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Los documentos más relevantes para conocer el pensamiento íntimo de Kierkegaard son
su Diario, y en segundo lugar una obra breve, escrita en 1848, pero que será publicada
póstuma en 1859. En esta obra, una especie de declaración, el pensador de
Copenhaguen abre parte de su mundo interior. En ella aparecen las complicadas
relaciones que tuvo con sus seudónimos, la conexión entre su obra edificante y su obra
estética; y revela, si bien es cierto con pudor, su relación personal con Dios
En el prefacio de los dos primeros Discursos edificantes (es decir, en una obra religiosa)
introducirá “la categoría”: el individuo: «tenía plena conciencia de que yo era un
escritor religioso y que como tal me importaba “el individuo” (“el individuo”, en
oposición a “el público”), pensamiento en el que está contenida toda una filosofía de la
vida y del mundo».
Una mediación, por tanto, no libre, en la que las elecciones de los individuos son sólo
momentos de la autoafirmación de la vida absoluta del Absoluto. El Absoluto se
identifica con el mundo y con la historia universal. En este contexto se comprende la
afirmación clara y rotunda de Kierkegaard: "toda la confusión de los tiempos modernos
consiste en haber olvidado la diferencia absoluta, la diferencia cualitativa entre Dios y el
mundo".
Pero ¿qué es el individuo para Kierkegaard? El filósofo danés concibe al hombre como
un ser dialéctico. El hombre no es “uno” desde su inicio: es un compuesto que tiene
como tarea propia llegar a ser “individuo”, poniendo la “síntesis” que confiere la unidad
a los distintos elementos que lo integran. Sin embargo, no se trata de un proceso
necesario, pues la síntesis del individuo es el producto de una elección: ésta se alcanza
cuando el hombre se ha escogido a sí mismo libremente, pero sólo si lo ha hecho
apoyándose en el Absoluto, como ser libre y al mismo tiempo como dependiente de la
Potencia Divina.
1) Síntesis de alma y cuerpo
Después del de alma y cuerpo, debemos ahora referirnos a la dialéctica entre finitud e
infinitud. El yo del individuo es también una síntesis entre finitud e infinitud. Si el
hombre no encuentra esta síntesis en su vida, no llegará a poseer un yo. La infinitud del
hombre es un producto de la “fantasía”, que hace que el hombre se encuentre en una
existencia ideal, que rechaza las limitaciones del mundo concreto finito, de sus
circunstancias reales. En un mundo fantástico el hombre se pierde a sí mismo porque se
convierte en un ser imaginario. El rechazo de la finitud refugiándose en una fantasía
infinita puede crear los sistemas lógicos abstractos de Hegel. El yo que rechaza el finito
para habitar en un mundo infinito fantástico terminará en la desesperación.
Un ser individual: las únicas cosas que existen son individuos, lo abstracto no
existe;
Dialéctico: en el hombre hay diversos componentes que se deben sintetizar;
En proceso: la síntesis del espíritu no viene dada, es un esfuerzo libre para
encontrar la unidad en el fundamentarse del yo en el Absoluto;
Como consecuencia, la síntesis del espíritu se convierte en una tarea ético-
religiosa, pues se trata de la constitución del individuo delante de Dios;
Finalizado teológicamente: el individuo se autoafirma sólo delante de Dios; la
falta de fundamento en el Absoluto lleva al yo a la desesperación y a la pérdida
de sí mismo.
Según la conciencia que uno tenga de sí mismo, esto es, dependiendo de la fuerza que
tenga la autoafirmación del yo, el hombre se encuentra en situaciones existenciales
diversas, atraviesa distintos estadios existenciales. En las líneas que siguen intentaremos
presentar las características generales de los diversos estadios.
1) El estadio estético
Se define el estadio estético como aquella situación en la que hombre es aquello que es,
y lo compara al estadio ético, en el que el hombre llega a ser aquello en lo que se
convierte. El hombre es un hacerse, debe alcanzar su telos (fin) y realizar la síntesis del
espíritu. Si se queda en lo que simplemente es, sin poner en movimiento el proceso ético
de autoconstitución del espíritu, permanece estancado en lo inmediato, en el esteticismo.
Identificado con su estado de ánimo mudable, está imposibilitado para el amor, porque
se encuentra atrapado, no en sí mismo, sino en la superficie de sí mismo. No podrá ni
siquiera escoger: delante de él se abren diversas posibilidades, pero al encontrarse
instalado en la superficialidad de la vida, no encuentra razones de peso que le muevan a
escoger una cosa u otra. La superficialidad es negación de libertad y, por tanto,
indecisión.
2) El estadio ético
La existencia ética comporta una tensión hacia un telos, un esfuerzo para llegar a ser
espíritu frente a Dios. Por eso, para Kierkegaard, no se es individuo, sino que se llega
a serlo.
Kierkegaard entiende el devenir ético como la tensión entre el yo real y el yo ideal. Pero
el yo ideal no es el yo fantástico del esteta que no ha logrado poner el espíritu y se
dispersa en un mundo imaginario, en un mar de posibilidades. No, el yo ideal de la
existencia ética es el hombre común, el hombre universal, pero al mismo tiempo es el
hombre concreto, que intenta alcanzar el yo ideal a través de las circunstancias
ordinarias de su vida. Lo ético es, con otras palabras, la vida seria y responsable del
hombre honesto, que se alcanza a través del ejercicio de las virtudes personales, no es
solamente individual, sino que remite a la dimensión social del hombre.
3) El estadio religioso
Sin embargo, Kierkegaard presentará un caso histórico en el que un único individuo fue
contra lo general para obedecer a un mandato divino: Abraham, que para obedecer a
Dios estuvo dispuesto a matar a su hijo Isaac. ¿Fue Abraham un asesino, un impío, o el
padre de la fe? Si la ética de lo general fuera lo absoluto, si la razón fuera la última
instancia para establecer las normas morales de conducta, entonces Abraham sería un
homicida, con todos los agravantes del asesinato de la propia prole.
V. El verdadero cristiano
1) La desesperación
En 1850 Kierkegaard publica su última gran obra Ejercicio del Cristianismo bajo el
seudónimo Anticlimacus, el mismo que el de La enfermedad mortal. El ligamen entre
estas dos obras es fuerte. En La enfermedad mortal Kierkegaard presenta la enfermedad,
es decir la desesperación. En el Ejercicio del Cristianismo, en cambio, se presenta el
remedio, o sea, la fe en Dios..
Frente a la paradoja esencial Hombre-Dios (el Absoluto que deviene, el Eterno que
entra en la historia), la alternativa es escandalizarse o creer. En relación al Hombre-
Dios, el escándalo puede encontrar dos formas. Una es "la posibilidad esencial del
escándalo en el sentido de la elevación, que un hombre individual habla y obra como si
fuese Dios, dice ser Dios". La otra forma es la posibilidad esencial del escándalo en la
dirección de la humillación, es decir, el que pretende ser Dios aparece como un ser
humano humilde, pobre, sufriente, y, finalmente, impotente. Muchos hombres se
bloquean frente a esta humillación. En el primer caso se parte de la cualidad hombre, y
el escándalo se apoya en la cualidad Dios; en el otro, se parte de la determinación que es
Dios, y el escándalo se apoya sobre la determinación hombre.
El hacerse cristiano es una tarea difícil: no es una categoría social objetiva, identificable
con el simple pertenecer a la Cristiandad, al orden establecido. La fe exige abandonar
la razón, y en este abandono la razón descubre sus propios límites. La razón no penetra
nunca en el Absoluto. El interés de la fe respecto al creer es el de concluir y llegar a una
decisión absoluta mediante el salto de la fe; el interés de la razón es el de tener la
reflexión en vida hasta que haya una certeza objetiva. La fe quiere llegar al Absoluto, la
razón quiere continuar la reflexión. La fe no es una determinación en la dirección de la
intelectualidad, sino una categoría ética: está indicando la relación entre Dios y el
hombre. Por esto se exige la fe de creer contra la razón. La posibilidad del escándalo
sólo puede ser evitada en un modo: con el creer. Pero aquel que cree ha debido primero
pasar a través de la posibilidad del escándalo.
La razón lleva al hombre hasta las puertas de la fe: no puede ir más allá. La
elección entre el escándalo y el creer se debe hacer con un acto de libre voluntad.
La fe no es una mera decisión humana: es también don de Dios. Todos los esfuerzos
están destinados al fracaso sin la ayuda de la gracia. No son las razones las que
sostienen las convicciones, sino las convicciones las que fundamentan las razones. La
intervención de Dios, que da el impulso decisivo y la convicción absoluta en el creer,
configura lo que Kierkegaard llama la condición. El punto de partida para llegar a ser
cristiano es recibir la condición, que remedia la debilidad de la conciencia histórica,
siempre aproximativa, y la debilidad del pecado. La condición viene en ayuda del
pecador, y por tanto «a única puerta de entrada al cristianismo es la conciencia del
pecado, pues hace necesaria la ayuda de Dios. Así, el pecador se dispone a recibir la
condición, es decir el don de la fe.
La actitud del imitador es distinta de la del admirador: "Un imitador es o aspira a ser lo
que admira; un admirador en cambio permanece personalmente fuera: en modo
consciente o inconsciente él evita ver que aquel objeto contiene, por lo que a él respecta,
la exigencia de ser o al menos de aspirar a ser lo que él admira". El test para saber si uno
es cristiano es precisamente la imitación de Cristo. ¿Qué nos ha dejado el Modelo?
Cristo nace en la humildad, vive pobre, abandonado, despreciado y humillado. Nuestra
existencia terrena es un examen sobre la imitación del modelo.