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Educación y personas
Una luz diferente sobre quién o qué está cualificado para la educación
puede aportar la idea de que la educación se ocupa de la iniciación de
los agentes humanos en sus capacidades racionales, en aquellos
valores y virtudes que las personas llevan adscritas a su estatus. Esto,
en cambio, presupone una distinción importante entre seres humanos
y personas. Los seres humanos, entendidos en su continuidad
evolutiva con otras especies animales, pueden considerarse objeto de
estudio biológico o antropológico. Las personas, sin embargo, no son
principalmente objetos de estudio científico, sino sujetos de acciones
judiciales, partes en contratos matrimoniales, miembros d e clubes y
asociaciones, actores sobre el escenario, personajes de novela, etc.
Desde este punto de vista, debemos notar que la humanidad
concebida biológicamente no es una condición necesaria del ser
persona: formas de vida inteligente no-humanas o extraterrestres
podrían considerarse como personas (y por tanto, como seres
educables) —y, por supuesto, muchos creyentes religiosos creen que
los dioses, ángeles y demonios son, digámoslo así, personas
no-humanas—. Aunque ello es más controvertido, también se puede
negar el estatus de persona (al menos el estatus completo) a ciertos
seres humanos: por ejemplo, consideramos que los recién nacidos
sólo son personas potencial-mente, en un sentido aproximado; o, por
ejemplo, en el caso de los comas irreversibles, donde la vida mental
está reducida a mera pasividad.
Esta es, sin duda, una cuestión muy compleja dentro de la filosofía
educativa, sobre la que se ha vertido mucha tinta -y de la que, de un
modo u otro, nos ocuparemos a lo largo de todo el libro-. No obstante,
dedicaremos el resto de este capítulo a elucidar una serie de
distinciones tan elementales como problemáticas, necesarias para
nuestras indagaciones ulteriores.
Educación, cultura y valores