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EL RENACIMIENTO DE LA CULTURA
Quienes gobernaron en Rusia en el siglo XVIII introdujeron con tanto éxito costumbres e
ideas europeas, que, para la aristocracia, la cultura rusa prácticamente desapareció . Los
nobles hablaban, leían y escribían en francés, y contrataron a tutores ingleses, alemanes o
franceses para educar a sus hijos. A llegar el siglo XIX, sin embargo, renació el interés por
lo ruso y se produjo un renacimiento de la cultura rusa, normalmente atribuido al escritor
Alexander Sergeyevich Pushkin.
OTRO APARTADO
La revolució n de 1905 había nacido. Durante el invierno, las huelgas paralizaron las
fá bricas de toda Rusia. En la universidad de Moscú , 3 mil estudiantes quemaron un retrato
del zar y adornaron los edificios con banderas rojas; los disturbios estudiantiles llegaron a
tal punto que el gobierno cerró todos los centros de enseñ anza superior. Los intelectuales
manifestaron su indignació n y exigieron reformas. Los zmstvos retomaron su campañ a a
favor de un gobierno representativo formado por una asamblea constituyente libremente
elegida. Grupos profesionales empezaron a organizarse a nivel nacional y a federarse en
una Unió n de Uniones. Fueron secundados por la Unió n de Mujeres por la Igualdad de
Derechos y por sindicatos de oficinistas, contables y trabajadores del ferrocarril. La prensa
se hizo eco de sus demandas y cuando un perió dico local proclamó : “No podemos seguir
viviendo así”, la conmovedora frase recorrió el país entero.
A consecuencia del Manifiesto de Octubre, el zar retuvo sus poderes esenciales, entre ellos
la capacidad de veto sobre la legislació n de la Duma y el derecho a disolver del todo el
nuevo cuerpo legislativo. Sin embargo, la Duma gozaba de suficientes responsabilidades
como para garantizar el caos en caso de que desafiara a Nicolá s y sus ministros.
La segunda Duma fue peor. Esta vez los ultrarradicales bolcheviques, mencheviques y
socialistas revolucionarios, quienes boicotearon las primeras elecciones entraron en las
listas, y su aparició n impelió a las fuerzas de extrema derecha. El resultado fue una
polarizació n radical que llevó a Nicolá s a disolver la segunda Duma tres meses después.
“vosotros solo queréis causar agitació n pero nosotros queremos una Rusia Grande” dijo el
primer ministro Stolipin.
Tras varias reformas por parte de la Corona y el asesinato de Stolipin, llegó la primera
guerra mundial y a pesar de los discursos alentadores del zar la confianza no duró . En
1915, Rusia perdió la mitad de su ejército y los refugiados y hambrientos inundaron las
ciudades, acabando con los ú ltimos vestigios de optimismo, unidad y reconciliació n
nacional. La muchedumbre vagaba furiosa por las calles exigiendo comida, precios má s
baratos, sueldos má s altos y las libertades y reformas que durante tanto tiempo se les
habían negado. El odio a los judíos, que siempre estaba latente, provocó saqueos, palizas y
asesinatos.
Tras el asesinato de Rasputín y varios intentos de golpes de Estado, en marzo del añ o 1917
comenzó la revolució n. En el invierno má s crudo de los ú ltimos añ os, las masas urbanas
del norte y centro de Rusia estaban cerca de la inanició n. La ingesta de calorías descendió
un 25%, se dobló la mortalidad infantil, se triplicó el nú mero de crímenes y hubo niñ os
que salieron a hacer la calle.
El sá bado 10 de marzo Petrogrado quedó paralizada. Los obreros tomaron las calles
ondeando banderas rojas y gritando: “Abajo con la alemana!” en referencia a la zarina
Alejandra. Por primera vez, saltó la alarma en el Gobierno; el gabinete de ministros se
reunió a lo largo del día para intentar desesperadamente resolver la escasez de comida.
Enviaron un telegrama al cuartel general donde se encontraba el zar Nicolá s para pedir
que éste regresara pero el zar, creyendo que la crisis no difería de las anteriores huelgas se
limitó a responder: <<Ordeno que los disturbios…. Cesen mañ ana>>
En Petrogrado, ese día los soldados y obreros hicieron arder los tribunales de justicia,
Ministerio de Interior, el cuartel general de la Policía secreta y diversas comisarías.
Abrieron de golpe las puertas del arsenal y vaciaron las cá rceles. Las calles se llenaron de
saqueadores.
Nicolá s ordenó que tuvieran preparado su tren a las cinco de la madrugada. El martes salió
direcció n a Petrogrado. Incluso entonces, eludió el asunto del nuevo Gobierno, diciendo
que lo decidiría cuando llegara a la villa de los Zares. De todas maneras, era ya demasiado
tarde. El poder ya había pasado de las manos del gobierno del zar a las de la Duma. Hacía
mediodía, sin esperanza alguna de que Nicolá s fuera a actuar, el gabinete imperial se había
autodisuelto, y los ministros habían puesto sus cargos a disposició n de la Duma, que formó
un Gobierno provisional. Quienes esperaban salvar la corona estaban de acuerdo en una
cosa: no se debía derrocar a Nicolá s por la fuerza, sino que éste debía abdicar.
El zar se enteró de estos hechos la mañ ana del jueves 15 de marzo, poco después de que su
tren llegara a la ciudad de Pskov, situada a 240 km de Petrogrado. Rodzianko había
tomado la precaució n de consultar a los jefes militares rusos y Nicolá s recibió los
telegramas de respuesta. Todos estaban de acuerdo: tenían que irse. Nicolá s se quedó
estupefacto. Se quedó pá lido. Se giró hacia una ventana, dio la espalda a sus acompañ antes
y se puso a contemplar el exterior.
Nadie podía saber con exactitud qué se le pasaba por la cabeza en esos momentos. No
obstante, o que no debía de contemplar este delicado hombre era la guerra civil, una
contrarrevolució n que tenía en llamas a su querida Rusia y a la gente matá ndose los unos a
los otros.
Nicolá s se alejó de la ventana y anunció con voz fuerte y clara: “he decidido que abdicaré a
favor de mi hijo, Alexis”. Se santiguó y quienes lo acompañ aban en el vagó n hicieron lo
mismo. Luego, el zar llegó a la Villa de los Zares y se reencontró con Alejandra, en cuyo
pecho descansó la cabeza y se puso a llorar.
Pensá ndolo bien, Nicolá s se percató de que su hijo hemofílico no estaba preparado
físicamente para ser zar, y decidió nombrar como sucesor a su hermano Mijail, quien
rá pidamente declinó la oferta. La dinastía de los Romanov había llegado a su fin. Sin
embargo, la caída de la autocracia y el establecimiento de un Gobierno provisional no
consiguieron detener la crisis econó mica y política que no paraba de crecer desde
principio de la guerra. La revolució n fue gestá ndose desde el verano y estalló de nuevo en
noviembre.
En esta ocasió n, los vencedores serían los bolcheviques, guiados por Vladimir Lenin, quien
había pasado su vida adulta prepará ndose para este momento. Los bolcheviques tomaron
el poder en el inverno del añ o 1917, de forma brutal y vengativa, trá gica para muchos
rusos y no hicieron má s que generar má s violencia. Rusia, manchada de sangre, tuvo que
sufrir varios añ os de guerra civil antes de que los bolcheviques se impusieran y fundaran
el Estado soviético, tan despiadado y represivo como su autocrá tico predecesor.