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República Bolivariana De Venezuela

Ministerio Del poder popular para Educación Superior


Universidad Arturo Michelena
Facultad De Humanidades, Letras Y Artes
Escuela De Idiomas Modernos
Sección: 1T
Cátedra: Historia Contemporánea de Venezuela

Análisis del “Estado del disimulo” de José


Ignacio Cabrujas

Integrantes:
Melean, Marialicia
Profesor:
Primera, Ely
Zuccato, Luis.

San Diego, Abril del 2020


“El estado del disimulo”

José Ignacio Cabrujas mejor conocido como un hombre de la televisión


y del periodismo fue actor, director y dramaturgo, el cual se inició en el oficio
con el Teatro Universitario de la Universidad Central de Venezuela, donde
estudiaba Derecho. 

     Para Cabrujas el concepto de Estado lo consideraba como un “truco legal”


que justificaba formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del “me
da la gana”. Menciona que el estado es lo que el cómo caudillo y simple
hombre de poder, determina lo que será, de igual manera lo plantea con la Ley.
Destaca que de esa manera es como cree que se ha comportado el Estado
venezolano, en donde el país tuvo siempre una visión precaria de sus
instituciones porque, en el fondo para el, Venezuela es un país provisional.

     Expresa su sentir cuando nos habla del “más o menos” nacional, al momento
que hace referencia a las edificaciones coloniales, es decir, las formas
arquitectónicas del estado, hace mención de la catedral de caracas como una
edificación provisional ya que para el alguien levanto esa catedral “mientras
tanto y por si acaso”. Dice que nuestros indígenas eran tribus errantes que
marchaban de un lugar a otro en busca de alimentos. Describe que vivir fue casi
siempre viajar y que cuando el Sur comenzó a presentirse como el lugar del
“oro prometido”, Venezuela se convirtió en un sitio de paso donde quedarse
significaba ser menos. En donde se instaló así un concepto de ciudad
campamento (descrito de esa manera por Francisco Herrera Luque en una de
sus novelas).

     Para él, el campamento se transformó en un hotel, o al menos esa fue la


manera en la que describió la mejor noción de progreso que tuvo Venezuela,
convertirse en un gigantesco hotel donde apenas somos huéspedes. Mencionó
que el Estado venezolano actúa generalmente como una gerencia hotelera en
permanente fracaso a la hora de garantizar el confort de los huéspedes. Esto no
es más, que su forma de expresar que, asumir la vida, pretender que sus
acciones se traducen en algo, o moverse en un tiempo histórico hacia un
objetivo, es algo que choca con el reglamento del hotel, puesto que no pretende
transformar las instalaciones de dicho hotel, ni mejorarlas, o adaptarlas a sus
deseos. 

     Para Cabrujas el “gigantesco hotel” como era la forma en la que se refería a


Venezuela, necesitaba la fórmula de un Estado capaz de administrarlo, es decir,
un reglamento pragmático y sin ningún melindre principista. A su vez cuando
menciona a la Constitución Nacional, también nos dice que la deberíamos de
entender como un documento sincero, que sea capaz de reflejar con cierta
exactitud lo que somos, y lo que aspiramos.

     Mas sin embargo, plantea que el campamento aspiró a convertirse en un


Estado y para colmo de males, en un Estado culto, principista, institucional y
legendario por todo lo que tiene de hermoso e irreal. Para él, redactar una
Constitución fue siempre en Venezuela un ejercicio retórico, destinado a
disimular las criadillas del gobernante, dando como resultado que durante siglos
nos hayamos acostumbrado a percibir que las leyes no tienen nada que ver con
la vida.

     Para Cabrujas, esta sociedad de complicidades y de lados flacos ha hecho de


la noción de Estado un esquema de disimulos. Explica con ironía que finjamos
que somos un país con una Constitución, que el Presidente de la República es
un ciudadano esclarecido, o que la Corte Suprema de Justicia es un santuario de
la legalidad. Más sin embargo, menciona que, no nos engañemos, porque en el
fondo, todos sabemos cómo se “bate el cobre”, cuál es la verdad, de qué pie
cojea el Contralor, o el Ministro de Energía, o el Secretario del Ministro de
Educación. Expresa que la “verdad” no está escrita en ninguna parte. 

     Reconoce que hemos aprendido a vivir mintiéndole al Estado, y ese


aprendizaje tiene razón de ser si este país viviese de acuerdo a las normas,
leyes, disposiciones, reglamentos, permisos, procedimientos, etc. Destaca que
en ese inmenso tejido de situaciones cotidianas donde necesitamos dialogar por
ejemplo con el Estado convertido en fiscal de tránsito, escribiente de tribunal,
secretario de notaría, o en enfermera de los Seguros Sociales, es en ese caso
donde el funcionario se convierte en nuestro enemigo cuando se pone pesado, y
cumple con las normas como tiene que ser. Por eso, en Venezuela, todo
funcionario público cumple con las normas. Por eso, en Venezuela, todo
funcionario público o es un delincuente o es un antipático. Destaca que la
verdadera filosofía del Estado venezolano descansa sobre un axioma preciso y
diáfano, de manera que el Estado desconfía absolutamente de los ciudadanos.
El Estado venezolano parte de la idea de que somos unos pillos y de que es
necesario impedir que seamos de esa manera.

     José Ignacio Cabrujas  describe a la sociedad venezolana, (en el sentido de


grupo humano que establece ciertos compromisos y ciertos objetivos comunes),
a una que está basada en una mentira general, en un vivir postizo. Lo que nos
gusta no es legal, lo que nos gusta no es moral, lo que nos gusta no es
conveniente, o lo que nos gusta es un error. Entonces, obligatoriamente tenemos
que mentir. Destaca que como venezolanos no vamos a renunciar a nuestras
apetencias, a nuestra “verdad”, en lugar de eso, vamos a disimularla, vamos a
aparentar esto o lo otro, para así poder escondernos, porque vivimos en un país
donde el campamento que era una ciudad como Caracas hacia 1700 consiguió
una “forma” capaz de disimular ciertas amabilidades precarias, cierta vida
auténtica, donde intercambiábamos un poquito de sal y un poquito de harina,
cierto “mientras tanto” y cierto “por si acaso”.

     Asimismo plantea que vivir es defendernos del Estado. Defendernos de un


patrón ético al que llamamos “Estado” el cual no es otra cosa más que la
traslación mecánica de un esquema europeo. Se aceptó la “moral” y la “cívica”,
vivimos en una sociedad que no ha podido escoger entre la “moral” y la
“cívica”, hasta el sol de hoy, conceptos absolutamente contrapuestos. El Estado
venezolano, no se parece a los venezolanos. El Estado venezolano es una
aspiración mítica de sus ciudadanos. El Presidente es presidente sólo porque él
dice que es presidente. Pero, en realidad, no es un presidente. Es una persona
que está allí, desempeñando una provisionalidad. De allí que la función
presidencial no es entendida del todo por los ciudadanos. 

     Expresa abiertamente como casi todos los venezolanos pensamos


“honestamente” que el Presidente, sea quien sea, llámese como se llame, es un
ladrón, que si un hombre llega a Miraflores, es necesariamente lógico que se
dedique a robar y que si no lo hace, pertenece a la categoría de los
“inexistentes”, al limbo del “paradigma”. Desde luego, damos por hecho que no
nos gusta que el Presidente robe, sin embargo nos quejamos amargamente de la
corrupción gubernamental, de cualquiera que se robe un dinero, pero a su vez lo
damos por hecho. “Todos los políticos son unos bandidos”. “Todos los políticos
son unos corruptos”. “Todos los políticos son unos ladrones”. Eso es lo que
realmente pensamos. El corrupto no es un ser excepcional. El corrupto es un ser
lógico, sostenido por una relación de causa y efecto. El corrupto es “la norma”.
Mientras que el hombre honesto es un pendejo o lo que consideramos
simplemente como una excepción lujosa.

     Por otro lado, se creó una especie de cosmogonía. El Estado adquirió


rápidamente un matiz “providencial”. Pasó de un desarrollo lento, tan lento
como todo lo que tiene que ver con agricultura, a un desarrollo “milagroso” y
espectacular. Mas sin embargo el Estado no tiene nada que ver con nuestra
realidad. El Estado es un brujo magnánimo, un titán repleto de esperanzas en
esa bolsa de mentiras que son los programas gubernamentales. 
     A su vez, Cabrujas menciona, que nunca fuimos tan “provisionales” como
en los dorados años de Pérez Jiménez, ya que había más riqueza que presencia.
La ciudad de Caracas no era capaz de reflejar esa prosperidad por más edificios
y monumentos que se construyeran, aun seguía siendo una aldea, mas sin
embargo, todos estábamos de acuerdo en que se trataba de una aldea
provisional, “mientras tanto y por si acaso”. No vivíamos donde teníamos que
vivir, pero tampoco sabíamos dónde teníamos que vivir, cuál era la imagen de
la ciudad que soñábamos, en qué consistía esa fabulosa ciudad. La democracia
lejos de apartarse de ese camino, insistió en la construcción de ciudades
provisionales. 

     No solamente el venezolano le estaba pidiendo al Estado que asuma


dignamente su condición de tal, sino que por primera vez en la historia de
Venezuela, había signos inequívocos de que nos interesaba la suerte del Estado,
hasta donde percibimos la noción de Estado. Cabrujas destaca que
normalmente, en Venezuela el Estado es el gobierno, y concretamente el
gobierno de turno. Incluso desde los tiempos de Juan Vicente Gómez hasta el
segundo o el tercer año de gobierno del doctor Herrera Campíns, los informes
del Banco Central, las alocuciones presidenciales y las declaraciones de los
ministros de Hacienda pregonaban un continuo crecimiento. El país crecía
económicamente casi como los ciclos de la naturaleza, era un crecimiento que
no dependía de nosotros. 

     El mundo nos hacía crecer. La prosperidad norteamericana o europea nos


hacía crecer. El nacionalismo egipcio nos hacía crecer. Las ambiciones árabes
nos hacían crecer. Y de repente, ese crecimiento se detuvo. Comenzamos a
vivir un déficit, el gobierno tiene problemas y todo el mundo sabe que el
gobierno tiene problemas. Es entonces donde nos ha empezado a interesar la
suerte del gobierno. Hemos comenzado a entender que el gobierno no es una
catástrofe natural, sino una contingencia que se expresa en un proyecto
económico. 

Posteriormente, Cabrujas menciona como el pueblo venezolano vivió la


época de los dos Pérez (haciendo referencia a Pérez Jiménez y a Carlos Andrés
Pérez, llamándolo reprise), resaltando los años de Pérez Jiménez como uno de
los que tenían más transcendencia histórica, como muchos de los venezolanos
reconocen, ya que si bien el gobierno de Pérez Jiménez fue opresivo y férrea,
no se debe ignorar que el país llegó a nueva época durante su tiempo en el
poder, todo esto sin dar un juicio de valor. Y es que el venezolano tiene una
imponente necesidad de categorizar todo como bueno y malo, como moral o
ético, nunca como las dos.

Es quizás la razón por la que todos adoran la figura del libertador Simón
Bolívar, un gran prócer de nuestra historia, así como también un gran visionario
con ideales no tan buenos, que libertó gran parte de nuestro territorio y que
buscaba formar una gran nación irreal, cosa que no se dio y al que consideran
una de las figuras más buenas de la historia venezolana. De ahí que estas
etiquetas se encarguen de categorizar personajes importantes de la historia
venezolana sin necesidad alguna, se le veía como alguien bueno, soñador,
idealista, pero estas etiquetas realmente no deberían existir, las personas no leen
la historia del mundo y separan a los grandes personajes por buenos o por
malos, ¿Qué sentido o aporte tiene hacerlo? Exacto, ninguno.

Asimismo, destaca la figura de otra persona a la que considera importante, a


Rómulo Betancourt, descrito por el mismo Cabrujas como un muchacho febril
con ideales marxistas realmente no comprendidos quién poco a poco descubría
que no eran el remedio que necesitaban para sus problemas, que busco unir y
llegar a todas partes del país con un concepto de democracia casi obsesivo. Sin
embargo, económicamente hablando el país no cambió, exceptuando algunos
cambios más civilizados, en su gobierno criticar el mal obrar del otro, sobre
todo si era político, era ley, lo que terminaría creando la opción contraria, la
oposición de gobierno.

Curiosamente, Cabrujas considera absurdo que para aquella época no se pudiera


reelegir presidentes, y sería bueno preguntarse, qué pensaría Cabrujas de la
situación actual, donde vivimos la era roja, que ya tiene más de dos décadas
destruyendo paulatina y apresuradamente la sociedad venezolana, que a pesar
de los años no ha cambiado mucho, sigue siendo la misma. Por supuesto, para
su época, el no reelegir presidentes solo traía consigo la variación entre los dos
partidos políticos (Acción Democrática y COPEI) y nadie podría decir que si se
hubiese mantenido, en la actualidad no nos mantendríamos de la misma forma,
solo que alternando entre lo que actualmente son gobierno y oposición. Quizás
en este caso la situación sería distinta, o quizás no, pero es una respuesta que
nunca tendremos porque la realidad es distinta. El estado seguirá siendo de
disimulo, así como lo viene siendo desde hace tantos años.

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