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Incertidumbre

Sofía caminaba por la playa acompañada de sus pensamientos, avanzando


torpemente por la arena húmeda, casi sin mirar el espacio en que se deslizaban sus
pies y sin abarcar la belleza geográfica del hermoso lugar que la acogía, negándose
a gozar de los elementos que conforman esta basta playa del “litoral de los
poetas”, a la que accedía cada vez que se trasladaba con su familia a la vieja y
querida casa que siempre los acogía con la calidez que la caracterizaba.
Esta vez había partido sola. Necesita conectarse y comprender la etapa que
vivía, analizar los motivos y buscar solución a esta confusión que la agitaba desde
hacía un tiempo. Cursaba el segundo año de una escuela técnica y aunque se sentía
tranquila, últimamente no estaba tan conforme con su vida. Hacía poco había
conocido fortuitamente a un nuevo habitante de su sector que en cierta ocasión le
ofreció acercarla al instituto. Le gustó ese momento, le provocó cierto desasosiego
desconocido a su edad. Su manera de entrelazar los temas, de su seguridad ante
la vida y otras yerbas, le hacían sentido en cualquiera conversación. Hacía un
tiempo, él había llegado a vivir con su madre, trasladándose luego de haber
realizado estudios en otra ciudad, dejando atrás parte de su vida para regresar al
hogar materno. Los pocos vecinos conocidos de Sofía, lo miraban con recelo. Lo
veían llegar en un vehículo y su madre salía solícita a abrir las puertas del
estrecho garaje. Nadie hablaba con él.
Paralelamente Sofía vivía plenamente su juventud entre la familia, sus
amistades y su enamorado. Este, era compañero de estudios, por lo tanto hacían
trabajos juntos, estudiaban y compartían con el resto de compañeros.
Pero más de un par de veces, este vecino nuevamente había parado su auto
para llevarla al centro donde ella se dirigía. En estas ocasiones la conversación
entre los dos, surgía fluidamente aunque sólo hablaran de cosas triviales, pero
había algo en la personalidad de este hombre, que atraía, sobre todo por su
seguridad en lo que decía. Ella sentía atracción por esa característica por lo cual los
cerca de veinte minutos que transcurría el trayecto, se pasaban volando y a ella le
habría gustado tener otros encuentros que no fueran tan escasos como estos,
porque a esas horas de la mañana, el tiempo transcurría más de prisa; ah, y
siempre evitaban los temas personales.
Pero algo iba naciendo detrás de estos encuentros. Ella a pesar de contar con
un enamorado de su edad, luego de estas ocasiones quedaba pensativa, interesada
en seguir dialogando, deseando conocerlo más e imaginando un nuevo encuentro,
los que al principio eran casuales. Así pasaba el tiempo, en su vida personal y sus
estudios, aunque cada mañana que esperaba el bus, permanecía atenta al
movimiento de los vehículos que circulaban, dejando pasar a veces el autobús por
si aparecía “casualmente” el auto de su interés.
Transcurrió el invierno, produciéndose esporádicamente estos encuentros,
pero en Sofía se fue creando una gran confusión. Se preparaba más en los últimos
temas que habían abordado para sentirse a la altura de este hombre hecho y
derecho para sus cortos años. El jamás le había demostrado nada más allá de su
amabilidad y agrado. Tampoco le preguntó nada personal. Sólo una vez se
saludaron con la mano cuando el vehículo pasó cerca de ella una tarde al regresar a
casa acompañada de su pololo. Esto la molestó, dejándola de mal humor. Entró
a casa deseosa de deshacerse muy luego de su compañía. Se portó fría y hasta
grosera con él. Cuando éste se marchó, su madre solícita le preguntó el motivo de
su desagrado. Inventó cualquier pretexto, pero dentro de ella crecía una
insatisfacción extraña. No sabía cómo comprender lo que vivía.
Inventó un paseo con un par de amigas, para llegar a la querida casa en la
playa. Pero fue sola. Necesitaba saber lo que le pasaba, analizar su actuar, porque
desde adentro, muy dentro de ella, crecía un interés desconocido que la llamaba a
crecer, a sentirse mujer, a dejar atrás a la lola traviesa, individualista y frívola que
había sido hasta ahora.

La tarde fue transcurriendo mientras ella una vez sentada en la arena y


levantando su cara hacia los rayos de sol, que aún aparecían entremedio de un par
de nubes, se dispuso lentamente a sacarse las zapatillas, respiró profundamente
comenzando a gozar del espléndido espectáculo que ese querido rincón del
mundo, le ofrecía. El sol emprendía su retirada y el cielo se teñía de la más
hermosa gama de colores, pintando todo el horizonte con su manto de tonalidades
que se entremezclaban con el azul del agua y el celeste del cielo. Quedó perpleja
observando cómo se entreveraban los violetas con los anaranjados entre medio de
rojos y fucsias, hasta sentir tal fuerza y felicidad, que corrió al agua mojándose las
piernas, para luego regresar bailando hasta sus zapatillas que esperaban
indiferentes. Ahí se desplomó y con la vista fija en el espectáculo que se
desarrollaba ante sus ojos, con un par de lágrimas resbalando de sus ojos, se
reprochó: ¿Cómo puedo sentirme fuera de este escenario, luego de esta magnífica
puesta de sol que acabo de presenciar?
Desahogada y resuelta se amarró las zapatillas y con dignidad se paró para
emprender la retirada, caminando suavemente con una leve sonrisa en los labios…
para preguntarse - ¿Es esto el inicio de la madurez emocional -??
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Segundo final :
Luego de la larga caminata realizada por el borde de la playa, con muchas
imágenes dispersas, sin distraerse en nada externo, Sofía se dirige hasta la casa.
Abre la puerta y al cerrarla se siente sola. Resuelta va hacia la pequeña cocinilla.
Prepara un tazón y busca en su mochila un sobre, lo abre y al echarle el agua
encima, va revolviendo el espeso chocolate que pronto la despierta de su
ensoñación, al sentir el intenso sabor que impregna la pieza con su aroma. Luego
se acerca a una butaca frente a la ventana y con el brebaje en la mano se deja caer
en ella dispuesta a saborear el recién preparado tazón. Una vez reconfortada, mira
a la distancia divisando a lo lejos un pedazo de mar que lentamente va
desapareciendo entre la bruma, cubriendo con su manto el lugar.
Se para, abre la puerta y al recordar que está sola, respira profundamente el
aroma que llega desde el mar. Siempre ha deseado sentirse capaz de vivir sola. Sus
20 años le parecen suficientes para emprender el vuelo. Está cansada de ser la chica
que no tiene decisiones propias. ¿Y si esta fuera la oportunidad de probarme
quedándome el fin de semana aquí en la costa, sola? Se pregunta. Podría
cocinarme un par de cosas, escuchar música fuerte como me gusta, dormiría hasta
tarde,… en fin, podría, podría… Se afirma en la puerta, luego de sentir a lo lejos el
sonido de las olas en su inquieto afán. Se estremece, esboza una leve sonrisa en sus
labios recordando un interesante tema planteado en el aula: La Autonomía.
Busca su mochila y mirando el reloj luego de cerrar la puerta, se dirige
rápidamente hacia el terminal. Aún es hora de volver a casa, ─ se dice,─ y a lo
mejor hasta alcanzo a llegar a comer.

Lucy Fernández R.
Abril 2020

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