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Los Delitos Sexuales desde la Perspectiva

Criminológica y Victimológica

Carolina Villagra
Psicóloga, Universidad de Chile
MSc Criminology,
Universidad de Leicester, Reino Unido

Introducción

Los delitos sexuales representan un porcentaje menor dentro de los delitos registrados por los
sistemas de justicia alrededor del mundo. En Chile, el Boletín Estadístico del Ministerio Público
señala que un 1,5% del total de delitos ingresados durante el año 2006 corresponde a delitos
sexuales. Por otra parte, el Anuario Estadístico 2006 de Gendarmería informa que del total de
población penal, el 3,5% cumple condena privativa de libertad por delitos sexuales. Esta misma
tendencia se observa a nivel internacional, promediando los delitos sexuales menos del 5% de la
totalidad de delitos registrados a nivel oficial (Blackburn, 1993; Brown, 2005).

Sin embargo, los datos oficiales no reflejan realmente la prevalencia delictual por diversas
razones. Primero, porque las mediciones de delitos cuentan con numerosas limitantes en términos
de metodología de recopilación y análisis de información. Segundo, porque presentan sólo
información de casos ingresados al sistema formal de justicia, lo cual por una parte enfatiza la
información y foco de la institución que entrega los datos, y por otra, no comprende la
información de aquéllos delitos no denunciados. Es decir, las estadísticas oficiales reflejan sólo
un porcentaje de la ocurrencia real de delitos, no abarcando la conocida “cifra negra”.

El problema del sub-reporte puede deberse a numerosos y variados motivos, citando sólo como
ejemplo el que la persona considere trivial el hecho que vivió y no lo piense como delito, que no
haga la denuncia por vergüenza, por el vínculo que tiene con el agresor, por asuntos económicos,
temor a las posibles consecuencias de denuncia, experiencias anteriores o conocidas de maltrato
de parte del sistema judicial y médico, desconfianza en los sistemas judiciales, temor a ser
culpabilizado, temor a descrédito de su relato, entre muchos otros.

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Esta situación de sub-reporte se hace particularmente sensible en casos de delitos sexuales. Un
estudio que analizó las mejores 19 investigaciones en victimización sexual, realizada por
Finkelhor el año 1994, señaló que el 90% de los delitos sexuales son cometidos por hombres, de
los cuales un promedio de 80% eran personas conocidas por la víctima (dato consistente con las
estadísticas del Servicio Médico legal para el año 2006 en Chile). Entre un 5 – 10% de los
hombres y cerca de un 20% de las mujeres señalan haber vivido al menos un evento de
victimización sexual, siendo la edad de mayor vulnerabilidad entre los 7 – 13 años. Respecto a
los agresores, la mayoría son adultos, sin embargo, más del 50% de los comenzaron su carrera
delictiva sexual en su adolescencia. A similares cifras se ha llegado en estudios europeos,
particularmente británicos, respecto de victimización sexual. Los auto-reportes y estudios
anónimos de victimización, dan cuenta de una prevalencia delictiva sexual mucho más alta de lo
que se cree. Por ejemplo, en un famoso estudio en población de estudiantes, un 8% de los varones
admitió haber violado o haber tratado de violar a alguien, cifra que aumentaría significativamente
si tuvieran la certeza de no ser arrestados (Koss et al, 1987). En un estudio sobre una muestra de
violadores y abusadores encarcelados, señaló que admitieron entre dos a cinco veces más delitos
sexuales que los que los llevaron a la cárcel (Groth, Longo y McFadin, 1982). Pese a ser
investigaciones en otros contextos, estudios epidemiológicos han mostrado similares prevalencias
en distintas culturas, y entre distintas razas y contextos socioeconómicos (Brown, 2005).

Una de las preocupaciones centrales de las encuestas de victimización, es encontrar metodologías


adecuadas para dar cuenta lo más certeramente respecto de los delitos sexuales. Por este motivo,
las principales encuestas de víctimas han incorporado nuevas preguntas, han variado los métodos
de aplicación de encuestas, etc. Pese a que no se conoce la verdadera magnitud de este fenómeno,
lo que sí se sabe es que los delitos sexuales tienen consecuencias cualitativas de mayor
envergadura e intensidad que los delitos corrientes, que requieren de tratamiento adecuado y
específico. Estimaciones plantean que por un delito denunciado, nueve quedan en la impunidad
(Carich and Calder, 2003).

El concepto de Delito

¿Qué es un delito? El delito es un concepto dinámico, complejo, influenciado por condiciones


económicas y socio-culturales, es históricamente relativo y debido a los cambios socioculturales,

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está constantemente bajo evaluación. Así, conductas que fueron consideradas como delito en un
determinado momento histórico, dejan de serlo para la misma sociedad en otro momento. En
definitiva, las acciones consideradas delitos y la forma de sanción de las mismas, están
determinadas por normativas ético-morales de cada país. Es más, “las definiciones legales
cambian en el tiempo y a través de las cultura. La manera en que se define el delito es entonces,
una construcción social y parte de procesos políticos” (Burke, 2005:5). Por lo tanto, para fines
operativos, se recomienda que el delito sea definido como una violación o transgresión a la ley.

Según McLaughlin y Muncie (2001), los elementos claves a la hora de determinar qué es un
delito son:

a) Daño. Incluye la naturaleza, severidad y extensión del daño causado y el tipo de víctima
(individual, grupal, comunitario, etc.)

b) Acuerdo o consenso social. Cuál es la extensión de acuerdo social respecto al daño causado.

c) Respuesta oficial por parte de la sociedad. Se refiere a la existencia de leyes que


especifiquen bajo qué condiciones un acto que resulte en daño, pueda ser calificado como delito,
y la fuerza con la que tales leyes se aplican contra el causante.

“Las explicaciones respecto del comportamiento criminal se han vuelto


progresivamente más complejas, y los investigadores de hoy se han puesto más
concientes del hecho que el delito es un asunto bastante más complejo que lo que sus
predecesores pudieron reconocer” (Burke, 2005:7).

La comprensión de los delitos sexuales se complejiza porque si bien la Criminología es una


disciplina encargada de comprender el delito desde sus distintos ángulos, su objeto de estudio
suelen obedecer al ámbito público. Los delitos sexuales y otros delitos de violencia contra las
personas en núcleos familiares, desafían los intereses de comprensión e intervención.

Para comprender cómo la criminología se ha interesado por los delitos sexuales, es necesario
conocer el devenir histórico de esta disciplina, sus énfasis e influencias.

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Reseña de la Historia de la Criminología

A través de la historia, el delito y la conducta criminal han sido explicados de acuerdo a los
valores, creencias e ideas dominantes de la época. Así, por ejemplo, en la era pre-moderna,
prevalecían nociones espirituales y mágicas propias de la religiosidad.

Durante los últimos dos siglos, con la aparición de formas seculares de pensamiento, la
revolución científica, y los cambios sociales, económicos y culturales, los esfuerzos explicativos
en torno al delito han tomado direcciones tendientes a la teorización e investigación sistemática y
científica (Burke, 2005). Es decir, pese a que desde tiempos remotos han existido intentos
explicativos acerca del delito y el delincuente, no es sino hasta el siglo XVIII que comienza a
formarse un cuerpo teórico enfocado al estudio del crimen.

Uno de los aspectos más dinámicos del estudio del delito ha sido su constante compromiso y
diálogo con disciplinas académicas diversas, en busca de nuevas ideas y explicaciones
(Blackburn, 1993). En el siglo XIX, las ciencias biológicas explicaron la conducta criminal
como innata, hereditaria o congénita, más allá del control del individuo. Lombroso, Sheldon,
Goring, Lange y Fedelman, entre otros, condujeron varios estudios desde esta mirada,
compilando perfiles de delincuentes, estudios de familias, estudiando los tipos físicos, etc., para
llegar a la conclusión que los criminales tienen atributos individuales que los hacen diferentes a
los no-criminales (Hollin, 1993).

De esta manera, las ciencias biológicas –bajo un enfoque individualista- no prestaron mayor
atención a las influencias sociales o a las actividades cognitivas involucradas en la actividad
criminal/delictual, visión que fue desafiada por el desarrollo de la Psicología en los inicios del
siglo XX. Los vínculos emocionales, las conductas aprendidas, los grupos de pares, el
razonamiento moral, la ecuación entre neurotismo y extraversión, y la ausencia de auto-control,
fueron algunos de los intentos iniciales de investigadores como Bowlby, Skinner, Sutherland,
Kohlberg, Piaget y Eysenck, entre otros, para explicar porqué la gente comete delitos, llegando a
la conclusión que quienes cometen delitos no son diferentes en su naturaleza intrínseca respecto
de quienes no cometen delitos.

Por otra parte, desde la Sociología se inició el estudio del delito llevando el foco desde lo
individual hacia la estructura social. Desde esta disciplina se ha explicado el delito como “índice

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de solidaridad social”, “demostración de los procesos mediante los cuales la sociedad mantiene
su equilibrio”, “consecuencia de la construcción lingüística de significados sociales”, “resultado
inevitable de sociedades capitalistas”, “elección racional hecha por los individuos”, “opción real
para aquéllos que no tienen medios para alcanzar las metas impuestas por la sociedad”, entre
otras concepciones surgidas a la luz de los trabajos de la Escuela de Chicago, Merton, Durkheim,
Marx, Ross, Matza, Taylor, Young y Becker, entre otros.

Disciplinas como la Antropología, Economía y Estadística han realizado aportes, si bien


moderados, significativos en la comprensión de aspectos específicos del delito. Asimismo, desde
enfoques como el feminismo se ha colaborado con reflexiones críticas que trasgredieron tanto la
teoría como la política y formas de hacer investigación en Criminología (Gelsthorpe, 2002).

Escuelas Fundacionales de la Criminología

A continuación, se abordarán las doctrinas que fundaron el estudio delictual: la Escuela Clásica
y la Escuela Positivista. Éstas sostienen distintas nociones del ser humano y en consecuencia,
distintas aproximaciones al control, sanción e investigación y aún tienen amplia influencia sobre
sistemas penales contemporáneos. Se consideran fundacionales pues llevaron el estudio del
delito fuera del ámbito del sentido común, insertándolo en un cuerpo teórico.

Teoría

• Explicación de un fenómeno

• Desafía al sentido común

• Ofrece nuevas formas de pensamiento

• Basada en evidencia empírica

Involucra a su vez:

1. Ontología: concepto del objeto a estudiar

2. Epistemología: modo de aproximación al conocimiento del objeto

3. Método: aplicabilidad, forma de intervención en la práctica

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1. Escuela Clásica de Criminología

Durante el siglo XVIII, la teoría clásica emergió de la mano de los reformadores de ley criminal,
particularmente Cesare Beccaria y Jeremy Bentham, en un contexto de modernización, donde la
gente “ponía su fe en las nuevas ciencias del hombre, con la creencia que podrían ayudar a crear
una estabilidad social mayor” (Hayward y Morrison, 2005: 62).

La teoría de la conducta criminal provista por el famoso ensayo de Beccaria Del Delito y sus
Penas, en 1764, estableció los elementos fundamentales para el modelo del actor racional. Los
conceptos subyacentes fueron el libre albedrío y el hedonismo, retratando una imagen de un ser
humano pensante y analítico que basa sus elecciones en el principio del placer. Esta perspectiva
asume la noción de contrato social, es decir, del contrato implícito que debe ser aceptado por los
individuos de determinada sociedad, con miras a participar y ser miembros legítimos de la
misma. Consecuentemente, si una persona comete una acción que es prohibida por ley está
dañando al funcionamiento de la sociedad como un todo. Esta deuda al contrato social debe ser
pagada de acuerdo al daño que tal acción causó y no de acuerdo a las intenciones del delincuente.
Por lo tanto, el castigo inmediato a ese acto sería la herramienta para prevenir que otros repitan
ese tipo de acción, es decir, para disuadir. El castigo debe ser fijo, proporcional al delito
cometido, y administrado bajo el principio de la justicia. La ley debe ser punitiva, reactiva y
aplicada a todos los ciudadanos por igual, sin consideraciones de por medio.

Jeremy Bentham, jurista y filósofo inglés, orientó su trabajo dentro de esta filosofía utilitaria al
declarar que el control social es una manera efectiva de alcanzar la mayor felicidad para la
mayoría. Asimismo, Bentham trató de radicalizar la cárcel como uno de los medios ideales de
disuasión. Así, su idea del panóptico 1 , si bien nunca completamente implementada, sirvió de
inspiración para el diseño de cárceles alrededor del mundo.

El trabajo de la Escuela Clásica tuvo un enorme impacto en Europa y sus efectos en la justicia
criminal moderna aún se mantienen en sistemas de justicia en todo el mundo, así como en
nociones penales informales. Las bases filosóficas de esta escuela se reflejan, por ejemplo, en la
noción del “castigo merecido” y en el modelo del “debido proceso” (Burke, 2005).

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El Panóptico es un diseño de cárcel en que las celdas emergen a partir de una zona de control central desde la cual
se puede ver –ayudado de un sistema de espejos y periscopios- todas y cada una de las celdas. Se elimina la
privacidad y pretende generar la sensación de vigilancia absoluta.

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La principales críticas que ha recibido la escuela clásica, vienen dadas de su adopción de una
definición estrictamente legal del delito, obviando el hecho que los delitos cambian en el tiempo
y se afectan de nociones socioculturales; de la noción de castigo fijo para cada acción criminal,
sin considerar el impacto que las diferencias individuales pueden tener en la responsabilidad,
culpabilidad y pronósticos de rehabilitación; la noción de libre albedrío, omitiendo que su
ejercicio puede ser restringido por circunstancias biológicas, sociales o psicológicas; y
finalmente, a la metodología poco científica utilizada por este enfoque.

2. Escuela Positivista de Criminología

Esta escuela surge a fines del siglo XIX, adoptando un enfoque empírico y científico frente al
sujeto de estudio, investigando al “delincuente” mediante técnicas provenientes de la psiquiatría,
psicología, antropología física, y otras herramientas asociadas a la investigación y conocimiento
del fenómeno humano de las ciencias emergentes en esa época (Garland, 2002). Los positivistas
estaban en desacuerdo con la noción de libre albedrío sostenida por los clásicos, proponiendo la
noción de un actor predestinado, la cual sostiene que quien comete actos criminales, lo hace
debido a influencias ambientales, biológicas y/o psicológicas que limitan su capacidad de elegir.

Cesare Lombroso (1835-1909), antropólogo italiano, fue sumamente influyente en esta escuela de
pensamiento y sus ideas se encuentran expuestas en el aún clásico libro El Hombre Criminal
(1876). Si bien los estudios de Lombroso no son nuevos para esa época sino más bien actualizan
estudios realizados por científicos como Broca o Darwin, sí interpretan los hallazgos de una
manera totalmente nueva. De este modo, su famoso estudio de los reclutas del ejército italiano y
de reclusos de ciertas prisiones, intentó establecer tipos raciales, someterlos a escrutinio y
clasificarlos. Esta aproximación investigativa lo llevó posteriormente a establecer tipologías
criminales, lo que a su vez lo motivó a propulsar la idea de generar un campo de estudio
exclusivo al “criminal”. Por esta razón, se señala que es en ese momento en que se inicia la
Criminología y Lombroso es considerado “el padre de la Criminología” (op.cit.).

De acuerdo a la noción positivista -a saber, de un delincuente limitado o determinado por


circunstancias fuera de su control que lo llevan a delinquir-, la política penal debiera estar
dirigida hacia el cambio o incapacitación del ofensor, más que al castigo de actos específicos.
Mediante la asesoría de especialistas informados, la reacción ante el delito debería ir tras las

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metas de reformación, correccionalismo y rehabilitación en los procesos de sentencia (Blackburn,
1993).

Pese a que el positivismo sentó las bases de la investigación científica en ciencias sociales e
influenció el análisis del fenómeno criminal de acuerdo a variables psicológicas, sociales,
económicas y culturales, algunas de sus nociones han sido objeto de fuertes críticas. Durante los
años 50, esta escuela fue acusada de deshumanización y de alentar políticas penales injustas,
dado su planteamiento centrado en la rehabilitación. Algunos criticaban a los positivistas por su
concepción del delincuente como un sujeto pasivo con poco o nulo poder sobre sus vidas. Otros,
afirmaron que este enfoque buscaba “medir y cuantificar el comportamiento, proclamar la
objetividad del científico y ver las acciones humanas como determinadas y gobernadas por leyes
externas” (Hollin, 1993:19, traducción propia).

Estas escuelas de Criminología han alimentado la discusión por dos siglos. El punto
de tensión entre la escuela clásica y la positivista, es el perenne debate sobre el libre
albedrío y el determinismo. Este debate encuentra su base en la existencia de
distintas formas de comprender los actos humanos, y la influencia del progreso del
conocimiento en la comprensión de dichos actos. Sus influencias permanecen hasta
nuestros días y se hacen evidentes en los sistemas de justicia criminal – penal.

Contribuciones Disciplinarias a la Criminología 2

Perspectiva Biológica del Delito

La premisa básica de la criminología biologicista es que algunas personas nacen destinadas a ser
criminales, a través de la predisposición heredada de un elemento genético o fisiológico. Las
condiciones externas, si bien no ignoradas, son vistas como simples gatillantes de tal
predisposición biológica. Por ende, la criminalidad estaría fuera del control de la persona. Esta

2
A partir de este punto del documento, sólo se hace la referencia cuando se está citando una frase o párrafo
específico. Tanto la estructura como los contenidos de las siguientes secciones, están basadas –y con traducción
informal propia- en el Sage Dictionary of Criminology , Oxford Handbook of Criminology y Psychology of Criminal
Conduct, principalmente.

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corriente refleja una postura positivista extrema. Dentro de los primeros positivistas, Lombroso,
Ferri y Garófalo identificaron a los delincuentes (criminales) debido a sus estigmas. De esta
manera, mandíbulas grandes, narices chatas y cejas gruesas eran consideradas marcas
hereditarias del criminal.

El mayor auge de las teorías biologicistas tuvo lugar entre la década de 1910 hasta los años 60´s,
lapso en el cual se produjeron numerosos estudios tendientes a testear científicamente los
supuestos teóricos. En las últimas décadas, se han producido investigaciones interesadas en el
efecto de un amplio rango de factores bioquímicos sobre la criminalidad, como por ejemplo,
respecto de los altos niveles de testosterona y la agresividad verbal y sexual, de la deficiencia de
vitamina B y la hiperactividad, o del funcionamiento del sistema límbico y la impulsividad. Es
necesario mencionar que si bien estos estudios han realizado interesantes asociaciones, éstas no
son atribuciones causales.

El riesgo de este tipo de teorías, es que si se toman literalmente, puede llevar a un extremo la
noción de criminalidad inherente a ciertos individuos. En términos simples, si alguien es “malo”
de nacimiento la responsabilidad social se reduce casi a cero y las posibilidades de intervención
en términos de rehabilitación o reinserción también. Luego, la opción que resta sería aislarlos,
generando una brecha entre los delincuentes y no-delincuentes, léase “buenos” y “malos”. En esa
misma línea, las críticas a esta corriente se centran en su incapacidad de tomar en consideración
el potencial efecto de los factores ambientales. La actividad delictiva surge como producto de
una multiplicidad de factores en que lo biológico difícilmente se puede aislar de lo social.

Desde esta perspectiva se ha señalado que los agresores sexuales poseerían un impulso o deseo
sexual por sobre lo normal. Sin embargo, se ha demostrado que si bien algunos componentes de
la excitación sexual son dirigidos por hormonas y reflejos fisiológicos, el deseo sexual es un
comportamiento socialmente aprendido en términos de objeto de deseo, así como de represión y
control conductual para el acceso a éste (Blackburn, 1993). Esta tesis ha sido ampliamente
apoyada por diversos investigadores, como Marshall y Barbaree (1990), quienes plantean que
efectivamente hay una propensión a la agresión sexual en los hombres, los cuales deben aprender
a inhibirla, como desafío evolutivo.

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Perspectiva Psicológica

La Psicología surge como disciplina hacia fines del s. XIX, con representantes como Wundt,
James y Freud. Ahora bien, los estudios iniciales que la Psicología realizó en relación a
conductas criminales se interesaban en lo genético, lo cognitivo y el funcionamiento psíquico en
general, por lo que es difícil establecer una distinción clara entre la Psicología y la Criminología
de tinte biologicista en ese período (Hollin, 2002). Se añade a lo anterior, el hecho que en los
albores de la psicología, los aportes fueron realizados por sociólogos, psiquiatras, criminólogos,
biólogos, etc.

Sin embargo, es posible mencionar que los aportes que la psicología ha realizado a la
criminología, se derivan indirectamente de los avances de la primera disciplina. Así, por ejemplo,
los hallazgos respecto a los procesos cognitivos (memoria, inteligencia, aprendizaje,
pensamiento, motivación) han facilitado la comprensión del porqué ciertos sujetos cometen
delitos. Esta misma tendencia se ha observado en la comprensión de los delitos sexuales.
Veamos.

En las décadas de 1930 y 1940, la influencia de enfoques que enfatizaban lo ambiental (desde la
sociología, justamente), se evidenció también en la psicología. Edwin Sutherland (1835-1950)
formuló la teoría de aprendizaje diferenciado, que postula que, como cualquier otro tipo de
conducta, la conducta criminal también era aprendida. Este aprendizaje no sólo involucraría las
habilidades para cometer un delito, sino que las actitudes y valores que permitirían validar la
opción delictiva.

Una hipótesis clínica muy influyente en la década de 1940, surgió a partir de los estudios de John
Bowlby, en los cuales se plantea que la deprivación materna (entendida como separación y/o
rechazo de la madre al hijo) tiene un impacto emocional tal en ese niño, que genera dificultades
en su infancia, acarreando problemas que se hacen crónicos en su adolescencia y adultez, entre
los cuales se encuentra la delincuencia y los comportamientos agresivos.

Hacia la década de 1960, los hallazgos en psicología criminal estaban fuertemente influenciados
por el enfoque conductista. En este contexto, Jeffery formuló la teoría del reforzamiento
diferenciado. En ésta, se asume la importancia de los procesos de aprendizaje para la conducta
criminal, pero añade el efecto operante que una conducta tiene sobre su medio, es decir, la
conducta criminal es una función de las consecuencias que produce sobre el individuo que las

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comete. En definitiva, una conducta criminal ocurre en un ambiente que ha reforzado
positivamente tales conductas en el pasado (o propiciado), y en el que las consecuencias
aversivas asociadas a la conducta criminal han sido de una naturaleza tal que no las han
prevenido ni controlado.

Ya en los 70´s, y en relación a las teorías críticas de criminología, el poder del significado sobre
los actos humanos, establece un referente en los desarrollos de la psicología criminal. La
concepción dinámica de la naturaleza humana, su habilidad de interpretar y desentrañar sentido
en las interacciones sociales, añade complejidad al mismo tiempo que enriquece la revisión de
teorías deterministas como las biológicas. Asimismo, el feminismo colaboró con reflexiones
críticas que trasgredieron tanto la teoría como la política y formas de hacer investigación en
criminología y psicología (Gelsthorpe, 2002). De esta manera, temáticas que hoy nos son de trato
cotidiano e indiscutiblemente sancionables como el abuso sexual y la violencia doméstica, no lo
eran sino hasta la intervención feminista, que visibilizó y problematizó la existencia de estas
conductas ante las cuales las mujeres y niños eran las principales víctimas.

Hacia mediados de los años 80´s se inicia la denominada revolución cognitiva en psicología, la
que propició la revisión de antiguas nociones relativas al rol de los procesos cognitivos en
relación a la conducta criminal. Así, teorías que centraban su análisis en elementos como
ausencia de auto-control, locus de control, empatía, desarrollo moral, habilidades de resolución
de problemas, entre otras, fueron sometidas a actualización a través de métodos experimentales.

La integración de todos estos aportes ha llevado a comprender las causas del delito más allá de
variables únicas, sumando lo biológico, psicológico y lo social o aprendido. Esto se observa en
las teorías con énfasis evolucionistas, de los delitos sexuales, preocupadas de comprender las
razones profundas de la ocurrencia de un delito. Por ejemplo, el Modelo Cuatripartito de Hall y
Hirschman, 1991, sugiere que una persona comete un delito sexual debido a cuatro factores de
vulnerabilidad (excitación sexual, distrisones cognitivas que justifican el ataque, descontrol
afectivo y problemas de personalidad), sumados a la presencia de oportunidades y factores
situacionales. Un segundo ejemplo en esta línea sería la Teoría Integrativa de Marshall y
Barbaree, 1990, que dicho en términos muy simples, plantea que la presencia de
vulnerabilidades producto de experiencias tempranas adversas, deja a los potenciales agresores
sin preparación para la revolución hormonal de la adolescencia, y con poca capacidad de

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comprender el mundo emocional. Como resultado, el agresor satisface sus deseos sexuales de
forma inapropiada. Esta teoría plantea que los delitos sexuales ocurren porque los impulsos
agresivos y sexuales de una persona se fusionan, dado que estas pulsiones comparten la misma
estructura cerebral.

Actualmente, se puede afirmar que la psicología ha colaborado enormemente con conocimientos


que se utilizan en aspectos tanto explicativos como aplicados de la criminología. Por ejemplo, en
los casos de delitos sexuales, los aportes van desde el esclarecimiento de casos vía veracidad, en
la adecuación de los procesos judiciales al tratamiento de las personas involucradas en un acto
criminal, en el debido trato a víctimas y testigos, en los tratamientos para rehabilitar de agresores,
en tratamientos reparatorios, análisis de evidencia, pericias psicológicas, entre muchos otros.

Teorías Sociológicas

Desde la sociología se encuentran numerosos desarrollos en el área criminológica, entre los que
cabe mencionar las teorías que basan su análisis en la tensión existente entre la sociedad
industrializada y el individuo, como la teoría de la anomia; aquéllas que enfatizan el control del
delito sobre la base de un sujeto racional; las que se preocupan del espacio físico asociado a la
ocurrencia de ciertos delitos, como el caso de la Escuela de Chicago; y aquéllas teorías
interesadas en el funcionamiento social integral como fuente explicativo de la conducta criminal.

Las Teorías de Control sostienen, básicamente, que las personas que cometen delitos lo hacen
porque es útil, lo disfrutan y lo eligen racionalmente. Las teorías de control no buscan
comprender las motivaciones o causas profundas que explican el delito, sino que pretenden –
mediante la exploración de factores ambientales o contingentes- prevenir que se cometan delitos.
Sus principales desarrollos corresponden a las teorías de “elección racional” y de “actividades
rutinarias”.

Actualmente, el estudio de los agresores sexuales ha tendido a tomar una de dos aproximaciones:
de desarrollo o situacional. A esta última corriente pertenecerían entonces, las teorías
situacionales del delito sexual, interesadas en conocer el contexto y las circunstancias asociadas
a la comisión de la ofensa, de manera de poder modificar tales variables y prevenir ese delito. En
esta línea, el Modelo Integrativo del Abuso Sexual Infantil de Finkelhor, 1984, plantea que para
que un delito sexual ocurra, deben reunirse cuatro precondiciones: motivación, superación de

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inhibiciones externas, superación de barreras externas y superar la resistencia de la víctima. Éste
fue el primer intento explicativo a través de un modelo multicausal, por lo que fue y ha sido de
enorme influencia en la comprensión e intervención del fenómeno.

Sin embargo, son las teorías funcionalistas y las radicales, las que han realizado mayores
aportes a la comprensión de los delitos sexuales. Destacan el rol de los factores culturales en la
promoción de lo que se considera sexualmente atractivo y de las formas cómo conseguirlo, así
como también de las actitudes frente a temas sexuales, mujeres, niños, potenciales parejas
sexuales, creencias, mitos, etc. Al orientarse hacia la comprensión del funcionamiento social y la
estructura a la base, consideran el contexto social, las explicaciones familiares de las dinámicas
disfuncionales, las relaciones de poder dentro de las familias, y las interacciones que permiten la
generación y mantención de las conductas abusivas en lo sexual, dentro de un macro contexto de
grupos de pares, cultura local, sociedad, factores económicos, políticos, relaciones entre hombres
y mujeres.

Un especial énfasis se le da al manejo de los medios de comunicación sobre los hechos delictivos.
Pese a las imágenes que se observan cotidianamente en los medios de comunicación, en que se
llega a delinear al agresor sexual como un monstruo, la evidencia científica muestra que la
enorme mayoría de agresores sexuales son como cualquier otra persona de la sociedad, y que son
un grupo altamente heterogéneo, por lo que no es posible hablar de un perfil específico al
delincuente sexual (Carich and Calder, 2003). De hecho y como se mencionó anteriormente, se
sabe que cerca del 80% de los agresores son conocidos de las víctimas.

- La Criminología Radical es el término genérico para nominar una serie de posiciones


teóricas cuya característica en comían es su anti-positivismo. Es decir, más que ver el
delito como una consecuencia de patologías individuales o sociales, asumen que los seres
humanos son agentes activos en la construcción de su propia vida. Los criminólogos
radicales están interesados en descubrir el sentido profundo de la conducta criminal,
desentendiéndose de causas aisladas específicas.

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Examinadas las principales teorías criminológicas, se hace evidente el énfasis en el acto delictivo
y en el agresor/delincuente/criminal. Si bien los delitos sexuales no son históricamente “nuevos”,
puede decirse que el creciente interés por el tema se debe en cierta mediad a los cambios y
desarrollos socioculturales en el trato de mujeres, niños, niñas y jóvenes, que ha penalizado
conductas abusivas que antes no comprendían sanción para quienes las cometían. En esta línea, la
Victimología juega un rol fundamental en la comprensión e intervención de los delitos sexuales.
No fue sino hasta los años 40’s, que la preocupación por las víctimas dejó de ser totalmente
excluida de la comprensión del delito. Si bien en la actualidad no existe consenso respecto de si
la Victimología es parte de la Criminología o no, más allá de los debates académicos es de suma
importancia considerar el desarrollo de la Victimología, sus aportes y desafíos.

VICTIMOLOGIA

El concepto y las principales clasificaciones

Si bien no hay consenso respecto de la autoría del término, éste comenzó a utilizarse
sistemáticamente y asociado a una corriente, hacia fines de la década del 40 en las obras del
psiquiatra estadounidense Frederick Wertham y Hans Von Hentig. Originalmente, el interés de la
Victimología fue desplazar el foco de atención de las políticas criminales, quienes no
consideraban a la víctima y cuando lo hacían, la veían como un sujeto pasivo. De estar en los
márgenes de la criminología, las víctimas comenzaron a constituir fuente de interés y análisis, y
en estos momentos es difícil pensar en un sistema de justicia que no considere a las víctimas
como parte fundamental de la comprensión y respuesta al delito. De hecho, las encuestas de
victimización son una de las herramientas claves para evaluar el impacto del delito en la
población, y de sus resultados depende en cierta medida, la estructuración de agendas de
seguridad pública.

En sus años iniciales, la Victimología se encargó de construir tipologías que permitieran iniciar el
conocimiento de quienes pertenecen a esta categoría. De esta forma, en la década del 40, Hans
von Hentig (1887-1974) construyó una tipología basada en la comprensión de la propensión o
vulnerabilidad de ser víctima, considerando criterios psicológicos, biológicos y sociales. Propuso

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una clasificación sobre la base de un criterio estadístico, es decir, de quienes con más frecuencia
son victimizados. Las agrupa en clases generales y grupos psicológicos.

Clases Generales:

- El joven o niño, quien por su edad es el más vulnerable a sufrir un delito en su contra.

- La mujer, por su debilidad.

- El anciano, cuyas capacidades físicas y mentales se han visto disminuidas producto de la


edad.

- Los débiles y enfermos mentales, entre los que se encuentran los drogadictos, alcohólicos
y personas con problemas mentales.

- Los inmigrantes y las minorías, cuyas condiciones socioeconómicas los sitúan en


desventaja comparada con las demás personas.

Los Tipos Psicológicos:

- El deprimido, cuya situación emocional lo pone en vulnerabilidad.

- El ambicioso, cuya avaricia lo hace victimizable.

- El lascivo, tipo que se aplicó a mujeres que han provocado un delito sexual en su contra.

- El solitario y el acongojado (heart broken), que bajan sus defensas en busca de compañía
y de consuelo.

- El atormentador, cuyas conductas hostiles hacia otros han llegado a provocar su


victimización.

- El excluido y el agresivo, quienes ya sea por su situación marginal o por su tipo


provocador, son altamente vulnerables a la victimización.

Por su parte, Benjamín Mendelsohn (1900-1998) en 1956 construyó una tipología preocupada
de la culpabilidad de la víctima, evaluando hasta qué punto ésta tenía responsabilidad por los
eventos ocurridos. Esta tipología fue altamente criticada en su momento, debido al fuerte
componente moralista en su concepción de algunos tipos de víctimas. Así también, encontró
intensa oposición desde representantes feministas, quienes veían en el desplazamiento de

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responsabilidad desde el victimario a la víctima, una fuente de justificación masculina para
delitos sexuales.

Las categorías establecidas por Mendelsohn, son:

1. Víctima completamente inocente (ideal): sólo aplicable a niños, no contribuye al delito


por el cual ha sido perjudicado.

2. Víctima con menor culpa: víctima a causa de su propio desconocimiento o a causa de


cometer un acto poco reflexivo, ej. Mujer que muere como consecuencia de un aborto.

3. Víctima tan culpable como el ofensor: ej. eutanasia de propia voluntad en el suicidio de la
pareja, aunque ésta quiera morir.

4. Víctima más culpable que el ofensor: provoca el delito mediante conductas imprudentes,
induce a alguien a cometer un delito. ej. dejar el auto abierto.

5. Víctima más culpable o sólo culpable: ej. sujetos violentos que mueren por la aplicación
de la legítima defensa.

6. Víctima simulada o imaginaria: víctimas falsas.

a. Simulada: acusa un delito, lo crea o inventa para tener ganancias secundarias.

b. Imaginaria: hay noción de haber sufrido la acción de un delito, pero éste no es


real sino producto de un trastorno. No hay búsqueda de ganancias secundarias. Ej.
psicosis paranoídeas.

Ezzat Fattah, uno de los principales ideólogos del movimiento victimológico actual, construyó
en la década del 70 una tipología que considera cinco clases de víctimas.

1. - Víctimas no participantes: no contribuyen a la génesis o desarrollo del delito y representan a


la mayoría de las víctimas. Hay dos subtipos, ninguno de los cuales colabora o intenciona el
delito sufrido.

a. Pasiva: no realiza evitativas.

b. Activa: hace conductas tendientes a oponer o evitar el delito, sien embargo, esta
no-participación activa puede empeorar el delito por el uso de violencia.

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2. - Victimas predispuestas: quienes por poseer determinadas características ya sean psicológicas,
biológicas o sociales; están más expuestas ante la comisión de un delito.

a. Predisposiciones biológicas: discapacitados, niños, mujeres, ancianos.

b. Predisposiciones psicológicas: adictos a drogas y alcohol, deficientes mentales,


quienes presentan conductas agresivas o extrema pasividad o timidez.

c. Predisposiciones sociales: vivir en cierto barrio, tipo de trabajo que desempeña,


NSE, etc.

3. - Victimas provocadoras: quienes por negligencia o provocación, incitan a la comisión del


delito o crean situaciones propicias para ello. Puede haber provocación:

a. Activa: de alguna manera se consiente el delito o se lo incita, jugando un rol en la


génesis del mismo.

b. Pasiva: por descuido o negligencia, como andar con la billetera u objetos valiosos
a la vista y permitiendo fácil acceso a ellos.

4. - Victimas participantes: aquéllas que juegan un rol importante en el desarrollo del delito. Es
el caso de estafas callejeras, por ejemplo, o en situaciones en que existe una relación víctima –
victimario, y en que cualquiera de las partes podría estar en una u otra situación.

5. - Victima falsa: imaginaria o simulada.

Los planteamientos de Fattah, desarrollados en mayor detalle hacia los 90´s, son considerados lo
suficientemente abarcativos como para comprender las distintas situaciones que pueden
desencadenar en un hecho de victimización criminal.

Si bien en un inicio hubo un particular interés por el desarrollo de tipologías de víctimas, a lo


largo del tiempo la Victimología se ha preocupado de enriquecer la teoría a partir de hallazgos de
estudios. Así por ejemplo, hoy se sabe ampliamente que la victimización es un proceso complejo
y que no es posible hablar de uno sino al menos de tres tipos de victimización:

1) Victimización Primaria: que es la experiencia directa del haber sufrido un hecho criminal
y puede tener consecuencias físicas, económicas, psicológicas, etc.

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2) Victimización Secundaria: que puede producirse cuando la víctima entra en relación con
el sistema judicial criminal. En ocasiones, puede que esta victimización conlleve
consecuencias más dolorosas para la víctima, como en el caso de los abusos sexuales
hacia menores, en circunstancias que no se les preste el apoyo y respeto por sus derechos
y su relato, o que se realicen –en pro de la transparencia del proceso- procedimientos que
activen la vivencia.

3) Victimización Terciaria: proceso que tiene al menos dos acepciones. Una de ellas refiere
que la victimización terciaria es aquella que afecta a los procesados o condenados por
delitos y que tiene que ver con cómo el sistema aumenta la sanción o condena social
sobre ellos. También hay quienes plantean que este tipo de victimización se refiere al
efecto que la ocurrencia y sanción de los delitos tiene sobre la comunidad y la sociedad
como un todo.

Por otra parte, y en relación a los hallazgos de investigación, el uso del término víctima no ha
estado exento de polémicas. Las representantes del feminismo abolieron el uso de tal palabra,
reemplazándola por sobreviviente. Esta decisión se basó en, que en el idioma francés –desde
donde surge- es una palabra de género femenino, y además, daría cuenta de una persona que
activamente resiste las opresiones estructurales de su entorno. Esto, por un lado establece una
diferencia con la palabra víctima, a la que subyace la noción de sacrificio y pasividad. Por otro,
reconoce la significativa diferencia de género en quienes cometen y quienes sufren el delito.

Asimismo, hay quienes apelan que hay delitos en que no existe una víctima identificable. Esto
ocurriría cuando quienes participan de una actividad ilegal lo hacen consensuadamente y por
ello, carecen de vías de reclamo. Es el caso de las apuestas, prostitución, venta de drogas, por
ejemplo. El concepto ha sido ampliamente criticado, afirmando que trabaja sobre nociones
simplistas de “consenso”, “daño” y “victimización”. Las feministas dicen que la prostitución
dista de ser un delito sin víctimas, y que las mujeres que desempeñan tal trabajo se han envuelto
en él forzadas por circunstancias económicas, o bajo la presión de un hombre o verdaderas
mafias de prostitución. Al mismo tiempo y en relación a la justicia criminal, si una prostituta va a
realizar un reporte a la policía, las probabilidades de obtener una respuesta adecuada serían,
según las feministas, mucho menor que en otros casos. En definitiva, además de las feministas, la

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mayoría de los criminólogos dicen que no existe algo así como los llamados delitos sin víctima, y
que el mero uso de tal término constituye un proceso de negación y re-victimización.

Aplicación del concepto. Las encuestas de victimización

En términos de aplicación, a la Victimología se le deben significativos aportes en lo que respecta


a derechos de las víctimas y humanización del proceso de victimización secundaria, es decir,
mejorar la relación con la policía, acceso a hospitales y justicia, mejor relación con su medio
social. Así también, se ha llegado a una comprensión más estructural de los procesos de
victimización, considerando por ejemplo, el impacto de los patrones de estilos de vida en la
victimización criminal. A esto se le llamó el Modelo de Exposición de Estilo de Vida (Hindelang
et al., 1978), en el cual se ha basado gran parte del pensamiento subyacente a las actuales
Encuestas de Victimización.

Encuestas de Victimización

Surgidas masivamente en Estados Unidos en la década del 60, luego de múltiples experiencias
pilotos se aplicó la primera National Crime Survey en 1972, seguidas posteriormente por
encuestas en países como Reino Unido (1982, The British Crime Survey), para llegar a
Latinoamérica en la década de los 90’s.

Los principales aspectos que se intentan medir mediante las encuestas de victimización son la
ocurrencia del delito, el nivel de sub-reporte de denuncias, las razones de este sub-reporte, la
experiencia del delito desde el punto de vista de las víctimas, las sensaciones y reacciones
provocadas por el delito, el tratamiento a víctimas desde el sistema de justicia criminal, entre
otros temas relevados en cada país.

En cierta medida, las encuestas de victimización se crearon a partir de deficiencias en las


estadísticas oficiales en términos de la validez de sus mediciones acerca de la extensión del
delito. Surge la pregunta básica: ¿dan las denuncias y reportes oficiales, efectiva cuenta de la
realidad delictiva? Si bien se sabe que hay múltiples razones para no denunciar un delito, y que
las estadísticas oficiales sólo dan cuenta de delitos formalizados en el sistema judicial, uno de los

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objetivos principales de una encuesta de victimización es tener una noción de la cifra negra del
delito y por ende, de la extensión del mismo.

Actualmente, existe a nivel internacional la Internacional Crime Survey (ICS), una encuesta de
amplia escala que se aplica en 17 países. Está estandarizada, traducida a numerosos idiomas y se
administra telefónicamente a quienes hayan salido “seleccionados” a partir de un método de
discado al azar. Esta encuesta otorga valiosa información respecto a victimización entre
diferentes grupos, áreas y países. En Chile en los años 2003, 2005 y 2006 se ha aplicado una
encuesta de victimización a nivel nacional, por el Ministerio del Interior con el apoyo del
Instituto Nacional de Estadísticas (INE), conocida como Encuesta Nacional Urbana de Seguridad
Ciudadana ENUSUC.

Las encuestas de victimización son una importante herramienta para la Criminología, así como
para quienes trabajan en políticas públicas del área criminal. Entrega mejores estimaciones de la
extensión real del delito que las que entregan las cifras oficiales, así como entrega visiones de las
experiencias de las víctimas frente al operar del sistema judicial. Es necesario considerar las
observaciones al inicio de este documento en lo relativo a mediciones oficiales y no oficiales en
lo que respecta a delitos sexuales.

Los desarrollos desde la criminología y la victimología nos sitúan en un escenario actual en que
los delitos en general y los delitos sexuales en particular, deben ser abordados
multifactorialmente. Este tipo de aproximación se conoce como el Paradigma Integrativo de la
Criminalidad, que surge en los años ’50, como intento de conciliación entre puntos de vista
distintos y está orientado a la multidisciplinariedad, búsqueda de metodologías adecuadas y
concepciones similares. El paradigma explicativo del fenómeno criminal debiera comprender seis
ejes:

1. Delincuente

2. Víctima

3. Situación

4. Reacción Social (tanto estatal como social)

5. Factores Microsociales (grupos primarios y agentes socializadores)

6. Espectro Macrosocial (estructura social, economía, política)

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