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INTRODUCCIÓN

“En los últimos años la figura de Giorgio Agamben ocupa un lugar cada vez más destacado en el
panorama del pensamiento contemporáneo. Ello se debe en gran medida a la publicación de
Homo sacer en 1995, donde retoma la herencia de H. Arendt y de M. Foulcault acerca de la
politización moderna de la vida biológica, es decir, acerca de la problemática que Foulcault
denominó biopolítica. En relación con ella, Agamben se interroga acerca de los dispositivos
jurídicos de los cuales la política captura la vida”. Esto, a su vez, lo vincula también con la teoría de
la soberanía de C. Schmitt, que lo llevará a reformular la problemática central de la biopolítica y
formular otras nuevas conceptualizaciones.

Sus primeros trabajos pueden ser vistos como una lectura de la modernidad que, partiendo
conceptualmente del arte, lo orientarán por la ética y la política, en sus obras posteriores. En su
primer libro El hombre sin contenido, Agamben indica como precisamente, en la época de la
estética, el propio estatuto de la obra de arte, y el destino del arte en general, expresa la situación
contemporánea del hombre en la cultura occidental, y esta no es otra que la de una
transformación de todo su obrar, lo que Agamben denomina como “crisis de la poiesis”: “el
problema del destino del arte en nuestro tiempo nos condujo a plantear como inseparable de él el
problema del sentido de la actividad productiva, del ‘hacer’ del hombre en su conjunto”. Haciendo
con ello, un diagnostico de la cultura contemporánea, a partir de una profunda reflexión en torno
a la distinción griega entre poiesis y praxis, el predominio prácticamente absoluto de la praxis y la
invariable reducción a puros procesos biológicos. Y donde, en relación del hombre con la historia,
“el pasado ha dejado de ser el criterio de la acción”.

“La pregunta por el destino del arte alcanza aquí una zona en la que toda la esfera de la poiesis
humana (el obrar productivo en su integridad), es puesto en cuestión de manera original”. Pero, a
su vez, posibilita “… el espacio mismo donde pueda encontrar la medida original de su propia
estancia en el presente, y reencontrar cada vez más el sentido de su acción”.

La continuidad de estos temas trazan una trayectoria que atraviesa y articula la totalidad del
pensamiento de Agamben llegando hasta su última publicación “Creación y anarquía”, que lleva el
subtitulo de “La obra en la época de la religión capitalista”, donde se cuestiona sobre ¿Cuál es el
lugar del arte en el presente?, y dice que: la crisis que la culturai está atravesando, no es un
problema económico, sino una crisis de la relación con el pasado. Y sólo, a partir de su
entendimiento, es posible comprender el desarrollo histórico de la cultura occidental, con su
división entre ontología praxis, entre ser y el actuar, y su consecuente énfasis en la voluntad y en
la libertad. Ya que, “… en el Occidente moderno, el lenguaje, la praxis y la economía no se
fundamentan en el ser”. Es en este sentido, donde el concepto de “uso” parece situarse en un
lugar estratégico de articulación dentro del campo de tensiones con el que Agamben trabaja.
Devenir-creación de nuevos usos.

Hoy vivimos en un mundo en el que lo humano (todo lo vivido y experimentado) ha sido serado de
sí mismo y cosificado por los dispositivos de separación capitalista para consagrarlo a la esfera del
consumo y del espectáculo. Cada objeto, cada lugar, cada actividad están separados de sí mismo y
desarticulados por los distintos dispositivos de separación y desarticulación del capital. Así como
Marx sabía bien que el carácter fetichista de la mercancía brotaba de la propia forma mercancía y
no del contenido (del trabajo cristalizado en la mercancía o de las cualidades físicas de ésta),
Agamben plantea, que la separación se da a nivel de la forma del objeto mediante un proceso de
separación que separa todo de sí mismo. De manera que, en la mercancía la separación es
inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio,
transformándose así en un fetiche inaprensible, y donde, todo lo que es actuado, producido y
vivido –incluso el cuerpo humano, la sexualidad y el lenguaje– es dividido y desplazado a una
esfera separada que ya no permite una definición sustancial (limitación) y en la que el uso se
vuelve concretamente imposible. Esta esfera es la del consumo y de la propiedad.

Por lo que, según Agamben, “Si hoy los consumidores en las sociedades de masas son infelices, no
es porque consumen objetos que han incorporado su propia imposibilidad de ser usados, sino
también –y sobre todo– porque creen ejercer el derecho de propiedad sobre ellos, porque se han
vuelto incapaces de profanarlos” (Agamben, “Elogio de la profanación”).

“El uso es, así, siempre relación con un inapropiable; se refiere a las cosas en cuanto no
pueden convertirse en objeto de posesión. Pero, de este modo, el uso también desnuda la
verdadera naturaleza de la propiedad, que no es otra que el dispositivo que desplaza el libre
uso de los hombres a una esfera separada, en la cual se convierte en derecho”.

 La formula “hacer uso” significa tornar impropio e inapropiable, es decir, usar algo de tal
manera que no pueda ser una propiedad administrable, instrumentalizable o negociable
por ningún tipo de dispositivo.
 El uso es, una oposición radical a cualquier forma de apropiación, o sea, a la estructura
más elemental de cualquier tipo de dispositivo jurídico o biopolítico.

Conceptualmente, profanar como devenir-creación de nuevos usos, “consiste en liberar un


comportamiento de su inscripción genética en una esfera determinada. El comportamiento así
liberado reproduce e incluso imita las formas de la actividad de que se ha emancipado, pero
vaciándola de su sentido y de la relación obligada a un fin, las abre y las dispone a un nuevo uso.
La actividad resultante deviene, así, un medio puro, es decir una praxis que, aun manteniendo
tenazmente su naturaleza de medio, se ha emancipado de su relación con un fin, ha olvidado
alegremente su objetivo y ahora puede exhibirse como tal, como medio sin fin. La creación de un
nuevo uso es, así, posiblemente para el hombre solamente desactivando un viejo uso, volviéndolo
inoperante”.
Así, los comportamientos típicos de una determinada actividad humana, son desactivados y, de
este modo, se los abre a un nuevo posible uso, cuando se lo vacía de su sentido y de la relación
obligada a un fin, o sea, cuando se los vuelve inoperante. Cuando la actividad así realizada deviene
“un medio puro” y se emancipa de su relación obligada a un fin, deviene “medio sin fin”. Los
comportamientos profanatorios son, justamente, aquellos medios puros desligados de su relación
a un fin.

El devenir-creación de nuevos usos, es abrir los comportamientos que nos mantienen atrapados a
nuevos usos posibles, mediante la desactivación de los usos con que se nos imponen los fines
inmediatos a los que están adscriptos dichos comportamientos. La profanación, así entendida,
está internamente vinculada con la inoperosidad, ya que trata de desactivar o hacer inoperante el
fin inmediato y el sentido con el que se nos imponen tales comportamientos. Esto no quiere decir,
un restituir las cosas a un uso natural previo a la consagración, quiere decir, un crear otro,
abriendo las cosas a un nuevo uso, haciendo inoperante su uso previo.

La profanación, según Agamben, es una tarea totalmente política. Pero, no una política que tenga
que ver con el acatamiento de una vocación histórica o biológica en la que estemos involucrados y
abocados, sino con un posibilitar la recuperación de la pura potencialidad que caracteriza al ser
humano, volviendo inoperantes los comportamientos tal como se nos imponen para
transformarlos en puras posibilidades. La profanación, es así, un tipo de política radical de la
inoperatividad, mediante la que, sería posible recuperar la pura posibilidad. Puesto que, la pura
medialidad es lo que caracteriza a lo político: “Política es la exhibición de una medialidad, el hacer
visible un medio como tal. Es la esfera no de un fin en sí, sino de una medialidad pura y sin fin
como ámbito del actuar y del pensar humano” (Agamben, “Medios sin fin”).

El uso, comienza a aparecer así como un concepto privilegiado para hacer frente a los diversos
tipos de dispositivos que pretenden capturar y gobernar la existencia: “se trata de liberar aquello
que ha sido apropiado y separado a través de dispositivos para restituirlo a un posible uso común”
(Agamben, La comunidad que viene). Se trata de posibilitar un uso radicalmente exterior a la
propiedad y al gobierno; un uso que comienza allí donde cesan el derecho, la biopolítica o la
religión. Un uso, pues, que sólo puede situarse en un espacio radicalmente heterogéneo a ellos, en
“ese ingobernable que es el inicio y, a la vez, el punto de fuga de toda política” (Agamben, El
tiempo que resta). Se trata de un uso común que permite liberar las múltiples potencias de los
cuerpos, del lenguaje, del mundo, desactivando los dispositivos del poder y restituyendo al uso
común los espacios que el poder había cosificado.

De este modo, la liberación al uso común a través de la profanación (como noción de uso) es
comprendida como la única forma de enfrentarse a los dispositivos de gobierno contemporáneos.
“Todo dispositivo de poder es siempre doble: él resulta por un lado, de un comportamiento
individual de subjetivación y, por el otro, de su captura en una esfera separada. El
comportamiento individual en sí no tiene, a menudo, nada censurable y puede expresar más bien
un intento un intento liberatorio; es responsable eventualmente cuando no ha sido constreñido
por las circunstancias o por las fuerzas– solamente su haberse dejado capturar por el dispositivo”.

Un nuevo uso posible es, lo que resulta de una profanación que desborda la captura y la
administración operada por los dispositivos, su direccionamiento hacia fines económicos
exteriores. De este modo, es como una profanación debería darse allí donde un dispositivo intente
escindir en esferas autónomas un ámbito de la existencia y, en última instancia, la vida misma. Por
eso, indica Agamben, que “un puramente existencial” es lo que debe ser liberado para constituir
una vida que sea totalmente indisociable de su forma como forma-de-vida. Así es como, el
carácter destitutivo e inoperoso del uso sólo puede darse en lo que, Agamben denomina como,
forma-de-vida, o sea, una vida que es inseparable de su forma.

De esta manera, una forma-de-vida, es aquella en la que la vida ha sido liberada al uso común, y
en la que la existencia misma ha sido liberada a nuevos usos posibles, por fuera del derecho y la
propiedad. Agamben en “Altísima pobreza”, reconoce al estudiar las comunidades franciscanas la
puesta en práctica de este paradigma de forma-de-vida y, desde el prefacio de este libro, define el
carácter positivo de su objeto: “cómo pensar una forma-de-vida, es decir, una vida humana que se
sustraiga por completo a ser capturada por el derecho, y un uso de los cuerpos y del mundo que
no sustancie jamás en una apropiación”ii.

En este sentido, la función operativa del concepto de uso para Agamben tiene un lugar
fundamentalmente estratégico para desactivar los dispositivos y volverlos inoperosos. No se trata
de una categoría esencialmente teórica, sino de un instrumento analítico-crítico para pensar y
crear una nueva forma-de-vida abierta a su propia potencia, inseparable de su forma. La
importancia conceptual del uso se debe a que no se enfrenta a un determinado dispositivo
específico, sino a la lógica misma que los hace funcionar: la de la separación, la apropiación y el
gobierno.

Según Agamben, pensar cómo podría configurarse una vida en común por fuera de los dispositivos
“exigirá la elaboración de una teoría del uso (…); y a partir de ella, de una crítica de esa ontología
operativa y gubernamental que, bajo los disfraces más variados, continúa determinando los
destinos de la especie humana”.

Por lo tanto, la restitución del uso sólo puede ser el efecto de una política de la profanación
originada por la transformación histórica de la condición humana en la que hoy habitamos,
mediante la desactivación de los dispositivos que capturan e escinden la existencia común en
esferas autónomas. La profanación, como actividad sin obra, tiene como resultado volver
inoperosos los diversos dispositivos de gobierno: de control, de mando, jurídicos, etc. Para poder
pensar y, por que no también, crear una forma-de-vida, es decir, una vida común que pueda
desplegarse haciendo uso de todas sus potencias como espacio de posibiladad. Puesto que, para
Agamben, los conceptos fundamentales de la política no son ya la producción y la praxis, sino la
inoperosidad y el uso.
POIESIS Y PRAXIS

Aristóteles había distinguido entre el hacer [poiesis], que busca un fin externo (la producción de
una obra), y el actuar [praxis], que tiene en sí mismo (en el actuar bien) su fin.

i
Refiriéndose concretamente a la cultura europea en lo que respecta al desmantelamiento de las
instituciones universitarias y por la creciente muesificación de la cultura.
ii
El planteo franciscano del uso se originó en el marco de una compleja discusión que se dio a finales del
siglo XIII entre los teólogos franciscanos y la curia romana. Agamben reconoce en esta discusión la potencia
política del concepto franciscano de uso, en su intento de construir una vida común completamente exterior
al derecho, pero también sus limitaciones. Su definición puramente negativa de la noción de propiedad
impidió a los franciscanos vincular con fuerza el concepto de uso con su propia forma de vida. Donde, por
ejemplo, Guillermo de Ockhan lleva a cabo una compleja operación: situar dentro del dispositivo jurídico el
concepto de uso para ubicar a las comunidades franciscanas por fuera de él.

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