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TRABAJO PRECARIO Y SALUD MENTAL1

SYLVIA BERMANN

CAPITULO IV
La Salud Mental

Introducción
En el ámbito de la salud mental se enfrentan constantemente los aspectos instituidos
con la práctica instituyente de los actores involucrados, de acuerdo a su ubicación en las
diferentes formaciones económico-sociales. Lo instituido significa el saber acumulado a
través de generaciones de especialistas más las tradicionales instituciones de atención; lo
instituyente, la práctica social que trata de transformar lo instituido. Esta, de acuerdo a su
mayor o menor dinámica innovadora, va modificando progresivamente lo instituido. El
análisis de Evrard acerca de la percepción dialéctica de la psiquiatría como institución,
puede extenderse a todo el campo de la salud mental:
"Un sistema simbólico objetivo y exterior a los individuos y subjetivo e interior
a los individuos a la vez.
“Una realidad histórica que se produce incesantemente mediante el juego de
lo instituido y lo instituyente en sus detenciones, progresos y rupturas.
“El elemento de una totalidad más vasta, es decir, que no posee una historia
autónoma respecto de las otras Instituciones (medicina, trabajo, justicia, pedagogía,
etc.). Esta totalidad social que da cierto sentido a la psiquiatría, tampoco debe estar
aislada como una categoría abstracta ("la sociedad"), sino que debe ser encarada
en el movimiento totalizador que la sustente."1

La conducta de los seres humanos es siempre vínculo con otros. Toda conducta está
siempre ligada a un objeto (mediación que se carga de la cualidad de las relaciones
humanas) ya sea concreto (animado o inanimado) o virtual en el área de la mente o del
cuerpo, es decir, psicológico, pero no por ello menos real. Este vínculo virtual y el objeto
virtual de todo vínculo concreto es lo que Freud introdujo como contenido inconciente. Y en
la formación de la conducta no actúan estímulos in abstracto sino siempre estímulos
sociales e interpersonales. De allí la importancia del estudio de aquellos procesos mentales
que a nivel infra y superestructural conforman la vida del hombre, como el trabajo, la vida
cotidiana, la familia o los grupos, la cultura, la sociedad.

1
Bermann, S.: Trabajo precario y salud mental. Narvaja editor. Córdoba.1996
1
La conducta humana es el nivel más alto de integración alcanzado por la naturaleza a
lo largo del proceso evolutivo y el más complejo por su alta densidad de información, difícil
de interpretar y esclarecer. Como conquista de los seres vivos a través de la conformación
del mundo es, en último término, el instrumento individual y colectivo capaz de reflejar,
adaptar y transformar la naturaleza y los procesos sociales. “Las condiciones naturales son
necesarias para el desarrollo del hombre, pero éste se lleva a cabo en sociedad y se
objetiva en los productos de su trabajo, en sus sistemas de instituciones y 'usos', en su
lenguaje, en sus ideas, valores, concepciones del mundo y artes.”2 En un mundo cuyos
objetos y fenómenos están en constante cambio y transformación, la mediación de la praxis
transforma la materia inerte en trabajada, humanizando la naturaleza. Por lo tanto, los
procesos sociales preceden al desarrollo del individuo: carácter histórico, carácter social, el
proceso salud-enfermedad está sobredeterminado por las condiciones de existencia.
Al revés de lo que pensaba la ciencia tradicional, que los concebía como sistemas
cerrados con tendencia al equilibrio, los seres humanos son sistemas abiertos, esto es,
procesos en constante interacción y cambio., La palabra proceso viene del latín y significa
"avanzar o mover hacia delante”. Los procesos que contienen e intercambian energía están
sujetos a cambios cíclicos como ocurre en los ritmos biológicos, diurnos y estacionales. Su
flujo determinado puede crear nuevas estructuras, bifurcaciones creativas. Estas nociones
que provienen de la moderna termodinámica, llevan a considerar el mundo en permanente
cambio y transformación, como lo planteaba Heráclito en la V centuria antes de Cristo. En
cada proceso hay dos o más fuerzas opuestas que lo organizan, mueven e interactúan entre
sí de manera recurrente: no hay armonía sin conflictos, ni separación sin unión, ni diferencia
sin similaridad, ni amor sin amor propio, ni conciencia sin inconciencia.

Qué es la salud mental


El análisis de las categorías utilizadas por las ciencias del hombre para definir
conceptos como “salud y enfermedad”, “normal y patológico”, demuestra la existencia de un
campo ambiguo, indefinido, lleno de contradicciones. Esta ambigüedad -que es un
verdadero paradigma de ocultación ideológica acerca de las reales características del
problema- cumple la función de escamotear el hecho de que los criterios de salud y
enfermedad dependen, en las diversas culturas, del desarrollo dialéctico entre dos
fenómenos: por un lado el conocimiento científico, por otro el grado de desarrollo humano y
social, ambos interactuantes y estrechamente relacionados. Para advertirlo, basta con
comparar la concepción primitiva de la locura, atribuida sobre todo a la posesión de espíritus
malignos o demoníacos, y la actual, producto del conocimiento científico y social de los

2
seres humanos. Porque los criterios de salud-enfermedad llevan implícita una concepción
del sujeto, del mundo y de la historia. Del interjuego entre concepciones y prácticas diversas
brotan técnicas asistenciales y curativas diferentes que han evolucionado de las sociedades
primitivas con su shaman o médico brujo, los sacerdotes egipcios, aztecas y de los templos
de Esculapio, los religiosos de la Edad Media y Moderna, hasta el psiquiatra y psicólogo
contemporáneos. Por lo tanto, si la definición de salud plantea dificultades conceptuales y
prácticas, en mucho mayor grado las presenta la definición de la salud mental. Su
consideración como una totalidad en la que se integran los niveles biológico, psicológico y
social implica tener tras de si una concepción particular de la realidad, en la que pueden
influir factores subjetivos e ideológicos. Porque la forma de observación de las
enfermedades mentales se ha profundizado cada vez mas hacia adentro del individuo, pero
no más allá de éste, o sea hacia las condiciones sociales y económicas que determinan el
estado de enfermedad.
Tales antecedentes permiten comprender el uso de diferentes criterios para definir la
salud-enfermedad mental: estadístico, funcional, valorativo o moral, operativo. Así se ha
definido la salud mental a) como la ausencia de la dolencia llamada enfermedad mental; b)
como el polo positivo de un proceso continuo cuyo polo opuesto es la enfermedad; c) como
cualidades personales observables, tales como capacidad intelectual e interpersonal
(social), compatibles con la edad y dones naturales que faltan en el enfermo mental; d)
como una conducta social de adaptación manifestada en una familia sana que vive en una
sociedad 'sana'; e) como habilidades definidas mediante conceptos de eficacia, lucha y
capacidad de relación social, considerando la salud mental como lo opuesto a incapacidad,
resignación, desesperanza y egocentrismo.”3
No puede desconocerse que las enfermedades mentales existen, aunque en las
diversas clases y sociedades asuman características diferentes en sus manifestaciones
sintomáticas, su tratamiento y su pronóstico.
En relación con los padecimientos mentales de la población general, Levi señala que
“en Estados Unidos, casi el 15% necesita algún tipo de servido de salud mental en un
momento determinado y se calcula que hasta el 25% de los habitantes sufren depresión
ligera o moderada, ansiedad, angustia y otros síntomas de perturbación emocional.”4 y
agrega: “se ha afirmado qué aproximadamente la mitad de la población trabajadora se
siente desgraciada en su trabajo y que hasta el 90% dedica quizás gran parte de su tiempo
y energía a un trabajo que no contribuye a alcanzar sus metas en la vida. Aproximadamente
el 75% de las personas que consultan a psiquiatras tienen problemas que pueden ponerse
en relación con la falta de satisfacción en el trabajo o la incapacidad de relajarse.” En

3
México, Matrajt encontró en la población trabajadora una prevalencia de trastornos mentales
del 24%, frente al 18% en población de ciudades de provincias sin industrialización y del
20% en el promedio nacional.5
Levi concluye que de la gran variedad de datos de países europeos se desprende lo
siguiente:
“El nivel general de tensión física y psíquica de la población trabajadora es alto.
“El grado de tensión parece haber aumentado durante los años setenta.
“Hay acentuadas diferencias entre los tipos de tensión a que están sometidos los
individuos pertenecientes a distintas capas socioeconómicas.
“Está aumentando el número de problemas entre los jóvenes.”6

Si bien la información de los países en desarrollo todavía es escasa, las mismas


condiciones económicas y sociales críticas que se viven en el Tercer Mundo, señalan la
predisposición a una mayor vulnerabilidad física y psíquica. La rápida industrialización, las
migraciones y la aculturación, la exposición a tóxicos y contaminantes, entre otros variados
factores, afectan sin duda la salud física y mental. Aunque a menudo el trabajador del
subdesarrollo no puede darse el lujo de sentirse enfermo y oculta o ignora su mal.
El ser vivo existe en constante interacción y como una unidad con el medio ambiente.
Es esta relación la que no permite considerarlo de manera adecuada si se lo aísla y toma
separadamente. No existe un hecho normal o patológico de por sí. Es por eso que lo normal
no surge de la norma, del promedio estadístico o de lo más frecuente, sino de la posibilidad
de alcanzar ese equilibrio siempre inestable y variable con el medio ambiente, de acuerdo a
las características particulares. Por lo tanto, “la salud es un margen de tolerancia con
respecto a las infidelidades del medio ambiente.”7 La enfermedad implica malestar y
sufrimiento, disminución de la variabilidad en relación con el medio, y no puede ser valorada
como un hecho positivo.
Como decíamos, el hombre es una totalidad que existe en continua interacción con el
ambiente personal e impersonal que lo rodea, pero el acontecer psíquico debe ser
aprehendido, ahora sí, en los distintos niveles: biológico, psicológico y social. Cualquier
proceso psíquico, normal o anormal, presupone una modificación en el organismo. Los
fenómenos psíquicos, por lo tanto, están vinculados a determinadas funciones biológicas,
pero, dentro de este contexto biológico, obedecen a leyes propias, en gran parte
independientes de los factores orgánicos y fisiológicos. Sin embargo, el descuido del nivel
biológico puede conducir a un peligroso psicologismo, que comúnmente privilegia
determinadas alteraciones como las neurosis y los trastornos del carácter y es contraparte

4
del biologismo tradicional, hoy tan reactualizado y convertido en factor de crisis en la
medicina contemporánea, con su énfasis excluyente en los aspectos biomédicos. Estos
asumen la enfermedad como plenamente determinada por variables biológicas mensurables
ignorando los niveles psicológico y social. Este es un modelo inadecuado para las tareas
científicas y la responsabilidad social, ya sea de la medicina o de la psiquiatría.
A su vez, el psicologismo puede ser equiparado a dicho biologismo, ya que ignora la
base material como determinante y en interacción con los otros niveles. Porque la alta
incidencia de factores orgánicos en buena parte de los cuadros mas frecuentemente
observados -alcoholismo, oligofrenia, drogadicción, epilepsia, trastornos psicosomáticos,
etc.- señala la importancia de no olvidar los mecanismos biológicos subyacentes en las
alteraciones psíquicas.
En el enfoque tradicional de la medicina subyace la creencia de que salud y
enfermedad son estados dados por naturaleza, que nos afectan individualmente y que, por
lo tanto, deben ser tratados en forma individual. Esta ocultación ideológica lleva a considerar
que las enfermedades son provocadas por la “naturaleza” y encubre el hecho de que son
también producto de nuestro modo de vida cotidiano, de factores y circunstancias sociales.
Existe un nutrido cúmulo de datos, particularmente de origen psicológico y psiquiátrico, que
demuestra cómo las enfermedades varían de acuerdo a la clase social, a la estructura
urbana, al tipo de familia, a los desastres, a los procesos migratorios, al trabajo.
Puede decirse que no existe una definición “objetiva" de la enfermedad, ya que los
criterios de salud y enfermedad mental en uso se sustentan en normas que refuerzan el
ascendiente de los sectores dominantes y que, al igual que las normas jurídicas, sirven para
adaptar a los individuos a la estructura social en vigor. Esta sumisión y adaptación
indiscriminada de valores conduce al criterio de salud vigente, de adaptación y competencia
social, que cumple un papel funcional en la perpetuación de las relaciones existentes.
A la inversa, también podría decirse que la salud mental consiste en el aprendizaje de
la realidad para transformarla, a través del manejo, el enfrentamiento y la solución
integradora de conflictos, tanto internos del individuo, como los que tienen lugar entre éste y
el medio en el que se encuentra inserto. Cuando dicho aprendizaje se perturba o fracasa en
el intento de su resolución, se puede comenzar a hablar de enfermedad, la salud mental,
como ha dicho Pichón Rivière, se concibe como la capacidad de mantener con el mundo
relaciones dialécticas y transformadoras que permitan resolver las contradicciones internas
del individuo y las de éste con el contexto social”.8
Existe una clara multifactorialidad en las determinaciones de la díada salud-
enfermedad. Corresponde, por lo tanto, que sea estudiada desde distintos campos teóricos,

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con una perspectiva interdisciplinaria e histórica. Dentro de lo enunciado, la salud mental
debe ser abordada en el campo integral de la vida humana y de la salud, abandonando el
hiato tradicional entre medicina y psiquiatría. Sólo la especificidad de su practica o temática
puede autorizar el hecho de que se parcialice o totalice su actividad.
En la actualidad, la salud mental implica bastante más que las clásicas higiene
mental y clínica psiquiátrica: abarca un campo más amplio ya que incluye la problemática de
la salud y enfermedad mental, su ecología, la utilización y evaluación de las instituciones, su
personal, el estudio de las necesidades de la comunidad y los recursos que se disponen
para satisfacerlas. En suma, el análisis y conocimiento de la estructura social, de los
variados determinantes y condicionantes del proceso salud-enfermedad y el estimulo a la
participación popular en todos los momentos del proceso: planificación, ejecución y
evaluación de las acciones de salud mental.

Alienación y salud mental


El trabajo es el rasgo distintivo de la especie. Destinado, mediante la utilización de la
técnica a transformar la naturaleza, es el común denominador y condicionante de toda vida
en sociedad. A diferencia de los animales, el hombre se desarrolla y se modifica en el
trabajo; al humanizar la naturaleza se hace hombre.
Para comprender las relaciones entre trabajo y ser humano, entre trabajo y salud,
entre trabajo y enfermedad física o mental, debe tomarse en consideración el conjunto de
las condiciones de vida del trabajador: cómo vive, si tiene o no familia y cómo es ésta, cómo
se lleva con su esposa e hijos, cómo es su vida sexual, cómo se alimenta, cómo duerme,
cuánto tarda en transportarse de su casa al trabajo, las condiciones de su vida social y
muchas otras cosas más que luego iré enumerando. Porque el trabajo moldea y organiza o
deforma toda la vida del trabajador. Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con los
trabajadores del transporte urbano de la ciudad de Córdoba (Argentina), en quienes Seia ha
descripto la existencia de un cuadro denominado Reacción Ansiosa Sub—Aguda (RASA).9
Exigidos por un trabajo rígido y cronometrado, debiendo simultáneamente cobrar y conducir,
controlar el ascenso y descenso de los pasajeros, el tránsito, el pasaje, la planilla, etc.,
desarrollan un trastorno psicológico caracterizado por ansiedad e irritabilidad, fatiga e
insomnio, que trastorna toda la vida del grupo familiar, desde la vida sexual hasta el
rendimiento escolar de los hijos. Se trata de un grupo sometido a similares condiciones de
trabajo, cuyas características los obreros conocen muy bien, y que enferma de manera
similar y cuya solución requiere el replanteo y la transformación de las condiciones de
trabajo. Entre paréntesis, esto se ha conseguido en parte, tras una ardua lucha en la que se

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obtuvo, al menos, que los trabajadores dejaran de cobrar y manejar al mismo tiempo,
apelando al uso de cospeles y tarjeta magnética.
Las perturbaciones psicosociales surgen cuando las condiciones de trabajo están en
oposición a las necesidades y recursos humanos. Por ello, las principales causas de esta
clase de tensiones y trastornos provienen de demandas inadecuadas y conflictivas para la
capacidad del trabajador, de sus aspiraciones frustradas y de la insatisfacción, producto de
anhelos no concretados. Se plantean así diversas situaciones que superan la capacidad
personal de elaboración de dichas tensiones. Naturalmente, la modalidad de reacción varía
según las características individuales, de acuerdo a la sensibilidad y resistencia de cada
uno.
Se interpone entre los estímulos y solicitaciones del medio y las manifestaciones de
malestar que pueden desembocar en patologías diversas, el sistema multifactorial único que
es cada ser humano, ese peculiar conjunto multivariado y polifacético, en el que actúan la
variada vulnerabilidad resistencia individuales. Cada persona es diferente y puede recibir
estímulos distintos que provoquen reacciones parecidas, o a la inversa reaccionar de otro
modo ante apremios similares.
Cuando dichos factores tensionantes se potencian y se ponen en juego, ya sea
brusca e intensamente, o de manera leve y prolongada, aparecen en el trabajador distintas
expresiones de malestar que van desde manifestaciones subclínicas en el área de la mente,
que pueden pasar perfectamente inadvertidas -irritación, preocupación, tensión, depresión,
insomnio, etc.-, hasta cuadros patológicos francos como las psicosis o neurosis. También
pueden aparecer diversas expresiones en el área del cuerpo, es decir trastornos
psicosomáticos como cardiopatías coronarias, hipertensión, jaqueca, trastornos
gastrointestinales y dérmicos, asma, etc. Finalmente, en el área de la conducta, los
condicionantes de tensión y ansiedad pueden influir en la aparición del alcoholismo, el
tabaquismo, la drogadicción, la obesidad, etc. A nivel de síndrome se describen reacciones
cognitivas que incluyen restricciones del campo perceptivo y de la capacidad de
concentración, así como reacciones emotivas, tales como la ansiedad y la depresión (que
pueden llegar al suicidio) y, reitero, alteraciones de la conducta como el uso y abuso de
alcohol, de nicotina o de drogas psicoactivas. Entre las alteraciones neurofisiológicos se
observan reacciones neuroendocrinas y en el sistema inmunitario, síntomas musculares
como tensión y dolor, con repercusión en las estructuras óseas, síntomas gastrointestinales
(dispepsia, indigestión, vómitos, ardor, constipación o irritación del colon, etc.), síntomas
cardíacos (palpitaciones, arritmias, precordalgia), respiratorios (disnea e hiperventilación),
genitales (dismenorrea, frigidez, impotencia), trastornos foniátricos o auditivos, etc., etc.

7
Así, como bien lo señalaba el Equipo de Salud Mental del Instituto de Medicina del
Trabajo de la Universidad de Buenos Aires, “en nuestra época, el trabajo se limita para el
obrero a ser un acto de sobrevivencia: ganarse la vida se dice, venderse la vida sería a
menudo más exacto. Porque el trabajo no es creador, es trabajo alienado y alienante, mal
remunerado, significa no solamente que el hombre vende su tiempo de trabajo, sino que su
vida entera queda entregada; trabajo y descanso, éste último se recorta sobre el fondo del
anterior: el tiempo libre desaparece. Es trabajo o bien descanso del trabajo, pero para poder
volver a trabajar. Alienación, entonces, del trabajo en sí, por sus características, pero
también por el trabajo que absorbe toda la vida, dejando poco espacio para vivir. Pues vivir
ya queda separado de trabajar: se trabaja para vivir, pero trabajar no es vivir, sino que es
una tajada de tiempo quitada a la vida, para no perderla entera, para no 'morirse de
hambre'".
"Pero hay una trampa: 1) se trabaja para vivir y resulta que trabajando no se puede
vivir sino sólo sobrevivir, ya que el trabajo no es vida, sino repetición y alienación en vez de
creación y realización. 2) El trabajo exige que uno descanse para poder seguir: y descansar
no es equivalente a vivir. 3) El trabajo perturba más allá de las fronteras de la fábrica, las
relaciones con el mundo en que uno vive: se trabaja para los hijos, para los familiares, pero
entonces éstos se transforman en una carga, no una gratificación. O sea, en la fábrica, el
trabajo del obrero pertenece a la empresa: extraño a él, alienado. En la casa su trabajo
exige descanso y su producto pertenece a la familia que es vivida como ajena y como
carga”.10
De algún modo, el párrafo anterior introduce el concepto de alienación social que,
desde la perspectiva marxista, se ha tomado como categoría básica en relación con el
proceso de trabajo. Vale la pena subrayar que el concepto psiquiátrico de alienación
significa una cosa diferente, aunque puedan superponerse en determinadas situaciones: ya
que es la denominación clásica para la locura o demencia.
Para Marx existen dos clases de alienación: una es la alienación del hombre de lo
que produce, es decir, la enajenación de los productos del trabajo humano de su productor,
transformándose entonces en algo extraño para él; la otra, es la alienación de sí mismo o
enajenación subjetiva, por la cual los hombres se enajenan de la sociedad, de los otros
hombres o de si mismos.
En esta perspectiva, la economía política es un aspecto importante pero insuficiente
para interpretar de manera integral el proceso de trabajo. Salvo las relaciones de producción
que tienen un carácter objetivo absoluto, todas las demás relaciones sociales son también
interpersonales e intersubjetivas. “No podemos entender las partes a menos que

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entendamos su función y su papel en su relación mutua y en su relación con el total”,11
señala Thompson al referirse al proceso histórico. Lo mismo vale para las relaciones entre
trabajo y salud, que tienen determinantes sociohistórico, que afectan a seres humanos, a
través de un interjuego de mediaciones sucesivas y concurrentes. En ellas aparece, en sus
diferentes niveles, la situación de conflicto vinculada al proceso de alienación. Para
comprender e interpretar esta compleja problemática, es necesario recurrir al método
dialéctico, el cual, como lo expresa Goldmann, es siempre genético, material y psíquico al
mismo tiempo, afirmando simultáneamente la imposibilidad de separar su lado espiritual de
su lado material. Permite no subestimar la importancia de la conciencia y de la acción
humana, tanto en lo simbólico como en lo instrumental. Correspondería recordar, además,
que la conciencia subjetiva de las masas determina las características de su participación
en el proceso histórico, enrolando a veces a los hombres en campos opuestos a sus
intereses humanos. La vida no puede ser entendida de manera acabada si todo se refiere a
la infraestructura material, a una cuestión puramente social, descuidando los aspectos
psicológicos y emocionales, ya que aquella no basta para comprender el concepto de
alienación.
El aporte de la psicología y el psicoanálisis enlazaría una nueva dialéctica, destinada
a abarcar las representaciones culturales y la conformación psíquica de los individuos como
actores que, en lugar de ser meros reflejos de coacciones materiales, serían aspectos
integrales y definitorios de una situación histórica, con un marco de referencia que
permitiera, mediante un análisis adecuado, conceptualizar los orígenes de las instituciones y
el rol y la función del poder y la ideología. Esto daría la posibilidad de reconocer que, por
debajo de las relaciones de producción y de la organización socioeconómica de la sociedad,
existirían estructuras igualmente fundamentales de relaciones afectivas, Y que deberíamos
concebir a esas sociedades como estructuras funcionales, caracterizadas por una
determinada división social y técnica del trabajo y un modo de explotación. Y, al mismo
tiempo, como totalidades afectivas cuyos elementos pulsionales serían sentimientos y
deseos, temores y ansiedades, fantasías y sueños, modalidades del deseo y la compulsión
interna mediante los cuales se organizarían los esfuerzos libidinales y psicoafectivos de los
seres humanos y que también se encontrarían en la base de la organización de la actividad
socioeconómica.12

1
Evrard, P.: Las manos puras. En Análisis institucional y socioanálisis. Nueva Imagen, México, 1973.
2
Sartre, J. P.: Critica de la razón dialéctica. Losada, Buenos Aires, 1971
3
Peplau, H.: Preparación y funciones de los equipos de salud mental comunitaria. En Servicios psiquiátricos y de salud
mental. OPS, Washington, 1970.

9
4
Levi, L: Definiciones y aspectos técnicos de la salud en relación con el trabajo. En Los factores psicosociales en el
trabajo. OMS, Ginebra, 1988.
5
Matrajt, M: Industrialización, proceso de trabajo y salud mental En Subjetividad y cultura, Y, 23-4, México.
6
Levi, L.: Op. Cit.
7
Canguilhem, G.: Lo normal y lo patológico, Siglo XXI, Bs. As. 1971.
8
Pichón Rivière, E.: Instituciones de la salud mental argentina. En Los Libros, 34, Bs. As., 1971.
9
Seia, H. Salud mental y transporte urbano de pasajeros. En Salud y sociedad, 3,12:24-29.
10
Fed. Arg. Psiq. Trabajo y salud mental. VIII Congreso Lat. Am. Psiq., México, 1975.
11
Thompson, E. P.: Miseria de la teoría, Critica, Barcelona, 1981.
12
Brown, S.: Marx, Freud y la crítica de la vida cotidiana. Amorrortu, Bs. As., 1975.

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