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A veces, “las sombrías amenazas” con las que se encuentra un niño, no le permiten su
transformación en “algo disfrutable”. Es uno de esos momentos en que la clínica nos
hace preguntas, nos apremia tanto que nuestra habilidad de artesanos aflora hasta
que de pronto nos encontramos creando un artificio que posibilite el re-lanzamiento
del juego… Conduciéndose como un poeta nos dice Freud, el niño arma sus juegos. Y el
analista, desde su posición de causar el juego, invita a la creación poética,
metaforizando, encontrando nuevas significaciones, posibilitando la transformación
del goce mortífero petrificante en placer y poniendo a jugar al deseo.
Los niños muy rara vez hablan de sus sufrimientos, los ponen a jugar cuando es posible
y es por eso que la palabra, instrumento principal del análisis, con ellos no alcanza. Los
analistas que también trabajamos con niños sabemos que la escena donde se “jugará”
un análisis solo se construye jugando, creando transferencia
Ellos nos ofrecen, cuando todo marcha mas o menos bien, “su tarea predilecta y más
intensa: el juego”[1]. Juego que, en el mejor de los casos, hace despliegue creando
escena y desde la cual el analista, puede lograr eficacias.
Pero a veces, “las sombrías amenazas” con las que se encuentra un niño, no le
permiten su transformación en “algo disfrutable”. Es uno de esos momentos en que la
clínica nos hace preguntas, nos apremia tanto que nuestra habilidad de artesanos
aflora hasta que de pronto nos encontramos creando un artificio que posibilite el re-
lanzamiento del juego.
Linaje de creadores tenemos los analistas, que se pone en acto cada vez que
interpretamos, construimos o cuando abrimos la escena del juego. Apuesta sostenida
desde nuestra posición y ante la singularidad de cada historia que se dispone a ser
leída.
Voy a relatarles uno de aquellos análisis que no se olvidan, por la enseñanza que nos
deja, del que les ofrezco una viñeta:
Los padres de Mia consultan por los miedos de “su niña, ella tan inteligente... la mejor
alumna... la más querida... tiene miedo de todo, no razona, no entiende, ahora no
quiere dormir sola. No sale al recreo en la escuela, tiene miedo a la oscuridad, las
maestras no saben qué hacer, nosotros le hablamos, le explicamos, ella no entiende...
con todo lo que se la ama y se la cuida…. No la dejamos ir sola a ningún lado, menos a
los pijamas-party, imagínese, ahí puede haber un hermano o algún padre... quién sabe.
A todas partes la acompañamos, y si no podemos, no la dejamos ir... hay tantos
peligros en la calle... ” Amor incuestionable el de estos padres, que no permite al goce
condescender al deseo.
Llantos y gritos desesperados cuando debía separarse de sus padres, por un corto
tiempo, que por su problemática para ella era eterno. Separaciones de las que ya
había hecho su experiencia puesto que tenía 9 años.
Mia había vislumbrado algo de esa libertad cuando quedó nuevamente capturada en el
Otro. Su nombre, además, le aseguraba que ella le pertenecía a un otro.
Algo de la libertad se dejó entrever, y si ya algo se vio no se puede volver a ese lugar
primero.
En un primer tiempo instauré la vía telefónica abierta para cada vez que se sintiera
presa de este pánico, como un modo de que le pudiera decir algo de su malestar. El
teléfono no cesaba de sonar a cualquier hora, de día o de noche, pero sólo se
escuchaba su llanto.
Avance de un goce petrificante y mortífero, que no sólo paralizó su escueto juego sino
que la convirtió en una niña de rostro triste, sin escuela, sin amigas, sin deseo.
La angustia en Mia hacía señal de que algo debía desaparecer, había algo de lo que ella
quería liberarse: Ser el objeto que cubre la falta del Otro. Pero esta angustia había
montado una escena infranqueable en la que los personajes eran ella y su llanto. No
había pausa que dé un instante de respiro.
La operatoria del análisis urgía, era imperioso inventar un artificio que ponga límite al
goce en el que Mia estaba atrapada, petrificada y petrificante. Era necesario abrir una
escena de juego, ¿cómo hacerle espacio en este verdadero mar de lágrimas? Tiene que
haber una ley, algo que interdicte, que frene el sufrimiento hecho goce y dé lugar a la
creación, a la metáfora por medio del juego- pensé en esos tantos momentos que uno
piensa en sus analizantes sobre todo cuando las cosas no marchan.
Algo de Mia debía ser expulsado para iluminar lo opaco de la vida de esta niña.
Y así, un día, escuchándola llegar llorando a los gritos, abrí la puerta y apoyándome en
la transferencia, le dije:
“Acá no se viene a llorar, acá se juega, pero como todavía vos no podés dejar de llorar,
podés hacerlo durante 10 minutos y después jugamos, y además vamos a fabricar una
cajita donde guardaremos la lista de cosas feas que te pasen”.
Intervención en lo Real que al instaurar una ley del orden de lo Simbólico, hace sus
efectos en la escena Imaginaria. RSI se reacomodan, delimitando espacio y tiempo,
adentro y afuera, acotando el goce y cediendo terreno al juego.
Freud dice que “el juego transforma las más sombrías amenazas en algo
disfrutable”[3]. Leo allí que esa transformación se produce porque el placer, que luego
devendrá deseo, pone un límite al goce, atenuando la severidad del superyó. El
movimiento en la economía de goce que produce el jugar conlleva la reinstalación del
deseo.
Durante muchas sesiones Mia llegaba y obedientemente lloraba los 10 minutos luego
sacaba un papel muy arrugado con una lista de todo lo feo que le pasó en la semana, el
que leíamos antes de ponerlo en la cajita y luego a jugar.
Los llantos y las cosas feas quedaron así limitados a un tiempo y espacio, frenado el
avance del goce podía ahora el juego ocupar su lugar.
Nos dice Freud que “El juego del niño es regido por sus deseos, el de ser grande, de
parecerse a los adultos, a ser mayor[4].” Es en tanto Mia va jugando lugares que va
identificándose y a la vez tomando distancia de la identificación de unos padres que no
le pueden sacar los ojos de encima, que la hacen presa de su propio goce, mostrando
la falta de la falta, pretendiendo un amor que no admite separación y de lo que ella
quiere librarse poniendo distancia en su escena lúdica para caer de ese lugar de objeto
al que está férreamente adherida. Escenificación que en transferencia, le posibilita
jugar otros lugares, puesta en ejercicio de ese tiempo de suspensión de desasimiento
del Otro.
“La tarea predilecta y más intensa del niño es el juego, quizás pueda afirmarse que
todo niño al jugar, se conduce como un poeta, ya que crea un mundo propio o, más
bien, dispone los objetos de su mundo en un orden nuevo, grato para él”.
Conduciéndose como un poeta nos dice Freud, el niño arma sus juegos. Y el analista,
desde su posición de causar el juego, invita a la creación poética, metaforizando,
encontrando nuevas significaciones, posibilitando la transformación del goce
mortífero petrificante en placer y poniendo a jugar al deseo.
Nota: el material desarrollado, respeta la lógica del caso, pero porta las
transformaciones necesarias para sostener la discrecionalidad y reserva
correspondientes a cada abordaje clínico.
[1] Marrone Cristina: Rueda Ed. Tomo XXI “Apuntes de clase”. Clínica con niños. La
posición del analista. Tucumán 2001
[2] Freud S. “Personajes psicopáticos en el teatro”, en “Esquema del Psicoanálisis y
otros escritos…”.
[3] Karothy, Rolando: “Vagamos en la inconsistencia” Colección Lazos. Pag.73
[4] S. Freud, Op. cit