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Unos 12 mil habitantes poblaron el subtrópico del Quito preincáico.

Tras años de
estudiar sus vestigios, Hólguer Jara comparte los mensajes que le han dictado termas,
tolas y templos.
Antes de la llegada de los cusqueños y de los españoles (entre los años 600 y 1660 d.c.),
todo el territorio desde San Miguel de Los Bancos, Pacto, Gualea, Nanegalito, Nanegal,
cruzando el Guayllabamba, hasta la región subtropical de Cotacachi (entre 500 y 1 800
metros de altitud), estuvo ocupado por un pueblo descrito por los cronistas europeos
como “primitivo, salvaje y atrasado, gentes desnudas, pobres, de poco valor y de
apariencia monstruosa y bestial”.
En el mencionado territorio –lo que hoy es Pichincha y parte de Imbabura– se ha
descubierto una extraordinaria cantidad de vestigios arqueológicos (tolas, petroglifos,
caminos, centros ceremoniales) que corresponden al periodo de Integración (500 d.c.–
1500 d.c.). Estos se atribuyen al pueblo yumbo y desdicen las aseveraciones
etnocentristas de los cronistas, que habían sido repetidas y propagadas luego por varios
historiadores.
No se trata de cualquier vestigio, sino de importantes monumentos que transformaron el
paisaje natural en uno cultural que subsiste hasta ahora. Allí, se han encontrado
evidencias de un especializado manejo del territorio, poblamiento de toda el área,
organización social y mitos, rituales, religiosidad y cosmovisión propios.
Si bien el término yumbo ha sido aplicado indistintamente a diversos grupos indígenas
de la Amazonía ecuatoriana, en principio se refería solo a los habitantes de nuestra selva
occidental andina. Se cree que fueron mercaderes cuya actividad mayor consistía en
llevar a Quito, el mercado más importante de la región, productos exóticos como
algodón, sal, coca y ají. Para ello debían recorrer largos, profundos y estrechos caminos,
llamados culuncos, que surcaban selvas y peligrosos pasos naturales en su ascenso por
los flancos andinos occidentales. Además, eran agricultores y hábiles constructores de
pirámides truncadas o tolas, centros ceremoniales y caminos que seguían una geometría
sagrada propia y trazados armónicos cargados de simbolismos.
Contrario a las opiniones de aquellos cronistas e historiadores ya mencionados, los
yumbos fueron protagonistas del período de Integración, anterior a la llegada de incas y
españoles. Las evidencias arqueológicas que hemos estudiado dan cuenta de un
desarrollo superior, incluso, a señoríos andinos contemporáneos a ellos. EN EL AGUA
ESTÁ LA VIDA Y EN EL BOSQUE NUESTRA CASA El territorio yumbo, pese a su
alta humedad, posee características climáticas ideales para vivir: una temperatura
promedio de veinte grados centígrados y una estación seca de tres o cuatro meses al año
(julio a octubre). Esto, sumado a la fertilidad de la tierra, la abundancia de agua y la
topografía no tan accidentada permitió el desarrollo del pueblo yumbo. El territorio se
caracteriza por cuchillas y piedemontes que descienden desde las cumbres andinas hacia
el noroccidente, y de quebradas y ríos que corren paralelos hasta perderse en el río
Guayllabamba. Sobre estas cuchillas y piedemontes construyeron los yumbos sus tolas
y sobre las tolas sus casas, miradores, tambos y templos. Hoy los arqueólogos las
evidenciamos como largas cadenas o conjuntos artificiales que sugieren que allí había
centros poblados.
Esas mismas condiciones climáticas y bióticas del área han favorecido el ingreso de
colonos durante los últimos cien años. Estos, en su mayoría ganaderos y agricultores,
han despejado aproximadamente el 80% de la vegetación arbórea para destinar las
tierras al cultivo de caña de azúcar, cítricos y, sobre todo, pasto para ganado. Sorprende
que en tan corto tiempo, una población acaso menos numerosa que los antiguos
yumbos, haya desbrozado tanto bosque que se mantuvo en pie tras casi un milenio de
ocupación.
Hace siete años, en medio de estudios y cavilaciones para entender cómo vivía el pueblo
yumbo y qué representaban sus vestigios, invitamos a trece yachaks amazónicos para
que den su lectura sobre las huellas que nos han dejado los desaparecidos yumbos.
Pretendíamos liberarnos de dogmas y preconceptos teóricos de escritores y arqueólogos.
Los sabios invitados encontraron a estos paisajes bastante parecidos a los suyos propios.
“La casa de los hermanos yumbos –dijeron, al pedirles su opinión sobre las tolas,
culuncos, petroglifos y ruinas– era el verde bosque, y su vida estaba en el agua de los
ríos, pogyos, cascadas y lluvia”. Fue por eso, interpretamos entonces, que construyeron
la obra más emblemática que conocemos de este pueblo: las piscinas detulipe.
¿TEMPLOS O ESPEJOS DE AGUA? El conjunto monumental de Tulipe es una de las
evidencias arquitectónicas más importantes, única en los Andes. Comprende ocho
estructuras hundidas, a modo de piscinas. Fue el centro religioso y cultural en el que el
pueblo yumbo plasmó su cosmovisión.
Allí hay dos piscinas rectangulares, dos semicirculares, una cuadrada, una poligonal y
una circular; la octava piscina fue al parecer construida después por los incas. Las
rectangulares y semicirculares conforman entre ellas la cruz cuadrada, común entre los
pueblos andinos. La poligonal sugiere una figura zoomorfa; la circular evoca el símbolo
del sol debido a sus cinco círculos concéntricos. Cada una dispone de un acceso y de
una rampa por donde fluía el agua conducida desde sus vertientes en pequeños
acueductos de piedra. Tras treinta y cinco años años de estudios, interpretamos que su
función ceremonial fue de purificación, aunque también servían como observatorios
estelares, pues reflejaban, como espejos de agua, el firmamento donde moraban sus
dioses estelares: la luna y el sol.
El agua debió ser el elemento básico de los ritos de purificación, como sucede con
muchísimas culturas. En este caso, pudo inclusive tener cualidades curativas, ya que en
la zona de Tulipe hay manantiales cuyo contenido mineral se considera medicinal. El rol
sagrado y curativo de los baños en las sociedades sudamericanas subsiste hasta hoy.
Pueblos indios del norte de Perú (de Huancabamba, por ejemplo) siguen practicando sus
ritos de inmersión en las lagunas denominadas huaringas, mientras los shuar del sur del
Ecuador identifican a las cascadas como morada de sus arutam, sus almas sagradas.
Según explicaron nuestros invitados –con la libertad de palabra que les dio la guayusa–
en las piscinas de Tulipe los antiguos “bañaban sus males”; a estos espejos de agua
“bajaba el cielo para que los antiguos vean el sol, la luna y las estrellas, y sepan qué hay
que hacer”. Su lectura coincidió con la interpretación que dimos los arqueólogos.
El mismo término Tulipe (o Tulipi) está vinculado con el agua. Se cree que proviene de
dos raíces: tul (o tol) y pi (o pe). Pi proviene del tsafiki (idioma del pueblo Tsáchila), y
significa “agua”. Tul, por su parte, sugiere el topónimo tula, que en kichwa se refiere a
los montículos
artificiales precolombinos. De hecho, el río Tulipe desciende desde el barrio Las Tolas.
En este caso, el significado de Tulipe sería: “el agua que baja de las tolas” o “el río de
las tolas”. LA SOCIEDAD YUMBA Los datos recopilados en este territorio subtropical
andino nos permiten concluir que el sitio monumental de Tulipe es apenas el centro de
un amplio contexto territorial y cultural de un pueblo que aprovechó un ecosistema
boscoso y abundante en agua, donde desarrolló un estilo de vida propio y generó una
cosmovisión mítico-religiosa que guiaba su comportamiento, sin mayores influencias
externas pese a sus buenas relaciones con pueblos vecinos. La reconstrucción
arqueológica sugiere que la sociedad de los yumbos disponía de un poder político
centralizado y jerarquizado, capaz de manejar con eficacia la mano de obra existente;
que estaba dotada de riquezas económicas que satisfacían con creces sus necesidades
primarias; y que conocía bien el uso de materiales, técnicas y sistemas constructivos.
La sal, algodón, ají, coca y otras fuentes de riqueza económica constituyeron la base de
su desarrollo y fueron determinantes en su estratificación social. Los datos
etnohistóricos señalan que su bonanza económica sobrevivió hasta bien entrada la
colonización española. El cultivo de la tierra, la labor textil, la extracción de sal y sobre
todo el comercio –tanto de sus productos como de otros foráneos– fueron sus
principales fuerzas productivas, bajo sus propias reglas y modos de organización. En
otras palabras, las condiciones económicas como efecto de su alta organización social y
su autonomía política eran favorables para que el pueblo yumbo trascendiera, por
ejemplo en grandes obras arquitectónicas como sus construcciones piramidales. LA
ESCRITURA DE LOS YUMBOS Las quebradas y ríos que descienden hacia el
Guayllabamba acarrean consigo rocas de todo tamaño (además de troncos y muchos
sedimentos). En sus lechos hay además ciertos monolitos que testimonian el uso gráfico
aplicado por los yumbos. Se trata de grandes
piedras semisumergidas, en cuya cara superior, generalmente más plana que las otras,
hay series de grabados repetitivos y equidistantes.
Al igual que algunos pueblos de la Amazonía, de la Costa y, en menor escala, del
callejón interandino, los yumbos plasmaron en monolitos signos de alto valor estético
que traducen su cosmovisión, religiosidad y cultura. La presencia de espirales, círculos
concéntricos y figuras antropomorfas es obvia en los petroglifos descubiertos
especialmente en el río Chirapi, y demuestra el manejo de una grafía simbólica por parte
de los sabios y artistas de la nación yumbo. La semiótica interpreta a estos petroglifos
como símbolos de eternidad, infinitud, vida, sol, humanidad, divinidad, fecundidad.
Fueron mensajes escritos en piedra por los sabios yumbos para los yumbos y para las
futuras generaciones.
Para los sabedores amazónicos invitados, el hecho de que las piedras donde escribieron
los yumbos estén en el agua no era coincidencia. “Estas piedras son sagradas, están en
el agua, que es vida, no son simples dibujitos; los yumbos debieron estar allí para recibir
el arutam (espíritu del agua). Ellos sabían escribir”. EL NIÑO EN EL VIENTRE Un
día, a eso de las once de la noche, llevamos a nuestros invitados a la piscina circular de
Tulipe, a escuchar qué pensaban de ella. Se quedaron un rato solos ante este vestigio
(que poco antes ellos mismos habían interpretado como templo al agua). Entonces,
surgió un mágico relato que solo los yachaks están en capacidad de hacer. Iniciaron
hablando de purificación, fecundidad, observación del cielo y un sinnúmero de posibles
funciones y usos de esta estructura de cinco círculos concéntricos. Finalmente,
emocionados, concluyeron lo que para ellos estaba “clarito”. “El bosque o la selva que
rodea a la piscina es la madre –explicaron–. El agua que se llena en la piscina es el agua
que tiene el vientre de la madre embarazada. Ese pasadizo que une la naturaleza con ese
montículo del centro es el cordón umbilical. Y ese montículo circular del medio,
rodeado de piedra, es el guagua que va a nacer”.
La interpretación me pareció insólita. Acepté, asombrado, que los elementos
arquitectónicos coincidían con la descripción dada. Desde entonces me pregunto si los
yumbos también quisieron darle este simbolismo de la maternidad a esta maravillosa
estructura circular. LA FURIA DEL CERRO Y EL VIAJE SIN RETORNO ¿Qué
ocurrió con ese pueblo de mercaderes interregionales, constructores de cientos de tolas
y caminos, escritores de petroglifos, religiosos recíprocos con la naturaleza y el agua?
Las erupciones del volcán Pichincha en tiempos coloniales (entre 1534 y 1868) fueron
pavorosas, con secuelas de muerte para el pueblo yumbo. Si bien la ceniza volcánica era
arrastrada por los vientos costeños hacia Quito, la arena más pesada fue a depositarse en
el territorio yumbo. De la erupción de 1660 se registra una capa de arena amarillenta de
casi veinticinco centímetros de espesor que prácticamente sepultó esta cultura. “Ese fue
el enojo del cerro”, dijeron nuestros invitados. “Nosotros también tenemos que soportar
a veces la ira de los cerros que miran hacia oriente”, refiriéndose al Sangay, al
Reventador y al Tungurahua.
Unos pocos sobrevivientes huyeron hacia territorio Cayapa en la costa esmeraldeña,
otros se incorporaron a pueblos vecinos del sur –niguas, cocaniguas y tsáchilas– y, al
parecer, un grupo numeroso subió a Quito. Los primeros, sumidos en culturas ajenas a
la suya, fueron perdiendo poco a poco su identidad. Mientras tanto, los que fueron a
Quito siguieron emigrando en busca de un ambiente subtropical y de bosque húmedo
similar al que vivían. Se cree que fueron hacia el otro lado de los Andes, a la región alta
amazónica. Hicieron su último viaje y no regresaron más a su territorio occidental.
Después se reconocía a sus posibles descendientes como los “yumbo kichwas del
Oriente”, y se hallan en el alto Napo (Tena, Archidona, Tálag, Ahuano).
Pero no solo fueron las erupciones –y ciertas enfermedades– las que provocaron la
decadencia y colapso del pueblo yumbo. Las invasiones de los incas (1520) y de los
españoles (1539), en un período corto, socavaron la estabilidad social y económica de
este pueblo, cortando las relaciones comerciales con los señoríos serranos. La supuesta
huida de las familias de Atahualpa y Rumiñahui hacia el país de los yumbos radicalizó
la furia de los españoles hacia este otrora rico vergel precolombino.
Luego de aquella noche de interpretaciones sobre la función de la piscina circular,
mientras nos despedíamos, uno de los yachaks que menos había hablado reveló que sus
abuelos habían dicho que ellos, los yumbos kichwas del Oriente, no eran de allá; que
sus antepasados habían llegado del otro lado de los cerros. Esta alegre confidencia sería
una huella que subsiste en la memoria de los pueblos amazónicos respecto a la
migración que tuvieron que hacer los últimos sobrevivientes yumbos de Tulipe. He aquí
un reto para los antropólogos: buscar esa huella y seguirla. Luego, nos corresponderá
escudriñar el patrimonio intangible de los yumbos ancestrales a través de sus actuales
descendientes

La ancestral cultura de los yumbos, denigrada hace cuatro siglos por los cronistas
españoles, ha rebrotado con brillo de la tierra gracias al trabajo de arqueólogos
ecuatorianos, que hallaron muchos vestigios de sus avanzados conocimientos.
El término “Yumbo” proviene del idioma quichua que significa brujo. En la época
colonial, esta palabra se utilizaba para identificar a las etnias de 2 regiones
completamente diferentes de origen, lengua y cultura. La otra etnia, esta si conocida
como Yumbo corresponde a una numerosa población asentada en los territorios de la
montaña noroccidental de los Andes Septentrionales, área que se ubica en la ceja de
montaña occidental y oriental de las actuales provincias de Cotopaxi, Pichincha e
Imbabura y en el siglo XIX desaparecieron.
Yumbo Colorado

El origen Yumbo se remonta a periodos preincaicos de la historia del Ecuador, cuando


los pueblos de la Amazonía y la selva noroccidental establecieron contactos
comerciales, sociales o étnicos con pueblos de la Sierra. El área de Mindo, Nanegal,
Nanegalito, Gualea, Pacto y Calacali guarda evidencias de tres ocupaciones humanas,
cronológicamente distantes y culturalmente desconocidas entre ellas.
La 1era comienza 2000 años a. C. y desaparece por el 500 a.C.(Formativo Tardío), la
segunda inicia el año 800 d.C. y desaparece en 1690 d.C.(Integración, y la 3era surge a
partir de 1870 y continúa vigorosa hasta nuestros días.
La causa de aquellas interrupciones humanas, se debió a las desastrosas erupciones del
volcán Pichincha; sin embargo quedan materiales culturales(cerámica, lítica, huesos,
conchas), que testimonian a cada uno de los pueblos.
“El agua era, en la cosmogonía de los yumbos, la fuente de toda vida, como lo
demuestra el que hayamos encontrado siete piscinas con escaleras descendentes en las
que se desarrollaban los principales actos religiosos de iniciación, purificación y
fertilidad''
“La religión de los yumbos trascendió la fase animista de culto a los animales y fuerzas
de la naturaleza, ya que la interpretación de los petroglifos encontrados demuestra que
concibieron conceptos abstractos como dios hecho hombre y hombre transformado en
dios''. También elaboraron, a partir de la observación de la luna y el sol, concepciones
profundas sobre ``la complementariedad de los opuestos y la alternancia en la
naturaleza de las fuerzas preponderantes''.
Las piscinas de Tulipe, ubicadas a 1450 msnm (metros sobre el nivel del mar). Los restos
arqueológicos de Cocaniguas. Pertenecen a la segunda ocupación, la de los Yumbos
Colorados, cuyos vestigios arqueológicos hablan – contrariamente – a las noticias
etnohistóricas - de un pueblo que plasmó en obras monumentales sus conocimientos de
astronomía, geometría, arquitectura, manejo del espacio, en donde los Yumbos
plasmaron sus conocimientos arquitectónicos y geométricos para honrar a sus
dioses(luna, tierra y agua), mediante ritos de purificación. Para lo cual los shamanes y
sacerdotes de los yumbos utilizaban ayahuasca, coca y otras sustancias psicotrópicas
en sus rituales de comunicación con las deidades''
Prueba de ello: la constelación de “tolas”, “culuncos”, petroglifos, cascadas
frecuentadas y cementerios que se hallan dispersos en todo el territorio de las actuales
parroquias de Nanegal, Nanegalito, Gualea y Pacto.
Los incas, que si llegaron a los territorios de los Yumbos Colorados, en las postrimerías
de su conquista(1530), admiraron y respetaron a este pueblo; pero, para demostrar su
jerarquía absolutista ordenaron construir sus propio templos, sobre las estructuras de
los Yumbos. “Los principales depredadores de las diversas culturas andinas fueron los
Incas”, que fundaron un imperio uniformizador, y desarticularon las estructuras sociales.
A pesar de su elevado nivel de religiosidad, los yumbos, que llegaron a ocupar una
amplia superficie con unas 700,000 personas repartidas en los valles al noroeste de
Quito, hasta las faldas del volcán Pichincha, eran básicamente un pueblo agrícola y
comerciante.
Ello les permitió sobrevivir a la invasión de los incas, que los subordinaron a su poder,
como lo demuestra una piscina elevada que construyeron por encima de las de los
yumbos, y que suministraba agua a todas las demás.

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