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La evaluación como aprendizaje.

Esta conferencia muestra realmente que la evaluación sigue siendo un paradigma educativo, un
proceso que representa todo un reto para el docente, una tarea compleja, pero a la vez
enriquecedora para toda la comunidad escolar. Considerando los puntos clave de “la evaluación
como aprendizaje”, como tal la evaluación es más que un fenómeno indicativo de resultados, es
sobre todo un instrumento de mejora, porque una de las finalidades que ha de perseguir la
evaluación, es el aprendizaje de todos los miembros involucrados (docentes, estudiantes, padres de
familia) para crear las condiciones hacia una nueva cultura que propicie una enseña significativa y
para la vida; parte esencial de esto es dar la importancia que merece a la evaluación, como un
proceso evolutivo en la construcción del aprendizaje, dándole una dinámica más diversificada, pero a
la vez focalizada en las dimensiones que conforman “el todo” de cada estudiante. Un precepto
fundamental como docente es promover una evaluación integral que no se refiera únicamente a los
contenidos “cognitivos” sino que tenga en cuenta todas las dimensiones del ser humano, sin generar
comparaciones injustas, clasificaciones insensatas, descalificaciones agraviantes o exclusiones
perversas. El autor nos propone comprender la evaluación como un fenómeno ético, encaminada a
la flexibilidad, donde consideremos que cada alumno tiene una necesidad específica, una forma de
aprender y comprender; como docente no debemos escolarizar, sino de proporcionar herramientas
para que cada alumno alcance su éxito en la escuela. Los docentes tenemos la oportunidad de
ayudar a crecer, partiendo de las individualidades de los alumnos, considerando todas sus esferas
(social, cultural, familiar, educativa) pero también su capacidad como una persona reflexiva, analítica
y critica, que es capaz de alcanzar objetivos dentro de sus propios esquemas, de acuerdo a su estilo
de aprendizaje.
Un docente no debe ser una montaña que aplasta sino un estímulo para ayudar a crecer, evitar el
radicalismo y no etiquetar injustamente a los alumnos, menos condenarlos porque no pueden
aprender al mismo modo y tiempo.
Enseñanza y evaluación son dos caras de una misma moneda, en las que el docente debe enseñar
considerando todas sus concepciones y principios, actitudes sobre su enseñanza… un estudiante no
es un recipiente el cual debe llenarse de conocimientos y medir su capacidad de aprender conforme
a “cuanto recibió”. La finalidad del docente que enseña a aprender, es ayudar al estudiante a
descubrir sus habilidades, deseos, actitudes, fortalezas y saber que cada uno es una persona con un
talento único para generar la confianza de emplear su potencial para encontrar “manantiales de
agua”, es decir, un aprendizaje significativo. Un aprendizaje para la vida lleva de la mano una
evaluación como medio y no como fin, para entender que “éxito” no es saber más sino aprender a
aplicar lo que se aprende, y el docente debe generar las condiciones para que esta acción se dé
naturalmente en el aula, usando tareas alejadas a la memorización y mecanización para promover el
pensamiento crítico a través de la comprensión, análisis, investigación, invención y creación.
No debemos apagar ese deseo de aprender, que todo niño posee, sino canalizar esas ganas hacia
la construcción de su éxito, promoverlos a crear una mejor versión de ellos mismos en la realidad
adversa que pudieran enfrentar movilizando saberes para resolver situaciones y tomar decisiones.
La perspectiva que nos plantea la conferencia es interesante y apegada a la realidad que se vive en
el día a día dentro de las escuelas. Estoy de acuerdo con la postura del Dr. Santos Guerra en tanto
que su posicionamiento es situar a la evaluación como un acto que tiene que ver con la apertura,
humildad y responsabilidad. Invita al docente a vivir con pasión su profesión, que es el principal
principio del actuar y con ello llevar a mejorar su práctica, orientando la evaluación como un
aprendizaje simultaneo al alumno y al propio docente. Compleja y enriquecedoramente se tiene la
noble tarea de estar interactuando con seres humanos llenos de sueños, deseos, objetivos, anhelos
y la práctica consiste en ayudar a crecer, no a frenar y desalentar a esos seres.
La vocación es fundamental, lo cual se plantea en el transcurso de toda la conferencia. Un docente
consciente de su labor, con amor y pasión a la enseñanza, da lo mejor de sí por impulsar el
aprendizaje de sus estudiantes. La transformación de la práctica es algo que se debe valorar para
crecer profesionalmente, adquiriendo más herramientas que mejoren nuestra manera de enseñar,
porque esta misma determina nuestra manera de evaluar y de manera inevitable, nuestra manera de
evaluar condiciona la manera de aprender de nuestros alumnos, es por ende que los alumnos deben
estar en el centro del proceso no olvidar que sus necesidades, intereses, inquietudes y expectativas
deben guiar el proceso de enseñanza. Si evaluamos a los alumnos inexorablemente, estamos
condicionando a cuantificar, ejerciendo poder y limitando el proceso de enseñanza-aprendizaje a la
competitividad extrema para ver únicamente que alumno es el mejor y cual es un “caso perdido” en
la escuela.
El ambiente que rodea a la evaluación puede estar lleno de patologías que afectan su finalidad,
dadas por varias condiciones, una de ellas abarca los escenarios que prevalecen en el contexto
sociocultural, resultando contradictorio para el docente enfrentar ciertas exigencias versus el ideal de
la evaluación, pues desafiamos un entorno que exige individuos encaminados al individualismo y en
los planes de estudio, una dinámica de aprendizaje colaborativo, así de contradictorio es el
precedente de generar la evaluación hacia el desempeño, porque por un lado exigen cantidad y
como docente convencido con el mejoramiento del aprendizaje sabemos que la calidad es más
importante y enfocamos la evaluación considerando todo el contexto del estudiante para maximizar
su progreso. Por otro lado, hay estigmas como la negatividad, las exigencias de las autoridades, etc.
Pero lejos de acreditar a un alumno debemos llevar a la reflexión, dejar de calificar para dialogar y
retroalimentar su proceso, enfocar estrategias que los ayuden a superar esos obstáculos. Dejar de
concentrar la atención en atemorizar la evaluación centrando la atención en los defectos, hay que
resaltar las cualidades que hacen único a cada estudiante.
Sí se puede aplicar la propuesta, porque la evaluación debe ser vista como medio y no como un fin,
para tratar de dignificar la profesión docente y crear condiciones para desarrollar la enseñanza
significativa, donde el docente indague, explore y razone sobre su propia practica para ser capaz de
creer en que se puede cambiar lo que está mal, perfeccionar estrategias e innovar para que mis
estudiantes tengan condiciones de aprendizaje flexibles, integrales, sistemáticas y continuas.
Hay que tener consciencia del acto de evaluar, creer que podemos mejorar para poder hacerlo
posible; analizando nuestras propias concepciones, las actitudes y aptitudes. Es complejo, pero no
imposible, hay que dejar de lados prejuicios como el pesimismo y el negativismo que son los
principales enemigos de la educación. El docente como evaluador, no escolariza, conduce hacia la
educabilidad dejando de pensar que el estudiante es incompetente, que no puede aprender. Se trata
de buscar las formas (métodos, técnicas, estrategias) para ayudarlo a mejorar, sin culpar al
estudiante por fallar, porque somos responsables de encaminar y guiar sus acciones para que
alcancen sus metas, esa es nuestra función y en eso radica su propuesta… La cual, si es posible
aplicarla en la medida de “pequeñas grandes acciones”, pensando en que cada estudiante está en
nuestras manos como la mariposa azul… tenemos dos opciones: aplastarla o impulsarla a volar,
“Todo está en nuestras manos” … Y realmente es verdad, todo comienza en nuestra aula, ahí cada
quien tiene la libertad de innovar a pesar de que otros colegas o directivos no deseen hacerlo o bien
nos pongan obstáculos para hacerlo. Cada uno decide su método de enseñanza y por ende para
evaluar, con el único objetivo de “ayudar a volar” a nuestros estudiantes. Lo que nos debe mover
como profesores es la conversión hacia un líder positivo, ser felices enseñando, transmitir ese
entusiasmo a pesar de la adversidad en el entorno escolar, regalar emociones a los estudiantes, no
dejarlos solos, alentarlos y saber que lejos de enseñar, hay una persona que cree en ellos, que no
solo podemos trasmitirles conocimientos, sino también valores y emociones.
“Una escuela centrada en el individuo tendría que ser rica en la evaluación de las capacidades y de las
tendencias individuales. Intentaría asociar individuos, no solo con áreas curriculares, sino también con formas
particulares de impartir esas materias” Howard Wagner… El docente debe innovar su forma de enseñar,
hacer que el alumno disfrute su asignatura, ser un mentor que potencializa talentos, tener la actitud
de querer mejorar la evaluación continuamente, saber qué si se puede, porque se poseen los
saberes y que se tiene lo necesario para hacerlo , siendo esta tarea importante, porque el cómo
evaluamos condiciona la calidad y la durabilidad de los aprendizajes.
La evaluación es importante porque, bien hecha, es un proceso que pone en cuestión todas nuestras
concepciones sobre la enseñanza y la educación.
El proceso de enseñanza-aprendizaje se conduce por medio de un barco, ese barco parte de un
puerto seguro: las metas y objetivos “reales” que he planteado para mis alumnos desde su contexto
social y escolar, conociendo que mis estudiantes no son iguales, que cada uno presenta cualidades
y debilidades, pero que parte de mi función es exaltar esas cualidades para lograr que enfrenten,
seguros y optimistas su proceso de aprendizaje, porque el mar va a ser adverso e impredecible, a
veces en calma y otras en tempestad, sin embargo, un buen timón (la ética docente, la mediación,
las competencias, las estrategias, la metodología, la pedagogía diferenciada…) y un barquero
seguro, flexible e innovador (el docente) ese barco se mantendrá en rumbo firme y seguro,
salvaguardando a sus tripulantes con éxito; navegando juntos, enfrentando complejidades a través
de búsqueda de soluciones y todo este proceso va a ser posible usando conocimientos y “aplicando
lo aprendido”, dando apoyo y motivación a los navegantes para volver al puerto con el triunfo de sus
logros, medidos por la evaluación, es decir, por el proceso de evaluar.

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