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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD BICENTENARIA DE ARAGUA


DECANATO DE INVESTIGACIÓN, EXTENCIÓN Y POSTGRADO (DIEP)
MAESTRÍA DERECHO PENAL Y CRIMINOLOGÍA
SAN CRISTÓBAL, ESTADO TACHIRA

ANÁLISIS DEL LIBRO EL ESPÍRITU DE LAS LEYES DEL BARÓN DE


MONTESQUIEU
.

AUTOR: ABOG. PABLO A. ROMERO F.


C.I. V.- 16.694.422.

MAYO DE 2.018
INTRODUCCIÓN

El Espíritu de las Leyes fue escrito en el año 1748, por Charles Louis de Secondat,
Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1689 – 1755). Se enmarca, por su
tiempo y por sus principios, en el movimiento conocido como Ilustración o
Iluminismo.

La obra del Barón de Montesquieu, suele ser estudiada en las academias de


ciencias Jurídicas y Ciencias Políticas, puesto que de dicha obra nació la
concepción tripartita del estado ya la idea de separación de poderes y la
necesidad de constituir mecanismos de peso y contrapesos que los limitan y
controlan el ejercicio del estado en forma recíproca. Y, por otro lado, las formas de
gobierno según la clasificación del autor: sistemas republicano, monárquico y
despótico; cada cual con sus propios principios.

Muy posiblemente el énfasis sea correcto. El primero de los puntos señalados bien
puede entenderse como el mayor logro intelectual de Montesquieu. Y el segundo
es la columna vertebral de toda la obra aquí comentada; el prisma con el que son
mirados cada uno de sus capítulos. Sin embargo, como en cualquier síntesis
demasiado estrecha, la identificación de El Espíritu de las Leyes con las citadas
tesis, no le hace justicia a la obra. Pues deja fuera de la mayoría de los análisis,
temas de estudio tratados por el autor de manera nada desdeñable.

Es por ello que creemos interesante rescatar un aspecto del citado trabajo que
tradicionalmente ha quedado opacado: su referencia al Derecho Penal.
Montesquieu hace referencia a cuestiones penales sustantivas –leyes de fondo-, y
procedimentales –de forma-; ligadas de manera coherente, tanto entre sí, como a
consideraciones de teoría de la pena y la política criminal.

Esto ha llevado a que el autor sea considerado como criminólogo.

Es evidente que Montesquieu no pretendió elaborar una obra relativa al crimen


como fenómeno social; sino que su trabajo refiere al funcionamiento de la
sociedad en general.

En El Espíritu de las Leyes, están presentes ideas en materia penal realmente


relevante y novedosa, pero muchas de las mismas apenas son desarrolladas. El
autor se contenta con mencionarlas sintéticamente en una oración.

Finalmente, aunque no nos ocuparemos de desarrollarlo, no podemos pasar por


alto el valor de la recopilación histórica en materia penal que realiza la obra. Así,
de manera intercalada, el autor nos pone en conocimiento de diversas leyes
penales romanas, visigodas, borgoñonas y francas, dejando constancia de
distintas legislaciones penales de su propio tiempo.

Siendo que no pretendemos aquí hacer un resumen de El espíritu de las leyes,


sino sólo difundir sus ideas centrales en materia penal; expondremos éstas sin
seguir el orden de la obra, procurando así una exposición más clara. Es decir:
uniremos las cuestiones conexas, tomándolas de diferentes partes del libro. E,
intercalaremos algunos breves comentarios de diversos autores que llevan a un
mejor y más completo entendimiento del tema.

Consideraciones sobre la forma de gobierno y las leyes en general. El


fundamento de la ley penal  

No podemos dejar de hacer mención algunos conceptos que da Montesquieu al


inicio de su obra, y que son necesarios para entender el resto de la misma.

Como ya hemos señalado, un punto transversal es la distinción entre tres tipos de


gobiernos: el republicano, el monárquico y el despótico. El primero es aquel en el
que gobierna el pueblo, o una parte de él. El segundo, aquel donde gobierna uno
solo, pero sujeto a reglas preestablecidas. Y el tercero, donde gobierna también
uno solo, pero sin ley ni regla. A su vez, en la república, si el poder reside en el
pueblo entero, es una democracia. Y si reside en parte de él, es una aristocracia.

A cada uno de los gobiernos le corresponde un principio, en atención a su


naturaleza. El principio de la democracia es la virtud. El de la aristocracia es la
templanza: la moderación. En la monarquía, el principio es el honor, que debe
guiar a todas las partes que componen el Estado y las liga, para conseguir el bien
común. Y en el despotismo, el principio será el temor, será necesario para
mantener el poder y el orden.

Las leyes de cada Estado incluyendo las leyes penales, cambian cuando cambian
las leyes políticas la forma del Estado, es decir, cuando se generan procesos de
reformas, enmiendas o asambleas constituyentes; por este motivo, no son las
mismas leyes las que corresponden al sistema democrático que las leyes que
corresponden a la aristocracia o a la monarquía. Y mucho menos al despotismo.

Por lo tanto el autor señala que los cuerpos normativos, leyes, decretos,
ordenanzas y constituciones deben adaptarse asimismo a otros elementos
variables en diferentes Estados: las costumbres, la religión, el clima. De lo
contrario, no cumplirán su función de utilidad. Partiendo de esta premisa debe
analizarse toda la obra.

Para el autor, la utilidad de la ley, es el fundamento de la ley penal.

Montesquieu hace hincapié en la proporción de la pena con la falta cometida, lo


que se denomina el principio de proporcionalidad de la pena y del daño causado,
el autor manifiesta que el motivo de la graduación, mensura y adecuación de las
penas, es, ante todo, una cuestión de beneficio. Así, la autoridad señala diferentes
grados de rechazo a diferentes delitos. Si bien todos son males, deja constancia
de que son preferibles algunos y no otros.

De este modo, se disuade más de cometer algunos delitos determinados. Un


ejemplo del autor es por demás clarificante: en China existe diferente pena para el
robo y para el homicidio. En Rusia, la pena en ambos casos es la muerte. De allí
que en China en general se robe pero no se mate, y en Rusia se mate en el robo
para procurar impunidad, la crueldad en las penas es contraproducente y no hace
disminuir los delitos. El efecto disuasivo no es tanto la medida de punición sino su
aplicación constante. el autor reconoce que la severidad extrema atenta también
contra la justicia. Es decir: la idea de justicia no está ausente en su pensamiento
penal.

Podemos agregar a lo ya dicho, que específicamente, Montesquieu se opone a la


idea de la pena como venganza a la ofensa cometida para con el príncipe, al
desobedecer su ley.

Siendo, como dijimos, la finalidad de la pena la utilidad en la prevención del


crimen, un buen legislador pensará menos en castigar los crímenes que en
evitarlos, se ocupará más en morigerar que en imponer sus suplicios.

Cuestiones relativas al proceso penal: el juez, las formalidades procesales y


sustantivas, la prueba. 

Dentro de la división de poderes en un Estado, es especialmente el pensamiento


de Montesquieu sobre el papel que deben jugar los jueces. Más allá de esto, y
aunque las ideas plasmadas en la obra sobre este punto no se limiten al juez
penal sino al juzgador en general.
Montesquieu, entonces, habla del poder judicial como un poder nulo, y del juez
como mera boca de la ley, sin facultad de modificarla o siquiera de interpretarla,
porque esto implicaría constituirse en legislador. Los magistrados deben ser seres
inanimados que no pueden moderar ni la fuerza ni el rigor de las leyes.

Cuanto más se aproxima el Gobierno a la República, más fija será la manera de


juzgar…

En los Estados despóticos no hay leyes; el juez es su propia regla. En los Estados
monárquicos hay una ley que el juez aplica en los casos en que es terminante; en
los que no lo es, busca su espíritu. En el Gobierno republicano es propio de la
naturaleza de la construcción que los jueces sigan la letra de la ley. No hay
ciudadano contra el cual se pueda interpretar ninguna ley cuando se trata de sus
bienes, de su honor o de su vida.

En materia penal, los jueces deben ser de la misma condición que el acusado,
para que sean verdaderamente imparciales y no se tema que quieren causarle
daño.

En las acusaciones graves, a su vez, el reo debe poder elegir a sus jueces, o al
menos recusarlos.

La división de poderes debe vulnerarse únicamente en casos extremos: sólo podrá


el ejecutivo detener personas si se los acusa de violar una ley capital, para
interrogarlos brevemente. Y, ante una conjura contra el Estado, sólo con
autorización del poder legislativo –y por un tiempo breve- podrá el ejecutivo
detener por sí mismo sospechosos.

Debe existir una separación entre aquél que acuse y aquél que juzgue, pues, caso
contrario, una misma persona será juez y parte.

Montesquieu destaca que el procedimiento judicial debe garantizar una inspección


seria y correcta del caso. No puede existir un proceso penal con celeridad
extrema, sin atentar contra la libertad. No es verdad que la justicia deba proceder
sin gastos, sin dilaciones, sin trámites, sin demoras. El respeto a la vida, el honor y
la fortuna de los ciudadanos, hace que no se pueda proceder de esta manera,
aunque para quienes buscan satisfacción de una ofensa, esto fuera deseable.
Entre más se valore la libertad del ciudadano, más aumentarán las formalidades
para dictar sentencia.
Cuando se condene, se debe tener la seguridad que la persona es culpable. Hay
que tener en cuenta que la libertad del ciudadano depende principalmente de que
las leyes penales sean buenas y que cuando la inocencia de los ciudadanos no
está asegurada, tampoco lo está su libertad, por ello, el acusado debe ser oído.

Y es importante no fiarse de la declaración de un solo testigo. Pues la razón exige


dos, porque un testigo que afirma y un acusado que niega determinan un empate,
haciéndose necesario un tercero para resolverlo. La dignidad del testigo tampoco
debe ser definitoria para el juez.

Tampoco se debe condenar a un hombre sin que pueda enfrentarse a quienes les
acusan. Y debe haber juicio contra los falsos testigos.

La legislación de fondo: graduación, mensura, diversidad y límites de las


penas. La forma de la ley penal.  

Ya hemos señalado que para Montesquieu el fundamento principal de la pena es


su utilidad, y que es conveniente prevenir los delitos más que castigarlos. Su
pensamiento sobre la legislación de fondo es totalmente congruente con estos
principios.

Con respecto a los castigos para los delitos, Montesquieu entiende que hay que
valerse para punir, no sólo de las penas, sino también de la vergüenza.

No hay que llevar a los hombres por caminos extremos, sino que se deben
escoger con cuidado los medios que nos da la naturaleza para conducirlos….

Sigamos el ejemplo de la naturaleza, quien ha dado a los hombres la vergüenza


como azote, y sea la mayor parte de la pena la infamia de tenerla que sufrir.

Cuando los castigos no avergüenzan, es porque se ha castigado en igual medida


a hombres buenos y a hombres malos.

En los Estados modernos, el miedo a la vergüenza puede evitar muchos delitos,


por lo tanto las leyes civiles pueden no ser tan rigurosas.
Según el autor el legislador debe valerse también de lo que establezca la religión
del lugar para el cual legisla. Entre más reprima la religión, menos deberá reprimir
la ley civil, y viceversa.

Montesquieu, pues, pretende limitar las penas a lo estrictamente necesario. Las


penas, dice, aumentan cuanto más se aleja el Estado de la libertad. Y disminuyen
cuando se acercan. La severidad de las penas es más propia de los gobiernos
despóticos, cuyo principio es el temor.

La criminalidad se da sobre todo, no por la levedad de las penas, sino por el


impacto antipedagógico de la impunidad –idea ésta muy marcada en distintos
puntos de la obra. Penas desmesuradas, a su vez, pueden generar que en
algunos casos sea preferible, por criterio de justicia, no aplicar castigo alguno ante
un delito. Pero esa falta de aplicación de sanción es evidentemente
contraproducente.

Los pueblos virtuosos, por su parte, necesitan pocas penas. Basta con señalarles
el bien, para que, en muchos casos, lo sigan.

El trato a los individuos por parte del legislador, depende también en buena
medida de la confianza que éste tenga en aquéllos. Si no se fía, les pone delante
jueces, amenazas y castigos y establece un sistema de vigilancia e inquisición. Si
confía en ellos, por el contrario, produce pocas leyes, y las aplica sin rigor.

Las penas no solo deben ser moderadas, sino proporcionales al delito cometido.
Como ya habíamos adelantado:

Es esencial que las penas guarden entre sí cierta armonía, porque es esencial que
se tienda más a evitar un delito grave que uno menos grave; lo que más ofenda a
la sociedad que lo que menos la hiera.

El poder de indultar, por su parte, pude contribuir a este efecto de equilibrio y


proporción entre la pena y el crimen, morigerando la legislación.

La libertad se encuentra favorecida por la proporción de las penas y también por


su correcta naturaleza.
En relación a esto último -al tipo de pena, y no ya a su magnitud-, el autor entiende
que el castigo debe variar para cada tipo de delito. La libertad triunfa cuando las
leyes criminales son tales que cada pena dimana de la naturaleza particular del
delito. Se ve limitada así la discrecionalidad del legislador.

Montesquieu avala incluso para quien mata o intenta matar, la pena de muerte.

En cuanto a los robos, correspondería que al ladrón se lo privara de sus bienes.


Pero, generalmente quien roba no tiene bienes. Por lo tanto es preciso que las
penas corporales suplan a las pecuniarias.

Pese a no oponerse a la pena capital, el autor es claramente contrario al tormento


de los reos.

Otra limitación a las penas, está dada, para Montesquieu, en la conservación de


pudor. Esto se sigue en casi todos los países civilizados del mundo. Y se debe a
que el castigo debe tener siempre por objeto restablecer el orden.[58]

Conclusión: la trascendencia de El Espíritu de las Leyes en el ámbito penal. 

Atendiendo a cuanto hemos comentado, encontramos que Montesquieu, con


distinto grado de detalle, enuncia o al menos esboza gran cantidad de
instituciones y principios que pueden considerarse consustanciales al Derecho
Penal actual.

Así, en la obra reseñada el autor refiere a la imparcialidad judicial, a la importancia


de los órganos de juicio pluripersonales, a la posibilidad de recusación de
magistrados por parte del reo, a la separación entre el juez y el acusador –pilar del
sistema acusatorio-, a la debida prueba para condenar, y al derecho del acusado a
ser oído en juicio.

Por otra parte, Montesquieu concibe el Derecho Penal como ultima ratio, y enfatiza
la necesidad de moderación, graduación y diversidad en las penas. Así como la
prohibición de los tormentos y los castigos que violen el pudor.
Asimismo, enuncia con contundencia las bases del principio de máxima
taxatividad de la legislación penal y la exigencia que las leyes sean anteriores a
los hechos que pretenden castigar. Y remarca otros aspectos penales de
importancia manifiesta,

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