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Corazón endurecido

No fue particularmente mi mejor cuaresma. Dios ha perdido mucho protagonismo en mi vida y


se nota. Se nota porque me cuesta amar, siempre me ha costado, me es muy difícil poner al otro
por sobre mi, no se por qué. Tampoco es que le deseo el mal, o se lo causo. No. Es más bien una
guerra fría, un sistema de defensa sin interés en atacar. Ya eso implicaría darle demasiada
importancia a otro.
Mi dificultad de amar reside en el conflicto con el abandono de mi mismo, en el asumir
dificultades o sacrificios que no me traigan un beneficio. Es una dificultad más bien egoísta, no
quiero que nadie me moleste, solo quiero hacer mis cosas ¿Si yo así no moleste a nadie?
El problema es que la dureza de corazón viene acompañada de otro síntoma: la ceguera.
Porque ensimismado en lo propio no estoy viendo que en las sombras opera por mi el amor de
una familia, manteniendo el orden y la limpieza, las cosas básicos, que reza por mí y quiere mi
bien. Y no reclama más que mi compañía. Y ya si eso cuesta, el panorama es más grave de lo que
parecía. La dureza de corazón ha alcanzado un nivel muy elevado, con pocas brechas de acceso y
un peso bastante difícil de soportar.
¿Acaso es casualidad la falta de Dios en mi vida? ¿O esto es causalidad? Un poco de ambas creo
yo. Es un mal recíproco, se retroalimenta. Yo no lo echo a Dios de manera directa e imperativa.
Nuevamente, la estrategia es más bien fría. No lo echo pero tampoco le dejo lugar, y voy llenando
mi corazón de otras cosas, hasta que no hay más espacio.
Acá entra en juego la ceguera otra vez ¿no te das cuenta que Dios no está con vos? ¿que poco
a poco lo fuiste sacando de tu vida? Jesús nos dijo que cuando hacemos algo por el más pequeño
de nuestros hermanos lo estamos haciendo por Él. Bueno, la indiferencia con tu familia, tu novia,
tus amigos, es indiferencia con Él.
Gracias al cielo, no todos son tan duros como vos. Por la misericordia del Padre, por más que
lo eches de tu corazón, será Jesús quien espere afuera, y te golpee la puerta para que lo
escuches, para que lo dejes pasar otra vez y juntos ordenen las cosas. Cosas que no son malas,
pero que con Él ahí van a ocupar bien su lugar.
Y gracias también que puso a esa gente al lado tuyo, que también te sigue buscando, te sigue
cuidando y con paciencia espera que levantes la mirada de tus cosas y los veas. Hacelo, miralos.
En sus ojos seguro encuentres la mirada tierna de Jesús que te perdona todo y, por más loco que
suene, elige necesitarte.
Cuando uno es necio hay que aceptarlo y trabajarlo. Nunca es tarde para darse cuenta que se
está cerca del fondo para empezar a subir otra vez. El corazón duro se ablanda animándose a
amar y pidiéndole a Jesús esa ayuda.
Es la paradoja del soberbio, que puede con todo, menos con esto. Pedí ayuda. Pedile ayuda y
activá tu corazón ¡Que en él arda el fuego de su amor! Abrí los ojos, levantá la mirada hacia los
demás. Hay un mundo que te necesita, que no es lo mismo sin vos ¿Y sabés cuál es la mejor parte?
Que de esa manera vas a salir de la tibieza y vas a ser feliz.
Dale, ya está cantando el gallo. Te acabás de dar cuenta que lo negaste. Llorá tranquilo, pero
levantate y caminá, porque si vos sos como Pedro que lo negó, sabé que es Jesús el que después
de morir por vos te pregunta también tres veces:
- “¿ME AMAS?” -
- Señor tu lo sabes todo, en mi miseria, sabés que te amo.
- “Apacienta mis corderos.”

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