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Un campesino planeó un estratagema para encontrar una esposa para su hijo tímido. Anunció que intercambiaría ciruelas por basura en el mercado, esperando encontrar una mujer ordenada y trabajadora. Conoció a Irina, una joven que llevó poca basura porque mantenía su casa limpia. El campesino invitó a Irina a su casa para conocer a su hijo, y ambos jóvenes se enamoraron a primera vista.
Descripción original:
Esta en la historia de una ciruela, aun no se si estos tienen copyraxd
Un campesino planeó un estratagema para encontrar una esposa para su hijo tímido. Anunció que intercambiaría ciruelas por basura en el mercado, esperando encontrar una mujer ordenada y trabajadora. Conoció a Irina, una joven que llevó poca basura porque mantenía su casa limpia. El campesino invitó a Irina a su casa para conocer a su hijo, y ambos jóvenes se enamoraron a primera vista.
Un campesino planeó un estratagema para encontrar una esposa para su hijo tímido. Anunció que intercambiaría ciruelas por basura en el mercado, esperando encontrar una mujer ordenada y trabajadora. Conoció a Irina, una joven que llevó poca basura porque mantenía su casa limpia. El campesino invitó a Irina a su casa para conocer a su hijo, y ambos jóvenes se enamoraron a primera vista.
cultivando hortalizas y frutas que luego vendía en el mercado. Con el dinero que obtenía, compraba todo lo necesario para sacar adelante a su mujer y a su hijo.
El hombre era muy feliz porque tenía una esposa
estupenda y se sentía muy orgulloso de su hijo, un chico fantástico siempre dispuesto a ayudar en las duras labores del campo y a colaborar en todo lo que hiciera falta. Además de trabajador, el joven era muy educado, sensible y buena persona.
Tenía 28 años y el matrimonio creía que ya era hora de
que conociese a la persona adecuada para casarse y formar su propia familia ¡Además, los dos estaban deseando ser abuelos! Solo había un problemilla: el chico era muy tímido con las mujeres y todavía no se había enamorado nunca de ninguna.
El padre pensó que podía echarle una mano y se propuso
encontrar una buena chica para su amado hijo. Un buen día, sin decir nada a nadie, cogió un enorme saco y lo llenó de jugosas ciruelas amarillas que él mismo había recogido la tarde anterior. Después lo metió en un pequeño carruaje que enganchó a su viejo caballo y se fue al pueblo más cercano.
Se dirigió a la plaza donde estaba el mercado y vio que
estaba repleta de gente. Se situó en el centro y empezó a gritar como un descosido para que se le escuchara bien:
– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por
basura!
Aparentemente el campesino proponía un intercambio
genial, así que como es lógico, todas las mujeres del pueblo empezaron a barrer y a limpiar sus casas para acumular la mayor cantidad de basura posible y cambiarla por fruta.
Imagínate la extraña escena: las señoras se acercaban al
campesino cargadas con las bolsas, este las recogía, y a cambio les daba exquisitas ciruelas. Cuando terminaba, se subía al caballo, se iba a otro pueblo, buscaba la plaza más concurrida y repetía la operación.
– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por
basura!
La propuesta volvía a surtir el efecto deseado: todas las
mujeres se ponían a recoger la porquería que tenían desperdigada por la casa, llenaban varias bolsas y se la llevaban al campesino, que muy generoso, les regalaba kilos de ciruelas ¡Para ellas el trato no podía ser más ventajoso!
Ocurrió que llegó a un pueblo en el que nunca había
estado, y al igual que en las ocasiones anteriores, buscó el lugar donde estaba la muchedumbre y empezó a anunciar su oferta.
– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por
basura!
Una vez más las mujeres se pusieron a limpiar sus casas y
salieron entusiasmadas con las bolsas repletas de desperdicios. Todas, excepto una preciosa muchacha que se acercó al campesino con una bolsita muy pequeña, más o menos del tamaño de un monedero. – ¡Vaya, jovencita, qué poca basura me traes!
La chica, un poco avergonzada, le explicó:
– Lo siento, pero es que yo barro y recojo todos los días la
casa porque me gusta tenerla bonita y aseada ¡Esto es lo único que he podido reunir!
El hombre intentó disimular su emoción.
– ¿Cómo te llamas?
– Mi nombre es Irina, señor.
– ¿Estás casada, Irina?
La chica se puso colorada como un tomate.
– No, no lo estoy; trabajo mucho y aún no he conocido a
ningún chico que merezca la pena, pero sé que algún día me casaré y formaré una familia numerosa porque ¡me encantan los niños!
El campesino se quedó encandilado por su dulzura y tuvo
claro que era la chica perfecta para su hijo, justo lo que estaba buscando ¡Su plan había funcionado!
Le cogió las manos con afecto, la miró a los ojos, y se lo
confesó todo. – Irina, tengo algo que decirte: he montado todo este tinglado de cambiar basura por ciruelas con el fin de encontrar una mujer buena y hacendosa. Tú eres la única que vino a mí con una bolsa pequeñita porque tu casa está siempre limpia y reluciente; en ella no hay basura acumulada y eso me demuestra que eres trabajadora, cuidas tus cosas y te preocupas por lo que te rodea.
– Ya, pero… ¿para qué quiere encontrar una chica como
yo?
– Pues porque tengo un hijo maravilloso que está
deseando casarse y formar una familia, pero el pobre trabaja tanto que nunca tiene tiempo para conocer muchachas de su edad. Por lo que acabas de contarme a ti te pasa lo mismo, así que creo que no sería mala idea que os conocierais.
– No, no sería mala idea…
– ¡Pues no se hable más! Te invito a merendar a mi casa
¡Me da en la nariz que os vais a caer muy bien!
– ¡De acuerdo! Me vendrá bien tomarme una tarde libre y
hacer un nuevo amigo.
El hijo del campesino estaba podando unas rosas en la
entrada cuando vio aparecer a su padre a caballo, acompañado de una mujer desconocida pero realmente hermosa. Al llegar junto a él, ambos se bajaron del caballo.
– Hijo mío, esta es Irina, una nueva amiga que quiero
presentarte. La he invitado a merendar con nosotros para que la conozcas y de paso pruebe el riquísimo bizcocho de naranja que prepara tu madre ¿Te parece bien?
Ni el joven ni Irina escucharon lo que el campesino estaba
diciendo porque el flechazo fue instantáneo y ambos se quedaron totalmente embobados mirándose a los ojos, ajenos al resto del mundo.
El campesino se dio cuenta y se alejó en silencio con una
sonrisa en los labios. Sabía que los jóvenes acababan de enamorarse y todo gracias a la curiosa prueba de cambiar ciruelas por basura.