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Celebrar los sacramentos en tiempo de coronavirus

Por Pbro. Lic. Germán Pickelny


31 de marzo de 2020

1. “Señor Dios nuestro, que renuevas el mundo por medio de tus sacramentos, concede a tu Iglesia la ayuda de los
auxilios de tu gracia y no la prives de lo que necesita cada día”. Esta oración colecta, del lunes cuarto de cuaresma,
que hemos rezado hace apenas unos días, me inspira y me impulsa a realizar una reflexión sencilla en relación a la
cuestión pastoral sobre la vida sacramental y la situación actual, que impide una “celebración normal” de la misma.

2. Bella y poéticamente comienza el concilio de Trento su decreto sobre los sacramentos: “ha parecido oportuno
tratar de los sacramentos santísimos de la Iglesia, por los que toda verdadera justicia (o sea: justificación, gracia) o
empieza, o empezada se aumenta o perdida se repara” (sesión VII, 3 de marzo de 1547, cf. DS 1600). Si con la fe de
la Iglesia, creemos que toda verdadera gracia empieza, se aumenta o se repara a través de los sacramentos , no
podemos afirmar que Dios dé su gracia de forma extra-sacramental; ni que porque ahora no podemos “recibir” los
sacramentos, no “tenemos su gracia”.

3. La existencia de los siete sacramentos de la Iglesia, son una muestra de la ternura de Dios que, respetando las
leyes de nuestra humanidad, quiere que recibamos lo más sagrado y divino, de una forma cercana, con un lenguaje
humano, con una experiencia sensible. Los siete sacramentos nos señalan que estamos insertos en una “economía
sacramental”, es decir, que Dios nunca se da de forma inmediata sino que lo hace a través de realidades creadas
(signos, gestos, palabras) por las que nos hace experimentar su presencia y su amor. De hecho, la gracia no es algo
distinto del mismo Dios-para-nosotros, Dios-en-relación-a-nosotros. Por esa economía sacramental, los sacramentos
son el medio ordinario para entrar en relación con Dios (lo que comúnmente llamamos “recibir la gracia”). Pero si
miramos atentamente descubrimos cómo cada celebración sacramental está tejida con hilos muy humanos que en
un contexto eclesial de fe se potencian y dejan traslucir con gran claridad la realidad de Dios. Por unos momentos, lo
que apenas intuimos como experiencia de Dios se concentra con la fuerza del Espíritu que “viene de lo alto” (Jn
3,31), pero también que “viene de lo bajo”, plenificando lo que este signo, gesto o palabra es humanamente para
nosotros. El amor de una madre que pone sus manos sobre la frente de su hijo con fiebre, también está presente en
las manos que impone el sacerdote al enfermo, al celebrar la unción.

4. Los sacramentos no son sólo su celebración. Hay un proceso sacramental que antecede la liturgia que se celebra
(pensemos en los expedientes matrimoniales o en el catecumenado de la iniciación cristiana) y con la tradición de la
Iglesia podemos afirmar que la “gracia sacramental” ya está actuando en el hombre o la mujer que se acercan al rito,
aunque todavía no hayan sido “tocados” por él. Lo mismo podemos decir de las consecuencias de la liturgia que
celebramos habitualmente en nuestros templos: la “gracia” no queda encerrada entre cuatro paredes o se difumina
una vez terminado el “acto de culto”. Comienza una etapa nueva en la experiencia de fe del cristiano, una dimensión
sacramental existencial o histórica: el sacramento sigue actuando en nuestra vida cotidiana, y con él esta nueva y
profunda relación con Dios que se nos da allí –la “gracia”-. Quizás podemos asociar a este aspecto existencial la
tradicional doctrina del carácter, pero no sólo. Todos los sacramentos están llamados a desplegar su fuerza, su
potencia, su gracia, a lo largo del tiempo de nuestra vida. A veces, lamentablemente, vivimos de forma separada o
aislada la experiencia sacramental de la fe (que asociamos sólo con la liturgia) y la experiencia vital, misionera o ética
de la vida cristiana. Ambas constituyen una única fe cristiana.

5. Finalmente, entonces, podemos preguntarnos cómo se celebran en este tiempo los sacramentos. Sin duda que la
dimensión litúrgica se ve mutilada: no podemos reunirnos en nuestros templos, ni alrededor del altar. La oferta de
celebraciones eucarísticas on-line se ha multiplicado de forma generosa, gracias a la creatividad y al celo pastoral de
nuestros sacerdotes, y a las posibilidades que nos da la tecnología de hoy. Sin embargo, ésta es sólo una posibilidad
entre otras y requiere de una conciencia fundamental: no soy espectador de un evento mediático, sino participante
activo de él (de hecho, la Santa Sede ha advertido que las celebraciones de Semana Santa sólo se transmitan en vivo
y no en diferido). La participación por el canto, los silencios, las respuestas y aclamaciones, la escucha atenta, la
disposición del lugar desde el cual voy a participar en esta celebración, la preparación de mí mismo (desde la
vestimenta y la compostura), debieran dar cuenta de ello “como si” estuviera físicamente en ese lugar. En este
contexto tiene un gran sentido la llamada “comunión espiritual”, por la cual pido a Dios, por el sacramento
celebrado, renovar y profundizar mi relación personal y eclesial con Él. Más allá de algunas fórmulas preestablecidas,
que pueden variar, lo importante es mi deseo de recibir la eucaristía, y con ella mi comunión con Cristo y la Iglesia.

6. Una segunda posibilidad de “celebrar los sacramentos” es la de poder realizar liturgias domésticas, junto a los
demás miembros de la familia que quieran sumarse. En este caso, como en el anterior -y siempre-, hay que partir de
la conciencia –ahora quizás más visibilizada- que somos partícipes activos de una celebración que, por nuestro
bautismo (y confirmación), podemos realizar “con abundante fruto espiritual”. Es entonces nuestra condición de ser
sacramentos vivientes y sacerdotes de un pueblo sacerdotal, la que nos permite rezar en comunidad, guiar un
encuentro celebrativo, elevar a Dios nuestras plegarias y hacerlo presente en nuestros hogares. En este caso, la
recomendación es “preparar” el lugar y el momento para que podamos percibir cómo, a través de nuestra oración
como Iglesia, el Señor nos habla y se nos comunica. La presencia eucarística no es la única presencia real del Señor,
aunque sí sea la más grandiosa y excelente. Hoy más que nunca resuena la promesa de Jesús: “si dos o tres se
reúnen en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Aunque nos falte un “ritual” que seguir, podemos
encender una vela junto a una imagen de Jesús y de la Virgen, cantar juntos, pedir perdón, escuchar la Palabra,
hacerla resonar y comentarla juntos, renovar la fe con el Credo, suplicar espontáneamente por tantas necesidades,
levantar nuestra vos filial con el Padrenuestro, invocar a la Virgen con la oración que nos guste.

7. Una tercera posibilidad, complementaria de las dos anteriores y no menor en su exigencia, es la de vivir con
mayor conciencia nuestra existencia como verdaderamente sacramental. Y descubrir que tanto unos para con otros,
somos sacramentos de la presencia, de la acción y del amor de Dios entre nosotros. Es cierto que, a veces, no
percibimos con mucha intensidad esa presencia, pero su eficacia probablemente se hará más patente en situaciones
determinadas. ¿O no reconocemos a Dios en el hermano que tiene un gesto de amor, que nos perdona, que nos
anima y consuela? En estos días de encierro, en los que se intensifica la convivencia, nos hacemos ciertamente
mucho más sensibles a los gestos y acciones de los que nos rodean. Se agrandan los problemas, las incertidumbres,
las soledades. Es tiempo en el que somos puestos a prueba en la paciencia y en la capacidad de estar atentos al otro.
Tenemos, como nunca, la posibilidad de amar con gran cercanía física a los que comparten en estos días el techo con
nosotros y de amar con gran cercanía espiritual y virtual a prójimos que más de una vez hemos invisibilizado u
olvidado por la rutina diaria. Varios hay, también, que –en la medida que pueden- ayudan al vecino o familiar
anciano a que no les falte lo esencial para vivir con esperanza. Todo gesto de amor, dado con generosidad o recibido
con humildad, mana de la fuente sacramental que se ha abierto en nuestro corazón desde el día que fuimos
sumergidos en el agua del bautismo, ungidos con el crisma de la salvación y alimentados con el Pan de la eucaristía.

8. No es tiempo de lamentarse de no “tener los sacramentos”. Los tenemos, aunque no plenamente o como
quisiéramos. El Señor sigue renovando el mundo por medio de ellos; lo hace de una forma más velada que
habitualmente. Pero algo nuevo está germinando… es la Pascua que nos preparamos a celebrar, por la cual “lo
abatido por el pecado se restablece, lo viejo se renueva, y la creación se restaura plenamente por Cristo de quien
todo procede” (cf. primera oración de la Vigilia Pascual a la séptima lectura).

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