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El Arte de La Terapia Familiar
El Arte de La Terapia Familiar
■
SUMARIO
Agradecimientos................................................................................
................................................................................................11
Prólogo, Braulio Montalvo................................................................
................................................................................................13
Prefacio, Salvador Minuchin..............................................................
.................................................................................................15
*
AGRADECIMIENTOS
BRAULIO MONTALVO
PREFACIO
En una ocasión, un sabio anciano rabino escuchaba con afecto a sus dos
discípulos más brillantes enzarzados en una polémica discusión. El primero
presentó su argumentación con una convicción apasionada. El rabino sonrió de
forma aprobatoria: «Eso es correcto».
El otro seguidor defendía lo contrario de modo convincente y claro. El
rabino sonrió de nuevo. «Eso es correcto.»
Los discípulos, atónitos, protestaron. «Rabino, no podemos estar ambos en
lo cierto.»
«Eso es correcto», replicó el sabio anciano rabino.
Al igual que el sabio anciano rabino, los autores mantienen dos puntos de vista
diferentes con relación a la formación del terapeuta familiar. Meyer Maskin, un
supervisor analítico brillante y cáustico del Instituto Wi-lliam Alanson White, solía
contar a sus alumnos cómo en cierta ocasión, cuando deseaba construirse una casa
de verano, le pidió a un arquitecto que le mostrara los planos de casas que había
diseñado con anterioridad. Después fue a mirar su aspecto una vez que estaban
terminadas. Aquí Maskin realizaría una pausa para lograr un golpe de dramatismo.
«¿No deberíamos realizar un proceso idéntico y riguroso cuando buscamos un
analista? Dicho de otra manera, antes de que iniciemos juntos el arduo periplo
psicológico, ¿no deberíamos observar de qué modo ha construido su vida el
potencial terapeuta? ¿En qué grado se entiende a sí misma? ¿Qué clase de esposa
es? Y lo que es más crucial, ¿cómo educa a sus hijos?»
Otro observador igualmente crítico, el terapeuta familiar Jay Haley, diferiría
con el anterior punto de vista. Haley afirma que conoce a mucha «buena gente» y
padres modelos que son terapeutas mediocres o nefastos; él también conoce buenos
terapeutas familiares cuyas vidas personales son un desastre. Ni las habilidades de
la vida, ni el autoconocimiento alcanzado a través del psicoanálisis mejoran la
capacidad del terapeuta para convertirse en un clínico mejor. La habilidad clínica,
haría notar, requiere de un entrenamiento específico en el arte de la terapia: cómo
planear, dirigir, reordenar las jerarquías. Eso sólo se puede adquirir, defendería, a
través de la misma supervisión de la terapia. Según Haley, para conocer la calidad
de un terapeuta familiar, se necesitaría entrevis-
1
tar a sus pacientes. Incluso cualquier trabajo escrito de un terapeuta sólo nos daría
información acerca de sus habilidades literarias, no sobre las terapéuticas.
Así que nos encontramos en un aprieto porque, al igual que en la historia del
rabino, ambos bandos difieren absolutamente y estamos de acuerdo con los dos. En
escritos anteriores, he indicado cómo respondo a las necesidades específicas de los
clientes empleando diferentes facetas de mí mismo. Mi experiencia acerca de la
influencia que la familia ejerce sobre mí, modula mis respuestas hacia ellos. Este
aspecto de la terapia requiere ciertamente un autoconocimiento. Pero Haley está en
lo cierto cuando afirma que las respuestas terapéuticas no están guiadas por el
autoconocimiento, sino por el conocimiento de los procesos de funcionamiento de
la familia y de las intervenciones dirigidas hacia su cambio.
Para escapar de esta paradoja, algunas escuelas de terapia familiar piden a sus
alumnos que entren en psicoterapia durante su entrenamiento. De hecho, éste es un
requisito para licenciarse en algunos países europeos. Recordamos las primeras
estrategias de Virginia Satir y Murray Bo-wen sobre la reconstrucción familiar
cuando enviaban a sus estudiantes a modificar las relaciones con sus familias de
origen. Cari Whitaker solía tomar en terapia a sus estudiantes como parte del
entrenamiento. Más recientemente, Harry Aponte y Maurizio Andolfi han
desarrollado técnicas de supervisión que pretenden el autoconocimiento como
terapeutas.
La estrategia de supervisión, con la cual confrontamos esta paradoja, consiste
en centrarnos en el estilo preferente del terapeuta —esto es, el uso que hace de un
grupo delimitado de respuestas previsibles bajo circunstancias diferentes—. Un
terapeuta puede centrarse en exceso en el contenido; otro podría percibir cierta
conducta a la luz de una ideología particular como, por ejemplo, el feminismo.
Algunas veces el estilo se relaciona con respuestas caracteriológicas básicas del
terapeuta, tales como la evitación del conflicto, una posición jerárquica, miedo al
enfrenta-miento, un foco exclusivo en la emoción o la lógica, o una preferencia por
los finales felices. Pero, en la mayoría de los casos, el estilo del terapeuta manifiesta
elementos que son menos visibles para el propio terapeuta, como, por ejemplo,
centrarse en pequeños detalles, permanecer distante, ser indirecto, hablar demasiado
o carecer de ideas propias.
Así, dos terapeutas con una visión similar de una situación familiar y con las
mismas metas terapéuticas, responderán ante la familia de dos maneras diferentes,
idiosincrásicas. Esta diferencia en el estilo puede ejercer un efecto considerable
sobre el curso de la terapia; algunas respuestas son mejores que otras. Mi
acercamiento a la supervisión, por tanto, es comenzar trabajando con el terapeuta en
la comprensión de su estilo preferido. ¿Qué respuestas de su repertorio emplea con
mayor frecuencia? Las acepto. Son correctas. Después, las declaro insuficientes. El
estilo del terapeuta es correcto en tanto funciona, pero se puede desarrollar. El
terapeuta que se centra en el contenido puede aprender a dirigir su atención a las
interacciones que acontecen entre los miembros de
PREFACIO 17
la familia; el terapeuta cautivado por la trama de la historia puede aprender el arte
de una intervención discontinua.
Sea cual fuere el estilo que identifiquemos al comienzo, éste se convierte en el
punto de partida. Desafiamos al terapeuta a que amplíe su repertorio, a que sea
capaz de responder a una diversidad de perspectivas de manera complementaria a
las necesidades de la familia. La meta es un clínico que pueda manipularse a sí
mismo en interés del cambio terapéutico, sin dejar de ser espontáneo.
Cari Whitaker, que fue un terapeuta versátil y único, comunicó a través de la
enseñanza la necesidad de adoptar una diversidad de roles durante el trabajo con la
familia. Le encantaba contar historias de cuando era «niña». Esta libertad para ser
proteico y a la vez fiel a uno mismo, es la que intentamos impartir a nuestros
estudiantes.
La supervisión exitosa da lugar a un terapeuta diferente de su supervisor, pero
también distinto de la persona que era antes del proceso de supervisión. El truco es
respetar los límites de la vida privada del estudiante durante el proceso de
autotransformación.
SALVADOR MINUCHIN
<*
Primera parte FAMILIAS
Y TERAPIA FAMILIAR
1
1. TERAPIA FAMILIAR
MINUCHIN (el supervisor, al grupo): Creo que Gil les dice que el hecho
de que David se frote los ojos está desencadenado por la proximidad de la
"ladre. Él es tan considerado con el poder de las palabras que piensa que lo
han entendido. Pero ellos se encuentran en otra órbita. Gil necesitará
aprender a gritar antes de que puedan escucharle.
1
He estado trabajando sobre el estilo de Gil con esta familia desde comienzos de
año y, aunque ha reconocido las limitaciones de su estilo y parece comprometido en
ampliar su modo de trabajo, ha mantenido su enfoque marcadamente cognitivo y su
confianza en las interpretaciones expresadas suavemente. Decidí unirme a Gil en el
otro lado del espejo y trabajar con él como supervisor-coterapeuta durante un breve
lapso de tiempo.
Cuando entro, Gil dice simplemente «doctor Minuchin». Tomo asiento. La
familia sabe que he estado supervisando la terapia durante los últimos meses.
El terapeuta está en el mismo barco que la familia, pero él debe ser el ti-
monel... ¿Qué cualidades tiene que poseer? ¿Qué puede emplear para guiar la
habilidad?...[Él] aporta un estilo idiosincrásico para comunicarse y un bagaje
teórico. La familia necesitará adaptarse a este bagaje de un modo u otro y el
terapeuta necesitará acomodarse a ellos (pág. 29).
De
Conocimiento como objetivo y fijo Conocimiento creado socialmente y
—sujeto y conocimiento como generativo —interdependiente
independientes
Las familias en un kibutz extienden sus límites hasta incluir la comunidad. Una
familia mormona compuesta por un hombre, sus cuatro esposas y sus hijos se
consideran a sí mismos una familia nuclear, digan lo que digan los sociólogos o el
propio Estado. Con la biotecnología actual, una familia puede incluir una pareja de
hijos biológicos, concebidos con su óvulo y su esperma pero gestados en el cuerpo
de una extraña. En una ocasión reciente, una pareja de lesbianas fue demandada
ante un tribunal familiar por el padre biológico de su hijo, un amigo homosexual a
quien habían pedido que donara esperma. Cuando su hija tenía dos años de edad, el
donante les demandó y reclamó los derechos paternos. El juzgado declaró que la
hija ya tenía padres y lo más conveniente para la niña era no alterar su concepto de
familia.
Entonces, ¿qué es una familia? La socióloga Stephanie Coontz (1992),
Peguntaría: ¿en qué momento y en qué tipo de cultura? Una familia es 'empre un
segmento de un grupo más amplio v en un periodo histórico Particular.
La gente en la actualidad tiende a pensar el término «familia» como a unidad
familiar. Pero, de acuerdo con la idea del sociólogo Lawrence one (1980), la
familia británica de hace dos siglos no habría sido una 'dad nuclear, sino un
grupo formado por los parientes más próximos.
ne
ha afirmado que, en el sistema de linaje abierto de aquella época, el
36 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
matrimonio estaba más preocupado por el tema de la fusión de bienes y la
continuación de líneas familiares que por el intento de unir a los compañeros
sentimentales. En una época tan reciente como la Francia napoleónica, el contrato
de matrimonio de los padres de Pierre Riviére muestra las bases económicas de la
unión (Minuchin, 1984). Los hijos eran como mucho una parte de las posesiones
del matrimonio, como podían serlo la tierra y el ganado.
Es más, dos tareas que hoy son consideradas como fundamentales de la unidad
familiar —el cuidado de los hijos nacidos de la unión y el apoyo emocional de las
esposas— eran entonces tareas mucho más típicas del sistema de parentela. De
hecho, de acuerdo con Stone, se daba relativamente muy poca importancia a la
unidad formada con la esposa. Si el marido y la esposa llegaban a cuidarse el uno al
otro, ciertamente no se hacía ningún daño; pero si no se desarrollaba un afecto
mutuo, nadie consideraba el matrimonio como un fracaso.
Hoy en día, la respuesta de cuidado de una mujer hacia su hijo se asu me como
algo tan fundamental que la llamamos instintiva. La historiadora francesa Elizabeth
Badinter (1980), sin embargo, ha argumentado que hace siglos la respuesta
maternal era rara. Por lo general, los niños eran criados lejos de sus padres, las
niñas enviadas como nodrizas y los niños como aprendices. Quizás una de las
razones para este desapego era la gran cantidad de niños que morían en la infancia.
Hasta que el nivel de mortalidad infantil no empezó a declinar, hacia comienzos de
la época moderna, era poco aconsejable querer a un niño. Stone ha resaltado que en
la Edad Media con frecuencia los padres daban a varios de sus hijos el mismo
nombre, esperando que al menos uno podría llegar a llevarlo siendo adulto.
La familia nuclear, tal y como la conocemos hoy, empezó a ser común con la
urbanización e industrialización y como consecuencia de la mejora en la higiene y
el cuidado médico de la revolución científica. Las normas familiares comenzaron a
transformarse a medida que la sociedad europea también cambiaba. Hacia la mitad
del siglo xvm, la familia nuclear había llegado a ser el ideal aceptado por la clase
media. Por primera vez, la interdependencia de las esposas y el cuidado de los hijos
fueron consideradas como tareas principales de la unidad nuclear. Stone ha
estimado que tal cambio de las normas familiares aconteció hace unos doscientos
años.
Es más, la autonomía y autoridad de la familia nuclear actual son adquisiciones
recientes. Antes de este siglo la comunidad jugaba un rol mucho más importante en
lo que hoy consideramos labores familiares. En la América colonial, así como en el
siglo xvn en Europa, asuntos que hoy serian considerados privados, como por
ejemplo los niños revoltosos, estaban regulados directa y explícitamente por la
comunidad. Se disuadía a los chismosos con el empleo del castigo. Las inmersiones
en cámaras disciplinaban a aquellas mujeres que reprendían a sus esposos.
Durante el periodo colonial, la ley, así como la religión, y las costurn-bres se
preocupaban íntimamente de los asuntos familiares. A una mujer que se quejaba de
recibir malos tratos se le podía ordenar perfectamente
FAMILIAS PARTICULARES: TODAS LAS FAMILIAS SON DIFERENTES 37
ue volviera con el marido con el fin de preservar el orden social (Skol-ick, 1991).
Por la misma razón, mujeres e hijos se encontraban legal- ente bajo el control del
marido/ hermano o guardián. Un niño se convertí3 por ley en persona al alcanzar la
mayoría de edad. En el caso de la mujer, el influyente jurista inglés William
Backstone expresa la opinión de que la ley dictaminaba que el marido y la esposa
eran uno solo, y que el marido era ese «uno».
Estamos tomando este rodeo histórico porque los terapeutas de familia deben
entender que las familias son distintas en contextos históricos diferentes. Imagínese
viajando a través del tiempo para practicar terapia con una familia colonial o con la
familia de Pierre Riviére en el siglo xix, en Francia (Minuchin, 1984). Nuestro
terapeuta viajero debería cambiar su concepción de la familia en cada lugar y
época en que aterrizara. Las demandas de la terapia en diferentes culturas y épocas
le forzarían a re-evaluar las normas que hasta ahora él habría podido considerar
como universales.
Nuestro terapeuta explorador querría poner una atención particular en las
amplias fuerzas que modelan las familias en una época determinada, especialmente
la actitud pública de la época. Por ejemplo, en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, las leyes cambiaron cuando variaron las necesidades del Estado. Las
primeras leyes al respecto del matrimonio y del aborto, relativamente igualitarias
como corresponden a la lealtad hacia un marxismo feminista, fueron elaboradas de
forma cada vez menos liberal durante la década de los treinta, cuando la población
decrecía (Bell y Vogel, 1960). Jacques Donzelot, en su The policing offa-milies
(1979), explora un fenómeno similar en Francia. Cuando la industrialización creó
la necesidad de una fuerza de trabajo estable, las instituciones parecían apoyar la
preservación familiar (y un aumento concomitante de la población). De forma
similar, cuando Francia estaba estableciendo colonias en ultramar, las sociedades
filantrópicas centradas en la familia se volvieron muy comunes. El cuidado de los
niños se convirtió en la preocupación no sólo de los médicos y educadores sino
también de políticos como Robespierre, que atacó la práctica de convertir a ■as
niñas en nodrizas. Por consiguiente, se siguieron cambios políticos como respuesta
no a las necesidades familiares, sino a los propósitos de 'a clase política dominante.
La política pública mantiene su impacto en la familia norteamericana actual, como
consecuencia de los rápidos cambios económicos y sociales "ue la cultura
occidental está experimentando. Como consecuencia, disposiciones famil iares que
hace sólo unos años eran indudables parecen °y Relevantes. Como siempre que se
presentan épocas de cambios so-es significativos, la sensación de que el tejido
social está llegando a squebrajarse peligrosamente está encontrando expresión en el
miedo a cambios familiares. Algunas personas han hecho un retrato de «la fa-af kt
norteamer cana>>
i de acuerdo con el ideal de los años cincuenta: un t ole hogar de los
suburbios, que ofrecía un cálido refugio para niños alenté valorados, y un padre y
esposo que ganaba el pan, que parecía
1
deseoso de volver a casa con una esposa y madre de su mismo ámbito Pero, bajo la
superficie de este estilo, en la época dorada de los cincuen. ta, había tensión y
descontento, lo que generó las revoluciones culturales de los años sesenta,
sucedidas inevitablemente por las reacciones de los años ochenta. Con el
estancamiento de los años ochenta, la Norteamérica liberada, «verde», de los
sesenta y los setenta se convirtió en una tierra de «temor sexual, evangelistas
televisivos, cruzadas antidroga y antipornografía» (Skolnick, 1991, pág. 5). Ahora,
en los noventa, está quedando claro que el sueño de la nueva derecha de restaurar la
familia nuclear 1¡. derada por el hombre se enfrenta con numerosos desafíos.
¿Hacia dónde se encaminará la familia? Lo único que podemos predecir con
certeza es que cambiará. Las familias, como las sociedades y los individuos, pueden
y deben cambiar para adecuarse a las circunstancias variables. Apresurarse a
etiquetar el cambio adaptativo como desviante y patogénico es producto de la
histeria, no de la historia o de la razón.
La psicóloga social Arlene Skolnick esboza tres áreas que pueden gobernar el
cambio familiar en la década de los noventa y con posterioridad. El primero es el
económico. Por ejemplo, el cambio de la fábrica a la oficina significa que los
trabajos manuales bien pagados están desapareciendo en la medida en que los
trabajos mal pagados y en el ámbito de los servicios se incrementan. Este cambio ha
ido acompañado por un movimiento a gran escala de las mujeres dentro de la fuerza
de trabajo. En la economía actual, muchas mujeres no tienen la opción de
permanecer en casa incluso aunque así lo desearan. El impacto de la fuerza de
trabajo femenino fuera del hogar, junto con las ideas feministas, ha cambiado el
ideal cultural del matrimonio en una dirección más igualitaria.
El segundo factor de influencia en el cambio familiar es el demográfico. El
cuidado de los niños en una sociedad tecnológica acarrea una carga económica tan
fuerte que las familias son cada vez más pequeñas. Familias que hace sólo dos
generaciones podrían haber esperado procrear muchos hijos ahora se planifican para
invertir enormes esfuerzos en el cuidado y la educación de tan sólo uno o dos hijos.
Al mismo tiempo, la expectativa de vida se incrementa y por primera vez en la
historia la gente espera llegar a anciana. Incluso a pesar de la longitud incrementada
de la «infancia», una pareja puede planear permanecer muchos años juntos después
de haber completado su función de cuidado de los hijos (incluso podrían
perfectamente necesitar cuidar a sus propios padres ancianos).
El tercer cambio principal que Skolnick delinea es lo que ella llama el
«aburguesamiento psicológico», que también tiene profundas implicaciones para la
familia. A consecuencia de los altos niveles de educación V tiempo libre, los
norteamericanos se han vuelto más introspectivos, más atentos a su experiencia
interior. Por encima de todo, han llegado a interesarse cada vez más en la calidad
emocional de las relaciones no sólo fe' miliares, sino también laborales. Este énfasis
en la calidez e intimidad h3 sido de gran importancia en el desarrollo de la terapia
familiar, particularmente porque puede crear descontento o frustración incluso
cuando Ia misma vida familiar esté en consonancia con los roles sociales. Ya no es
FAMILIAS PARTICULARES: TODAS LAS FAMILIAS SON DIFERENTES 39
ificiente para un marido y padre ser un buen proveedor. Una mujer no S iede
demostrar sus virtudes como esposa mediante el contenido de su ¡j pensa. De un
niño ya no puede esperarse simplemente que sea sumi-v obediente. Cuando se
confía en que la vida familiar nos aporte la fe-Icidad y la plenitud, se prevé que
aparezcan problemas familiares percibidos.
estos trabajadores entran en su •torio traen de forma invariable ideas muy bien
definidas sobre cómo
40 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
de la otra, así como de los niños, acordar que el juzgado con su postura rígida les
había excluido.
A la hora de trabajar con una familia minoritaria es importante que e] terapeuta
evalúe si la presión del racismo ha llegado a penetrar en la familia desde el mundo
externo y de qué forma lo ha hecho. En algunas familias, el miembro familiar que se
siente indefenso ante las presiones racistas en el trabajo, puede convertir esa rabia y
frustración en un abuso interpersonal dentro del ambiente familiar, donde él o ella se
sienten poderosos. Podría ser necesario dirigir o encauzar este enojo en la terapia,
distinguir entre el neuroticismo y la respuesta a un racismo real, y ayudar al
miembro familiar y a la familia entera a afrontarlo.
Con el fin de asegurarnos que el mismo clínico no se convierta en una autoridad
racista o clasista, algunos terapeutas familiares han sugerido que esta área debería
subrayar la influencia de todos los contextos multiculturales en los que están
incluidos las familias. Celia Falicov (1983) ha propuesto una definición ecológica de
cultura:
dos, y les entrenamos en terapia familiar. Nuestro supuesto fue que, ya que
pertenecían a los grupos culturales con los cuales trabajarían, detentarían un
conocimiento instintivo del terreno cultural en el que iban a moverse dentro
de su trabajo clínico. Resultó, sin embargo, que pecamos de ingenuidad.
Además de vivir en su propio mundo, nuestros futuros colegas habían
coexistido también en la cultura dominante que nos había formado. De ésta
habían absorbido los prejuicios acerca de sus propias culturas que
reflejaban, y algunas veces exageraban, los prejuicios de la cultura
dominante.
El entrenamiento de estos paraprofesionales nos llevó tres años. La meta
del entrenamiento era crear trabajadores que, como cualquier otro de la
clínica, independientemente de su bagaje académico, raza o nivel
sociocultural, pudieran ser terapeutas de cualquier familia que llegara pi-
diendo tratamiento. ¿Fuimos idealistas e ingenuos? ¿Fue un intento ciego de
eliminar las diferencias? Ésa sería probablemente la opinión hoy en día del
área, con su énfasis actual sobre la diversidad.
Damos la bienvenida a la presente preocupación por la diversidad como
un concienciador significativo de los peligros de imponer los valores
mayoritarios sobre las poblaciones minoritarias. Pero creemos que también
existe un elemento peligroso en esa actitud social políticamente correcta:
algún tipo de fanatismo opuesto. Como terapeutas, trabajamos siempre con
personas diferentes a nosotros. Por tanto, necesitamos cerciorarnos de
nuestra propia ignorancia, y de nuestros supuestos sobre la gente que es
diferente. Necesitamos incorporar el ethos para entender la diversidad, pero
aceptando a la vez que debemos reconocer que existen los universales.
Como resaltó hace años Harry Stack Sullivan: «Todos y cada uno de
nosotros somos por encima de todo humanos».
3. FAMILIAS UNIVERSALES
LA CONSTRUCCIÓN DE LA FAMILIA
Sistemas familiares
Mapas familiares
Conflicto familiar
Las familias son sistemas complejos compuestos por sujetos que ne-
cesariamente ven el mundo desde sus propias perspectivas únicas. Tales puntos de
vista mantienen a la familia en estado de tensión equilibrada, como en los nudos de
una cúpula geodésica. La tensión se encuentra entre el sentido de pertenencia y la
autonomía —entre el yo y el nosotros—. Las tensiones se activan diariamente en
cada familia, en cientos de interacciones, en cualquier punto donde se toma una
decisión significativa o incluso poco importante. Existe siempre la negociación.
¿Lo haremos a mi manera, a la tuya, o llegaremos a un acuerdo? Al igual que los
patrones formados por los estilos preferidos de los miembros familiares a la hora
de verse a sí mismos y a los otros, el manejo del conflicto llega también a estar
modelado.
Los miembros familiares aceptan la experiencia de los miembros familiares
individuales; si ella es contable, dejémosle hacer el balance del talonario de
cheques. El hermano mayor es un hombre de negocios; si nos dejas columpiarnos
puedes montar en nuestros triciclos. Una familia puede, de forma explícita, estar de
acuerdo con que los modos del padre son mejores; todos debemos intentar ser como
él. O puede que adopten us maneras sin darse cuenta de ello; el padre aborrece las
serpientes, por . ° nosotros nunca iremos a la «casa de los reptiles». De forma
alterna-a> 'os miembros de la familia pueden, en las negociaciones, desarrollar .
ñeras totalmente novedosas de tomar decisiones, las cuales se con-, en en nuestra
forma, la forma familiar. Pero algunas cuestiones de Pa ^Cuer<^° son tan difíciles de
resolver que la familia tiende a crear «es-he,- °S- en b'arico». Capítulos enteros de
experiencia que están cerrados . eiI^amente, que no se afrontan, con el resultado
de un empobrecido de la vida familiar. Co ,n a'gunas ocasiones, cuando los
miembros familiares se encuentran la aü(esacuerdos irresolubles, se organizan
jerárquicamente, empleando °ndad como un medio de zanjar la cuestión. El
contenido tiende a
1
52 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
SUMARIO
las jerarquías y las cuestiones de control, este método del entrenamiento del
samurai podría ser una experiencia de aprendizaje espeluznante.
El drama de la relación en el aprendizaje nos aporta temas y signifj,
cados variados para cada persona. El campo de la terapia familiar siern. pre
se ha enorgullecido de su diversidad, como se refleja en sus muchas
escuelas diferentes de pensamiento. La misma diversidad se presenta en el
entrenamiento.
En los noventa, la terapia familiar es una práctica establecida. Las prj.
meras oposiciones contra la dictadura del psicoanálisis han sido reem.
plazadas por la preocupación por la efectividad en áreas discretas. El en-
trenamiento de los terapeutas familiares no está relegado a institutos
especializados, sino que en vez de ello tiene lugar en las universidades, en
los departamentos de trabajo social, psicología, psiquiatría y enfermería.
Los programas que otorgan el grado de máster en terapia familiar han
florecido en numerosos puntos de Estados Unidos y del extranjero, y con-
tinúa expandiéndose el alcance de su aplicación potencial. Ya no existe un
centro teórico para la disciplina; los programas de entrenamiento advierten
de su adhesión a una escuela en particular, y existe una fuerte polémica
entre los discursos rivales de los terapeutas intervencionistas y los pasivos.
Pero la terapia familiar de los noventa, cualquiera que sea su aproximación
preferencial, da por establecido aquello que ha llegado a ser del dominio
público en la teoría y la práctica, sin ni tan siquiera un gesto de
reconocimiento hacia sus orígenes.
Nuestra labor en este capítulo será proveer de una visión general de las
numerosas formas en que se ha conducido la terapia familiar y en que han
sido entrenados los terapeutas en su práctica. Para dotar de una cierta
organización a nuestro esquema, volveremos a la división del campo entre
terapeutas intervencionistas y pasivos. Esta distinción es, de alguna manera,
artificial y los terapeutas que han sido agrupados juntos no necesariamente
se verán a sí mismos como semejantes; pero la agrupación ayuda a arrojar
luz sobre los importantes puntos en común y las diferencias entre las
principales aproximaciones a la terapia sistémica.
Ca
rl Whitaker
Murray Bowen
que pi ntlue e' trabajo de Jay Haley precede a su asociación con Cloe Madanes y puesto re Ce j.^, badanes
han escrito mucho juntos pero nunca han firmado en común un libro, pa-daries escribir sobre su trabajo
sin tener en cuenta que durante más de una década Ma-do j Un, "aley fueron codirectores del Instituto
Familiar Washington, enseñando y pensan-pros„ ?j durante la década pasada, tomaron rumbos
diferentes. Mientras que Haley ha tos e<¡ • explorando técnicas estratégicas, Madanes se ha interesado
más por los aspee-P|r'tuales de la terapia.
64 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
El grupo MRI
El grupo MRI también cree que el entrenamiento debe ser breve. y g que su
modelo es simple, creen que pueden enseñar a cualquier terapevj. ta
razonablemente interesado e inteligente a emplearlo. La meta princj. pal del
entrenamiento MRI es conseguir que los estudiantes abandonen l a perspectiva de
cualquier modelo que utilizasen antes y se sumen al enfo-que del MRI. Aprender
qué no incluir es considerado más importante que aprender qué incluir.
El otro obstáculo es ayudar a los aprendices a llegar a ser más activo s en la otra
área donde el modelo MRI exige un activismo terapéutico, la de evaluar e
interrumpir las secuencias de soluciones intentadas. Para ser activo en este campo,
el estudiante necesita adquirir la habilidad para obtener de los clientes definiciones
precisas del problema, imaginar y «vender» reestructuraciones, y comunicar pautas.
La supervisión en vivo se puede emplear para ayudar al estudiante a adquirir tales
habilidades. En este momento, la principal intervención del supervisor será
transmitir, por el auricular, directrices al estudiante. Puede guiar al alumno para
que haga más preguntas sobre un área particular. Puede dirigir al supervisado para
que use una cierta reestructuración. O podría dar al estudiante una orden para que
sea comunicada palabra por palabra al cliente.
Es un modelo de entrenamiento que no requiere hablar de la historia, ni insight,
ni retroceder a la propia familia de origen del estudiante. Se trata de un modelo de
entrenamiento que se centra en la planificación y en la técnica mucho más que en el
estilo personal del terapeuta.
La insistencia por parte del MRI de que los supervisados deben abandonar todo
aquello que han aprendido para emplear su nuevo modelo, parece ser restrictiva y
puede crear terapeutas orientados hacia la técnica y sin la sofisticación requerida
para afrontar las situaciones humanas complejas. Al centrarse en la descripción que
hacen los clientes de sus problemas y conductas, frecuentemente pierden de vista a
la familia como un sistema interactivo y se centran en el fenómeno individual. Por
lo tanto, cuando los terapeutas del MRI consideran su aproximación como
minimalista, hablan de dirigir su interés hacia un solo aspecto de la solución del
problema. Con esta definición limitada, el minimalismo puede concebirse como
algo unidimensional.
La contribución actual del movimiento MRI no es quizás tanto su modelo breve
en sí, sino más bien su manera de manejar los problemas. Es beneficioso entender
que la solución que acompaña a un problema puede ser más problemática que el
mismo conflicto; una lección valiosa también para el grupo MRI a tener en cuenta
en su intento de proveer una fórmula para la terapia familiar.
TR
A PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO
fil terapia feminista, tal y como existe en la actualidad, conforma una tr K° so'Dre 'a
terapia más que una escuela particular. La esencia del la aJ°c'lmco feminista radica en
la actitud terapéutica hacia el género y So,ensiDilidad hacia el diferente impacto que
tienen las intervenciones la ,e 'os hombres y las mujeres. Los terapeutas feministas
están acumu-tor ° Una ^ran canfidad de investigaciones y conocimiento sobre los traste
°s "e alta frecuencia en las mujeres, tales como la depresión, los ao r °rnos
alimenticios, y las secuelas de la violencia interpersonal y la a [ 0 S1(?n sexual. El
foco del tratamiento consiste generalmente en animar clientes a que cambien los
ambientes sociales, interpersonales y po-
74 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
líticos que han impactado en su relación con los otros, antes que ayuda^ a
los clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto SQ. cial
opresivo (Brown y Brodsky, 1992).
Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés
por el significado, ya que generalmente atienden a los sistemas de creen,
cias de hombres y mujeres y a cómo desarrollan los conceptos de rol qu e les
fijan en una posición particular. Al contrario de los constructivistas sin
embargo, los terapeutas feministas no temen el poder. Por el contra! rio,
muchos de ellos ven la decisión de emplear el poder como la única manera
que tienen las mujeres de equilibrar la balanza. Como resultado acentúan la
solidaridad como un medio para que las mujeres puedan lo. grar una
influencia mayor.
Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la su-
pervisión también se conduce de varias maneras, pero siemprtTCon una
perspectiva común. Marianne Walters, miembro del pionero «Proyecto de
las mujeres», el cual incluía a Betty Cárter, Peggy Papp y Olga Silvers-tein,
ha descrito la supervisión en la terapia feminista como «un proceso de
desafío a nuestros supuestos y tradiciones terapéuticas con el fin de in-
vestigar las formas en que los roles sexuales y el poder del género fortale-
cen la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en
nuestro propio pensamiento sobre lo que ocurre en la familia que obser-
vamos» (Walters, Cárter, Papp y Silverstein, 1988, pág. 148). Dentro de
este marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se centra en analizar
y criticar los conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones
alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos sisté-micos
con referencia a los diferentes significados que estos conceptos tienen para
cada sexo.
El trabajo actual de Peggy Papp, con su colaboradora Evan Imber-Black
(Papp e Imber-Black, 1996), se centra en «los temas multisistémi-cos»
como un concepto unificador en la terapia y en el entrenamiento. Este foco
de atención amplía su interés, previamente expresado en las cuestiones del
género, para incluir la transmisión y transformación de los temas
familiares. En el modelo de entrenamiento que ellas han ideado, se pide a
los estudiantes que exploren un tema significativo en su familia de origen
que haya afectado sus propias vidas y que apliquen este mismo tema de
orientación en el análisis de un caso actual. A pesar de mantener una
orientación fuertemente feminista, esta perspectiva clínica subraya el
sentido de la familia en una época en que éste parece estar pasado <J e moda
en la literatura y la terapia posmoderna.
Aunque con esfuerzos muy diversos, el movimiento terapéutico fem 1'
nista, como el ejemplificado por el trabajo de los miembros del «Proye c' to
de las mujeres», ha abierto nuevas posibilidades en el campo de la t e' rapia
familiar.
Mientras que a cada una de las escuelas de terapia de familia le gust 3'
ría considerarse a sí misma como inclusiva, muchos profesionales se cofj'
sideran a sí mismos como eclécticos, tomando partes de varias apro* 1'
TERAPIAS DE FAMILIA: PRÁCTICA CLÍNICA Y SUPERVISIÓN 75
iones para adecuarlas a su estilo particular y a la idiosincrasia de su ^ etica.
Por tanto, a pesar de que la terapia familiar no ha reemplazado P r. aproximación
psicoanalítica individual, tal y como habían predicho f opti m'stas nace treinta años, ha
evolucionado hacia una práctica mul-° rupal (como la misma familia) que ha
afectado a todas las áreas de humanidades.
La mayoría de los clínicos y entrenadores de hoy en día han dirigido su tención
no tanto hacia el desarrollo de nuevas teorías, sino hacia la difu-ión de las ideas de
la terapia de familia a lo largo del amplio sistema de asistencia de la salud mental.
Al hacerlo, han enriquecido el campo.
A medida que las diferentes escuelas y aproximaciones continúan influyéndose
mutuamente, ideas que han sido consideradas anticuadas a menudo se retoman,
mientras que aquellas que se han visto como novedosas son, de hecho, poco
originales. Quizás en la próxima década, más o menos, la originalidad no se
perciba como necesaria entre las escuelas rivales. Entonces, el mosaico de la
terapia familiar se completará.
1
i
5. EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO
ti comprende que mantener tales supuestos constriñe su entendi- lento, pero ningún
terapeuta puede trascender la estructuración que or-j n.1Za su pensamiento. Todo lo
que puede hacer es reconocerlos, usarlos ah a IneJor manera posible y saber que sus
expectativas deben estar . . ertas a una revisión de acuerdo a los datos que surjan
en el encuentro, r^ entras se ocupa de la familia, fomenta la revelación y busca los
proble-t0s V' as Posibilidades; asocia, intenta ajustar, prueba, modifica supuesta .®
ac
uerdo con los resultados y prueba de nuevo. Existe siempre una Ve el0n mtelectual
entre sus asunciones sobre lo que debe ser y lo que él este encuentro particular.
1
78 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
Los capítulos previos han realzado conceptos que preparan al ter^, peuta para
el encuentro terapéutico. La página impresa acomoda fácil, mente los conceptos,
pero la terapia es multidimensional, es mucho rtiá s que conceptos. Me pregunto
cómo puedo comunicar el ánimo del eri cuentro, los silencios que envuelven los
pensamientos tangenciales, e] sentido del ritmo que me alerta para centrarme en la
emoción que quier0 que exista pero que no puede expresarse, el misterio de
experimentar 9 los miembros de la familia a través de nuestras diferencias y darnos
cuen. ta de que son «más humanos que otra cosa». Y entonces, ¿cómo describo la
obra, el proceso creativo por el cual me convierto en audiencia y actor en director
de la terapia y también en miembro del sistema terapéutico, y los caminos que
siguen los miembros de la familia mientras experimen. tan con nuevas y mejores
maneras de relacionarse? \.
CUATRO CASOS \
por su desinterés al cuidar a los niños de María, pero también resalf cómo se había
limitado su vida y cómo María le podía liberar de ser m a dre a tiempo completo.
Critiqué al tribunal, indicando inconfundible mente que un juzgado
angloamericano no podría entender lo importante, que es para los latinos ayudarse
entre sí. Dije que la orden limitante hab¡a impedido la mejor solución: que
trabajaran juntas.
Recapitulando para el personal, observé que era natural para los n¡. ños
comportarse de forma hiperactiva en presencia de dos madres refij. das entre sí.
Subrayé que había empleado sus conductas para crear una representación de los
estilos parentales y^sugerir alternativas que podrían mejorar las vidas de ambas
madres. Más tarde, el trabajador social y y0 diseñamos un plan para cambiar la
orden disuásoria del tribunal.
R
EACIÓN DEL SISTEMA TERAPÉUTICO
La historia oficial
* me>noria familiar
te espero que les haya transmitido algo acerca de la manera en que hago
la
S)a P hoy en día. Pero, ¿cómo lo enseño? Esto lo hago a través de una
rvisión muy amplia. La instrucción académica tiene un lugar en la
94 FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR
enseñanza de^aterapia de familia, especialmente en las fases iniciales d
este proceso, peró^l entrenamiento ayuda a crear un terapeuta, más q üe un
científico familiar. La adquisición por parte del estudiante de nuev a?
maneras de ver y pensar depende de su desarrollo de nuevas maneras H
comportarse dentro del contexto terapéutico. Por tanto, los concept 0
fundamentales, valores\, supuestos y técnicas de la terapia familiar es
tructural no pueden comunicarse principalmente de modo cognitivo. rj n
estudiante que adquiera el conocimiento de tales conceptos solamente en el
contexto de la didáctica o de las presentaciones cognitivas puede en.
contrar que su dependencia de las ideas no le sirve del todo en el calor v la
intensidad del encuentro terapéutico.
De forma similar, aunque la descripción de técnicas es importante en el
entrenamiento, el proceso de crear un terapeuta va mucho más allá de eso.
En Families and family therapy (Minuchin, 1974) describí la terapia de una
forma tan clara y simple que el libro se convirtió en un texto clásico para
los estudiantes de la terapia de familia. Durante décadas, muchos
estudiantes de la terapia familiar estructural ejecutaron una terapia de
técnicas. Pero, claramente, la terapia implica mucho más que técnicas. Las
historias de la supervisión de la segunda parte nos recalcan no sólo la
complejidad de la terapia, sino también el complejo proceso por el cual un
terapeuta oficial se convierte en experto.
Segunda parte
HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
6. LA SUPERVISIÓN EN EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO
EL TRAYECTO DE UN SUPERVISOR
cuando era niño. No puedo\garantizar los detalles de mis recuerdos, per sé que lo que
aprendí en mi\ infancia sobre las relaciones se relacionak con la lealtad, la
responsabilidad y el compromiso hacia la familia, el clan y, por extensión, hacia la
genjte judía.
He comenzado esta discusión de la supervisión definiéndome a rnt mismo a
través de mi aprendizaje en la infancia, porque rni relación con los estudiantes está
impregnada por el sentido de la obligación y del corn. promiso que aprendí de niño.
Si uno reflexiona sobre los valores que más estima como profesor, probablemente
descubrirá que tales valores se en-cuentran enraizados en la propia infancia.
Comencé a supervisar y a enseñar en 1952, cuando vivía en Israel. Era el
director médico de cinco instituciones elementales para adolescentes con problemas.
La mayoría de los niños eran supervivientes de la Europa de Hitler, pero también
había niños de Marruecos, Yemen, Irak y la India. El personal de las instituciones lo
conformaban psicoeducadores que seguían los principios adlerianos modificados por
su sustancial experiencia de la vida en grupo y sabían bastante más que yo con
respecto al trabajo con estos jóvenes.
Yo era un joven psiquiatra y mi entrenamiento en una institución residencial
para adolescentes delincuentes, ubicada cerca de la ciudad de Nueva York,
difícilmente me había preparado para esta población y este trabajo. Era ingenuo,
ignorante, y lo sabía. Todavía lo que mejor recuerdo de mi experiencia era mi
resuelto rechazo a dejarme paralizar por lo que desconocía. Como persona, terapeuta
y profesor, esto ha sido siempre una de mis características: transformo los
obstáculos en una oportunidad para aprender. Mi respuesta a los inconvenientes se
da en fases. Primero me convierto en un competidor vigorizado por los problemas.
Después me impaciento, más tarde me deprimo, y finalmente me quedo pensativo.
Una vez que estoy comprometido, el reto es primario y los obstáculos los siento
como una provocación. El apuntalamiento es emocional, pero también existe una
respuesta intelectual a la aventura de aprender.
Los años que siguieron a mi experiencia israelita fueron turbulentos y
productivos. Fui entrenado como analista en el Instituto William Alanson White de
Nueva York, pero básicamente me encontraba más interesado en las familias.
Cuando me trasladé a la Universidad de Pensilvani»' como profesor de psiquiatría
infantil y director en la Clínica Filadelí' 3 para la Orientación Infantil, creé una
institución que trabajaba sólo con familias y con los principios de la terapia
familiar. Aquí comenzó a dest3' car mi persona* retadora. Era un saltador de
obstáculos enfrentándola a las rigideces del sistema psiquiátrico. Quizás nosotros
creamos nue^ rigideces en el proceso, pero el desafío al tratamiento individual y los
m todos tradicionales era probablemente acertado para la época.
* Juego de palabras. El autor juega con el origen de la palabra, el cual hace refere! 1 a la máscara
griega que se utilizaba en el teatro, en definitiva a cada una de nuestras c» o facetas como seres
humanos. (N. del 1.)
LA SUPERVISIÓN EN EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO 99
Fue en la época de los sesenta en la Clínica Filadelfia para la Orienta-• 'n Infe nt'l
cuando me convertí por primera vez en profesor y supervi-C' de terapia de
familia. Mirando hacia atrás, estoy impresionado por la *° crepancia existente entre
mi estilo de terapia y mi estilo de enseñanza esa época. Mi estilo terapéutico era
una combinación de apoyo, con-F¡ niación y cuestionamiento. Era cuidadoso al
contactar con las familias, ra asimilar sus modos y permanecer dentro de un nivel
de cuestiona-;ento aceptable para ellos. No sentía que la enseñanza requiriera de
esa •srna acomodación. Era confrontativo y provocativo, desafiaba a los estudiantes
para que aprendieran. Quizás proyecté mi propia respuesta al
to____y mi propio proceso para encontrarla— en mis estudiantes.
Mi evolución como terapeuta familiar me suministró la materia prima nara
enseñar a los otros, así como las habilidades que adquirí en el camino. En mi
terapia desarrollé la habilidad para captar la comunicación no verbal con rapidez,
y podía saltar de claves mínimas a hipótesis que guiaran el proceso terapéutico.
Llegué a sentirme cómodo con la idea de que estas hipótesis conformaban simples
instrumentos para crear contextos experimentales, para enviar globos-sondas que
me ayudaran a contactar con la familia y a desafiar sus rigideces introduciendo
múltiples perspectivas. Procedía uniéndome y luego «acariciaba y golpeaba»;
durante ese periodo, la pirotecnia de tales sesiones llegó a conocerse como mi
modo de practicar la terapia.
Transferí ese estilo a mi supervisión. Veía cintas de vídeo, microanali-zaba
segmentos y saltaba a la construcción de hipótesis, excitado por la naturaleza
intelectual de la empresa, por la manera en que las piezas del puzzle podían
organizarse en una amplia conceptualización y por la aventura potencial de unirme
a la familia para explorar la novedad y crear una gestalt diferente. Creo que mi
entusiasmo era contagioso, pero me impacientaba la lentitud de otros caminos a
través de los cuales mis estudiantes llegaban a comprensiones similares o
diferentes; y creo que este pe-nodo fue difícil para la gente que supervisé. No les
di demasiado espacio, ni respeté el talento idiosincrásico, ni las dificultades qus
trajeron al proceso de supervisión.
Cuando recuerdo ese periodo y lo comparo con mi enfoque actual, veo arnbién que
enfatizo aspectos diferentes de la supervisión. Quizás inundado por la, casi
alérgica, evitación de Jay Haley a instruir desde la ona, mi propia enseñanza era
básicamente inductiva y experiencial —un asís que ahora considero importante
pero insuficiente—. También con-0 c°mo ingenuo el esfuerzo de Braulio Montalvo
y de mí mismo por en-¡ ar Un «alfabeto de habilidades», incluyendo cómo
relacionarse, crear la ensidad, introducir alianzas y coaliciones, cuestionar, crear
representa-j , es- etc. Una vez que los estudiantes habían desarrollado estas habili-
es Cr a
c¡ , ' eíamos que serían capaces de emplearlas de una manera diferen-era °
arn
idiosincrásica. Las habilidades son importantes, pero el inventario qu bién
demasiado mecánico y se debía probablemente a los errores ^rn|°n^aron 'a teraP'a
familiar estructural durante décadas: esa terapia lar estructural requería la habilidad
para mover a la gente a diferen-
"1
100 / HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Los autores de las historias que siguen son terapeutas que han sin
miembros de mi grupo de supervisión en varias ocasiones durante l Qs -?
timos años. Las historias son marcadamente individuales, y reflejan la
periencia única de la supervisión de cada autor. Al mismo tiempo, revel
muchos de los temas recién descritos. Y así, aunque cada historia portal 11
huella de su autor, también puede leerse como un género, ilustrand 8 cómo
la supervisión orientada estructuralmente debe funcionar en l a K rea de
crear un terapeuta.
Mis propios comentarios están entretejidos con cada una de esas his
torias. A medida que la historia se desenvuelve, relato mi experiencia con
el estudiante, ofrezco mi interpretación de su estilo terapéutico preferido y
discuto cómo me empleaba a mí mismo estratégicamente para tratar de
inducir una ampliación de dicho estilo. Lo que espero que surja de estas
historias es una apreciación de la peculiar «danza» de la co-creación que
constituye la supervisión.
7. LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO
va y . Margaret Ann Meskill posee un máster de trabajo social por la Universidad de Nue-
de jr ' "a impartido terapia familiar en diversos centros como clínicas de salud mental y
dos p^dependencias, un albergue familiar, y en clínicas de cuidados psiquiátricos agu-
Harjr la actualidad trabaja para doctorarse en psicología clínica en la Universidad de
106 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
crecerían, o no podrían crecer con el mero apoyo. Cuando se trabaja c familias
que sufren problemas crónicos, cuando nosotros, los terape^t^ enumeramos
diez o veinte, el escenario se llena de fantasmas. Todas las ■ ■ terpretaciones
«correctas» habían sido empleadas, y muchas más que *1" destructivas habían
sido añadidas. Entonces introducir la novedad se co ^ vierte en algo necesario.
La familia Ramírez se había visto envuelta en sistema de salud mental durante
décadas. Eran expertos en neutralizar t rapeutas.
La estrategia que sugerí fue que Margaret se uniera al marido. Él haKt sido
un buen padre y un marido fiel aun cuando su esposa sufrió dos o tr/
hospitalizaciones al año por drogas o episodios psicóticos relacionadf/ con la
esquizofrenia.
Así que Margaret —la ayudante, la defensora, la luchadora por los d e
rechos de las mujeres— se había tenido que unir a un marido alcohólico un
supervisor patriarcal a la hora de cuestionar el patrón reiterado de l 0s episodios
psicóticos de la señora Ramírez y las múltiples hospitalizacio. nes. Como
quedará claro en la narración de Margaret, este desequilibrio no fue fácil.
No sé cómo se sintió Margaret. Proseguí enseñándole desde una posi. ción
de respeto a su talento, simpatizando con su coraje. Tomé sus comentarios
feministas no como una provocación hacia mí, sino como su punto de vista.
Nos regocijamos por los cambios y el éxito de la familia.
Hasta que comencé a considerar este artículo, no había hecho conexión alguna
entre mi elección de la supervisión en terapia familiar y las propias dinámicas de
mi familia. Siempre supe que las dos elecciones profesionales —primero la
elección de la modalidad del tratamiento en sí misma y después la del supervisor—
estaban ligadas a mi contexto psicológico particular; lo que ignoraba es cómo. Este
relato es una exploración parcial de esa cuestión. Es necesariamente un trabajo en
curso, ya que todavía estoy desembrollando mi comprensión sobre la manera en
que me impactó la supervisión.
Crecí en un contexto movedizo y cambiante en el cual los lazos fami
liares se consideraban como secundarios a otras cuestiones. Había un
gran énfasis en la autonomía y la ejecución, en el intelecto, el conocí'
miento y la experiencia. De joven estuve muy influida por el matriarca'
do de mi abuela y mi madre. Los hombres en mi familia eran proveed0'
res distantes poco implicados, especialmente durante mi juventud. La*
decisiones sobre mi hermana y yo eran tomadas por mi madre o i"
abuela, quienes estaban a menudo en conflicto. Ellas estaban de acue
do, sin embargo, con que la educación es sagrada, un fin en sí mism3^
el comienzo de una carrera profesional. El valor de la educación era un
trama dentro de la amplia historia de logros y luchas femeninas, u
historia en la cual esperaban que tomáramos parte mi hermana y ',
Como otras hijas de nuestra época, tendríamos que vencer los aspec
dóciles y sumisos por ser mujeres, aspectos que nuestras madres hab 1
experimentado ya como algo muy limitante. $
Fui enviada a internados en Nueva Inglaterra y comencé excursi 0 ^ veraniegas
por México y Centroamérica. De acuerdo con la manera Pe
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 107
aue mi familia habitualmente hace las cosas, se suponía que las exliar e . s
jgj verano en la pobreza del tercer mundo contrarrestarían el p er!em0 de los
internados y me iban a educar de una manera maravillosa. e''* w s extremos se
veían en relación con la aventura de aprender. La edu-A111. se valoraba de forma tan
incuestionable, que más tarde mi herma- ca° vo llegamos a ser muy habilidosas en
maquillar nuestras peticiones n3 ^vocaciones más escandalosas hasta convertirlas
en algo aceptable a y ^ jos de nuestra madre en el nombre de nuestra necesidad de
aprender, |°recer y experimentar.
Para cuando tenía trece años, la familia se había convertido en un lu-
¿onde yo «fichaba» cuando nada interesante estaba ocurriendo. Las "venturas,
nuevas experiencias, el éxito académico y, por encima de todo, ■ ¡ ndependencia
constituyeron las expectativas formativas para mí. Éstas se colocaban siempre en
el contexto de nuestro género. Mi hermana y v0 estábamos siendo educadas para
ser fuertes con la esperanza de que así nos habituaríamos a la clase de
sufrimientos que se identificaban como «femeninos». La fuerza de esta
solidaridad del género en sí misma, mantuvo a mi padre apartado, como un
proveedor concienzudo pero sospechoso emocionalmente.
Estudié antropología en la universidad. Esta elección era más práctica que
intelectual, porque me brindaba la oportunidad de viajar y llamarlo «trabajo de
campo». Por aquella época me estaba revelando contra mi familia y lo hice en el
ámbito que ellos me habían enseñado que les impactaría de forma más poderosa:
el rendimiento escolar. Nunca terminé el instituto, abandoné los estudios en el
segundo año de universidad, y me fui a vivir una vida aventurera a México. Mi
rebelión estaba bien diseñada, aunque era totalmente inconsciente. Estaba
contraviniendo el bien familiar del «aprendizaje».
El Barnard College en los setenta era un buen lugar para la revolu-
'on. El feminismo y el socialismo estaban en su apogeo dentro del clima
icadémico de aquella época. Mi conciencia intelectual recibió la llamada
P^ra despertarse que necesitaba, después de cinco años en el elitismo
^P que tan inconsciente y arrogantemente es promovido en los inter-j os- La
posición feminista que aprendí en Barnard fue la lente a través
a u
^ al percibiría mi mundo, un tipo de conjunto cognitivo básico que
°nentaba a la vez que me validaba. con \*a- n°ta SODre m' feminismo. El feminismo
comenzó en mi familia jer a lriterpretación tan típica de que los hombres son bestias
y las mu-dij ,SUs víctimas. Barnard le dio un poco más de sofisticación y profun-
intrc^i'nt,e'ectual a esta ideología familiar. La sociedad y el capitalismo se ban t Clan
como factores en la cuestión del género. Las posturas estadas D Iílac^as' las
hermandades existían, las posiciones estaban reforza-co^ Ur»a época y un lugar
que permitía sentimientos tan complicados y clar¡ . Vultuosos. En retrospectiva,
valoro la experiencia de pertenencia ad moral que tuve entonces. También
reconozco las limitaciones,
?'■ White anglosaxon protestant (anglosajón blanco protestante). (N. del t.)
108 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
,
{
Salvador Minuchin y su profesorado llegaron a mi agencia como P , te
de un proyecto financiado por la fundación para convertir los servi c' | de
acogida en algo más familiar y amigable. En su papel de asesor
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 109
r el doctor Anne Brooks me espantó. Era la figura de autoridad P C lina que me
sentía totalmente comprometida a desafiar. lTia^l enojo que me provocaba estaba en
relación directa con el poder ercibía en él. Tenía la habilidad de hacerme
cuestionar a mí misil116 "• papel profesional, y lo que era más importante: el modo
en que fflfc ita ¿e conciencia sobre las dinámicas del poder reforzaba, en rea-rnJ A
la injusticia que me creía comprometida a cambiar. Esta in-sciencia del poder —de
poder encubierto— ha sido el cambio más ° olucionario que ha ocurrido en mí
durante el curso de mi aprendiza-6c0n el doctor Minuchin. Ha modificado mis ideas
no sólo sobre la te-' nia V Ia política, sino también sobre el género y el sexismo.
Sin ape-rse por su propia marca sexista, él ha sido una influencia liberadora de la
feminista que hay en mí.
Con el fin de aprender de Minuchin, primero tuve que confiar en él, y a que
cuando comencé la preparación estaba más comprometida en corn. batir.
Necesitaba creer en su uso benigno de la autoridad y el poder. P ei-0 me encontraba
en un dilema emotivo e ideológico con respecto a asumir ese tipo de
vulnerabilidad. Era consciente de que quería mantener mi ere. cimiento intelectual
y proteger a mis otras facetas de un estilo de super. visión que era arriesgado
emocionalmente. Creo que éste es uno de los puntos que distingue la supervisión
del doctor Minuchin. La buena su-pervisión y terapia requieren no sólo de una
habilidad intelectual, sino también de una disponibilidad emocional. Me llevó
bastantes comprobaciones, tiempo y experiencia llegar a estar preparada para el
paquete completo.
Fue mi trabajo con la familia Ramírez lo que me otorgó la oportunidad de
emerger de esta posición defensiva que yo había pensado que era feminista. Nina
Ramírez, entonces entrada en la treintena, había vivido muchas experiencias con
diversos sistemas de tratamiento. De hecho, ella había sido en gran parte criada por
varias instituciones psiquiátricas. Fue hospitalizada psiquiátricamente de forma
reiterada desde los trece años, y llevaba una media de dos o tres hospitalizaciones
anuales, normalmente en relación con la psicosis inducida por drogas y con la
automutila-ción. Un celador del hospital tenía que acompañarla a su cita de
admisión conmigo.
Mi primera impresión vaga de Nina fue que ella era la típica paciente
psiquiátrica de larga duración, con un discurso entre dientes y de inflexión extraña
y con paso agitado, desproporcionado. Fue admitida en nuestra clínica con el
diagnóstico de esquizofrenia, pero había recibid0 un espectro de etiquetas
psiquiátricas en varias ocasiones a lo largo de sus veinticinco años de atención. Se
le había dado el diagnóstico de esquizofrenia crónica, trastorno orgánico del
ánimo, abuso de sustancia múltiples y esquizofrenia paranoide. A pesar de la gama
completa de dr° gas callejeras que Nina había empleado, también se la había
medica'1 con una amplia colección de medicamentos prescritos por los medie0 '
tales como triaflon, prolixin, tegretol y cogentin, ninguno de los cU tomó de forma
continuada o como se le prescribió. Su abuso de susta cias había comenzado con el
alcohol a la edad de seis años y había i"eC ^ rrido toda la gama. Como otros en la
clínica de drogas, consideró el ci"a como el escalón final de la miseria en su espiral
de la droga. Durante entrevista de ingreso, Nina se calificó a sí misma como una
«cabeza " de basura». Éste es el entrañable término que los adictos usan para al
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 111
aS
oersonas que, más que desarrollar una adicción a una droga particu-"
mantienen una lista abierta de posibilidades y se «meten» todas y
'aI\ "una de las drogas que consiguen. Nina dijo que ya se había cansado J! las
drogas y quería dejarlo.
Mi clínica normalmente no trabaja con enfermos mentales, pero el di-tor, creyendo
que la adicción a las drogas de Nina justificaba nuestro V bajo con ella a pesar de
que se encontraba severamente trastornada, '.* un arreglo especial para ella. No me
encontraba extasiada con esta ■ js¡ón. Yo tenía muy poca experiencia con el
sistema de salud mental y reSentaba un tipo de rechazo general hacia la enfermedad
mental seve-que se encaminaba hacia la idea de «deja a los doctores que se las
vean c0n ellos y su medicina». Según mi opinión, el tratamiento exitoso consistía
en tener a los pacientes bien medicados en las clínicas de otras personas. Me sentía
nerviosa e incompetente con la «gente loca».
Nina y su marido, Juan, se quejaron de sus experiencias de tratamiento previas,
dejando claro, no por casualidad, que ya habían pasado por el área de psiquiatría
más de una vez, y que podían salir triunfantes de la mejor de mis intenciones de
tratamiento. Yo estaba más que dispuesta a ceder en este punto. Sabía que el
asunto me superaba y me sentía segura de que me uniría al resto de los terapeutas
perdidos con esta familia a corto plazo. Así lo pensé. Y así lo dije.
Ésta era la apariencia de la pareja en ese momento. Nina se presentó a sí misma
como una buena, aunque incurable, paciente. Habló clara y coherentemente sobre
sus estados internos. Ella controlaba su estado emocional cuidadosamente y podía
fácil y libremente informar sobre él en cualquier momento. Era elocuente e
inteligente. Poseía un gran in-sight. Mostraba esa dogmática fe que uno aprende
tan bien en los círculos terapéuticos: que a partir del «refrito» de cada matiz
emocional llegará el alivio y la cura. Incluso podría decir que era una paciente
excepcional. Ella podría haber suministrado a cualquier terapeuta la subiente
angustia y oportunidad para hacer interpretaciones jugosas irre-sistibles, aunque
inalterables.
Juan no se había beneficiado de los años de atención psiquiátrica. De
!cn
o, su presentación reflejaba la falta de atención que había experi-
e
ntado en su posición como esposo de una persona «loca». Era como
fantasma, apenas discernible dentro de la crisis en que se encontraba
^ arnilia. Ocasionalmente estallaba en un claro alivio cuando narraba
°s y hacía afirmaciones sobre la enfermedad de su esposa. Después
se
gi ^Materializaba. La pareja tenía una amorosa hija de catorce años. rial tra^aJar con la
pareja a solas con la esperanza de explorar el mate-dist^ Ue sa^na a la luz cuando la
hija no se encontrara disponible como c a acc'°n. También elegí trabajar con ellos
solos porque al acotar el
P° limitaba también mi sensación de estar abrumada.
ope a etapa inicial del tratamiento estaba guiada por la manera usual de
ca^L r °e la familia. El foco estaba perdido en la crisis, las coaliciones
tn¡e la°an azarosamente y la ansiedad era alta, incapacitando a los
"T'os de la familia tanto como al terapeuta. La amenaza de impulsos
112 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
fracasados a través de síntomas psiquiátricos, abuso de drogas o alcoh 0, o violencia
estaba siempre presente. En los primeros tres meses de trat ' miento, Nina se
balanceaba al borde de una recaída en las drogas, Ju a flotaba entre estados de
estupor alcohólicos y la pareja se amenazaba m> tuamente con el divorcio, el
suicidio y el asesinato; e informaron que J üa nita, la hija, era sexualmente activa y
sufría abusos sexuales. Para el fjr, ¡ del tercer mes, Nina fue hospitalizada después
de que se cortara las mu ñecas. Estaba aterrorizada y agradecí el descanso.
Yo había sobrevivido, aun así, a un año y medio de supervisión al ]] e gar a este
punto, pero se habían dado pocas interacciones entre Salvador y yo. Él me había
ofrecido muchas buenas sugerencias, de las cuales nn estaba tomando ninguna. Lo
que me impresionó fue que reconocía en é] un interés genuino y un compromiso
con las familias. Cuando empecé a creer en su entusiasmo por ellos, comencé a
reconsiderar a mi profesor como un hombre capaz de tomar posturas emocionales
y protectoras.
Traje una cinta de la familia Ramírez, en la cual Nina y Juan estaban
manteniendo una amarga discusión sobre Juanita. Estaban de acuerdo en que ella
debía ser castigada por una fuga reciente, pero Nina pensó que Juan estaba siendo
exageradamente severo; Salvador no estaba de acuerdo.
,
MARGARET: De acuerdo, creo que es perfectamente simple y viene ^ caso con
lo que en realidad sucede. Lo que tengo que aprender es que el se va a psicotizar de
cualquier forma.
MINUCHIN: O no. ,
MARGARET: Pero, ¿y si sucede? Mi miedo no es perder el control de sesión
sino que ella enloquezca. Me gustaría verte en esa situación. C° tinúan esta
disputa, y entonces ella no puede hacer nada más y comien a mostrar síntomas...
Ella para ese proceso teniendo un síntoma. Y y° * asusto en este momento. Así
que entro en mi modalidad reconfortante*
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 113
oáo aguafiestas. Le hubiera dado a ella su «golosina» en este instan-fl11 . tuViese
alguna en mi oficina, porque estaba aterrorizada con que ella lC\S ra Por Ia ventana•■•
Yo quería que ellos continuaran, quería que ellos esen manteniendo esa discusión
airada y que no me viera chantajea-Sor su locura.
MINUCHIN: Ella te asusta, pero también te enoja. En este punto ella esita ser
cuestionada. Hay muchas maneras de hacerlo. Uno de los dos es que si tú quieres
hablar con Juan, lo hagas. Tú sabes que ella en alidad no te lo está permitiendo.
MARCARET: ¿Y qué haría ella?
MINUCHIN: Ella tiene una rabieta enorme, y tú dignificas eso dicién-dole que
su cólera tiene sentido. Lo que debes decir es que su rabieta no tiene sentido. En
vez de eso, el marido se vuelve protector y tú también. Los dos le estáis diciendo a
ella que tiene derecho a comportarse infantilmente y eso es falso. Porque estáis
llamando «psicótica» a la conducta infantil.
El mensaje que me daba Minuchin era que, al igual que la familia, yo ne-
cesitaba crecer superando el miedo. Para mí, esta supervisión fue un gran
descubrimiento. Había sido capaz no sólo de exponer una parte mía que no
aceptaba (ya que la veía como una debilidad), sino también insistí en que Sal me
respondiera sobre ello sin disimularlo o esconderlo tras las cuestiones teóricas más
tentadoras (léase seguras) producidas por el trabajo.
A medida que me aventuré a salir del escondite, comencé a experimentarme
como más centrada cada vez. En la supervisión, abandoné las instigadoras
escaramuzas intelectuales y, en vez de ello, aireé cualquier escepticismo que
sintiera de manera que implicara a mi yo completo y no sólo a mi cabeza.
Cuando Nina salió del hospital, pregunté a la familia si vendrían a una sesión de
consulta con el doctor Minuchin. No podrían haber estado mejor constituidos para
sacar a relucir lo mejor de Minuchin, con su larga lista de tratamientos fracasados,
su drama y su locura. Hispanos y pobres: eran Perfectos para él. Yo sentía que
preferiría no tener esta sesión; habían ido ernasiado lejos. Pero Sal estaba
interesado en mi descripción de ellos y su-! r|o que estuviera la hija también. En
otras palabras, él empezó su superpon del caso preocupándose por mi familia
incluso cuando yo no podía. n términos de relación conmigo, esto fue tan efectivo
como simple.
hey, ¿qué puedo hacer aquí? (Esto, aunque sea considerado de forma Cf) tés
como desequilibrante, es una mentira descarada.)
NINA: YO me sentía tan torturada que cuando él me rodeó con su b r zo
me sentí consolada y segura. Aquí estaba mi marido cuidando^ cuando lo
necesitaba.
MARGARET: Pero en otras ocasiones, cuando necesitabas consuelo »
torturabas y sufrías un dolor intenso y fuerte y algo ocurría entre vosotr 0
dos cuando sentías que él podía consolarte.
JUAN: Creo que es porque siento que estoy siendo empujado y corno «¡
no me correspondiera.
NINA: Yo no quiero que te alteres.
JUAN: Pero entonces yo me siento que estoy fuera, así que quizás y 0
creo que lo mejor que puedo hacer es alejarme y quizás esto funcione. (Su
voz se desvanece y después él se endereza.) He pensado en mamá, y ahora
me doy cuenta de que ella es un ser humano muy infeliz y solitario En ese
sentido, lo siento por ella. Y es triste que me sienta tan impotente para
hacer algo. Ella quiere tan desesperadamente ser amada. Ni siquiera su
madre la amó. Ella quiere el amor de su madre como tú quieres el suyo,
Nina. Cuando pienso en todo ese enojo, es una completa locura. A eso se
reduce todo.
Ésta fue una expresión que nunca había escuchado de Juan. Estaba tan
lejos de «estar en la luna» como es posible estar.
Así, mi concepto de los hombres estaba siendo derruido de maneras
complementarias. En la supervisión, Salvador no estaba resultando ser ni
irrelevante ni opresivo. En las sesiones, Juan estaba llegando a ser cada vez
más relevante y asequible. Con esta reelaboración de una de las caras de la
moneda del género, surgió una nueva visión de las mujeres (yo misma
incluida) que era más profunda y compleja. Violar la regla de la so-
lidaridad femenina, que yo había sido educada para creer, fue vital para
sobrevivir, y aprendí más sobre la manera en que las mujeres, yo misma
incluida, se desenvuelven en los problemas emocionales. Con esta am-
pliación, fui capaz de ver configuraciones del género y la personalidad ante
las cuales había estado previamente cegada. Es muy importante pa ra mí que,
a través del difícil proceso con esta familia, la misma Nina paso ver el
trabajo desequilibrante que estaba aconteciendo como útil P ar ella, incluso
cuando iba acompañado de desafíos a sus hábitos. Es de u gran mérito para
ella (y todavía creo que de un gran mérito para su gerl ro) que fuera capaz de
realizar esto, y al hacerlo mostrar el verdadero tr bajo que las mujeres son
capaces de efectuar.
En cuanto a mí misma, ya no estoy segura sobre el tema del gén e No
soy una mujer ni tan débil ni tan fuerte como me había considera
previamente, sino que he abandonado esta cuestión de la fuerza ferr> e na
por otros dilemas en cualquier caso más complicados. Tengo una s sación
creciente de mi necesidad de continuar descubriéndome a mí & ma como
persona, como mujer y como terapeuta. Yo espero y preveo H^( habrá cada
vez mayores esfuerzos en este sentido también por part
LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO 117
hombres. Sin embargo, estoy segura de que tengo más libertad para '° S i
rar las cuestiones más complicadas del género. Para mí, la libertad e*P
1 rar ias Lucain-uica urna cuiiipiiLaud» uci gciiciu i„vfa feminista y una
P jaVía feminista y una buena supervisión libera. buena supervisión
libera.
es
EPÍLOGO
Cuando Juanita tuvo a su bebé, ella y su novio se trasladaron a casa de r
n v Nina. Esto constituyó un compromiso familiar bastante complejo,
)üauy. i_________*„ „„ ,,„ —;—~„t~ *„~ ^^..«A„ v~ „„t„u~ ¡—~.t_____________________________,i„
espe cialmente en un apartamento tan pequeño. Yo estaba impresionada
ltl ja gran cantidad de recursos de la familia. Nina y Juan, funcionando
orno un equipo, dividieron el apartamento, preservando la autonomía de
ambas parejas pero dejando el área más amplia en común. Juan parecía
tener un mejor sentido de los límites familiares y Nina aceptó su juicio.
Nina no ha sido hospitalizada desde hace tres años.
8. UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS
Hannah Levin'
Salvador pidió a cada estudiante que ese año se concentrara en una familia y
trajera grabaciones de ésta para que trabajáramos con ellas.
Mientras empecé a planearlo, comencé a preguntarme —no era la primera vez
— si tenía algún derecho a establecer este compromiso. Me sentí menos al
corriente sobre las cuestiones e ideología de la terapia familiar contemporánea que
otros de mi grupo. Con todo, mi profunda 'mplicación en las políticas y prácticas
de una institución a la hora de manejarse con familias me dio un valioso y útil
sistema conceptual dentro de' cual la terapia estructural familiar encajaba
lógicamente. Decidí que Va que distintas familias provocaban diferentes fuerzas y
debilidades en
ls
intervenciones terapéuticas, mostraría grabaciones de al menos dos.
e
ofrecí voluntaria para la primera sesión.
LA
EMILIA DAVIS
a
n familia consistía en: la madre, Lisa; el padre, Larry; Lil, de dieci-
La VC anos; y Larry III, de diecisiete, residente en nuestra institución.
te /J *H había sido derivado a nuestro programa como alcohólico. Había
° Problemas legales a consecuencia de la posesión de una pistola y
Pütjj ~¡n e' original el autor realiza un juego de palabras intraducibie con la palabra hat, ° significar
sombrero y representación. (N. del t.)
124 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
«Es una familia muy complicada», dijo Salvador. «Dan al terapeuta gato por
liebre.» Lo hicieron y fue un ejemplo de cómo mis roles me efectuaban demandas
completamente diferentes. Como directora, cuando los padres vinieron a verme
para discutir una queja sobre la institución, escuché y acepté su versión de la
historia. Tenían un problema; querían mi consejo de profesional. Reestructurar,
confrontar o pedir que lo discutieran entre ellos hubiera sido irrespetuoso. Pero en
una sesión de terapia familiar debía recordar que los roles y las expectativas son
distintos. Yo no podía ser la directora. Debía ceder el puesto y desafiar a la familia
con el entendimiento de que cada uno es parte del problema y de la solución.
Minuchin resaltó que existía relativamente poca interacción entre los miembros
de la familia durante la sesión que había presentado y que yo había hecho muy
poco esfuerzo para conseguir que ellos trataran entre sí. Él 'esaltó de nuevo que la
familia era muy poderosa y comentó que yo podría ser capaz de cuestionarlos sólo
cuando creara un contexto terapéutico en el que interactuaran. Me llevó cierto
tiempo proceder de esta manera.
Uno de los problemas que surgieron fue la negativa de Larry III a ser
grabado. Esto me parecía un pequeño detalle, así que no lo cuestioné.
ero durante una sesión, percatándome del hecho de que sentarse aleja-
3
°e sus padres inhibía su relación con ellos, le desafié. Los padres, que
. aban enfadados con él por varias razones, se unieron a la confronta-
n
^ - Cuando me miraron al reprenderle, dije: «Vosotros sois sus padres.
ré^en<^e °-e vosotros el hacer que él se comporte de la manera en que que-
*• Con dificultad, esta pareja inexperta inició el establecimiento de lí-
es
Se - Le dijeron a Larry III que no podría ir a casa durante los fines de
<*na hasta que no empezara a cooperar.
r^. nuchin alabó esta intervención, pero explicó también que quizás la
'as n ^°r ^a clue no haDia desafiado a Larry antes era que no quería que
Sas
a ]0 ° se escaparan de mi control. Él me aconsejó que pusiera atención
nc
ómoda que me sentía cuando no tenía el control. ¿Estaba mi som-
126 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
brero de directora protegiéndome como un caparazón de tortuga? ¿Hak-
agarrado el pernicioso virus institucional del control? Debería estar n,^
vigilante y observarme más cuidadosamente. ^
Los comentarios de Salvador me hicieron pensar sobre qué sombre estaba
llevando. Él sugirió que en vez de responder a un comentario de i° madre o del
hijo, lo experimentara. «Como estás atrapada en un cartin9 de demandas múltiples
conflictivas en la sesión familiar, necesitas con ° certe a ti misma y a tus
limitaciones. Necesitas saber cómo manejan para crear la inestabilidad, de manera
que el sistema pueda crecer Mientras analizaba la necesidad de control en esta
sesión me percaté dei poderoso efecto que la institución estaba ejerciendo sobre mí.
Ningún te rapeuta desea escuchar a la mañana siguiente de una sesión familiar
emocional que hubo una trifulca en la vivienda donde Larry volvió aque. lia noche.
Y mi sombrero institucional no era el único. Cuando los padres me di-jeron
que tendrían que pagar al Estado por la estancia de Larry con nosotros, mi papel de
activista social radical me exigió que les guiara en los pasos precisos que deberían
tomar para luchar contra este injusto requerimiento. De alguna manera me las
apañé para resistir ese impulso y simplemente sentí que ésta era una demanda
injusta. Así, milagrosamente, tuve éxito al emplearme a mí misma para unirme a la
familia más que para aconsejarles.
Obtuve menos éxito en una sesión que mostró una gran cantidad de interacción
en la familia. Los hijos estaban criticando a los padres porque la casa estaba muy
sucia. Dijeron que había montones de porquería por todas partes. Los padres
respondieron defensivamente y yo, como directora responsable equivocada,
aconsejé a los padres que limpiaran la casa. Minuchin resaltó que en vez de
observar qué era lo que estaba sucediendo y poner atención al significado, estaba
siendo atrapada por los detalles. «Tienes que empujar a esta familia para que vaya
más allá de sus interacciones familiares», dijo. «Llévales a ver que la porquería
que están describiendo es su vida. Ésa es la diferencia entre cuestionar y dirigí 1"'
Portando mi gorra de directora, me había trasladado al cómodo papel del jefe, en
vez de entregar el mando a los padres.
Mi meta no era decirle a Hannah lo que debería hacer, sino más bie"
hacerle ver las metáforas en vez de los eventos, los símbolos en vez
del»5
cosas. Cuando la familia estuviese en conflicto por una cuestión, yo quefl que
ella explorara no ésta sino el conflicto. Deseaba que ampliara el c° flicto en
vez de ofrecer soluciones. ¿Podía ayudar a Hannah a abandona su cambio de
primer orden en favor de uno de segundo orden?
Varios meses después fui capaz de presentar una sesión donde &\ que había
podido desafiar a esta familia, en vez de instruirles en lo 1 deberían hacer. La
madre estaba contando la historia oficial una vez m ' recitando todas las cosas
terribles que su marido había hecho y cómo e había mantenido unida a la familia.
UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS 127
. pRE (quejumbrosa): Odio pensar en las cosas terribles que me hi-
cistf, NNAH: ¿Te ha amenazado alguna vez? ¿Te ha golpeado alguna vez?
MADRE: NO.
HANNAH: ¿Por qué permaneciste con él?
IVJADRE: La familia. Mi religión. (Permaneció en silencio durante un
mentó, y luego miró a su esposo.) Por debajo de esa apariencia tan n nca, tan
irritante, hay algo hermoso que amo.
PADRE {sorprendido, después de un momento de silencio): Tú nunca dijiste eso
antes.
Desde ese momento, dije al grupo, el tono de su conversación había cambiado.
Cada vez que alguien se equivocaba, yo le señalaba, y ellos lo reasumían con un
diálogo interpersonal más íntimo. Esto, dije con orgullo, era un cambio.
«Es sentimentalismo», fue la recapitulación de Salvador. La pareja se estaba
acomodando a mí, la directora, y me habían seducido para seguirles. Todavía me
concentraba en el contenido, todavía continuaba siendo la profesora y atendía a
una aproximación orientada en la solución. Llamarlo «amor» no cambiaba la
situación.
Mi primera reacción fue de indignación: él se había perdido el punto principal.
No entendió la intensidad emocional de lo que ocurrió en la sesión, aunque
pareciese menos importante cuando se veía en la pantalla de televisión. Pero
después de pensar sobre ello durante la semana, me percaté de que, aunque yo
necesitaba trabajar bastante más en mi expresión terapéutica, no se había
intervenido en este caso para restringir el afecto.
y ellos, juntos, debían encontrar nuevos modos para manejar a su h¡-Por difícil que
pareciera, la pareja se las apañó para poner límites y UJ.° • se. Tras dos semanas,
Larry III estaba participando plenamente en las s siones familiares, hablando con
ambos padres sobre sus sentimiento preocupaciones y problemas, y todos ellos
estaban proyectando su reh bilitación. Dos semanas después, Larry III volvió a
casa, y fue quien con dujo a su madre al altar. La música para la boda fue
compuesta por el Da dre e interpretada por sus amigos. Hay buena y mala
sensiblería, despu¿ de todo. Éste era el final feliz que yo apoyé. Y era el que esta
familia ne cesitaba y quería.
LA FAMILIA KRAUS
Salvador Minuchin hizo con nosotros lo que nos dice que hagamos con
nuestras familias. Él me forzó a pensar de formas novedosas. La incomodidad, la
pérdida de equilibrio y los pensamientos alocados son nuevas características de mi
sombrero terapéutico. Mediante el abandono del uso único del córtex y empleando
el tálamo, Minuchin me hizo experimentar cómo debo enfrentarme a familias que
buscan una solución. Yo a menudo terminaba las sesiones de supervisión
preocupada. Me perdía el final feliz, o al menos la apología. Pero también fui
estimulada, divirtiéndome con muchos pensamientos nuevos y alocados. Los
sentimientos llegaron primero, los pensamientos y las ideas más tarde.
Creo que uno de los puntos fuertes de mi personalidad es un sistema de valores
muy claro. No temo tomar partido. Lo que debo desarrollar es la habilidad para
juzgar cuándo es útil expresar mi postura. Es también "aportante saber que poseer
una posición fuerte mantiene el peligro de enfocar la atención en el contenido más
que en la relación.
Así que, aunque no he tirado ninguno de mis sombreros, estoy Uegan- 0 a ser
más consciente de cuál es el que llevo en la cabeza. También es-'V más
capacitada para controlar qué voces debo escuchar y cuales ig-Jar durante la
sesión. Estoy aprendiendo cómo cambiar los filtros y la gura y el fondo de una
sesión de terapia. Minuchin realiza tales modifi-
'ones con una facilidad pasmosa; yo todavía estoy dándole vueltas al daH
autoconscientemente. Pierdo el sentido del control y la comodi-t es ^uf se fue con mi
sombrero de directora. Pero, igual que los pacientan n motivados por la esperanza
que llega con algo nuevo, yo tam-c0rn exPerirnenté esperanza y excitación cuando
aprendí a innovar. Estoy g0 JP acida de que la supervisión me haya ayudado a
incrementar el ran-e mi voz terapéutica.
9. LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
Adam Pricex
^ark R usroctor Adam Price dirige el servicio de pacientes externos del centro médico Ne-trva
Jer« I ael. Ejerce la práctica privada en la ciudad de Nueva York y en Milburn, Nue- 0(je
- ^ Sus intereses incluyen el trabajo psicodinámico y de sistemas con niños del cen- a ciudad
y sus familias.
134 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
sido pobre. Ahora soy rico, famoso, incompetente, buscador, creativo -
migrante, desconocido... Entonces realizo supuestos sobre mí y sók'1'
r?
ellos. También los modos de hacer son diferentes.
Entonces construimos nexos y aprendemos. Aprendemos más si ac tamos la
diversidad, si aceptamos la universalidad. Aprendemos má\ aceptamos ambas,
de forma secuencial e instantánea. Es posible. De KS| cho, siempre ocurre
cuando un terapeuta familiar se une a los paciente* 6
En realidad, la terapia funciona porque el terapeuta trabaja con las H-
ferencias entre él y ellos, y entre ellos y los otros. La meta es la exploracjr,' de
las diferencias en la búsqueda de alternativas. Para Adam, trabajar co
Cassandra y Raymond requirió que abandonara su fuerte apego a la ló»¡ c del
contenido, disfrutar de su sentido del humor, aceptar su miedo e ig no rancia, y
saltar al encuentro improvisado. Si tan sólo pudiera arriesgarse podría hacerlo.
Un terapeuta juicioso necesita presentar su novedad a la familia. Adam
podría haber dicho algo así como: «Como podéis ver, soy blanco». Algunas
veces os veré acertados. Otras me perderé por mi ignorancia sobre vuestros
modos de proceder. Cuando haga eso, si me corregís aprenderé.
Soy Adam, un psicólogo judío de treinta y cuatro años. Me considero brillante,
locuaz e incluso ingenioso. Pronuncié mis primeras palabras a los nueve meses de
edad. Vivo en el lenguaje, a expensas algunas veces de otras formas de
comunicación. Empleo el lenguaje para transmitir una sensación de conocimiento
y confianza. Me siento profundamente cómodo en un mundo de palabras. Esta
habilidad para unir una palabra con la siguiente dentro de una comunicación
coherente y para pensar por mí mismo me ha sido muy útil. En la escuela algunas
veces evitó que tropezara, como cuando tuve que dar una charla a mis compañeros
de quinto grado y a sus padres sobre los pilotos kamikazes. Cuando hablé, mi
madre estaba sentada entre la audiencia horrorizada al darse cuenta de que todo lo
que yo sabía sobre la materia era su breve respuesta a mi pregunta de la noche
anterior: «¿Qué es un karnikaze?». Hablé durante diez minutos. Inventarse cosas
sobre la marcha no ha sido tan fácil siendo adulto. Sin embargo, todavía me
encanta demostrar mi capacidad sobre la materia y soy un ávido aficionado de la
radio nacional pública.
Crecí en una familia judía liberal. Mi padre es abogado y mi madre psicóloga.
Su énfasis en el aprendizaje y su entrenamiento como pensa-dores analíticos
contribuyó sin duda a la agudeza verbal de su hijo. L°s padres de mi madre fueron
una generación de inmigrantes activos dentt del movimiento laboral, así como del
socialista-sionista. Peter Seegef y Eugene McCarthy eran símbolos en la casa de
mi infancia. Mi Pa<^reL dedicó, quizás en exceso, a la práctica de las leyes con
gente que no p°^ pagarle y le gustaba hablar de la época en que conducía un carrito
de i\ lados por un vecindario pobre y regalaba todo el helado. Este ambid1
ciertamente modeló mi deseo de ayudar, servir y rescatar. También de haberme
dirigido a los hospitales del interior de la ciudad, donde he * bajado desde que me
gradué. Si bien no me considero una «persona bi intencionada», ni siquiera un
activista social, encuentro este trabajo l|e , de sentido. Es, sin embargo, importante
resaltar que también crecí
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 135
A mente en una comunidad próspera y estoy muy ocupado intentante L.„rpr a
mi familia lo mismo. ¿o otrecc
Joür esclava estadounidense de raza negra (1790-1883). Se fugó, cambió su nombre (So- c°i
n?*" rutn: mensaje verdadero revelado divinamente). Aunque era analfabeta, hablaba dia A Ucha
habilidad sobre la emancipación y otras reformas a acometer (véase Enciclope-^^icana). (N.
del i.)
136 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que mis fallos pudieran ser expuestos. Cuando el primer alumno se p r sentó, mostró
el vídeo de una sesión de pareja que revelaba su intento p mantener un equilibrio, y
no hundir la nave. Minuchin etiquetó este pr r blema presentando a Libra, el signo
astrológico cuyo símbolo es una ta lanza. Habló del peligro de mantener el
equilibrio y reprendió al terapeu ta para que entrara en el otro lado de la balanza con
el fin de generar e¡ desequilibrio y crear una oportunidad para cambiar. Entonces se
dirigj-al estudiante y, guasón, preguntó: «¿Cuál es tu signo astrológico?». El es
tudiante, como leyéndolo de un guión, respondió: «Libra». Yo temí q Ue mis días en
clase estuvieran contados.
Varias semanas más tarde fue mi turno para presentar un caso. Mi pr¡. mera
cinta fue de una familia a la que había visto anteriormente sólo una vez.
Preocupado por parecer incompetente, respondí como cuando esta-ba en quinto
grado. Comencé a hablar. Hablé durante tanto tiempo como pude sobre ello, más
de lo que podía, intentando demostrar mi conocimiento sobre la familia, su historia
y sus dinámicas. Cuando mi monólogo concluyó, vimos el vídeo. Tras verlo
durante varios minutos, Minuchin paró la cinta, que era bastante tranquila, y
preguntó: «¿Qué estás pensando en este momento de la sesión?». Busqué
torpemente una respuesta, incapaz de ofrecer una contestación coherente. Minutos
más tarde paró de nuevo el cásete e inquirió: «¿Qué estás pensando aquí?». Y
entonces otra vez, momentos después, aquel: «¿Y qué aquí?». En este punto me
sentí bastante incómodo. No se me ocurrían palabras inteligentes.
Como supervisor sabía que no podría aplaudir a Adam cada vez que fuera
brillante. Iba a tener que ser distante, tacaño con la aprobación y exigente con
la esperanza de que él pudiera experimentar, en la tensión de la supervisión,
algún elemento que pudiera trasformar en empatia con el propósito de encarar
las diferencias irreconciliables de las personas.
Aprendí de Cari Whitaker a sentirme cómodo con la incertidumbre. De
Borges, a seguir las dos carreteras en un cruce. Intento impartir a mis es-
tudiantes esta apertura a las realidades múltiples. Deben aceptar que cualquier
punto de su visión de la realidad familiar es parcial; por lo tanto, casi cualquier
intervención es correcta, pero esto constituye sólo el comienzo de las
posibilidades. Esta aceptación es necesaria para adquirir la habilidad de
arriesgarse, para sugerir una posibilidad y no incomodarse si no funciona. Yo
sentí que la necesidad de Adam de estar en lo cierto y ser apresado como
alguien capaz debía simplemente desafiarse.
, Con el fin de mejorar como terapeuta, necesitaba correr riesgos. De- r , a°andonar
mi caparazón intelectual y permitirme llegar a ser vulne- s:i.'" También tenía que
tolerar que fueran percibidas las partes más sen-Ha CS rn' mismo: lo inseguro, lo
dubitativo y lo inconsciente. Estaban Com °s a cuestionarse algunos aspectos
fundamentales de quién era yo te °, terapeuta. Se me pedía que cambiara, pero
desconocía exactamen-JaJÍ e ° cómo cambiar. Recibí alguna ayuda de Raymond y
Cassandra cre S°n' Que, en su intento de convertir al otro en inocuo y controlable,
°n lo que yo más temía: un terapeuta incompetente.
1 38 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA
RAYMOND: No, ¡caramba! odio venir a este sitio. El estrés que sientes por
venir aquí hoy, pues eso, tienes que expresarlo. Ya sabes, habla portj misma.
CASSANDRA: YO en realidad no me sentía así (con la mirada baja).
RAYMOND: ¿Y no estarías bien si no lo intentaras?
CASSANDRA: ¿Hablar por ti?
RAYMOND: Hablar por mí.
CASSANDRA: Sólo estaba intentando dar cuenta de por qué me parecía que
todo lo que decía, por pequeño que fuera, lo tomabas por el lado equivocado.
RAYMOND: ¿Ah, sí?, ¿por ejemplo?
CASSANDRA: No importa. No tengo por qué identificarlo.
RAYMOND: ¿Te acuerdas?
CASSANDRA: SÍ, pero no quiero hablar sobre ello.
RAYMOND: Ah, no vas a hablar sobre ello. Entonces no sé de qué estás
hablando.
CASSANDRA: Sentí que más bien estábamos toda la tarde reñidos el uno con el
otro y lo atribuí al hecho de venir aquí hoy por la tarde.
RAYMOND: ¿Ah, sí, a eso lo atribuíste? Yo te pregunté qué querías par 3 cenar.
¿Verdad que te lo pregunté?
CASSANDRA: Sí.
RAYMOND: Y hablamos sobre lo que podríamos tomar para cenar-Acordamos
que camarones o algo así.
En esta interacción, Raymond frustró el intento de Cassandra por o's cutir sus
preocupaciones negando su validez, y pidiéndole que se centr ra en aspectos
concretos y desviándose desde el asunto principal hacia' detalles. Él también
dominó la conversación interrumpiéndola frecuei mente. Ella respondió sólo al
contenido y de esta forma fue controla por él. La sesión continuó en su mayor parte
del mismo modo. Más taf Raymond elevó la apuesta, sugiriendo que si Cassandra
era tan infeliz bería presentar un pleito para divorciarse o de lo contrario dejar de
<? . jarse. Me sentí tomando partido silenciosamente por ella como víctin1 ^
deseando que abandonara a Raymond. A pesar de todo, era conscient que ella no
quería dejarle. También era consciente de que estaba o°
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 141
, a los Jackson comportarse de una sola manera. Era quizá el único v'aI1'l qUe
conocían, pero existía la posibilidad de que en otro contexto
iera otro estilo de interacción diferente. sUFn esta sesión, me mantuve en silencio la
mayor parte del tiempo. No
í»ía ninguna clave sobre cómo ayudarles a cambiar el contexto. La ver-P° i eS
que temía a Raymond y no tenía palabras para oponerme a su pos- 3 a combativa.
Realicé otro intento bastante débil de subrayar la com- 11 mentariedad de su
situación: Cassandra deseaba que su marido llegara P r ¡uenos intimidatorio,
mientras que él quería que ella fuese menos te-3 erosa. Mi aproximación intelectual
fue tan efectiva como intentar que
niño de diez años deje su guante de béisbol para ponerse a tocar el pia-
Mis palabras e ideas tenían poca relevancia para la emotividad y enojo de la
pareja. Al igual que Cassandra, me encontraba inmovilizado. No es que no lo
supiera todo. Pero estaba en tensión, como resultado de percibir a Raymond como
alguien amenazador. Y bajo el estrés, regresé a mi punto fuerte, a mi habilidad
para emplear el lenguaje. En la sesión, me convertí en prisionero de mi estilo
terapéutico preferido. Hasta el punto de que mi facilidad con el lenguaje reflejó mi
educación judía, quedé atrapado por mi propia etnicidad.
También estaba estresado cuando presenté la sesión a supervisión, aprehensivo
en relación a cómo respondería Salvador a mi inmovilidad durante la sesión. Tras
ver la grabación durante varios minutos y preguntar en momentos claves por qué
estaba yo callado y no intervenía, Salvador preguntó: «¿Él toca en una banda?».
D
AM: Sí, él toca en una serie de bandas.
'NUCHIN: ¿Y es el director? ¿Se te ocurrió que fuera el director? di(-e AM^ Se me
ocurre que la percusión controla el ritmo. Pero no lo del
j. °r- También me parece que tocar el tambor es muy tormentoso. Pero 1NUCHIN: Sí, pero,
lo ves, si piensas en el enojo, estarás intimidado, • Sl piensas en una orquesta y que él es
el director, pero que no te
142 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
tu instrumento sean los platillos, sabrás que él no tendrá una buena ^ questa. Yo
me habría trasladado a algún tipo de metáfora que hable sok.
deja tocar cualquiera que sea el instrumento que manejas, incluso aunQ.
Oh
los silencios y la melodía. ¿Puedes tener una orquesta que sea sólo de pe e
cusión? En este punto yo diría: «Sabes, en esta sesión me siento süenn do. No
eres sólo el percusionista sino también el terapeuta». Algo n ü diga: «Dame
espacio». Algo que diga: «Déjame hablar».
Imitando el estilo de Adam al jugar con las palabras, le ofrecí una m P táfora
que usaba el contenido de la sesión pero que se apartaba de él, ha* ta un nivel
más generalizable. Quizás él podría ser capaz de vincular ]a cuestiones del
contexto interpersonal, la mutualidad y la autonomía en »i campo de la
música, uniéndose a Raymond a la vez que desafiándole.
Sabía que no había sido útil. A través de una curiosa y dinámica tram ■
estábamos reconstruyendo la sesión dentro de la supervisión, y Adam, sentirse
controlado por mí, reproducía esa falta de discurso.
El isomorfismo entre la supervisión y la terapia me ofreció en este mentó la
experiencia de ver cómo responde Adam cuando no Pue jam plear el lenguaje
y el significado de forma libre. Pero dudaba de que A ■ entendiera esto. Por
lo tanto, me comprometí en un role playing, una te ca que empleo rara vez, con
la esperanza de empujarle a emplear otro pectos de su repertorio cuando se
encontrara en situaciones similares-
y3
ADAM: NO, estoy diciendo que es complicado obtener tu atencio11'
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 145
quería decir es que eres un músico. Eres un percusionista. Estoy qpe sa¿o
en el jazz. Pero no conozco mucho sobre ello. Cuando estás to-iflte i ja percusión,
¿quién dirige el grupo? caf1RAYMOND: Quien esté al cargo. Puede ser el organista.
Podría ser el
toca la trompa.
ADAM: ¿Y es siempre el percusionista?
PAYMOND: Algunas veces.
ApAM-' Y cuando estás tocando la percusión, escuchas lo que las otras
personas están...
RAYMOND: ¡Estás en el mismísimo bolsillo del ritmo! Justo allí, en sin-ronía con
lo que está pasando. Estás maravillosamente acoplado a los He más, y mantendrás
esa marcha. Como un reloj sincopado. Haces constantemente eso, constantemente
dejas que fluya el ritmo. Y sin importar loque esté tocando, las trompas, el piano.
Sabes dónde están los cambios, porque vuelves al puente de la canción. Haces tus
cambios y regresas. Haces tus cambios y regresas. Y puedes con todo.
ADAM: Lo que está ocurriendo aquí en este dueto es que tú estas haciendo toda
la percusión. Tú estás liderándolo, ¿cómo podríamos llamarlo, el dúo? No creo
que el instrumento de Cassandra en realidad esté siendo escuchado.
RAYMOND: Está bien, de acuerdo con lo que acabas de decir, ella no tiene
ningún problema en estar en sesión contigo, o cualquier otro, en una situación uno
a uno. ¿Es eso correcto?
CASSANDRA: SÍ.
RAYMOND: Entonces más vale que me vaya.
CASSANDRA: ¿Por qué querrías irte?
ADAM: Ya lo ves, hay melodías diferentes en una orquesta.
RAYMOND: Cómo podría yo estar aquí...
ADAM: Raymond, estoy hablando.
RAYMOND: Cómo...
ADAM: ¡Raymond! (Raymond suspira.) Raymond, existen diferentes e'odías en
una orquesta, en un dúo, en un cuarteto. Hay melodías dis- ntas. Tú tienes la
melodía dominante.
RAYMOND: Sólo aquí porque estoy bajo protección de este foro, de ti ""smo.
En casa no puedo hacer frente a eso.
ADAM: Me refiero a lo que ocurre aquí.
RAYMOND: En casa ella lo orquesta todo. ja? M: Su voz no está expresándose.
Al igual que en un cuarteto de Par' neces'tas dejar espacio para el contrabajo, porque si
no le dejas es-
l0
' no se escuchará.
A n \j¡ Pesar de que la metáfora del director y la orquesta introducida por
lo&r n fue útil, lo que estableció la diferencia fue mi persistencia para
fue o qUe Raymond me escuchara. El cuestionamiento de su dominio
ti¡s ^c'a' para ayudar a la pareja a salir de sus papeles dominante-su-
r
'?ad' °r último, Cassandra necesitaría sentirse lo suficientemente vigo-
c
°nio para encargarse por sí misma de Raymond.
146 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Más tarde en la sesión, desafié a Raymond más directamente.
que fuera Cassandra quien había finalizado la terapia, aunque lo k: bajo presión de
Raymond. Estaba impresionado con que cada uno ,° ellos había extraído algo
concreto y sustancial de las sesiones, e incl ü e más sorprendido aún de que la
visualización de Cassandra de una sesi-° grabada había provocado su traslado. No
hay duda de que queda much 1, trabajo por efectuar con esta pareja. Pero ellos se
habían adelantado ° habían adentrado en lo desconocido y empezaron a cambiar.
Cassandr había intentado adquirir un nuevo discurso y tocaba un nuevo instru
mentó, y creo que Raymond puede haber reafinado su tambor.
Al revisar mi trabajo con los Jackson, me doy cuenta de que yo también había
efectuado algunos cambios. A través de la supervisión, reconocí que debía
interactuar de forma muy diferente con Raymond con el fin d e ganar espacio para
mí mismo como terapeuta. Para confrontarle necesi-taría abandonar la distancia de
seguridad con un porte calmado y objetivo, y abandonar mi castillo de palabras.
Tenía que ponerme los guantes de boxeo y entrar en el ring. Desde aquella época,
he notado un cambio en mí mismo como terapeuta. Concibo lo que digo y cómo lo
digo más como una intervención que como una comunicación. Como resultado de
ello, mi lenguaje refleja más la educación de la familia y es más metafórico. Por
ejemplo, con una familia cuyo padre sirvió en el ejército y está ahora en el cuerpo
de seguridad, empleé frases como «divide y vencerás» o «línea de defensa». Al
abordar a una madre cuyo novio había abusado se-xualmente de sus hijos, le
pregunté: «¿De quién era el alma más herida por estos acontecimientos?». No le
pregunté cómo había reaccionado cada uno de sus hijos ni quién le preocupaba
más.
También me siento más deseoso de asumir riesgos, y creo que me divierto
más. En un reciente ejemplo, una pareja había recurrido a mí para ayudarles a
resolver sus conflictos maritales. Un aspecto del conflicto guardaba relación con la
dificultad del marido para mantener la erección durante las relaciones sexuales con
su esposa. La pareja era de profesionales judíos, y su estilo altamente verbal e
intelectualizado me era completamente familiar. Sus peleas a menudo comenzaban
a causa de alguna cualidad abstracta de la relación. Cualquier detalle podía llega 1*
a convertirse en fundamental en un momento determinado. Entonces ' a pareja
divagaba a través de discusiones sin sentido que evitaban efeC' 1' vamente el
conflicto.
Al comienzo del tratamiento intenté unirme a ellos en su exceso de co fianza
en las palabras. Tan pronto como comprendí el ámbito del proble"? y los
antecedentes, mis intervenciones llegaron a ser más complejas-una sesión, la
esposa intentó convencer a su marido de que ya que él s3 que no sería capaz de
mantener una erección, no existía ninguna raZw¿ para que él se preocupara sobre lo
que era o no capaz de hacer. Yo obse esta irónica crítica, pero en vez de
comentarla, escribí dos notas en dos zos de papel, las estrujé y se las arrojé una a la
esposa y la otra al maf i¡.
La incapacidad que había vivido en manos de los Jackson, en coo ,} nación con
el desafío que había experimentado con Salvador, me r"3 9 creado tensión e
incomodidad. La solución que encontré fue descubrir
LA POETISA Y EL PERCUSIONISTA 149
v a área de habilidad, un área familiar para mí en otras facetas de mi 0 a, pero
poco conocida como terapeuta.
Al final, lo que encontré a través del proceso de la supervisión fueron
vas voces dentro de mí. En el lenguaje de la metáfora que empleé con
lU
vrnond, aunque en la supervisión tocaba en la orquesta de Minuchin,
• todavía mi inteipretación del material lo que importaba. r £Sto me recuerda la
historia de Leo Smitt, el pianista famoso por su ociación con el compositor Aaron
Copeland. Al principio de su carrera, cmitt tuvo la oportunidad de ejecutar un
nuevo trabajo de Copeland para I compc>siton Él esperó el día con agitación.
Después de todo, ¿qué podría ocurrir si su interpretación de la pieza no agradaba a
su creador? Cuando la fecha de la actuación llegó, se sorprendió de encontrar a
Co-neland tendido en un sofá como si —dijo Smitt— estuviera anticipando un
evento placentero. Tras la actuación, Copeland le alabó. Smitt pregunto si la
actuación se encontraba en la línea de las intenciones originales del compositor.
Copeland respondió que eso no le importaba. Lo que le fascinaba era la variedad
con que eran interpretados sus trabajos.
De forma similar, por muy duro que me esforcé para emular el estilo de
Minuchin, el éxito estriba en mí. Mientras que algunas cosas cambian, otras
siguen igual. No soy un devoto de la música clásica. Escuché la historia de Smitt y
Copeland en la radio nacional pública.
10. EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO»
Gil TunnelV
La verdad es que no recuerdo con claridad los dos primeros años de su-
pervisión de Gil. Muy al principio identifiqué su estilo de aprendizaje como del
tipo de mantenerse distante y asimilar el conocimiento sin una implicación
personal arriesgada. Yo acepté ese estilo, pero me limitaba. Di una
retroalimentación que fue casi exclusivamente teórica y didáctica.
Entonces Gil comenzó a trabajar con la familia Hurwitz. Ellos eran una
agradable familia judía de clase media que cuidaban de sus hijos de forma
genuina. David, el más joven, había sido hospitalizado bajo custodia psi-
quiátrica porque se hurgaba tan fuerte con el dedo en el ojo que eso amenazaba
con dejarle ciego.
David era asintomático en el hospital. Sus síntomas reaparecían siempre
que regresaba a casa. En un mundo más inteligente cualquiera podría
percatarse de que sus síntomas debían estar relacionados con su familia. Pero
los trabajadores psiquiátricos están cegados (sin intentar un juego de palabras)
por su identificación ideológica con el mundo interno del paciente individual.
Gil trabajaba en ese mundo, también. Veía a David como a un paciente
individual cuando comenzó la terapia de familia. Gil había extraído de su
propia familia una capacidad para guardar la distancia que le salvaba de la
familia Hurwitz. Creó una terapia de trayectos paralelos. La familia y el te-
rapeuta viajaban uno junto a otro sin tocarse.
Pero para cambiar familias psicóticas necesitas una terapia de pasión. Gil
podría haber aprendido mucho de Cari Whitaker, que disfrutaba con las
absurdas complicaciones de la irracionalidad y transmitía a SUs estudiantes la
creatividad subyacente a las fuentes de dicha irracionalidad. Mi estilo de
irracionalidad es diferente. Yo arremeto contra los Colinos de viento. Pero Gil
no podía seguirme en una confrontación directa.
Existen muchas maneras de desafiar, pero muchas de ellas son ama-
les
- Existe una diferencia entre el desafío y la confrontación. Mi estilo es
a
menudo confrontativo —de hecho, ésa es mi característica—. Pero los te-
ra
Peutas también necesitan saber cómo intervenir en una familia con dife-
tiem A ^octor Gil Tunell es director del Programa de Estudios Familiares del depártale^ i Psiquiatría
en el centro médico Beth Israel de la ciudad de Nueva York y también UeVa p práctica privada. Enseña
terapia familiar en la Universidad de Nueva York y en la de |a i escuela de Investigación Social. Es
miembro fundador y ex presidente del personal c"a contra el sida para la Asociación Psicológica del
Estado de Nueva York.
152 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
rentes niveles de intensidad. Deben presentar un repertorio comple(0
modos de desafiar los patrones familiares.
^e
En una familia violenta, la cortesía puede ser un desafío. El apoy0 • cluso
las emociones, y el cuidado pueden suscitar la duda y la incorrúvr dad. «Los
pensamientos locos», a la manera de Whitaker, pueden introd cir la
discontinuidad en una familia estricta y lógica. Y respecto a j intensidad,
recuerdo una sesión en la cual Charles Fishman preguntó a a paciente: «¿Por
qué no dejas la casa de tus padres hoy?». Su voz era amar/ y suave, pero
repitió la pregunta veinte veces durante la sesión. Un tere peuta muy amable
puede ser un retador extremadamente efectivo sin el var tan siquiera la voz.
Pero la familia Hurwitz necesitaba más. Gil llevaba encima genera ciones
de cortesía; estaba en sus genes. Pero con esta familia debía salirse de la rutina
de su estilo indiferente e intelectual. Necesitaba crear una in tensidad que no
siempre iba a ser tan educada.
Creo que es importante repetir aquí que existen varias maneras de crear e'
cambio. La confrontación es uno de ellos. Pero el cuestionamiento o la
confrontación son «animales» diferentes. Puedes cuestionar un patrón Slendo
dulce y reconfortante. Lo mismo si se es concreto con una familia <lue se
pierde en abstracciones intelectuales, o comportarse de forma cores con una
familia ruda. Mi habilidad particular de ampliar las diferencias y favorecer los
conflictos ha sido denominada confrontación. Creo que es Ucho más complejo
que eso.
es c ,re° que Salvador piensa que el asunto fundamental que me enseñó es 0 510 ser
más confrontativo y desafiante. Él, ciertamente, me mostró qu e .,erP también a
unirme emocionalmente con una familia. No creo é| suu^ ,ense de esa manera sobre su
propio estilo. En su entrenamiento, ra.Va el desequilibrio y la confrontación, no la
importancia de la
156 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
La familia Hurwitz
David era el hijo más joven de una familia de cinco hijos adultos que
vivían con sus padres. David y el hijo mayor, Herb, de treinta y cinco años,
trabajaban en el negocio de los padres. Mary, de treinta y dos, estaba em
pleada y vivía en un pequeño apartamento que había renovado para si
misma en el sótano. Las hermanas más jóvenes, Shelly, de veintiocfl 0
años, y Rebecca, de veinticuatro, trabajaban a tiempo parcial e iban a
facultad. Mary, Rebecca, y Shelly, que no tenían ningún papel en el j>
gocio familiar y con relaciones de noviazgo que ya estaban en marc<>»
eran menos fundamentales para la hermética coalición de David, He1""
los padres. ,
En lo que parecía un matrimonio tradicional, Herbert se ocupa del negocio y
Stella de la casa. Stella había sido despedida de varios bajos a consecuencia de sus
conflictos interpersonales. Ella quería * bajar, pero Herbert dijo que había causado
tantos problemas que Pre<0 ría que se ocupase de la casa y de la contabilidad del
negocio. Su sU
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 157
¡liar era que finalmente todos los hijos se unieran al negocio. Stella
c mó Que 'os h'Jos podrían, por supuesto, casarse, pero esperaba que
nca vivieran más lejos de una manzana de la casa. Stella dijo que
n
aiigust'a^a mucno cuando cualquiera de los hijos se encontraba le-
- de ella, particularmente David, que había sido enfermizo de niño.
J rpert estaba también angustiado. Era un ex ludópata que asistía aho-
con regularidad a Jugadores Anónimos. Ésta fue su primera salida
social-
La primera sesión tuvo lugar en el hospital con la familia presente al
pleto. Vi a Stella abrazar a David. Él llevaba ropa de hospital. Stella rorrió
orT1
hacia él, le rodeó con sus brazos, después se puso en pie, apretujándole, jugando
con el pelo de su pecho. Aturdido por esto, les pedí que se sentaran y traté de
concentrarme en conseguir la historia familiar. Hoy, mientras escribo sobre la
escena, no me puedo imaginar a mí mismo no siendo más activo allí, en ese
momento.
Cada miembro de la familia se centró en David. Dijeron que era el único
problema de la familia y se quejaron de que su conducta estaba alterando sus
vidas. Intentando conseguir una panorámica más completa de la familia, una que
no se centrara alrededor de David, les pedí que me hablaran sobre su familia antes
de que David enfermara. Me contaron sobre su acostumbrada rutina tras la cena: el
padre iba a Jugadores Anónimos o permanecía en la planta baja, mientras que la
madre y los hijos veían la mejor televisión de la casa, en el dormitorio de los
padres. David a menudo se sentaba tras su madre en la cama, y a menudo se
quedaba cuando los otros hijos se iban a dormir.
Todavía ingeniándomelas para ignorar lo obvio, intenté que la familia elaborara
más información acerca de quiénes eran. Les pregunté qué temas elegiría un
productor de televisión para rodar una película sobre ellos. Eran, parecía, una
familia «unida», una familia «todos para uno y uno para todos». Terminé la
consulta formulando un contrato de tratamiento que intentaba reestructurar su
compleja situación. Les dije que me parecían como un grupo de tres lucecitas
instaladas en serie en la Navidad; si una lucecita se apagaba, todas ellas lo hacían.
Si ellos querían fabajar conmigo, mi trabajo sería conectarlos en paralelo, de tal
forma 1ue cada bombilla, aun conectada al resto de las otras, pudiera ser inde-
Pendiente. La respuesta de la familia fue indulgente: «Es una bonita ma- era de
verlo, doctor Tunnell, y trabajaremos con usted. Pero tan sólo re- erde qUe nosotros
somos judíos».
r>
MENZANDO LA SUPERVISIÓN
J.fcn aquella época, al supervisar Minuchin obligaba a que cada estu-Un ?te
Se ecc
¡ ¡onara tres miembros del grupo para que funcionaran como 10 e<íuipo de
supervisores paritarios. El papel de Minuchin era supervisar Quipos.
158 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Me gusta estar en el centro e involucrarme en interacciones diádj con mis
estudiantes. Pero a veces siento que esto interfiere con la p ar.-^ pación y el
aprendizaje de todos los estudiantes o que yo podría desga stC'~ me. Así que es
posible que pida a los estudiantes que trabajen en grup0s I' supervisión y yo me
traslade a una posición más distante a la hora de señar el proceso de
supervisión. Creo que alternar ambas organización11 durante el año aporta
excitación y nuevas dimensiones de aprendizaje a 1^ grupos de estudiantes
avanzados.
Salvador no podía quedarse fuera de los intentos de mi equipo por Sl] pervisar
el caso Hurwitz. Cada uno de nosotros estaba tan tocado como yo por el fascinante
elemento edípico individual. Salvador fue crítico y di. recto, aunque no severo. Él
dijo que mi intento de reestructurar con la metáfora de las luces de Navidad era
inapropiado, por tratarse de una metáfora cristiana. Comentó que eso reflejaba mi
ecuanimidad de tip0 WASP sureño. Este comentario trajo el tema de los judíos-
protestantes que había comenzado en la terapia, a la supervisión. Salvador también
era escéptico sobre cualquier intento de emplear historias. La aproximación
narrativa estaba volviéndose recientemente popular en el campo de la familia y
muchos de nosotros estábamos experimentando con ello. Pero él pensó que
fracasaría en este caso. Con la familia Hurwitz, debería hacer más para crear una
crisis productora de cambio.
Salvador dijo que esta familia me estaba convirtiendo en puré. Me V dio que
hiciera algo para inducir el cambio estructural, porque éste. d, un síntoma muy
grave en un caso serio. Determinado a crear intensí decidí jugar con el tema del
Edipo. En la siguiente sesión dije a la ta111
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍPICO» 159
mvid «inconscientemente» tenía curiosidad sobre la relación sexual °^\nS
padres. Ligué su curiosidad con su hurgar en el ojo: David estaba
oduciendo cosas en lugares inapropiados. i*1 y0 no pienso de forma
psicoanalítica, ni creía en esta hipótesis. La
nleé para correr el riesgo de conseguir una reacción de la familia. Su
nuesta fue preguntar a David si eso era cierto. Para mi sorpresa él res-
ndió que bien, sí, él había tenido curiosidad y empezó a hacerle pre- 3 ntas
detalladas sobre su relación sexual. Me sorprendí más incluso
ando Herbert comenzó a contestar a las preguntas de su hijo de forma /■tallada,
hasta que Stella preguntó finalmente: «¿David, qué tiene que ver todo esto
contigo?».
Viendo la sesión en la cinta de vídeo, Salvador estaba menos sorprendido por la
conversación de la familia que por mi falta de actividad. Yo había permitido,
cuando no animado, una conversación inapropiada entre los padres y su hijo
adulto sobre su relación sexual. Salvador criticó mi exploración del tema edípico
como excesivamente racional y afirmó que mi estilo conversacional con la familia
era exageradamente educado v paciente. Yo había permitido que la sesión se me
escapara de las manos. Salvador estaba visiblemente enfadado. Se puso en pie y
simuló verter café sobre mi cabeza, avergonzándome delante de los otros
estudiantes.
Yo estaba mudo de asombro. ¿No había hecho lo que me dijo que hiciera?
Había intensificado la terapia. Había traído tópicos tabú a la sesión. El correcto
WASP sureño había pedido a la familia que discutiera sobre sexo. ¿Qué quería
Salvador de mí?
Ahora conozco de primera mano cómo se debe sentir una familia est- su
estructura es cuestionada. El propio sentido de la organización sihl a'mente
disgregado. Reagruparse bajo la vieja estructura es impo-Un C' Pero todavía no
existe nada que tome su lugar. En vez de ello, hay
^ansiedad intensa. 0. as horas posteriores a la supervisión fueron agónicas para
mí. Los br„ s estudiantes me animaron a que comiera con ellos y habláramos so-1
terna. Yo les di las gracias y decliné la invitación; debía estar de re-
160 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
greso en el hospital. Pero, en vez de ello, caminé por las calles alreded de la oficina
de Salvador, sintiéndome aturdido, ansioso, confundido ¡ r defenso. Este caso me
había hecho sentir indefenso desde el comien? pero lo que sentí aquella tarde iba
mucho más allá. Salvador finalment' había tenido éxito en sacarme de mi sendero
trillado. ¿Pero qué iba a h 6 cer ahora?
En aquella ocasión no podía apreciar el paralelismo entre lo que s a] vador
había hecho conmigo y lo que yo debía hacer con la familia. Yo sol supe que tenía
que hacer algo que no fuera delicado. Pero ¿qué ocurrirí si lo enredaba, y David
empeoraba? ¿Y si efectivamente se cegaba?
No sé cómo sucedió. Pero de alguna forma mi distrés —y la ansiedad de que
David pudiera cegarse a sí mismo— se convirtió en el nuevo foco de atención de
la terapia. En la siguiente sesión realicé algunas intervencio-nes estructurales
simples. Senté a los padres en el sofá e hice que David se sentara en su propia
silla. Siempre que los padres hablaban a David, o cuando ellos se interponían a sí
mismos en una conversación con David, yo les paraba. Animaba a los padres a que
hablaran y no permitía que David les interrumpiera. Todo esto es una técnica de
terapia familiar estructural bastante básica. Pero yo nunca había sido tan activo en
una sesión.
Salvador dijo que estas técnicas estructurales no serían suficientes para lograr
ni un alivio sintomático rápido, ni un cambio estructural duradero. Pero reconoció
el cambio fundamental que esto significó para mí. Él mantuvo su papel crítico
usual, animándome a ser menos delicado y más activo, pero reconoció el cambio.
De forma muy interesante, resaltó que este cambio en el estilo en realidad estaba
enraizado en quién soy yo como WASP, siempre consciente de los límites y
distancias apropiados. Quizás mi herencia podría utilizarse como un recurso en
vez de concebirse como un déficit. Aquí, de nuevo, esto era como su terapia.
Salvador halla un pequeño paso dentro de la danza disfuncional de la familia sobre
el cual puede edificarse la terapia. Ahora había encontrado un recurso dentro de mí
que podía emplearse de forma efectiva con esta familia.
La cinta de vídeo de la supervisión muestra como Salvador está sentado muy
cerca de mí. Él está más amigable, particularmente cuando ve mis nuevas
maniobras con la familia. Sigue criticándome, pero es también muy reconfortante.
Ese sentido del apoyo podría permitirme asum' mayores riesgos para llegar a
desafiar a la familia.
Gil estaba cambiando. No era sólo que estuviera trabajando con la de*•
ción de lo estructural. Estaba atreviéndose a correr riesgos. Sus interpr
ciones eran algo más que intelectuales. Su postura corporal mostraba P
ticipación. Se movía hacia adelante cuando se dirigía o interrump 13 a
miembro de la familia. eS-
Me alegraba de que él sintiera claramente mi cordialidad. Yo hat>' , tado
preocupado con mis reacciones en la sesión de supervisión prevl ' que estaba
satisfecho de que se sintiera cómodo conmigo.
EL RETORNO DEL «HIJO EDÍP1CO» 161
CONSULTA DE MlNUCHIN CON LA FAMILIA
En las sesiones que siguieron, repetí la profecía, una y otra vez. Triste, pero
inexorablemente, comuniqué a la familia que finalmente David se cegaría a sí
mismo por la seguridad de Stella. No existía solución.
Los padres, buscando distraerme de su triste destino y rechazar el marco
interaccional del síntoma de David, replicaron que su drama era menos trágico que
los problemas de otras familias con hijos disfuncionales. Negué eso con la cabeza.
Su tragedia era mucho mayor porque su hijo se estaba cegando a propósito, para
satisfacer a su madre. Me mantuve educado y calmado. Pero los padres se
incomodaron.
Cuando se aproximaban las vacaciones de Navidad, los padres me conr praron
una bonita cartera de cuero. Yo pensé que podría ser un «sobo no» para que diera
marcha atrás. Así que se lo agradecí y lo devolví-dije que si al finalizar mi trabajo
con ellos David había conseguido no c garse a sí mismo, aceptaría su regalo.
Mi equipo de entrenamiento estaba impactado porque rechacé el , galo. Pero
Salvador me respaldó, lo cual fue muy importante pa>"a ese día. Él explicó que
aceptar regalos es a menudo apropiado, Per0 "L. en esta ocasión había hecho lo
correcto. Creo que su apoyo dabael ^, to bueno a cómo había manejado la cuestión
técnica. Creo que él e ba complacido internamente porque yo podía ser descortés.
Yo era ^ paz de ser discontinuo y, al responder de una manera que la farn»1 s.
podía haber anticipado, había puntualizado la gravedad de sus cn"c tancias.
EL RETORNO DEL «HIJO EDIPICO» 163
calvador también pareció disfrutar en una sesión posterior en la cual
ornparaba a mi familia protestante con los Hurwitz. La familia se en-
traba en medio de sus típicos patrones, interrumpiéndose el uno al ° o
atendiendo cada uno a los asuntos de los otros. Yo dije: «¿Son todas
familias judías como ésta? Yo creo que ustedes son diferentes de la j La
familia comenzó a discutir sobre las familias protestantes. Lo segados que somos.
Permanecemos ecuánimes bajo las condiciones S ás difíciles, pero nunca
mostramos nuestros sentimientos a los otros.
«Tenéis razón», afirmé. «Presentamos maneras diferentes de manejar i
adversidad y también de percibir el mundo. Lo que se me ocurre sobre stedes es
que están apiñados, pero lo que le han enseñado a David es que i mundo es un
lugar tan inseguro que nunca será capaz de desenvolverse en él por sí mismo.
Nunca logrará dejarles. Y para un WASP, eso es algo muv malo. Mi familia no es
tan íntima, pero al menos mis hermanos y yo logramos dejar la casa.»
Lentamente, en los siguientes nueve meses, la familia comenzó a cambiar. Los
padres dejaron de colocar a David bajo su microscopio. Continuaron discutiendo
el uno con el otro pero David aprendió a quedarse al margen. Dejó de inmiscuirse
en los asuntos de sus padres y dejó de escarbarse el ojo. Tras dieciocho meses de
hospitalización, fue dado de alta y enviado a casa.
Cuando quedó claro que la conducta de David había cambiado, el hijo mayor,
Herb, asumió el papel de intermediario ante los padres. En las siguientes sesiones
familiares, Herb fue entrenado para permanecer al margen de la relación de sus
padres y en vez de ello pasar más tiempo con su hermano. Se formaron
coaliciones distintas y se delimitan límites diferentes, flexibles. David permaneció
libre de síntomas. Finalmente consiguió un trabajo a tiempo parcial y comenzó a
tener sus propias amistades.
Un año después de que Salvador mantuviese el encuentro con la fami- la« nos
invitó a todos nosotros a volver a una consulta. Mientras Salvador P ermanecía
detrás de un espejo unidireccional, la familia explicaba, a los ^Pectadores
invisibles tanto como a mí, lo mucho que habían cambiado. 0 expresé mis dudas de
que tales cambios fueran reales. Pero la familia e desautorizó. Todos los hijos
rechazaban ahora verse enganchados a ^ Problemas de los padres. Shelly estaba
comprometida para casarse.
° y Rebecca se habían mudado, y Mary estaba buscando su propio
jPartamento. Salvador entró en la sala y dijo que, en efecto, la familia ha-u ,?
arn
biado. Me preguntó por qué estaba tan sorprendido. Claramente
'a sido efectivo con esta familia, bj ... a habló de su primer encuentro con
Salvador, y de cómo él la ha-c0 "oado de loca, y lo furiosa que se había puesto.
Ella dijo que ahora s¡e Prer»día lo que él había estado intentando hacer y se lo
agradecía. Me 0 del mismo modo con respecto a mi supervisión.
11. EN EL CRISOL1
„2
lsraela Meyerstein
Proc^ lso''- recipiente refractario (capaz de resistir altas temperaturas) en el cual se da un lia,
trans
r„ . formativo a través del calor, presión, o algún otro catalizador que altera la for- V 'a
no'Stenc'a y naturaleza de las substancias. El crisol mantiene la integridad estructural Pág s
..^actividarj mientras contiene a estos procesos transformativos (Schnarch, 1991,
•dn S^ae'a Meyerstein ejerce la práctica privada como trabajadora social en Baltimore,
Sü
r>erv,' dirige e) Programa de Terapia Familiar y Marital del hospital Sheppard Pratt. Es
V k. 'í>Ora i^C:__'lli . . ., . . Irr . ._•_ i,;,.l r. •!• / a a > ai—n\
mente ella tomó el papel de dos personas. Todas crecimos con el miedo A
que mi padre moriría, así que fue un shock cuando mi madre enferrn
-murió de cáncer pancreático a los sesenta y cinco años. Mi padre sobreviví
^ Tras la muerte de ella, volvió a la poesía y vivió hasta casi los ochenta afi
°
Creo que fui una niña retadora pero buena, que siempre siguió el A?'
tado familiar. Quizás me convertí en terapeuta familiar para entender m jor
el complejo interior de las familias.
Fui a la universidad en Nueva York, donde conocí a mi marido,
que¡ tradujo en mi vida los viajes, la aventura y una mayor captación de rie s
gos. Él me arrancó de mi confortable nicho familiar para vivir como es
tudiantes en Israel, donde establecimos nuestras vidas separados d e nuestras
dos familias. En el transcurso de veinticinco años hemos criado tres
hermosos niños, todos con una apariencia y personalidad diferente Nuestro
hijo mayor se marcha de casa ahora, de forma que empieza una nueva parte
del ciclo familiar.
Me topé por primera vez con la terapia familiar en Israel en 1971 como
trabajadora social voluntaria en el hospital Hadassah, observando a
familias en tratamiento a través del cristal unidireccional. Mi dominio
limitado del lenguaje me empujó a usar mis ojos para observar la
comunicación no verbal, las reglas invisibles que organizaban la in-
teracción familiar. El trabajo con varias familias pobres me enseñó la
relatividad de las normas en diferentes culturas y me mostró que las
condiciones emocionales rara vez son separables de los contextos so-
cioeconómicos.
En Israel leí todo lo que cayó en mis manos sobre terapia familiar-
Supe que lo que estaba viendo se denominaba terapia familiar estructu
ral, tal y como la practicaba Avner Barcai, y regresé a los Estados Unidos
decidida a aprender más. Presenté con ilusión algunos casos cuando Harry
Aponte vino a asesorar a mi agencia de colocación. Mi primer emp' e°
tras completar el grado de máster en trabajo social fue en Galveston, 1^
xas, donde un pequeño y entusiasta grupo de terapeutas familiares habí
creado la terapia de múltiple impacto en los años cincuenta. Galvesto
resultó ser un ambiente de aprendizaje excitante y creativo donde la
rapia familiar florecía con entusiasmo contra el sistema. Trabaje
rante varios años en coterapia con Harry Goolishian, un mentor 1
durante varios años ha representado el modelo preferido para el en
namiento y la terapia. Tras mi año de asociación se me pidió que org a
zara un programa de entrenamiento en terapia familiar dirigido a p
profesionales en un centro comunitario de salud mental. ^
En Galveston las ideas novedosas eran bien recibidas en la búsqu 3 de
modelos eficaces para tratar familias. En 1975, John Weakland vl ^ enseñar
la novedosa y popular aproximación de la terapia breve. ^ s3jes-la primera
vez que sentí la seducción del lenguaje; era un territorio
EN EL CRISOL 169
1
I
c
0cido, donde escuchar, y las palabras contaban más que la visión. De ° ente, los
' las otras se
ideas. En 1977, itomando
¿e la Clínica
notasFiladelfia para la Orientación
terapeutas encontraban a una distancia i"eP tuosa Infantil,
durante las
estudiando con
sesiones, discutiendo cuestiones mínimas de la fa-
llía V comunicando de forma inteligente hábiles intervenciones. Había 1 ra interés
en integrar modelos; cuando llegaba una nueva ola, se barrí-
En 1977, nos mudamos al este, a Allentown. Acudí al programa exter-
PENETRANDO EN EL CRISOL
■
Me sentí como si hubiera sido arrojada a una piscina helada. No re i
bí validación alguna, ni del grupo, ni del supervisor. Tuve que
decirm^
mí misma: «Mantente nadando, finalmente entrarás en calor. Debes perar el miedo
a la exposición y sobrevivirás».
pn la siguiente sesión con la pareja realicé un gran esfuerzo para in-lucir una
mayor simetría, animando a Kathy a hablar más. Sentí, tr mámente, un cambio al
centrarme en la pareja como una unidad, in-n tando que interactuaran más. Pero
cuando presenté la cinta, vi poco L este cambio. Estaba desconcertada al
percatarme de que incluso cuan-i estaba alentando a Kathy, Edward estaba
asintiendo, apoyando mis alabras. Salvador comentó: «Eres demasiado razonable.
Al privilegiar la azón y el lenguaje estás perpetuando una coalición con el marido
que debilita a la esposa».
Me pregunté si se necesitaba un terapeuta orientado en el proceso para darse
cuenta de esto. ¿Un foco centrado en el lenguaje hubiera mantenido invisible el
proceso? ¿Qué efecto hubiera provocado eso sobre la terapia?
Al presentar el caso resumí las intervenciones que habían fracasado, desde una
aproximación centrada en la solución para exteriorizar las demandas «difíciles»
como una amenaza común, o definir a Jerry como un novato que necesitaba
práctica, hasta describir su enojo como una protección contra la vulnerabilidad.
De nuevo estaba impresionado no sólo por la cantidad de voces de que
disponía Israela sino por la manera en que podía portarlas en su zurrón de
sanadora, disponibles para su uso como patrones separados. Pero la cuestión
del «avestruz» que había seleccionado para emplear con esta pareja era una
elección desafortunada entre sus cualidades.
DE
6
COLIBRÍ A CÓNDOR, O VOLAR CON INTENSIDAD
poderosos, voladores elegantes que planean largas distancias, movi eilr| rara
vez sus alas. La imagen del cóndor de Salvador me golpeó como i lri°
cuestión masculina agresiva y me dejó confundida respecto a cómo \J?
plementarla como mujer, en mi propio estilo.
Pasar de colibrí a cóndor también significaba economía: menos P más.
Comencé a decir menos y a animar a los miembros de la familia hablar con
cada uno de los otros. Me percaté de que si manejaba mi a n siedad y
guardaba mi hiperresponsabilidad, tendría la paciencia de agu an tar, de
realizar intervenciones mínimas, permitiendo a los miembros del a familia
trabajar más. Mi papel perdió importancia. Era más un cataliza, dor,
intensificando las interacciones mediante la prolongación de su duración,
repitiendo o no respondiendo. Me sentía más efectiva; estaba tra-bajando
menos, y estaba sucediendo más. Estaba desarrollando una nueva confianza
en mi habilidad para guiar mi vuelo. Era un sentimiento muy di-ferente de
mi planificación cuidadosa, ansiosa y cognitiva de las sesiones. Estaba
ejerciendo el liderazgo a través del uso espontáneo del yo.
Dorothy G. Leicht1
Dorothy era una terapeuta individual experta que sabía cómo permanecer en
silencio mientras otorgaba espacio a sus pacientes para desarrollar sus historias.
Era también una terapeuta ericksoniana y, por lo tanto, estaba entrenada para
pensar estratégicamente. Así que era sorprendente que como terapeuta familiar
actuara espontáneamente, más que de acuerdo a un plan.
Para Dorothy, la espontaneidad se traducía en una práctica en la cual seguía
las líneas de la historia de los miembros familiares. Ella reaccionaba con
interés a sus preguntas y siempre tenía disponible cierta cantidad de soluciones.
Como era buena uniéndose a las familias y muy hábil apoyándolas, a éstas les
agradaba. Pero mientras permanecieran satisfechas en la terapia, las familias no
cambiarían.
Yo cuestioné la atención de Dorothy al detalle y le incité a observar los
patrones familiares. La respuesta de Dorothy era descalificadora: «Ahora que
lo señalas, me doy cuenta, pero antes no lo veía». Mientras desarrollábamos
estas situaciones una y otra vez, la intensidad de mis desafíos iba emparejada a
la intensidad de sus variedades de «no lo vi». Era una situación en punto
muerto que nos agotaba a ambos.
El estilo de Dorothy es común entre los terapeutas individuales y los te-
rapeutas familiares en formación. Está acompañado normalmente por sistemas
de creencias que confían en la empatia, y en una práctica que anima a la
revelación por parte del paciente y a la disponibilidad por parte del terapeuta.
La postura que trato de enseñar al terapeuta, sin embargo, es de una exploración
de medio rango de los patrones familiares y un empleo estratégico del yo para
ayudar a los miembros familiares a desarrollar modos alternativos de
relacionarse. Mi propósito es formar a un terapeuta que sea a la vez estratégico
y autoconsciente.
Para Dorothy, eso significó adaptar su repertorio para incluir la planifi-
cación, la atención y el compromiso con sus metas terapéuticas. Necesitaba
primero reconocer que en la terapia se encontraba más bloqueada que
es
pontánea. Comencé a resaltar una parte de su conducta no verbal; los
fomentos en los cuales estaba respondiendo a un evento en la sesión, pero su
respuesta era invisible porque no la expresaba. Empezamos a atender a
de| jl' Dorothy G. Leicht es terapeuta y supervisora en el centro de consejería Echo Hills
Hr pi,al Memorial Pheips en Hasting-on-Hudson, Nueva York. Imparte clases y talleres e el
manejo del estrés y ejerce la práctica privada en Mamaroneck, Nueva York.
182 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
sus pensamientos tangenciales de esos instantes y a considerar cómo pod,-
emplearse para desarrollar e implementar estrategias terapéuticas.
^
Nos implicamos en un peculiar diálogo, en el cual yo diría: «tú sabes y ella
respondería: «no lo sé». Esto llegó a modificarse por un «sólo 10 "¡ cuando tú
me lo dices» y, como yo rechacé ser el supervisor que todo 10 v e Dorothy
comenzó a reconocer y confesar su conocimiento.
El trabajo en clínica social es mi segunda carrera. Miro atrás, hacia rn' primera
carrera, con orgullo y placer: una vida en común continuada con mi esposo, dos
hermosos hijos, una nuera que se ha convertido en parte de la familia y otra más a
la espera. Convertirme en esposa y madre no hj e una elección consciente; fue
producto de la mentalidad de los años cua. renta y cincuenta, cuando el mensaje
predominante para las mujeres era-cásate, ten una familia, y vive felizmente para
siempre.
Vengo de una familia de clase social media. Mi padre dirigía su propio negocio
con éxito y mi madre permanecía en casa y criaba a los niños. Vivíamos en un
suburbio de la ciudad de Nueva York y pasábamos los veranos en Cape Cod junto
a la amplia, cálida y muy unida familia de mi padre. Mi vida fue ordenada y
cómoda hasta que cumplí quince años, cuando, un día de verano, mi padre murió.
De repente, lo que había sido ordenado y cómodo se convirtió en caótico y
amenazante. La vida continuó, no tuvimos que mudarnos, no pasamos hambre,
pero mi madre nunca fue capaz de hacer frente a la pérdida de su esposo. Los
viejos rencores entre la familia de mi padre y mi madre resurgieron, y donde antes
hubo apoyo, se desarrollaron tensiones. Mi madre dio lo mejor de sí, pero se sentía
sola y perdida y no podía proveernos de la orientación y el apoyo que mi hermana
y yo necesitábamos. En ese declive, cuando mi hermana regresó a la facultad,
permanecí con mi madre. Y mientras ambas intentábamos hacer frente a la
pérdida, me convertí en la madre y ella en la hija.
Tras el bachillerato, fui a la facultad durante dos años, pero la soledad de mi
madre y mi falta de interés en los estudios me trajeron de nuevo de vuelta a casa
para reanudar mi papel de cuidadora y solucionadora oe problemas.
Trabajé en la ciudad de Nueva York y viví en casa durante un año, na
ta que conocí a mi esposo, nos trasladamos a los suburbios, tuve mis n
jos, y trabajé como esposa, madre y voluntaria de la comunidad.
.
Estaba bajo la influencia de la ideología de los sesenta y del mo miento de la
mujer, que me hizo empezar a pensar que yo podía ha más y que como una de mis
carreras estaba declinando podía tener o Mi interés en la gente, mi propia terapia y
mi experiencia como sofuc
nadora de problemas —en casa y como voluntaria— me
condujeron^
forma natural a convertirme en una trabajadora clínica social. Regre. ^¿
la escuela para terminar mis estudios de licenciatura y después con
con mi máster en trabajo social. fljjl
Tras la graduación, comencé a trabajar en una clínica de salud m ^, de
pacientes externos en Westchester. Fui afortunada al encontrar u
ENFRENTARSE AL GORILA 183
¿onde el entrenamiento era valorado y promovido. Mi supervisor y % roS dos
miembros del personal se habían entrenado en el Instituto Ac-u rrnan- ^a or"ientación
de la clínica seguía una aproximación sistémica 1 ra trabajar con las familias. En
los encuentros grupales semanales de la ', ntilla se presentaban casos en vivo y
grabados. Los encuentros en vivo " pleaban un cristal bidireccional, reflejando al
equipo, y se comunicaban mensajes escritos y verbales a la familia al estilo del
grupo de Milán, i as principales influencias eran el trabajo estratégico de Haley y
Milton Frickson- El trabajo de Erickson me atrajo, y pasé dos años en el Instituto
Erickson aprendiendo psicoterapia ericksoniana e hipnosis.
A pesar de que estaba viendo a familias y de que creía que poseía una
perspectiva de sistemas, mi foco de atención se estaba centrando cada vez más en
los individuos. Quería desempeñar un trabajo familiar, pero no me sentía
fundamentada o cómoda con ello. Sabía que necesitaba recibir un mayor
entrenamiento.
Mi decisión de presentarme a supervisión con Salvador Minuchin llevó un
proceso de varios años. Conocía el trabajo de Minuchin en terapia familiar a través
de sus libros y conferencias, y más directamente a través de mi experiencia con
dos colegas cuyo trabajo había cambiado drásticamente durante sus dos años de
supervisión. Sus descripciones de la supervisión eran a la vez excitantes y
amedrentadoras. Mis colegas eran brillantes, maduros, clínicos expertos, estaban
habituados a supervisiones en vivo y grabadas, pero su experiencia con Salvador
Minuchin fue claramente complicada. Ellos le describían como brillante, pero
exigente, la supervisión más importante que habían tenido nunca, pero la más dura
para sus egos y su sensación de eficacia. Lo que estaban diciendo sonaba
maravilloso, y lo que sentían sonaba terrible, así que lo pospuse. Durante varios
años hablé de matricularme pero me perdía el periodo de matricu-lación y lo
dejaba para el siguiente año.
Sería esta dificultad para comprometerme conmigo misma en aquello que
deseaba, y una adicional falta de confianza en mí, lo que se consti- tuiría como un
tema central en mi trabajo con Salvador Minuchin. Éste era un problema que inhibía
mi trabajo como psicoterapeuta y como persona, y muy ciertamente se encontraba
en la raíz de mi autodescripción °nio una persona de florecimiento tardío. Pero el
tiempo no está a favor uestro. Finalmente me matriculé en el instituto y fui
aceptada.
En nuestro primer encuentro de supervisión, nos presentamos a note r°? m'srrios
y ofrecimos una descripción de nuestros antecedentes en i aPia familiar. Tras
escuchar a los otros, me percaté que, aunque yo ha-
e
stado practicando durante más tiempo que la mayoría, todos ellos tete n ^ás
experiencia con la terapia estructural familiar. Durante mi en-
S
U 'S*a de admisión con Salvador él me dijo que pasó momentos duros ¡Jj/^sando a
Ua
mis colegas clínicos como consecuencia de su orientación ti u k Y en este
primer encuentro de supervisión, me comentó de
c
Ual ° ^Ue ya clue 'a orientación de mis colegas y el contexto dentro del lew ^° estaba
trabajando era esencialmente una concentración de psico-mdividual, no creía que
yo fuese a cambiar. Me sentí como el niño
184 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
más pequeño de la familia, que va a la escuela y debe vivir según la rer>
tación de la familia. Le dije a Salvador que no estaba de acuerdo en o, no
podía cambiar, y él afirmó: «Bien, demuéstrame que estoy equivo c C do».
Durante los siguientes dos años intenté hacer eso.
Mi tarea durante el primer año fue cambiar las lentes a través de l a
cuales percibía la conducta. Cuando miraba a una familia, veía indivi dúos.
Mi manera de realizar terapia familiar era trabajar con cada rnien, bro de la
familia. No veía patrones de conducta, las interacciones entre las personas,
o cómo creaban las personas la conducta del otro. Yo cono cía la
complementariedad intelectualmente, pero no operacionalmente Mi ojo
estaba entrenado para lo individual.
Reentrenar mi ojo me parecía semejante a lograr extraer la imagen de
un diseño por ordenador en tercera dimensión o el diseño gestalt de figu. ra
y fondo: fácil cuando puedes relajarte y permitir que aparezca la nueva
imagen, pero casi imposible cuando te obsesionas con lo que esperas ver.
Salvador describiría el proceso de relajarse como «tomar una posición de
media distancia, mirar desde la esquina superior de la habitación y no
permitir quedar atrapado por el contenido de lo que está sucediendo». Esto
era exactamente lo contrario de lo que había estado haciendo. Mi trabajo
ericksoniano me había entrenado en escuchar la historia y las palabras, y no
me daba cuenta del cambió tan grande que necesitaría realizar y lo duro que
éste sería.
El primer caso que presenté a supervisión era el de una pareja que había
sufrido quince años de un mal matrimonio. El marido era pasivo y los
esfuerzos de la esposa por activarle estaban haciendo de ella una arpía y y
él se volvía más pasivo-agresivo. Luchaban continuamente y los niños
constituían el campo de batalla donde se libraba la guerra. Los padres se
resistían a mis esfuerzos para implicar a los hijos. Añada a esto un tera -
peuta que está intentando cambiar el modo en que trabaja, y obtendrá una
imagen espeluznante. A pesar de todo, la familia cambió cuando desistí de
resolver los problemas y les permití trabajar por sí mismos.
Mi siguiente caso fue una pareja. Tenían una hija de ocho años, pero no
la incluí en la terapia. Me llevó el primer año entender la importancia de los
hijos como un recurso terapéutico valioso en el sistema familia1"- .V que lo
había infrautilizado de forma reiterada. En este caso, la hija era e lugar
donde los padres podían unirse, dejar afluir su necesidad de esta en lo
cierto, y ser naturales, joviales, cariñosos y cooperativos.
Ésta era la segunda vez que venían a terapia de pareja. Les había vl
to el año anterior y también había visto a la esposa de forma individu •
Había definido claramente lo que era la terapia: una búsqueda inter"
que se daba entre el terapeuta y el individuo. . >a
Salvador nos dijo repetidamente que la terapia familiar no consi s en eso,
no era una historia que estábamos escribiendo, era una obra Q estábamos
dirigiendo y necesitábamos conseguir los actores que 1° pretaran las partes
que debían representarse. Gradualmente empece a tender que la
representación era la obra, la obra era el hecho y el car°cer consistía en los
momentos en que a la gente no se le permitía perrnan e
ENFRENTARSE AL GORILA 185
u er mecno
sUs habituales conductas rutinarias. Era nuestro trabajo, empleando ' alq '
Para e'l°> crear esos momentos. La supervisión era un " oejo de ese proceso y
Salvador me estaba empujando para hacer cosas jp forma diferente. Pero mis
hábitos eran profundos.
gn el segundo año comprendí en qué consistía la terapia familiar estructural,
pero de la teoría a la práctica existía un largo y duro camino. ij n cambio
fundamental que había tenido lugar era que empezaba a trabajar con el conjunto de
la familia, y no sólo con parejas.
La primera familia con la que trabajé durante mi segundo año era una familia
con un padrastro. Helen, la madre, y su segundo esposo, Joe, ambos en la
treintena, habían estado juntos durante cinco años. Helen buscó terapia para la
familia porque los hijos de su primer matrimonio _-Jim, de trece años, y Mary, de
diez— estaban continuamente en conflicto con su padrastro.
Joe, un alcohólico rehabilitado, había establecido un estilo resignado dentro de
la familia. Cuando finalmente la tensión de la familia excedía su nivel de
tolerancia, él arremetía; sin embargo, tales episodios eran poco frecuentes. Helen,
una persona firme, de las que toman el mando, encontró este carácter huidizo,
intolerable y le censuraba por no tomar una mayor responsabilidad a la hora de
disciplinar a los hijos. Cuando Joe cedía y realizaba intentos por asumir una
posición de padre, los hijos se resistían a su autoridad y él se enfurecía. Sus
esfuerzos para ganar su obediencia se hacían infructuosos por la instrucción crítica
de la esposa, la cual le «ayudaba» a ver como erróneo todo lo que él hacía.
Entonces Joe se retraía en un estado de irritación indefensa, dejándole cada vez
más lejos del papel de padre.
Yo sabía que la clave aquí, como en todas las familias con un segundo
cónyuge, era la reorganización familiar. La madre y sus hijos habían establecido
una unión fuerte y la suma del padre necesitaba un ajuste para e' sistema que
permitiera ir introduciendo gradualmente a un nuevo miembro. Para que se diese
tal ajuste, el padrastro necesitaba ayuda de la °iadre. En el fondo, él sería capaz de
participar como autoridad en el funcionamiento de la familia si la madre le
«bendecía» y le hacía sitio. Mi meta consistía en activar y vigorizar al padrastro. Mi
preocupación fundamental era perder de vista este enfoque y quedar estancada en
el convido de la familia.
Presenté el vídeo de mi sesión con la familia enfatizando que era una
a
milia con un padrastro y que la madre, Helen, llevaba la voz cantante y
a muy fundamental en el proceso familiar, como lo había sido en su pri-
er
matrimonio. Por tanto, había estado trabajando para permitir a Joe
er
11 un mayor peso y que se llegara a convertir en alguien imprescindi-
e
Para el proceso.
Salvador paró la cinta y, mirando al suelo frente a él, dijo: «Tú ibas a hacer
algo, y el chico te interrumpió. ¿Qué te impidió continuar con lo que querías
hacer?».
Mi voz era baja e intensa. Yo evitaba mirar a Dorothy, trasmitiendo una
profunda decepción con su rendimiento. Había decidido que sólo a través de
una alta intensidad emocional entre nosotros podía suprimir sus respuestas
automáticas.
No le permití a Dorothy usar esta vía de escape. Mi meta era consecn,; que
fuera imposible para Dorothy encontrarse con esta familia de nuev sin sentir
mi presencia en el despacho.
MADRE: Cuando lo compramos, se acabó, pero Jim no sabe lo que quiere. (Al
marido.) No te estoy humillando en absoluto.
DOROTHY (a la madre): ¿Podía él haber ido con Joe a comprar el abrigo?
MADRE: NO, de ninguna manera.
PADRE: Por eso es por lo que la noche anterior fuimos los cuatro.
DOROTHY: ¿LOS cuatro?
PADRE: SÍ, todos juntos a un centro comercial. Es un centro comercial grande.
Yo pensé que tendríamos más oportunidad de encontrar algo allí.
DOROTHY (a la madre): ¿Qué ocurriría si ellos dos fueran de compras?
MADRE: SÍ, finalmente tenía que suceder, y en realidad siento que es n voto de
confianza por parte de Matthew hacia mí el que (dirigiéndose Matthew) no te
sientas encadenado a la familia.
JASON: YO también quiero hacer eso.
POROTHY: Ése es un sentimiento normal de un muchacho de dieciséis ños.
Querer sentirse de esa manera e independizarse.
MATTHEW: Supongo que eso crea un papel para él. Cuando salga, se c0nvertirá
en el hombre de la casa.
DOROTHY: Jason, ¿ocuparás el lugar de Matthew o qué sucederá?
Salvador paró la cinta y se dirigió a la clase. «Hablemos sobre mapas. Esto será
un evento significante en la familia. Están moviéndose, pasan-jo de ser cuatro a
sólo tres. Ya que Matthew es el miembro dominante, yo trabajaría con ellos para
estructurar la opción de ser tres como una experiencia positiva. ¿Ves de lo que
estoy hablando, Dorothy? Aquí hay un conjunto mental.»
Estaba decidida a demostrar a Salvador que podía desarrollar este marco, un
conjunto mental y después un foco de atención. La siguiente sesión que tuve con la
familia fue la primera en la que me mantuve en el foco, me quedé al margen del
contenido, y tomé el mando. Estaba dándose el cambio; el hijo se estaba alejando,
y yo también me estaba desplazando. Así que mientras presenté el vídeo de esta
familia en la siguiente supervisión, indiqué que mi estructuración había sido que
algo estaba ocurriendo en esta familia y que las cosas iban a ser diferentes, y ése
era mi único centro de atención.
, DOROTHY: ¿Así que tú crees, Matthew, que Jason no quiere hablar so-
e
tu marcha? ¿Y ésta es la segunda vez que te vas?
MATTHEW (ríe): Sí, cada tres años o así me voy.
DOROTHY (a la familia): ¿Cómo hacen para que vuelva?
¿ASON (ríe): El más o manos se nos impone.
m. "OROTHY (a Matthew): Tú ejerciste bastante el papel de padre en la fallía.
192 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
MATTHEW: Bien, se podría decir así.
DOROTHY (a Jason): ¿No lo crees eso, Jason?
JASON: SÍ, ejerció el papel de padre o quizás piensa que lo ejerce. fv. zas tú
pienses un poco así.
MATTHEW (a Jason): ¿Tú crees que yo intento reemplazar al padre ser un
hermano mayor?
JASON: TÚ tomas parte en la responsabilidad del papel de padre.
MATTHEW: ¿En qué?
JASON: Intentas encerrarnos, y eso no funciona.
DOROTHY: Sois un buen hermano y una buena hermana, así que ] e dais un
montón de cosas sobre las que preocuparse.
JASON: YO no dije eso.
DOROTHY: NO, yo estoy diciendo eso.
JASON: No digas eso.
DOROTHY: Bien, estoy defendiendo eso. Entonces: ¿él puede ser paternal?
JASON: Eso es algo demasiado abstracto para mí.
MADRE: La primera vez que Matthew volvió, había muchos problemas. Yo
creo que tú (dirigiéndose a Matthew) intentas hacer demasiado. Parece que tú
sentiste toda la responsabilidad de hacerte cargo de todo y estabas padeciendo
muchos problemas. Creo qué sucedió al comienzo, y ahora creo que Matthew tiene
una actitud diferente. Él es capaz de distanciarse mucho más ahora y decir: «Éstos
son mi hermano y mi hermana», más que: «Ésta es mi responsabilidad».
MATTHEW: Bien, lo ves, no es que no me importe; es que algunas veces uno se
cansa. Depende, como la otra vez en que Jane quería salir el fin de semana, y fue
castigada. Entonces mamá y yo tuvimos una charla.
DOROTHY (a la familia): Entonces, ¿vosotros creéis que hará esto por correo o
vendrá a casa a hacerlo?
MATTHEW (se ríe): Oh, probablemente vendré a casa a hacerlo.
Salvador paró el cásete y dijo: «Entonces lo que ocurre con la familia en esta
sesión es que se convierten en observadores de su propio fenómeno. Creo que esto
es muy bueno. Creaste el marco en el cual interactuan Has introducido un tema —
la partida de él— y les mantuviste en eso»-Puso en marcha el vídeo de nuevo.
DOROTHY (a Jason): ¿Serás capaz de hablar con tu madre de esta ma- era
cuando Matthew se haya ido?
Greenan'
En nuestra primera entrevista, David quería que yo supiera que él era gay. Creo que
me lo dijo incluso antes de que describiera su entrenamiento en terapia familiar. No supe
qué deseaba que hiciera con ese conocimiento, si bien quedaba claro que él no quería
ocultarlo. Pero, por supuesto, su definición de sí mismo también me definía a mí —
como heterosexual. Creaba un mundo en el cual tendríamos que encontrarnos desde
continentes diferentes, definidos por nuestra orientación sexual. También me dijo que
había sido actor y director durante diez años. Le conté que uno de los sueños no
realizados de mi vida era ser dramaturgo. Eso unió los continentes para mí, aunque no
creo que tuviera ningún efecto sobre él. Esta cuestión de la autodefinición se convirtió
en el centro de nuestro diálogo en la supervisión.
Uno de los problemas que ha introducido el posmodernismo en la terapia de familia
es su atención a la diversidad. El reto al imperialismo de la cultura dominante puede
producir un mundo de pequeñas turbas, donde nos encontramos protegidos contra el
«otro».
David estaba trabajando con una pareja homosexual, quienes le habían seleccionado
porque, entre otras cosas, creían que él, como homosexual, les comprendería en su
contexto. Cuando David decidió traer este caso a supervisión conmigo, cruzó la frontera
de los estrechos nichos culturales, confiando en que respetaría las idiosincrasias de la
pareja y del terapeuta y me uniría a ellos en mi comprensión de los aspectos universales
de las parejas. Recibí bien su decisión, ya que, a la manera de Harry Stack Sullivan,
pienso que «todos y cada uno somos, por encima de todo, humanos». Esa creencia no
niega las diferencias o se opone a la diversidad, pero incorpora las idiosincrasias de
nuestra compleja humanidad.
Como quedará claro en lo que sigue, el proceso fue complicado. Ni David ni yo
estuvimos cómodos. Al comienzo, David sintió que como representante de la
comunidad gay él debía defender «lo homosexual» contra rois prejuicios y los de otros
supervisores. Yo, por mi parte, sentí que para
Los comentarios de Salvador me dieron algo de distancia, así que podía ver la
dinámica desde una distancia intermedia. «Las parejas del mismo sexo son
territorios inexplorados. Esta pareja está funcionando como si tuviera el mismo
poder. Y no es así. Pero donde una pareja heterosexual puede hablar sobre roles y
papeles inversos, para las parejas homosexuales no existen roles tan claros para
invertir.»
Cuando se acercaba la primavera, la pareja indicó su deseo de finalizar la
terapia. Para cuando terminaron las sesiones de la pareja, Robert se había
asegurado un lucrativo trabajo a tiempo parcial que les ayudaba a aliviar sus
dificultades financieras. También habían negociado una división de los quehaceres
domésticos que distribuía las tareas más equitativamente. Ambos hombres
informaron de una mayor estabilidad en la relación. Cuando se aproximó la
finalización de la terapia, repasamos lo que habían conseguido durante el curso de
la misma, y les aseguré que Podrían regresar para una revisión cada vez que
experimentaran la necesidad.
CRISIS: LA OPORTUNIDAD PARA EL INSIGHT Y LA INTIMIDAD
Durante el siguiente verano, el padrastro de Robert murió inespera-
ar
nente. Robert llamó y dijo que le gustaría programar unas pocas se-
[ ones para enfrentarse con esta súbita pérdida. Las sesiones individuales
*e centraron en su pesar. El padrastro de Robert había sabido que su hijo
.a homosexual, aunque casi nunca reconoció la relación de pareja de
obert con Samuel. Siguiendo la pista a un tema que escucho a menudo
, 0s hombres homosexuales, a Robert le afligían las oportunidades perdi-
.. s de intimidad con su padrastro. Robert pensaba que su padrastro sen-
siH^Ue ^ era diferente de los otros chicos desde niño, pero nunca habían
i. ° capaces de hablar sobre su consiguiente alejamiento. Robert se ha-
Se
ntido más cercano a su padrastro siendo adulto. Experimentaba
206 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
sentimientos mezclados en el funeral cuando muchos de los amigos de si
padrastro contaban historias sobre lo que alardeaba ante ellos de su hij 0
Aunque estaba triste de que nunca hubieran tenido esa conversación, Se
sentía aceptado por su padrastro mientras se enfrentaba con la primera gran
pérdida de su vida.
Al mismo tiempo, Robert fue capaz de lograr un mayor insight del
efecto distanciador que su enojo provocaba a menudo en otras personas y
de cómo tendía a aislarse en sí mismo, un patrón repetitivo que volvía a
representar la dinámica de su familia de origen. Este efecto llegó a q Ue. dar
más claro para ambos cuando se enfadó conmigo en la sesión por no darle
una respuesta rápida a una pregunta que creía que era demasiado
complicada de responder de esa manera. Mientras yo me esforzaba en ex-
plicar la montaña rusa de sentimientos que acompaña frecuentemente a una
pérdida importante, se encerraba en sí mismo y parecía abatido. Mientras
explorábamos sus sentimientos, Robert una vez más experimentó la
aflicción por la muerte de su padre y su enojo conmigo por no ser capaz de
hacerla desaparecer. Cuando reconoció cómo su retirada excluía la
posibilidad de que le ayudaran, exploramos el sentido paralelo que podría
tener en su relación con Samuel.
La respuesta de Robert a su dolor —su retirada inicial y después su
enojo— es una reacción que yo mismo he experimentado, y a menudo veo
en otros hombres como un mecanismo de defensa contra sentimientos
intolerables de abandono que experimentamos a causa de la muerte de un
ser amado. Mi deseo de presenciar su enojo y no retirarme, de explorar su
significado y el efecto que podría tener en otras personas, ayudó a Robert a
través de esta fase de aflicción cuando finalizaba la terapia. No supe
entonces lo importante que este trabajo llegaría a ser cuando la pareja
reanudó la terapia y exploramos la construcción de su relación en un nuevo
nivel.
Hacia el final del otoño, cuando no les había visto como pareja desd
hacía varios meses, Robert llamó y pidió una sesión de terapia de pareja-
Estaba preocupado porque había estado recibiendo individualmente
Robert, y Samuel podría sentir que estaba más unido con su pareja, "e
Minuchin pensó que un tratamiento de pareja continuado sería po sl
en la medida en que fuera cuidadoso al conectar con Samuel cuando
gresaran. Minuchin recomendó que, para facilitar la reunión, sería bue
para Robert revisar con Samuel los insights que había obtenido dura
su trabajo de duelo. ¿$.
Estaba claro que la pareja se encontraba bajo un considerable eS Samuel
recientemente había comenzado un empleo nuevo muy bie 0 gado en Wall
Street que le exigía trabajar largas horas. Parecía exha ^ y confirmaba que
así era, comentando sentirse abrumado no sólo p
HOMBRES Y DEPENDENCIA
207
trabajo sino también por las demandas emocionales que estaba efectúan ¿o Robert.
Robert contestó que sentía que Samuel le había abandonado i eSde que comenzó su
nuevo trabajo. Esto fue confirmado, dijo, en una reciente fiesta de vacaciones en la
nueva empresa de Samuel. Incluso a oeSar de que era una firma que no discriminaba
la homosexualidad, Samuel había presentado a Robert a sus colegas como un
amigo.
Mientras Robert despotricaba contra Samuel por lo que sentía que era una
trivialización de su relación, observé la retirada de Samuel. Sus ojos parecían
velarse. Me moví entre sus dos posturas. Apoyé a Robert c0n una metáfora de que
estaba «celebrándose una fiesta, y se sintió excluido». Posiblemente en una excusa
intelectual como defensa contra los fuertes sentimientos que estaban expresando,
elegí normalizar la conducta de Samuel con una explicación. Aunque se encontraba
«fuera» del trabajo, Samuel podría haber experimentado el resurgir de una vieja
homofobia en este acontecimiento de la oficina. También hablé sobre que no es
infrecuente para los hombres homosexuales sentir que su autoestima está
amenazada siempre que «se declaran», particularmente ante un grupo cultural
dominante. Mi intervención no calmó la tormenta emocional que se creó en la
sesión. Samuel se quejó de que Robert no le comprendía y salió de golpe de la
sesión, diciendo que estaba demasiado cansado para implicarse en este tipo de
interacción emocional. Aunque había empatizado con Samuel en su esfuerzo para
sentirse cómodo como un homosexual reconocido, me percaté de que, para el final
de la sesión, me había unido emocionalmente a Robert en su papel de «víctima».
En supervisión, Salvador hizo comentarios sobre mi distancia media respecto a la
pareja. Se preguntaba por qué no me había unido a Samuel en su habilidad para
responder al torrente de emociones de Robert. Abrumado por las emociones de
Robert, Samuel se había encerrado, exacerbando el temor de Robert a ser
abandonado. ¿Podía trabajar de una forma más próxima a la pareja y no temer
perder mi jerarquía en la sesión? Esta pregunta no sólo me ayudaba a comprender
mis sentimientos con respecto a la pareja sino que, a la vez, me daba insight
respecto a mi relajón con Minuchin y al grupo de supervisión. Durante este
segundo año de supervisión, mientras presentaba a otras familias, había empezado a
Se
ntirme más confiado en presencia de Salvador. Aunque todavía quería su
aprobación, estaba más deseoso de enzarzarme en un diálogo y podía, 0ri todo,
sentirme apoyado por él. Sería interesante ver cómo esta rela-'°n más compleja se
transfería al tratamiento de la pareja. , Antes de la Navidad, la pareja canceló su
sesión como consecuencia
Su
trabajo y algunos compromisos de vacaciones. Sin embargo, unos ;. arUos días
antes de Navidad, Robert llamó diciendo que tenía ideas sui-[: as y pedía una sesión
individual. Dije que pensaba que sería más va-£ s° verles como pareja, pero
insistió en que nos encontráramos a solas. r . rante la sesión individual, él reveló
que había estado manteniendo una r e ac'°n extramarital con un colega escultor
durante los meses anterio-
I Recientemente, cuando la carrera de este hombre despegó, se sintió
208 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
que estaba condenado a ser un fracaso. Estaba preocupado porque si 5 muel
descubría la aventura, su relación terminaría.
Tras comprobar que no tenía un plan suicida y evaluar que tamp 0c se encontraba
agudamente suicida, acordé con Robert que nos habla r¡a mos por teléfono a lo largo
de las vacaciones. Pero, para mi consterna ción, no me habló en las fechas
acordadas. Le llamé a casa. Estaba sorprendido de oírme y me comentó que se
sentía mejor. Samuel y él estaban disfrutando sus Navidades, y él simplemente se
había olvidado de llamar en nuestras fechas acordadas. Programé una cita para ellos
la semana si-guíente.
Mientras tanto, mantuve una sesión con Minuchin. Mi principal cuestión era
qué hacer con mis propios sentimientos de frustración y enojo Yo me había
quedado preocupado durante las Navidades mientras Robert disfrutaba de sus
vacaciones. Habíamos hecho un contrato, y no lo había respetado. Salvador meditó:
«Robert insiste en verse a sí mismo como una víctima. Él no se hace responsable de
su conducta. Alargas la mano para ayudarle, y él la golpea. Eso es lo que le hace a
Samuel». Después exploré con Salvador qué debería hacer con el secreto de su
relación extra-marital. Ambos sentimos que revelar la aventura en estos momentos
sería destructivo y solamente reforzaría el papel de «víctima» que Robert se había
asignado a sí mismo. Acordamos que la aventura no era una amenaza para su
relación.
Cuando entré en la siguiente sesión, sentí que tenía una comprensión
suficiente del significado de mis propias emociones, las cuales podía em
plear para ayudar a la pareja a explorar los posibles paralelismos en sus
dinámicas. Pero las sesiones nunca marchan como se planean. Robert
vino solo, comentando que Samuel estaba en la cama con una gripe seve
ra. Decidí utilizar la sesión para centrarme en nuestra relación diádica, de
forma similar a como había trabajado con él en el verano. Durante la se
sión, fue capaz de identificar su sensación de ira y resentimiento al sen
tirse abrumado emocionalmente y percatarse de que se estaba compro
metiendo en una aventura sexual para aliviar estos sentimientos. Al pedirme
que le ayudara, y después rechazar mi asistencia, solamente había incre
mentado sus sensaciones de indefensión y aislamiento. Esta dinámica
evocó recuerdos infantiles de cuando formaba parte de una familia «C*
redada» que no le daba espacio para sus necesidades emocionales. Al &'
chazar mi oferta de ayuda, había creado la dinámica familiar de la vic '
ma y del abusador. Lo que no quedaba claro para ninguno de los a° '
como observó Salvador en mi siguiente supervisión, era cuánto poder °
tuvo Robert de Samuel en su papel de «víctima». e
En la siguiente sesión la pareja comenzó relatando una discusión Q habían
tenido cuando otras dos parejas iban a ir a su casa a cenar. Robert bía acordado
limpiar el apartamento mientras Samuel preparaba la ce > Cuando se aproximó la
hora de la cena, Samuel se enfureció con R° , 3 porque no había hecho la limpieza.
Durante la sesión, Robert comen sermonear a Samuel sobre que le gustaba que se
hicieran las cosas seF.^. su propio parecer. No era nada grave que el apartamento no
estuviese
HOMBRES Y DEPENDENCIA
209
:0 para la fiesta. Una vez más observé velarse los ojos de Samuel y cómo
e distanciaba de Robert.
Me incorporé, me acerqué a la pareja, y pedí a Samuel que se arrodillara. Robert
debía ponerse de pie y continuar hablando. Este simple Ovimiento tuvo un efecto
poderoso, ya que hizo explícito para ambos hombres la dinámica que estaban co-
construyendo. Samuel estaba encantado en un comienzo. Después se llegó a
cohibir cuando Robert ^e hizo saber cuánto le enojaba mi conducta. Yo dije que
pensaba que é] estaba sermoneando a Samuel y que había perdido a su audiencia.
Si ése era el impacto que deseaba provocar sobre Samuel, debía continuar; de lo
contrario, podía explorar un modo diferente de comunicarse con él.
Robert entonces rehusó hablar y se retiró. Ambos hombres parecían inquietos,
como si estuviese a punto de ocurrir una explosión. Decidí no evitar el conflicto,
confiando en el consejo de Salvador de que las oportunidades para el cambio
frecuentemente surgen cuando el terapeuta quiere desequilibrar el sistema.
Empleando mi experiencia de la sesión, reflejé mis sentimientos hacia Robert. Dije
que sentía que le había herido, y que no era consciente de sentir la necesidad de ser
cuidadoso con él. También resalté lo rápidamente que se había convertido en el
paciente en la sesión, y cómo eso parecía aislarle. Cuando nuestro tiempo se
consumía, finalicé la sesión pidiendo a la pareja que pensaran sobre cómo ellos ha-
bían creado esos papeles para el otro.
La sesión marcó un cambio drástico en la conducta para mí como terapeuta
familiar. En vez de hablar sobre afecto y evitación del conflicto, había empleado la
representación «aquí-y-ahora» de las dinámicas de la pareja para intervenir y
desequilibrar el sistema. Más que hablar sobre sentimientos, los había intensificado
en la sesión a través del movimiento físico de la pareja. Robert fue capaz de sentir
su poder «en el Papel de víctima» con Samuel. Samuel entendió visceralmente
cómo se "cuitaba de Robert como respuesta a esta desigualdad percibida de poder.
Eso me llevó una buena cantidad de autoobservación, pero incluso ttíe las apañé para
no intentar restaurar el equilibrio del sistema cuando salían.
La siguiente sesión tuvo un aspecto totalmente diferente. Samuel comenzó la
sesión, una novedad, hablando de que se sentía agotado y sobre
a
dificultad que experimentaba en permitir que le consolaran. Él lo rela-
•onó con su infancia y con las normas que habían existido en su familia ASP —una
familia que consideraba una debilidad del carácter necesitar
pisuelo—. Se esperaba que los hombres mantuvieran «el labio superior ^gido».
Nunca había oído a Samuel hablar tan abiertamente. En un punto, ttienzó a llorar
por los muchos amigos que había perdido desde el co-b 'f1120 de la epidemia de
sida. Esto era una conducta nueva para él. Pero °bert siguió respondiendo con el
patrón típico de la pareja. Comenzó el Oriólogo, ofreciendo sugerencias a Samuel,
comentando lo útil que entraría pedir aquello que quisiera.
210 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Tras un minuto o dos, era consciente de que Samuel se estaba ene rrando en sí
mismo. Interrumpí a Robert y pregunté a Samuel qué er lo que estaba sintiendo.
Dijo: «Siento que estoy en la escuela y que ^ está dando un discurso». Le pregunté
cómo debería hablar Robert H forma que no se sintiera sermoneado. Samuel e
respondió: «Creo qu ayudarían unas palabras distintas. Si todas comienzan con "yo
quiero» Le pregunté a Samuel por qué le irritaba eso. En ese instante, Sarnu ei pasó
de un diálogo de co-construcción de su relación a un monólogo ¡n„ trospectivo. El
resto de la sesión se centró en la incomodidad de Samuel al permitir que Robert le
apoyara. Yo sistematicé esto como un reto para la pareja. ¿Podía Samuel dejar su
rol de cuidador y permitir a R0. bert que cuidara de él?
En la supervisión que siguió surgieron varias preguntas, y Salvador no me hizo
sentir cómodo dándome las respuestas. «La sesión es buena, pero yo les empujaría
siempre a la complejidad. Robert está hablando sólo desde la perspectiva de
Robert. Samuel dice que él no confía en la gente lo suficiente como para dejarse
oír. Cuando le comentó a Robert "siempre dices yo, nunca nosotros", ¿por qué no
le apoyaste?»
Yo contesté que quizás no creía lo que estaba viendo. «Tú ves cambiar a
Samuel, ¿no crees que Samuel te aceptará si conectas con él? Están trabajando a un
nivel diferente, respondiendo de nuevas maneras. Ahora ellos están en terapia.»
El desafío de Minuchin siguió resonando dentro de mí mucho tiempo después
de la supervisión, y no encontré ninguna respuesta rápida. He descubierto que
algunas de las respuestas pueden encontrarse cuando te acomodas con una forma
dinámica de terapia que active emocionalmen-te a las familias para descubrir
modos nuevos de relacionarse. Éste es un estilo de terapia que me exige utilizar mi
ser al completo en el encuentro. Está conducido por la teoría, pero no es sólo una
terapia de palabras; es una forma activa de tratamiento. Es un teatro de la vida con
un reparto completo de personajes —el drama humano representándose en la hora
de terapia con toda su complejidad.
Otra parte de la respuesta se relaciona con la confianza. Debo pred's'
ponerme más a creer en lo que estoy pidiendo que haga la pareja: dar u
salto de fe dentro de un encuentro improvisado. Necesito creer en la ja
cralidad de la situación terapéutica para dejar al descubierto las verdad
universales que compartimos colectivamente en nuestra experier> c
como seres humanos. Eso requiere no sólo el uso del yo, sino tarn^'
creer en el potencial humano para el crecimiento y confiar en la sab'
ría colectiva de los «nosotros». También he debido aprender a confia1"
que no soy responsable de las respuestas. Mi papel es desequilibrar el
tema, comenzar las preguntas. jo
El resto de las respuestas se relaciona conmigo como hombre y c° p que he
aprendido acerca de cómo negocian los hombres el poder y l* 1 j0s timidad, y sobre
cómo reconocen sus necesidades de dependencia. ^ >e$ hombres, gays o
heterosexuales, se les educa por cultura para ser fue
HOMBRES Y DEPENDENCIA
211
invencibles; ¿cómo podemos, entonces, tratar con los inevitables senti
jentos de debilidad y vulnerabilidad? ¿Es más seguro identificarse con
i papel de la víctima que arriesgarse a ser retado por ser fuerte? ¿Cómo
jeramos los sentimientos de fuerza y debilidad simultáneamente, las
necesidades de dependencia e independencia? ¿Estos sentimientos, que
narecen tan dicotómicos, existen en un continuum? ¿Y cómo resuelven
oS hombres en una relación íntima estos conflictos?
No puedo finalizar este capítulo con la pretensión de haber conseguido todas las
respuestas. Pero puedo comentar que Robert y Samuel encontraron una nueva
forma de relacionarse. Tienen menos miedo de fusionarse e implicarse y parecen
más versátiles en sus roles con respecto al Otro. Han llegado a aceptar más su
complementariedad. A Samuel le encanta su nuevo trabajo. Robert sigue con sus
pasatiempos mientras continúa con la escultura, y eso está bien. Existe una mayor
tolerancia con la idiosincrasia del otro y, de forma simultánea, son más
reconfortantes con el otro. Sus personalidades básicas y el modo en que se
relacionan con el mundo no han cambiado, pero parecen más cómodos con el
desacuerdo y menos amenazados por la tendencia de las necesidades del otro.
Tienen una mayor sensación de ser una pareja, y les sentí también de esa manera
cuando terminaron la terapia. Me siento mucho más libre para entrar en el sistema y
desafiarlo, aunque mi papel era a menudo actuar más como un testigo de su proceso
familiar, quizás como un hermano mayor que apoya su crecimiento.
Salvador modeló esa conducta al proveer un lugar seguro donde explorar las
relaciones humanas, libre de la inducción que ocurre en el tratamiento con una
familia. En el curso de esa supervisión, adquirí una mayor confianza y creencia en
la fuerza de las relaciones para promover el crecimiento. La aceptación y los
insights otorgados por la supervisión eliminaron el miedo a sentirme incompetente
y avergonzado como nuevo terapeuta de familia. Simultáneamente, Salvador
normalizó las dinámicas de la pareja masculina, honrando las características únicas
de los nombres homosexuales en una relación íntima, a la vez que colocando sus
dinámicas dentro de las luchas inherentes a todas las parejas. Expre- sando su
confianza en mí como terapeuta, me retó y animó a pensar más Complejamente. Mi
miedo de que el desafío creara una distancia provocó efecto paradójico y
terapéutico de generar cercanía en la supervisión y e| ^atamiento.
El temor que experimentaba antes de empezar la supervisión con Mi-chin se reflejó
en el recelo inicial de la pareja hacia el tratamiento. El Pacto de la marginación de
los hombres homosexuales por parte de la yoría cultural presenta ramificaciones
para las parejas homosexuales, £. °iUe viven la realidad del aislamiento y la
patologización de la sociedad. Pe ^atarn'ento se centró en normalizar sus necesidades de
cuidado y de-Jar nc'a> Y en expandir la complementariedad de sus roles. Cuando
de-y n el tratamiento, les noté menos jerárquicos en su relación con el otro t0|°n
respecto a mí. Simultáneamente, había una menor necesidad de pa-8'zar al otro y
una mayor aceptación de su estatus como una pareja
212 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Wai-Yung Lee1
y , "ai-Yung Lee es miembro facultativo del Centro Minuchin para la Familia en Nueva c. ' y directora
de Estudios de Familia en Hong Kong. Con una amplia experiencia en el V 0 |P° de la deficiencia
mental, ha trabajado e impartido entrenamiento en Toronto, Nueva d(j ,y Londres y es, en la actualidad,
una profesora visitante regular en la Escuela de Gra-t^j- °s de Trabajo Social y Administración Social
de la Universidad de Hong Kong. Ha es- c*0 V trabajado con Salvador Minuchin durante más de seis
años.
214 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
La primera vez que Minuchin me entrevistó como candidata para s grupo de
supervisión, él me preguntó: «¿Te consideras a ti misma u n norteamericana china o
una china que vive en Norteamérica?». Yo he v' vi do la mayor parte de mi vida
adulta en el Norte de América, sobre toH en Canadá. Pero mi respuesta a la
pregunta de Minuchin vino sin pensar lo: «Soy una china que vive en
Norteamérica». Fue un largo camino p ar mí encontrarme en Nueva York estudiando
terapia familiar con Salvador Minuchin.
Yo vengo de lo que uno podría denominar una familia totalmente disfuncional,
de una subcultura compleja y agonizante de origen chino. Mi padre tenía tres
esposas al mismo tiempo. Mi propia madre era la segunda esposa. Ella le abandonó
por otro hombre cuando yo contaba aproximadamente tres años de edad. En mi
álbum de fotos, recorté la única foto que tenía de ella y la reemplacé con otra de la
tercera esposa de mi padre simplemente porque ella era la más hermosa de todas.
Cuando mi nueva madre también le abandonó por otro hombre, yo dije a todo el
mundo que ella había muerto en un extraño accidente. No lo hice porque estuviera
enfadada con ella, sino porque no honraba a mi padre que dos de sus esposas le
hubieran abandonado por otro hombre. Cuando era niña creí que tenía el poder de
adoptar y rechazar a la gente según deseara. Mi vinculación con las mujeres fue en
su mayor parte a través de mis niñeras, y tuve tres en diferentes épocas según iba
creciendo.
Sólo tengo un hermano, veinte años mayor que yo. Él nunca ha desempeñado
un trabajo en su vida, y tras casarse, vive todavía en la casa de mi padre. Pero la
casa siempre estuvo llena de gente, sobre todo a la hora de la cena. Era la
posguerra, así que los familiares que venían con sus familias para buscar refugio
durante unas pocas noches terminaban quedándose para siempre. Las sirvientas
viudas que venían a trabajar con sus hijos, y extraños que simplemente aparecían
en la casa, se quedaban. Mi casa era sólo un foro para que acontecieran muchos de
los dramas diarios de la vida, salvo que algunos de los actores que jugaban un papel
central en mi casa eran completos extraños.
Por lo tanto, no sé si debiera poner a mi familia en la categoría de las integradas
o de las no comprometidas. Era integrada porque la gente nunca parecía abandonar
la casa (excepto mis dos madres); y poco comprometía3 porque existía una gran
distancia mental entre todos nosotros mientras qu el espacio físico continuaba
reduciéndose. Verdaderamente era un moa diferente de vivir y relacionarse, aunque
para mí era una casa bien coord nada y todas las relaciones tenían lugar de manera
muy ordenada.
Ya que no existían valores claros o restricciones firmes que debía s guir, nunca
aprendí a razonar. Aprendí que no existían reglas absolu para la gente, excepto las
reglas de la vida. Cuando era adolescente, P largas noches en el fumadero de opio
donde mi padre entretenía a amigos, escuchando todas las conversaciones adultas y
las historias medio del humo y del sonido provocado por las pipas de opio. Mi Pa J0
fue un hombre de muy pocas palabras, y las únicas veces que recu que expresó sus
sentimientos era cuando cantaba fragmentos de alg
EL PINTOR AL EXCREMENTO 215
'«eras populares chinas en su baño. De él aprendí que las cosas se envenden sin
necesidad de explicarse. La gente puede sentirse muy cercana e0 silencio.
Mi rol de género era también impreciso. Nunca puse demasiada aten-¡5n a las
diferencias de género hasta que acudí a la universidad. A los diez años, mi padre
me regaló una pistola que disparaba perdigones. Fui a dar una vuelta a disparar a
los pájaros y a las ventanas de los vecinos. tj n día arrojé una piedra al hijo de un
vecino, y le hice sangrar por la frente. Estaba tan temerosa de que muriera que me
escondí. Cuando finalmente llegué a casa, recuerdo a mi padre de pie en el patio
admirando su aInplia cisterna de peces de colores exóticos. Con sus ojos fijos en el
gracioso movimiento de las criaturas, me dijo con suavidad: «¿Por qué hiciste eso?
¿En qué clase de mujer te estás convirtiendo?».
Gracias a mi padre me percaté de que la vida está en su mayor parte llena de
preguntas y no hay una necesidad de respuestas. Por lo tanto, había muy poca
preocupación por la planificación excesiva o el establecimiento de metas, y
ciertamente no valía la pena armar un lío por cualquier manifestación emocional.
Sucedió muchas veces que mi padre salía de viaje y reaparecía al poco tiempo
porque había perdido el tren o el avión. Pero todo estaba perfectamente mientras
hubiera peces de colores nadando en el estanque, u otras diversiones en la vida que
desviaran nuestra atención. Cuando finalmente mi padre partió al viaje sin retorno,
casi no me lo creía. Todavía tengo sueños recurrentes de él regresando a casa y
diciendo que había perdido su vuelo de nuevo. En mi repertorio de constructos
cognitivos no existía algo como la finalidad.
Mi infancia me enseñó que el mundo es sólo un foro teatral. Había un teatro en la
casa, y otro más desde la ventana de mi habitación, donde asistía a todos mis
absurdos de la vida diaria. Una vez vi a una mujer corriendo tras su esposo con un
machete; cuando le alcanzó, golpeó al paraguas que éste llevaba con el machete, en
vez de al marido. Había otra Mujer que le dijo a su esposo que si abandonaba la
casa, ella se desnudaría en la calle, y así lo hizo. Mi padre una vez trajo un mendigo
de la calle y le ofreció el trabajo de ayudarme con mis tareas de la escuela. En Su
segunda noche, él intentó propasarse con una de las sirvientas, que le Propinó un
puñetazo en la nariz. De inmediato regresó a la calle, pero siempre que me
estancaba con mis tareas, le gritaba mis preguntas des-.e el balcón, y a él siempre le
hacía feliz darme una respuesta. Mi expe-r,encia infantil era la del teatro de la
confusión, donde los papeles que la gente elegía jugar y las reglas que se acordaban
en la obra podían cam-lar e intercambiarse de todas las maneras posibles, con o sin
límites, asta que alcanzaban un estado de armonía. Bateson diría que esto no es as que
la teoría de la cibernética. Yo prefiero llamarlo «vida». , Mi amor por el caos y la
excitación del mundo me ha salvado de mu-i °s momentos solitarios y tristes de mi
vida. Cuando tenía once años, un rnbre saltó desde nuestra cuarta planta y aterrizó
en medio de un char-^ °e sangre justo debajo de mi ventana. Desde entonces
comencé a ver fantasma y podía atender a su dolor.
216 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Cuando emigré a Canadá, no dejé atrás esos escenarios; sólo expa^^. mi escena
a un mundo más amplio. Pero, al igual que muchos otros Jn migrantes, aparté mi
tesoro del pasado y cerré el cofre con una llave. M veía la necesidad de conectar los
dos mundos. Cuando miraba fuera de m ventana, sólo percibía la nieve.
Por tanto, la vida tenía un perfecto sentido para mí cuando comencé mi carrera
como reportera. Mi experiencia incluso me brindó una sensa ción de profundidad
cuando aprendí el trabajo psicoanalítico. Pero p ara alguien cuyo sentido de la familia
está siempre un poco fuera de foco, na_ rece extraño que decidiera convertirme en
una terapeuta de familia.
EL CONTEXTO PROFESIONAL
LA FAMILIA
La familia que traje para la supervisión tenía un hijo de veinticuatro años con
síndrome de Down que había manchado con sus propias heces las paredes del
baño. El caso fue remitido por la madre como un asunto urgente. Me organicé para
verles rápidamente, pero el día de la cita sólo vino Bill con su consejero de la casa
comunitaria. Le pregunté a Bill por qué había acudido a verme. Él dijo que le había
enviado su madre. Esta respuesta es muy típica en el campo de la discapacidad
mental, donde la terapia es concebida como una manera de arreglar el problema
presentado por la familia del cliente identificado y por los trabajadores. Yo les des-
pedí con el mensaje de que sólo les recibiría si la familia venía con Bill.
En la siguiente sesión, el resto de la familia —los padres y un herma no de
treinta y un años, Michael—, vinieron, pero sin Bill. Era una familia
anglocanadiense. Ambos padres habían servido en el ejército y todavía se movían
en la misma atmósfera sensata de lo militar. La madre explicó que ellos no querían
hablar sobre Bill delante de él. La conversación de la ternilla giró alrededor de la
conducta-problema de Bill, la cual aparentemente presentaba una historia de
recurrencia. La familia había realizado 'itentos de solución muy diferentes, pero el
problema persistía.
Esta pareja compartía las características de muchos padres que tienen "'jos
adultos con dificultades evolutivas. A los padres que han dado a luz a hijos
discapacitados se les describe a menudo como lamentando la pér-•da del niño
perfecto de sus sueños. He visto este lamento persistir y, a ^ edida que el niño crece,
tomar la forma de un entrenamiento y una co-I ección continuos en el nombre del
amor y la protección. La tragedia de s Personas discapacitadas es que a menudo
son tratadas como niños, in-
du
s
° cuando ya han alcanzado la adultez. Aunque parezcan niños, les en-
fu
re
ce vivir en un mundo de infantilismo.
218 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Bill era un joven altamente funcional que intentaba llevar una vid
normal, incluso dejarse barba. Fue capaz de mantener trabajos ocasional a
en restaurantes, pero siempre que se frustraba, iba al cuarto de baño S
untaba la pared con sus heces. Esta conducta hizo a su familia cuestiona
más aún su inteligencia. Cualquier problema se le atribuía al hecho d que
era retardado mentalmente. Su manera de ayudarle le encolerizan aún más.
Su hermano Michael intentó relacionarse con él como debía n n buen
hermano. Pero sus mundos se encontraban a miles de kilómetros de
distancia, uno como arquitecto exitoso viviendo en un mundo intelectual el
otro llevando una vida restringida en un hogar comunitario y viviendo de
cualquier trabajo casual que pudiera conseguir.
La sensación de fracaso a la cual se estaba enfrentando Bill era ajena al
resto de la familia, para quienes su enfado era impensable, de tal modo que
cada uno se centraba en cambiar la conducta de Bill en vez de manejar su
dolor y sus protestas. Aunque los profesionales han defendido desde hace
mucho la necesidad de implicar a las familias en el tratamiento de las
personas con discapacidades, sus métodos también se han centrado en
apoyar y comprender. A menudo se da la ética tácita de que uno debería ser
amable con aquellos que han sufrido mucho por la injusticia de la vida. Es
políticamente incorrecto sacudir el sistema, incluso si la rigidez de éste está
creando o manteniendo el problema.
Entonces, ¿cómo puede uno suministrar una terapia más compleja a la
familia con un enfermo o discapacitado crónico? Eso se convirtió en la
búsqueda de mi entrenamiento.
LA SUPERVISIÓN
-or qué nos hemos estado esforzando tanto tiempo y no lo estamos consiguiendo».
Fui sintiendo mucha incomodidad, ansiedad y la fuerte sensación de ser un
desastre. Muchos pensamientos se removieron dentro de mí. Era verdad que nunca
había empleado la representación en mis entrevistas, gn el pasado, cuando
observaba el modo en que muchos de los denominados terapeutas estructurales
familiares decían a un miembro de la familia que hablara al otro, me parecía
artificial y arbitrario.
Aunque mi estilo estaba cuestionándose, también me quedaba claro que no
siempre era una observadora pasiva. Llegué a hacer cosas como quitarme los
zapatos y entregárselos a un hombre fetichista de los zapatos, mientras sus padres y
el oficial encargado de vigilarle miraban con-mocionados. O intenté conseguir que
un rabino se llegara a comportar de forma maliciosa. Cuando el escenario era el
adecuado, yo también inte-ractuaba con las familias. Pero un terapeuta activo que
no pueda crear una representación en una familia se mantiene fácilmente en una
posición centralizada, controlando el flujo de todas las conversaciones y acti-
vidades. La historia que extrae proviene básicamente de su propio pensamiento,
incluso aunque lo hubiera descrito como una colaboración con la familia.
La opción de tomar una posición menos esencial era novedosa para mí, y de
alguna manera me llevó un año entenderlo. Lo extraño es que si Minuchin me
hubiera dicho esto justo al comienzo, yo probablemente lo hubiera tratado
simplemente como si fuera una instrucción sobre la técnica y no le hubiera dado la
suficiente importancia. Ahora me encuentro a mí misma en posición de llegar a
inventar otra técnica que produzca los beneficios de una representación, lo cual no
podía lograr, o seguir una técnica que haya sido desarrollada y aprender a
emplearla creativamente.
Me sentía impaciente por ver de nuevo a la familia, pero cuando regresaron estaba
perdida con respecto a qué hacer. Sólo sabía que tenía que escapar de mi dependencia
respecto a las palabras. Pero sin lenguaje Jne encontraba estancada en la extraña
posición de convertir un espectácu-'° hablado en una película muda. La animada
conversación que habíalos mantenido juntos en la sesión estaba ahora ausente y
reemplazada Por la tensión. En mi angustia, lo único que recordaba acerca de la tera-
P'a estructural era su característico apretón de manos. Así que seguí es-írechándoles la
mano. En un comienzo fue difícil y casi cómico. Sin em-argo, mientras lo hacía,
empecé a entender que una pequeña ruptura Urante una sesión puede lograr que se
interrumpa la continuidad. Comencé a prestar atención a los pequeños movimientos.
Descubrí gestos y °ruencé a ver esquemas de las organizaciones familiares, con sus
pro-P'as interacciones idiosincrásicas, como en una obra de teatro.
222 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
En la última sesión, había dicho a la familia que eran muy rígidos y u podían
entender nada sobre lo absurdo, así que ellos no conseguirían en tender el
significado de la pintura con excrementos de Bill. Para demos trarme que estaba
equivocada, el padre vino portando la peluca de la es posa y se encontraba de un
humor muy gracioso. Michael obviamente estaba agobiado y enfadado por la
conducta del padre hasta que él le ¡ n_ cauto la peluca y se la colocó en su propia
cabeza. Entonces, de forma extraña, él también se encontró de un humor risueño.
Recordando la escena de mi última supervisión cuando fracasé en sacar partido
a la conexión fraternal, escenifiqué resueltamente el acto y me abstuve de interferir
con palabras. Le pedí a Bill que nos mostrara cómo pintaría la cara de su hermano.
Bill se lo tomó seriamente y sujetó la cara de Michael con una mano mientras
dibujaba simbólicamente una imagen en la pared.
A medida que proseguía este diálogo, la madre parecía muy tensa. Para
complementar la disposición graciosa de su esposo, ella vino con un sombrero de
paja y ganduleaba, pero su porte parecía fuera de lugar, ya que estaba sentada
rígida contra la silla, con ambas manos asiéndose a los brazos de ésta. Yo hice
algún comentario sobre su estado de tensión.
MADRE: Era el tema. No era la manera. Estoy de acuerdo contigo: fue una
hermosa conversación. Yo nunca había escuchado a Bill darnos una explicación de
cómo pensaba, o sobre cualquier cosa que él estuviese naciendo.
WAI-YUNG: Ésa era la «cuestión» que te trajo a terapia. .
MADRE (lentamente): Es la connotación de lo del cuarto de baño, y e ' con
razón, lo relaciona con algo que estuvo mal, no quiere repetirlo, y °J a' lá que nunca
lo repita.
PADRE: ES una de esas cosas que surgen inesperadamente tan a r*1611^ do, como
un volcán. Se pone en marcha y ¡boom! Él es de esa manera, él hubiera traído una
paleta consigo, entonces seguramente hubiera e pleado colores para la pared. Pero
no tiene una paleta, así que usa cu quier cosa que esté a mano... sea cual sea la
razón.
EL PINTOR AL EXCREMENTO 223
Llamando la atención sobre la tragedia de este joven, Minuchin dijo: tól tiene
unos padres que le demandan un alto nivel de funcionamiento al mismo tiempo que
le tratan como a un niño. Así que el padre está en lo cierto al decir que existe un
volcán, y el volcán puede ser de mierda o con- vertirse en cualquier cosa. Si yo
pensara así, me uniría a Bill en la expresión de su sentimiento de impotencia y
enojo al ser puesto en una situación en la que, haga lo que haga, no alcanza la
marca».
Aunque él cambiaba continuamente mi centro de atención hacia las relaciones,
Minuchin estaba obviamente complacido con mi intento de salirse de mi habitual
posición centralizada. Me llegó a quedar claro que, antes de que el terapeuta
pudiera hacer un uso efectivo de una representación, necesita entender la
aplicación del espacio y el movimiento de forma similar a como un escenógrafo
utiliza el escenario. Como adujo una vez Minuchin: «Una representación funciona
de forma parecida a un tiovivo. Una vez que lo pones en marcha gira por si solo, lo
que le proporciona al terapeuta una oportunidad para observar, pensar y decidir si
intima más, se ausenta, o adopta cualquier postura que juzgue apropiada en esa
ocasión».
Ciertamente, yo había descubierto que esto era cierto. Cuando movilicé a la
familia para que actuaran entre sí, eso no sólo me permitió emplear mi energía de
forma diferente, sino que lo más extraordinario de todo fue que ¡Bill empezó a
hablar!
En el siguiente extracto, pregunté a la madre por qué era tan difícil afrontar la
situación del cuarto de baño.
probarlo con él una y otra vez para asegurarnos que su afirmación Se basa en la
comprensión y no es simplemente una cuestión de coincj. dencia, hasta que llega a
un punto en que decide abandonar. Tras ofrecer un frente asertivo durante un corto
tiempo, Bill comenzó a vacilar Dijo que no lo haría de nuevo. Afortunadamente,
Michael fue capaz de corregirle.
MICHAEL: NO, no, no, eso no es lo que quise decir, Bill. La última vez que lo
hiciste, ¿fue en tu lugar de trabajo?
BILL: Oh, sí, era en Queens Park...
MICHAEL: ¿Ésa fue la última vez que lo hiciste?
BILL (lentamente): Eso creo...
MICHAEL: ¿Sabías cuando lo hiciste que te iban a despedir?
BILL: Sí.
MICHAEL: Sabías que ibas a perder tu trabajo. ¿Eso era lo que querías?
BILL: De repente comenzó a convertirse en algo aburrido.
MICHAEL: ¿Comenzó a convertirse en aburrido el trabajo? ¿Por qué, no te
daban cosas diferentes para hacer?
BILL: ¡Oh, sí lo hicieron!
MICHAEL: ¿Qué era tan aburrido al respecto?
BILL: Ellos querían que yo lo hiciera dos o tres veces.
MICHAEL: ¿La misma cosa?
BILL: Una y otra vez.
MICHAEL: ¿Por qué? Porque no lo hacías bien la primera vez, o...
BILL: Decían que no estaba lo suficientemente limpio.
MICHAEL: ¿Estabas lavando platos?
BILL: NO, estaba limpiando hojas de lechuga.
MICHAEL: ¿NO las limpiabas adecuadamente?
BILL: ¡ESO es lo que ellos creen!
PADRE (a Bill): Cuando veo eso, me hace enojar, me llega al alma ve que un
hijo mío haga eso.
MICHAEL: Te molesta porque estás avergonzado de ello.
WAI-YUNG (a Michael): ¿No estás tú también avergonzado de ello- .
MICHAEL (mirando al suelo): Yo estoy avergonzado porque él e hermano.
Esa extraña manera de expresar algo, pintando con excre tos en la pared.
Existen mejores maneras de hacerlo que de esa form
EL PINTOR AL EXCREMENTO
Minuchin paró el vídeo y dijo: «Creo que ésta es una ampliación de tu estilo, y
que estás trabajando en un alto nivel de complejidad. Pienso que antes tenías una
necesidad mucho mayor de tomar el control del proceso, y estás abandonando eso.
Eso es muy bueno».
En la sesión, continué provocando a la familia.
LA ALTURA DE LA INTENSIDAD
MADRE: ¿Cuando Bill te habló antes de que llegáramos, dijo: «Me sien-
to rechazado por mi familia»? ¿Ésas fueron las palabras que empleó?
WAI-YUNG: Ésas son precisamente las palabras que utilizó aquí.
MICHAEL: SÍ, ésas son las palabras que él empleó aquí.
PADRE (señalando a Bill): ¡Pregúntale!
MADRE (actuando a la manera de un juez): ¡De acuerdo! (Dirigiéndose
a Bill, enunciando palabra por palabra): ¿Entiendes honestamente lo que
quieres decir cuando dices «rechazado»?
El padre se inclinó hacia Bill. Le estrechó la mano y le abrazó. Pero vi que tan
pronto como él había hecho eso, le palmeó en la espalda con un gesto de
compañero, indicando que todo se terminaría. Fue en ese punto cuando dije: «No lo
endulces».
Como espoleado por un relámpago, el padre se puso en pie, me apuntó con su
dedo, y empezó a gritar.
PADRE: No me digas qué hacer. Me las apañaré con esto, pero no me digas qué
hacer, o cómo actuar.
WAI-YUNG (intentando mantenerse en calma): ¿Por qué estás dirigiendo tu
enojo hacia mí?
PADRE: Porque tú eres la que hizo la afirmación. Bill no está ofendido por ello.
Y no debería haber ninguna ofensa por ello. (Michael intentó intervenir.) Sí, estoy
emocionado, ¡estoy emocionado! No me importa si a 'os condenados chinos les
gusta abrazarse o no...
MICHAEL (poniéndose en pie y gritando): ¡Eh, escucha! No te propases.
¡Cállate! (Ellos empezaron a empujarse el uno al otro.)
PADRE (gritando): ¡No me apuntes con tu maldito dedo!
MICHAEL (sin dejar de señalarle): Escucha, lo que yo iba a decirte antes " e que
empezaras a gritar y a ponerte desagradable era que, cuando te Juntaste con Bill
para abrazarle, estabas realmente alterado, a punto de llorar.
MADRE: Estaba muy emocionado.
MICHAEL (aporreando la silla con su mano): Venga, eso es bueno. ¡Acéptalo!
PADRE (gritando emocionalmente): Acepto que... MADRE (señalándome con el dedo):
Ella fue la que... . _ MICHAEL (ignorando a su madre): Antes de que comenzara esta
agre-'°n, abrazaste a Bill. Yo podía oír un sofoco en tu voz. (El padre asintió °strando
su acuerdo.) ¿Por qué no puedes simplemente abrazarle?
234 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Esta cuestión desencadenó otra explosión en el padre, que insistió en que todo
se había arruinado por mi afirmación. La cara de Michael también estaba llena de
ira. Había mucha confusión y tensión en el consulto, rio. El padre y el hijo se
embarcaron en un toma y daca, con la voz de la madre haciendo de eco en el fondo.
WAI-YUNG: Hoy es la primera vez que Bill ha sido capaz de sacar a la luz su
pensamiento. Y miren qué intensidad. Miren lo duro que es p ara ustedes intimar con
él. Cuando yo dije que no lo endulzaras era porque creía que lo que hiciste era muy
bello, cuando fuiste a abrazar a Bill. Y entonces, cuando estabas intentando reír y
superarlo rápidamente, es cuando quise que...
PADRE (aprovechando la oportunidad y reanudando la lucha conmigo de
nuevo): Tú no viste mi cara.
MADRE: NO viste su cara.
PADRE: Ahora, estoy complacido de que Bill sea capaz de afirmar lo que le
pasa. Y Michael está bastante en lo cierto respecto a que había un sofoco en mi voz
y lágrimas en mis ojos, como ahora. Pero me saca de quicio cuando haces eso, y lo
haces a menudo. Arruinaste un momento que estaba teniendo lugar. Fin de la
historia. Déjanos proceder.
WAI-YUNG (a la familia): Ahora, yo tengo una cuestión al respecto. Cuando él
me insultó, a mi nacionalidad y todo eso, sentí que no sería capaz de trabajar con él.
Ésa es la parte abusiva que no puedo aceptar. Bill, quizás, la ha aceptado.
BILL: ¡Sí, lo he hecho!
WAI-YUNG: ¿Lo has aceptado? Pero yo no lo haré.
BILL: Si esto continúa, me voy a ir.
WAI-YUNG: Siento una cosa con tu familia. Le resulta muy arduo cargar con un
asunto difícil sin edulcorarlo. Hoy hubo un cambio, y yo quería prevenirte, no
repetir el patrón. Y ustedes se enfadaron conmigo. Voy a dejarles durante un
momento, de forma que ustedes y yo podamos aplacar nuestras emociones. De lo
contrario, encontraría muy difícil continuar trabajando con ustedes.
Con cada movimiento que efectué con esta familia, sentí que estaba hablando
con Minuchin. De forma similar, cuando estaba interactuando con Minuchin, la
familia era mi escenario. De pronto, no pude ver los dos niveles de encuentros
como algo separado. Empezaron como dos líneas paralelas, pero a medida que el
entrenamiento estaba dando sus frutos, se superpusieron, una extendiéndose sobre
la otra, más y más lejos, en otro nivel. A medida que la supervisión estaba
llegando a su fin, las dos líneas se encontraron y se convirtieron en una. No
entendí, sino hasta mucho más tarde, que lo que en realidad había aprendido de
Minuchin fue una terapia del movimiento. Desde el primer día que vine a estudiar
con él, me había invitado a moverme con él. Con razón llegué a ser intolerante con
respecto a la atmósfera benigna y restrictiva de las sesiones familiares y me sentí
obligada a ponerme en marcha. Mirando hacia atrás, veo que mi proceso completo
con la familia consistió en moverse de unpla-teau a otro, como una imagen en
espejo de mi experiencia en la supervisión.
Cuatro meses después de mi última supervisión, superé finalmente todos los
obstáculos y controles y llegué a la posición de la madre. Aunque los dos
hermanos continuaron presentes en las sesiones familiares, fueron capaces de
permanecer sentados y dejar que los padres se las hubieran el uno con el otro. El
padre fue capaz de reanudar su papel y confortar a su esposa, quien llegado a este
punto fue cambiando para permitir a Michael tener éxito. Como otros padres
cuyos hijos están listos para abandonar la casa, esta pareja estaba aprendiendo a
consolarse mutuamente.
Cuando la terapia finalizó, la madre me regaló una acuarela que había Pintado.
Era una bella imagen de un ramillete de flores silvestres, el cual había
denominado «Junto al arroyo». Lo tomé como un gesto de que todos nosotros
debíamos encontrar nuevos colores con el fin de sacar a la Emilia del excremento.
Visité a la familia, por primera vez, tres años después. Me encontré s°lo con los
padres. Me dijeron que Michael había dejado la casa y que estaba viajando por el
extranjero. Bill se había instalado en un hogar comunitario. Nunca más había
pintado con excrementos y continuó sin ha-Cerlo. Tan sólo disparó la alarma una o
dos veces.
15. LLENANDO EL VASO VACÍO
Wai-Yung Lee
' • Andrew Schauer era un trabajador social clínico, que durante el periodo prescrito en
ste
capítulo trabajaba con familias en el Centro de Orientación Infantil Queens en Jamai-
a
. Nueva York. Tras sus estudios con el doctor Minuchin, Schauer se trasladó a Boston,
Onde planeaba continuar su trabajo como terapeuta familiar. Murió sorpresiva e ¡néspera-
^ente poco después de su traslado.
238 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
puesta personal hacia él consistía en esperar pacientemente hasta la épo Ca en el
cual integrase su conocimiento con su dominio. Cuando presentaba un caso y
yo quería hacer un comentario, lo introducía frecuentemente con un calificador:
«Sé que no debería enseñarte, porque me creerás, pero...» O le pedía a la clase
que comentara el trabajo de Andy sin enseñarle.
La meta era convertir a Andy en alguien accesible para Andy. El cami. no
era cómo enseñar y no qué enseñar.
La historia de la supervisión de Andy Schauer es diferente de las otras
porque, para nuestra más profunda sensación de pérdida, él no está aquí para
hablar por sí mismo. Andy había comenzado a escribir un capítulo para este
libro, pero murió antes de que estuviera terminado. Wai-Yung Lee, qu e fue
miembro de uno de los grupos de entrenamiento de Andy, se basó para lo que
sigue en videograbaciones, conversaciones privadas y notas escritas de Andy, y
en ese capítulo.
Así Andy llegó a un contrato tácito con su supervisor. En sus metas Andy
escribió: «Me encontraba allí para expandirme, y él para empujar, apoyar,
"acariciar y golpear", criticar, burlarse, implorar y hacer cualquier cosa que fuese
necesaria para ayudarme a hacer eso».
Una vez que la persona del vaso vacío fue descartada, Andy comenzó a
mostrarse como alguien sólido que se encontraba lejos de no saber. El había
dedicado varios años a convertirse en un terapeuta de familia estructural y estaba
muy familiarizado con conceptos estructurales. Estaba versado en las técnicas y
parecía que estaba haciendo todo lo que un terapeuta de familia estructural se
suponía que debía hacer. Por tanto, Salvador se encontró a sí mismo enfrentándose
a un interesante dilema en su supervisión: cómo transformar a un terapeuta de
familia estructural mecánico, que simplemente seguía mapas y señales de carretera,
en un terapeuta mas complejo que operara en niveles interpersonales más elevados.
Minuchin ha dicho a sus estudiantes: «De vez en cuando tengo una pe' sadilla. Y
la pesadilla es que gente que leyó mis primeros trabajos se con vierten en mis
estudiantes, y debo supervisarles. No puedo decirles que que están haciendo es
incorrecto, porque yo mismo escribí los libros-supervisar a personas como éstas es
como supervisarme a mí mismo ha veinte o treinta años». Cuando empezó a mirar
el trabajo de Andy, Ia P sadilla de Minuchin se volvió real, esta vez en la forma de
un estudia apuesto, de seis pies de alto, que era un devoto admirador de la vida y
trabajo de su profesor.
LLENANDO EL VASO VACÍO
241
Un caso que presentó Andy era el de una familia con un marido marroquí y una
esposa colombiana. Tenían dos hijos pequeños que no respondían a su disciplina.
Había un alto grado de conflicto entre el marido y la mujer. Andy describió cómo la
pareja podía cenar en el dormitorio mientras veían la televisión. La esposa pediría al
marido que le sirviera la cena y él se enojaría. Después, cuando le pediría a ella que
cambiara de canal, ella se negaría. El hombre era santurrón y reservado, mientras
que la esposa era explosiva. Cuanto más le rechazaba él, más atención le de-
mandaba ella. No había una acomodación mutua entre la pareja y los hijos
aprendieron a no escuchar a ninguno de ellos.
Andy estaba mostrando un fragmento en el cual la pareja mantenía una
discusión. Andy estaba desequilibrando la pareja, desafiando al esposo y apoyando
a la mujer.
En este punto, Minuchin paró la cinta y pidió a una estudiante mujer que se
hiciera cargo de la supervisión. La colega supervisora dijo a Andy: «Estabas
apoyando a la esposa, pero tu manera de hacerlo la rechazaba de forma muy similar
a como lo hace su marido». El resto de la clase también sintió que Andy había
luchado por la esposa en vez de ayudarle a luchar por sí misma. Un estudiante
sugirió que el bagaje cultural del esposo no permitiría el tipo de maniobra que Andy
estaba intentando introducir. El grupo concluyó que la sesión había victimizado a
una mujer ya victimizada.
Obviamente, a Andy se le hizo sentir incómodo con la retroalimenta-ción. Él
buscaba la reacción de Minuchin. Minuchin le ignoraba. Él estaba sentado,
cantando sotto voce: «La madre cambiará. La madre no cambiará». Finalmente
llamó la atención de Andy. Dijo que Andy se las había ingeniado para representar
un conflicto en la sesión, y mediante el apoyo a la esposa había incrementado la
intensidad de ese conflicto. Eso podría ser provechoso. «Pero cuando yo hago algo
como eso», continuó, «siempre me siento incómodo. Quiero llamar a la familia en
el transcurso de la semana, y decir "¿sucedió algo?". Este tipo de operación requiere
la habilidad del terapeuta para tolerar la incertidumbre. Y es porque Andy no Puede
tolerar la incertidumbre por lo que insistió en que el marido debela disculparse.»
Una y otra vez durante ese año, Minuchin implicó a Andy en un tango de
ambigüedad. Sus «caricias y golpes» llegaron algunas veces de forma Reparada. En
otras ocasiones, ocurrieron juntas. Lo extraño es que, en esa ePoca, un estudiante
sólo puede sentir el golpe.
Cuando estaba escribiendo este capítulo, le pregunté a Salvador por ^é trató tan
mal a Andy. Él dijo: «Quería a Andy. Era el típico terapeuta
242 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
familiar estructural. Si existiera una persona así, sería Andy. Él era bueno al unirse
a la familia y estructurar. Era encantador, y a la vez podía ser terapéuticamente
autoritario. Pero era excesivamente concreto. Demasiado bueno a la hora de seguir
mapas. Yo quería sacarle de esa seguridad, de forma que pudiera aprovechar otros
recursos y emplearse a sí mismo en un nivel más complejo. Para conseguir eso,
debía golpearle duro y crear una experiencia personal para él. Tenía que
experimentar la complejidad, palparla».
Yo quería decir: ¿por qué no decírselo simplemente, en vez de organizar una
representación tan grande cuando él todavía desconocía los cambios que tenías en
mente? Pero me abstuve de preguntarlo, ya que sabía que la respuesta de Minuchin
probablemente sería: «No sabía cuáles eran los cambios en ese momento, o cómo
lograrlos. Andy tenía que descubrirlo por sí mismo. Mi trabajo era sólo ponerle en
movimiento».
Supongo que el entrenamiento es a veces como la jardinería. Plantas las
semillas. Después puedes regarlas, pero ellas deben crecer por sí solas. En realidad
tú tienes muy poco control.
Andy escribió sobre esa ocasión:
quieres es que el padre sea competente y les eduque. Pero él no puede educar si es
incompetente, porque está muy enfadado por su indefensión, pe acuerdo, eso está
bien».
En el siguiente extracto del vídeo, Emilio estaba gritando a su padre por
llevarse sus cartas de béisbol.
ANDY: Emilio, tiempo fuera, centrémonos en lo que está ocurriendo.
EMILIO (pensando sólo en sus cartas): ¡Él las está estrujando!
ANDY: ¡Emilio! La última vez que estuviste aquí, hablamos sobre ver tu propia
parte en esto, y eso es lo que necesitamos entender.
EMILIO: YO tuve mi parte en eso. Pero papá tuvo más.
ANDY: ¿Cuál fue tu parte en eso?
EMILIO: YO seguí cuando él me pidió las cartas. Las estaba mirando cuando me
estaba hablando, no le estaba prestando atención.
ANDY: Entonces es muy importante que entiendas eso. Es parte de ello. Ahora
estás en lo cierto cuando dices que él tiene una parte en ello también. La otra
persona tiene una parte en ello. Estás completamente en lo cierto.
Minuchin paró la cinta. «Eso está muy bien, Andy. Pero, en esta situación, creo
que podías haber felicitado al padre. Haley siempre insiste en que, cuando tienes
éxito, la familia debería salir con la sensación de que ellos fueron los exitosos y que
tú no hiciste nada. Es muy injusto, porque quieres que sepan que hiciste el trabajo.
Haley dice que ellos no deberían pensar en absoluto en ti. Eso puede fomentar un
terapeuta deprimido.»
Andy continuó con otro fragmento:
PADRE: Acabas de tener una discusión con Andy, Emilio, y dijiste que lo
entendías. Así que saca esas cartas de nuevo, hagámoslo otra vez y veamos si en
realidad entendiste. Se ha convertido en una batalla de ti contra mí, y tú no vas a
ganar. No vas a ganar porque tienes diez años y yo soy tu padre; y no voy a dejarte
hacer cualquier cosa para que después puedas decir: «Papá, qué diablos dijiste». No
te voy a dejar ganar.
ANDY: Lo que estás diciendo es que te preocupas por estos chicos tanto que
tendrás que disgustarles a veces.
PADRE: SÍ, eso es. Incluso pueden pensar: «Mi padre nos trata mal».
Minuchin paró el vídeo. «Aquí Andy está dando un giro positivo que no es en
absoluto necesario. Porque lo que el padre está diciendo a su hijo es: maldita sea,
en cuestiones de operaciones de poder, ganaré. Y eso está bien. Andy es un alma
amable que ama a los niños, así que dice al padre: •° que en realidad quieres decir
es que le quieres. Lo que en realidad el padre dice es: en una cuestión de poder yo
debo ganar, así que para. Andy mtenta hacerle razonar, cuando él está diciendo:
que yo tengo la autoridad, soy más grande que tú, como más, tengo más músculos,
y te azotaré en el trasero. El padre está disfrutando de una nueva sensación de capa-
cidad, y Andy modula el cambio justo cuando éste está comenzando.» solvió a
poner en marcha la cinta.
246 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
PADRE: NO soy tu amigo, soy tu padre.
ANDY: Ya ves, Tbm, creo que ésa es una parte importante de ser padre que tú
conoces mejor que yo, porque yo no soy padre. Tienes que ayudar a los chicos a
aprender a ser responsables de sí mismos, incluso sí no le s gusta. Yo creo que estás
deseando ayudarles de esa manera. Van a hacerse adultos.
PADRE: Sobre todas esas cosas que dices yo tengo, mis buenas cualidades, mis
fuerzas, mi amor; ellos ya saben que tengo eso. Pero otro lado de la moneda es que
eso demanda carácter, exige aguante por su parte y por la mía.
Parando una vez más el vídeo, Minuchin comentó: «Este hombre está tan
inseguro sobre cómo ser padre que necesita explicarlo. Andy tiene una
aproximación similar como terapeuta. Necesita explicar: estoy haciendo terapia. Él
no puede decir: ¡eso es magnífico! Dice: eso es magnífico porque... No puede
resistirse a dar una explicación a todo.
»En realidad, ésta es una sesión muy buena. Tus sesiones ahora son parte de
una terapia donde la gente está cambiando. Pero sería mucho más fácil si
aprendieses a incrementar la intensidad y reducir tu tendencia a enseñar y
predicar».
En este punto del proceso de supervisión me sentía cómodo con el cambio
de Andy. Sabía que estaba viendo a la familia de una manera compleja.
Estableció metas terapéuticas y se introdujo en el sistema con una sensación de
participar en el proceso. Cuando hice un comentario, tenía la sensación de
participar en un diálogo de colegiales. El efecto de nuestra cambiada relación
fue vigorizante.
JERARQUÍA Y CRIANZA
ANDY: ¿Qué haces como padre para ayudarle en esos momentos en que él está
actuando como un niño de tres años?
EMILIO (quejándose): ¡Vamos!
PADRE: Ése es mi reto. Sé que Emilio tiene un problema. ¿Pero cuál es su
problema? ¿Teme algo, porque no hace sus tareas para casa, o está l u' chando contra
un fantasma invisible dentro de él? Vamos, Emilio, ¿p° r qué no puedes hacer tus
deberes? ¿Cuál es el fantasma, Emilio? ¿Cuál es el temor?
LLENANDO EL VASO VACÍO 247
MINUCHIN: ¿Has visto alguna vez el despacho de Cari Whitaker, Andy? Estaba
lleno de juguetes. ¿Usas juguetes?
ANDY: Una vez me pasé casi toda la sesión jugando a los dados con una madre
y sus hijos.
MINUCHIN: Siéntate en el suelo mientras hablas.
ANDY (quejándose): Me divertí tanto que no creí que debiera cobrarles.
MINUCHIN: NO, ése es tu error. Estabas haciendo terapia.
ANDY: Esta vez, cuando el padre estaba siendo crítico con Emilio de nuevo,
pensé en Cari Whitaker y su obra paralela. Así que exageré la idea de castigar a
Emilio y metí humor en ello. Le dije a la familia: «¿Por qué no golpeamos a
Emilio?». Me levanté de mi silla y juguetonamente le di una paliza, y se rió.
Entonces saqué las batakas: ¿conoces esos bates muy almohadillados enormes? Tu
puedes golpear mucho a la gente con ellos y no hacerles ni una pizca de daño. Así
que dije: «¡Peguemos todos a Emilio!». Y todos comenzamos a atizarle, y él se
estaba riendo. Entonces le tiré una bataka y dije: «¡Defiéndete!». ¡Rompí la inercia!
¡Y no había ninguna finalidad en ello! Ya sabes, mi tendencia es querer enseñar
algo y hacer aceptar una opinión.
MINUCHIN (obviamente complacido): Éste no es el estilo de Andy. Es una
interrupción de la lógica para crear una emoción. Él está manejándose con una
libertad de intervención que es absolutamente nueva. Andy, tú has visto más vídeos
que ninguna persona que yo conozca. Esta vez finalmente pusiste en práctica lo que
sabes.
ANDY: ¡Sí! Yo estaba yendo por mi ruta habitual de «a» a «b» de «b» a «c» y
de «c» a «d». Yo tenía mi ruta habitual, pero me sentí más libre para hacer algo
más y ver qué pasaba.
MINUCHIN: Para hacer eso, necesitas tener la confianza de que puedes seguir el
proceso. Debes saber que puedes controlarlo en cualquier punto, dondequiera que
vaya.
ANDY (avanzando rápidamente el vídeo): Aquí ahí otro fragmento que quería
mostrarte. El padre está en la Pequeña Liga, así que utilicé una metáfora de béisbol,
y con este asunto ellos se apiñaron. Les hice construir una escultura familiar. Yo no
había leído demasiado sobre ello, así que no se cómo se hace formalmente, pero de
nuevo quería salirme del camino normal, al que ellos habían regresado de nuevo.
Entonces ésa fue otra intervención que era no verbal, discontinua. Entonces al final
de la sesión ellos finalmente hablaron entre sí. Vi que el padre podía escuchar y que
el hijo no era irrespetuoso, y creí que éste era un buen final.
PADRE (frustrado): Yo intenté decírselo. Pero él no quería escuchar.
ANDY: ¿Por qué está ocurriendo esto? (El padre y el hijo comienzan a discutir.)
Paren la conversación. ¿Ven lo que está sucediendo aquí? Yo quiero que ustedes
hagan una escultura sobre la familia. Sin palabras. Cuando digo hacer una
escultura, se ponen en una posición que demuestra lo que está ocurriendo.
El padre hizo la primera escultura. Colocó las manos de Emilio contra sí mismo
y puso los brazos alrededor de Michael. Después colocó a Emilio en el suelo.
Emilio puso sus pies contra su padre mientras que éste y Michael señalaban de
manera acusadora a Emilio.
250 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
Después Andy ordenó a Emilio que hiciera una escultura. Emilio pj. dio
a Michael que se sentara. Después él puso su mano arriba contra su padre y
la mano del padre arriba contra él, de una manera oposicional.
Andy comentó la similaridad entre las esculturas del padre y de Emilio;
estaban de acuerdo en lo que estaba sucediendo. Después invitó a Michael a
hacer una escultura. Michael pidió al padre y a Emilio que se agarraran las
manos y se empujaran el uno al otro. Él después retrocedió y con una
expresión divertida comentó: «Sí, eso es lo que veo que está sucediendo».
Andy paró la cinta.
EPÍLOGO
El actual Dalai Lama dijo algo que me recordó la enseñanza de Mi n chin.
Era algo así como: yo no te he dicho nada que tú no supieras, y te he
quitado nada que poseyeras. Él también habló sobre las dos pra c
LLENANDO EL VASO VACÍO 251
cas del budismo. El nivel más bajo de práctica es para la persona que necesita
reglas y señales para seguir el camino, mientras que el nivel superior es para gente
que puede ir más allá de todas las restricciones, alcanzando finalmente la libertad
de ser.
Andy escribió en su borrador de este capítulo:
Al mirar atrás, veo este logro como una interacción compleja entre mi de-
seo y mi dedicación, el proceso grupal con colegas de apoyo; v el contacto con
un profesor único y poderoso que vive sus creencias en términos de afirmar la
capacidad de sus estudiantes en un nivel profundo.
La paradoja del vaso vacío es mucho más intrincada que lo que ini-cialmente
entendí; cuando Andy se describió a sí mismo como tal quizás no era tanto una
degradación como una llamada para que un profesor especial le iluminara. Cuando
Minuchin rechazó la afirmación de Andy en la primera sesión estaba, de hecho,
comprometiéndole como un compañero, embarcándole en un viaje desafiante.
Al final del año de entrenamiento, le pedí a Andy que resumiera su experiencia
con Minuchin en una sola frase. Él respondió: «¡Soy muy afortunado!». Lo tomé
como una manera humilde de expresar su gratitud pero no estaba de acuerdo en que
la suerte hubiera tenido mucho que ver con ello. Mientras seguía la epopeya de
Andy hasta su última sesión con u ui f escnbir este capítulo, quedé impresionada de
nuevo por la intachable forma de relación estudiante/profesor en la cual la
persecución del conocimiento era, en su transacción, trasparente como el cristal.
Esta elegancia simple renovaba en mí el deseo por aprender.
Tras observar la forma de supervisar de Minuchin durante cinco años veo que
los estudiantes organizan sus propios trayectos incluso aunque' viajen con el mismo
profesor. Comienzan juntos, pero pronto muestran sus diferentes cualidades y
maneras de proceder. Algunos van muy lejos pero otros parecen estancarse en algún
punto y no pueden liberarse completamente. Uno podría decir que Andy se estancó
durante su primera lección. Mientras observaba, estaba preocupada por él y me
preguntaba si podría seguir el curso. Como sus compañeros estudiantes, quizás no
tenia tanta fe en él como la tuvo su profesor. Proyecté en él mucha de mi propia
ansiedad y resentimiento al encontrarse en una posición de ser cri-
í-kad JYI u°r '° tant° fallé en entender que un estudiante como Andy está libre del bagaje
emocional que cargamos muchos de nosotros, estudiantes; adu tos. Fue capaz de
poner su confianza en un supervisor cuya visión sobre él se verificaría.
El mismo Andy ofreció esta graciosa explicación: «Si tú estás cerrado a tu ego
y el profesor alcanza a abrirlo, será muy doloroso. Pero si estás abierto, entonces
será una bienaventuranza». Desde ese punto de vista, el vaso vacío ciertamente
contiene un espacio abierto para aprender a ocuparlo.
Un vaso es también un bote; después de que ha sido cargado, parte, ^ndy murió
repentinamente de un ataque al corazón, poco tiempo des-
252 HISTORIAS DE SUPERVISIÓN
pues de que hubiera completado su entrenamiento. El profesor, así como los
compañeros estudiantes, lloramos su pérdida.
Mientras exalto mi imagen de Andy, me pregunto sobre las otras pi e. zas
perdidas de su historia que pueden haber escapado a mi percepción. ¿Es ésta
la verdadera historia de Andy, o me estoy imaginando que aquí estuvo
alguien libre de las limitaciones y confusiones en la persecución del
conocimiento y la sabiduría? ¿Podría existir alguien mucho más puro de lo
que podíamos ser? ¿O es simplemente una ilusión de aquellos que anhelan
la existencia de un estudiante perfecto? Nunca podemos estar seguros. Pero,
¿quién necesita una respuesta absoluta, mientras estemos tocados y
enriquecidos por el espíritu de su búsqueda?
EPÍLOGO
Salvador Minuchin
Así que aquí tenemos las historias y los narradores. Son, por encima de
todo, humanos; todos hablan el mismo lenguaje, comparten las mismas
limitaciones culturales, incluso es posible que tengan sueños similares. Pero
los narradores son distintos entre sí, y proclaman su unicidad. Si atendemos
cuidadosamente, podemos escuchar dialectos regionales, frases ideológicas,
música klezmer, tramas de Tennessee Williams. Y cada uno carga con un
sistema de creencias personal que ha moldeado la esencia de sus terapias.
Las historias de Margaret Meskill y David Greenan pertenecen a la
Norteamérica moderna. Tratan sobre la confusión y los derechos del género.
Son portavoces de grupos más extensos. Margaret habla sobre el in-
voluntario y estereotipado rechazo a los hombres que acompaña al ree-
quilibrio feminista de la injusticia. David, que se ve a sí mismo como un
abanderado, ofrece una historia aleccionadora sobre las anteojeras de la
proximidad.
Podemos ver al padre de Israela Meyerstein, encaramado en el tejado
verde de una pintura de Chagall, leyendo sus poemas, y la dificultad de Is-
raela a la hora de equilibrar su herencia estética con su necesidad de cer -
teza.
Hannah Levin viene de un mundo responsable y en vías de extinción
que soñaba con la justicia social. Su narración habla de las necesidades no
satisfechas de la gente, y de las pasiones y limitaciones del esfuerzo
personal en el mundo del cuidado organizado.
Gil Tunnell trae la perfección, sin la fragancia, de las magnolias. Un
mundo donde el conflicto está sumergido en la forma, donde las apariencias
son elegantes, las confusiones quedan pospuestas y donde uno se refrena al
gritar y habla suavemente.
Las historias de Adam Price están escritas sobre el papel satinado de •a
clase media exitosa, donde nada es correcto o incorrecto, puesto que el
dolor ha sido reprimido. A partir de este mundo de verdades examinadas,
Adam se encuentra con la ira de los Jackson que emplean las palabras no
Para explicarse, sino para explotar.
Siendo niña, a Dorothy Leicht se le asignó un trabajo de cuidadora y
c
omenzó a recabar detalles. Como responsable de mantener los nubarro-
254 EL ARTE DE LA TERAPIA FAMILIAR
nes lejos del hogar, desarrolló un gran número de soluciones que la dejaron
excesivamente cerca de lo inmediato como para ver el horizonte.
Wai-Yung, al igual que Harold con su lápiz morado, construyó su mundo
mientras caminaba; las realidades y los sueños se entremezclan, las oraciones y los
párrafos han sido desterrados y la sombra de Buda sonríe.
La historia de Andy Schauer es la más «norteamericana». Tenía la creencia
optimista de que los logros venían del esfuerzo acumulado. En este mundo no había
espacio para las dudas, excepto, quizás, sobre sí mismo.
Eran un extracto del privilegiado mundo de los terapeutas. Estábamos de
acuerdo en que sus voces eran excesivamente convincentes, y que necesitaban
escuchar y reconocer sus pensamientos tangenciales. Sus capítulos documentan sus
trayectos de transformación, y la lucha que acompaña a la expansión del terapeuta.