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AMIGOS

 ─¡Hola!, ¿estás haciendo tu recorrido? −le preguntó al muchacho que estaba trotando
frente a su casa.
Él levanta su mirada y responde:
–¡Sí!, lo hago todos los días antes de irme a la escuela.
–¿Cómo te llamas?
−¡Franco!, −responde sin duda e incomodidad. ¡Chao!, ¡ah…qué este bien!, −le dice y
se aleja jadeando. Más allá gira y alzando su brazo derecho se despide.
La Abuela Rosa, como la conocen en el vario, se ha quedado impresionada con el
jovencito que entrena a esa hora de la madrugada.
¡Me he quedado pensando en este joven! En su vestimenta, en su rostro y por qué no
decirlo en el brillo de sus ojos. Creo que me ha impresionado. Fueron las palabras que
pronunció por la abuela al ingresar a su vivienda.
Toda esa mañana no dejo de pensar en el encuentro de Franco.
¡No puedo dejar de pensar en esa carita alegre!, con su sonrisa contagiosa. Ha traído a
mi vieja mente recuerdos de mis nietos. Trato de recordar el rostro de uno de mis
hijos, cuando eran chicos y tenían tanta energía que inundaba el hogar. ¡De eso ha
pasado tanto tiempo! que casi no recuerdo nada.
Hoy la Abuela Rosa se ha levantado muy temprano, como es el primer domingo del
mes de julio, tiene la intención de recorres el mismo lugar que la semana pasada. Esos
pasadizos de la plaza, la calle y el parque, que se encuentra al final de la avenida
principal. Ese viaje la hace caminar y le ayuda a recordar cómo llegar a su casa.
En ese momento, cuando estaba tratando de ingresar a su vivienda, escucha una voz
conocida que le dice:
–¡Hola abuelita! ¿Se acuerda de mí?
Da la vuelta a su pesado cuerpo y se encuentra con el muchacho.
─¡Hola!, ¿cómo estás?
─¡Bien!, y usted ¿Cómo está?
La abuela Rosa se propone responder rápido, pero se tropieza con el peldaño de la
escalera y su cuerpo se proyecta asía adelante.
Unas manos la sostienen, justo antes que rebote su cabeza en el cemento.
–¡No se caiga abuelita de la impresión de verme!, −dijo entusiasmado.
─¡Ah...! ¡estoy bien!, no te preocupes, estos pies que están un poco torpes, no quieren
obedecer a mi cabeza que le dice que caminen con los pies y no con las rodillas, ¡hijito!
ayúdame a sentarme.
−¡Yo la reviso!
–¡Gracias jovencito! Desde hace unos días me duele la rodilla derecha.
–¡No se preocupe!, le ayudo para que ingrese a su casa y se quede sentada. Ahora si,
me despido abuelita, mañana a esta misma hora le vendré a visitar, para saber cómo
sigue.
¡Ah..!, no se su nombre, ¿cómo se llama?
─¡Rosa!
Franco se acerca a la abuela y le da un sonoro beso en la mejilla como señal de
despedida.
Desde ese día a la misma hora, la abuela Rosa tiene una visita. Claro que ya él no es un
visitante, se ha convertido en un miembro activo de mi reducida familia.
Conversan como si fuéramos viejos amigos y digo viejo, porque él es un joven que la
trata con cariño, en ocasiones hasta Franco se ha percatado que le habla como si fuera
un adulto de su edad. 
Hoy la abuela está esperándolo, porque ayer Franco participó de una competencia de
atletismo. Era una carrera de cuatrocientos metros planos. En eso, siente que tocan la
puerta y se apresura a abrirla.
–¡Hola abuelita Rosa!, ¿cómo está hoy?
–¡Bien!, ¡bien hijo!, ¿qué pasó que tienes esa carita triste?
–¡Perdí la carrera! Además, me caí e hice el ridículo, todos se rieron. ¡Estoy furioso
conmigo! Me arrastré por el cemento. Mire mis piernas estas llenas de magulladuras.
─¡Habrá otra carrera!, no te preocupes tanto. ¡La vida es así!
Franco no puede contener las lágrimas, su angustia se refleja en su cara. Ambos se
abrazan por largo tiempo, sin pronunciar palabras.
Han pasado dos semanas, Franco hoy tiene nueva competencia y ha invitado a la
abuela Rosa.
−¿Podrá ir?, así me acompaña y me da un poco de su fuerza luchadora.
–¡Si!, por supuesto entraré allí, esperándote en la meta, porque te aseguro que
ganaras.
−¡Eso espero yo también!, cruzar en primer lugar la meta.
Todos los presentes estaban muy nerviosos; los preparativos para lanzar la carrera han
aumentado la ansiedad, no solo en los competidores sino también en sus
acompañantes.
Suena el disparo y todos los corredores inician rápidamente la marcha. Doce y tanto
segundos es una eternidad para los que están afuera de la pista, en cambio, para los
participantes es como una facción de segundos. Todos gritan palabras de apoyo a sus
competidores favoritos.
¡Tú puedes!, ¡corre! son mis palabras, en esos momentos para Franco.
Él cruza en primer lugar la cinta puesta en la meta, ¡Que alegría es el ganador! y la
emoción a invadido a los presentes. Los gritan, saltan, dando rienda suelta a sus
emociones.
El grupo que acompaña a Franco, lo ha levantado sobre sus hombros para festejar y
mostrarlo al público, como el vencedor.
La abuela Rosa busca su mirada para levantarle la mano; que en esos momentos está
un poco tiesa. No puede vérmele, por más que insista, no logra decirle que ha venido
para verle correr.
De pronto, se da cuenta que Francio está a su lado y la abraza.
Ese ha sido, sin duda alguna, el día más feliz en la vida de Franco y de la abuela Rosa.
Ahora son compañeros de andanzas y siempre se le ve juntos.

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