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La Evolución De La Farmacia Durante El Barroco

Se manifestó principalmente en la Europa occidental, aunque debido


al colonialismo también se dio en numerosas colonias de las potencias europeas,
principalmente
en Latinoamérica.
Cronológicamente, abarcó todo
el siglo XVII y principios
del XVIII, con mayor o menor
prolongación en el tiempo
dependiendo de cada país. Se
suele situar entre
el Manierismo y el Rococó, en
una época caracterizada por fuertes disputas religiosas entre
países católicos y protestantes.

En este siglo los farmacéuticos tienen un papel indiscutible en el ámbito de la


ciencia, y comienzan a dedicarse a la química con más interés. Abundan las
publicaciones científicas escritas por farmacéuticos, comienzan a introducirse en
las academias y asociaciones científicas, adquieren nuevos roles como
formadores, investigadores o en puestos de reciente creación como Boticario
Mayor del Rey o Boticario Mayor del Ejército. La oficina de farmacia se desarrolla
separando la zona de atención al público del laboratorio y utilizando materias
primas cada vez más fiables. Se introduce la quina, la ipecacuana, el bálsamo del
Perú, etc.

Los farmacéuticos del Barroco fueron los grandes impulsores del uso de
productos químicos como medicamentos, a lo que los médicos de la época se
oponían, burlándose de ellos abiertamente. Esto deja claro la mentalidad que los
boticarios, como hombres de ciencia que eran, tenían en un periodo de la historia
complejo, en el que chocaban las nuevas teorías con la Iglesia y con lo
establecido.
También se mantenían remedios de toda la vida, como la triaca, la carne de
momia... Como novedad terapéutica aparecen los enemas, que arrasaron sobre
todo entre las clases altas. El caso es que su aplicación era responsabilidad del
farmacéutico (que manía nos tenían los médicos), pero delegaban en sus
ayudantes y se limitaban a supervisar el evento.

Los boticarios franceses destacan en este siglo como los alemanes en el anterior.
Beguín descubre la acetona, Seignette el tartrato sódico potásico, Glaser el nitrato
y sulfato potásicos, Le Fevre el acetato mercúrico e inventa el oleómetro. Glaubero
(éste es alemán) descubre el acetato potásico y el cloruro de etilo. El español Juan
Salvador y Bosca crea el primer herbario de la flora nacional.

También se dieron tres aspectos principales en lo que fue la evolución de las


farmacias: el de la literatura farmacéutica, básicamente referida a las farmacopeas
y textos farmacéuticos (escritos o no por boticarios) el del ejercicio de la profesión
y el de la farmacia como establecimiento.

1- Las Farmacopeas y Otros Textos


Farmacéuticos:

Portada de una edición de la Farmacopea


londinense

El número de farmacopeas se incrementó considerablemente durante el Barroco y


puede decirse que la mayoría de las grandes ciudades europeas publicaron sus
primeras ediciones o las revisiones de las editadas durante el Renacimiento. Así,
el siglo XVII comienza y acaba con las dos farmacopeas publicadas por el colegio
de Boticarios de Valencia, las cuales no aportaban novedades de interés. Entre
ambas se publicaron la veneciana, la londinense, la de Ámsterdam, la de Paris,
así como la de Bruselas, Amberes, Gante y Brujas. También vieron la luz la
primera farmacopea helvética, la Farmacopea catalana, que venía a sustituir a las
Concordias, y otras varias.
La mayoría de ellas presentaban un formato muy parecido y básicamente se
estructuraban en tres partes: la primera, dedicada a los simples,
fundamentalmente vegetales; la segunda, a la preparación de los compuestos
galénicos; la tercera, a los medicamentos químicos.
Al lado de estos libros que reflejaban la terapéutica oficial, aparecieron numerosas
obras de farmacia, tanto en su vertiente terapéutica que continuaba siendo
abordada mayoritariamente por médicos como en lo que se refiere al arte
farmacéutico, labor en la que los más destacados autores son ya farmacéuticos, a
pesar de que la farmacia seguía careciendo de estudios universitarios reglados
Entre los autores españoles sobresalen el galenista Francisco Vélez de Arciniega
–además de su tratado sobre medicamentos animales, publicado en los últimos
años de la centuria anterior, editó en el siglo XVII dos Farmacopeas y una Teoría
farmacéutica, Gerónimo de la Fuente Piérola –farmacéutico y literato, cuyo
Tyrocinio Pharmacopeo Methodo Medico y Chimico. El autor más destacado entre
los boticarios españoles probablemente sea Miguel Martínez de Leache, boticario
de Tudela, de sólida formación y autor de una amplia obra llena de sentido común.
Desde su posición eminentemente galenista, plantea que el farmacéutico debe ser
ante todo un experto en las hierbas, para lo cual debe saber emplear
adecuadamente los cinco sentidos, se ocupa de la actividad del farmacéutico y
sus fundamentos científicos tiene a los Cánones de Mesué como la base de los
mismos, da un interesante visón de la vida profesional de la época y se muestra
como un acérrimo defensor de la profesionalidad de los boticarios.
En el tratado de las Condiciones que ha de tener un boticario para ser doctor en
su arte (1662), Martínez de Leache mantiene que entre los diferentes nombres con
los con que se había venido designando al preparador de Medicamentos, se debía
conservar el de pharmacopeos; además, sostiene que el farmacéutico debe
dominar la lengua latina para acudir a los textos terapéuticos, no ser soberbio ni
dado a vanidades humanas, huir de juegos y no darse a la bebida, no ser avaro y,
en cambio, ser tolerante, estudioso, temeroso de Dios y de buena conducta; por
otra parte, el boticario debe conocer los simples medicinales y los mejores
métodos para la preparación de medicamentos compuestos, tener en la botica
ministros aprendices y ayudantes entendidos en el arte, no dar medicamentos sin
receta de médico aprobados y no sustituir unos medicamentos por otros sin
consejo médico; por último, da algunas instrucciones sobre las condiciones que
debe reunir el lugar donde instalar la botica, la cual debe mantenerse siempre
limpia. También se ocupa de los médicos, alabando a los doctores y rechazando
las aptitudes y malas prácticas de algunos y las actitudes de los que están más
pendientes de su bolsillo que de la curación de los enfermos.
En efecto, la relación de médicos que publicaron textos sobre el arte farmacéutico
es larga. En España, se pueden destacar los trabajos de Juan de Alós, sobre el
que recayó el mayor peso de la redacción de la farmacopea catalana antes
aludida.
También los aspectos farmacológicos relacionados con la cirugía fueron
ampliamente tratados tanto por los médicos como por los propios cirujanos.
En el resto de Europa, el panorama que nos ofrece la literatura farmacéutica
barroca es muy similar. Cada vez existen más autores entre los boticarios, aunque
son muchos todavía los médicos que se siguen ocupando de las materias relativas
a la farmacia. Incluso algunos de ellos tuvieron la doble condición de médicos y
farmacéuticos.
Entre los autores propiamente farmacéuticos cabe señalar las obras del italiano
Antonio Sgobbis, cuyo Nuevo y universal teatro farmacéutico, publicado en
Venecia en 1667, tuvo un amplio eco, y del francés Nicolás Lemery, escribió textos
de éxito, como su Farmacopea Universal, su Tratado de drogas simples y su
Curso de Química de gran influencia en la evolución de la Química moderna.
La estrecha relación de la farmacia con la química se inicia ya con Robert Boyle,
uno de los autores más interesantes del Barroco. Creador del concepto de
elemento químico y de la ley que relaciona el volumen de un gas con la presión,
Boyle realizó ensayos toxicológicos con animales, ideó diversos procesos para
obtener productos químicos procedentes de las plantas, estudió el fósforo y se
atrevió incluso a publicar una obra titulada Elección de remedios segura, en la que
daba cuenta de unas 350 recetas, con algunas de las cuales él mismo se
medicaba O.Tacken,G. Hamberg y J. R. Glauber fueron otros importantes
químicos, cuyos estudios especialmente los relativos al mejor conocimiento de los
ácidos, álcalis y sales tuvieron un gran valor práctico para la farmacia y ayudaron
a la difusión de los remedios químicos.
El droguero y especiero parisino Pedro Pomet escribió una Historia General de las
drogas, obra que ofrece una visión muy completa de la encrucijada terapéutica del
Mundo Moderno entre la tradición y el racionalismo y da cuenta de la mayoría de
los remedios utilizados. De los autores que se dedicaron más a la botánica cuyos
conocimientos se hicieron imprescindibles para los que querían dedicarse a
ejercer la farmacia no conviene olvidar a J. Ray, quien ideó un interesante sistema
de clasificación de las plantas, recopiló los conocimientos botánicos de la época y
abordó diversos aspectos
farmacológicos.

2- Ejercicio de la
Profesión:

Farmacia hospitalaria barroca.


Grabado de W. Kilian contenido
en una obra de M. Geiger

(Profesión en España) No puede decirse que la organización profesional


farmacéutica tuviera cambios considerables ni que la legislación acerca de la
farmacia se modificará sustancialmente durante la época barroca: en la Europa
mediterránea continuó el modelo gremial, al mundo anglosajón todavía no había
llegado la separación de la medicina con la farmacia y la de ésta con otras
actividades relacionadas, y en la Europa central, la profesión farmacéutica estuvo
regulada por las autoridades regionales o estatales.
En España, donde la farmacia estaba regulada por los Colegios de boticarios allí
donde existían y por el Tribunal del Protomedicato en el resto del país, una
pragmática de Felipe III, en 1617, autorizaba a los protomédicos de la Corte y a
los Justicias, en sus respectivas jurisdicciones, a visitar las boticas cuantas veces
fuera preciso y tuvieran por conveniente. Otra disposición del mismo año prohibía
a los protomédicos dar la licencia a persona alguna que no fuera médico o
boticario aprobado para que hiciese polvos o tabletas purgativas, la cual fue
rectificada poco después por otra orden según la cual ningún médico o cirujano
podía hacer en su casa medicamentos o purgas para venderlos, sino que debía
mandarlos hacer a los boticarios examinados.
La farmacia dejaba de ser un oficio y se convertía así en una de las artes liberales,
incorporándose los boticarios a la cada vez más amplia capa social de la
burguesía.
En 1689, se prohibía a los boticarios recibir como mancebos a quiénes no tuvieran
conocimientos de la lengua latina y, diez años después, se les impedía despachar
o admitir recetas que no estuvieran firmadas por médicos; poco antes, se había
dictado otra disposición prohibiendo que se utilizaran en las recetas los nombres
naturales y comunes conforme a la verdadera farmacia y no los nombres
supuestos, postizos o extraordinarios. Para poder ser boticario aprobado había
que superar un examen, para el que se exigía fe de bautismo, limpieza de sangre
y capacidad demostrada por haber trabajado, al menos cuatro años con un
maestro aprobado. Toda esta serie de medidas tenían por objeto evitar los
abusos, las posibles concomitancias entre médicos y farmacéuticos y los
frecuentes problemas de intrusismo profesional, no siempre bien resueltos, como
lo prueba la disposición dictada por el Papa Inocencio XI, en 1678, en
contestación a las protestas de los farmacéuticos catalanes, que solicitaban que
se prohibiese a las órdenes religiosas tener farmacias y preparar medicamentos.
La normativa papal impedía a los eclesiásticos ejercer públicamente la farmacia,
pero indicaba que podían preparar medicamentos en beneficio de los religiosos
pobres y bienhechores, siempre que se hiciera de buena fe y sin afán de lucro, lo
cual, evidentemente, dejaba una espita abierta a que los clérigos siguieran
ejerciendo como farmacéuticos.

 La Actividad Farmacéutica en Otros Países:


En las colonias americanas se vivió una situación de penuria en lo que a la
farmacia se refiere y, salvo México y Perú, países en los que ya existían boticas
desde el siglo XVI, en el resto de los nuevos territorios españoles la farmacia brilló
por su ausencia, siendo los misioneros especialmente los jesuitas quienes llevaron
a cabo, en la mayoría de los casos, la tarea de la preparación de los
medicamentos, tanto en los conventos como en los hospitales.
En los demás países del área mediterránea la situación fue muy similar a la de
España. En Francia, la farmacia estuvo regulada por las Comunidades o
Corporaciones, necesitando los aspirantes a boticarios superar un examen y haber
demostrado sus capacidades durante varios años de aprendizaje. En Montpellier
donde se creó una cátedra de cirugía y farmacia, Poitiers y otras importantes
ciudades se organizaban cursos acerca de la preparación de medicamentos y de
las materias afines a la farmacia, como la botánica y la química, dirigidos a
farmacéuticos, o bien se invitaban a los mancebos a escuchar las lecciones de
algunos médicos. Probablemente los dos hechos más significativos de la farmacia
francesa del Barroco fueron los continuos pleitos en los que se vieron envueltos
los farmacéuticos con los gremios relacionados especieros, merceros, candeleros,
destiladores, entre otros. Con los religiosos y con los médicos, por una parte, y la
estricta legislación llevada a cabo sobre la preparación y vigilancia de los
productos tóxicos a raíz de los frecuentes casos de envenenamiento aparecidos
en el último tramo del siglo.
La oposición de la facultad de Medicina de París a la utilización de los
medicamentos químicos alcanzó su punto más álgido durante la etapa que ejerció
como decano de la misma el galenista Guy Patin. Ello salpicó a los Boticarios,
dado que la mayor parte de ellos no solamente no se oponían, sino que
despachaban cuantas recetas.
Para impedir que los boticarios tuvieran remedios químicos para su venta, bajo el
pretexto de la sustitución abusiva de determinados medicamentos por otros
sucedáneos más asequibles, Guy Patin emprendió una auténtica cruzada contra
los farmacéuticos con la que no sólo consiguió la prohibición de la venta de
medicamentos químicos en las farmacias parisinas únicamente pudieron volver a
despacharse a partir de 1666, una vez muerto Guy Patin, sino que logró el
derecho de los miembros de la facultad a realizar visitas de supervisión a las
farmacias y, aún más, instó a los enfermos a no comprar los productos de la botica
y a prepararse ellos mismos remedios sencillos a partir de productos adquiridos en
las droguerías o herboristerías, dando lugar a lo que se ha dado en llamar la
“terapéutica de cocina”. La situación se volvió tan insostenible que los
farmacéuticos de Paris se vieron obligados a aceptar un acuerdo en el que se
planteaba la sumisión casi absoluta de los boticarios a los médicos; esta
dependencia siguió vigente hasta el último cuarto del siglo XVIII, en el que una
ordenanza de Luis XVI otorgaba al Colegio de Farmacia la potestad de regular la
profesión.
En Italia, la farmacia estuvo organizada de una manera muy parecida,
correspondiendo el mayor peso a las asociaciones gremiales. Al igual que en
Francia, se vivió una gran oleada de envenenamientos, lo que obligó a las
actividades a dictar normas muy estrictas sobre cómo se debía dispensar el
arsénico en las farmacias y de la necesidad de llevar un libro especial de venenos.
Uno de los aspectos más interesantes de este período fue el desarrollo de la
farmacia en la República de Venecia, en donde se convirtió en una actividad
comercial de gran poder económico.
En los países anglosajones continuo la ausencia de separación legal entre
médicos y farmacéuticos y entre éstos y diferentes tipos de tenderos. Los médicos
podían actuar también como farmacéuticos y sus ayudantes fueron haciéndose
hábiles en la preparación de recetas, hasta el punto que muchos de ellos se
establecieron como boticarios; por el contrario, algunos farmacéuticos también
realizaban determinadas prácticas médicas.
Por otra parte, junto a farmacéuticos muy instruidos y de muy alta categoría social
como los Boticarios Reales convivieron un gran número de boticarios dedicados
casi exclusivamente a la preparación de medicamentos, cuya posición social
podíamos calificar de intermedia, y otros, de baja categoría social.
A pesar de lo dicho, en 1617, se creó en la ciudad de Londres la Sociedad del arte
y misterio de los boticarios, cuyos miembros, todos farmacéuticos, eran los únicos
autorizados para hacer, vender, preparar, aplicar o administrar medicamentos en
Londres y sus alrededores. La creación de esta corporación, frente a la Sociedad
de farmacéuticos, fundada muy pocos años antes y que también acogía a los
especieros, así como las luchas que tuvo que sostener contra especieros,
químicos y médicos, muestran también la voluntad de los boticarios por delimitar
su terreno profesional. En cualquier caso, no llegó a existir el modelo mediterráneo
de separación clara de funciones y este otro modelo más difuso se extendió por
las Islas Británicas, por algunas regiones europeas como en ciertas ciudades de
Portugal y por las colonias inglesas, incluyendo los Estados Unidos de América,
en los que no existieron boticarios como tales durante todo el Mundo Moderno. En
el resto de la América no española la situación fue muy parecida.
Finalmente, el modelo centroeuropeo, desarrollado fundamentalmente en las
regiones de influencia germánica, se caracterizó por el control y la regulación de la
profesión farmacéutica por parte de las autoridades civiles; el saber y el que hacer
farmacéutico estuvieron más o menos especializados, y así lo prueba la serie de
textos y autores antes mencionados procedentes de Prusia, Austria, Suiza,
Bélgica, etc. y la obligación existente de que los aspirantes a farmacéuticos debían
seguir clases en la Universidad. Las boticas eran concesiones estatales que se
daban de forma particular a los boticarios, los cuales poseían el monopolio de
ventas no sólo de medicamentos, sino también de una variada gama de otros
productos.
Las disputas de los farmacéuticos del Barroco con los médicos, con otros
profesionales y entre ellos mismos no se limitaban al ejercicio de la profesión ni a
la disputa entre galenistas y renovadores. Algunas veces alcanzaron también al
propio uso e indicaciones de los
remedios, así como a la
preparación de los mismos.

3- Farmacia como
establecimiento:

Aunque se trata de un grabado del primer cuarto del siglo XVIII, la farmacia representada
muestra los elementos Típicos de la segunda mitad del siglo XVII.
El boticario (F. Florinus).

Para hacernos una idea de cómo eran las oficinas de farmacia en esta época, hay
que volver a utilizar el recurso del arte y la literatura. Por ellos se puede apreciar
que las boticas apenas variaron en aspecto en relación al Renacimiento.
Generalmente existía una separación entre el lugar donde se despachaba al
público y el lugar de preparación de los medicamentos, disponiendo muchas
farmacias de su propio jardín de plantas medicinales. En los grabados de la época
se puede observar, según los diferentes lugares y los diversos tipos de farmacia,
los utensilios más clásicos y otros más modernos, la incorporación de algunos de
los instrumentos recién inventados, como el termómetro, la constante presencia
del farmacéutico con el recetario en la mano y la de algunos ayudantes dedicados
a la elaboración de los medicamentos, así como escenas variadas de la atención a
los clientes.

Muchas farmacias aparecen presididas por motivos religiosos y en no pocas se


aprecia la presencia de elementos supersticiosos, como el caimán y más
raramente otros animales colgados del techo.

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