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MAYO DE 2.018
INTRODUCCIÓN
El Espíritu de las Leyes fue escrito en el año 1748, por Charles Louis de Secondat,
Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1689 – 1755). Se enmarca, por su
tiempo y por sus principios, en el movimiento conocido como Ilustración o
Iluminismo.
Muy posiblemente el énfasis sea correcto. El primero de los puntos señalados bien
puede entenderse como el mayor logro intelectual de Montesquieu. Y el segundo
es la columna vertebral de toda la obra aquí comentada; el prisma con el que son
mirados cada uno de sus capítulos. Sin embargo, como en cualquier síntesis
demasiado estrecha, la identificación de El Espíritu de las Leyes con las citadas
tesis, no le hace justicia a la obra. Pues deja fuera de la mayoría de los análisis,
temas de estudio tratados por el autor de manera nada desdeñable.
Es por ello que creemos interesante rescatar un aspecto del citado trabajo que
tradicionalmente ha quedado opacado: su referencia al Derecho Penal.
Montesquieu hace referencia a cuestiones penales sustantivas –leyes de fondo-, y
procedimentales –de forma-; ligadas de manera coherente, tanto entre sí, como a
consideraciones de teoría de la pena y la política criminal.
Las leyes de cada Estado incluyendo las leyes penales, cambian cuando cambian
las leyes políticas la forma del Estado, es decir, cuando se generan procesos de
reformas, enmiendas o asambleas constituyentes; por este motivo, no son las
mismas leyes las que corresponden al sistema democrático que las leyes que
corresponden a la aristocracia o a la monarquía. Y mucho menos al despotismo.
Por lo tanto el autor señala que los cuerpos normativos, leyes, decretos,
ordenanzas y constituciones deben adaptarse asimismo a otros elementos
variables en diferentes Estados: las costumbres, la religión, el clima. De lo
contrario, no cumplirán su función de utilidad. Partiendo de esta premisa debe
analizarse toda la obra.
En los Estados despóticos no hay leyes; el juez es su propia regla. En los Estados
monárquicos hay una ley que el juez aplica en los casos en que es terminante; en
los que no lo es, busca su espíritu. En el Gobierno republicano es propio de la
naturaleza de la construcción que los jueces sigan la letra de la ley. No hay
ciudadano contra el cual se pueda interpretar ninguna ley cuando se trata de sus
bienes, de su honor o de su vida.
En materia penal, los jueces deben ser de la misma condición que el acusado,
para que sean verdaderamente imparciales y no se tema que quieren causarle
daño.
En las acusaciones graves, a su vez, el reo debe poder elegir a sus jueces, o al
menos recusarlos.
Debe existir una separación entre aquél que acuse y aquél que juzgue, pues, caso
contrario, una misma persona será juez y parte.
Tampoco se debe condenar a un hombre sin que pueda enfrentarse a quienes les
acusan. Y debe haber juicio contra los falsos testigos.
Con respecto a los castigos para los delitos, Montesquieu entiende que hay que
valerse para punir, no sólo de las penas, sino también de la vergüenza.
No hay que llevar a los hombres por caminos extremos, sino que se deben
escoger con cuidado los medios que nos da la naturaleza para conducirlos….
Los pueblos virtuosos, por su parte, necesitan pocas penas. Basta con señalarles
el bien, para que, en muchos casos, lo sigan.
El trato a los individuos por parte del legislador, depende también en buena
medida de la confianza que éste tenga en aquéllos. Si no se fía, les pone delante
jueces, amenazas y castigos y establece un sistema de vigilancia e inquisición. Si
confía en ellos, por el contrario, produce pocas leyes, y las aplica sin rigor.
Las penas no solo deben ser moderadas, sino proporcionales al delito cometido.
Como ya habíamos adelantado:
Es esencial que las penas guarden entre sí cierta armonía, porque es esencial que
se tienda más a evitar un delito grave que uno menos grave; lo que más ofenda a
la sociedad que lo que menos la hiera.
Montesquieu avala incluso para quien mata o intenta matar, la pena de muerte.
Por otra parte, Montesquieu concibe el Derecho Penal como ultima ratio, y enfatiza
la necesidad de moderación, graduación y diversidad en las penas. Así como la
prohibición de los tormentos y los castigos que violen el pudor.
Asimismo, enuncia con contundencia las bases del principio de máxima
taxatividad de la legislación penal y la exigencia que las leyes sean anteriores a
los hechos que pretenden castigar. Y remarca otros aspectos penales de
importancia manifiesta,