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Índice
Presentación
-I-
Introducción al mundo mítico Leyendas de Guatemala
-II-
La denuncia de la dictadura El señor presidente
-III-
Entre mito y realidad Hombres de maíz
-IV-
El imperio de la bananera Viento fuerte y el papa verde
-V-
Los episodios de la invasión Week-end en Guatemala
-VI-
El retorno a la esperanza Los ojos de los enterrados
-VII-
El regreso al misterioso mundo de la magia El alhajadito
y Mulata de tal
-VIII-
Epopeya, elegía y reivindicación del paraíso El espejo
de lida sal y Maladrón
-IX-
El infierno en la tierra Viernes de Dolores
-X-
El último Asturias
Apéndice
Textos de Miguel Ángel Asturias
Advertencia
(Auto) biografía de Miguel Ángel Asturias
El señor presidente como mito
Algunos apuntes sobre Mulata de tal
El lenguaje en la novela latinoamericana
Paisaje y lenguaje en la novela hispanoamericana
[11]
Presentación
Con ocasión del Centenario del nacimiento de Miguel Ángel Asturias vuelvo
a tratar de su obra narrativa, de la que en el transcurso de todos estos
años nunca he dejado de ocuparme.
Mi convicción de que la obra artística tiene íntima conexión con la
aventura vital de su autor me lleva a dar, en este libro, también toda una
serie de datos acerca de la vida de Asturias que, junto con las
valoraciones de su arte, contribuyen a aclarar mejor, según creo, los
motivos y los alcances de su trabajo creativo.
Persona extraordinaria, la presencia del escritor guatemalteco en Italia,
y por lo que me atañe en las Universidades donde yo enseñaba, Milán y
Venecia, junto con el trato de largos años y una gran amistad hasta el
final de su vida, ha sido particularmente importante en la trayectoria de
mis intereses culturales y en la de mis colaboradores y discípulos.
Debo el primer encuentro con Asturias a las iniciativas del Dr. Amos
Segala, benemérito propulsor de los estudios latinoamericanos desde el
Columbianum de Génova, institución que constituyó el punto de partida de
otras iniciativas segalianas de aún mayor alcance, como la edición crítica
de las obras del maestro, a su vez empresa propulsora de otra de relieve
internacional, la colección «Archivos de la literatura latinoamericana del
siglo XX», actualmente bajo el patrocinio de la UNESCO.
El libro que ahora publico representa una nueva meditación en torno a la
obra narrativa de Miguel Ángel Asturias, en vilo siempre entre realismo
mágico y cruda realidad.
Me complace sumamente, aquí, formular algunos agradecimientos:
primeramente a mi buen amigo e inteligente colaborador desde hace años, el
profesor Jaime Martínez, el cual con su acostumbrado escrúpulo y mucha
paciencia ha ido revisando estas páginas, y a continuación a las Dras.
Clara Camplani y Patrizia Spinato, quienes han prestado, desde el «Centro»
del Consiglio Nazionale delle Ricerche de la Universidad de Milán,
dedicado a Latinoamérica, su generosa colaboración para la transcripción
de los textos reunidos en el Apéndice.
G.B.
[12][13]
-I-
Introducción al mundo mítico Leyendas de Guatemala
24
La imagen es uno de los recursos más sugestivos del estilo de Asturias y
en las Leyendas de Guatemala abundan, con éxitos particularmente notables.
Es el caso del vuelo de las aves: «Los pájaros tijereteaban el crepúsculo
entre ruinas pardas e impedidas»30. El avanzar del día lo representa el
escritor acudiendo a la consabida mención del buey, de raíz modernista
-Carducci y Darío enseñan-, añadiendo al color notas térmicas y olfativas:
«El día salía de las narices de los bueyes, blanco, caliente,
perfumado»31.
Las cosas en las páginas de Asturias revelan una vida secreta, adquieren
movimiento de criaturas, frecuentemente a través de la comparación. Así lo
árboles después de la tormenta: «Los encinales se perseguían bajo las
nubes negras, sacudiéndose el rocío como caballerías sueltas»32. Con una
imagen eficaz, que evoca ciertos pasajes de Los éxtasis de la montaña, de
Julio Herrera y Reissig, el escritor expresa el sentido cansado de la
tarde: «La tarde cansa con su mirar de bestia maltratada»33.
No pocas veces es suficiente una frase para determinar el clima de una
leyenda, como en «Los brujos de la tormenta primaveral», donde aquél «Más
allá de los peces el mar se quedó solo»34, abre de por sí una perspectiva
de resonancias misteriosas.
El valor de las Leyendas de Guatemala está todo en la atmósfera de poesía
que mana del libre ejercicio de una fantasía excepcional. El lirismo de
Asturias se expresa en múltiples formas, en un lenguaje que ejerce
continua sugestión sobre el lector. La sustancia poética de Guatemala
alcanza, a través de las Leyendas, categoría altísima de arte, en un
proceso de interiorización que representa el primer paso hacia una más
profunda toma de conciencia acerca de los problemas del país.
-II-
La denuncia de la dictadura El señor presidente
La primera novela de Asturias, El Señor Presidente, aparece mucho tiempo
después de las Leyendas de Guatemala, en 1946. El libro, sin embargo,
estaba ya terminado desde 1932, como indican las fechas puestas por el
autor al final de la novela, que atestiguan una larga elaboración:
«Guatemala, diciembre de 1922, París noviembre y 8 de diciembre de 1932».
En el mes de julio de 1933 el escritor volvía a su patria y no estimaba
prudente llevar consigo su libro en cuanto en Guatemala dominaba entonces
otro dictador, el general Jorge Ubico. Al momento de dejar Francia
Asturias entregaba a su amigo Georges Pillement una copia del manuscrito y
otra la enviaba a México donde, más tarde, la Editorial Costa Amic
publicaría la novela35.
Aparece evidente cuáles fueron los motivos que retrasaron la publicación
de El Señor Presidente, si consideramos la situación guatemalteca, donde
la dictadura de Ubico, una de las más duras que vio Guatemala, duró hasta
1944, y la actividad que Asturias desarrolló en esos años en su país,
especialmente en el período 1937-1943, con el programa radiofónico del
«Diario del Aire», donde, aprovechando los anuncios publicitarios, que
intercalaba en las noticias de crónica y de política, realizaba una obra
sutil de erosión de la dictadura.
Esta es al menos la versión del escritor36, aunque sabemos que no todos
están conformes con la misma y hasta hay quienes han insinuado una
actuación menos responsable37. Sea como sea, hubiera sido sin duda muy
peligroso por ese entonces, para un residente en Guatemala, haber
publicado una novela como El Señor Presidente.
26
Con su nuevo libro Miguel Ángel Asturias se presenta en el ámbito
literario, en 1946, con una obra de grandes calidades artísticas, centrada
en un argumento vital para América Latina y destinada a llamar más tarde,
y durante muchos años, la preeminente atención de la crítica. Desde la
publicación de las Leyendas de Guatemala, en efecto, parecía que todos se
habían olvidado del escritor guatemalteco que tanto había llamado la
atención en 1930. Un silencio destinado a durar mucho tiempo, si
consideramos la escasa presencia, en los años cuarenta y cincuenta, del
nombre de Asturias en las contadas publicaciones que en España fueron
dedicadas a la narrativa hispanoamericana38.
Hay que decir que los críticos no tenían toda la culpa, puesto que
Asturias, después de las Leyendas y antes de la novela El Señor
Presidente, poco había publicado. Con toda probabilidad era la poesía la
que en ese período lo atraía, si en 1949 publica el poemario Sien de
Alondra, elogiado por Alfonso Reyes, el cual le escribe un prólogo, y a
pocos años de distancia, en 1951, los Ejercicios poéticos en forma de
soneto sobre temas de Horacio39 . La poesía seguirá siendo, hasta los
últimos años del artista, una actividad más bien recatada, reservada a una
zona íntima, aunque dará textos, en ocasiones, de extraordinaria
relevancia: es el caso del poema Clarivigilia Primaveral, que Asturias
publica en 196540.
La fama del escritor guatemalteco empieza realmente a partir de 1948,
cuando la Editorial Losada incluye El Señor Presidente en su «Biblioteca
Contemporánea», procurándole gran difusión, y se afirma internacionalmente
a partir de 1952, año en que la traducción al francés de El Señor
Presidente obtiene el Premio 27Internacional del Club del Libro en
Francia. Desde entonces numerosas fueron las traducciones de la novela a
los principales idiomas europeos y la notoriedad del novelista fue
progresivamente creciendo, mientras quedaban postergadas a pura referencia
las Leyendas de Guatemala.
La afirmación internacional de Asturias será útil también para una mayor
difusión de la narrativa latinoamericana. El escritor guatemalteco será
durante toda su vida un generoso propagandista de la obra de sus colegas y
seguirá contribuyendo enormemente, desde Europa, durante su exilio, en los
años anteriores al famoso «boom», a fomentar la atención de críticos,
universidades y editores hacia la narrativa de América Latina.
En cuanto a El Señor Presidente, el tema no era ciertamente nuevo ni en la
narrativa hispanoamericana ni en la europea. Conrad había publicado en
1904 su novela Nostromo, Francis de Miomandre en 1926 Le dictateur, y en
el mismo año Ramón María del Valle-Inclán editaba su célebre Tirano
Banderas. Cada uno de estos narradores intentaba una síntesis convincente
de la América de matriz hispánica sometida al régimen dictatorial,
procurando representar esa «república comprensiva de Hispanoamérica» de la
que habló Seymour Mentón41.
En la narrativa hispanoamericana existía ya sobre el tema una afirmada
tradición, que remontaba a la generación de los proscritos argentinos,
opositores de Rosas: El matadero (1838) de Esteban Echevarría, Amalia
(1851-1854) de José Mármol. En 1845 Domingo Faustino Sarmiento había
publicado su biografía del caudillo Juan Facundo Quiroga, Facundo o
Civilización y barbarie, texto que influyó grandemente sobre el desarrollo
de toda la literatura adversa a la dictadura. Tampoco hay que olvidar la
obra demoledora del ecuatoriano Juan Montalvo, en El dictador y La
dictadura perpetua, contra el presidente Gabriel García Moreno, y en las
Catilinarias (1880-1882), contra el sucesivo dictador, Ignacio
Veintemilla.
En los albores del siglo XX Hispanoamérica manifiesta su adversión a los
tiranos en la prosa encendida del venezolano Rufino Blanco Fombona; la
protesta no se expresa solamente en la prosa política sino en gran parte
de su narrativa. En México, la «novela de la Revolución» trata el tema del
poder despótico en La sombra del caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán;
en Ecuador, Demetrio Aguilera Malta denuncia la dictadura en su novela
Canal Zone (1935); lo mismo hace en el Perú Ciro Alegría, quien insiste,
en Los perros hambrientos (1939), sobre el servilismo que rodea al
dictador, y en El mundo es ancho y ajeno (1941) denuncia la prepotencia de
las clases que prosperan a la sombra del poder, como por otra parte ya lo
había hecho el ecuatoriano Jorge Icaza, especialmente en Huasipungo
(1934).
Larga sería la lista de los narradores hispanomericanos que denuncian en
sus libros el doloroso fenómeno de la dictadura o del personalismo
recurrentes en sus 28países42. Miguel Ángel Asturias viene a dar,
en este ámbito, con El Señor Presidente, una obra destinada a ser punto de
referencia constante en los decenios sucesivos, hasta en el momento en
que, en los años 1972-1975, improvisamente el tema de la dictadura vuelve
a ser tratado por escritores como Demetrio Aguilera Malta, en El secuestro
del General (1973), Alejo Carpentier, en El recurso del método (1974),
Augusto Roa Bastos, en Yo el Supremo (1974) y Gabriel García Márquez, en
El otoño del Patriarca (1975), dando dimensión inédita y resonancia
internacional a la «nueva novela»43.
Expresión valiosa de la renovación de la narrativa hispanoamericana, los
escritores mencionados se proponían con toda probabilidad acabar con la
sombra molesta de El Señor Presidente. El período parecía propicio, puesto
que Asturias había caído en desgracia ante la intelectualidad
latinoamericana de izquierdas. Aludiendo a un proyecto colectivo de libro
sobre los que irónicamente llamaba «Los Padres de la Patria», promovido
por Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, al publicar su novela El otoño
del Patriarca, recordaba entre los antecedentes de la narrativa de la
dictadura Tirano Banderas de Valle-Inclán, olvidando por completo, y de
propósito, El Señor Presidente44.
A pesar de una vasta campaña denigratoria, conjurada para destruir a
Asturias ya Premio Nobel, los méritos de su obra, y en el caso que aquí
interesa, de El Señor Presidente, han permanecido intactos. No solamente,
sino que hay que reconocer que en esta novela de 1932 el narrador
guatemalteco inauguraba ya un tipo nuevo de novela, por estructura y
lenguaje, uso del tiempo y del diálogo, adelantándose, aunque nadie se
diera cuenta al momento de su publicación, a los futuros escritores del
«boom», que en años muy posteriores, ricos de nuevas experiencias de
lecturas, se considerarían exclusivos y legítimos renovadores de la novela
hispanoamericana.
Un escritor de la categoría de Mario Vargas Llosa hasta se empeñaría en
sepultar todo un ingentísimo caudal de narrativa de Hispanoamérica, la
anterior a él, a partir del siglo XIX, acusándola de representar la
confusión entre creación e 29información, entre arte y artesanía,
de tener una visión decorativa y superficial de la realidad45. Nunca en
sus conferencias o escritos sobre la novela latinoamericana mencionaría a
Miguel Ángel Asturias. A la mayoría de los «nuevos» narradores la sombra
del gran escritor les resultaba molesta. Todo lo contrario de Asturias, el
cual siempre reconoció el legado de sus antecesores y el significado de
sus contemporáneos, considerando la literatura un gran río «que cada vez
se ensancha más», se enriquece y continúa46.
Hay que dejar constancia, y lo hice varias veces, de que en El Señor
Presidente la lección aprendida por su autor en Tirano Banderas, durante
los años de París, es relevante, aunque siempre se trata de un punto de
partida para que se manifieste la plena originalidad del narrador
guatemalteco. De Valle-Inclán Asturias aprende la técnica del esperpento,
que aplica en su novela con plena autonomía, pero es fundamental la
distinta posición de los dos autores con relación a la dictadura:
Valle-Inclán en su novela observa el drama desde afuera, sin sentirse
mínimamente implicado, mientras que Asturias participa en carne propia. En
el novelista español la dictadura aparece representada esquemáticamente y
en el clima de violencia que la caracteriza hay algo folletinesco, como el
«gran final», donde Tirano Banderas, acorralado por sus adversarios, mata
a su hija, para matarse luego a sí mismo, como lo hizo, según las
crónicas, su inmediato modelo, el tirano Lope de Aguirre, nuevo «azote de
Dios», en los lejanos tiempos de la conquista. Además, entre los
adversarios de su dictador no existe ideal, sino solamente sed de poder.
Magistralmente representada es, al contrario, la figura indescifrable del
tirano, cuya lóbrega silueta, como el «garabato de un lechuzo»47, o un
«pájaro nocharniego», domina la campiña desde su casa-fortaleza: «Tirano
Banderas, agaritado en la ventana, inmóvil y distante, acrecentaba su
prestigio de pájaro sagrado»48. Interpretación «mítica», que Asturias
compartirá relativamente a su Señor Presidente.
Otra diferencia fundamental entre las dos novelas reside en la diversa
concepción del lenguaje: construido con una mezcla híbrida de vocablos y
expresiones pertenecientes a varias áreas de Hispanoamérica, el de
Valle-Inclán, para legitimar el «americanismo» de la novela49; arraigado
en la expresión guatemalteca el de Asturias, 30que el gran artista
maneja, moldea, remoldea, renueva y hasta inventa con la maestría que
desde las Leyendas de Guatemala había empezado a demostrar.
La redacción de El Señor Presidente fue larga. En su ensayo «El Señor
Presidente como mito»50, Asturias nos informa de que el libro «no fue
escrito en siete días, sino en siete años», y añade:
Al final de 1923, felices años, había preparado un cuento para un
concurso literario de uno de los periódicos de Guatemala. Este
cuento se llamaba Los mendigos políticos. El cuento se quedó en
cartera y fue parte de mi equipaje cuando me trasladé a Europa.
Ese año, 1923, coincidimos en París varios escritores
latinoamericanos, con quienes nos reuníamos casi todas las noches a
charlar en el café de La Rotonda. Cada cual, en estas charlas,
contaba anécdotas pintorescas, picantes o trágicas de su país.
Insensiblemente, como una reacción a esa América pintoresca que
tanto gusta a los europeos, acentuábanse los tonos sombríos en tales
relatos, llegándose a rivalizar en historias escalofriantes de
cárceles, persecuciones, barbarie y vandalismo de lo sistemas
dictatoriales latinoamericanos.
En este ejercicio macabro, a tiranos tan espectaculares como Juan
Vicente Gómez yo tenía que oponer el mío y, como una pizarra limpia
sobre la negrura, fueron apareciendo, escritas con tiza de memoria
blanca, historias que desde niño había vivido, en ese vivir que va
dejando memoria de las cosas, relatos contados en voz baja, después
de cerrar todas las puertas. Mis Mendigos políticos, que vinieron a
ser el primer capítulo de mi novela, la primera novela que yo
escribía, El Señor Presidente, ya no estaban solos, el destino de
las cosas, dejaban de ser un cuento y se completaban con los relatos
que yo refería en las mesas de los cafés parisienses. En la
producción literaria, parece mentira, pero el azar juega un papel
importante. Es así como nace El Señor Presidente, hablado, no
escrito [...]51.
41
De este episodio la figura del dictador sale totalmente destruida. Se
comprende ahora su desprecio por el hombre y por el Estado como fruto de
una naturaleza animalesca sobre cuyo modelo se ha ido plasmando un mundo
horripilante, el que rodea al déspota. Todo naufraga en lo informe; los
hombres pierden el sentido de su dignidad. Como el subsecretario, el cual
se congratula con Cara de Ángel, que ha recibido el chorro inmundo, por la
suerte que ha tenido, señal inequivocable de la gracia reconquistada ante
el Presidente.
Asturias añade seguidamente otros detalles, que sirven para vaciar cada
vez más de humanidad y consistencia al dictador; hasta lo presenta
dispuesto a la fuga, aterrorizado ante el menor ruido sospechoso. Es
suficiente que un bombo caiga por las escaleras de palacio durante la
fiesta en que la «Lengua de Vaca», apodo que lo expresa todo, se hace
intérprete de la supuesta alegría del pueblo, en ocasión del aniversario
de un frustrado atentado contra el déspota, para que el pánico se difunda
en la residencia presidencial y todos huyan, entre los primeros el
dictador: «Lo que ninguno pudo decir fue por dónde y a qué horas
desapareció el Presidente»85.
Alberto Zum Felde ha subrayado la seriedad con que Miguel Ángel Asturias
trata una «materia humana dolorosa y de responsabilidad histórica» como la
dictadura, demostrando una preocupación estética mayor que sus
predecesores86. Faltan efectivamente en El Señor Presidente los
desequilibrios retóricos o las invectivas violentas, los tonos
panfletarios con que otros narradores hispanoamericanos han tratado el
tema. El narrador guatemalteco llega a un resultado pleno y convincente de
condena del personaje y del sistema que encarna acudiendo a los recursos
más sutiles del arte.
En la figura siniestra del dictador Asturias logra una de las máximas
realizaciones de la narrativa hispanoamericana; una vez leída la novela es
imposible olvidar al fantoche cruel que la domina, expresión de un
universo aberrante sobre el 42cual reina como un brujo, misterioso
y fabulosamente ubicuo, puesto que, para la fantasía popular, «habitaba
muchas casas a la vez», no se sabía cómo dormía, «porque se contaba que al
lado de un teléfono con un látigo en la mano», ni a qué hora, «porque sus
amigos aseguraban que no dormía nunca»87. Dimensión fabulosa, mítica,
magistralmente alcanzada también en la representación del distorsionado
mundo sobre el cual el personaje ejerce su dominio, vigilado por una selva
surreal de orejas conectadas con él a través de mil hilos. De esto se da
cuenta Cara de Ángel cuando favorece, a pedido del Presidente, la fuga del
general Canales, con la orden de no dejarse descubrir, empresa
dificilísima:
Todo le pareció fácil antes de que le ladraran los perros en el
bosque monstruoso que separaba al Señor Presidente de sus enemigos,
bosque de árboles de orejas que al menor eco se revolvían agitadas
por el huracán. Ni una brizna de ruido quedaba leguas a la redonda
con el hambre de aquellos millones de cartílagos. Los perros seguían
ladrando. Una red de hilos invisibles, más invisibles que los hilos
del telégrafo, comunicaba con cada hoja con el Señor Presidente,
atento a lo que pasaba en las vísceras más secretas de los
ciudadanos88.
Esto no significa, sin embargo, que El Señor Presidente se cierre sin dar
paso a la esperanza. Como en el basurero donde acaba el Pelele de repente
estallan flores espléndidas94, así en la novela no todo sucumbe a la
opresión y ni siquiera la 44cárcel basta para matar en el hombre el
amor a la justicia y a la libertad. Asturias tiene fe sobre todo en el
pueblo y en una intelectualidad sana que lo podrá conducir a su rescate.
Es éste el significado de la figura del estudiante que aparece al comienzo
y al final del libro y que a primera vista parece gratuita. En la cárcel,
él se opone a la resignación de otro compañero de desventura que se
refugia en la oración: «-¡Qué es eso de rezar! -le dice- ¡No debemos
rezar, tratemos de romper esa puerta y de ir a la revolución!95» El
mensaje de Miguel Ángel Asturias está aquí: la pasividad no modifica las
situaciones; sólo por medio de la lucha se puede alcanzar la libertad.
El Señor Presidente se desarrolla en una significativa sucesión temporal:
la primera parte en tres días: 21, 22 y 23 de abril; la segunda en cuatro:
del 24 al 27 del mismo mes; la tercera lleva la indicación: «Semanas,
meses, años...». El recurso a estas indicaciones temporales responde, en
el autor, a la intención de definir un clima que, en una sucesión dinámica
y superpuesta de hechos, da lugar a una atmósfera inmóvil.
En la novela los grandes protagonistas son sobre todo la prisión y el
tiempo. Los hombres son comparsas que se agitan en la negrura de una
cárcel proyectada en las dimensiones de un tiempo eterno. No sin razón ha
afirmado Ricardo Navas Ruiz que, siendo la dictadura el tema de la novela,
el verdadero protagonista es el tiempo, protagonista príncipe de toda
dictadura, que abre o cierra el camino a la esperanza, virtud
esencialmente temporal, dominante en todo régimen despótico: esperanza de
libertad en unos, de permanencia en otros96.
La esperanza de libertad y de justicia conforma a todo el libro a pesar
del color sombrío del clima que lo domina. La esperanza hasta parece
surgir de la saturación del ambiente creado por la dictadura, que el
escritor proyecta en la dimensión exasperante del tiempo inmóvil y eterno.
El concepto del tiempo tiene una importancia fundamental en El Señor
Presidente, en este sentido, quizá tomado, como supone Mentón97, de la
experiencia cubista, pero con mayor seguridad del mundo maya. Su eficacia
en la definición del clima de la novela es evidente; Asturias recurre con
frecuencia a ello también en obras sucesivas, que llena de referencias a
horas y minutos, de presencias simbólicas del reloj, en este caso
demostrando su temprana adhesión a Quevedo.
Mundo horrible el de la dictadura; Asturias lo denuncia sin piedad y a
pesar de ello no falta en El Señor Presidente cierto humor, que nunca
faltará en sus obras, señal de cómo la creación literaria es para el
artista también fuente de diversión, juego del que disfruta. Valga en la
novela el episodio de la pareja de los «Benjamines», que asisten curiosos
tras la puerta entornada de su casa a lo que sucede en la 45noche
en el Portal del Señor: don Benjamín y su esposa, doña Venjamón, comicidad
que se construye toda sobre los nombres y la diferencia de dimensiones
entre los dos: pequeñín él, «no medía un metro», imponente ella, «dama de
puerta mayor, dos asientos en el tranvía, uno para cada nalga, y ocho
varas y tercia por vestido»98. Mujer decidida doña Venjamón se impone a la
molesta invadencia de su marido levantándole en vilo y sacándole a la
puerta «como un niño en brazos»99.
Asturias ha definido la novela del siglo XX como la suprema aventura de la
palabra; en el lenguaje se expresa cabalmente la esencia de América,
hombre y naturaleza. Lo afirma en un interesante ensayo dedicado a «La
novela latinoamericana como testimonio de una época»:
Cada nuestra novela es, por sobre todo, una hazaña verbal. Hay una
alquimia. Lo sabemos. Pero, ¿cuáles son sus ingredientes? No es
fácil darse cuenta, en la obra hecha, de los materiales empleados.
Palabras. Sí, esto es, palabras. Pero, ¿usarlas cómo? ¿De acuerdo
con qué leyes? ¿Con qué reglas? Generalmente no obedecen a ninguna.
Han sido puestas como la pulsación de mundos que se están formando.
Palabras que suenan como piedras. Que no son palabras, sino piedras.
Otras que se oyen como maderas. O metales. Es el sonido, es la
onomatopeya. ¡Cuántos ecos compuestos o descompuestos de nuestro
paisaje, de nuestra naturaleza, hay en nuestros vocablos, en
nuestras frases!100
En El Señor Presidente el lenguaje es parte determinante de su atractivo,
como lo será de toda la narrativa de Asturias. Su «hazaña verbal» se
realiza en una alquimia de palabras que llevan ecos directos de su mundo,
en una libertad creativa absoluta. Ha afirmado el escritor que las mejores
novelas latinoamericanas de nuestro tiempo no parecen estar escritas, sino
habladas; en ellas él ve confluir todos los lenguajes, especialmente el de
las imágenes y a esto se debe el carácter cinematográfico que parecen
tener tantas obras101.
En otra ocasión, Asturias ha vuelto al problema del lenguaje en la novela
hispanoamericana, rechazando el pintoresquismo, reivindicando la directa
conexión con las «antiguas lenguas», sobre todo por lo que respecta a las
onomatopeyas, «que evocan en su sonoridad viejas equivalencias, sagradas
magias»102. El escritor 46declara que hay un «corte absoluto» entre
la prosa castellana y el español que se escribe en América103; sin
desconocer el prestigio de la «nobilísima lengua» de los «maestros
españoles», afirma que ajustarse a ella sería destruir el idioma:
Lo que estamos haciendo es inventar, crear una lengua, un vehículo
de expresión de lo nuestro, de nuestros sentimientos, de nuestros
pensamientos, de nuestra carne, de nuestra naturaleza, de nuestros
problemas, de todo lo que sería inexpresable si no llegáramos a
poseer nuestro propio idioma, ése que se ha movilizado ya, como una
avalancha, en nuestras novelas104.
-III-
Entre mito y realidad Hombres de maíz
56
La reaparición, al final del libro, de algunos personajes en carne y
hueso, cuando ya la fantasía popular los ha transformado en seres
legendarios, contribuye a desanclar totalmente al lector de las nociones
corrientes de espacio y de tiempo. Es éste el momento ideal para volver a
leer la novela, para entenderla en lo que es realmente: la proyección de
un paisaje interior al que Asturias se siente íntimamente ligado.
Al alma secreta del mundo guatemalteco el narrador nos conduce a través de
la peculiaridad de su lengua. Valle-Inclán escribió que los idiomas son
hijos del arado y que las palabras vuelan desde los surcos «con gracia de
amanecida, como vuelan las alondras»; el pensamiento del hombre toma forma
en la palabra, como el agua en el recipiente que la contiene134. En
Hombres de maíz se verifica precisamente esto: el escritor penetra en
profundidad la sustancia lingüística de su gente, para expresar su
espíritu. Escribe Dante Liano:
Asturias escribe en guatemalteco. Deja de lado al narrador castizo y
apropiado que se nota en sus primeras novelas y se convierte en un
narrador de cuya boca discurre, con gracia infinita, el idioma
español hablado en Guatemala. Al menos, así lo parece. Mas la verdad
es que Asturias reinventa el idioma, lo hace danzar con gracia y
maravilla, y la primera magia de esa novela de realismo mágico es
esa: la lengua. La novela es tan nueva, tan original, tan
primigenia, que muchos críticos no la entendieron. Era la gran obra
maestra y tenía, además, un significado espiritual que Cardoza ha
señalado: creaba patria, sentido de nación. Quizá lo principal de
Hombres de maíz sea precisamente ese aspecto espiritual que nos
arrastra: nos identificamos, pensamos como el narrador, observamos
con él las mismas cosas banales que condicionan nuestra vida.
Hilario Sacayón que protesta porque le atribuyen la invención de las
historias, y, en cambio, «lo que uno está haciendo efectivamente es
recordar»; o Don Casualidón que pide que lo llamen «caballo», en una
acepción muy guatemalteca del término; o los inefables compadres que
cantan un himno a la vida a través de su dicho: «de vivir viviendo
se vive vivo»135.
59
Hay que señalar aún, por su fuerza expresiva y su extraordinario humor, el
diálogo, que se prolonga por una quincena de páginas, entre el ex-ciego
Goyo Yic y su compadre Mingo. Habiéndose encontrado por casualidad, los
dos se proponen ganancias fabulosas con la venta de un garrafón de
aguardiente en la Feria de la Cruz de Santa Cruz de las Cruces. Se trata
de uno de los pasajes en que mejor resaltan las cualidades creativas y
lingüísticas de Asturias. Con gran habilidad él representa en el
progresivo deterioro de los nexos lógicos del discurso, el lento efecto
del alcohol sobre los dos personajes, que habiéndose bebido todo el
aguardiente, dan al suelo con todos sus proyectos, quedándose con los
únicos seis pesos que tenían y que se pasaban cuando mutuamente pagaban
sus tragos. Nueva y más sabrosa elaboración de la fábula famosa de La
Fontaine, la larga burla, divertida e interesante por su equilibrado
humor, concluye amargamente: los dos tipos quedan sin dinero y sin
aguardiente, sin poder comprender la razón del suceso; al final, para
rematar su desventura, se los apresa por embriaguez molesta y por evasión
al impuesto sobre el alcohol.
La fidelidad al panorama interior de su tierra y de su gente, que Asturias
interpreta a través del medio lingüístico, es la cualidad más relevante y
viva de Hombres de maíz. En el extenso diálogo entre Goyo Yic y su
compadre se define mejor que con cualquier comentario la desolada
situación del ex-ciego. El habla popular se transmite con gran unidad de
estilo también a las partes que no pertenecen al diálogo; esto ocurre en
todo el libro, con el resultado de un continuo profundizar en la sustancia
que constituye la geografía humana de la novela.
La palabra está siempre al servicio de una definición interior de los
personajes; a menudo son suficientes los signos gráficos para lograrla,
como en el pasaje en que, en «Coronel Chalo Godoy», se definen las
personalidades de los dos oficiales y se representa el terror que los
asalta en el momento de atravesar el paso de «El Tembladero», cuando ven
aparecer la «Sierpe de Castilla», una de las tantas encarnaciones del
demonio para la superstición popular. El terror, el temblor de los dos
hombres se expresa a través de un diálogo que Asturias reproduce acudiendo
al medio visual: letras repetidas, mayúsculas y minúsculas acentuadas. El
efecto es convincente:
El coronel se frotó las narices. El Subteniente rechinó los dientes.
La luz y la sombra le despertaron la picazón de la sarna entre los
dedos.
-¡Sierpe castíííIIIa! -gritó el Subteniente -¡Hágale la crúúúUUUz si
tiene cóóóOOOstras
-¡Nos viene luceáááAAAndo!
-¡Así paréééEEEse!
-¡Coqueala más encima con tus gríííIIItos!
-¡Nimala vislumbróóóOOOsa! ¡Nimala máááAAAla!
-¡CréééEEEncias!142
60
El mismo procedimiento usa Asturias para reproducir la situación de
angustia que se expresa en el grito del ciego Goyo Yic, en «María Tecún»,
cuando llama desesperadamente a su mujer, que lo ha abandonado. Los signos
gráficos alcanzan en este pasaje un valor expresivo de especial efecto,
que el comentario del narrador acentúa:
¡María TecúúúUUUn!... ¡María TecúúúUUUn!
En la cumbre, el nombre adquiría todo su significado trágico. La «T»
de Tecún, erguida, alta, entre dos abismos cortados, nunca tan
profundos como el barranco de la «U», al final143.
Son procedimientos a los que Asturias nos ha acostumbrado ya, pero que
adquieren sabor particular en Hombres de maíz por su frecuencia. La
interpretación de la dimensión interior de Guatemala se funda sobre una
rica serie de elementos impresionistas, que se imponen sobre las notas
características del realismo.
Hombres de maíz no es solamente ejercicio de invención y de arte, sino que
ahonda en la condición humana. Del guatemalteco el narrador muestra la
sustancia positiva en la comunión con la tierra, la tragedia de su
existir, en un mundo anacrónicamente feudal, donde perduran miseria y
opresión. Es verdad, como se ha señalado150, que la protesta social en
Hombres de maíz no ocupa el mismo puesto que tiene en El Señor Presidente,
y sin embargo está bien presente también en esta novela, como protesta
contra la esclavización del hombre en un mundo de violencia. Es suficiente
para darnos cuenta el episodio del correo Nicho Aquino, en su dolor de
marido abandonado y en la situación indefensa en que se encuentra frente a
la dureza y la prepotencia de su patrón, el administrador postal, un tipo
humano al que Asturias se detiene en presentar deforme y repugnante,
completando su destrucción con una humorística observación final:
El Administrador de Correos salió al corredor sobre sus pequeñas
piernas de hombre cebado, sin poner, al andar, un pie delante del
otro, sino de pie a pie, avanzando con movimientos de balancín, el
puro en la boca, los ojos desaparecidos en sus cachetes de cerdo.
Hombre de malas pulgas, era gordinflón, sin ninguna de las ventajas
de los gordos, que son todos placenteros, barriga llena de corazón
contento, [...]151.
-IV-
El imperio de la bananera Viento fuerte y el papa verde
72
El estado de sujeción de la política centroamericana se evidencia
vigorosamente en estas palabras. La lucha es contra el poder del «Papa
Verde», del capital norteamericano. Lester Mead conoce bien la dificultad
de la empresa, pero ve su valor positivo proyectado en el futuro; es el
propio pensamiento de Asturias:
- [...] Puede que nosotros no veamos el triunfo, ya que la vida tal
vez no nos alcance para acabar con el Papa Verde; pero los que nos
sigan en trinchera, sí, si es que se mueven como nosotros, como el
viento fuerte que cuando pasa no deja nada en pie, y lo que deja, lo
deja seco185.
77
La novela concluye con estos acontecimientos trágicos y un tono
mesuradamente conmovido. En su furia vengadora el «viento fuerte» destruye
también a aquellos que representaban el único núcleo animador de la
resistencia contra el atropello. Para Asturias la función de Lester y de
Leland era la de echar una semilla, que después germinaría y crecería. De
la destrucción se salvan los componentes de la sociedad fundada por
Lester, entre ellos los Luceros, que son como los herederos espirituales
del norteamericano en su lucha contra la «Tropical Platanera S.A.».
La conclusión del libro, con la muerte de la pareja, eleva a un clima de
poesía hasta los motivos más transparentes de la tesis sostenida por el
novelista. La unidad de Viento fuerte se construye sobre este detalle,
pero igualmente sobre una compleja serie de elementos que van desde el
lenguaje, en sus peculiaridades más características, ya puestas de relieve
en las novelas anteriores, hasta el profundo sentido del paisaje. La
sensibilidad con que Asturias interpreta la naturaleza, logra resultados
de gran expresividad, recurriendo también a funcionales artificios del
estilo, pausas y repeticiones, como cuando describe el halo mortífero del
viento, que lo va dejando todo sin vida:
El viento seco, caliente, casi fuego de agua, no sólo derribaba
cuanto le salía al paso, sino lo secaba, lo dejaba como estopa,
vaciaba la substancia de los tumbados bananales, igual que si
muchos, igual que si muchos días hubieran estado allí tirados al
sol196.
En la alusión a los productos fuente de dinero para los «reyes» del norte,
resume Asturias la situación de explotado del mundo latinoamericano, desde
Argentina y Chile hasta el Caribe. La ciudad sede de los monarcas del
capital, Chicago, es espejo de una situación desesperada en la que el
hombre ha perdido todo significado. Dos mundos se contraponen: el rico y
el miserable. La descripción que el escritor hace de la ciudad, en este
segundo aspecto, contrastando con el primero, presenta una fuerza
expresiva tal que le acerca al vigor escatológico de Quevedo, a las
representaciones «metafísicas» del Bosco. Es el «Papa Verde» quien nos
guía en la introspección negativa de Chicago, ciudad que desde este
momento entra a formar parte de las «ciudades» infernales de la
literatura, encabezadas por la dantesca ciudad de Dite:
Dejó Michigan-Avenue, donde se da cita la riqueza del mundo, e
internose en el dédalo de los barrios en que las calles hieden a
intestinos largos y las bocacalles son como anos cuadrados adonde
asoman los transeúntes no suficientemente digeridos por la miseria
de la vida, pues se les ve desaparecer por otros callejones
intestinales y salir a otras calles. Chicago: de un lado la 83
grandiosidad de los mármoles, el frente de la gran avenida, y de
otro, el mundo miserable, donde la gente pobre no es gente, sino
basura214.
-V-
Los episodios de la invasión Week-end en Guatemala
Una voz de resonancia mundial, Pablo Neruda, cantará al pequeño país, que
en la hora oscura se convertía en «el honor, el orgullo, / la dignidad de
América»246.
Frente al drama de su patria, Miguel Ángel Asturias reaccionó exaltando el
momento trágico y heroico de su gente en un libro apasionado, Week-end en
Guatemala. Se trata de ocho «relatos de la invasión», como él mismo los
definió247, no de una novela, conectados los unos a los otros por un
motivo central, la invasión precisamente. El nuevo libro interrumpe
improvisamente, con la denuncia 95de una realidad brutal, la
trilogía bananera, antes de su conclusión con Los ojos de los enterrados.
El empeoramiento de la situación en su país sorprende a Asturias en París,
donde en 1952 había sido nombrado ministro consejero de la embajada de
Guatemala y en octubre de 1953 Árbenz lo envía como embajador a la
república de El Salvador para evitar que el estado limítrofe entre en el
conflicto que ya se anunciaba. La misión fue coronada por el éxito y
Castillo Armas, una vez en el poder, se vengó del escritor quitándole la
ciudadanía guatemalteca248.
Caído Árbenz, Asturias renuncia a su cargo, en señal de protesta, y se va
al exilio. Cierto tiempo lo pasa en Chile, huésped de Neruda, donde inicia
la redacción de Week-end en Guatemala, que luego continúa en Buenos Aires,
donde se editó en 1956249. En la misma ciudad había publicado en 1951 los
Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de Horacio, en 1954 el
segundo tomo de la trilogía, El Papa Verde, en 1955 el volumen que reunía
su Teatro (Chantaje, Dique seco, Soluna), al que seguirá en 1957 La
Audiencia de los Confines.
Week-end en Guatemala es un libro ardiente de pasión civil, donde el
compromiso del escritor se manifiesta en su espontaneidad generosa, con
una violencia verbal plenamente justificada contra la política de los
Estados Unidos y su expresión latinoamericana, el «coronel-gobierno».
Quien lee por primera vez este libro y no está al tanto de los
acontecimientos políticos del país centroamericano, puede tener la
impresión de que el novelista carga demasiado las tintas, cayendo en un
tono demasiado propagandístico, insistiendo en truculencias exageradas. La
realidad histórica, sin embargo, no tanto la de los acontecimientos
bélicos propiamente dichos como la de las fechorías de las tropas
invasoras, fácilmente imaginables, hace creíble todo lo que este libro
denuncia.
Asturias no ha tratado con frecuencia de Week-end en Guatemala, pero ha
dejado constancia en sus conversaciones con Luis López Álvarez de que el
libro respondía a un proyecto colectivo de denuncia: «Partió de la idea
que tuvimos todos los que participamos en el equipo de Árbenz de escribir
cada uno un libro para dar a conocer al mundo lo sucedido en nuestro
país»250. La intención programática no sofoca al artista; partiendo de una
realidad tan apremiante, el libro no se transforma en un documento árido,
sino que todo deviene arte y si de cuando 96en cuando se notan
desequilibrios, los justifica y ennoblece siempre una legítima pasión.
No muchos críticos han tratado de Week-end en Guatemala. Quien consideró
el nuevo libro de Asturias con atención fue, en su tiempo, Seymour Menton,
el cual le reprochó a su autor la falta de unidad, la imposibilidad de
poderlo definir como novela, la ausencia de protagonistas que
intervinieran en más de un episodio251, el abuso de recursos estilísticos,
que a veces parecen degenerar252. La conclusión era que Week-end en
Guatemala se presentaba como la más débil de todas las novelas de
Asturias, el cual, a pesar de ser un estilista muy fino, la había escrito
«muy a la ligera, porque le correspondió reaccionar frente a un suceso
particular»253.
El juicio del crítico norteamericano se funda en un presupuesto
equivocado, esto es que Asturias tuviese la intención, en Week-end en
Guatemala, de escribir una novela, cuando él mismo define el libro una
colección de narraciones sobre el tema de la invasión. Por otra parte el
texto no lleva la indicación de «novela», sino sólo un epígrafe en el
frontispicio que sirve para introducir al lector en el clima más íntimo de
estas páginas:
¿No ve las cosas que pasan?...
¡Mejor llamarlas novelas!...
-VI-
El retorno a la esperanza Los ojos de los enterrados
110
Documenta esta interrelación el breve período democrático que siguió al 20
de octubre de 1944, fecha en que se produjo la victoria popular:
transcurren apenas diez años y en 1954 se impone de nuevo la dictadura, o
mejor comienzan una serie de dictaduras, que se suceden a través de golpes
militares. Los intereses de las compañías extranjeras que, según la
expresión de Juan Marinello, habían constituido «un Estado sobre el
Estado»280, siguieron manteniendo a la población local en una condición de
verdadera esclavitud.
A lo largo de poco menos de quinientas páginas, en la edición bonaerense
de Los ojos de los enterrados, Asturias va construyendo el momento
culminante en que también los trabajadores de la «Frutera» se unen a los
trabajadores del puerto, a los ferroviarios, los empleados, los
negociantes, los estudiantes, los maestros y los intelectuales en la
huelga general. La osadía inesperada de esta manifestación multitudinaria
desconcierta al dictador y la «fiera», como se le llama en la novela, se
ve obligada a dejar el poder. En el momento en que el pueblo alcanza la
victoria, con la caída de la dictadura y la rendición de la «Frutera»,
también los muertos encuentran la recompensa por su sacrificio. Presente y
pasado se funden en una única profesión de fe en el futuro:
La dictadura y la Frutera caían al mismo tiempo y ya podían cerrar
los ojos los enterrados que esperaban el día de la justicia. No,
todavía no, pues sólo estaban en el umbral esperanzado de ese gran
día. La esperanza no empieza en las cosas hechas, sino en las cosas
dichas y si dicho fue «otras mujeres y otros hombres cantarán en el
futuro», ya estaban cantando, pero no eran otros, eran los mismos,
era el pueblo, eran los... Tabío San, Malena Tabay, Cayetano Duende,
Popoluca, el Loro Rámila, Andrés Medina, Florindo Key, Cárcamo y
Salomé, los capitanes, los ceniceros, los maestros, los
comerciantes, los peones, los artesanos, don Nepo Rojas, los
Gambusos, los Samueles, Juambo el Sambito, sus padres, la Toba, la
Anastasia, el gangoso, el borracho, el Padre Fejú, Mayarí, Chipo
Chipó, Hermenegildo Puac, Rito Perraj... unos vivos, otros muertos,
otros ausentes, ya estaban cantando...281
111
La prolija lista de nombres resume como en una letanía glorificadora la
larga lucha para llegar a la victoria y conecta a los muchos personajes
que intervienen positivamente en la trilogía bananera. Los ojos de los
enterrados es la novela de una fresca esperanza y se funda en un encendido
realismo mágico, movido por un compromiso tan ardiente que a veces está a
punto de poner en peligro el equilibrio del libro. En sus numerosas
páginas intervienen varios personajes, paisajes, espacios temporales, un
dialogar constante, popular sobre todo, rico y sabroso, donde se
manifiestan cabalmente las cualidades artísticas de Asturias, artífice
mágico de la palabra.
La conexión de este nuevo libro con los dos primeros de la trilogía se
realiza algo artificialmente, a partir de la página 27. En realidad cada
una de las novelas de la bananera, como ya dije, puede tener vida
independiente y el único nexo entre todas es la lucha contra el monopolio
extranjero y la dictadura, que en este tercer tomo alcanza su éxito mayor.
En cuanto a los personajes, algunos de ellos aparecen en todas las novelas
de la trilogía, pero la trama de sus acciones se presenta tan dispersa que
es problemático enlazarlas en un bien determinado plano temporal. Y además
Asturias enriquece cada volumen con un sinfín de personajes nuevos, como
lo hacía Baroja en sus novelas, olvidándose a menudo de muchos de ellos,
como ocurre en la vida.
En Los ojos de los enterrados las figuras que en Viento fuerte y en El
Papa Verde se habían presentado tan vivas, difuminan sus contornos, como
por efecto de la acción desgastadora del tiempo: «Todos eran viejos,
panzones, con anteojos, canosos, desconfiados»282. Su presencia en la
nueva novela no tiene otro fin que expresar el cambio interior que se ha
verificado en ellos, sobre todo en los que se han enriquecido con la
herencia de Lester Mead, porque el dinero, en el concepto de Asturias,
destruye siempre, o casi siempre, en el individuo, las cualidades humanas.
Bien distinto había sido el papel de estos personajes en su juventud;
desde su condición de ricos ahora los Luceros se han vuelto sordos a los
reclamos que en un tiempo habían determinado la acción de Adelaido Lucero.
El gran tema del dinero sigue dominando en la narrativa de Asturias.
Los únicos personajes que ya se conocen, y sobre los que insiste el
narrador, son el negro Juambo, Boby, el nieto del terrible «Papa Verde», y
este último, ahora decrépito y en fin de vida en el momento de la huelga,
pero que domina en toda la novela con la fuerza de su poder económico.
Juambo representa, más que nada, un pretexto en el libro para mantener un
nexo con las atmósferas misteriosas del mito y la superstición popular,
mientras Boby adquiere un significado mucho más profundo, porque
representa con su historia personal la punición divina para el hombre del
dinero.
Desde la época de «Cosi», es decir de Lester Mead, desde la de Juancho
Lucero, han pasado decenios, toda una generación. El camino hacia la
libertad es 112largo y difícil. El pueblo, que languidece bajo la
opresión, toma conciencia lentamente de su propia fuerza. Los ojos de los
enterrados se convierte en un documento vivo, a través de múltiples
niveles temporales, personajes y diálogos, desplazamientos en la acción,
menciones sintéticas de hechos remotos, de la larga pasión de quienes,
como Tabío San y Malena Tabay, son los apóstoles de la libertad, las
fuerzas imprescindibles para que el pueblo desalentado no se desbande y
proceda, al contrario, hacia sus reivindicaciones.
Novela de tesis y comprometida, fuertemente ligada al realismo, que a
menudo la nota poética, siempre presente en Asturias, transforma en magia,
Los ojos de los enterrados no es un libro de fácil lectura. A veces el
lector queda desorientado, sobre todo al principio, y desearía una trama
más concreta e interesante. Sin embargo, a medida que va leyendo, la
estructura de la novela, la escasa sustancia aparente de los sucesos sobre
los que se funda el libro, acaban por revelarse en toda su eficacia, en
cuanto testimonio de un mundo mínimo cuyas variadas facetas convergen
hacia la construcción de un amplio panorama que refleja la situación del
país, en sus diversos estratos sociales, aunque prevalecen el popular y el
ambiente de la «Frutera».
Lo que más atrae en esta novela es la inagotable veta del diálogo, la
libertad creativa y la fidelidad, al mismo tiempo, con que Asturias
interpreta, a través de la palabra, la esencia de su país y de su gente.
Un extenso panorama humano se despliega ante el lector a través de las
muchas maneras de expresarse del pueblo guatemalteco, desde las de los
mulatos, los mestizos, los indios, los chinos, hasta las del bárbaro
castellano de los altos funcionarios de la Compañía y el moderno slang de
la juventud de las clases pudientes, hijos de ricos accionistas de la
«Frutera», como Pichugallo Lucero y el mismo Boby Maker Thompson.
A ello se añade el aporte sugestivo de la metáfora, la insistencia
característica de Asturias en el uso del diminutivo y el aumentativo, la
presencia de arcaísmos imprevisibles, el continuo juego verbal, en el que
se manifiesta la inventiva del escritor, su ironía y humor, que con
frecuencia sirve para condenar métodos y personas. Entre estos elementos
hay que subrayar la abundancia de las comparaciones, que introducen en la
página flechazos de luz, la insistencia en el retruécano, el reforzamiento
del prefijo ante determinados adjetivos, para obtener una intensificación
de significado o un efecto de humor o hasta un resultado de destrucción
del personaje.
Asturias insiste también, como es su costumbre, en la onomatopeya e
igualmente acude a la representación gráfica para subrayar determinadas
situaciones, a veces hasta francamente escabrosas, rehuyendo, sin embargo,
toda complacencia superficial. Significativo, para este último caso, es el
pasaje en que el narrador presenta al joven Boby Maker Thompson metido en
una aventura amorosa. La mesura con que Asturias representa la realización
del acto sexual demuestra una vez más sus extraordinarias facultades
creativas y al mismo tiempo su moralidad. La novedad consiste en expresar
el orgasmo acudiendo a las sensaciones de un espectador involuntario, el
negro Juambo, que desde una rendija espía la escena. 113En el acto
final del acoplamiento adquiere un significado especial la intervención in
crescendo de la música, presencia erótica que acompaña al acto:
Un GRUÑIDO de la misma trompeta, vigoroso, brutal, gruñido de
jungla, reactivó sus cuerpos tremantes, tras un breve no ser música
ni carne, para lanzarlos al desgozamiento eléctrico, brazos y
piernas flotando lejos de ellos, divididos y subdivididos en
pedacitos sonoros hasta hundirse a temperatura de metales y resbalar
desde allí, latigueantes besos, mordiscos sueltos, jadeos prensiles,
por la durada del clarinetista, anudados, en un solo desgarramiento,
antes de caer en los pliegues aterciopelados de los saxofones,
ardorosos, hostigadores, entre las espuelas de los címbalos, el
paahchink-ah-paah... de la batería, la pena ambulante de las tripas
del contrabajo, ya todo más ligero, en tiempo elástico, en tiempo de
espera, el piano entrando y saliendo por sorpresa y ellos, entre el
espasmo y el éxtasis, sin alcanzar al jazz, percutientes como si de
sus cuerpos sólo quedara el latido cortado por compases de vacío,
síncopa de síncope, sexos-saxos, síncopa de síncope, chocando,
improvisando caricias, chocando, cruzando nuevas formas de besos, de
besos-palabras, de besos-palabras-mordiscos, chocando, chocando como
masas ciegas, inertes, llorosas de sudor...283
Más adelante el combativo cura declara que en toda huelga «hay un rescoldo
del cristianismo heroico»298. Son expresiones que pueden parecer
retóricas; en realidad Asturias plantea en ellas un problema de gran
magnitud: el del papel de la iglesia católica frente al mundo moderno como
cuestión de vida o de muerte, la necesidad de un regreso a los orígenes
cristianos como reencuentro con su significado primero. La jerarquía
tiene, en este sentido, una enorme responsabilidad, porque va
difundiéndose entre los trabajadores la convicción de que la iglesia se
opone a sus reivindicaciones: «-No es a mí al que le toca hablar -dice el
cura-, le corresponde a la curia y cuanto antes mejor será. Está
enraizando en los trabajadores la convicción de que la iglesia les es
hostil, y eso no puede ser»299. Significaría traicionar la fuente misma de
la que la iglesia ha nacido, malograr su misión.
El argumento de la responsabilidad de la iglesia católica en América
Latina es abundantemente debatido en la actualidad y envuelve también el
pasado más remoto, la época de la colonia. Frecuentemente los ataques se
hacen histéricos y la narrativa aprovecha lo grotesco, o bien la sátira
más burda. Miguel Ángel Asturias rechaza estos medios; su discurso es
digno y responsable y frente a tanto cura objeto de sátira, presenta en
Ferrusigfrido Fejú a un hombre de principios serios, consecuente con su
misión. Fuerte gracias a su Virgen de Guadalupe, a la que proclama
«¡India, India de América...!», el cura supera finalmente todos sus
escrúpulos y abraza la causa del pueblo, con la consecuencia inmediata de
que las autoridades lo consideran peligroso y lo expulsan del país por la
fuerza.
Con la figura del sacerdote contrasta la del comandante de la guarnición
local, partidario naturalmente del gobierno, pero a su manera lúcido en el
diagnóstico de la situación nacional:
-¡A usted se le fue la sin hueso... andaba queriendo hacer de cura
Hidalgo! ¡Casi na... ranjas! Pero esas cosas por aquí no pegan...
Aquí no... ches son todas... Cómo se le pudo ocurrir, es lo que yo
me pregunto, poner en la iglesia una Virgen que es india, aquí donde
hasta los santos deben ser gringos canches y con ojos azules...
santos de pasta blanca que venden por docenas, no nuestras imágenes
antiguas, aquellas de madera de aquí mismo, 121porque la cuña
para que apriete, aunque sea en el cielo, debe ser del mismo palo...
¡Mejor bostezo, ya también a mí se me está yendo la lengua!300
122
A pesar de esta crisis de conciencia que presenta en el militar, el
escritor no abandona su radical desconfianza hacia el ejército. Él conocía
por directa experiencia la facilidad con que los jefes cambian de bandera.
Bien lo expresa un personaje de la novela, Rámila, en su conversación con
el cura Ferrusigfrido Fejú: para salvar el pellejo «a la hora de la hora»,
los militares se ponen de la parte del pueblo, «para luego cambiar y
volver a ser sus verdugos...»304 .
En efecto, ni el capitán Cárcamo, ni el capitán Salomé son totalmente
sinceros en sus sentimientos y su comportamiento frente a la rebelión
popular es determinado, en realidad, más que por una verdadera crisis de
conciencia, por rencores personales y ambiciones frustradas. Por ello, no
llegan a prestar ninguna ayuda concreta a la lucha de los trabajadores y
sucumben estérilmente cuando intentan sublevar su cuartel por falta de
apoyo popular: «cuento de militares», dice el pueblo, y no hay motivo para
intervenir305. El divorcio real entre pueblo y ejército lo representa
Asturias con tintes dramáticos; lo que siempre falta a los militares en
sus acciones es, según el escritor, la pureza de las intenciones, un
sentido real de humanidad y de amor a la patria.
En la caracterización negativa de los militares y de los policías, en
novelas anteriores, a partir de El Señor Presidente, Miguel Ángel Asturias
alcanza momentos de extraordinaria eficacia. Lo mismo ocurre en Los ojos
de los enterrados, donde el novelista acude al elemento grotesco, a veces
escatológicamente insistiendo en detalles soeces para representar mejor la
esencia negativa de los personajes. Lo podemos observar en el caso del
comandante «Bostezo» y del policía «Parpaditos».
La figura del comandante se construye, a lo largo de toda la novela, a
través de su falta absoluta de escrúpulos, su codicia y crueldad,
características dominantes en él, uno de los representantes más execrables
del ejército; Asturias insiste sobre su figura, lo espía y lo sorprende en
las actitudes más impensadas, lo va moldeando morosamente, penetra en sus
más escondidos pensamientos, en sus sensaciones más ocultas. Es
significativo el pasaje en que el escritor presenta a «Bostezo»,
aterrorizado frente, a la noticia de la caída del dictador, que significa
también su pérdida, y a pesar de ello, siquiera en esta hora dramática
logra atenuar la instintiva crueldad con que trata a sus subalternos. El
drama, de por sí muy humano, de su miedo, asume tintes grotescos en las
palabras de Asturias, a través de detalles desconcertantes sobre los que
el escritor insiste:
-¿Uuuuum... qué? -se levantó Bostezo amenazante, pronto a descargar
su fuete contra el subalterno; pero no lo hizo por despegarse los
pantalones que se le quedaron adheridos a las nalgas sudorosas, y ya
que andaba por allí, aplicarse un par de dedos a la comezón del ano,
y rascárselo en redor y profundidad; agrado que le hizo olvidar su
enojo306.
123
Es suficiente un pasaje como éste para destruir la figura del «coronelazo»
jactancioso y cruel. «Bostezo» naufraga irremediablemente en una humanidad
ruin, que es su condena más eficaz. Con el mismo arte Asturias caracteriza
a la figura del policía «Parpaditos», encargado de escoltar en el tren
hasta la frontera al padre Ferrusigfrido Fejú. Se trata de uno de los
miembros más crueles de la policía secreta y el escritor, presentándolo,
se detiene sólo en determinados elementos somáticos y detalles materiales:
un polizonte vestido de civil que parpadeaba un ruidito de llovizna,
única señal de vida de su cara de momia de labios descoloridos,
nariz rabona, altos pómulos, grandes orejas y colmillos orificados
por coquetería gendarmeril, como sus manos recubiertas de sortijas,
entre las que sobresalía un anillote con un rubí de sangre307.
-VII-
El regreso al misterioso mundo de la magia El alhajadito y Mulata de tal
Es ésta la advertencia que los «salvajos» dan a los viajeros, para que
oculten tras las sílabas añadidas o juegos verbales su identidad, «a que
no se sepa, por las fuerzas que los persiguen, que son ellos»380.
En la mezcla del mito y de lo popular se inserta la leyenda de las
«vueltas del diablo», nombre con el que, indica Asturias381, se llaman en
Guatemala los caminos todos vueltas de los montes. Lo popular consiste en
el personaje legendario del borracho, el rico que se emborracha y queda
insatisfecho, así que nunca se siente feliz y cuando es hombre quiere
convertirse en piedra, y cuando piedra en hombre.
Los planos de la realidad y la irrealidad se confunden; el cuento «Las
nueve vueltas del diablo» representa un «intermezzo» que acaba por
sumergir al lector en un clima irreal y lo acentúa en dimensión mágica la
«Evasión cabalística a través del 9 de los destinos», por donde Celestino
y Catalina logran salvarse del diablo, después de que el hombre ha
arrancado de la espalda del labriego-demonio narrador a su esposa, que de
tal manera vuelve a su estatura normal.
El sentido sagrado del número 9 restituye los dos esposos a la vida382.
Cuando regresan a Quiavicús no solamente el pueblo es distinto, sino que
ellos mismos son «extraños y viejos»; un tiempo infinito, de dimensiones
fabulosas, ha pasado; ya no existe memoria de ellos en los habitantes de
la aldea y nadie reconoce a los dos ancianos, que vuelven así a recuperar
su inocencia, como si nacieran de nuevo; Celestino vuelve de esta manera a
dedicarse a su antiguo trabajo de leñatero y Catalina a comprar, como en
un tiempo, un poco de maíz y frijoles para el común sustento. La pareja,
con más años y más sabiduría, regresa a su primitiva condición: marcha
atrás hacia la miseria, marcha adelante hacia la liberación de la
esclavitud -la riqueza- y por consiguiente hacia el bien. Ya no hay
envidia en el corazón de Celestino: la vida se le presenta a él y a su
esposa, perdida ya toda ilusión, como el único bien. A la incitación de
los vecinos a que se den buena vida, contesta: «la buena vida es la vida y
nada más, no hay vida mala, porque la vida en sí es lo mejor que
tenemos»383.
146
El de la pareja es ahora un vivir humilde, resignado, donde la cuenta de
los años no tiene lugar. Celestino y Catalina, aunque viejos, de edad
incontable, parece que nacen de nuevo. En la escueta realidad en que viven
representan la suprema irrealidad: «Pensar que hablando así, todo lo
vuelven ustedes irreal, nada se siente que exista», les dice uno de sus
interrogantes384. Con gran habilidad Asturias logra crear una atmósfera
nebulosa, introducción sapiente a la nueva aventura de la mujer, que
quiere su desquite, ser «bruja-curandera», y Celestino que aspira a
«brujo-zahorí».
Comienza así un nuevo viaje, cuya irrealidad es anunciada por una
inquietante relatividad de las cosas. El tiempo parece totalmente anulado;
me refiero al tiempo de la primera experiencia de los dos esposos con
Tazol y la mulata. El terremoto es como si hubiese borrado la memoria de
las cosas; todo parece ser y no ser al mismo tiempo y los protagonistas
salen de una edad decrépita, sin años contables. La relatividad de las
cosas es representada, desde la salida de la pareja del pueblo de
Quiavicús, por la peregrina consideración de que se trata de «salida para
el que se va y entrada para el que regresa»385. Meta de los dos personajes
es ahora Tierrapaulita, «el tenebroso reino de la magia negra»386.
En Tierrapaulita la realidad asume un aspecto distinto, irreal y mágico. A
partir de este momento entramos en un mundo alucinante y torcido, que la
Catalina ilustra sintéticamente a su marido:
-Aquí, como mirujeas, no hay nada derecho, como nos lo tenían
contado. Las calles torcidas, como costillares de piedra, torcidas
las casas, torcida la plaza y la iglesia... ¡ja!... ¡ja!... con un
campanario para acá y otro para allá y la cúpula que ni acordeón...
¡qué aire la dejaría torcida!387
147
Frente a tan inquietante espectáculo, la Jabalajajá está a punto de
escapar, presa del miedo, y con fatiga la detiene Celestino, cuando
aparece otra figura deforme, el sacristán: «Y casi grita cuando se asomó
el sacristán. Un hombrecito con el espinazo quebrado. Las caderas como
pistolas bajo su chaqueta de faldones largos»389. Sin hablar de la
iglesia, adonde entran para buscar la «Oración del Ánima Sola»:
En la iglesia todo navegaba torcido. Entraron a paso quedo siguiendo
al sacristán. Un terremoto debe haber dejado así fuera de eje, la
nave central, los altos ventanales, la cúpula, el altar mayor y los
altares laterales, así como las imágenes del viacrucis que
antojaban, más que pasos de la pasión de Cristo en litografías a
colores y marcos dorados, cartas de baraja.
Celestino, ya inquieto, el piso inclinado, el pulpito que se venía
sobre los feligreses, desviados los escaños, al sesgo sobre los
muros oblicuos, los confesionarios, se frotaba los ojos y acompaña a
su mujer en la fuga, si no aparece el sacristán390.
Presa del terror, el padre Chimalpín no acertaba a quitar los ojos del
tremendo espectáculo, como si tratara de descubrir a la mulata-demonio, y
al fin se sintió liberado, mientras caía herido y seres extraños, como de
otro mundo, lo llevaban al hospital. Allí, apeado ya de su mula-demonio,
sobre la que iba pregonando a su vez, por influjo demoníaco, el engendro,
quemado por el fuego blanco, 154el cura vive su última
transformación y navega en un extraño clima de nuevas pesadillas,
rescatado al final a la inocencia por el recuerdo auditivo, como entre
sueños, del coro de niños y niñas que en la ya destruida ciudad iba
preparando a la primera comunión:
-VIII-
Epopeya, elegía y reivindicación del paraíso El espejo de lida sal y
Maladrón
El poema, sobre el tema del origen de los artistas y las artes, lleva al
lector hacia un ámbito de sacralidad mágica cautivadora en el cual no
desentona la serie de leyendas de El espejo de Lida Sal, que Asturias
publica en 1967, el año mismo en que recibe el Premio Nobel de Literatura,
y que parecen representar la vuelta definitiva del artista al mundo mítico
y mágico mesoamericano, en una fusión armoniosa de niveles temporales,
donde el pasado se actualiza y el presente difumina sus confines
repitiendo el clima de los orígenes del mundo.
156
Ya el «Pórtico» de El espejo de Lida Sal, introduce programáticamente en
una dimensión íntima y fabulosa del mundo guatemalteco, realidad-sueño,
especie de paraíso anclado para siempre en regiones válidas del
sentimiento por encima del tiempo. Los planos de la realidad y el sueño se
funden, como ya en las Leyendas de Guatemala, con una fuerza creativa que
atesora los resultados alcanzados en Mulata de tal, afirmando la madurez
de Asturias a través del largo arco de su creación.
En la perspectiva de «paisajes dormidos», sobre los cuales llueve una «luz
de encantamiento y esplendor», resalta el «País verde», a través de una
deliberada acentuación ya en sí mítica y religiosa del color:
País de los árboles verdes. Valles, colinas, selvas, volcanes, lagos
verdes, bajo el cielo azul sin una mancha. Y todas las combinaciones
de los colores florales, frutales y pajareros en el enjambre de las
anilinas, Memoria del temblor de la luz. Anexiones de agua y cielo,
cielo y tierra. Anexiones. Modificaciones. Hasta el infinito dorado
por el sol424.
El prestigio mágico que el mundo natural tenía para Asturias aquí se anula
de pronto: las cosas ya no tienen alma y la condena de la materia bruta no
podía ser más neta. El repudio y la destrucción de la cruz del Maladrón,
la matanza de quienes quieren imponer su culto a los indígenas, representa
la condena del espíritu negativo de la conquista, realizada a la enseña de
la materia. No se trata de la cruz de los evangelizadores, sino del
significado negativo que para el mundo indígena llegó, en muchas
ocasiones, a representar el símbolo que los españoles levantaban según
avanzaban en su conquista. No hay más que acudir al Libro de Chilam Balam
de Chumayel para darse cuenta de ello486.
En la novela de Asturias el indio Güinakil rechaza al nuevo dios y
denuncia duramente la negatividad de una experiencia de presunta
evangelización, que acabó en dolor y lágrimas:
170-¡No otra cruz! ¡No otro Dios! ¡La primera cruz costó
lágrimas y sangre! ¿Cuántas más vidas por esta segunda cruz? ¿Más
sangre? ¿Más sufrimientos? ¿Y más tributos? [...] ¡Oro y martirio
fueron pagados, sin tasa ni medida, por el Dios de la primera cruz!
¿Por el barbudo de esta segunda cruz, más carne de trabajo y
matanzas?... [...].
-¡No habrá segundo herraje ni habrá segunda cruz! Si la primera, con
el Dios que nada tenía que ver con los bienes materiales y las
riquezas de este mundo, costó ríos de llanto, mares de sangre,
montañas de oro y piedras preciosas, ¿a qué costo contentar a este
segundo crucificado, salteador de caminos, para quien todo lo del
hombre debe ser aprovechado aquí en la tierra?... Si el de la
primera cruz, el soñador, el iluso, nos costó desolación, orfandad,
esclavitud y ruina, ¿qué nos esperaba con este segundo crucificado,
práctico, cínico y bandolero?... Si con la primera cruz, la del
justo, todo fue robo, violación, hoguera y soga de ahorcar, ¿qué nos
esperaba con la cruz de un forajido, de un ladrón?...487
-IX-
El infierno en la tierra Viernes de Dolores
No han sido muchos los estudios dedicados a la última novela de Miguel
Ángel Asturias, Viernes de Dolores507, acaso porque fue publicada en un
momento en el cual el escritor, después de haber aceptado la embajada
guatemalteca de París508 y recibido el Premio Nobel en 1967509, había sido
progresivamente marginado por los intelectuales latinoamericanos de
izquierda más ideologizados, dominados por los cubanos. El premio fue
ciertamente motivo para que la adversión hacia el escritor aumentara y a
su rechazo contribuyó también la polémica con Gabriel García Márquez, que
Asturias había emprendido hacía tiempo, con poca convicción, influido más
bien por terceras personas, y que había pronto abandonado510.
176
Viernes de Dolores aparece en 1972, lo publica la Editorial Losada y viene
a confirmar la gran vitalidad creativa del escritor, su plena madurez, con
una constante incidencia original en la lengua, objeto de continua
elaboración e invención. Pocos años después declararía: «Yo creo que el
valor de la palabra para nosotros es un valor religioso, es un valor
sacramental»511.
A la novela, o mejor dicho a la intención de volver a tratar con mayor
«detenimiento» los años de su vida estudiantil -período en el que ambientó
El Señor Presidente-, Asturias había hecho varias veces referencia, en
conversaciones, entrevistas y cartas. También había aludido con frecuencia
al título, declarando que la nueva novela se llamaría El bastardo, o Dos
veces bastardo. A pesar de lo cual siquiera hoy estamos seguros de que
estos títulos representaran una concreta referencia a la novela que
apareció con el título Viernes de Dolores. Podría ser muy bien que se
tratara de otra novela, aquella en que estuvo trabajando hasta en los
últimos días de su vida y cuyo manuscrito, incompleto, fue repartido entre
sus herederos512.
El proyecto de la novela Viernes de Dolores, evocación de los años
estudiantiles, era bastante remoto, ya que en 1966, en el momento de
editar mi libro sobre la narrativa de Asturias, podía escribir,
aprovechando confidencias del escritor, que él estaba terminando una nueva
novela, que tendría como telón de fondo el período de las luchas
universitarias en tiempos de Estrada Cabrera513. En cambio, aparecieron
antes las leyendas de El espejo de Lida Sal y la novela Maladrón. Así,
pues, la gestación de Viernes de Dolores fue larga y es evidente que para
el autor fue una gran ocasión de diversión creativa, sobre todo desde el
punto de vista lingüístico.
La nueva novela concluye prácticamente el ciclo narrativo de Asturias, con
un regreso a los orígenes de su propia historia personal y creativa. Ya he
puesto de relieve cómo el proceso de conjunción, una especie de soldadura
del círculo, empieza a realizarse a partir de El Alhajadito, lo acentúan
Mulata de tal y Maladrón, junto con las leyendas de El espejo de Lida Sal.
Después de Viernes de Dolores el narrador guatemalteco publica todavía, en
francés, en 1973, un cuento largo: 177L 'homme qui avait tout tout
tout514, cuyo texto original editó después Amos Segala en 1982515.
Desde el punto de vista de la creación lingüística el hilo que enlaza
Viernes de Dolores con Maladrón y Mulata de tales más que evidente. Nunca
como en estas novelas Asturias se muestra inventor original del lenguaje.
El período de la acción de Viernes de Dolores es el de 1922, como
puntualiza Claude Couffon, año de comienzos de la «carrera» del dictador
Jorge Ubico, no de Estrada Cabrera. Pero Asturias, como ya había hecho en
El Señor Presidente, no denuncia fechas y se limita a hacer solamente una
referencia a aquel «calmoso mediodía de un día de marzo del año de gracia
mil novecientos veinte y tantos» en que inicia la «Huelga de Dolores»,
«Huelga y fiesta», pero sobre todo, por contraste, día infeliz, «pues a
más gracias y chistes de los estudiantes, más desgracias y tristezas para
la patria»516.
Un signo trágico expresan ya estas palabras, pero este signo está presente
desde el comienzo de la novela en la lúgubre descripción del cementerio,
que marca una realidad de «Cal y llanto», un mundo de «silencio en el
silencio», «última frontera sin aduanas», un «muro que une tantas cosas
separando tanto»517, frente a la ciudad alegre y sus luces, la capital de
Guatemala.
La «Huelga de Dolores», huelga carnavalesca de los estudiantes
universitarios, es el pretexto para evidenciar las llagas de la sociedad;
es el momento en que el resentimiento, el sufrimiento por la injusticia y
el atropello se manifiestan a través de la sátira impiadosa del carnaval
estudiantil, entre máscaras y carros alegóricos que presentan,
caricaturizados, a los responsables de la situación nacional. Mundo al
revés, como siempre es el carnaval, la función de la huelga es ésta: un
día en que el pueblo logra su desquite, busca su alivio, con el resultado
amargo de que pronto tiene que regresar a su inalterada condición
negativa. Escribe Asturias:
Carnaval de carnavales, amargo, explosivo, mordaz, blasfematorio
[...], carnaval de todos los disfraces y todas las audacias, cara al
fanatismo, cara a la barbarie, la palabra convertida en guillotina,
el gesto en mueca de indefenso 178que bromea por no tener
otra arma, la risa estudiantil en carcajada feroz de concubino
[...], carnaval con toda la guapería de la denuncia, entre el andar
a gatas de la vulgaridad nacional desenfrenada y el granear
apocalíptico de la protesta [...]518.
-X-
El último Asturias
Son los últimos momentos felices del gran escritor y los últimos de su
creación artística. En este año compone algunos sonetos más para el
mencionado libro Sonetti Veneziani, que aparecerá en 1973580. Venecia, una
ciudad que le entusiasmaba. 193En una carta desde París del 21 de
junio de 1971 escribía: «Venecia, hecha una góndola de ensueños, nos
circula en la sangre, no sabemos si como glóbulo blanco o glóbulo rojo».
Los Sonetos Venecianos son una prueba más de este cariño, dominado por el
afecto hacia los amigos que en la ciudad le acogían. Para el escritor
guatemalteco la antigua grandeza de Venecia, su fantástica suspensión
entre agua y cielo, le devolvía al centro espiritual de su propio mundo,
firme en el tiempo y continuamente activo en él581x.
En 1972 termina Asturias el largo cuento, El hombre que lo tenía todo,
todo, todo, empezado, como informa Segala582, en 1969, y destinado a los
niños, documento de una larga gestación «sorprendentemente incrociata con
quella degli altri testi del momento», según escribe el crítico italiano,
quien añade: «Ne fanno fede le innumerevoli gamme lessicali, fraseologiche
e tematiche, abituali nella fase preparatoria di tutte le sue opere, ma
utilizzate qui con indifferrenza e disinvoltura»583.
El de 1969 es también el año en que por vez primera Asturias constata su
condición de enfermo. Segala ve una íntima relación entre esta situación
del escritor y Tres de cuatro Soles, obra publicada en 1971584, cuya
gestación empieza en 1970, «Storia personale e storia del mondo, summa
biográfica e cósmica», «testamento» de Asturias, en cuanto nos revela el
sentido que él daba a su vida personal y literaria585, en un período
crítico en que la conjuración política e intelectual lo había
prácticamente marginado. Son textos todos que nos devuelven al clima del
Popol Vuh, de las Leyendas de Guatemala, El Alhajadito, Clarivigilia
Primaveral, como han demostrado eficazmente Dorita Nouhaud586 y Amos
Segala587.
194
Dejando a un lado Tres de cuatro Soles, para ceñirnos solamente a la obra
propiamente narrativa del escritor guatemalteco, hay que decir que, a
parte el lujoso juego de la fantasía, El hombre que lo tenía todo, todo,
todo, poco tiene que ver con los niños a los cuales programáticamente
estaba destinado. ¿Qué entendería un niño de todo este sucederse de
invenciones? Como siempre Asturias cuando crea no respeta límites; el
programa es superado pronto por una fantasía avasalladora.
En el extenso cuento se unen enseñanza, diversión, juego y magia. A lo
largo de todo se afirma una lección que es propia de la moralidad de
Asturias: la riqueza no produce la felicidad y quien lo posee todo en
realidad no posee nada. El singular personaje que por su respiración de
imán todo lo atrae, hierro y metales preciosos, es al fin y al cabo un
infeliz que encuentra descanso sólo en el sueño, en cuanto «cerrar los
ojos es no tener nada»588 y «sólo mientras la persona duerme es feliz,
porque no tiene nada»589.
Una serie de pasajes nos vuelve a momentos anteriores de la creación
asturiana, al gusto por las rimas internas, a las elucubraciones
fantásticas surreales, al circo de El Alhajadito. Una historia en la
historia evoca en el cuento el clima de los romances y de las cruzadas
contra los infieles, en la lejana Palestina, espeluznantes y
escarmentadores encuentros medievales con la muerte, disfrazada de mujer.
El caballero Sansón de Aguamiro topa con una de estas mujeres en el
desierto y destruye con su caballo a la leprosa para poner fin
compasivamente a sus sufrimientos. Transportado al País de los tres
Instantes, se irá de allí llevándose consigo a la maravillosa Abaíl de
Anatolia, «una beldad más diosa que mujer por momentos y por momentos más
mujer que diosa»590, la cual se transformará en su condena:
El Capitán-Caballero no esperó más, arrebató el caballo de manos del
pájaro con cabeza de hombre y tomando a Abaíl por la cintura, la
echó en la grupa de su corcel y desapareció en la noche.
Cuando despertó el día, en la infinita soledad del desierto marchaba
sobre el cansancio del caballo titubeante, un caballero con el
esqueleto de una leprosa entre los brazos591.
El del 1973 es un año difícil para Asturias. En una carta del 28 de abril
escribe, con una mezcla de preocupación y humor:
Le quiero contar que he estado algo mal, con cólicos, y esto me
llevó a buscar a los médicos, y después de exámenes y demás, resulté
con un pólipo intestinal, que tendrán que extirparme. Me tendré,
pues, que someter a una operación quirúrgica, con partida de panza,
el 20 de julio, y estaré hospitalizado 20 días. Quiere decir que si
voy a Mallorca será del 15 de Agosto en adelante. Por un lado lo de
la operación, como toda operación es malo, pero por otra parte más
vale así, para evitar un tumor maligno. En fin, esa es la vida... y
no la del pescadito...
La alusión final se refiere a un restaurante milanés adonde íbamos con
frecuencia a comer pescado, que mucho le gustaba a Asturias, así como los
helados606. Por eso la vuelta al humor en la citada, afectuosísima carta:
«Miles de cariños de nosotros dos, para las chiquitinas, para la adorable
Elenita, nuestros abrazos a Estefanía (el calor ha empezado y nos habla de
helados), y para usted, caro Profesor, un gran abrazo».
En el mes de septiembre de 1973 la salud de Asturias parecía mejorar.
Escribía el 13 del mencionado mes: «Afortunadamente ya voy saliendo del
post-operatorio, que es siempre largo y fastidioso». Cuando en 1974 tuvo
lugar el congreso de Dakar sobre las relaciones entre la cultura africana
y la de América Latina, que el Nobel presidía, su buen humor hacía pensar
en que el peligro había pasado. Así no era. Los días que transcurrimos en
Dakar fueron de gran alegría; Asturias había vuelto a ser el de siempre.
En los meses sucesivos, su actividad, y sobre todo su bondad, le llevó a
muchas partes; así es como se encontraba en Sevilla para la inauguración
del «Año Lascasiano», cuando cayó gravemente enfermo: hospitalizado en «La
Concepción» de Madrid, moría el 9 de junio de 1974607.
Desaparecía con Miguel Ángel Asturias una gran persona, humanamente
hablando, y uno de los más grandes narradores del siglo XX, gran
innovador-forjador del idioma castellano como ya lo fue Quevedo, el
guatemalteco que había sabido proyectar el espíritu de su país en el
ámbito de la cultura universal, reivindicando la grandeza de su pasado y
denunciando los graves problemas presentes de la condición humana.
[199][200]
Apéndice
Textos de Miguel Ángel Asturias
201
Advertencia
Reúno aquí una serie de textos, elaborados por Miguel Ángel Asturias con
ocasión de conferencias dictadas en las Universidades donde he ejercitado
mi actividad docente, o bien fruto de la extraordinaria cortesía con que
contestaba a mis solicitudes de aclaraciones en torno al significado de
algunas de sus obras.
La (Auto)biografía remonta al año 1963 y me fue enviada por Asturias para
que pudiera orientarme en torno a su vida y a su obra.
El Señor Presidente como mito, es el texto de una conferencia dictada por
el maestro en 1965 en la Facultad de Lenguas y Literaturas extranjeras de
la Universidad Bocconi de Milán.
Algunos apuntes sobre «Mulata de tal» es un escrito que me fue facilitado
por el autor, cuando estaba preparando mi libro, La narrativa di Miguel
Ángel Asturias; remonta, pues, al año 1965.
El lenguaje en la novela latinoamericana es el texto de una conferencia
dictada en la mencionada Universidad Bocconi de Milán, en 1966.
Paisaje y lenguaje en la novela hispanoamericana es el discurso de
agradecimiento pronunciado por Asturias, ya Premio Nobel, en el momento de
recibir la Laurea «Honoris Causa» de la Universidad de Venecia, el 16 de
mayo de 1972.
Casi todos estos textos han sido ya editados por mí en ocasiones varias y
sólo ha quedado inédita hasta ahora la (Auto)biografía.
Puesto que a estos escritos hago continuamente referencia en mi estudio,
me ha parecido útil presentarlos íntegros en este Apéndice.
[202][203]
[210][211]
Las novelas son los ríos que van a dar al lector, diríamos parodiando a
Jorge Manrique, por aquello de «nuestras vidas son los ríos que van a dar
la mar, que es el morir», sólo que los ríos de las novelas, van a dar al
lector, que es el vivir, y que vive tanto, tan intensamente los personajes
de esas novelas, que, no contento con la ficción, inquiere su historia, se
pregunta hasta donde fueron reales, y busca a saber como hizo el novelista
para captarlos y llevarlos a las páginas de sus novelas y, para el caso,
de mis novelas, extraña forma de propiedad privada, porque una novela
publicada, un río que va a dar al lector, que es el vivir de las novelas,
¿cómo puede decirse que tienen un propietario, que exista alguien que
pueda decir «mis ríos», como yo dije «mis novelas»?
Sin embargo, algo sé de la historia de mis novelas, y evitando la
deformación profesional, prometo dar a la historia lo que es de la
historia, dar la historia de mis novelas, y no la novela de mis novelas,
bien que la diferencia sea tan difícil de establecer entre fábula e
historia. Lo que primero intentaré para dar la historia de mis novelas, es
hacer vivir históricamente a los personajes, antes de convertirse en seres
de novela, en la novela más reales a veces que en la historia. A ellos les
toca volver atrás en los ríos que van a dar en la mar, ir contra la
corriente de la ficción, y remontarse hasta su historia, ser historia, ser
pedazos de historia. Y no a todos. A los principales. Los más conocidos.
Paradójicamente, pues parece inverosímil, los que en verdad fueron
personajes históricos, son los que en las novelas resultan más imaginados.
El caso de El Señor Presidente.
2. Muerte y resurrección del novelista...
Aquella vez, el novelista había muerto. Sí, había muerto. Dejó de existir
en un lugar tan apartado de todo trato humano, que nadie acudió a darle
sepultura. Nadie. Humano, nadie. Nadie de carne y hueso. Otros iban a
encargarse de su cadáver. No los animales que se alimentan de cadáveres,
aves negras o mamíferos amantes de la carroña, serviciales y funerarios. A
media mañana del día en que murió el novelista, sin que hubiera persona
alguna, parientes, amigos o conocidos, para recibir a los que llegaban, se
presentó un hombre de mediana estatura, 212bigote cano muy mascado,
vestido de riguroso luto, y al oír que desde ultratumba el novelista
preguntaba: «¿Quién es...?» Contestó: «El Señor Presidente...».
Dijo así y avanzó en seguida con menudo paso, el sombrero negro, negro
como su traje, sus zapatos, sus guantes, su corbata, el pañuelo que le
salía de la bolsita de cerca de la solapa de la americana. Luego,
inmovilizado, solemne, el sombrero negro de fieltro tomado por sus dos
manos negras, enguantadas, que apoyaba sobre su camisa blanca impecable y
parte del chaleco también negro, preguntó:
-¿Y los demás?...
Iban llegando. El Pelele, con la espuma del último ataque de epilepsia; el
Mosco, sin sus piernas; Patahueca, gritando «¡Viba Francia!», y la
sordomuda embarazada, llorando, no por el novelista muerto, sino porque
éste, reclamaba, le dejó permanentemente un hijo en las entrañas, ya que
nunca en página alguna de su novela cuenta que tal criatura hubiera
nacido.
-Hemos venido nosotros -explica el Señor Presidente, autoritario,
terminante- a falta de seres humanos, todos ellos en sus ocupaciones
cotidianas, y es a nosotros -paseó la cabeza ligeramente calva- nosotros,
ficciones, hijos de tu fantasía -se dirigió al novelista-, no totalmente
por cierto, porque la verdad es que fuimos sacados de la realidad, a
quienes toca darte sepultura.
Hizo una pausa y preguntó:
-¿Hay alguno que quiera decir el discurso de adulaciones?
-Sí -responde la Lengua de Vaca-, pero antes hay que llamar al Doctor
Barreño, para que dé el certificado.
-¿De qué murió? -pregunta el Doctor Barreño, y él mismo se contesta,
vuelto al Señor Presidente- ¿de qué le complace al Señor Presidente que el
caballero haya muerto? No sea que por chismes de mediquetes se desacredite
su gobierno.
Y, mientras el Doctor Barreño redacta el certificado de defunción, entra
doña Fedina, va hacia el novelista muerto y lo sacude al tiempo de
preguntarle:
-¿Por qué..., por qué me siguen interrogando a mí dónde está el General?
¿Dónde está el General? ¿Dónde está el General? Es que por los siglos de
los siglos, lo que ocurrió en aquella cárcel, en aquel momento, va a
resonar siempre en mis orejas? ¡Menos crueles los esbirros! Se lo digo yo.
Fedina de Vásquez, una mujer del pueblo... ¡Menos crueles los esbirros!
Ellos se encargaron de torturarme, preguntándome y volviéndome a
preguntar, mientras se moría de hambre mi criatura, «¿Dónde está el
general?», hasta que perdí el conocimiento, pero eso habría quedado
reducido al hecho en sí, y como tal inexistente después, no que ahora, en
la novela, cobra carácter de algo inacabable, permanente.
Camila y Cara de Ángel llegan sin pasos, tan de punta de pie entran al
recinto. Ambos apenas se vuelven a donde reposa el novelista. Les parece
indigno reclamarle ahora lo que en vida no le reclamaron. El haber muerto
uno y el otro, Camila sin saber si en verdad Cara de Ángel la había
abandonado, y Cara de Ángel si en verdad Camila se había dejado seducir
por el Señor Presidente...
213
El fenómeno más inverosímil es el de esas gentes que mueren y reviven, y
no tan inverosímil al final de cuentas, pues a cada poco se lee en los
diarios que tal ocurre, y caso de catalepsis fue el del novelista,
felizmente. Abrió los ojos en medio de sus personajes y dijo: «Todo lo he
oído y vuelvo a la vida para poner las cosas en su lugar... y no son
ustedes, personajes míos...» El Señor Presidente levantó la cabeza...
-¡Yo lo inventé, Señor Presidente! -gritó el novelista resucitado de entre
los catalépticos-, y los inventé a todos; aunque siempre, la ingratitud
humana; sólo esperaban que yo desapareciera, para empezar a reclamar, a
fin de salir todos, limpios de culpa, en caballo blanco.
-¡ Animal ... el novelista se sacudió de pies a cabeza frente al Señor
Presidente, el cual repitió: -¡Animal... ! - y sólo al oír este segundo
grito, el novelista se dio cuenta que el dictador llamaba a su secretario,
aquel hombre miope, de pellejo de ratón tierno que derramaba los tinteros
sobre las notas firmadas. -¡Animal, hágale saber al señor, que en manera
alguna voy a permitir que en mi presencia diga que los personajes de la
novela El Señor Presidente no son del Señor Presidente, sino personajes
inventados por él. ¿Qué cuento es este? Muy bonito. A mí que fui el
auténtico, el verdadero creador, sin mí no habrían existido, el verdadero
novelista -toda dictadura es siempre una novela-, se me despoja de lo que
me pertenece...
-Históricamente le pertenecía... -atreve a decir el novelista.
-¿De quién? ¿De quién es esa novela? -levanta aquél la voz autoritaria:
-Es mía... ¿No soy, acaso, el Señor Presidente? Y creo llegado el caso de
aclarar intenciones, in - ten - cio - nes ... -subrayó-, intenciones que
en la novela no están claras. Por ejemplo: cuando se trata de la fuga del
General Eusebio Canales, se pone en duda que efectivamente yo quería que
se fugara. Yo quería que se fugara y no que lo matara la policía. Quede
claro. Tampoco es exacto que yo haya dicho en una de las fiestas de
palacio que me quería quedar solo con las señoras. Lo que sucedió fue que
hubo, a medianoche, una denuncia sobre cierto sujeto que iba armado para
matarme, y entonces se apartó a los hombres que estaban en la fiesta para
palparlos de armas. ¿Ya ve, señor novelista, como todas las cosas son
distintas?
-Esos son detalles -dijo el novelista- y lo que se discutía era si yo lo
había despojado de su mundo, en mi novela, o bien, si de ese mundo, al
Señor Presidente solamente le pertenecía lo histórico, que es distinto. Si
decimos que el Señor Presidente y los que vivieron en esa época, tuvieron
su tiempo, hablamos de historia, pero si, sacados de ese tiempo, se les
traslada a la ficción sin tiempo, hablamos de novela.
-De la novela histórica...
-No. Una novela histórica se escribe con base a sucesos que el novelista
conoce por lecturas o referencias. En esta novela mía, yo viví su
historia, su tiempo histórico, vivencia que me permitió su traslado a la
ficción, sin historia, sin pasado, viva; los personajes del Señor
Presidente, no se siente que vivieron, sino que están viviendo.
214
-¡Y eso es lo espantoso, lo cruel, lo intolerable -grita el Mosco, colgado
de una cuerda en el tormento-, que yo siga aquí gritando: ¡El Pelele fue!
¡El Pelele fue! ¡El Pelele fue!, y ésa es la verdad!
-¡Pero no la verdad oficial -afirma enfático el Auditor de Guerra-, por
supuesto que sabíamos que el desequilibrado ése había sido, pero la verdad
oficial era otra. A Parrales Sonriente, oficialmente lo mataron el General
Eusebio Canales y el Licenciado Abel Carvajal.
-Pero la verdad oficial -intervino Cara de Ángel- bien estuvo en su
momento, pero ¿cómo se explica que el novelista lo traslade a su novela, y
allí también siga siendo verdad?, salvo que la ficción novelística sea,
como yo pienso, una nueva forma de taumaturgia de la palabra, la forma
fijadora de lo que fue dicho. Y quería aclarar -continuó Cara de Ángel-,
el Señor Presidente juzgó mi matrimonio con Camila como el acto de un
débil mental...
-Todo hombre -se interpuso el Presidente-, en el momento en que se casa
está en la condición de un débil mental. Pero lo que tampoco se aclara del
todo, fue lo de la muerte del general Canales. ¿Muere envenenado? ¿Apuró
alguna pócima mortal? ¿Lo mordió alguna víbora maligna? En la novela se
dice que Canales murió al leer en el periódico que yo, su mayor enemigo,
había apadrinado la boda de su hija, y ésa es sólo parte de le verdad.
Canales murió envenenado con el ejemplar de un periódico que, con una
tinta especial, ultramortal, mortal como una descarga eléctrica, se le
preparó.
-¡Mentira!... -aquí es el novelista el que se indigna-, absolutamente
mentira...
-¡Atrevido! -retumba la voz de El Señor Presidente.
-¡Perdón! -se oye la voz del novelista-, pero ¿por qué va a invadir usted
el terreno de la fantasía? Conténtese con haber creado lo real, con ser el
creador de ese mundo, de ese universo de perversidad y crimen.
-Sí -entrecerró los párpados cascarudos y sonrió el Presidente-, invadía
terrenos, para deslindar mejor lo histórico de lo imaginado; Canales murió
de un síncope, pero se pudo haber imaginado lo de un periódico de tinta
mortal, aunque ya bastante veneno llevan los periódicos, y no para matar a
un pobre mortal, sino para preparar la muerte de millones de gente.
-Habría sido, Señor Presidente -dijo Cara de Ángel-, el crimen perfecto...
-Otro sueño...
-¿El crimen perfecto?
-No es necesario, y debía saberlo mi favorito. No es necesario. Todo
crimen es perfecto en una dictadura.
-Pero a este novelista lo tenemos que enterrar -dijo el Auditor de
Guerra-, a eso hemos venido...
-¡Está vivo, Señor Presidente! -imploró Camila.
-Pues lo enterraremos vivo con nosotros. Porque ésta es la obra. Así como
en los pueblos antiguos los sátrapas se hacían enterrar con la gente de su
séquito yo me haré enterrar, en la memoria de la gente, con el novelista y
sus personajes.
215
Nosotros y él, vivos, enterrados vivos, en ese tiempo sin tiempo, que es
el de la ficción.
-Pero aquí llegan otros personajes, Señor Presidente -insinúa Cara de
Ángel-, y es mejor que salgamos, la muchedumbre le afecta el corazón
sensible...
El novelista avanza un paso y dice:
-¿Puedo hacer una pregunta?
-Las que Usted quiera -contesta el Señor Presidente, tocándose con el
sombrero-, ante los muertos me descubro, ante los vivos, nunca...
-¿Podría Usted decirme -siguió el novelista-, cuál es la parte que más le
gusta de mi novela?...
El amo frunce las cejas, junta y separa los dedos enguantados de negro, y
por fin, tras hurgar en su memoria, contesta:
-Cuando cae el Pelele por las gradas del Portal del Señor, dice: «Nadie
vio nada, pero en una de las ventanas del Palacio Arzobispal, los ojos de
un santo ayudaban a bien morir al infortunado y en el momento en que su
cuerpo rodaba por las gradas, su mano con esposa de amatista le absolvía
abriéndole el Reino de Dios». Aquí su fantasía se quedó corta, señor
novelista: ¿Por qué no refirió usted cómo había llegado a Arzobispo ese
santo que absolvía al Pelele? Y no necesitaba imaginarlo. No estoy
conforme con esa diferencia que se hizo entre lo real y lo ficticio. ¿Por
qué no dijo usted que aquel hombre era un abogado de campanillas, a quien
se le encomendó la defensa de los bienes de una comunidad religiosa,
defensa de la que no se quisieron encargar otros abogados, temerosos de la
ira del que entonces mandaba, y que al saber éste que aquel abogadito se
hacía cargo, ordenó que le pusieran una sotana y lo hicieran barrer la
plaza central? Y en el relato, no habría faltado el toque sentimental.
Aquel abogado, que llegó después a Arzobispo, no se quitó la sotana nunca
más, devolvió los anillos de compromiso a su novia, estaba en vísperas de
casarse, y entró al seminario.
Y, tras brevísima pausa, ya saliendo el Presidente y séquito de víctimas y
esbirros, se volvió a decir:
-Los que conocemos esta anécdota, cuando leemos que sin que nadie lo
viera, en esa misma plaza que él barrió vestido con sotana, absolvía al
Pelele, nos emocionamos doblemente.
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