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El rol maternalizado del docente de nivel inicial

Es esperable que un docente del nivel inicial se desentienda del imperativo categórico que
lo coloca como “segunda madre”. La maternalización del rol es una consecuencia de la
deformación profesional, no importa el género. Tanto una maestra como un docente varón
pueden maternalizar el rol y caer en el imperativo: segunda madre.

El ingreso de un bebé al jardín es un movimiento subjetivo que tendría que poder ayudarlo
a demarcar un límite, un territorio distinto. No es con una segunda madre o con un padre
maternalizado con quien debería encontrarse. Las diferentes percepciones, los contrastes y las
frustraciones suelen permitirle a un niño sano un progreso de su maduración psicoafectiva que no
hay razones para impedir, simulando que nada cambia. Es justamente desde la frustración y la
adaptación a esas nuevas experiencias que el bebé y el niño pequeño podrán cumplir con
determinadas operaciones de separación de su madre. En general, la experiencia indica que no lo
favorece encontrarse con una segunda madre, indistintamente del género del docente de inicial,
que intenta reproducir, de modo renegatorio, una escena familiar o maternal.

Es el bebé quien llega a un mundo vertiginoso y cambiante. Es responsabilidad del adulto


acompañarlo para que pueda adaptarse a ese mundo; no lo contrario. Pretender que sea el
mundo circundante el que se acomode al niño es presentarle una realidad que no coincide con la
materialidad que lo rodea, con la que vivirá en un futuro. Los niveles de frustración de los que se
lo quiere preservar pueden llegar a ser finalmente mucho más dañinos para su psiquismo,
debilitado por esta acción, cuando tenga que enfrentarlos.

Suelen escucharse, tanto en la consulta clínica como en las organizaciones escolares,


madres que preservan esta conducta renegatoria para que nada cambie. Entonces establecen, por
ejemplo, un “absoluto” silencio mientras “su majestad el bebé”(1) duerme o come; mantienen en
penumbras los sitios por los que circula; no le entregan el infantil sujeto a ninguna persona; no
confían a nadie su cuidado; no pueden dejarlo; no pueden separarse; no pueden habilitar a nadie
para que cumpla una función que consideran imposible de delegar. Se hace evidente que son ellas
las que no pueden dejar a los niños en el jardín y postergan los períodos de adaptación hasta más
allá de lo esperable.

Si las organizaciones escolares, en el nivel inicial, trabajan específicamente la separación


gradual entre madre e hijo, para que pueda comenzar el proceso de socialización secundaria,(2)
nada más lejano será construirle un mundo ficticio, tal como el de segundo hogar o segunda
madre.(3) Muchos docentes del nivel inicial se maternalizan en la relación con las madres de sus
alumnos. Suelen hacer alianzas sobre determinadas cuestiones atinentes a la crianza, favoreciendo
y promoviendo al niño para que no se encuentre con frustraciones, tal como quiere su madre. Y
justamente los docentes deben poner en práctica esas acciones que frustran al niño y le muestran
que el mundo no pasa sólo por la relación con su madre. Un ejemplo muy habitual se produce
cuando una madre solicita al docente de su hijo que realice determinada acción que ella omitió o
no pudo hacer; cuando pide cierta complicidad para que el niño reciba un trato preferencial con
relación a los demás, o determinado acompañamiento; a veces el pedido es ocultar algún error
que la madre pudiera haber deslizado. Allí aparecen algunos docentes de nivel inicial cubriendo,
para que el niño no se frustre, con la excusa de que él no tiene la culpa de la negligencia o la
sobreprotección de su madre. Y no advierten que están renegando una situación que tiene que ver
con la realidad material en la que vive ese niño, lo que es complejo para su psiquismo.
Resultaría perjudicial para un bebé o un niño pequeño, física y mentalmente sano, la
postura que sostienen determinadas teorizaciones de la psicología, de darle continuidad a la
función materna(4) dentro de la organización escolar. Especialmente las psicologías posfreudianas
que responden a la psicología del self, del yo, de las defensas yoicas. Todas estas teorizaciones
apuntan al fortalecimiento de una estructura consciente que le permite al sujeto una supuesta
autosuperación de sus problemas. En general, toda la escuela inglesa y americana se alinea en este
sentido. El origen tiene su fundamento en la psicología conductista, luego la psicología sistémica y
actualmente en las neurociencias y la neuropsicología.(5) Estas formulaciones postulan que el
sujeto sabe de sí mismo y tiene los elementos suficientes para hacer consciente lo inconsciente y
poder superar las represiones primordiales. Responden así a un criterio capitalista que tiende a
reintegrar y rehabilitar a los sujetos al sistema productivo, puesto que un sujeto enfermo no
produce y genera una pérdida económica al Estado. Para ello hay que implementar estrategias
epidemiológicas que inserten a los sujetos enfermos nuevamente en el sistema, pero a cualquier
precio. Ésta es la razón del auge de la medicalización en esta época.
El jardín de infantes no puede olvidar su categoría de organización para la educación. Y si bien los
docentes de nivel inicial desarrollan acciones que pueden estar emparentadas con funciones
familiares de crianza, tales como la higiene, la alimentación, el sueño o cualquier otro hábito de la
vida diaria, no se trata de una crianza familiar. Para esta última está la familia, la que tampoco
debería perder esto de vista.

Algunas posturas teóricas de la psicología moderna sostienen que, si al niño se le ofrece


algo muy diferente de lo que le brinda la madre, se atentaría contra su psiquismo. Y es
precisamente desde lo diferente, desde lo que no está más, desde lo que no encaja exactamente,
desde donde el niño progresará en su desarrollo psíquico.

Fuente:

Osorio, F. (2010). Introducción. En F. Osorio ¿Qué función cumplen los padres de un niño?
Perspectivas psicológicas y modelos vinculares (2da. ed.) Colección 0a5, la educación en los
primeros años.

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