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Ensayo Sobre El Malestar en La Cultura PDF
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¿Habrá visto la luz en toda la eternidad de la naturaleza otro ser que durante tan largo
tiempo no pueda convertir sus pulsiones en acciones sobre el mundo sino en
alucinaciones? ¿Habrá existido otro ser que durante tanto tiempo dependa de la acción
de sus progenitores para sobrevivir? ¿Otro ser que durante tanto tiempo no tenga fuerzas
para atacar sino imaginación para odiar?
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Ponencia presentada en el Congreso sobre la Cultura organizado por el Movimiento Freudiano
Internacional en la ciudad de Roma, enero 29-31 de 1982
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pequeñez, para que la instancia psíquica que ha llegado a llamarse "el yo" pueda
agregarse al ser.
Esta tragedia tópica está, además, inscrita sobre una tragedia dinámica y económica;
el "yo" en sus orígenes no cuenta con fuerzas propias; la libido fluye a él desde el "ello-
naturaleza", del que pretende diferenciarse. Durante toda la fase de su formación el "yo"
es incapaz de procurar la aparición del placer, o de evitar el dolor, sin el concurso de
fuerzas ajenas, no siempre disponibles o no siempre en capacidad de actuar en su auxilio.
Estos patrones no son formas evolutivas pasajeras sino estilos de funcionamiento que
dejan huellas permanentes, como todos sabemos. Pasar del "yo" ampliado al "yo"
restringido no es dar un paso de una edad a otra edad, sino cambiar un modo de
relación con el mundo inspirado en la relación dual con la madre, a un modo de relación
sobredeterminado por la familia y la sociedad; es conformar un destino de acuerdo con las
vicisitudes de cada uno desde la infancia hasta la muerte.
No hay proceso secundario sin proceso primario; el proceso primario, según Freud, no
es otra cosa que un tratamiento del mundo y sus objetos que está de acuerdo con los
patrones originales de funcionamiento deseante; funcionamiento que busca una identidad
de percepción con los objetos que una vez significaron la anulación momentánea de una
carencia; carencia de objeto para una pulsión, carencia de fuerzas para obtener un
objeto que no se entregue por sí mismo, carencia de instinto para responderle al objeto con
algo que no sea una interrogación.
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experiencia frustrante, no por una falla del objeto sino por una falla del sujeto, que nunca
supo cual era su deseo.
Pero si lo único que nos puede dar la felicidad absoluta es la realización del deseo
inconsciente, entonces, por una deducción rigurosa que Freud no se negó a extraer,
debemos afirmar que la felicidad plena, equivalente al logro de esa identidad
alucinatoria del objeto fantasma con el objeto percibido, es aniquiladora.
Así lo experimentan los amantes que anhelan, como Tristán e Isolda, una noche
eterna de amor.
Por consiguiente la cultura no puede aspirar a otorgarle al hombre la felicidad, sin correr
el riesgo de destruirlo en su esencia.
La tiranía del capital abstracto, estatal o privado, que se basa en un poder sobre el
trabajo (poder que se acrecienta con el mismo trabajo tiranizado, y con las necesidades
que crea), es precisamente la que más ha difundido la ideología de la felicidad como
meta humana por excelencia; contra ella hizo su radical desafío “El hombre del
subsuelo" la inquietante novela en la que Dostoyevsky arrasa la filosofía del
pragmatismo inglés, quinta esencia de la ideología capitalista, y de la cual Nietzsche
también se burlaba preguntándose “¿qué enfermedad habrá inspirado a este filósofo?”.
Citamos:
"Pero ¿cuándo a través de los siglos se dio por primera vez el caso de que el hombre
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obrase solamente consultando su interés? ¿no tienen valor alguno los millones de hechos
que atestiguan que los hombres a sabiendas, es decir, conociendo sus verdaderos
intereses les dan de lado y se arrojan a la ventura por otros senderos donde, sin que nadie
les haga fuerza se exponen a riesgos y peligros, como si deliberadamente quisiesen
desviarse del buen camino para trazarse adrede otro más difícil y absurdo, que han de
buscar a tientas?". El mismo Dostoyevsky en el mismo texto da la única respuesta
posible a su desafío.
..."¿no existirá cierto interés más principal que los otros, uno de esos intereses que
nadie hace cuenta, según he dicho, y por los que sin embargo, es capaz el hombre de
arremeter, si es preciso, contra la razón, el honor, el sosiego, el bienestar; en una
palabra: contra cuánto más hermoso y útil existe, con tal de alcanzar esa primordial
ventaja, la más principal y preciada de todos, a sus ojos? ...Sabed que esa ventaja
presenta precisamente la particularidad de dar al traste con todas las clasificaciones y
dislocar todos los sistemas ideados por los amigos del género humano para procurarle
la dicha... Nuestro propio deseo, voluntario y libre; nuestro propio capricho, aún el más
alocado; la fantasía desatada hasta rayar en lo extravagante: he ahí en qué consiste la
ventaja pasada por alto, el interés más principal, que en ninguna clasificación se incluye
y que manda a paseo todos los sistemas y teorías...Solo una cosa necesita el hombre:
Querer con independencia cuéstele lo que le cueste... Pero, después de todo el diablo
sabrá lo que el hombre desea".
Unas décadas más tarde "el diablo", encarnado en Sigmund Freud, supo lo que el
hombre desea: el hombre desea la repetición de una experiencia de satisfacción -
frustración, que al revelarse imposible mantiene el deseo, genera el sueño, incuba la
fantasía, produce el pensamiento, el arte, y todo lo que llamamos cultura.
¿En deseo de qué? En deseo de saber sobre el deseo, responde una bella conclusión
de Piera Aulagnier; deseo inagotable de un conocimiento imposible; deseo organizador
del aparato psíquico, origen de todos los demás aparatos estructurados como civilización y
cultura.
Tal mediación "yoica" nos puede conducir a los más altos logros de la ciencia y del
arte, e igual - mente al fanatismo, a la credulidad y a la superstición.
Dentro del proceso de mediación el "yo" crea, con una porción de agresividad reprimida,
según lo expuesto por Freud, el "super-yo"; esta nueva instancia, construida con fuerzas
prestadas al "ello", en cualquier momento dinámico puede aliarse con esas fuerzas,
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ponerse al servicio del proceso primario y conducir al ser a la autodestrucción.
El "yo", que tenía bastante dificultad con el ello, conquista una nueva dificultad; la
religión y otras prácticas culturales de masas son la expresión máxima de tal dificultad.
Al seguir la línea trazada por Freud en “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”,
concluimos que aquel deseo de saber, del que habla Piera Aulagníer, se verá
principalmente afectado por esta nueva imposibilidad; se convertirá en deseo de ser
consolado y este último deseo a su turno engendrará religiones y partidos.
El artista vive en su creación todas las peripecias del goce, pero también de la renuncia
y del sufrimiento que son el clima del deseo.
Con justa razón Freud coloca la religión, y nosotros agregaríamos los partidos y los
gobiernos, entre el arte y la droga, a la cual define como anestésico de las dificultades que
suscita la relación con un objeto.
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guiada por la reminiscencia; por lo tanto la felicidad no es descarga de una tensión que
hace cesar un estado de displacer, sino algo que involucra todas nuestras instancias
psíquicas.
Al comentar esta paradoja de su poeta preferido Freud dice que tal vez Goethe
exagera, pero todos sabemos que no es una exageración, es una imagen condensada de
la felicidad y el hastío en la metáfora del día hermoso; lo hermoso tiene que ser
perecedero, pues la insistencia de la percepción destruye la ilusión de identidad con el
objeto original.
Freud afirma que “de las relaciones con otros seres humanos” emana un sufrimiento
“más doloroso que cualquier otro”. pero la verdad es que ese sufrimiento no sólo es el
más d oloroso sino el único que puede tenerse en cuenta en un análisis metapsicológico
del pesimismo; el sufrimiento de la enfermedad y el producido por las catástrofes
naturales sólo tiene sentido a la luz de las relaciones humanas.
La idea de la muerte es sufrimiento, pero no la muerte como un hecho físico; más aún,
nos atrevemos a afirmar que el hombre es el único ser que sobrevive largamente al
período necesario para la reproducción de su especie, porque una vez se comprometió
con el objeto a hacerlo sobrevivir sobreviviendo; la supervivencia humana es también una
cuestión de deseo y es afectada por todo lo que concierne al deseo, única fuente posible
de sufrimiento propiamente humano.
El neurótico obsesivo, nos enseña el psicoanalista francés Serge Leclaire (La Muerte
en la Vida del Obsesivo), se quiere eternizar como objeto falo de la madre.
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En la civilización todos nos eternizamos en instituciones y edificaciones, petrificamos el
barro deleznable que somos y lo convertimos en metal y duración; pero el barro se resiste
a dejarse convertir en oro, el barro quisiera sobrevivir como barro, sufre de tener que ser
oro para poder sobrevivir; ese sufrimiento es también un excelente motivo para un sano
pesimismo que apruebe el deseo del barro de seguir siendo barro contra la tiranía del
metal y su eternidad inhumana , que pretende representar los intereses humanos; para
poder ser oro el barro tendría que renunciar al deseo en beneficio del “principio de la
realidad”.
Sin embargo, al hombre así como no le es posible la realización total del deseo
tampoco le es posible la renuncia total a él; lo único que le es posible como lo explica
pertinentemente Freud, es domeñar sus deseos porque la no realización de las pulsiones
inhibidas es menos dolorosa que la de las no inhibidas; mas el hombre no olvida nunca
que sólo de una pulsión indómita podría obtener un placer absoluto aún al precio de la
muerte.
Hay pues también una buena razón económica para el pesimismo: “el carácter
irresistible que alcanzan los impulsos perversos" y “ la seducción que ejerce lo prohibido
en general".
¿Podríamos dejar de ser pesimistas ante un ser que se establece sobre un tal juego
dinámico y económico, que hace de la prohibición, vale decir de la dificultad y de la
adversidad, su origen?
¿Un ser al que todo lo que se le prohíbe lo vuelve deseo y lo eterniza?
Todo deseo exige un trabajo, genera un trabajo como el del sueño, una serie de
construcciones que lo hagan posible; el hombre no puede destruir sin construir y
viceversa.
Una civilización o una cultura no pueden ser destruidas sino por otra cultura, aún el
anarquismo y el nihilismo no pueden pretender destruir la cultura oficial sin ofrecerse
ellos como propuesta cultural y solución social; los anarquistas para lograr sus fines
tendrían que hacer un gran trabajo y derivar de él sus grandes y pequeñas
satisfacciones, además del sufrimiento, sin el cual no se sentirían vivir.
Nunca la civilización por perfeccionada que llegase a ser, podría generar en nosotros
esos instintos cuya carencia suscita la duda sobre nuestra posibilidad de existencia; tal
duda es matriz del deseo y del trabajo necesario para buscar su realización, ella implica
de por sí un nihilismo, una negación, que también exige un trabajo de pensamiento.
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como fuerzas dinámicas de la cultura.
Pensamos que este trabajo necesario al servicio de Eros y/o de Tánatos, explica
metapsicológicamente por qué el trabajo productor de la cultura, incluido por Freud en el
concepto de sublimación, llega a ser un fin en sí mismo y el gran paliativo de los
sufrimientos provocados por la misma cultura.
Freud incluso nos hace la promesa de que “si se sabe acrecentar el placer del trabajo
psíquico e intelectual... el destino poco puede afectarnos... porque las satisfacciones de
esta clase, como la que el artista experimenta en la creación, en la encarnación de sus
fantasías, la del investigador en la solución de sus problemas y en el descubrimiento de la
verdad, son de una calidad especial que seguramente podremos caracterizar algún día en
términos metapsicológicos".
Así como el animal no podría vivir sin sus instintos, el hombre no podría vivir sin
deseo y el deseo solo se produce en el trabajo hacia su realización y no en la realización
misma; trabajo que no inventó el hombre, más bien el hombre fue inventado por tal trabajo,
por eso puede dar la vida por construir su casa, pero no habitar en ella, sino construir otra;
y no puede construir otra casa sin destruir la primera, se ve obligado a hacerlo.
El optimismo de los sistemas políticos, jurídicos o éticos, que quieren darle al hombre la
casa hecha, es pues antihumano.
El segundo paso decisivo lo había dado ya el mismo Freud cuando descubrió el trabajo
del sueño. Freud describe el trabajo sin sujeto que produce el sueño (La Interpretación de
los Sueños 1900) y al hacerlo describe también el trabajo sin sujeto que produce al
hombre.
Veamos: "Esta parte de la elaboración del sueño deja transparentarse mejor que
ninguna otra su motivación, que es el intento de que el sueño resulte comprensible. El
descubrimiento de esta motivación nos revela la procedencia de la actividad que a la
misma da origen, la cual se conduce con el contenido del sueño dado como nuestra
actividad psíquica normal con cualquier contenido de una percepción que se sitúe ante
ella. Nuestra actividad psíquica acoge dicho contenido empleando determinadas
representaciones previas y lo ordena ya, al percibirlo, entre hipótesis comprensibles. Más
al hacerlo así, corre el peligro de falsearlo, y cae, efectivamente, en los más singulares
errores, cuando no puede situarlo al lado de algo conocido"...
"Aquellos sueños que han experimentado esta elaboración por parte de una actividad
psíquica totalmente análoga al pensamiento despierto pueden denominarse bien
compuestos...
Queda claro en el texto anterior el alcance del descubrimiento de Freud (el destacado
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es nuestro) y queda claro que la neurociencia contemporánea no contradice a Freud,
como sostienen algunos científicos que no lo han leído, sino que lo confirma, como
sostienen otros neurocientíficos que sí lo han leído.
Es tal la situación del hombre en el mundo que todo objeto que se ofrezca a sus
sentidos, le plantea un interrogante sobre su ser y sobre su existencia que sólo se
puede resolver por un intenso trabajo, el cual, además, la mayoría de las veces lo
engaña; es un trabajo que no puede detenerse ni cuando el cuerpo se entrega al reposo,
pues sin elaborar todo lo que el día le aportó como estímulo e interrogación el hombre casi
no podría dormir; y si no lo hiciera despierto, ya no podría ni vivir; trabajo de las
pulsiones y con las pulsiones, imposibles de satisfacer porque ni siquiera conocen su
objeto, que las convierte en deseos optativos que tienen, estos sí, la posibilidad de
reinventar objetos para sus fines.
Declararnos satisfechos sería casi lo mismo que declararnos muertos, pero para esa
declaración también necesitamos un otro, pues el saber sobre la muerte es otra
imposibilidad que nos asalta, según la citada, ya varias veces, Piera Aulagnier.
Sin embargo ¿cómo sacar un animal útil de un animal cuyo único objeto heredado y
verdaderamente instintivo es el seno de la madre, que sólo vive en función de la huella
mnémica de ese objeto original y de las huellas o marcas que dicho objeto imprimió en su
propio cuerpo, con el plan de re-encontrarlo siempre en un futuro que se le deshace entre
las manos?
Freud propone que aquella misma verdad que fundamenta su pesimismo puede ser un
"remedio"; porque la única verdadera desgracia es que el hombre no pueda asumir la
verdad, ni, mucho menos, producirla, porque entonces la cultura en vez de ser filosofía y
arte se plasma en la forma religiosa, en la forma de ideales sociales que terminan siempre
siendo opresores.
Pero hay una forma artística que toma directamente de la vida humana su técnica de
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tratar la verdad: es la Tragedia Griega; en la Tragedia se cristaliza el dolor del drama
humano y queda expuesto como música y poesía, haciendo intervenir la estética como
una mediadora entre la verdad y el espectador, que se ve así protegido de los efectos
destructores del sufrimiento del hombre; es una especie de destilación mítica del
sufrimiento que permite aceptarlo como un destino consubstancial a la vida misma.
Este remedio enérgico que nos proporcionaron los griegos al inventar la tragedia como
género literario, y después de ellos Shakespeare, Racine, Goethe -también Schopenhauer
desde el punto de vista filosófico - y algunos pintores románticos desde la perspectiva de
las artes plásticas, es un remedio que opera, según Aristóteles, como una catarsis y
no solamente como un consuelo, porque a través de la identificación con el héroe que
lucha con el destino, magnifica en vez de anestesiar nuestra capacidad para sufrir y
aprobar el dolor y la muerte; es una droga para almas fuertes.
Estos últimos y grandes remedios han sido transformados, por obra y gracia de la
dialéctica histórica, en motivos de un máximo pesimismo sobre el destino humano; es el
pesimismo que destila una civilización que convirtió toda producción en producción de
poder; la producción de un arte popular, no en el sentido de producido por el pueblo sino
para el pueblo, como un artículo de consumo y de gran mercado, ha sido explotada en
todas sus posibilidades comerciales e ideológicas; el arte y la filosofía se usan como
instrumentos para convencer a las grandes masas de que la trivialidad y tontería de sus
vidas es la verdad misma y que no se debe buscar otra. Fue oportunísimo remedio cuando
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la religión comenzaba a fallar como gran potencia tranquilizadora y amortiguadora del
malestar cultural.
El arte prefabricado es droga pura, de carácter estupefaciente; uno de sus efectos más
aterradores es que los artistas, despojados de un público propicio a la verdad, han
introyectado toda la hostilidad del ambiente y la han vuelto contra sus propios
sentimientos, llegando a los límites de la antimúsica, la antipintura, la antiliteratura;
recurso nihilista para luchar contra el poder que se a - propió de dichos instrumentos;
convierten su propio horror y su propia abyección en el objeto último del arte. Nos
preguntamos ¿hasta dónde habría llegado el pesimismo de Freud, si hubiera contemplado
a qué grado de reasimilación por la ilusión podrían caer los que él consideró grandes
remedios, incluyendo el psicoanálisis mismo? El problema radica en que la verdad nunca
puede dejar de ser un modificador de nuestros módulos existenciales y la sociedad actual
no sólo quiere la conservación de esos módulos sino la multiplicación ampliada al mismo
ritmo de la del capital gobernante.
El motivo fundamental del pesimismo de Freud surge así a plena luz: es muy triste
que el hombre hubiese necesitado religión teniendo arte.
La civilización que en busca de una más grande concentración del poder, vuelve a
poner en vigencia el principio del placer se tropieza con el hastío, ante la imposibilidad de
crear nuevos placeres; el hastío es una reversión del dominio de Eros sobre el afecto en
beneficio de Tánatos; abre la puerta a la violencia y a la destrucción.
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que la descarga masiva de la libido, producida por una satisfacción absoluta de las
pulsiones, destruiría el aparato psíquico.
El orden y el sistema de la ciencia para el bien y para el mal, para curar y para
matar, para producir y para destruir, para sembrar y para exterminar, ¿no es acaso la
reinvención, no por la cultura sino en la cultura, de aquello que les permite a los
animales tener una respuesta preparada para cada situación que enfrentan en relación
con su supervivencia y su reproducción? Nos da todo esto la impresión de un gigantismo
de las pulsiones logrado por su transformación en cultura.
Precisamente Freud dedica los dos últimos capítulos del "Malestar en la Cultura” al
examen del problema de la agresividad y del sentimiento de culpa, porque es ahí donde el
gigantismo y deformación de lo instintivo en lo cultural más seriamente nos amenaza como
especie y como comunidad, e incluso como mundo y naturaleza.
Decimos que es inconveniente esa presentación, porque nos crea arduos problemas
para explicar por qué en el reino animal la agresividad más feroz nunca es dirigida contra
los congéneres, sino en casos muy específicamente determinados por el comportamiento
instintivo, (por ejemplo en la rivalidad por las hembras y, mucho más ocasionalmente por
la repartición de la presa o por jefatura de la manada); en cambio en los seres humanos,
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después de milenios de cultura, la ferocidad casi es un privilegio de las relaciones entre sí.
Freud dice que el hombre conquistó el fuego cuando resistió el deseo de orinarse en él,
y tiene toda la razón; pero nos atrevemos a preguntarle, ¿podría el hombre haber sabido
de su deseo de orinarse en el fuego antes de prohibírselo a si mismo?; además, el
saber sobre el fuego no sólo permite dominar el fuego, también convierte al hombre en
incendiario.
Las pulsiones, imprecisas, carentes de instrumentos eficaces para lograr sus fines,
carentes incluso de objetos definidos genéticamente por su mismo polimorfismo y
deficiencia adaptativa, debieron ser prohibidas en beneficio de la supervivencia de unos
seres especialmente mal dotados para la existencia; esa prohibición, que obliga a dar un
rodeo por la representación, por la institución, por la palabra, creó el psiquismo; es decir,
el deseo de vivir y el deseo de morir, el deseo de amar y el deseo de matar, deseo de
construir y deseo de destruir; la cultura no es más que ese mismo psiquismo en su
dimensión colectiva, lo cual equivale a decir: en su dimensión gigantesca.
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imaginaria dotada de nuestros deseos magnificados y de nuestra agresividad omnipotente
para poblar con ella la tierra, el cielo y el universo entero.
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