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EL INFLUJO DEL MEDIO

Es indispensable, por tanto, entender la sociedad humana como forma adaptativa, dentro de las características
que asume al interior del sistema cultural. Este, como hemos visto, no es un simple apéndice de las formas
adaptativas orgánicas y por lo tanto, no es interpretable desde la biología, la ecología o la otología. Vamos a
estudiar brevemente algunos aspectos relacionados con las formas adaptativas de la organización social.

El primer aspecto que importa resaltar es el relacionado con la determinación del medio natural sobre las
organizaciones sociales. Esta determinación fue abiertamente defendida por los médicos griegos y
posteriormente por Monlesquieu y retomada por geógrafos, sociólogos y algunos historiadores positivistas como
Buckle y Taine.

La doctrina de Montesquieu, no puede considerarse como una doctrina mecanicista o determinista. Sin
embargo, es quizás, la doctrina que inició en la modernidad la teoría más radical con respecto al influjo del
clima sobre el origen de las instituciones. Según él, la democracia o la monarquía o cualquier otra forma política
de organización, se aclimatan y surgen con más facilidad en determinados contornos geográficos. El influjo del
clima sobre las instituciones no es, sin embargo, determinante. Montesquieu se conserva dentro de la tradición
liberal y juridicista, que atribuye a la voluntad humana la formulación de las leyes y a éstas la configuración de
las instituciones. El influjo del clima se atribuye más bien a la modificación ejercida sobre el temperamento, el
que a su vez inclina a adoptar determinadas formas sociales.

La determinación del medio natural sobre las formaciones sociales puede formularse de distintas maneras. Es
evidente que e! medio ambiente físico como abastecedor de las materias primas necesarias para la subsistencia,
ha tenido influjo sobre las formaciones sociopolíticas. Egipto no puede explicarse sin el Nilo, y en general las
culturas de los Imperios Agrarios se asentaron sobre las vertientes de los grandes ríos, rodeados por cordones
secos. En el paleolítico, el Dordona, con su riqueza de recursos pesqueros, permitió una extensa sedentarización
y en consecuencia influyó definitivamente en la modificación de las organizaciones sociales.

El medio ambiente natural es, en este sentido la premisa fundamental de las formaciones sociales. Sin embargo,
como vimos antes, este influjo no se ejerce de una manera directa, sino a través del trabajo. Es la producción
material la que establece el contacto entre el individuo y su medio y el trabajo supone algún tipo de
organización social. La modalidad del trabajo social, y por lo tanto, de la organización social necesaria para el
trabajo productivo, está sin duda, influenciada por las posibilidades objetivas que ofrece el medio natural. La
organización para el trabajo de extracción minera, supone, por supuesto, la existencia de las vetas mineras. Esa
afirmación es, como puede verse, una tautología y no es sobre esa evidencia sobre la que puede fundamentarse
la determinación del medio natural.

El argumento de los teóricos del influjo climático tiene otro rumbo. Por lo general, la influencia del medio se
atribuye, no tanto a la existencia de los elementos naturales, sino a las condiciones climáticas que
supuestamente predisponen el temperamento de los individuos y en esta forma influyen sobre las formas de
organización adoptada por estos. La argumentación supone en consecuencia el presupuesto de que las
organizaciones sociales son el fruto del esfuerzo individual y los individuos a su vez, son el producto espontáneo
del medio natural. El argumento de Montesquieu y sus seguidores, pasa por tanto, por el retortero del
individualismo.

Sin embargo, el individuo no puede considerarse como el fruto espontáneo del medio natural, ni las instituciones
como el producto del esfuerzo individual." Más bien, como lo plantea Marx, "el cambio individual corresponde a
un modo de producción determinado", y las instituciones son el resultado de la organización social del trabajo.
El individuo aprende en el seno de lo social las prácticas * indispensables para subsistir y las desarrolla como
parte integrante de un sistema. La sociedad, por tanto, está ya constituida como estructura y como represa de
la acumulación cultural, cuando el individuo inicia sus relaciones con el medio.

 
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LA SOCIEDAD COMO TRANSFORMADORA DEL MEDIO

El segundo aspecto que es indispensable estudiar desde una perspectiva ambiental es la manera como las
relaciones sociales influyen en la transformación del medio. En efecto, los cambios que el sistema cultural
induce sobre el medio ecosistémico no dependen solamente de las herramientas técnicas. Las formas de
organización social tienen en ocasiones una importancia igual o superior. El ejemplo más sencillo que se puede
aducir es el de los sistemas esclavistas. Los grandes Imperios Agrarios o Comerciales, desde Egipto o Babilonia,
hasta Roma, no modificaron el medio basándose en una sofisticada tecnología. De hecho, como vimos antes, los
Imperios Agrarios no transformaron substancialmente las herramientas técnicas heredadas del Neolítico. Lo que
se modifica radicalmente son las formas de organización social.

Desde el momento en que aparece la esclavitud, la organización social pasa a convertirse en un poderoso
instrumento de manejo del medio. El sistema esclavista permitió la realización de las grandes obras de
infraestructura propias de. los Imperios Agrarios. La desecación de los pantanos, la construcción de las grandes
obras hidráulicas y el cultivo de vastas extensiones sólo fue posible con base en la utilización de la energía
humana, canalizada a través del sistema esclavista.

Es posible que los procesos erosivos, que según Rostzosev fue la mayor catástrofe ambiental ocasionada por el
Imperio Romano y una de las causas de su decadencia, se hubiese originado al menos parcialmente por las
formas de la organización esclavista. Las pro-piedades de las provincias romanas se habían acumulado en pocas
manos y eran manejadas por capataces poco interesados en las consecuencias ambientales, con tal de
presentar los rendimientos económicos esperados por los dueños ausentes.

Si miramos los impactos ambientales del desarrollo moderno podemos ver también las relaciones entre el
deterioro del medio y las formas de organización productiva o política. El desarrollo moderno no puede
comprenderse sin la conquista colonial del mundo y sin la acumulación de recursos en los países situados al
norte del Trópico de Cáncer. La gesta colonizadora de Europa tuvo un significado ambiental que apenas empieza
a estudiarse. Significó ante todo, la aniquilación de las culturas nativas, que habían logrado estrategias
adaptativas a las distintas condiciones de vida y al mismo tiempo la vinculación de estas poblaciones a un
trabajo productivo en donde predominaba la extracción de recursos minerales o la producción de recursos
agrarios para la exportación.

¿Cómo explicar sin estos cambios en las relaciones productivas los impactos ambientales de la historia moderna,
íntimamente vinculados a los impactos sociales? Baste mencionar algunos ejemplos.

La minería impulsó la deforestación de vastas regiones y concentró población en suelos generalmente poco
fértiles. El azúcar, que fue uno de los productos fundamentales de las colonias, significó la destrucción de las
selvas tropicales en el Este brasileño o en las Islas del Caribe y, por lo general, dejó suelos mal tratados que
apenas pueden satisfacer las necesidades de la población. No sin razón el Nordeste brasileño y Haití registran en
la actualidad unos de los mayores índices de pobreza y de deterioro ambiental. Esa calamitosa proeza no
hubiese sido posible sin el sistema esclavista.

Otro ejemplo de la manera como las relaciones productivas influyen en la transformación o el deterioro del
medio se puede extraer de la comparación entre los dos regímenes de producción prevalecientes en este siglo.
Sin duda, tanto la economía de mercado, como la planificación centralizada del socialismo han tenido graves
impactos ambientales. Las razones que han llevado allá, son, sin embargo, distintas. En el régimen capitalista el
motor del desarrollo es la rápida reproducción del capital y el incentivo, el aumento de la ganancia individual.
Ello requiere la ampliación del mercado. Se produce para poder vender más bienes. La ampliación del mercado
se puede realizar o vendiéndole a más gente o vendiéndole más a la misma gente. Esta última estrategia, como
vimos antes, es la que ha predominado desde la Segunda Guerra Mundial. Para ello ha sido necesario disminuir
la vida útil de los productos. Este es el significado del "consumismo", término que ha sido popularizado por las
corrientes ambientales.

Para entender los impactos ambientales del régimen socialista de producción, es necesario partir de
presupuestos distintos. La acumulación del capital se realiza a través de una rígida planificación central y es
este mecanismo el que ha originado muchos de los deterioros del medio. Para comprenderlos es indispensable
entender el sistema social que los produce. Dentro de una sociedad que no estimula el consumo, porque no está
interesada en el aumento de la tasa de retorno del capital privado, la producción no tiene que acudir a los
mecanismos de ampliación del mercado, disminuyendo la vida útil de los productos.

Los deterioros ambientales del socialismo soviético provenían de las formas estructurales de su desarrollo. El
centralismo burocrático no tuvo en cuenta las circunstancias regionales de adaptación ecológica. Por otra parte,
el impulso a la industrialización en tiempo de Stalin, dejó abandonado el campo. La crítica de Kruschev fue
contundente en ese sentido. La camarilla del acero no permitió el desarrollo de la química y, por tanto, su
aplicación a los cultivos fue mínima. Los problemas ambientales de la agricultura soviética se debieron más al
despilfarro de recursos naturales, que a la contaminación por residuos químicos. Los Koljoz no se mostraban
interesados en la compra de máquinas de aspersión del agua, porque nada les costaba, ni propiciaban el
aumento de la rentabilidad del suelo, porque no existía renta de la tierra.

Los ejemplos, se pueden multiplicar. Citaremos, sin embargo, en los capítulos siguientes, algunos de los
problemas ambientales que surgen de la estructura de producción agraria y de la densidad urbana,
consideradas ambas como formas sociales de apropiación del espacio.

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MEDIO AMBIENTE Y RÉGIMEN DE PRODUCCIÓN AGRARIO

Tal vez uno de los problemas básicos del mundo moderno consiste en abastecer de alimento a una población en
continua expansión. Para entender la crisis ambiental, hay que superar los cálculos puramente físicos de la
producción de alimentos, y analizar la estructura social de la producción. Ello significa superar el simple análisis
malthusiano. Para abastecer de alimento a una población creciente, se han impulsado dos estrategias: la
ampliación de la frontera agrícola y la intensificación de la producción

Durante los últimos cien años la frontera agrícola se ha abierto en una extensión superior al área cultivada
durante toda la historia. Esta es una de las razones por las que el hombre empieza a comprender los límites del
planeta. En efecto, la extensión de la tierra para cultivos no es ilimitada.

La mayor parte de la extensión no dominada todavía por la agricultura moderna se halla ocupada por bosques
tropicales en países del Tercer Mundo. No son tampoco tierras baldías. Son suelos ocupados durante milenios
por comunidades indígenas que han construido en ellos culturas adaptativas de una gran eficacia. La
colonización de estas regiones está destruyendo los últimos vestigios de estas culturas y está talando el cinturón
húmedo de la tierra, lo que puede ocasionar el desequilibrio térmico del planeta.

Según los cálculos optimistas de algunos tecnólogos agrarios, en América Latina se podría aumentar nueve
veces la tierra actualmente cultivada y cinco veces en Asia. Estos cálculos físicos no pasan de ser meras
suposiciones con poco empalme en la realidad y sobre todo, con muy poca visión de las consecuencias
ecológicas y sociales que traería dicha ampliación.

Otra solución se busca en el desarrollo de la agricultura intensiva. A pesar de las extensas áreas abiertas al
cultivo durante el presente siglo, la mayor parte del aumento cuantitativo de la producción es el resultado de la
tecnificación agrícola. A la tierra se le ha hecho trabajar más con subsidios energéticos. En los últimos treinta y
cinco años aumentó nueve veces el uso de fertilizantes, treinta y dos veces el de pesticidas y se duplicó la
extensión de áreas irrigadas. Con ello se ha podido duplicar las cosechas, aumentar la biomasa de semillas y
partes comestibles y disminuir las pérdidas. Es el triunfo de lo que se ha llamado con tono épico, "la revolución
verde"

Esta revolución, sin embargo, ha tenido lugar sobre todo en los países desarrollados, que han alcanzado cierto
equilibrio en el crecimiento poblacional, y marginalmente en los países del Tercer Mundo. Como lo reconoce el
Informe Brundtland, en estas últimas décadas se ha ampliado la brecha que separa la tecnificación de la
agricultura entre los países desarrollados y el Tercer Mundo. Esta brecha explica igualmente las diferencias
crecientes en la producción. Así, por ejemplo, la media mundial de la producción de trigo de los países en
desarrollo es cuatro veces menor que la de los países desarrollados. Mientras un sesenta por ciento de la tierra
cultiva en Japón soporta dos cosechas al año, en la India ello sólo es posible en el 15% del territorios cultivado.
Mientras en Nueva Zelandia, un trabajador agrario produce suficiente alimento para cuarenta habitantes, en
Nigeria sólo alcanza a producir un excedente de 0.2 sobre el alimento requerido para la dieta personal. Dicho de
otra manera, mientras en los países desarrollados, un trabajador agrario produce en promedio 2.170 kilogramos
de alimento al año, en los países del tercer mundo sólo alcanza a producir 370 kilogramos. Los países
industrializados producen, pues, el 80% del trigo, de la carne y de la leche mundial, y el 60% del maíz.

Estas cifras escuetas quizás ayuden a comprender mejor el grave desequilibrio del mundo contemporáneo y la
crítica relación entre población y recursos alimenticios. En efecto, si se considera a nivel global, en ningún otro
momento de la historia se había producido tanto alimento, no sólo en términos absolutos, lo que es fácilmente
comprensible, sino en relación a la población mundial. A pesar del explosivo crecimiento poblacional, el stock
alimentario producido, gracias al programa técnico, alcanzaría de sobra para satisfacer las necesidades
biológicas de toda la población. En 1985 se produjeron aproximadamente 500 kilogramos de cereales y granos
por habitante a nivel mundial.

Sin embargo, a pesar de esta inmensa riqueza producida o en medio de ella, la desnutrición crece como una de
las amenazas más graves del mundo moderno. Según un informe del Banco Mundial la población que está por
debajo de las condiciones nutricionales mínimas pasará de 500 millones en la década de los 70 a 1.300 millones
en el año dos mil. El acceso a los recursos básicos de alimentación va siendo cada vez más difícil para las
poblaciones de los países pobres. En 26 países del África disminuyó el consumo de alimentos básicos per cápita,
del año 70 al 84. Mientras la dieta mínima de proteína animal establecida por la FAO es de 7 gramos por día,
hay países como Togo, Liberia, Haití, etc. en los que el promedio no sobrepasa el cuatro por ciento.

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Estas cifras no están lejos de nosotros. Se puede citar el caso de Ecuador, que bien podría ser el de muchos de
los países latinoamericanos. La modernización sufrida por ese país, desde el momento en que se inicia el auge
petrolero, no ha significado una mejora de las condiciones básicas de alimentación. La producción agrícola ha
crecido a un ritmo superior al seguido por la curva poblacional. Sin embargo, la dieta calórica diaria disminuyó
de 1881 calorías en 1972 a 1.627 en 1982, una cifra que está muy por debajo de la recomendada por el
Instituto Nacional de Nutrición que sitúa el nivel mínimo en 2.300 calorías diarias.

En países como en México, en donde la intensificación de la producción agraria ha sido considerable, se pueden
notar fácilmente las consecuencias. Si la producción agraria creció a un alto ritmo de un cinco por ciento anual
de 1950 a 1960, en el mismo período el promedio de días de trabajo descendió de 194 a cien y el ingreso
campesino de 68 a 56 dólares.

Pero los promedios relacionados con la dieta alimentaria hay que reducirlos todavía para acercarse a las
condiciones de desnutrición

y de hambre de los estratos pobres. Efectivamente, los promedios son engañosos, porque dentro de los países
del tercer mundo hay una capa selecta que vive en condiciones similares a las del mundo desarrollado. En India,
por ejemplo, para un ingreso de 28 rupias al mes, equivale un consumo de 2.500 kilocalorías, mientras que
para un ingreso de 8 rupias, el equivalente es de algo más de mil kilocalorías. Se calcula que para el segundo
decenio del próximo siglo, el déficit proteínico ascenderá a cincuenta millones de toneladas al año.

Estos ejemplos nos llevan a la reflexión de que el problema alimentario moderno no es de producción bruta,
sino que radica más bien en las formas sociales de la producción de alimentos.

La gigantesca producción de alimentos no alcanza, y parece alcanzar cada día menos, a satisfacer las
necesidades básicas de una gran parte de la población mundial, sobre todo de aquella situada por debajo del
Trópico de Cáncer y ello a pesar de que la producción per cápita es superior a la de cualquier otro momento
histórico, incluso al interior de algunos países pobres. Esta aparente contradicción tal vez logre aclararse si se
comprende no tanto la distribución de los recursos alimenticios sino principalmente la estructura social de la
producción moderna.

La gigantesca producción de alimentos no


alcanza, y parece alcanzar cada día menos, 
a satisfacer las necesidades básicas de una
gran parte de la población mundial
En primer lugar, la agricultura intensiva favorece los productos que ofrecen una mayor rentabilidad y estos no
suelen ser los que componen la canasta familiar, sino los que son introducidos como materias primas en el
proceso de industrialización. La mayoría de estos productos como el azúcar, el algodón, el café, son absorbidos
en grandes proporciones por los países industrializados y dejan a los países pobres un saldo de divisas que es
reinvertido en proyectos de una supuesta modernización. En el caso del Ecuador que hemos citado, podemos
observar que ha aumentado la producción de productos de exportación y de oleaginosas y otros productos
industriales, pero ha disminuido la producción de los productos que integran la canasta familiar.

La agricultura industrial desplaza o absorbe las pequeñas parcelas de pan-coger, que están dedicadas a la
satisfacción de las necesidades inmediatas. La modernización del cultivo del café con la implantación de la
especie "caturra" ha desplazado igualmente los cultivos de sombrío, algunos de los cuales servían para
satisfacer las necesidades de la alimentación campesina. Las tierras que no se dedican a este tipo de cultivo
para la satisfacción de necesidades superfinas, como el café o semitóxicas como el azúcar, se entregan sin
reparo a la ganadería extensiva, que resulta ser un negocio de alta rentabilidad política, pero de alto costo
ecológico.

Por otra parte, los países del tercer mundo han venido siendo desplazados de la producción de granos. Antes de
la segunda guerra mundial, el conjunto de países del tercer mundo exportaba cerca de once millones de
toneladas. Ya para 1950 tenían que importar 2 millones que se convirtieron en 17 millones en 1960. La
producción fue absorbida por los países desarrollados que la utilizan cada vez en mayor proporción, para el
consumo animal. A nivel mundial, el treinta por ciento de la producción de cereales se dedica a la alimentación
de los animales y en Estados Unidos esta proporción sube por encima del 60 por ciento.

En esta forma, cualquier incremento en la producción de alimentos y específicamente de cereales, es


insuficiente para cubrir las necesidades básicas de la población, pero es que tampoco está pensada para
lograrlo. Además el crecimiento de la producción mundial es un fenómeno fundamentalmente del mundo
desarrollado y en sus planes no entra, sino en forma periférica y caritativa, solucionar el problema del hambre
de los países pobres. En 1984, la producción de alimentos aumentó en un cuatro por ciento y la de cereales en
un 8.5%, pero al mismo tiempo esa producción va .disminuyendo en 42 países pobres y en África el consumo
de alimentos básicos per cápita fue menor en 1984 que en 1970.

Si se toman en forma aislada los cálculos físicos sobre población y producción alimentaria, parecería que el
fantasma del hambre se debe más a la inercia de la pobreza y que bastaría el estímulo externo para propiciar
una bonanza sin precedentes. Sin embargo, el panorama no es tan risueño. El optimismo matemático no se
pregunta por los costos económicos o sociales ni por los efectos ecológicos que acarrea la estructura actual de la
producción agraria. Tanto la ampliación indiscriminada de la frontera agrícola como la intensificación tecnológica
de la agricultura trae consigo distorsiones sociales y costos ecológicos que es necesario tomar igualmente en
consideración, igual que los costos económicos.

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Ante todo hay que tener en cuenta la ley de los rendimientos decrecientes que disminuye el optimismo ingenuo
de los cálculos físicos. Cada aumento de un tanto por ciento de la producción exige inversiones cada vez más
costosas. Así, por ejemplo, para aumentar la producción en un 34% durante el período de quince años que va
de 1951 a 1966, se requirió un aumento de 63% en tractores, 146% en fertilizantes y 300% en plaguicidas. El
siguiente aumento requirió todavía mayores inversiones. El costo de la producción agraria en Estados Unidos,
aumentó aproximadamente en un diez por ciento anual en 1978 y 79, que es una tasa superior al aumento de
la misma producción. El panorama no es por lo tanto, tan halagüeño y ello en el caso en que la agricultura
intensiva lograra solucionar el problema del hambre lo que parece cada vez más incierto, entre otras cosas
porque la estructura de la producción no está orientada en ese sentido.

Pero es necesario tener en cuenta también los costos sociales que están incidiendo directamente en los efectos
ecológicos. En los países del tercer mundo, la ampliación de la frontera agrícola ha sido sobre todo la
consecuencia de la expulsión de mano de obra producida por el desarrollo de la agricultura industrial. Ambos
fenómenos están, por tanto, íntimamente vinculados. La revolución verde ha traído como consecuencia la
concentración de 1a propiedad agraria y el desplazamiento de la mano de obra campesina.
Las consecuencias sociales están íntimamente ligadas con los costos ecológicos. La drástica transformación de
los ecosistemas es una consecuencia visible de los procesos sociales, la historia de la tierra está ligada a la
historia del hombre. La colonización en las tierras tropicales penetra preferentemente en el bosque húmedo o en
las regiones de páramo, ambas poco aptas para la actividad agrícola. La maravillosa frondosidad y lozanía del
bosque tropical está sostenida por un suelo poco fértil. El ciclo de los materiales orgánicos se mantiene en la
biomasa en una proporción mucho mayor que en los bosques templados. Una vez talado "I bosque, la madera
se lleva consigo la fertilidad y el suelo sólo podría ser recuperado con altos subsidios energéticos.

Por su parte la vegetación de los páramos está diseñada como una gigantesca esponja de absorción de la
humedad y la actividad humana puede deteriorar gravemente los ciclos del agua. Los colonos que generalmente
obedecen a procesos espontáneos de asentamiento, no conocen la fragilidad de estos ecosistemas, pero
difícilmente se les puede exigir una conducta racionalmente ecológica, si no tienen otra alternativa de
subsistencia. El problema de nuevo no depende de la buena voluntad de los individuos, sino de la orientación
del desarrollo y, por lo tanto, es eminentemente política.

Lo mismo se puede decir de los procesos de erosión ocasionados por el sobre pastoreo, especialmente graves
en la India o de la salinización de las tierras, preocupante especialmente en Pakistán. La salinidad, la alcalinidad
y el anegamiento cubrían en 1975 un cincuenta por ciento de las tierras de regadío en los países del tercer
mundo. Puede decirse quizás que el hombre, mientras abre nuevas tierras al cultivo agrícola, va dejando detrás
de sí un desolado manto de erosión. La desertificación avanza a un ritmo preocupante de seis millones de
hectáreas al año y dos mil millones de hectáreas están clasificadas como de alto riesgo.

Por otra parte, la agricultura intensiva, que es sin duda una de las aventuras tecnológicas más importantes del
hombre, lleva consigo sus propios gérmenes de destrucción. Al imponer el monocultivo, está amenazando la
variedad genética y al mismo tiempo, o por esa misma razón, está fortificando los gérmenes patógenos. Al
acortar las cadenas tróficas, desorganiza las leyes que regulan el equilibrio poblacional de las mismas y se
multiplican las especies que se alimentan del monocultivo y a las que el hombre denomina significativamente
con el término de "plagas", como si surgiesen espontáneamente del entorno natural. La agricultura moderna
acaba con los controles biológicos y las plagas van creando defensas orgánicas contra los químicos que vinieron
a substituir a los predadores naturales. Por otra parte, los plaguicidas infectan las corrientes de agua y cuenca
abajo van desorganizando los ecosistemas.

Estas graves consecuencias ecológicas que trae consigo la agricultura intensiva han puesto en alerta a los países
industrializados, sobre todo después de la alarma que significó el libro de Rachel Carson "La Primavera
Silenciosa". Sin embargo, la revolución verde de los países en desarrollo tiende a olvidar esta negativa
experiencia y avanza con un optimismo tanto más ingenuo cuanto que recae sobre suelos más frágiles.

Como puede verse por los análisis anteriores, el problema ambiental visto desde la perspectiva del desarrollo
agroalimentario, no puede estudiarse solamente en términos cuantitativos. Es necesario tener en cuenta la
estructura social de la producción y los límites ambientales de la misma. Preguntarse cuántos habitantes puede
sostener la tierra, sin entrar en el estudio de estas variables, no pasa de ser un ejercicio académico inútil y
muchas veces perjudicial. La riqueza de la tierra está distribuida en forma desigual, no solo por las leyes del
mercado, sino por las formas sociales de acceso a la propiedad y a la producción.

La saturación proteínica corre pareja con el hambre creciente en los países del Tercer Mundo. Ni el análisis
ambiental ni el estudio de los procesos demográficos deberían olvidar estas complejas relaciones. Un cálculo frío
de la población puede llegar a ser políticamente culpable.

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MEDIO AMBIENTE Y CIUDAD

El segundo aspecto que deseamos analizar es el relacionado con la densidad poblacional urbana.
Corresponde a otra manera de preguntarse y de responderse sobre los problemas del desarrollo y de
responder a la pregunta clásica: ¿cuántos habitantes puede soportar la tierra? En el estudio de la
densidad urbana se podrá ver igualmente que esta pregunta carece de sentido, si no se tiene en
cuenta la estructura social del asentamiento. No es un problema solamente de números, sino de
articulación de las variables culturales. Hay que preguntarse mejor, cuántos son los que
verdaderamente viven y cuántos los que sobreviven dentro de la actual estructura del desarrolla
urbano.
Con el aumento de la población, su concentración urbana y la intensa explotación del trabajo,
aparece la miseria y los primeros problemas ambientales de la ciudad moderna, como la
insalubridad o' el hacinamiento, descritos por Engels, con datos recogidos de los archivos públicos.
Sin embargo, gracias a la concentración del capital, facilitada sobre todo por la explotación colonial,
las ciudades modernas de los países desarrollados pudieron organizarse dentro de un costoso
proceso de planificación urbana que dio como resultado la discreta elegancia de la ciudad europea,
en la que se combina la tradición cultural con las exigencias de la ciudad industrial.

Algo muy distinto viene sucediendo en el desarrollo urbano de los países del tercer mundo y
especialmente de América Latina. El proceso de urbanización de los países industrializados significó
un crecimiento más orgánico, en el momento de expansión de la industria y de la modernización de
la agricultura. La población excedente se volcó hacia las tierras vírgenes de Norteamérica y en
menor proporción hacia otras regiones similares por sus condiciones ecológicas al continente
europeo, que pueden caracterizarse como "nuevas europas", como son Australia, Nueva Zelandia y
el Cono Sur de Latinoamérica. La industria por su parte se hallaba en expansión y podía absorber
parte de la mano de obra expulsada de la actividad agrícola.

Las circunstancias actuales en los países pobres son exactamente antagónicas. El nuevo proceso de
industrialización robotizada está desplazando mano de obra hacia el sector terciario o hacia la
economía informal. Estas circunstancias han frenado los procesos migratorios desde los países
subdesarrollados, ante las políticas proteccionistas de los países ricos dispuestos a defender la
ocupación de la mano de obra nativa.

En el Tercer Mundo el flujo poblacional que llega a las ciudades no logra ser absorbido por la
producción industrial y pasa a acrecentar la masa de desempleados o las actividades improductivas
del comercio informal. Este sector de economía subterránea llegaba a 11 millones en 1970 y desde
ese momento ha venido creciendo sobre todo durante la presente década. Se calcula que en algunos
países puede ser superior al 25% del empleo total. El CELADE calculaba que el 90% de los
inmigrantes a Santiago de Chile no lograban desarrollar ninguna actividad que les permitiese un
mínimo ascenso social.

Todo ello se puede mapificar en el espacio urbano por el crecimiento de los suburbios tuguriales.
Hay muy pocas probabilidades de que este problema se pueda resolver dentro de los esquemas
productivos del actual estilo de desarrollo. Para 1970 se calculaba el déficit de viviendas urbanas en
siete millones y en catorce el déficit rural. La sola construcción de las viviendas necesarias exigiría
un

porcentaje del PIB que ningún país está dispuesto a invertir, porque no coincide con las exigencias
prioritarias del desarrollo, tal como se le entiende en los círculos políticos. Además los grupos
marginales crecen a un ritmo que ninguna inversión alcanzará a cubrir. El presidente del BID
calculaba en 1967 en un 15% el ritmo de crecimiento anual de la marginalidad en algunas regiones.

Para hacer un justo análisis de los problemas ambientales de la ciudad, es necesario, por tanto,
tomar en cuenta la forma como se organiza la centralización urbana, tanto desde el punto de vista
ecológico, como social. Por una parte es necesario analizar las transformaciones de los ecosistemas
inducidas por el crecimiento de los centros urbanos. Igualmente es necesario considerar la extensa
red de captación de excedentes, que articula la ciudad en polos de crecimiento o de miseria, Con
muy distintas formas de solucionar o de padecer los problemas ambientales inmediatos. Como lo
expresa la sátira de Juvenal, sólo siendo rico se puede dormir en Roma.

Estas pocas reflexiones quizás nos ayuden a comprender que el problema ambiental urbano no se
refleja solamente en la contaminación de los ríos, sino que tiene que ver con la malla social en la
que se construye el que hacer de la ciudad. Los problemas ambientales no pueden ser entendidos
mientras no se analice igualmente la manera como se ha venido tejiendo la red de las relaciones
económicas y sociales al interior del perímetro urbano y en íntima relación con el entorno rural
agrario y con el medio ecosistémico. Lo mismo se puede decir del sistema de producción alimentaria
y en general de las formas agrarias de producción. Con estos dos ejemplos relacionados con los
sistemas agrario y urbano se ha podido confirmar quizás la tesis desarrollada en los primeros
capítulos de esta parte. No es posible entender el problema ambiental, sin penetrar en las
estructuras sociales que hacen posible una determinada forma de apropiación del espacio.
 

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