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Working Paper – Curso Teoría y Técnica de la Investigación Social

Profesor Daniel E. Florez Muñoz

EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN…


Un comentario en torno a la De-Formación Jurídica

Daniel E. Florez Muñoz1

El Derecho en tanto objeto cultural, se articula al interior de una realidad en


permanente transformación. La cual lejos de establecer criterios unívocos de
determinación de lo jurídico frente a lo no jurídico, cada día muestra sus propias
fronteras disciplinares como banas ilusiones de algún sueño positivista de
diferenciación absoluta entre campos de conocimientos o si se quiere entre parcelas
de saberes. El derecho por lo tanto se muestra como un lenguaje que se articula
necesariamente en una realidad mediada por intereses políticos, económicos y
sociales, los cuales lejos de ser ajenos al mismo, constituyen la condición de
posibilidad de su sentido y los límites concretos de su acción. Y en ese orden de
ideas, la disciplina jurídica se hace deudora de la realidad de donde emerge como
portadora de un cumulo de reclamos, exigencias y exclusiones que soportan el
actual orden social. El Derecho no es y nunca ha sido a ajeno a la barbarie que
históricamente ha ascendido como normalidad al interior de la historia política
nacional, por el contrario al ser el saber relacionado con la justicia, ha posibilitado
un uso obsceno de su propio lenguaje al orientarlo como ilusión de prosperidad y
fantasma de porvenir frente a sectores poblacionales históricamente excluidos de la
realidad social y por tanto silenciados en la realidad jurídica. El Derecho porta en su
gramática el silencio de quienes no han muerto en silencio, pero también, el grito de
la libertad que ha sido negada por el orden institucional del cual el mismo es el
primer garante. El Derecho en el momento en que se aparta soberbiamente del
resplandor de la justicia y marcha orgulloso como defensor de un orden institucional
perverso, se convierte a sí mismo en las ruinas de una antigua tradición honorable,
que vive siempre del fantasma de los ideales marchitos en las necesidades de los
particulares quienes todavía miran con asombro y extrañeza la razón por la que la
justicia se muestra con la mirada prohibida, con los ojos vendados ante las
necesidades y el sufrimiento de quienes piden ante ella auxilio y reivindicación.
El derecho cuando queda reducido a un simple instrumento personal de asenso
social hace manifiesto su propio reverso, convirtiéndose en el lenguaje de un poder
soberano enloquecido, el cual, al venir alimentado por la avaricia y la indiferencia
de quien se presume abogado, no puede más que servir como mordaza en la boca
de los desposeídos, como maquina de producción y reproducción de jerarquía y
exclusiones sociales. El derecho es el desconsuelo de un mundo administrado, de
la impostura democrática, la Matrix que soporta un modelo económico arrogante y
deshumanizador, un canto a la libertad armonizado por el crujir de las cadenas de

1
Docente investigador, Universidad de Cartagena. Director del Semillero de Investigación en Derechos
Humanos.
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Profesor Daniel E. Florez Muñoz

quienes en sus manos tienen el poder verdadero e irrevocable de transformar para


siempre las coordenadas mismas del orden institucional vigente. Estamos ante
aquel cancerbero de los sueños siempre ideológicamente inducidos por las
instituciones y medios de comunicación sobre aquel leviatán que su despertar traerá
a su paso la justicia olvidada por el racional reino de la ley. Desde esta perspectiva,
el derecho si bien constituye una expresión de una realidad abiertamente excluyente
y segregadora, también conserva en su seno la proclama por la justicia y el
sufrimiento de siglos de promesas rotas y sueños negados. Asistimos a una
disciplina esencialmente dialéctica, que tienen en su interior un potencial
emancipador de radical importancia, en virtud, que la misma ante la ineficacia de su
promesa de justicia, alimenta a su paso el sentimiento de injusticia, el cual sirve de
catalizador para procesos de politización y acción colectiva encaminados a la
superación de un estado de cosas desde toda perspectiva injustificable.
La academia jurídica y en esto las facultades de derecho siempre han sido sus
primeras aliadas, han excluidos sistemática e históricamente de sus solemnes
muros a las subjetividades cuya sola existencia denuncia la falsedad de todo ideal
democratizador y de toda promesa de inclusión e igualdad. La finalidad última de
las facultades de derecho es la estandarización de mentes jóvenes a partir de la
disciplina y el miedo a la nota, para la educación jurídica tradicional de lo que se
trata es de concebir el derecho como un orden objetivo y neutral, pacifico y estable,
perpetuo y divino. Donde existen siempre respuestas correctas, las cuales se
esconden estratégicamente en los extensos y siempre irrelevantes tratados de
comentaristas de comentaristas de comentaristas, quienes reproduciendo un
modelo medieval de conocimiento pretenden justificar la verdad de sus postulados
a partir de la falaz autoridad del docente, en el momento en el que autoridad y
verdad se hacen uno, estamos ante un modelo de pensamiento abiertamente
totalitario. El docente que dice la verdad, por ser el único portador de la misma,
aquel que ve su función como el guardián del sacro mundo jurídico, es a ese docente
al que conviene recordarle la naturaleza intrínsecamente hermenéutica del derecho
y especialmente la forma en la que el silencio del emperador ha permitido en más
de una ocasión que el derecho decida dar la espalda ante la barbarie y luego volver
sobre la misma como si esta nunca hubiese existido. En este hecho conviene
detenerse un poco porque si bien la academia jurídica aguarda un cómplice e
inmoral silencio ante la barbarie sistemática perpetrada por la violencia en
Colombia, y siguen escribiendo sus tratados preñados de hermosas elucubraciones
teóricas que por segundos nos hacen pensar que vivimos en otro país, en otra
realidad, e incluso en otro mundo. Lo cierto es que el hedor de la muerte, el llanto
de los caídos y de los condenados de la tierra que siguen hoy condenados, haciende
hasta lo más alto de los muros de la sagrada y hoy más que nunca idealizada justicia
constitucional, para mostrar la hipocresía de un sistema que se atreve a seguir
hablando de derecho a pesar de que el parlamento fue cooptado por mafias narco-
paramilitares, a pesar de que estamos ante un estado genocida y segregador, a
pesar del fracaso mismo de nuestro proyecto de nación, preferimos refugiarnos en
los siempre más cómodos libros de derecho, los mismos que al leerlos –según la
expresión de Kafka- nos generan la sensación de comer aserrín.
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Estamos ante un derecho sin corazón, sin razón y sin porvenir. Ese derecho que se
ha afianzado en la mente de los juristas del alma bella es el que se hace necesario
extirpar de una vez por todas. Es hora de abrir la reflexión jurídica a los discursos
excluidos, a la política, a la sociología, al psicoanálisis. Entender que el derecho
procesal es más que derecho procesal, y sobre todo ver cómo al interior de la
presunta formalidad del mismo se nos esconde la más rampante ideología. Mi
llamado es a comprender la responsabilidad histórica del derecho ante una realidad
que ha seguido un decurso histórico casi que sin polémica, los cordones de miseria,
la territorialización inconclusa, el uso obsceno del derecho en las políticas públicas
presuntamente redistributivas, que no sólo mofan de la pobreza y sino que a partir
de placebos pretenden perpetuarla. En nuestra reciente historia política,
encontramos una serie de hechos frente a los cuales la teoría jurídica –ahora teoría
neoconstitucional- ha guardado un cómplice y oportuno silencio, hechos que
constituyen la verdad nuestro proceso civilizatorio cuya lógica reposa sobre el
aplanamiento cultural y la consecuente desintegración de subjetividades, en
concreto, aquellas subjetividades que nos recuerdan lo lejos que estamos de ser
una “sociedad bien ordenada”, la misma que nos es proyectada como una
metafísica del presente a partir de las narrativas de los filósofos y juristas del “Alma
Bella” en Colombia, las mismas que vienen repitiendo el credo foráneo, enmarcadas
y descritas en pomposos libros y publicaciones de filosofía política y derecho
constitucional. De lo que se trata es de repensar nuestra propia historia, y con ella,
la historia del concubinato entre Derecho y Barbarie, admitiendo en un primer lugar
que la verdad de nuestra historia nos aleja de plano de cualquier modelo de
desarrollo social eurocéntrico, nos ubica claramente en la línea de los estudios
poscoloniales (subalternos) como experiencia de una realidad por fuera de las
categorías simbólicas que las rigen. A partir de este modelo metodológico y
epistemológico, nos es dable entender cómo las Masacres Paramilitares en
Colombia2 constituye un elemento que reconfigura las coordenadas desde donde
pensamos el Estado, el Derecho y la Democracia, en Colombia vivimos como
cotidianidad, aquello que la Modernidad pretendía predicar como su propia
excepcionalidad, me refiero precisamente a lo que Adorno y Horkheimer
encontraron en la memoria de la experiencia judía de la segunda posguerra, y
calificaron como la “sistematización de la barbarie” (2007) la misma que en
Colombia viene acompañada del silencio cómplice de una academia y una cultura
que han abrazado la “banalidad del mal” como catarsis moral, la misma banalidad
frente a la cual, las palabras y el pensamiento se sienten impotentes (Arendt, 1999).
Es de resaltar que la mayor parte de las masacres fueron perpetradas durante la
vigencia de la constitución de 1991, y buena parte de ellas -según los testimonios
de sus propios actores- se realizaron en complicidad con las fuerzas militares del
Estado Constitucional. Este tipo de experiencia debe decir algo al derecho, o más
bien debe decirnos algo sobre nuestro derecho. Esta relación entre barbarie y

2
Quienes llegaron a cometer más de 3.500 masacres entre los años 1982 y 2005. En las cuales se utilizaban
desde garrotes hasta motosierras para infundir temor y para tomar venganza a quienes no colaboraban con sus
pretensiones. Entre las principales masacres encontramos las perpetradas en las poblaciones de: Mapiripan,
Chengue, el Aro, El Salado, la Rochela, Macayepo. En varias de las cuales se contó con apoyo de las fuerzas
armadas de Colombia, según lo revelan sus propios actores. Ver: (Revista Semana, 2007)
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derecho en Colombia es lo que fundamenta la presente propuesta de investigación.


La necesidad se deriva del hecho de que nos encontramos ante un modelo de
pensamiento de lo jurídico y lo político que por estar obnubilados por los cantos de
las sirenas del “progreso”, se encuentra a espaldas del sufrimiento de colectividades
enteras, cuya experiencia contingente porta la verdad de nuestra totalidad
aparentemente necesaria. Es la memoria del sufrimiento, la misma de la que nos
habla desde Theodor Adorno y Walter Benjamin hasta el martiniqueño Franz Fanon,
la que constituye la única portadora de la poética del futuro.

La metafísica del derecho moderno, exacerbada por las entelequias alexyanas y el


neo-iusnaturalismo de algunos juristas neoconstitucionales, encuentra su oscuro
límite en la barbarie sistemáticamente adelantada por la misma institucionalidad. La
sola mención de ese tipo de experiencia bajo el genérico nombre de Genocidio,
tiene que revelar la incompatibilidad del pensamiento metafísico no sólo con la
experiencia que supone el asesinato administrativo de cientos de personas, sino
con toda experiencia. Parafraseando al Theodor W. Adorno, “en Colombia después
de la captura del aparato estatal por la mafia narco-paramilitar no es posible escribir
derecho constitucional”. Esta metafísica jurídica ha sido desarrollada en un contexto
donde se han implementado nuevas formas de muerte, y con ellas, se han
construido nuevas formas de experimentar y significar la vida (Foucault, 2008).
Estamos ante las antípodas de la Biopolítica y su típicamente periférico Uso
Obsceno del Derecho (García, 2010). El Genocidio, como experiencia de
exterminio, homogeniza a los hombres -al igual que el Ejército y el Derecho-
integrándolos sin mayor reparo en la unidad del significante, esta alienación no sólo
anonimiza sino que al redefinirlos (como “desplazado”, “victima”, o un simple
número) hace de ellos una subjetividad vacía. En ese orden de ideas, el Derecho
moderno, el Ejército y el Genocidio constituyen la culminación misma de la
metafísica de la identidad, es en este punto donde identidad equivale a la
indiferencia a la muerte, lo cual es ya muerte en sí misma, en virtud que la muerte
de los seres en manos de los Paramilitares y las fuerzas armadas colombianas, no
sólo afectó a quienes perecieron, sino también, afectó directamente la vida de
aquellos que sobrevivieron ya que el sólo acto de muerte administrativa re-significa
la vida misma. En conclusión, de lo que se trata en Colombia después de las
Masacres Paramilitares, es de construir un enfoque de crítica jurídica que no sea
simplemente un espectador cómplice del espectáculo del sufrimiento humano.
Por tal razón, pensar el Derecho teniendo en cuenta el horizonte de sufrimiento e
indiferencia sobre el cual se soporta la institucionalidad misma, supone no sólo un
análisis crítico de una realidad abiertamente irracional –siguiendo a Hegel, una
realidad irreal-, sino también la incorporación de un horizonte hermenéutico o
sistema de categorías que permitan aprehender los lazos que unen
estructuralmente la razón con el mito, la barbarie con la modernidad y el derecho
con la violencia. En ese sentido, el pensamiento radical surgido a partir de la
experiencia de Auschwitz nos es próxima, la experiencia jurídica latinoamericana
demanda de la Teoría Crítica de la Sociedad (Adorno, Marcuse, Benjamin y
Horkheimer), pero no sólo bajo la forma comprendida por la Escuela de Frankfurt,
sino también a la forma en la que han sido y vienen siendo teorizadas las realidades
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sociales desde la periferia del sistema-mundo, me refiero a los desarrollos que


desde el sur se vienen haciendo para entender una realidad condenada al
ostracismo filosófico eurocéntrico, y que ha dado en denominarse pensamiento
decolonial (Castro Gomez, Guardiola, Mignolo, Dussel, Mendieta, Quijano). Sin
embargo, somos conscientes de la necesidad de pensar el nuevo orden, la crítica
(en tanto forma de praxis) debe ir soportada por instancias propositivas que abran
el universo simbólico a nuevos desarrollos teóricos y prácticos con pretensiones
universales. De lo que se trata es de construir una teoría o enfoque jurídico que
logre dar cabida a la problemática hasta el momento expuesta, pero que a su vez
sirva como marco teórico para entender la relación que existe entre derecho y
política articulando las distintas dimensiones en las que actúa el discurso jurídico
(subjetiva, individual y objetiva3). Es en últimas, un llamado a un modelo de
pensamiento jurídico en clave psicoanalítica, que pueda dar cuenta del porqué la
barbarie es el síntoma del derecho moderno, en la medida en que la misma
subvierte su propio fundamento universal expresado en el orden legal, en otros
términos la barbarie a pesar de mostrarse como extrañeza o ruptura heterogénea
del campo jurídico, constituye un elemente estructuralmente necesario para que
dicho campo tenga la forma de algo acabado. Naturalmente, cualquier propuesta en
clave psicoanalítica al campo jurídico debe hacerse a partir de los presupuestos
conceptuales presentes en la obra de Legendre, Douzinas, Goodrich y
especialmente en el tránsito de la Política del Deseo a la Política del Goce al interior
de la obra de Slavoj Zizek. En síntesis la agenda de investigación jurídica crítica que
someto a consideración parte de la reconstrucción del horizonte histórico desde el
cual pensamos nuestra realidad política y social (Estudios Subalternos), la
resignificación de la barbarie propia de nuestro proceso civilizatorio soportado en la
mitología del derecho moderno y la incorporación de jerarquías epistemológicas,
ontológicas y políticas4 (Escuela de Frankfurt y Pensamiento Decolonial) y
finalmente la construcción de un modelo teórico que tomando elementos del
psicoanálisis lacaniano (Milner, Copjec, Salecl, Zizek, Zupancic, Miller), la General
Jurisprudence y el Análisis Crítico del Discurso (Stavrakakis, Laclau, Mouffe), pueda
dar cuenta de una visión del derecho que teniendo en cuenta la dimensión objetiva
del fenómeno jurídico se articule directamente con la construcción de la subjetividad
y las implicaciones inconscientes y sociales que tal construcción en tanto alienación
al significante supone para la forma en la que construimos discursivamente la
totalidad social.
La cuestión no es preguntarnos cómo el sistema electoral puede incluir instancias
más democráticas, de lo que se trata por el contrario es de comprender que el
sistema electoral mismo soporta un modelo institucional orientado a la separar de
forma tajante y sin control eficaz a los representantes del pueblo del siempre negado
pero siempre citado poder constituyente primario. La cuestión no es preguntarnos
cuando el derecho proferirá la ley que acabe con el hambre, sino por el contrario,
comprender la forma en la que los diseños de las reglas de contratos y regulaciones

3
Al respecto ver: (Florez, 2011)
4
Me refiero a la Colonialidad del Saber (Lander, 2003), la Colonialidad del Ser (Maldonado, 2007) y la
Colonialidad del Poder (Quijano, 2009).
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bancarias son efectivamente las primeras responsables del hambre. La cuestión no


es preguntarnos cuando se subirán las penas de los delitos para acabar con los
mismos, sino la forma en la que el derecho penal rotula de forma arbitraria
determinados sectores poblaciones atendiendo a criterios de mercado y profilaxis
social, quedando las cárceles siempre, por más reformas que se hagan, colmadas
selectivamente de negros y pobres. La mitología del derecho moderno en Colombia
encuentra en el aula de clases su lugar natural, la instancia en la que se naturalizan
a partir de la supresión de los ideales de justicia en la jóvenes mentes que buscando
formación encuentran de-formación. Todos los docente le exigen a su estudiante
que sea el mejor en su materia, reproduciendo el mito del abogado integral, ficción
que soporta la política de histeria colectiva impartida por la curia docente en época
de parcial, el mismo pretende ver la universidad como una fabrica, y el estudiante
como un producto, se habla abiertamente de educación de calidad como si de la
misma se pudiesen predicar ese tipo de adjetivos. Estamos ante la perversión
generalizada y hecha norma de conducta, asistimos a un momento histórico en el
cual la resistencia teórica es el primer mandamiento de quien pretenda ser un
abogado. Entender las bases mitológicas que soportan la autoridad docente, quien
a su vez reproduce acríticamente los celebres tratados foráneos como si los mismos
fuesen los portadores de una verdad supraterrenal, son los profesores de derecho
los primeros en domesticar las mentes que luego el mercado y la industria cultural
se encargaran de empacar y sellar. Cuantos cursos de derecho indiano se dan en
las universidades de éste país? Quien ha leído a los filósofos del derecho
colombiano? En qué año se dictó la Constitución de Cartagena?, es más hago una
pregunta abierta al auditorio, levante la mano quien sepa cuál fue el primer territorio
libre en América Latina?, Precisamente el problema central es que replicamos
teorías, códigos y currículos de Alemania, España e Italia creyendo abnegadamente
que así, que solo de esa forma, podremos algún día llegar a ser como ellos, se trata
de un edipico sueño, de la falacia del desarrollismo que siempre supone la negación
perpetua de nuestra propia identidad. Claramente de la historia ha mostrado
suficientemente el fracaso permanente de cada uno de estos proyectos de
colonialidad del saber, sin embargo, aún conscientes de las dificultades sociales y
epistemológicas de los trasplantes dogmaticos y teóricos, no aplicamos en la
recepción de las siempre renovadas modas teóricas ningún tipo de dique histórico
o mediación social.

Esta realidad en el campo del derecho cobra una especial importancia en Colombia:
Tenemos un derecho laboral de raíz mexicana, un constitucionalismo
principalmente español pero con elementos norteamericanos, un derecho penal
alemán, un procedimiento penal de puerto rico, un derecho civil chileno, un derecho
administrativo francés; en fin, tenemos un crisol de improvisación que esperamos
vanamente que funcione de forma coherente en la práctica y sistemática en la
teoría, y que exigimos a los estudiantes que encuentren las relaciones que la
irresponsabilidad y pereza tanto académica como política negó desde un comienzo.
Señores, la idea que pretendo dejarles en esta breve intervención es la que sostiene
que pensar el derecho en Colombia supone pensar en primer término en contra del
mismo derecho. Mostrar la contingencia de sus sentidos y sobretodo la
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intencionalidad política de sus silencios. Mostrar su patológica ineficacia y por


demás uso obsceno del mismo. El cinismo de la razón jurídica es el cinismo del
profesor de derecho que pretende proyectar un saber ascético y puro, un saber libre
de toda macula de pecado, un saber cuasi-divino que debe ser repetido ojala sin
ser siquiera pensado.
Estoy convencido de que el abogado debe formarse en la literatura, en la filosofía y
la política, en el psicoanálisis y en la economía, debe procurar encontrar un respiro
de un disciplina que es vendida por sus presuntos guardianes como un saber que
pretende al negar una realidad de necesidades y exclusiones, remplazarla
impunemente por una armónica realidad donde nada sobre y donde quien no
aparece es sencillamente porque no importa. El profesor de Derecho, en ese
sentido, me recuerda aquel pasaje de Stendhal donde un hombre al descubrir
flagrantemente la infidelidad de su mujer, le pide una explicación de la situación que
tiene a ti sí, a lo que ella contesta de forma categórica, “que tan poco me amas que
crees más a tus ojos que a mis palabras”. Ese es el espíritu que habla a través de
cada profesor de derecho constitucional cuando –por ejemplo- afirma la existencia
de una democracia en Colombia sin reír ante tan irreal planteamiento, cuando un
profesor de derecho procesal afirma que en Colombia todos son iguales ante la ley,
cuando un profesor derecho privado pretende afirmar que su saber no tienen nada
que ver con política, ese es el cinismo de la razón jurídica, es el cinismo de pretender
pensar el horizonte normativo de las formas jurídicas de forma radicalmente
independiente de las condiciones materiales donde efectivamente las mismas se
crean y se aplican.
Es la razón cínica la que niego y porque la niego estoy aquí ante ustedes
mostrándoles un nuevo camino, un camino probablemente menos elogiado, menos
lleno de sobresaltos y más lleno de trabajo, es el camino de la investigación jurídica
crítica, la cual encuentra a nivel de Consultorio Jurídico un lugar de especial trabajo,
bajo lo que se ha dado en denominar Clínica Jurídica es posible iniciar un uso
alternativo del derecho que permita voltear la jugada de quienes arrogantemente
desde el poder pretenden hacer que sus intereses sean en últimos los intereses de
la ley. Mi invitación es a que no crean nada que no haya sido constatado por ustedes
mismos, a asumir la investigación como el primer mandamiento del estudiante, a
asumir de forma categorial la responsabilidad que supone ser los principales
agentes de su proceso formativo. Cuestionen a sus docentes, exíjanles y sobretodo
critíquenlos siempre con argumentos y siempre con el férreo compromiso de hacer
de este nuestro mundo un lugar donde un nuevo porvenir se abra paso y pueda
realmente prosperar. Un mundo donde los sueños del derecho no generen
monstruos, y sobretodo donde la democracia y la justicia sean más que simples
proclamas de una retorica vacía, cuya imposibilidad es mostrada como natural por
quienes se piensan a sí mismos como los eternos amos. Son ustedes la parte más
importante de cualquier universidad, son ustedes los estudiantes, los portadores de
la verdadera y única poética del futuro. Den rienda suelta a la imaginación política,
den rienda suelta a la crítica jurídica y sumémonos entre todos en el compromiso
con una sociedad que más que derecho clama por justicia.

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