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VIVIR DE LA HISTORIA DE LA RUSIA DE LOS ZARES

EDICION FOLIO AÑ O 2008.

EL RENACIMIENTO DE LA CULTURA

Quienes gobernaron en Rusia en el siglo XVIII introdujeron con tanto éxito costumbres e
ideas europeas, que, para la aristocracia, la cultura rusa prácticamente desapareció . Los
nobles hablaban, leían y escribían en francés, y contrataron a tutores ingleses, alemanes o
franceses para educar a sus hijos. A llegar el siglo XIX, sin embargo, renació el interés por
lo ruso y se produjo un renacimiento de la cultura rusa, normalmente atribuido al escritor
Alexander Sergeyevich Pushkin.

A Pushkin se le considera el fundador de una literatura nacional escrita en ruso, basada en


las tradiciones rusas y llena de la exuberancia de la vida rusa. Nacido en 1799 de un
aristó crata y su esposa, uno de cuyos antepasados era un príncipe de Abisinia, Pushkin fue
educado y cuidado por tutores extranjeros y cuidado por una niñ era campesina, Anna
Rodionovna, quien le dio a conocer historias populares má gicas y cuentos de hadas del
pueblo ruso e inspiró en él un auténtico amor por la lengua rusa. (123)

OTRO APARTADO

La revolució n de 1905 había nacido. Durante el invierno, las huelgas paralizaron las
fá bricas de toda Rusia. En la universidad de Moscú , 3 mil estudiantes quemaron un retrato
del zar y adornaron los edificios con banderas rojas; los disturbios estudiantiles llegaron a
tal punto que el gobierno cerró todos los centros de enseñ anza superior. Los intelectuales
manifestaron su indignació n y exigieron reformas. Los zmstvos retomaron su campañ a a
favor de un gobierno representativo formado por una asamblea constituyente libremente
elegida. Grupos profesionales empezaron a organizarse a nivel nacional y a federarse en
una Unió n de Uniones. Fueron secundados por la Unió n de Mujeres por la Igualdad de
Derechos y por sindicatos de oficinistas, contables y trabajadores del ferrocarril. La prensa
se hizo eco de sus demandas y cuando un perió dico local proclamó : “No podemos seguir
viviendo así”, la conmovedora frase recorrió el país entero.

Los campesinos se rebelaron contra los terratenientes incendiando cosechas y casas. En


total se destruyeron casi 3 mil casas. El gobierno envió al ejército para sofocar el
levantamiento má s de 2 mil veces pero los soldados ordinarios también eran campesinos y
simpatizaban con sus conciudadanos.

A consecuencia del Manifiesto de Octubre, el zar retuvo sus poderes esenciales, entre ellos
la capacidad de veto sobre la legislació n de la Duma y el derecho a disolver del todo el
nuevo cuerpo legislativo. Sin embargo, la Duma gozaba de suficientes responsabilidades
como para garantizar el caos en caso de que desafiara a Nicolá s y sus ministros.

En las primeras elecciones, entre 20 y 25 millones de varones rusos acudieron por


primera vez a las urnas. Eligieron a 497 diputados, entre ellos los miembros de dos
docenas de nuevos partidos, la mayoría de tendencia liberal o radical. Má s de 100
diputados eran campesinos no afiliados a ningú n partido; la representació n tuvo má s peso
en el campo, pues se esperaba que el temor tradicional del campesinado hacia el zar
redundaría a favor de éste.
Sin embargo, en cuanto los diputados entraron en el saló n del trono del palacio de
Invierno, el 10 de mayo de 1906, estuvo bien claro cuál era la atmó sfera reinante en la
Duma. Justo después, la Duma pronunció un discurso que comenzaba así: “La lacra má s
grande de nuestra vida pú blica es el despotismo de los funcionarios del Estado”. Y
prosiguió pidiendo, entre otras cosas, el derecho de huelga, eliminació n de todos los
privilegios de clase, la abolició n de la pena de muerte, la redistribució n de las posesiones
de la Corona y la Iglesia y la amnistía para los participantes de la revolució n de 1905.

La segunda Duma fue peor. Esta vez los ultrarradicales bolcheviques, mencheviques y
socialistas revolucionarios, quienes boicotearon las primeras elecciones entraron en las
listas, y su aparició n impelió a las fuerzas de extrema derecha. El resultado fue una
polarizació n radical que llevó a Nicolá s a disolver la segunda Duma tres meses después.
“vosotros solo queréis causar agitació n pero nosotros queremos una Rusia Grande” dijo el
primer ministro Stolipin.

Tras varias reformas por parte de la Corona y el asesinato de Stolipin, llegó la primera
guerra mundial y a pesar de los discursos alentadores del zar la confianza no duró . En
1915, Rusia perdió la mitad de su ejército y los refugiados y hambrientos inundaron las
ciudades, acabando con los ú ltimos vestigios de optimismo, unidad y reconciliació n
nacional. La muchedumbre vagaba furiosa por las calles exigiendo comida, precios má s
baratos, sueldos má s altos y las libertades y reformas que durante tanto tiempo se les
habían negado. El odio a los judíos, que siempre estaba latente, provocó saqueos, palizas y
asesinatos.

Tras el asesinato de Rasputín y varios intentos de golpes de Estado, en marzo del añ o 1917
comenzó la revolució n. En el invierno má s crudo de los ú ltimos añ os, las masas urbanas
del norte y centro de Rusia estaban cerca de la inanició n. La ingesta de calorías descendió
un 25%, se dobló la mortalidad infantil, se triplicó el nú mero de crímenes y hubo niñ os
que salieron a hacer la calle.

El jueves 8 de marzo de ese mismo añ o, un grupo de obreras textiles de Petrogrado que


hacían la cola por el pan perdieron toda la entereza. Cuando se les dijo que no quedaba
pan, irrumpieron en las panaderías. Luego se fueron a buscar a sus hombres en las
fá bricas cercanas, para empezar una marcha de protesta por el centro de la ciudad. Miles
de hombres y mujeres pasaban por los puentes del Neva gritando: “Dadnos pan!”. Tropas
montadas de cosacos armados con lá tigos dispersaron la multitud pero la gente volvió a la
mañ ana siguiente con un mayor nú mero.

El sá bado 10 de marzo Petrogrado quedó paralizada. Los obreros tomaron las calles
ondeando banderas rojas y gritando: “Abajo con la alemana!” en referencia a la zarina
Alejandra. Por primera vez, saltó la alarma en el Gobierno; el gabinete de ministros se
reunió a lo largo del día para intentar desesperadamente resolver la escasez de comida.
Enviaron un telegrama al cuartel general donde se encontraba el zar Nicolá s para pedir
que éste regresara pero el zar, creyendo que la crisis no difería de las anteriores huelgas se
limitó a responder: <<Ordeno que los disturbios…. Cesen mañ ana>>

Eso implicaba al uso de la fuerza. El ministro de Interior, un repugnante hombre de


confianza de Alejandra llamado Protopopov, planeó mandar a los manifestantes la policía,
luego los cosacos y finalmente tropas armadas con metralletas. El domingo se lanzaron los
primeros disparos, y antes de que acabara el día, 200 personas habían muerto y un
nú mero incontable de personas habían resultado heridas.

Los disparos no hicieron má s que envalentonar a la multitud, que empezó a enfrentarse a


los soldados. Las unidades se reunieron en los barracones para discutir qué decisió n
tomar. ¿Có mo podían rusos matar a rusos? A las 6 de la mañ ana del lunes, un sargento del
regimiento de Volinski disparó a su capitá n; los otros oficiales huyeron, y el regimiento se
unió a la revolució n. El motín se extendió con celeridad a otros regimientos y finalmente a
la guardia Preobrazenski, el regimiento má s antiguo, creado por Pedro el Grande.

En Petrogrado, ese día los soldados y obreros hicieron arder los tribunales de justicia,
Ministerio de Interior, el cuartel general de la Policía secreta y diversas comisarías.
Abrieron de golpe las puertas del arsenal y vaciaron las cá rceles. Las calles se llenaron de
saqueadores.

El presidente de la Duma, el fiel y eficiente Mijaíl Rodzianko, envió un telegrama tras el


telegrama Nicolá s para describir la anarquía reinante y pedir al zar que crease un
ministerio que inspirara confianza en la gente. Tan solo en la madrugada del lunes, cuando
un telegrama lacó nico llegó de parte de Alejandra, empezó a captar la verdad. La
emperatriz, que hacía poco había afirmado: “No hay revolució n alguna en Rusia, ni la
puede haber. Dios no lo permitiría”, ahora escribía: “las concesiones son inevitables.
Prosigue la lucha en las calles. Muchas unidades se han unido al enemigo. Alix”.

Nicolá s ordenó que tuvieran preparado su tren a las cinco de la madrugada. El martes salió
direcció n a Petrogrado. Incluso entonces, eludió el asunto del nuevo Gobierno, diciendo
que lo decidiría cuando llegara a la villa de los Zares. De todas maneras, era ya demasiado
tarde. El poder ya había pasado de las manos del gobierno del zar a las de la Duma. Hacía
mediodía, sin esperanza alguna de que Nicolá s fuera a actuar, el gabinete imperial se había
autodisuelto, y los ministros habían puesto sus cargos a disposició n de la Duma, que formó
un Gobierno provisional. Quienes esperaban salvar la corona estaban de acuerdo en una
cosa: no se debía derrocar a Nicolá s por la fuerza, sino que éste debía abdicar.

El zar se enteró de estos hechos la mañ ana del jueves 15 de marzo, poco después de que su
tren llegara a la ciudad de Pskov, situada a 240 km de Petrogrado. Rodzianko había
tomado la precaució n de consultar a los jefes militares rusos y Nicolá s recibió los
telegramas de respuesta. Todos estaban de acuerdo: tenían que irse. Nicolá s se quedó
estupefacto. Se quedó pá lido. Se giró hacia una ventana, dio la espalda a sus acompañ antes
y se puso a contemplar el exterior.

Nadie podía saber con exactitud qué se le pasaba por la cabeza en esos momentos. No
obstante, o que no debía de contemplar este delicado hombre era la guerra civil, una
contrarrevolució n que tenía en llamas a su querida Rusia y a la gente matá ndose los unos a
los otros.

Nicolá s se alejó de la ventana y anunció con voz fuerte y clara: “he decidido que abdicaré a
favor de mi hijo, Alexis”. Se santiguó y quienes lo acompañ aban en el vagó n hicieron lo
mismo. Luego, el zar llegó a la Villa de los Zares y se reencontró con Alejandra, en cuyo
pecho descansó la cabeza y se puso a llorar.
Pensá ndolo bien, Nicolá s se percató de que su hijo hemofílico no estaba preparado
físicamente para ser zar, y decidió nombrar como sucesor a su hermano Mijail, quien
rá pidamente declinó la oferta. La dinastía de los Romanov había llegado a su fin. Sin
embargo, la caída de la autocracia y el establecimiento de un Gobierno provisional no
consiguieron detener la crisis econó mica y política que no paraba de crecer desde
principio de la guerra. La revolució n fue gestá ndose desde el verano y estalló de nuevo en
noviembre.

En esta ocasió n, los vencedores serían los bolcheviques, guiados por Vladimir Lenin, quien
había pasado su vida adulta prepará ndose para este momento. Los bolcheviques tomaron
el poder en el inverno del añ o 1917, de forma brutal y vengativa, trá gica para muchos
rusos y no hicieron má s que generar má s violencia. Rusia, manchada de sangre, tuvo que
sufrir varios añ os de guerra civil antes de que los bolcheviques se impusieran y fundaran
el Estado soviético, tan despiadado y represivo como su autocrá tico predecesor.

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