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Si hacemos una revisión ligera de lo que aquí es nombrado como “rudimentos”, nos
encontramos con prácticamente toda la teología que a través de los siglos ha ocupado el
interés de la iglesia. El arrepentimiento de obras muertas, la fe en DIOS, doctrina de
bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de muertos, y del juicio eterno. Y es
que si lo vemos con atención, en estos seis puntos se puede reducir toda la “doctrina cristiana”
Dice que no podremos entender lo qué está hablando si continuamos sujetos a los rudimentos.
Dice que este hablar es para los maduros, gente que “por la práctica tienen entrenados los
sentidos para discernir”. Dice que es preciso que “sigamos adelante” a la perfección.
Sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene principio de días ni fin de vida,
Melquisedec es “sacerdote del Dios Altísimo” el Dios que “no habita en templos hechos por
manos, ni es servido por manos humanas, ni tiene necesidad de cosa alguna...” (Hech 17:22-28),
en quien vivimos, nos movemos y existimos, y ha de llegar a ser todo en todos (1 Cor 15:28). El
Dios invisible, a quien “nadie vio jamás” (1 Jn 4:12)
No es poca cosa que el autor de esta carta, luego de establecer la pre eminencia del sacerdocio
de Cristo (cap 1-4) introduce su asimilación al sacerdocio “según el orden de Melquisedec”,
y esto, sólo después de haber sido perfeccionado, luego de padecer, para aprender la
obediencia.
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En todas las referencias, se sugiere fuertemente leer siempre el contexto.
No está hablando de algún tipo de aparición anticipada del Cristo, como tampoco de
angelología alguna - ya ha quedado claro que Su naturaleza es superior a los ángeles (1:4) - y
que Su oficio intermediario, que es “para siempre”, no tiene comparación alguna.
Esta figura en las escrituras hebreas habla de los hombres con conocimiento del Dios Altísimo,
esos bienaventurados que a través de la historia del hombre (no necesariamente sólo la
historia descrita en las escrituras hebreas), en todas las latitudes de la tierra han disfrutado,
de revelación espiritual. Podríamos llamarles, el remanente escondido; una especie de reserva
que el omnipotente a guardado en su conocimiento. Los le han conocido en la simplicidad
de su corazón y han transcurrido su existencia, humildes ante Él.
Esta magnanimidad, en la que Dios se enseña a los hombres, esta gracia que alcanza sus
conciencias, esto es el sacerdocio, constituido a favor de los hombres, de Melquisedec (Heb 5:1).
Y es así que tenemos la extraordinaria expresión de que, en lugar de ser Melquisedec
nombrado del sacerdocio de Cristo, es Cristo, quien, a causa de su obediencia, es nombrado
del sacerdocio de Melquisedec. ¿Cual es la clave aquí?... una palabra: Obediencia (Heb 5:8-10)
El hijo de Dios oye, en su conciencia, , y sus palabras son como espada de dos
filos, que penetra y separa la carne, del espíritu. Los pensamientos humanos (el alma), que
se levantan cual fortalezas, contra la revelación de Dios; tocados por la gracia viva y eficaz del
hablar de Dios en nuestra conciencia (espíritu), son expuestos, puestos aparte. Esto sucede así
cuando comenzamos a experimentar la vida del Espíritu (el Dios invisible), que nos ha sido
otorgado para hacer de nosotros el nuevo hombre (Rom 8:2) Y solo entonces, emprenderemos
el camino de la obediencia, el camino de la práctica (Heb 6:14).
Lo que nos dice aquí el apóstol, parafraseando, es, que no dejemos cautiva nuestra fe en las
cosas de la religión humana: los escritos, los ritos, las jerarquías; más bien nos exhorta, al
igual que a aquellos creyentes hebreos, confundidos entre la letra y la revelación, a abandonar
los rudimentos que nos permitieron comenzar a caminar, y a avanzar...