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La Aceptación Lúcida de lo Efímero

Por Miguel Ángel de Bernardi

Está concluido el periodo histórico donde las preguntas del presente hallan respuesta
en el futuro. Con esta atrevida hipótesis, Michel Maffesoli, modifica los valores
primordiales que en su momento nos obsequiaron los pregoneros de la modernidad:
un tanto por filosofía, otro más por maniobra comercial. Es triste, pero la filosofía
del capitalismo está más cercana a la publicidad y la consecuente manipulación que
a la búsqueda de la verdad. El amor a la sabiduría, ahora es apego a los bienes
materiales y por ende, manipulación de la masa para que esta produzca lo que la
“moda” económica ordene.

Unos apuestan a la tradición, otros al futuro. El mundo capitalista le apostó al futuro


y ahora este, resulta incierto y hasta aterrador. Es una lástima que tengan que ocurrir
sucesos tan sombríos como los perpetrados por los terroristas “sin rostro”, para que
nos demos cuenta que el futuro ya se fue, que para muchos sólo fue un sueño y para
otros paliativo en contra de su neurosis crónica.

Maffesoli nos muestra que lo trágico retorna a las sociedades posmodernas. Esta es
una de las cimientes de su último libro, “El Instante Eterno” Según el autor, resulta
inoperante otro tiempo que no sea el instante presente, el efímero. De nuestra
lucidez para captarlo y contemplarlo, depende la eternidad.

Que atrevido y refrescante resulta Maffesoli al materializar una premisa romántica y


hasta chamana, pero el atrevimiento y desapego es necesario en toda premisa
filosófica que pretenda interpretar y aceptar el efímero hoy.

Las sociedades privilegian el tiempo. Las tradicionales el pasado, la modernidad; al


igual que otras épocas progresistas: el futuro. La decadencia romana y el
Renacimiento acentuaron el punto presente, quizá como antitóxico para contrarrestar
la decadencia.

Tiempo es acción. El enfrentar el presente, es un acto guerrero, que en instantes


alcanza lo místico. El presente nos desenmascara, nos introduce a ese ámbito no
mágico, no trasgresor. Ahí la cobardía se apodera de nosotros y nos callamos
aquello que nos da miedo. Aunque resulte temerario, este punto de acción es
necesario para alcanzar la luz que nos muestre quiénes somos. Es un hecho que la
civilización actual no puede trascender su momento histórico, sólo por ser la Era de
la digitalización. El individuo debe ir más allá de lo que la tecnología le ofrece como
forma de vida, pues aunque lo crea, la tecnología no puede ser un substituto del
cerebro y mucho menos del pensar.

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El presente es el espacio donde se aprende a ver y vivir lo trágico. Así podremos
entender la práctica social, en particular la de los jóvenes, que en apariencia resultan
desprovistas de sentido. Si se escuchara a Maffesoli, sin duda los métodos de
enseñanza y aprendizaje, tomarían otras condiciones, mucho más auténticas, aunque
sin duda reaccionarias, pero ¿no es hora de aceptar aquello a lo que le tememos, sólo
por ser diferente? ¿No ha llegado la hora de escuchar a los reaccionarios?

¿Acaso es inevitable lo trágico? Maffesoli, lo rechaza. Nos muestra que lo trágico es


el destino comunal, no el del individuo. El Hombre que acepta con lucidez lo
efímero, está exento de lo trágico, le resulta una asignatura superada. Del instante
vivido sólo retenemos lo anecdótico y superficial, no la esencia. Es obvio que si se
vive el instante como un lapso lineal, el hombre es breve, pero cuando el instante
efímero es fugaz, se inserta en la cuarta dimensión, en esa donde el tiempo no existe
más allá de un elemento anecdótico, más no esencial. Seria una aventura pensarlo,
pero tiempo es instinto.

La vida no es otra cosa que una concatenación de momentos inmóviles. De instantes


eternos de los cuales hay que extraer máximo goce. Esto resulta a partir del
vislumbre del momento efímero. Desdichadamente nuestra cultura es conservadora
y la contracultura aspira a ser institucional. Estamos educados a preservar. Incluso
los Hombres más reacios en aceptar lo establecido, han terminado instaurando sus
ideas y costumbres, sin importarles que estas resulten obsoletas o dañinas a su
entorno. Esto lo vemos en Arte, Ciencia, Sociedad y Política. Es decir, en cualquier
sitio donde esté involucrado el humano y sus muchos miedos.

Lo cotidiano es el verdadero principio de realidad, más bien, de surrealidad.


Maffesoli ha llegado a la conclusión de que el momento efímero es tan intenso que
se capta como un acto surrealista y de nosotros depende desentrañar el símbolo y a
partir de él, desatar nuestras ligas inconscientes.

El renacimiento comunitario se basa en la vida tribal, vida banal; sin lugar a dudas.
El Hombre que no sepa crear su propia existencia, tendrá que aceptar las premisas
de la masa, para que esta lo premie aceptándolo y otorgándole algún símbolo de
estatus que en un dos por tres, resultará obsoleto. En esa torpe fantasía encontrará su
triunfo, ahí, en esa zona de estupidez donde sobrevivir significa, aspirar a lo que
todos aspiran, ser lo que lo demás quieren que se sea.

La realización individual o social es una conquista. Se inscribe en un proyecto


mesurable, instantáneo, predecible racionalmente, aunque recordemos que para el
Zen, el arquero está seguro de dar en el blanco concentrándose en sí mismo. En ese
ámbito de pensamiento, no es la ex-tensión lo que importa, sino la in-tensión. Esta

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intención hará que con el tiempo los canales de la mente se sincronicen con el
acierto, es decir, con la integración al cosmos. La vida es una tensión dinámica.

El Hombre moderno durante toda su vida se prepara para sobrevivir el porvenir.


Programa su sociedad, economía, placer y hasta felicidad. Sin duda, esta reacción es
producto del Capitalismo imperante, que hasta antes de los acontecimientos
ejecutados por los terroristas el 11 de septiembre, resultaba la única perspectiva para
ver el mundo y vivir en paz.

Es difícil pensar que el individuo común, que vive a expensas de lo que ofrece la
masa, pueda entender, y mucho menos aceptar que para ser, antes debe conquistarse,
no enquistarse y pensar que el éxito depende del “triunfo” en las obligaciones
laborales. La masa de hoy exclusiva y excluyentemente, cataloga al triunfo por sus
beneficios materiales y de estatus. Necesita caer en crisis para tomar en cuenta otros
valores. Crisis posmoderna significa no tener acceso al sueño capitalista y verse
obligado a valorar al malogrado amor, la fallida familia, la nunca anhelada libertad,
la precaria salud y hasta la inexistente felicidad.

Maffesoli plantea una conjunción entre comunidad y destino. Podemos hablar de


“comunidad de destino”. Esto nos lleva pensar que el Hombre libre está fuera de las
leyes del destino. Esto de ninguna manera quiere decir que su vida sea libre de
obstáculos, sino que entiende la existencia como constante enfrentamiento.

Maffesoli nos conmina vivir diariamente nuestra muerte en lucidez fortificante.


Considera que integrar la muerte a la cotidianeidad es el mejor medio para
protegerse de ella o, al menos, una manera homeopática de sacarle provecho. Leer a
este preclaro chamán de la filosofía, sin duda será un oasis para todos aquellos que
gustan de la tan olvidada misión de pensar.

“El instante eterno”


El retorno de lo trágico a las sociedades posmodernas.
Michel Maffesoli
Espacios del saber 19, Paidós, 2001.

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