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sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene principio de días ni fin de vida, sino

hecho semejante al Hijo de DIOS, permanece sacerdote para siempre.


(Hebreos 7:3)

Luego de utilizar diversos argumentos a fin de demostrar la superioridad del sacerdocio de


Cristo, el autor de la carta a los Hebreos, comienza a tratar de explicar la categoría de tal
ministerio, pero llegado a un punto se detiene, y parece sentirse impotente ante la poca
capacidad de comprensión de sus destinatarios. Se encuentran estos dando vueltas
alrededor de “los principios elementales de la palabra de Cristo”...

Si hacemos una revisión ligera de lo que aquí es nombrado como “rudimentos”, nos
encontramos con prácticamente toda la teología que a través de los siglos ha ocupado el
interés de la iglesia. El arrepentimiento de obras muertas, la fe en DIOS, doctrina de
bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de muertos, y del juicio eterno. Y es
que si lo vemos con atención, en estos seis puntos se puede reducir toda la “doctrina cristiana”

Y ¿qué es lo que el apóstol dice al respecto?

Dice que no podremos entender lo qué está hablando si continuamos sujetos a los rudimentos.
Dice que este hablar es para los maduros, gente que “por la práctica tienen entrenados los
sentidos para discernir”. Dice que es preciso que “sigamos adelante” a la perfección.

!¿Cómo así...?¡ Pero si la doctrina es lo más importante --sí, es importante-- la enseñanza es


muy importante, pero, nótese bien, que esto, también es enseñanza, pero es una enseñanza
apropiada para adultos. “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre, dejé lo que era de niño” Ahora es preciso
seguir adelante, a la perfección, es decir, la madurez (Efe 4:14)

Sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene principio de días ni fin de vida,
Melquisedec es “sacerdote del Dios Altísimo” el Dios que “no habita en templos hechos por
manos, ni es servido por manos humanas, ni tiene necesidad de cosa alguna...” (Hech 17:22-28),
en quien vivimos, nos movemos y existimos, y ha de llegar a ser todo en todos (1 Cor 15:28). El
Dios invisible, a quien “nadie vio jamás” (1 Jn 4:12)

El sacerdocio de Melquisedec es figura de un sacerdocio que ha existido siempre, y es así


usado por el apóstol, como referencia para introducirnos en las cosas que no son de esta
creación (Heb 9:11), asuntos que pertenecen a un ámbito diferente: la eternidad. Las cosas que
no se ven. Las que pertenecen a un reino inconmovible (Heb 12:28)1

No es poca cosa que el autor de esta carta, luego de establecer la pre eminencia del sacerdocio
de Cristo (cap 1-4) introduce su asimilación al sacerdocio “según el orden de Melquisedec”,
y esto, sólo después de haber sido perfeccionado, luego de padecer, para aprender la
obediencia.

1
En todas las referencias, se sugiere fuertemente leer siempre el contexto.
No está hablando de algún tipo de aparición anticipada del Cristo, como tampoco de
angelología alguna - ya ha quedado claro que Su naturaleza es superior a los ángeles (1:4) - y
que Su oficio intermediario, que es “para siempre”, no tiene comparación alguna.

Esta figura en las escrituras hebreas habla de los hombres con conocimiento del Dios Altísimo,
esos bienaventurados que a través de la historia del hombre (no necesariamente sólo la
historia descrita en las escrituras hebreas), en todas las latitudes de la tierra han disfrutado,
de revelación espiritual. Podríamos llamarles, el remanente escondido; una especie de reserva
que el omnipotente a guardado en su conocimiento. Los le han conocido en la simplicidad
de su corazón y han transcurrido su existencia, humildes ante Él.

Más allá de imaginadas teofanías o legendarias interpretaciones, la lectura de este


Melquisedec es tan sencilla como la conciencia de Dios que siempre se ha manifestado en el
hombre: lo que de Dios es conocido, es evidente, y las cosas invisibles de Él, su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, entendiéndose por medio de
las cosas hechas (Rom 1:19,20). Esta conciencia de Dios es lo que hizo siempre que los que no
conocieron la ley, obraran por naturaleza conforme a la ley, mostrando la operación de la ley
escrita en sus corazones (Rom 2:14). Estos quizás no invocaban a Dios con un nombre, pues
Dios no es el dios de algunos hombres, o de alguna nación; su Dios: el Dios que está sobre
todo y sobre todos. Inaccesible, lejano, invisible, sí, pero intuido en el secreto de la
intimidad, por los mansos, por los de corazón puro, por los hambrientos de justicia, por los
que lloran, por los perseguidos por causa de la justicia....

Esta magnanimidad, en la que Dios se enseña a los hombres, esta gracia que alcanza sus
conciencias, esto es el sacerdocio, constituido a favor de los hombres, de Melquisedec (Heb 5:1).
Y es así que tenemos la extraordinaria expresión de que, en lugar de ser Melquisedec
nombrado del sacerdocio de Cristo, es Cristo, quien, a causa de su obediencia, es nombrado
del sacerdocio de Melquisedec. ¿Cual es la clave aquí?... una palabra: Obediencia (Heb 5:8-10)

El hijo de Dios oye, en su conciencia, , y sus palabras son como espada de dos
filos, que penetra y separa la carne, del espíritu. Los pensamientos humanos (el alma), que
se levantan cual fortalezas, contra la revelación de Dios; tocados por la gracia viva y eficaz del
hablar de Dios en nuestra conciencia (espíritu), son expuestos, puestos aparte. Esto sucede así
cuando comenzamos a experimentar la vida del Espíritu (el Dios invisible), que nos ha sido
otorgado para hacer de nosotros el nuevo hombre (Rom 8:2) Y solo entonces, emprenderemos
el camino de la obediencia, el camino de la práctica (Heb 6:14).

Lo que nos dice aquí el apóstol, parafraseando, es, que no dejemos cautiva nuestra fe en las
cosas de la religión humana: los escritos, los ritos, las jerarquías; más bien nos exhorta, al
igual que a aquellos creyentes hebreos, confundidos entre la letra y la revelación, a abandonar
los rudimentos que nos permitieron comenzar a caminar, y a avanzar...

Os estoy escribiendo esto sobre los que intentan engañaros.


Aunque en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido,
permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe,
sino que así como su unción os enseña todas las cosas,
y es verdad y no es mentira,
así como ella os enseñó,
permaneced en Él.
(1 Juan 2:26-27)

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