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Barbero Saberes Hoy
Barbero Saberes Hoy
SÍNTESIS: La escuela y la familia parecen ser las dos instituciones más afectadas por las
transformaciones habidas en los modos de circular el saber, que constituyen una de las
más profundas mutaciones que sufre la sociedad contemporánea.
La nueva realidad propone una re-definición del sujeto de la educación. Así, el sujeto
cartesiano del conocimiento, base de la acción educativa de la escuela actual, deja paso a
un individuo que sufre de una constante inestabilidad en su identidad, ya que no le aporta
ninguna de las instituciones sociales modernas, como ocurría con la Iglesia o el Estado.
Este sujeto educativo se expresa en idiomas no verbales, basados en su sensibilidad y en
su corporeidad, y habita los mundos de los códigos tribales, de la pandilla y de las sectas,
desde donde plantea su rechazo a la sociedad.
La configuración social, originada en los cambios en la circulación de los saberes, está re-
creando un tipo de competencias culturales y cognitivas que no parecen apuntar en el
sentido de las competencias para la generación de rentabilidad y competitividad,
predominante en el campo educativo, ahondando la brecha entre los intereses
institucionales y la de los sujetos aprendices.
La superación de esta situación pasa, entre otras cuestiones, por la incorporación de una
transversalidad que rompa con el prejuicio que separa a las ciencias de las humanidades
y por rescatar aquel tipo de saberes que, no siendo directamente funcionalizables son, sin
embargo, socialmente útiles, los saberes lógico-simbólicos, históricos y estéticos. Los
saberes indispensables.
1. Descentramiento y diseminación
Examinemos esos dos cambios claves. Descentramiento significa que el saber se sale de
los libros y de la escuela, entendiendo por escuela todo sistema educativo desde la
primaria hasta la universidad. El saber se sale ante todo del que ha sido su eje durante los
últimos cinco siglos: el libro. Un proceso que casi no había tenido cambios desde la
invención de la imprenta sufre hoy una mutación de fondo con la aparición del texto
electrónico. Que no viene a reemplazar al libro sino a des-centrar la cultura occidental de
su eje letrado, a relevar al libro de su centralidad ordenadora de los saberes, centralidad
impuesta no sólo a la escritura y a la lectura sino al modelo entero del aprendizaje por
linealidad y secuencialidad implicadas en el movimiento de izquierda a derecha y de
arriba a abajo que aquellas estatuyen. Es sólo puesto en perspectiva histórica que ese
cambio puede dejar de alimentar el sesgo apocalíptico con el que la escuela, los maestros
y muchos adultos, miran la empatia de los adolescentes con los medios audiovisuales, los
videojuegos y el computador. Estamos ante un descentramiento culturalmente
desconcertante, pero cuyo desconcierto es disfrazado por buena parte del mundo escolar
de forma moralista, esto es, echándole la culpa a la televisión de que los adolescentes no
lean. Actitud que no nos ayuda en nada a entender la complejidad de los cambios que
están atravesando los lenguajes, las escrituras y las narrativas. Que es lo que en realidad
está en la base de que los adolescentes no lean, en el sentido en que los profesores
siguen entendiendo leer, o sea sólo libros.
Con este sujeto es con quien tiene que lidiar la educación: el de un adolescente cuya
experiencia de relación social pasa cada día más por su sensibilidad, por su cuerpo, ya
que es a través de ellos que los jóvenes –que hablan muy poco con sus padres– les están
diciendo muchas cosas a los adultos mediante otros idiomas: los de los rituales del
vestirse, del tatuarse y del adornarse, o del enflaquecerse conforme a los modelos de
cuerpo que les propone la sociedad por medio de la moda y de la publicidad. No son sólo
femeninos los millones de adolescentes que sufren gravísimos trastornos orgánicos y
psíquicos de anorexia y bulimia, atrapados en la paradoja señalada de que mientras la
sociedad más les exige que se hagan cargo de sí mismos, no les ofrece una mínima
claridad sobre su futuro laboral, profesional o moral.
De ahí que los jóvenes se muevan entre el rechazo a la sociedad y su refugio en la fusión
tribal. Millones de jóvenes a lo largo del mundo se reúnen sin hablar, sólo para compartir
la música, para estar juntos gracias a ella y a la empatia corporal que genera. Esa
palabrita que hoy denomina una droga, el éxtasis, se ha convertido en el símbolo y en la
metáfora de una situación extática, esto es, del estar fuera de sí, del estar fuera del yo
que le asigna la sociedad y que los jóvenes se niegan a asumir, no porque sean unos
desviados sociales sino porque sienten que la sociedad no tiene derecho a pedirles una
estabilidad que no confiere ninguna de las grandes instituciones modernas: la política, el
trabajo y la escuela atraviesan su más honda y larga de las crisis... de identidad ¿Qué es
la política cuando la corrupción ha llenado el vacío ideológico, la ausencia de densidad
simbólica de los partidos y la incapacidad de convocatoria? Los partidos se corrompieron
cuando se vaciaron ideológica y simbólicamente, y no fue al revés, como pretende una
fuerte corriente politicista ¿Y qué ejemplo están dando las generaciones mayores a los
jóvenes en términos de ética, de fidelidad, de solidaridad, cuando lo que sus hijos ven
crecer y reinar por todas partes es el afán de la riqueza fácil y el conformismo
irresponsable?
La competencia que nos interesa como maestros o profesores tiene mucho más que ver
con la competencia cultural de que nos habla Bourdieu, ligada al capital simbólico de una
clase social, que no es el mismo en el mundo rural que en el urbano, ni entre la gente que
lleva muchos años viviendo en la ciudad que la que lleva pocos, o en una familia patriarcal
que en otra en la que los dos padres trabajan fuera de la casa y se tratan como iguales. Y
es el capital cultural, ese capital simbólico que emerge de la trayectoria de vida, el que va
a ir configurando el hábitus, ese sistema de disposiciones durables, que, a través de
experiencias y memorias, va a posibilitar o a obstaculizar la creatividad, la capacidad de
innovación de los sujetos.
El otro concepto que me parece fundamental para redefinir las competencias cognitivas
es el de práctica de Michel de Certeau. Al tratar de entender la cultura cotidiana de la
mayoría, la del ama de casa, la del obrero de la construcción o la del empleado de
comercio, de Certeau toma como claves de su definición los saberes que contienen y
posibilitan nuevos haceres. Asi, saber cocinar, saber tejer, saber caminar por la ciudad,
saber habitar la propia casa, saber comunicar. Y lo conceptualiza a través de dos
caracterizaciones. Primera, los esquemas de operación: en el fondo de toda operación
hay un esquema mental sin el cual dicha operación no es posible, como en el fondo de
todo buen pianista hay muchas horas de técnica que llegan hasta que pasa a los dedos y
ya no se necesita mirar las teclas, porque los dedos aprendieron a leerlas en el
pentagrama. Segunda, los operadores de apropiación, que responden a cuestiones de
este tipo: ¿cómo hace la gente para saber moverse en la ciudad? Hoy hay en Colombia
millones de campesinos que se han visto forzados a dejar su tierra, su labranza, su
mundo cultural, y sobreviven en las ciudades no por saberes de ciudad, que los mira
como a extraños y por tanto peligrosos, sino por reciclaje de sus saberes rurales:
carpintería, zapatería, albañilería, etc. Es con base en esos saber-haceres que traen del
campo, saberes orales transmitidos aún de padres a hijos, que son capaces de apropiarse
y de tornar útiles los restos, los pedazos de cosas que desecha una sociedad del
derroche. Muchos desplazados sobreviven reciclando, desde sus viejos saberes, unos
aparatos que cada día se quedan más rápidamente viejos, rediseñándolos,
devolviéndoles utilidad social.
En sus obras La era de la información y La galaxia Internet, Castells nos asoma a los
cambios que Internet está introduciendo en nuestros modos de organizar y de acceder al
conocimiento, y, sobre todo, en nuestras maneras de producir conocimiento, pues frente a
la separación entre mente y cuerpo, entre el hemisferio izquierdo y el derecho del cerebro,
entre el hemisferio de la razón argumentativa y el de la emoción, la pasión y el afecto,
entre el hemisferio de la escritura y el de la imagen y la música, Internet escribe a la vez
con letras, con sonidos y con imágenes. Esto marca el inicio de otra época, de un cambio
de época. Ha sido un historiador de la escritura y de la lectura, Roger Chartier, el que ha
afirmado que con lo que hay que comparar Internet no es con la imprenta, porque ella
nació para divulgar lo que ya estaba escrito –Gutenberg le asignaba la función de hacer
que la Biblia llegara a todos los países y a toda la gente– sino con la invención del
alfabeto que posibilitó la escritura, pues Internet no es sólo un difusor de viejos saberes,
de libros ya escritos, sino un nuevo modo de escribir y de producir saber. Internet no es la
causa sino el resultado de la transformación del sujeto humano, la proyección de un
nuevo sujeto de conocimiento, que, a su vez, implica el surgimiento de un nuevo
ciudadano. Ese nuevo ciudadano se reunió en número de ochenta mil en Porto Alegre,
venido de todos los rincones del mundo, de todas las religiones, de todos los oficios y
sexos. Ochenta mil personas que se reunieron en buena medida gracias a que Internet
les permitió “estar juntos” antes, al posibilitarles poner en común miedos y rabias,
demandas y proyectos de una sociedad y de un mundo nuevos, a partir de las luchas de
ecologistas y sindicalistas, y hasta de asociaciones tan poco previsibles como la de
mujeres norteamericanas de la tercera edad antiglobalización. Lo que se reunió en Porto
Alegre fue la diversidad actual de sujetos humanos. De gente que quiere cambiar esta
sociedad injusta, en la que Internet es usado por el capitalismo no para unir y sí para
dividir, y lo utiliza demostrando las posibilidades de cambiar el mundo, que está siendo
secuestrado y castrado por la lógica de los usos mercantiles. Internet replantea también
las separaciones radicales de la escuela entre lo que es ciencia, lo que es arte y lo que es
técnica. Porque hoy la técnica es interfaz entre la ciencia y el arte. Nunca la ciencia
estuvo más cerca del arte, y nunca el arte estuvo más cerca de la ciencia. Hace muchos
años que Bachelard planteó que la imaginación humana era sólo una, que comparten el
poeta y el científico, el físico y el músico, el bailarín y el ingeniero.
La transversalidad apunta aún más lejos: allí donde la tecnobiología parecería capaz de
hacer lo que le dé la gana dado el poder que tiene, resulta que los problemas genéticos
no son únicamente biológicos, sino filosóficos y éticos, fundamentales para la
supervivencia de los habitantes de este planeta. En manos de meros biólogos lo que
podemos tener pasado mañana es el sueño de Hitler hecho realidad: dividir la humanidad
entre elites y rebaños, entre unos pocos amos y millones de esclavos. Por eso la
transversalidad no habla sólo de transdisciplinaridad, porque no son sólo las fronteras
entre los saberes las que se quedaron obsoletas, sino entre saberes y deberes, entre
investigación y proyecto de sociedad. La transversalidad de los saberes apunta así hacia
esos nuevos sujetos de la educación, cuyo desciframiento remite a lo que Antonio
Machado recogió de labios de un campesino y lo puso en boca de ese alter suyo al que
llamó Juan Mairena: “todo lo que sabemos lo sabemos entre todos”.
5. Saberes indispensables
Una explícita transversalidad es la que moviliza a los saberes indispensables, que son
aquellos que no siendo funcionalizables son socialmente útiles, pero no son tampoco
saberes temáticos, pues operan unas veces sustentando y otras subvirtiendo los saberes
temáticos. En su paradójico estatus los saberes indispensables, aunque se hallan ligados
a materias históricas, no responden a las condiciones epistémicas ni a los operadores de
funcionamiento de las disciplinas académicas. Estoy hablando de los saberes lógico-
simbólicos, los saberes históricos y los saberes estéticos.
Los cambios por los que atraviesa nuestra sociedad en las condiciones de producción y
de circulación de los saberes producen un fuerte autismo en la escuela-institución como
reacción al desorden cultural que se vive en el ambiente, lo que a su vez se traduce en
una gran dispersión cognitiva por parte de los alumnos: ¿quién sabe qué, por cuáles
medios y con qué relevancia social? Frente a tal situación el maestro recurre a la
imposición de un saber que no encuentra resonancia en el alumno, pero que éste se ve
obligado a reproducir, o se pone a la escucha de lo que la dispersión y el desorden mental
de sus alumnos significa y plantea a la institución escolar. Me estoy refiriendo a la
exposición constante en que nos hallamos a una multiplicidad de símbolos y de
información, de lenguajes y de escrituras. Con esta introducción busco situar lo
estratégico del saber lógico-simbólico no sólo por hallarse en la base de lo que nuestra
sociedad entiende por ciencia, sino por estar ligada a la lógica de las redes
computacionales y sus hipertextualidades, a las que los más jóvenes están especialmente
abiertos. Los saberes lógico-simbólicos, basados en el arte combinatorio de Leibniz,
“especie de alfabeto de los conocimientos humanos que permite, mediante la
combinación de sus letras y el análisis de las palabras compuestas de aquéllas, descubrir
y juzgar todo lo demás”, y en “un análisis lógico del razonamiento matemático o del
pensamiento puro” (Frege), se ocupan de la estructura del argumento posibilitando un
pensamiento cuya criticidad no sólo no se opone al rigor sino que hace de éste su otra
base.
Este tercer tipo de saberes indispensables y transversales podría llevar al antiguo y bello
nombre de saberes de la sensibilidad, que era el significado griego del verbo
aisthanesthai (sentir, percibir) y del adjetivo aisthêtikos: lo que atañe a la sensibilidad. Se
trata de asumir los saberes que hacen parte de los modos y de las estructuras del sentir,
lo que significa empezar a valorar como saber todo aquello que el racionalismo del
pensamiento moderno relegó al campo de la imaginación y de la creación estéticas,
tenido sólo por valioso por la corriente romántica. En efecto, los románticos fueron
pioneros tanto en percibir los efectos degradantes de la revolución industrial como en
valorizar las dimensiones de la vida destruidas por el progreso. Pero lo que propongo no
es una vuelta al romanticismo, sino el reconocimiento de los saberes que entrañan las
formas de lo expresivo, que pasan por el cuerpo, la emoción, el placer. Reconocer que la
inteligencia es plural, como lo es la creatividad social en lo individual y en lo colectivo.
Descifrar las prácticas en que se fusionan como nunca antes lo habían hecho el arte y la
tecnología, pues también por la técnica pasan modalidades claves de percepción y
cambios de la sensibilidad que anudan de forma innovadora el trabajo y el juego, lo real y
lo virtual, lo imaginario y lo onírico.
Bibliografía
Ginzburg, C. et al. (1983): Crisis de la razón: nuevos modelos en la relación entre saber y
actividad humana, México, Siglo XXI.
Revista Iberoamericana de Educación. OEI. N° 32. agosto, 2003.