Virginia Aillón1
Resumen
Introducción
El ejemplo más claro, por supuesto, son los archivos que naciendo del “olvido”
estatal han organizado conjuntos documentales cuya sola existencia, podríamos
decir, interpela al Estado, o más bien, al proyecto de Nación del Estado. Así,
desde los archivos de Núremberg, hasta los de las comisiones de la verdad
tienen ese signo (Gomez-Moya, 2011; Kersffeld, 2011; Fentealba, 2016). Se
podría afirmar incluso que, a más de una memoria interpelante, estos archivos
se fundan en las “lagunas” (tal vez mentiras) oficiales o, lo que es lo mismo, en
“otra” verdad. Como bien afirmaba José Revueltas (1964:284), “[d]entro de
determinadas circunstancias, el poder y la verdad se separan, se alejan uno del
otro, hasta que llega el momento en que se contraponen y se excluyen
violentamente en el terreno de la lucha”. Así, estos archivos se ubican en la otra
vereda, por lo que bien puede decirse que se construyen en el margen 3 y más
que buscar la verdad parecen tener como objetivo el proceso de “ir eliminando
el olvido (la mentira)”4.
3 Tristan Platt (2015) considera que el archivo es un ente extraño al común de la gente por lo
que, afirma, puede también considerarse que está al margen, lo que, sin embargo, no le resta el
poder que tiene: “Podría parecer paradójico afirmar que los archivos están al margen de una
formación social que, sin embargo, muestra signos de su gobernanza” (:43. Cursiva original).
4 Los archivos oficiales, sin embargo, también incluyen zonas de olvido en sí mismos: “Los
archivos que están en dominio público son ampliamente sobrepasados por lo que está
escondido, lo cual gobierna el mundo sin que caigamos en cuenta y silencia la evidencia exigida
por las verdades impugnadas. Su divulgación paulatina pone de manifiesto los mecanismos del
poder…” (Platt, 2015:49).
en su centro al archivo. Luego reflexionaré sobre los alcances y discursos
subyacentes en cada uno, a través de la noción del desarchivo.
El desarchivo
En este artículo, Rivera muestra su “huida” de un registro a otro, toda vez que
advierte los límites, de lealtad representacional, digamos, de uno u otro. Dice
Rivera (2010:227): “Este es el tipo de conocimiento, riesgoso y abismal, que me
ha deparado la historia oral, y con ello he encontrado también, paradójicamente,
los límites de la escritura”. Pero la puesta de lo oral en registro escrito le provoca,
a la vez, la reflexión sobre el montaje de esas historias oralizadas, derivando en
el valor del montaje en general y del cinematográfico en particular.
Ortiz, sin embargo, considera que el archivo de un escritor puede informar sobre
el proceso creativo y “abrir una lectura de sus comienzos y de sus finales también
como comienzos” (Id.).
Es decir, se trata de una apuesta al estilo del efecto de los Diarios de Kafka; esto
es, encontrar algo, una huella que imponga nuevas formas de lectura de una
obra. En ese sentido, la búsqueda bien vale y posiblemente sea la historia de la
literatura la que más gane de estos esfuerzos. Pongo como ejemplo que el vacío
histórico sobre las vanguardias literarias de inicios del siglo XX en Bolivia, precisa
muchos papeles para responder a preguntas como: ¿de dónde bebió Hilda
Mundy su ultraísmo?, ¿leyendo/oyendo/mirando qué?
Pero cuando de papeles y archivo se trata, objetos llaman objetos, esta vez
literarios, por lo que La Mariposa Mundial y El Loco, me traen a la memoria la
novela Bajo El oscuro sol de Yolanda Bedregal (1970).
9Además, esta novela sería la única novela negra cuyo “contexto” no es el nacional, confirmando
por excepción la “regla” del peso de la historia sobre la narrativa boliviana (cfr. supra). Pero no
es la única novela cuyo escenario no es el nacional; de hecho, algunas de las primeras novelas
bolivianas tenían como trasfondo ciudades extranjeras (por ejemplo, Misterios del corazón, 1869,
de Mariano Terrazas, o El mulato Plácido, 1875, de Joaquin de Lemoine). Contrariamente,
Gonzales Almada (2015) argumenta que la novela de Antezana sería el “estallido de la ficción
en Bolivia”, por su intención cosmopolita (además de desmarcarse de la tradición costumbrista y
popular de la narrativa boliviana).
profesional, pasaportes, testamento, registros de propiedad. Sin ellos
no somos ni poseemos nada. No habemos [sic]. Hasta el certificado
de óbito acredita que hubimos existido. Sin papeles legalizados no
hemos nacido, no podemos circular, no hemos muerto (:123)10.
Consideraciones finales
es tradición en la narrativa boliviana. Baste como ejemplo Íntimas (1913) de Adela Zamudio,
novela eminentemente epistolar.
inventario, monotonía serial y un trabajo con temas y conceptos
singulares libres de toda progresión lineal (Guasch, 2005:165-66).
Vale decir que solo en el contexto del sujeto que produce información
(documento) adquiere sentido el documento y el conjunto documental. Así, el
sentido de esta información es la acción primera y primordial del desarchivado.
Evidentemente, el objeto blusa con mangas mariposa, solo tiene sentido para el
travesti que la usó en el desfile folklórico de los años 70 del siglo XX (Aruquipa,
2015), como forma de lucir su identidad femenina, para entonces no dicha, no
archivada. Este primer sentido, posiblemente se haya hecho ya social con las
acciones de la comunidad TLGB en el siglo XXI. De este modo, un objeto crea
un momento particular cuyo sentido, sin embargo, es total para tal comunidad.
En palabras de Benjamin: “descubrir en el análisis del pequeño momento
singular el cristal del evento total” (cit. en Bruno, 2005:7).
Hay que recordar que esta forma de comprender la Historia ha dado como
resultado El libro de los pasajes de Benjamin ([1983]2005), que es precisamente
un proyecto de desarchivaje, toda vez que el fragmento, las citas, notas,
fotograbados y apuntes sueltos, son el montaje para su análisis del desarrollo
del capitalismo en el siglo XIX y su paso al XX. Pero también en su
Desembalando mi biblioteca ([1931]1992) Benjamin recalca este sentido primero
y único del conjunto de documentos: “lo que me interesa es mostrarles la relación
del coleccionista con el conjunto de sus objetos (…) la actividad de coleccionar
más que la colección misma”.
Pero ya hemos visto cómo ese es un tema del Estado, que monologa cuando de
archivo se trata. Llama la atención esta fruición archivística que sucede en
diversos estamentos de la sociedad que, parece, tiene que ver con la memoria,
o más bien con el temor al olvido. Estos nuevos archivos, aportan, además, una
memoria documental caliente, subjetiva, frente a la memoria documental fría, la
administrativa, la del despacho (Navarro, 2012).
En relación al Estado, estos “otros” archivos forman “grietas en el poder
monológico del Estado” proponiendo nuevos espacios “por donde broten aguas
renovadas de pensamiento y práctica, desde espacios descentrados y diversos
(Rivera, Aillón, 2015:17).
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