República (entidades
centralizadas) y a la tutela o supervigilancia (entidades descentralizadas o con
personalidad jurídica propia). Sin embargo, esto también requiere algunas precisiones:
Por lo tanto, para efectos de nuestro estudio vamos a entender que la Administración del
Estado es un conjunto de órganos y personas jurídicas públicas que, por regla general, se
encuentran sujeta a la jerarquía o tutela del Presidente de la República.
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II. EL CONCEPTO DE DERECHO ADMINISTRATIVO
La Monarquía Absoluta y el modelo del Estado de Policía que existió antes de dichas
revoluciones se asentó en determinados principios que son el polo opuesto de las bases
del Estado de Derecho: la soberanía se radicaba en el monarca, no existía separación de
poderes y menos un poder judicial independiente, tampoco se reconocen derechos
inherentes a la persona, ni la idea de una Constitución que gozara de supremacía
respecto de todas las autoridades o personas. La Revolución Francesa hace un
planteamiento radicalmente diverso a partir de los ideales de igualdad y libertad
propios del régimen republicano que se estaba imponiendo. Así se sostiene que la
soberanía debe encontrar su función en el pueblo o la comunidad, la existencia de
poderes separados e independientes para garantizar y proteger la libertad las personas,
el reconocimiento de un conjunto de derechos esenciales de todo ser humano, y la
consagración de este nuevo orden político en un texto constitucional, al cual debe
someterse toda autoridad y ciudadano.
De esta forma, el surgimiento del Estado de Derecho -que después la doctrina alemana
denominará Rechtdstaat- será la base sobre la que se construiría posteriormente el
Derecho Administrativo.
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Habitualmente se identifica este sistema con el régimen inglés imperante
durante el siglo XIX y bajo el certero análisis del jurista británico Albert Venn
Dicey (1835-1922). Dicey hizo una comparación del modelo inglés de
sometimiento a Derecho de la Administración frente al sistema francés, para
sostener que el primero garantizaba de mejor forma los derechos de las
personas frente al segundo. Aquello se basa en dos premisas fundamentales: la
Corona se encuentra sometida al mismo derecho de los particulares (el Common
Law) y a los mismos tribunales de justicia, frente al modelo autoritario
adoptado en Francia. Si bien su diagnóstico no era errado y reconoció notables
seguidores en Chile, como el destacado jurista Jorge Hunneus, lo cierto es que
la evolución posterior la ha superado, producto de las medidas adoptadas en
Inglaterra poco antes de la primera guerra mundial con la Ley de Defensa del
Reino de 1914, y en Estados Unidos luego de la crisis de 1929 y las políticas del
New Deal. El cambio ha sido de tal magnitud que el estudio del Derecho
Administrativo en Inglaterra y Estados Unidos ha alcanzado una convergencia
notable con el modelo continental europeo, sobre todo enel desarrollo de los
estudios de regulación o Regulatory Law formulado a partir de las agencias
independientes. En nuestro país esta última tradición se intento incorporar bajo
el modelo de agencias en el ámbito tributario (impuestos y aduanas), pero los
serios problemas que planteaban en cuanto al control judicial, marcaron el
retorno al modelo tradicional de servicio público. No obstante aquello, en las
últimas décadas ha penetrado con fuerza, especialmente en el ámbito de la libre
competencia, y se está proyectando en la regulación de los mercados financieros
y en diversos sectores regulados.
Una discusión muy intensa ha existido en nuestro país con el objeto de determinar cuál
es el modelo de sometimiento de la Administración a Derecho en Chile. Esto viene
marcado por la enorme influencia que ha tenido el Derecho Administrativo Francés en
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Europa y Latinoamérica, y que ha reconocido la recepción de destacados juristas
nacionales desde Santiago Prado, Manuel Jara Cristi, Enrique Silva Cimma y Patricio
Aylwin, así como una abundante jurisprudencia de la Contraloría General de la
República que ha hecho suya muchos de sus criterios o soluciones.
Por otra parte, se ha sostenido que nuestro modelo no se corresponde con dicha
tradición y que encuentra sus bases en el Derecho Castellano-Indiano, que estaba lejos
de responder al modelo republicano francés. Además, producto de una crítica del
intervencionismo estatal y la formulación del principio de subsidiariedad a partir de los
postulados sentados por el régimen militar, se ha tratado de establecer una forma de
sometimiento de la Administración a Derecho, pero a partir de facultades limitadas o
restringidas, destinadas a garantizar mejor los derechos de las personas.
También debemos reconocer que lentamente han ido penetrando los conceptos y
categorías del Regulatory Law, muchos de los cuales se asientan en un análisis
económico del derecho, especialmente en los mecanismos y técnicas de intervención
que puede utilizar la Administración en sus funciones de conformación social.
a) Es parte del Derecho público, por lo que se encuentra sometido a los principios y
normas que lo conforman, como sucede con el principio de separación de
poderes, el principio de legalidad o de responsabilidad de los órganos públicos y
sus autoridades. A su vez, el Derecho público debemos entenderlo como la
forma de regular en cumplimiento y satisfacción de intereses públicos y
generales y que permite a las autoridades públicas ejercer atribuciones y
facultades que no son propios de la legislación común. Aquello explica la
existencia de un abanico de privilegios y, a la vez, de un conjunto de
limitaciones a las cuales no se encuentran sujetos los particulares.
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jurisprudencia española y en varios autores nacionales, aunque muchos
consideran que su aplicación se encuentra en retirada.
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Sin perjuicio de lo anterior, existen diversos cuerpos legales que también establecen un
régimen común para todos los órganos y servicios públicos que integran la
Administración del Estado: en materia de procedimientos administrativos (Ley Nº
19.880); del régimen de sus funcionarios (Ley Nº 18.834); de compras públicas (Ley Nº
19.886); transparencia y publicidad (Ley Nº 20.285); control administrativo externo
(Ley Nº 10.336); sobre administración financiera (Decreto Ley Nº 1.263), entre otros
cuerpos legales.
§ 1. Antecedentes generales
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generales tiene acceso al ordenamiento jurídico el sentimiento de la comunidad social
liberando a aquél, siquiera sea ocasionalmente, del secuestro que padece por parte de
las clases políticas dominantes creadoras de las normas formales.
Sin embargo, y a pesar de la reconocida importancia que tiene estos principios como un
factor que permite abandonar el legalismo extremo, no existe un consenso en la
doctrina sobre su naturaleza y alcance, y menos aún se puede determinar cuáles serían
cada uno de estos. Esta ambigüedad se ve agravada además por el abuso que se ha
hecho de ellos, muchas veces diluyendo el contenido de las normas positivas y
transformando el ordenamiento jurídico en conjunto de principios generales
interrelacionados entre sí, antes que en un conjunto de normas concretas. Esto plantea
una paradoja no menor, pues se considera que el progreso que experimenta nuestro
sistema jurídico viene de la mano del abandono de las garantías de previsibilidad y
certeza de la norma positiva a la resolución de los casos a partir de principios cuya
delimitación y alcance no aparece del todo definida. Y esto ha significado que nuestros
tribunales ya no resuelven casos relevantes sobre la base de normas concretas, sino que
recurren cada vez más a los principios generales dada la amplitud y flexibilidad que
entregan al momento de redactar la sentencia.
Ahora bien, en esta oportunidad nos interesa tratar en general el tema de los principios
generales del Derecho Administrativo, dando cuenta de su naturaleza, función y
contenido. En este sentido, debemos tener presente que muchos de estos provienen
desde el Derecho público general, como la separación de poderes y el reconocimiento
de derechos fundamentales, y otros son más propias del Derecho Administrativo,
particularmente de la LBGAE Nº 18.575, como veremos a continuación.
§ 2. Concepto y función
Dar un concepto no es una tarea fácil, en la medida que lleva a preguntarse qué son los
principios jurídicos o generales del Derecho, cuestión no del todo pacífica y que ha
atravesado las diversas disciplinas, llegando a la teoría general del Derecho y a la
filosofía, con posiciones que no siempre se pueden conciliar.
Sin embargo, no es posible negar que esta expresión resulta común en el mundo del
Derecho. Ha sido recogida por la doctrina, la jurisprudencia y retomada por el
legislador con inusitada fecundidad. Más aún, el Diccionario de la RAE en su última
edición nos señala que principio de derecho es una “norma no legal supletoria de ella y
constituida por doctrina o aforismos que gozan de general y constante aceptación de
jurisconsultos y tribunales”.
La importancia que los principios jurídicos cumplen para los operadores jurídicos tiene
una triple función:
a) Permiten desentrañar el contenido prescriptivo de las normas jurídicas,
estableciendo su sentido y alcance (función interpretativa).
b) Constituyen mecanismos que permiten llenar los vacíos o lagunas legales
(función integradora).
c) Permiten sistematizar el conjunto de normas que integran el ordenamiento
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jurídico, dándole un orden determinado que ayuda a su interpretación y al
desarrollo de sus instituciones, logrando su unidad y coherencia (función
dogmática o científica).
Sobre la base de este concepto instrumental, nos corresponde determinar cuáles son los
principios cardinales del Derecho público chileno. En esta labor se debe reconocer que
nuestra principal fuente se encuentra en la Constitución y su legislación
complementaria. No obstante, tendremos el cuidado de dar cuenta de aquellos
principios que reconocen una mayor cercanía con el Derecho Constitucional
(separación de poderes, supremacía constitucional o subsidiariedad), otros son comunes
a todo ordenamiento jurídico público (reconocimiento y protección de los derechos
fundamentales, servicialidad, legalidad, probidad o transparencia) o adquieren cierta
singularidad en determinadas disciplinas, como el Derecho Administrativo (tutela
judicial o responsabilidad).
§ 3. Supremacía constitucional
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fundamental porque es la base que da validez a todas las demás normas que integran el
ordenamiento jurídico. Esta afirmación aparece resumida con lo dispuesto en el
artículo 6° de la Carta Fundamental, que constituye, sin lugar a dudas, la norma
rectora sobre la materia: “Los órganos del Estado deben someter su acción a la Constitución
y a las normas dictadas conforme a ella, y garantizar el orden institucional de la República.
Los preceptos de esta Constitución obligan tanto a los titulares o integrantes de dichos órganos
como a toda persona, institución o grupo.”.
Conforme a esta disposición, todo acto emanado de los órganos del Estado (legislativo,
judicial o administrativo) sólo será válido, vinculante y con la capacidad legítima de
imponerse y regular las conductas sociales en la medida que se encuentre de acuerdo
con los preceptos constitucionales (inc. 1° art. 6°). Más aún, los preceptos contenidos
en la Carta Fundamental no sólo vinculan al Estado, sus órganos o integrantes de los
mismos, sino que a toda persona o sujeto de derecho sin distinción (inc. 2° art. 6°).
En caso que no se respete este principio, deben operar los mecanismos de tutela del
orden constitucional, que en el caso de Chile está entregada al Tribunal Constitucional
a través de los controles preventivo y represivo de constitucionalidad (inaplicabilidad e
inconstitucionalidad).
A su vez, el efecto y alcance que tienen estos derechos se proyectan por lo menos en
tres aspectos:
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a) Se reconoce a toda persona como situación jurídica que los protege y ampara no
sólo ante la autoridad pública, sino que frente a los particulares, estableciendo
los mecanismos para tal efecto (acción de protección, acción de amparo,
requerimiento de inaplicabilidad);
b) No sólo se configura como derechos subjetivos, sino también tienen un carácter
normativo que se impone a todo el ordenamiento jurídico y a todo sujeto de
derecho, público o privado, y
c) También establecen un criterio de interpretación de las normas
infraconstitucionales.
Por último, los derechos de tercera generación surgen en la doctrina en los años 1980 y se
vincula con la solidaridad. Habitualmente comprenden derechos heterogéneos como el
derecho a la paz, a la calidad de vida o las garantías frente a la manipulación genética,
aunque diferentes juristas asocian estos derechos a otras generaciones. Sin embargo, el
principal ejemplo lo constituye el derecho a vivir en un medio ambiente sano.
Sin embargo, tras la aparente simplicidad del significado de esta expresión se esconde
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un buen número de problemas. En el caso de la Administración, la sujeción a la Ley
puede ofrecer, en efecto, interpretaciones muy diversas: dos han sido, históricamente
las fundamentales. Toda norma jurídica puede condicionar las acciones que realizan los
sujetos de Derecho en dos formas básicas y opuestas:
- En segundo lugar, por el contrario, la norma puede constituir un mero límite externo
o frontera a la libre acción del sujeto, el cual podría realizar válidamente cualesquiera
conductas sin necesidad de previa habilitación, con la única condición de que no
contradigan la norma: en este segundo régimen, llamado de vinculación negativa, todo
lo que no está prohibido por la norma se entiende, pues, permitido (permissum videtur in
omne quod non prohibitum; quae non sunt prohibita, permissae intelliguntur).
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De otra, en cambio, la Administración ostenta frente a los órganos del poder judicial
un amplio abanico de privilegios y excepciones, consecuencia de su condición de poder
público, que los particulares no poseen sino de forma rigurosamente excepcional. Dos
son, pues, las vertientes que ofrece este principio de tutela judicial: de un lado, la
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positiva de sumisión al control jurisdiccional (1); de otro, la negativa de los privilegios
y exenciones, configuradores de lo que ha dado en llamarse el régimen de autotutela de
la Administración (2).
- En primer lugar, se trata de una potestad jurisdiccional, esto es, atribuida a los
órganos del Poder Judicial en el Capítulo VI, aunque sin prejuzgar en modo
alguno el tipo de Jueces y Tribunales a los que la ley haya de atribuirla en
concreto: éstos podrán ser los ordinarios, como ocurre actualmente, o bien
Tribunales especializados (contencioso administrativo) en el caso que sean
creados en el futuro.
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El estudio concreto de estos poderes es, propiamente, el objeto de buena parte del
Derecho Administrativo. Aquí sólo hemos de referirnos a sus manifestaciones más
generales, de las que cabe destacar dos: en primer lugar, lo que ha dado en llamarse el
poder de autotutela de la Administración (a); en segundo lugar, las exenciones y
privilegios de que ésta disfruta en sus relaciones con los órganos del Poder Judicial (b).
a) El poder de autotutela
Acudiremos para ello a una exposición clásica entre nosotros: “Rige en las sociedades
actuales (históricamente no siempre fue así, como es bien sabido; el Estado actual marca el
término de una evolución) un principio al que puede llamarse de "paz jurídica" y que de modo
muy simple puede esquematizarse como sigue. Cualquier sujeto que pretenda alterar frente a
otro la situación de hecho existente (statuo quo) no puede hacerlo por propia autoridad; si el
otro sujeto no aceptase de grado esa alteración, tiene la carga de someter su pretensión a un
Tribunal, el cual la valorará desde la perspectiva del Derecho y la declarará conforme o no con
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éste, dándole en el primer caso fuerza ejecutoria, esto es, una virtud especial que la hace
indiscutible y de cumplimiento forzoso para la parte obligada. A su vez, si esta resolución
ejecutoria no fuese cumplida de grado, tampoco el sujeto beneficiado con la misma podrá
imponerla a la otra parte por su propia coacción privada, sino que deberá impetrar el respaldo
coactivo mediante una segunda pretensión dirigida al Tribunal, el cual dispondrá la asistencia
de la coacción pública (única legítima) si se acredita que, en efecto, la resolución que trata de
imponerse goza de fuerza ejecutoria. La primera carga de sometimiento a un Tribunal es la
carga de un juicio declarativo; 1a segunda, la de un juicio ejecutivo” (E. GARCÍA DE
ENTERRÍA - T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho Administrativo). Así pues, la tutela
de los derechos e intereses de los particulares bien puede ser calificada de heterotutela,
por cuanto ha de llevarse a cabo normalmente a través de una declaración y ejecución
dictadas por un órgano judicial. Esta regla no es, con todo, absoluta: en determinadas
ocasiones, el sistema normativo autoriza a los sujetos privados a ejercer la autotutela,
esto es, a hacerse justicia por sí mismos. Con todo, se trata de supuestos excepcionales:
fuera de ellos, la autotutela privada es ilícita.
Comparada con la de los sujetos privados, bien puede decirse que la posición de la
Administración es justamente la opuesta. La Administración no precisa de la
colaboración judicial para hacer declaraciones de derechos que alteren per se las
situaciones jurídicas o estados posesorios (tutela declarativa), ni para ejecutar
coactivamente tales declaraciones (tutela ejecutiva): la autotutela supone que, por regla
general, puede realizar por sí misma uno y otro tipo de actividades. Dos son, pues, las
manifestaciones fundamentales de la autotutela:
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a) El régimen privilegiado del cual dispone para la ejecución de las sentencias
judiciales condenatorias en contra de la Administración, tal como lo establece el
artículo 752 del CPC, mediante decreto expedido a través del Ministerio de
Justicia, sin que se pueda compeler a la Administración a través de otras
medidas de apremio;
b) Asociado a lo anterior, aparece el privilegio de la inembargabilidad de los
bienes de la Administración del Estado, tanto centralizada (art. 752 CPC), como
descentralizada, como ocurre con los Gobiernos Regionales (art. 70 a,
LOCGAR Nº 19.175) y las Municipalidades (art. 32 LOCM Nº 18.695), cuyos
bienes destinados al funcionamiento de sus servicios y los dineros depositados a
plazo o en cuenta corriente son inembargables.
c) En cuanto al procedimiento, los juicios en donde tenga interés el Fisco se llevan
de acuerdo a un procedimiento especial regulado en los artículos 748 a 752 del
CPC. Sin embargo, se alteran las reglas de competencia relativa y se establece
que sólo son competentes para conocer de los juicios de hacienda los jueces de
letras de comunas asiento de Corte de Apelaciones, donde también tiene su
asiento la respectiva procuraduría fiscal (artículo 48 COT), sin importar los
costos que esto puede significar para el demandante y aun cuando los hechos
que motivan la demanda hubieren ocurrido fuera de dicho ámbito territorial;
d) Además, toda sentencia definitiva pronunciada en primera instancia en juicios
de hacienda y que no sea objeto del recurso de apelación, se debe elevar en
consulta a la Corte de Apelaciones respectiva, previa notificación de las partes,
siempre que sea desfavorable al interés fiscal (artículo 751 CPC);
e) Por último, también se debe señalar que la Administración ostenta un privilegio
de hecho que es muy relevante en cualquier proceso judicial, pues le
corresponde asumir la calidad de demandada. Bien sabemos que esta constituye
una de las posiciones más cómodas en que se puede encontrar una de las partes,
en la medida que sólo le basta negar los hechos alegados por la actora, sin que
tenga que asumir el onus probandi.
Por más que no quieran cargarse las tintas en la descripción de estos privilegios, habrá
de convenirse en que su eficacia acumulativa puede llegar a ser inmensa, y que puede
llevar a anular de facto la efectividad del control jurisdiccional. Se trata, sin duda, de
una de las facetas más injustificadas e impresentables de nuestro sistema jurídico
público, que clama por una revisión radical.
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autorice la expropiación por causa de utilidad pública o de interés nacional, calificada
por el legislador. El expropiado podrá reclamar de la legalidad del acto expropiatorio
ante los tribunales ordinarios y tendrá siempre derecho a indemnización por el daño
patrimonial efectivamente causado, la que se fijará de común acuerdo o en sentencia
dictada conforme a derecho por dichos tribunales”.
- De otra, la responsabilidad patrimonial de los entes públicos, en su art. 38 inc.
2º: “Cualquier persona que sea lesionada en sus derechos por la Administración del
Estado, de sus organismos o de las municipalidades, podrá reclamar ante los tribunales
que determine la ley, sin perjuicio de la responsabilidad que pudiere afectar al
funcionario que hubiere causado el daño”.
§ 8. Principio de servicialidad
Uno de los principales forjadores de este principio, Eduardo Soto Kloss, sostiene que
“se trata de un "deber jurídico" que la Constitución impone al Estado, en razón de su finalidad
y del carácter accidental e instrumental que posee, concebido éste -además- de un modo
específico, como medio de perfeccionamiento de las personas”3, toda vez que, por una parte, el
3Soto Kloss, Eduardo, “La servicialidad del Estado, base esencial de la institucionalidad”, en Revista de
Derecho Público, Nos. 57/58, Enero – Diciembre de 1995, XXVI Jornadas de Derecho Público, “La
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actor principal es “la persona humana” y su primacía, por tratarse de un ser substancial
y trascendente, y, por otra, esta presente la idea de autoridad/servicio a la persona,
considerada como una “función”, esto es, una actividad finalizada, en beneficio de otros.
§ 9. Principio de probidad
La probidad es, entonces, un principio de ética pública que es propio del buen gobierno
servicialidad del Estado”, (Tomo I), Publicación del Departamento de Derecho Público, Facultad de
Derecho, Universidad de Chile, p. 20.
4 Soto Kloss, Eduardo, “Derecho Administrativo, Bases Fundamentales”, Tomo II, El principio de
del ECOSOC de Naciones Unidas, el buen gobierno posee ocho características principales: es
participativo, se orienta al consenso, es responsable, transparente, tiene capacidad de respuesta, es
efectivo y eficiente, equitativo, inclusivo y cumple con el Estado de Derecho. Esto asegura que la
corrupción es minimizada, que las voces de las minorías son tomadas en cuenta y que las voces de los
más vulnerables en la sociedad son escuchadas en los procesos de toma de decisiones. Tiene también
capacidad de respuesta para las necesidades presentes y futuras de la sociedad (United Nations, Economic
and Social Commission for Asia and the Pacific, What is Good Governance, 2009).
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y que obliga a toda aquel que desempeñe una función pública a actuar de modo recto y
a otorgar siempre primacía al interés general por sobre cualquier consideración propia
del interés particular.
a) Ella se refiere a todas las funciones públicas, que se han entendido como
funciones del Estado. Lo anterior comprende, desde luego, la función
parlamentaria, la función ejecutiva y la función judicial.
b) La Constitución emplea la expresión “estricto”, es decir, ajustado enteramente;
y no deja espacios francos o libres, pues habla de que en “todas sus actuaciones”
debe regir este principio. Incluso, se establece en la propia norma constitucional
que el conflicto de interés en el ejercicio de la función pública puede justificar
intervenciones sobre el patrimonio de los funcionarios (Tribunal
Constitucional, sentencias Roles Nºs. 1413 y 1941).
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misma norma indica que la probidad “consiste en observar una conducta funcionaria intachable
y un desempeño honesto y leal de la función o cargo, con preeminencia del interés general sobre
el particular”.
En tal sentido, el año 2005 se aprobó una Reforma Constitucional mediante la Ley Nº
20.050, mediante la cual se introduce un nuevo artículo 8º, reconociendo a nivel
constitucional los principios de la probidad y la publicidad: “Son públicos los actos y
resoluciones de los órganos del Estado, así como sus fundamentos y los procedimientos que
utilicen. Sin embargo, sólo una ley de quórum calificado podrá establecer la reserva o secreto de
aquéllos o de éstos, cuando la publicidad afectare el debido cumplimiento de las funciones de
dichos órganos, los derechos de las personas, la seguridad de la Nación o el interés nacional”
(art. 8º inc. 2º).
Este cuerpo legal establece una nueva institucionalidad al crear el Consejo para la
Transparencia, a quien corresponde por regla general velar por el cumplimiento del
principio de publicidad y transparencia respecto de los órganos que forman parte de la
Administración del Estado.
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A su vez, establece las normas básicas por las cuales se deben regir otros órganos
públicos, como el Poder Judicial y el Congreso Nacional.
Este principio de subsidiariedad tiene una dimensión negativa para el Estado: no debe
intervenir en las actividades de las sociedades intermedias cuando desarrollan su
actividad y fines real y eficazmente dentro del bien común; por su dimensión positiva,
implica una protección de las sociedades o grupos intermedios menores frente a los
mayores, como asimismo un derecho de intervenir del Estado, cuando las sociedades
intermedias no sean capaces de realizar su actividad real o eficazmente o cuando ellas
atenten contra el bien común. En tales casos, el Estado debe suplir su tarea,
removiendo los obstáculos y restableciendo, una vez superados estos últimos, la
autonomía de las sociedades intermedias afectadas7.
Si bien no hay una norma expresa que la consagra, los autores sostiene que la
subsidiariedad se encuentra establecida en el Capítulo I, “Bases de la Institucionalidad”,
concretamente en el inc. 3º del artículo 1° que establece que “El Estado reconoce y
ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les
garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos”. A lo anterior
también se agrega el principio de primacía de la persona, la servicialidad del Estado y
su deber de “resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la familia,
propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de todos los sectores de
la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en
la vida nacional” (inc. 5º art. 1º), entroncando finalmente con el derecho que se reconoce
a toda persona para desarrollar cualquier actividad económica lícita y el carácter
excepcional de la actividad empresarial del Estado (art. 19 Nº 21).
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vigencia efectiva, sino también por la finalidad destinada a restringir la actividad
empresarial del Estado8.
Estrechamente vinculado a este principio, se debe tener presente la Ley Nº 18.971 que
establece el denominado “amparo económico”, que ha tenido como principal objetivo
controlar la actividad empresarial del Estado ante la ausencia de una habilitación legal
previa mediante ley de quórum calificado.
8VALLEJO GARRETON, Rodrigo y PARDOW LORENZO, Diego, Derribando mitos sobre el estado empresario,
en: Revista Chilena de Derecho, 2008, vol. 35, Nº 1, pp. 135-156.
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