Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La primera afirmación que hace es: “Miren, ese es el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo” (29b). Una afirmación que consta de dos partes cada una de las cuales nos
revela algo de Jesús.
Primera: “El Cordero de Dios”. Esta expresión nos recuerda todo el significado sacrificial y
expiatorio que tenía el cordero en el Antiguo Testamento. (ver Éxodo 29).
Segunda: “Que quita el pecado del mundo” o como dice en otro texto: “Cristo mismo
llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz para que nosotros muramos al pecado
y vivamos a una vida santa” (1 Pe 2,24). La acción salvífica de Jesús tiene dimensiones
universales.
A continuación Juan recuerda a los que lo escuchan que ya les había hablado de Jesús
cuando les dijo que: “El que venía detrás era más grande” (1,15). Hay aquí como un
juego de palabras: Viene después de mí - existía antes que yo. Casi en estas dos
afirmaciones podríamos identificar las dos dimensiones de la persona de Jesús:
(1) la temporal: Viene después de mí, ya sea en su nacimiento como en el inicio de su
misión y
(2) la eterna: Existía antes que yo.
Más adelante Juan nos repite que él no sabía quién era el Mesías, pero que quien lo envió
a bautizar le había dicho: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu Santo baja y reposa es
el que bautiza con Espíritu Santo” (33). El Espíritu Santo que ‘baja’ y ‘reposa’. No solo
baja y desaparece, Juan usa el verbo reposar como para decir que el Espíritu descansa
en Jesús, hace su morada en Él.
Juan termina con unas palabras que son garantía de verdad porque se basan en un
testimonio directo: “Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios” (34). Juan
que inicia definiendo a Jesús como el Cordero de Dios, termina afirmando que más que
Cordero es el Hijo de Dios.