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Los actuales desafíos de la sociedad mundial y local, me llevan a querer proponer en estas
sencillas líneas, algunas propuestas que podrían caber en el pensar y actuar de la Iglesia y
que pueden ser de mucha utilidad para avanzar en los procesos evangelizadores y de
misión en la labor pastoral que muchos realizamos y pueda dar más y mejores frutos de
santidad y apostolado.
¿Cómo llevar a cabo el ideal de ver una iglesia más configurada en los valores y principios
del evangelio y con su maestro que por medio del Espíritu Santo la guía y acompaña?
La respuesta está en el mismo Evangelio: “sed santos como vuestro Padre celestial es
santo” (Mt 5, 48). La santidad, es el único camino seguro que puede llevar a la iglesia al
cambio y a la transformación, frente a los múltiple desafíos que se le presentan y que le
exigen en pleno siglo XXI, nuevas propuestas evangelizadoras y un nuevo ardor misionero.
Por ello, atendiendo al mandato misionero de Jesús, todos los bautizados estamos llamados
a anunciar por todo el mundo la buena nueva del evangelio de manera que cada día
aumente el número de discípulos y de nuevos bautizados en el nombre de la trinidad.
Para poder cumplir con este mandato misionero, es necesario que dispongamos nuestro
espíritu y todo nuestro ser de cristianos al encuentro con los demás en una perspectiva de
comunicación de las gracias recibidas en el bautismo. Es necesario que dejemos nuestras
seguridades, así como Abraham dejo su tierra y su parentela para ir al encuentro con la
misión que Dios le encomendó. Moisés a pesar de su discapacidad en el habla, Dios lo
llamó a salir al encuentro de sus hermanos y a comunicarles la libertad y la esperanza de
una vida mejor. Jeremías a pesar de ser aún un niño, Dios le encomendó la misión de
anunciar la conversión de Jerusalén, y así muchos fueron tomados por Dios para anunciar
su reino entre los hombres. Ahora a nosotros nos corresponde como iglesia ser los
misioneros del presente y del mañana; anunciar a Cristo con nuestras vidas y con nuestra
palabra, con alegría contagiante.
La iglesia necesita comunicar a cristo con alegría renovada, ese es tal vez el mayor desafío
de este siglo donde se ha perdido la alegría de salir al encuentro con el resucitado presente
en el hermano que sufre, que es rechazado y marginado, en el pobre, en el triste, en el
pecador que a ejemplo del hijo pródigo, necesita de la comprensión y de unos brazos
abiertos y dispuestos al perdón. Comunicar a Jesús a todos: niños y ancianos, a jóvenes y
adultos; en el templo y en los barrios y sectores, en el pueblo y en las veredas, en cada
espacio y lugar, sin temor es el constante reto de toda la iglesia y por ende de todo
bautizado.
Para que la acción de la iglesia sea fructífera ante los múltiples desafíos que le presenta el
mundo actual en su misión evangelizadora, es necesario además del proceso de conversión
desde su razón de ser, volver la mirada hacia el laicado, muchas veces olvidado y
menospreciado, apabullado por un clericalismo egoísta que no valora y promociona tantas
vocaciones al apostolado y a la santidad y que surgen en las diversas comunidades
eclesiales como lo son las parroquias. El laico es la mayor fuerza dinamizadora de los
procesos pastorales, evangelizadores y misioneros de la iglesia; es el motor que impulsa
gracias a la acción del Espíritu Santo el mensaje evangélico de cristo a través de su misión
como bautizado. Por eso un proceso misionero sin la participación de los laicos, formados,
animados y promovidos, no podrá responder de manera efectiva a los desafíos de la
evangelización.
Es fundamental por ende que la iglesia se transforme no solo desde su interior, que sería lo
primero, romper con los viejos esquemas, los procesos rutinarios, las ambiguas tradiciones
y hasta los “caprichos” jerárquicos, sino también desde sus estructuras pastorales. Es
necesario que estas se vuelvan más misioneras, más abiertas a las gentes, a las comunidades
alejadas y no solo a las del entorno parroquial, ir como lo expresa el Papa Francisco en esta
maravillosa exhortación apostólica: “ir a las periferias”, donde cristo es poco conocido,
porque no hay presencia de la iglesia, donde el sacerdote solo va a presidir los bautismos o
primeras comuniones y no más; comunidades marginadas del evangelio y poco atendidas
en la caridad.
Todas las estructuras parroquiales deben ser ante todo, misioneras del evangelio, por tanto
estas deben recibir la atención solícita de los párrocos para que reciban así como los
discípulos, la formación de su maestro y posterior envío al encuentro de sus hermanos, para
comunicarles la gracia y el poder del evangelio recibido.
La iglesia también necesita transformarse en sus métodos evangelizadores, toda vez que
tenemos enfrente un gran desafío como lo es la multiculturalidad de los pueblos que cada
vez se acrecienta más por las migraciones de muchas familias y hasta de ciudades enteras
que deciden aventurarse a otros países y regiones del mundo en procura de mejores
condiciones de vida. Estas poblaciones muchas veces encuentran graves dificultades en la
solución a sus problemas, no pudiendo inclusive ni satisfacer sus necesidades básicas. Estas
grandes migraciones están creando nuevas sociedades y nuevas culturas, lo que amerita y
exige de la iglesia mayores esfuerzos para evangelizar y purificar las costumbres de los
nuevos pueblos que se forman, las nuevas escalas de valores que se construyen y establecer
las normas y preceptos eclesiales que permitan acoger en la libertad de hijos de Dios, el
mensaje evangélico que hace que todos los pueblos vivan como hermanos a la luz del
mensaje de cristo que murió en la cruz para la salvación de todos.
Colombia es un país donde la religión católica es por tradición la religión con mayor
número de fieles, lo cual implica que la iglesia tenga un papel protagónico en todos los
ámbitos de la sociedad y con ello la responsabilidad primera de enfrentar y evangelizar los
diversos desafíos que se presentan para la santificación de cada persona, familia y
comunidad. A la luz de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco,
donde se expresan como desafíos para la evangelización misionera de la iglesia, la
economía excluyente, la idolatría del dinero, la inequidad, la inculturación de la fe, entre
otros, cabe decir que uno de los grandes desafíos de nuestra realidad actual a la misión
evangelizadora, es el del secularismo en casi todos los ámbitos sociales; es el cáncer de la
fe que levanta barreras a la acción misionera y evangelizadora. Ante ello la iglesia debe ser
más persistente en la predicación, más convincente en su actuar y más atrayente en su
celebración. Se necesita más ardor misionero, especialmente en el clero, pero también en el
laicado; por ello mencione la necesidad de una iglesia más incluyente y promotora de
vocaciones, más cercana y más humana, para que todos nos sintamos llamados, acogidos y
enviados a evangelizar primero con nuestro testimonio y después con la palabra y así
construyamos juntos verdadera iglesia cuerpo místico de cristo.
Son muchos los desafíos que presenta la realidad actual de nuestro país a la misión
evangelizadora y ante los cuales la iglesia responde con sabiduría, prudencia y caridad y
que demandan de ella en su acción misionera no solo la predicación de su magisterio sino
también su presencia fraterna, su acción santificante y su maternal solicitud de la
misericordia de Dios para que todos los hombres vivamos el gozo de ser hijos de un mismo
Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.