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LA RESPONSABILIDAD CIVIL EN LA ERA TECNOLOGICA

PRIMERA PARTE

INTRODUCCIÓN: EL AVANCE TECNOLÓGICO Y SU INFLUENCIA EN LA RESPONSABILIDAD CIVIL

Esta tesis doctoral, que podría insertarse en el género jurídico-proyectivo, pretende examinar y sistematizar las
tendencias actuales que se advierten en el campo de la responsabilidad civil, y en base a su análisis y persistencia a
través de los últimos tiempos, estimar la prospectiva, mediante una suerte de futurología científica de ese instituto.
La elección del tema surge de la admiración que provoca el avance tecnológico en las últimas décadas y que
constituye un desafío para que la Argentina asuma, mediante su modernización, la integración dentro de esta nueva
etapa del mundo coincidente con la entrada al siglo XXI.
El trabajo desarrolla los estadios del proceso técnico y la influencia que ellos tuvieron en las ciencias sociales y que,
obviamente, se manifiestan en el Derecho por la interdependencia de los fenómenos científicos, económicos,
políticos y sociales. Como referencia histórica, se analiza brevemente la Revolución Industrial y sus aspectos más
salientes: maquinismo, urbanismo e industrialismo y las consecuencias jurídicas de esa etapa técnica que fueron:
La regulación de los daños por accidentes laborales, la problemática de los automotores, los perjuicios causados por
aeronaves a los terceros en la superficie, y, en fin, la aplicación de la teoría del riesgo en nuestro artículo 1113,
párrafo segundo, segunda parte del CódigoCivil.
La era tecnológica -a su turno- presenta nuevos problemas al derecho de daños: responsabilidad civil por productos
elaborados, las últimas formas de dañosidad en el ejercicio de las profesiones riesgosas, la transmisión de
enfermedades contemporáneas como el sida, el daño colectivo, los daños nucleares, el daño ambiental,
responsabilidad civil emergente de la informática, los futuros daños que aún nos aguardan como consecuencia del
desarrollo de la biotecnología. Todo ello ha generado la preocupación de los juristas en los últimos tiempos,
tendiente a lograr la adecuación del Derecho a aquellas manifestaciones.

Estas cuestiones -resultado de la evolución tecnológica- fueron conformando verdaderas


tendencias en la teoría general de la responsabilidad civil:

1) la ampliación de los daños reparables;


2) la objetivación de la responsabilidad civil;
3) la prevención y evitación de los daños;
4) el aumento de la nómina de factores de atribución;
5) el ensanchamiento de la posibilidad de reclamar: sea por el campo más amplio de legitimados pasivos contra
quienes dirigir la acción o por el reconocimiento de mayor cantidad de legitimados activos;
6) el aligeramiento a la víctima de la carga de la prueba, que también se logra, en ocasiones,
por las presunciones de causalidad cada vez más numerosas; un proceso gradual de
socialización de los riesgos mediante el seguro obligatorio y la seguridad social;
7) y, en fin, la protección de las víctimas de daños asegurándoles el cobro de la
indemnización que se alcanza mediante mecanismos tales como la invalidez de la
abreviación convencional del plazo de prescripción, la nulidad de las cláusulas limitativas
de responsabilidad o la creciente preocupación por reglamentar los contratos de contenido
predispuesto y con condiciones generales.
Este diseño nuevo del derecho de daños nos lleva también al replanteo de sus funciones y
fundamentos que adecuen a los nuevos tiempos. Sobre el tema ver el extraordinario trabajo
de Atilio A. Alterini.

A partir de las tendencias descriptas elaboramos la prospectiva de la reparación de daños y


analizamos los "futuribles": una serie de futuros posibles, "las varias marchas de las cosas
en trance de llegar a ser", como decía Bertrand de Juvenel.
El desarrollo intelectual de los tiempos recientes ha dado cabida al "futurismo": en los
países de avanzada los pensadores de talento están dedicados devotamente al estudio del
mañana. La "Sociedad para el Futuro del Mundo" con sede en los Estados Unidos alega
tener decenas de millares de miembros que van desde planificadores de empresas y
ecologistas radicales hasta maestros y expertos en ordenadores.
La sociedad y la cultura cambiantes que caracterizan a nuestra época hacen imposible que
el pasado sirva como guía segura para resolver los conflictos que plantea el Derecho. El
análisis del presente y las experiencias de países tecnológicamente adelantados nos
permiten ver con mayor claridad respecto de nuestras posibilidades del mañana.
La noción de previsión o pronóstico es el contenido de los "futuribles": gama de los futuros
posibles. Esta tesis, más que plantear una variante de futurología o de predicciones,
pretende analizar las tendencias que se están acentuando en el apasionante tema de la
responsabilidad civil y esbozar la prospectiva para el Derecho nuestro, que es quizá
presente en sistemas jurídicos de otros países.
Sin caer en el facilismo de la extrapolación lineal -es decir, la ampliación y desarrollo de
las tendencias presentes enunciadas- es dable deducir que al menos las que corresponden a
procesos más recientes, continuarán existiendo u operando.
La primera de las conclusiones de la prospectiva del derecho de daños es la ampliación de
su resarcibilidad. A ello se suma también como porvenir probable la unicidad del instituto
contenido en un solo sistema con extensión de reparación plena, y más aún, la unificación
del derecho civil y el derecho comercial con amplio predominio de éste sobre el primero.
La transformación de la responsabilidad civil se producirá por la convergencia de fuerzas o
tendencias que a su vez se originan por la interrelación de los acontecimientos y fenómenos
sociales. No se puede hablar de un cambio de vida económico sin trascendencia en la vida
familiar, en la energía o en los sistemas ecológicos. La influencia de las circunstancias que
a diario impactan en la vida de relación van moldeando también la ciencia del Derecho.
CAPÍTULO I

DERECHO DE DAÑOS

I. LA RESPONSABILIDAD CIVIL

El concepto actual de la responsabilidad civil comporta algo más que una forma de sanción;

la reparación de daños es además, y fundamentalmente, la satisfacción al acreedor del


crédito que ha nacido como consecuencia del ilícito sufrido.
Conforme la teoría de la "deuda y responsabilidad" elaborada en torno a la naturaleza
jurídica de la obligación, se ubica al resarcimiento en el segundo tramo de la relación
obligacional.
En su concepto de sanción se impone como reacción del ordenamiento jurídico a la
infracción de los deberes jurídicos: tal consecuencia es un disvalor para quien es pasible de
ella. Como función resarcitoria supone un principio de equivalencia entre el daño y la
indemnización con la cual se lo enjuga.
Funciona como el medio de restablecer el derecho violado volviendo las cosas al mismo o
igual estado en que estaban antes del acto antijurídico: el restablecimiento de la situación
conforme a Derecho, o en otros términos, el desmantelamiento de la obra ilícita.
Desde el título mismo de su trabajo la jurista francesa Yvonne Lambert-Faivre destaca "la
evolución de la responsabilidad civil de una deuda de responsabilidad a un crédito de
indemnización".
La nueva teoría general de la reparación de daños atiende más que al castigo del autor, a la
indemnización plena de los perjuicios irrogados al acreedor de la acción. El concepto de
sanción tenía su razón de ser ante la existencia del único factor de atribución subjetivo de la
responsabilidad -culpa o dolo-, y por ello se entendía lógico y primordial reprimir al autor
del incumplimiento.
Se prefiere actualmente hablar de reparación de daños. Esta postura adoptada por la más
moderna doctrina y jurisprudencia no se sitúa sólo del lado del responsable obligado a
reparar, sino pone el acento en la víctima -el acreedor que reclama la indemnización- sin
que exista muchas veces un "culpable" en el sentido tradicional del término.
Tanto la represión como el resarcimiento pertenecen a una misma función de la
responsabilidad que se dirige al deudor desde el primer ámbito, y funciona para el acreedor
desde el otro aspecto.
Es evidente que el Código Civil de Vélez Sarsfield enfoca la responsabilidad en vistas a la
sanción más que a la reparación, porque la mira puesta en el autor era lo que determinaba el
nacimiento de la indemnización: para nuestro Código Civil el responsable era el autor y
siempre que fuera "culpable" (Art. 1067, Cód. Civ.).
Este principio: no hay responsabilidad sin culpa, de neto corte subjetivista, traía como
consecuencia la idea de reproche al causante del daño.
Creemos acertado hablar hoy de resarcimiento como retribución que tiene por finalidad
hacer desaparecer los efectos ya sucedidos del acto ilícito -en sentido objetivo- y
desmantelar sus consecuencias retribuyendo a la víctima de los efectos del daño sufrido.
Bustamante Alsina nos dice que "la revisión del sistema de la responsabilidad civil no
significa un dar vuelta a las cosas, un destruir cimientos para edificar de nuevo. Significa
aceptar los dos enfoques y armonizarlos. Significa ampliar las fronteras de la
responsabilidad civil... Más allá de la culpa, sin excluirla; más allá de la responsabilidad
civil, sin desecharla".
La responsabilidad basada en el riesgo se completa con la responsabilidad basada en la
culpa. El asegurador que resarce un daño por accidente de automóvil, así como el Estado
que responde por los daños causados por sus funcionarios con base en responsabilidad
objetiva, tienen derecho de regreso contra el autor directo del daño con fundamento en el
factor subjetivo de atribución.
La propia expresión "responsabilidad" que viene del Derecho Romano tiene connotación
subjetiva; pero el interés actual del debate sobre la responsabilidad se concentra en el
problema de la imputación del perjuicio, en determinar quién va a soportar el daño más que
la verificación de quién es el responsable por el evento dañoso.
Tradicionalmente y por definición la "responsabilidad civil" implica un conflicto que
enfrenta a dos personas, una de las cuales es titular del crédito y otra que debe reparar el
daño (responsable es el que responde). Esta postura clásica es revisada a partir de las ideas
de Josserand, para quien "alguien" debe resarcir siempre de el daño sufrido, y ese "alguien"
hasta puede ser la víctima.
Trigo Represas advierte con acierto que en esas dos fórmulas se encuentra en debate el
fundamento de la responsabilidad civil: "quienes adoptan la definición restringida, se
mantienen dentro de la concepción tradicional de la “culpa”, la que exige, al menos en
principio, que haya mediado una conducta reprensible por parte del autor material del daño,
para condenarlo a la reparación. Pero, en cambio, si se parte del presupuesto de que todo
daño tiene un responsable, el planteo se desplaza a una simple cuestión de repartición de
daños".
La propuesta de cambiar la denominación de responsabilidad civil por "teoría general de la
reparación del daño" no es sólo un formalismo, sino que permite desprenderse de prejuicios
para así de una vez por todas abrir los ojos a la realidad y elaborar una nueva teoría cuyo
epicentro sea el daño.
Mosset Iturraspe interpretó con su frase "la mirada de la Justicia se dirige ahora a la víctima
inocente" el tono actual del derecho de daños, y es lo que Alterini interpreta como la
perspectiva axiológica cuando dice "...en definitiva, el daño se refleja sobre un hombre; en
definitiva, hay un hombre detrás de cada daño causado. Al privilegiar al hombre-víctima
con relación al hombre-victimario se considera la situación particular de la sociedad
contemporánea, convertida por la tecnología, a la par que fascinante, en altamente riesgosa;
y al hacerlo, se atiene al sentir común del hombre de nuestros tiempos. Entre dos inocentes
-muchas veces el victimario lo es en el plano moral- se prefiere al inocente-víctima, porque
es quien sufrió el menoscabo resultante, con suma frecuencia, de la tecnicidad creciente".
Estamos dentro de la órbita de responsabilidad, tanto cuando el acreedor utiliza los medios
legales para compeler al cumplimiento de la obligación (Art. 505, inc. 1º, Cód. Civ.), como
en la responsabilidad precontractual, o cuando utiliza subsidiariamente el remedio del
inciso 3º del artículo 505 del Código Civil para obtener las indemnizaciones
correspondientes.
Explica con acierto Atilio Aníbal Alterini que para que el damnificado haga uso de los
mecanismos que el Derecho pone a su alcance, el deudor ya habrá incumplido aunque sea
relativamente con su obligación, o bien su conducta habrá hecho sospechar a aquél de la
disminución del patrimonio, dándole entonces el ordenamiento legal las medidas
reparadoras para cuidar la garantía de su crédito.
El objeto de la responsabilidad civil es la prestación que se impone al deudor para satisfacer
el daño inferido al acreedor.
Nuestro criterio actual del resarcimiento adhiere a la teoría de "distribución" de daños que
desarrollara Josserand. Un jurista español con claridad sintetiza la pugna entre la justicia
contributiva y la justicia distributiva, "según se trate de reparar un daño causado por el
propio responsable (donde se aplica la primera), o bien de reparar un daño no causado por
el responsable, caso en el cual la justicia actúa en función distributiva, no buscando una
reparación del daño por parte de la persona que lo ha cometido, sino una distribución de ese
daño entre los demás cargándolo a la persona o personas que se considera más equitativo
que lo satisfagan".
Esta posición no nos impide reconocer que la finalidad de la reparación estriba -
fundamentalmente- en la satisfacción de la totalidad de los perjuicios sufridos por el
acreedor: el hombre moderno no se contenta con adjudicar el daño a la desgracia y pretende
su reparación, "...allí donde antaño se soportaba el daño causado inclinándose ante el azar
nefasto, se intenta hoy encontrar a su autor".
Decía Josserand: "tenemos sed de justicia, esto es, de equilibrio jurídico y cuando sucede
un desastre buscamos al responsable; queremos que haya un responsable; ya no aceptamos
dócilmente los golpes del destino, sino como un acto directo o indirecto del hombre...".
Este sentimiento general es considerado relevante para la Corte Suprema de Justicia que lo
reconoció ampliamente en el fallo "Santa Coloma c/FF.CC. Argentinos s/daños", y rige
tanto para los perjuicios materiales como morales; nuestros contemporáneos no creen que el
dolor sea "un maravilloso instrumento de perfección moral" como pensaba Llambías.

II. LA INDEMNIZACIÓN DE DAÑOS EN EL CÓDIGO CIVIL DE VÉLEZ

SARSFIELD

Previo al examen del sistema de la culpa como único fundamento de la responsabilidad


civil en el Código redactado por Vélez Sarsfield, debemos ubicar someramente las
condiciones económicas, políticas y sociales que se daban en nuestro medio, mientras se
redactaban los artículos pertinentes de la ley de fondo.
Es frecuente encontrar en las obras especificas copiosos antecedentes europeos que
inspiraron a Vélez Sarsfield el sistema de la responsabilidad civil, en especial el Código
Civil francés de 1804 que consagró la tesis de Domat ("no hay responsabilidad sin culpa"),
pero a veces soslayamos investigar qué pasaba en nuestro propio medio y situarnos
imaginariamente en "La Gran Aldea" para interpretar el fundamento político-social de las
ideas rectoras del codificador.
a) Época de su redacción
La elaboración del Código Civil se produjo entre 1864 hasta su sanción en 1869, fecha en
que se declaró coincidentemente el conflicto bélico con el Paraguay.
En 1864 se desarrollaba la incipiente guerra mientras el país seguía ajustando su ritmo a los
dictados del ferrocarril, el telégrafo y la iluminación a gas; con el desarrollo de las primeras
colonias, nacía la agricultura comercial en nuestro medio.
En 1865 los diarios traían como noticia más destacada: "...la Argentina alcanza este año un
preponderante lugar en la economía mundial, puesto que se la coloca en el primer lugar
como nación exportadora de lanas...".
En 1866 se instalaba en la ciudad la electricidad, y mientras la guerra con el Paraguay
continuaba, el progreso crecía y se establecían las primeras fábricas de seda vegetal y tintas
para teñir mientras se levantaba en Rosario una refinería de azúcar.
1867 estuvo signado por el terror mundial a los daños que podía provocar el demoledor
invento que constituyó la dinamita; la situación interna seguía siendo desoladora porque a
los problemas que acarreaba el conflicto con el Paraguay se sumaban las guerras civiles en
diversas provincias del oeste y del centro.
En 1868 aparecía el primer tranvía en Buenos Aires que desató una ola de críticas que
usaba como lema... "los tranvías son peligrosos, muchos morirán bajo sus ruedas"...; pero
ellos ganaron la batalla y se logró que el Poder Ejecutivo ordenara la presencia de un
pregonero, quien, veinte pasos adelante, con una corneta anunciara a los transeúntes el
inminente paso del "tranway".
El mismo año asumía la presidencia Sarmiento acompañado por Adolfo Alsina; y durante
su gobierno, en 1869, se aprobó el Código Civil que redactara Dalmacio Vélez Sarsfield. Se
realizó el primer censo nacional que arrojó por resultado una población total de 1.877.490
habitantes, de los cuales pertenecían 187.346 a la Capital, calculándose en poco mas del
20% la población alfabeta de todo el territorio....
El Código Civil fue fiel a su tiempo: dedicó ocho artículos a daños causados por animales
(Arts. 1124 a 1131) y sólo seis a daños producidos por las cosas (Arts. 1113 y 1132 a
1136).
Aquél fue el contexto político, social y económico del codificador, su marco de referencia,
unido a la influencia y al atractivo del liberalismo que impregnaban el Código Civil
francés. Nuestro Código Civil no obstante su ideología coincidente con uno del siglo XIX
(el francés de 1804), en realidad viene aun del siglo XVII (a través de Domat) y del siglo
XVIII (a través de Pothier). Cuando aceptó el encargo que por decreto del presidente Mitre
le encomendaba la redacción del proyecto de Código Civil, Vélez Sarsfield entre otras
cosas decía: "...las ciencias no son estacionarias; el progreso es su vida...", "nos hallamos en
los días de una transformación social en usos y costumbres...", "...no prometo pues hacer el
Código Civil que deba regir en la República Argentina sino principiar la obra y poner en las
fórmulas del Proyecto los problemas jurídicos que otros hombres y otros conocimientos
superiores a los míos deben resolver...".
b) La culpa como único o principal factor de atribución
El Código Civil siguió el lineamiento del pensamiento individualista y liberal de raigambre
ius naturalista, que establecía a modo de sanción la responsabilidad civil ante el actuar con
culpa.
Esta responsabilidad subjetiva basada en la idea de reproche aparece casi como un castigo
moral de consecuencia lógica, justa y razonable para ese individuo libre, económicamente
emprendedor, propulsor del progreso, impulsado en su crecimiento por la idea de un futuro
brillante para la Argentina, importador de modas y adelantos europeos.
Michel Villey, citado por Ramón Daniel Pizarro, ha admitido que "la doctrina de la culpa
como fundamento de la responsabilidad civil constituye un producto académico, y que se
revela como 'falsa e inadecuada' para nuestro tiempo", "...sin duda seduce en ciertos
aspectos: adornada con los atractivos del liberalismo, habría sido el paraíso de la libertad, si
como lo han soñado sus autores, nadie podría ser responsable más que por su culpa o de su
hecho...".
Algunos de nuestros destacados juristas entienden que Vélez Sarsfield reguló casos de
responsabilidad objetiva y que la culpa no era el único y excluyente factor de atribución
para el codificador. Alberto J. Bueres dice que "una interpretación funcional de la ley, y
además modeladora de los fines del legislador, permite sin esfuerzo arribar a la conclusión
de que en el propio sistema del Código el acto involuntario podía ser ilícito, y asimismo,
junto a la culpa existieron otros criterios legales de imputación objetivos... a pesar de no
haberlos conocido científica y sistemáticamente como se los concibe en la actualidad".
Para Alfredo Orgaz también "nuestro Código ha acogido, desde su origen, en cuanto a los
daños causados por animales, la responsabilidad objetiva", y agrega: "...bastaba la
causalidad: sólo cuando ésta se destruía cesaba la responsabilidad".
Quienes opinan de este modo citan en su apoyo la responsabilidad civil por la tenencia de
animales feroces (Art. 1129, Cód. Civ.) y el artículo 1133 del Código Civil en su versión
original.
En el criterio del codificador el elemento subjetivo también subyace en la responsabilidad
por el hecho ajeno o por los animales: el guardián por no tomar las diligencias debidas en la
custodia de ellos, y en el caso del daño cometido por el dependiente, por la culpa in
eligendo o in vigilando.
No es en base a un fundamento objetivo, sino a la imputación de la culpa -que nos viene
desde la Lex Aquilia- que el legislador le atribuye responsabilidad al comitente o guardián.
El artículo 1067 del Código Civil es concluyente: "...no hay acto ilícito punible... sin que a
sus agentes se les pueda imputar dolo, culpa o negligencia".

CAPÍTULO II

REVOLUCIÓN DE LAS ETAPAS DEL PROCESO TÉCNICO

I. EL DESARROLLO DE LAS TÉCNICAS

La "era tecnológica" ocupa hoy un importante lugar en la literatura; se encuentra presente


en las reflexiones de los políticos, economistas, sociólogos, psicólogos y felizmente en los
juristas que piensan el "Derecho vivo" para la sociedad que nos aguarda.
Es necesario precisar los conceptos de técnica y tecnología para luego definir qué se
entiende por era tecnológica.
"Técnicas son los procedimientos y métodos de creación de bienes materiales de consumo,
de equipo o de comunicación, cuya libre disposición ha determinado y determina todavía la
evolución del modo de vida del hombre".
Ellas tienen siempre origen natural y sus procesos de extracción, transformación y
aplicación dan por resultado el suministro de productos.
Tecnología -término que aparece en el siglo XVIII- significa conceptualmente "discurso
sobre las técnicas": es la ciencia razonada de éstas. No obstante, en el lenguaje corriente se
emplea "tecnología" cuando se habla de dominios avanzados, para los cuales el soporte
científico de la creación tecnológica se encuentra extremadamente desarrollado.
El estudio histórico de las técnicas nos demuestra en cuanto a su evolución que ella ha sido
progresiva, que no ha habido en el curso de la historia una regresión o estancamiento en su
desarrollo, aunque la progresión ha sido por etapas discontinuas. Maurice Daumas señala
las distintas eras del progreso técnico de las que revisten especial interés para nuestro
propósito: a) la etapa clásica, que abarca dos siglos desde mediados del siglo XVIII, y b) la
científica o "era tecnológica", que comienza en el siglo XX”.
Se admite sin discusión por los expertos que se ha producido una aceleración temporal de la
creación técnica, dado que en las primeras etapas se considera como unidad cronológica el
milenio, luego los avances se cuentan por siglos, y en la era tecnológica se consideran por
décadas.
La aceleración del ritmo de creación se atribuye a dos motivos:
cada período capitalizó las conquistas de los anteriores y, a su vez, esa base que sirvió para
la invención e innovación fue manejada cada vez más por los especialistas y expertos. De
allí la progresión geométrica que alienta el crecimiento técnico.

II. MAQUINISMO. INDUSTRIALISMO. URBANISMO

La etapa clásica -a que hiciéramos referencia- incluye la era del maquinismo y la


revolución industrial: tiempos históricos que debemos analizar para comprender las
primeras manifestaciones de transformación de la teoría de la responsabilidad civil.
T.S. Ashton, cuyo libro The Industrial Revolution aparecido en 1948 ha sido traducido a
todos los idiomas, sitúa el comienzo de la "Revolución Industrial" en el año 1760,
obviamente en Europa y especialmente en Gran Bretaña.
Las estructuras de este proceso están constituidas en principio por la industria textil,
dominio predilecto de la expansión del maquinismo, para luego evolucionar con la
producción siderúrgica y la explotación de la nueva fuente de energía: el vapor.
A ellos siguió la mecánica del hierro y la creación de las máquinas-herramienta en el
transcurso de las primeras décadas del siglo XIX; entre otras, la máquina de coser en 1846
y la de escribir en 1873.
El industrialismo nació en Europa, pero si debemos precisar su cuna nos tenemos que
referir a Gran Bretaña con el take-off de Rostow y la aparición de la gran industria minera
seguida pronto por el comienzo de la química orgánica, con la fabricación del gas de
iluminación y la explotación de sus subproductos.
El umbral del maquinismo se sitúa no antes de 1780; fue precisamente en estos años en que
se construyó el segundo tipo de máquinas a vapor con motor de doble efecto, y aquel se
constituyó en la nueva fuente de energía para las manufacturas y los barcos y dio lugar a la
creación de los ferrocarriles con la línea Manchester-Liverpool en 1829.
La era de la Revolución Industrial comenzó principalmente como un período de
descubrimientos en el dominio de la mecánica práctica: fueron productos del sentido común
y del ingenio, más que del conocimiento científico aplicado; el resultado de experimentos
prácticos realizados con el propósito de probar en busca del acierto o del error, y por
personas de oficio manual de antiguo arraigo.
Así como la máquina de hilar es el símbolo de comienzos del maquinismo, rápidamente
pasa a ser el hierro el emblema de la época de las máquinas a vapor, para luego
transformarse en el acero. Afirman los expertos que la conversión directa del hierro colado
en acero constituye un ejemplo espectacular no igualado en toda la historia de las técnicas.
La conjunción y complementariedad de los cuatro factores técnicos desarrollados desde
fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX: a) maquinismo textil; b) motor a vapor; c)
técnica siderúrgica; d) construcción mecánica, aseguraron la transformación del mundo y su
encaminamiento hacia una nueva época: la Revolución Industrial. Cambios paralelos
tuvieron lugar en la estructura de la sociedad.
"Naturalmente, esta mutación técnica estuvo enmarcada por factores de carácter político,
económico y financiero de los que no se la puede disociar; el fenómeno constituye un todo
sin solución de continuidad y así va a manifestarse hasta nuestra época".
Otro fenómeno cultural conocido como urbanismo tuvo su origen en la Revolución
Industrial. Las ciudades comenzaron a ser polos de atracción de la gente que hasta el
momento se dedicaba a las tareas agrícolas. Hombres y mujeres nacidos y criados en el
campo llegaban a los centros urbanos para vivir comprimidos, ganando su pan no tanto
como familias o grupos de vecinos sino como unidades dentro de la fuerza de trabajo de las
fábricas.
La causa del crecimiento de la población fue más de una y el origen complejo: la
convivencia de hombres y mujeres en las fábricas y talleres aumentó el número de
matrimonios a edad más temprana con la consiguiente alza de la tasa de natalidad, y el
descenso de la mortalidad coadyuvó para el desarrollo urbano.
También tiene su explicación el auge del capitalismo; simultáneamente se explotaron
nuevas fuentes de materias primas, se abrieron mercados desconocidos y se idearon
originales métodos de comercio. El capital aumentó en volumen y en fluidez: el papel
moneda tuvo su base oro y apareció el sistema bancario. En los negocios el Estado vino a
desempeñar un papel menos activo, en tanto que el individuo y la libre asociación se
incrementaban. Se transformaron las concepciones sobre la naturaleza y finalidad de la vida
social.
Al mismo tiempo que se incrementaba el capital, crecía el número de personas con ingresos
más que suficientes para satisfacer sus necesidades primarias: se acrecentaba el poder del
ahorro, y éste, empleado en forma productiva, se capitalizaba. Las profundas minas, las
bien construidas fábricas y el considerable número de casas edificadas como resultado de la
Revolución Industrial, fueron producto del capital barato.
Por encima de todos esos factores económicos y materiales había algo más: el comercio
internacional amplió las fronteras geográficas del hombre y la ciencia también modificó su
concepción del universo, por ello puede decirse que la revolución industrial fue una
subversión también de ideas, aportando una nueva actitud ante los problemas sociales.
Los Estados Unidos aunque rezagados respecto a Gran Bretaña caminaban al mismo paso
que Europa continental, constituyéndose en mercado y fuente de abastecimiento de aquélla.
Por último, América del Sur, también se abre al comercio a causa del derrumbamiento del
sistema colonial exclusivista de España.
Las primeras manifestaciones del fenómeno sindical se han visto en las protestas de los
obreros ingleses que a veces con violencia comenzaron a hacerse oír y provocaron
enfrentamientos en procura de mejores condiciones de vida. El sentimiento de un interés
común impregnaba a las asociaciones regionales impulsándolas a aglutinarse y prestarse
ayuda mutua en tiempos de crisis, y para fines de siglo -dice Ashton- el unionismo no era
algo esporádico, sino que se caracterizaba como un verdadero movimiento.
"El industrialismo era algo más que chimeneas y cadenas de producción. Era un sistema
social rico y multilateral que afectaba a todos los aspectos de la vida humana y combatía
todas las características de la pasada revolución agrícola".
"El industrialismo fue una civilización, un sistema social. No sólo una economía y un
sistema político, sino una cultura, un conjunto de instituciones sociales, una epistemología,
una forma de vida integrada".

III. EFECTOS DE LA ERA INDUSTRIAL EN LA RESPONSABILIDAD CIVIL

En el Derecho de daños la Revolución Industrial ha dejado sus huellas:


a) la legislación laboral específica y relativa a los accidentes de trabajo que se concretó en
nuestro país con la sanción de la ley 9688;
b) la temática de los daños producidos por la circulación de automotores;
c) los daños aeronáuticos;
d) la teoría del riesgo y su aplicación en el artículo 1113, párrafo segundo del Código Civil
conforme la reforma de la ley 17.711.

CAPÍTULO III

MANIFESTACIONES DEL INDUSTRIALISMO EN EL DERECHO DE DAÑOS

I. TEORÍA DEL RIESGO: SUS APLICACIONES

En el Derecho primitivo la responsabilidad era objetiva, a tal punto que a cada daño
correspondía una pena sin interesar la culpa del agresor; se relacionaba la injusticia y el
daño.
Alterini predica que la cultura actual está teñida de primitivismo, "que significa una actitud
de retorno a la simplicidad anterior a los refinamientos de la civilización en la era
tecnológica y, en su caso, de apartamiento de los cánones académicos... Así pues, la
inmersión en el primitivismo cultural -que el jurista describe- es coincidente con el
desarrollo de la imputación objetiva del deber de resarcimiento, y aun con su atribución a
grupos, cuando no se puede establecer quién de sus integrantes fue el causante del daño
(responsabilidad colectiva)...".
Todo ello nos hace reflexionar sobre la coincidencia con las palabras de López Olaciregui
cuando nos dice que en el Derecho de hoy no interesa tanto el daño causado sino el daño
injustamente sufrido por la víctima.
Las formas iniciales de imputación objetiva se remontan al Código de Hammurabi de hace
cuarenta siglos y a las leyes de Manú. Se produce recién la transformación del fundamento
de la responsabilidad civil con la Lex Aquilia que destacó la importancia del elemento
subjetivo: la víctima estaba obligada a producir la prueba de la culpa del dañador.
En su trabajo "Culpa y riesgo", Alberto Juan Pardo analiza la evolución histórica de la
responsabilidad, la reacción contemporánea y la solución intermedia.
La "teoría del riesgo" nace en Francia a fines del siglo pasado; básicamente niega la
exclusividad de la culpa como fundamento de la responsabilidad civil y propicia la
responsabilidad objetiva.
El advenimiento de la responsabilidad objetiva a través de la teoría del riesgo se puede
situar alrededor de 1880 y reconocer como influencia antecedente las teorías del penalista
antropólogo Ferri, que fueran introducidas en Francia por Sauzet y Sainctelette en el campo
de aplicación de lo que hoy denominaríamos accidentes del trabajo. El argumento
esgrimido por estos juristas apuntaba a la responsabilidad del patrono por los daños
producidos a los obreros por la maquinaria de la fábrica. La necesidad de protección del
trabajador surgía como consecuencia lógica del desarrollo del maquinismo con sus
improntas en el Derecho de daños como vimos en el capitulo anterior. Ello tuvo por
respuesta una fuerte oposición de la corriente individualista liberal, lo que hace decir a
Planiol que resultaba "monstruosa".
El gran debate entre subjetivistas y sostenedores de la nueva teoría había quedado abierto:
los primeros trataban de interpretar el sistema de la culpa dándole un marco de aplicación
más amplio, en especial para que abarcara los casos de responsabilidad refleja. En ésta es
donde el fundamento de la culpa se veía más resentido, al no poder fundar la culpabilidad
del agente del daño en el hecho propio que era el sustento de la responsabilidad subjetiva.
Intentaron poner el acento en la presunción de responsabilidad que pesaba sobre el autor:
ella cedía solamente ante la culpa de la víctima, de un tercero por el que no se es
responsable o por el caso fortuito inexcusable (interpretación efectuada por la Corte de
Casación del Art. 1384 del Código de Napoleón).
Henri y LÉon Mazeaud, principales expositores de esta corriente, refiriéndose a la
responsabilidad por los daños causados con la intervención de cosas, manifestaron que
existe una guarda jurídica, distinta de la material: ella puede resumirse como un derecho de
dirección sobre las cosas, que hace que se responda de los daños causados por las mismas.
Esta presunción sólo puede destruirse por las eximentes de responsabilidad: caso fortuito,
fuerza mayor o el hecho de un tercero. No juega una suposición de culpa como en la
corriente clásica, sino que ésta es presupuesta en la guarda.
La responsabilidad objetiva de los tiempos modernos llega para superar el enfoque y se
produce a través de las ideas de Josserand y Saleilles, basadas en dos principios que a su
vez constituyen sus dos corrientes:
a) el riesgo-provecho, formulado por el primero justifica la responsabilidad por el provecho
económico que goza el que introduce el riesgo.
"Aquel que crea, que vigila y que dirige un organismo cuyo funcionamiento es susceptible
de perjudicar a otro, se instituye en editor responsable de los daños que este organismo
cause sobre su camino, abstracción de toda idea de falta de responsabilidad".
Decía el jurista por el año 1900: "La culpa no es aquí sino un procedimiento de
construcción jurídica, un sesgo en que el legislador ha incurrido para encubrir su
intromisión omnipotente, ella no es fuente verdadera de la obligación, y cuando la
jurisprudencia la invoca es solamente para rendir tributo a una idea tradicional
perfectamente arraigada en nuestro espíritu y nuestras costumbres; pero yendo a lo hondo
de su pensamiento y sus resoluciones, únicamente el título subsiste, la cosa ha
desaparecido...".
b) el riesgo-creado, sostenido por Ripert, supone un acto anormal ponderado según las
condiciones normales de la época y del ambiente.
La jurisprudencia francesa tuvo un vuelco hacia la responsabilidad objetiva en el caso "Jean
D'Heur c/Galeries Belfortaises” en el año 1930, en el que la Corte de Casación francesa
condenó a indemnizar a la víctima de un accidente de tránsito, cambiando radicalmente la
opinión subjetivista que hasta ese momento era mayoritaria.
En la doctrina francesa, André Tunc -que anotó la obra de los hermanos Mazeaud- adoptó
una posición mixta o intermedia, enlazando el sistema de la culpa con el objetivo.
En nuestro país, los primeros sostenedores de la teoría objetiva fueron Arturo Barcia López,
Enrique Galli y Leonidas Anastasi.
Contemporáneamente es evidente que Guillermo Borda fue partidario de la teoría del riesgo
que introdujo por ley 17.711, en la segunda parte del segundo párrafo del artículo 1113 del
Código Civil.
Esta reforma fue criticada en sus detalles por algunos de nuestros más destacados civilistas:
Atilio Aníbal Alterini -en principio de acuerdo con su inclusión en el Código Civil- le
imputaba tres omisiones que compartimos:
a) su limitación al "riesgo de la cosa", sin abarcar la actividad riesgosa y concretamente los
accidentes de automotores que tantos problemas suscitaron en la interpretación judicial y
doctrinaria.
b) la falta de tope indemnizatorio que acompaña a toda responsabilidad objetiva como está
legislada en los daños a terceros en la superficie provocados por las aeronaves (2.000
argentinos oro), en los daños laborales contemplados en la ley 24.028 (u$s 55.000) y, en los
daños nucleares tratados en la Convención de Viena (u$s 5.000.000), sin perjuicio de
liberarse ese límite máximo para el caso de probarse la culpa o el dolo del agente.
c) el silencio del artículo 1113; segunda parte, párrafo segundo del Código Civil en cuanto
no contempla el caso fortuito genérico como otra causal de eximición, habiéndose limitado
a las dos eximentes -culpa de la víctima y de un tercero- que no son más que elementos que
destruyen el nexo causal.
Las reservas que planteó la reforma del artículo 1113, segunda parte, párrafo segundo del
Código Civil se ven plasmadas en los años siguientes a su sanción, en las conclusiones de
las V Jornadas de Derecho Civil, que, si bien admiten la regulación normativa del riesgo
siguen considerando la culpa como regla general de la responsabilidad civil.
La doctrina contemporánea -con excepción de alguna voz aislada- acepta ya sin reservas la
responsabilidad objetiva; rechaza como fundamento único y excluyente la culpabilidad por
insuficiente e insatisfactorio, y postula como solución la responsabilidad por el riesgo
creado que no expulsa la idea de la culpa pero se ubica junto a ella.
Los últimos encuentros de la doctrina civilista -reiterando posiciones homogéneas
anteriores- declararon: "El factor de atribución riesgo no es excepcional y tiene por lo tanto
la misma jerarquía cualitativa que los restantes criterios de imputación".
Particularmente afirmo el criterio de la expansión cuantitativa de los casos de
responsabilidad objetiva basada en la teoría del riesgo.
La teoría del riesgo, típico producto jurídico de la era industrial, tuvo su primera aplicación
legal en el Código de Comercio de 1862 en los artículos 162 y 184 y en el Código de
Minería del año 1886 en su artículo 58, y se encuentra normativamente receptada en la
legislación argentina en estos sistemas de daños:
a) Ley de Accidentes de Trabajo 9688 del año 1915, modificada por ley 12.610 y artículo
2º, ley 15.448, Ley de Infortunios Laborales 24.028 y la nueva Ley de Riesgos del Trabajo
24.557.
b) Código Aeronáutico de 1954 reemplazado por ley 17.285.
c) Convención de Viena sobre Responsabilidad Civil por Daños Nucleares, aprobada en
nuestro país por ley 17.048.
d) Ley 17.711 en su reforma al artículo 1113, segunda parte, párrafo segundo del Código
Civil.
Analizaremos la construcción teórica de cada uno de estos institutos y sus caracteres más
singulares: daños laborales, daños a terceros en la superficie causados por aeronaves, daños
nucleares, los alcances de aplicación del artículo 1113, segunda parte, párrafo segundo del
Código Civil, y dentro del mismo el tema de los accidentes de automotores.
a) Accidentes de trabajo
1. Teorías que fundamentan la responsabilidad objetiva en los infortunios
laborales
El advenimiento del maquinismo y de la industrialización transformó especialmente las
condiciones de trabajo de los empleados, quienes concentrados en las grandes urbes se
aplicaban preferentemente a la actividad fabril.
Fueron las modalidades impuestas por el proceso técnico a la vida de los trabajadores lo
que determinó las incipientes demandas a los patrones y la consecuente regulación de
normas y principios legales que justificaron él nacimiento de una nueva rama del Derecho:
el derecho laboral. Este conjunto normativo venia a proteger a uno de los débiles del
Derecho -al decir de Josserand-, que en esta circunstancia era el trabajador.
"Desde otro punto de vista, el desarrollo industrial mediante la utilización de nuevas
técnicas y materiales, creó mayor peligrosidad en el trabajo, multiplicando los accidentes a
diario".
Las normas del derecho civil no alcanzaban para cubrir la responsabilidad por los riesgos
laborales con su base subjetiva sustentada en la prueba de la culpa de quien alegara el daño,
y así la doctrina universal encontró algunos fundamentos distintos para la reparación de los
infortunios laborales; primero, el "riesgo profesional” reservado a las actividades
industriales: se aplicaba independientemente de la culpa del patrón y la indemnización
resultaba tarifada de acuerdo con la escala del salario percibido por el empleado. El
principio del "riesgo profesional" se aplicó a la industria, pero acarreaba la desventaja de
dejar en descubierto cierto tipo de actividades independientes de la producción, a los
empleados de comercio, a los de servicio doméstico, de casas de renta, entre otros.
Surge como solución el fundamento del "riesgo de la autoridad" con aplicación específica a
casi todas las actividades.
Cuando se pretendió dar un sustento de cuño civilista a la reparación de los accidentes
laborales, se elaboraron las teorías contractuales por un lado, y por otro, las
extracontractuales. La primera nos habla de un deber de seguridad debido por el patrón al
obrero a quien le debe asegurar una completa integridad, tesis ésta expuesta por Saintelette
en Bélgica y Sauzet en Francia a la que adhirió contemporáneamente Saleilles. Ella trató de
encontrar en el derecho civil las bases para la solución del problema laboral, pero la
inexistencia normativa fue un obstáculo insalvable; efectivamente, no había disposición que
permitiera inferir ese deber de garantía, con la consecuencia de la responsabilidad objetiva,
donde el solo daño ya hacia presumir la violación de aquel deber, originando la
responsabilidad del patrón.
La tesis extracontractual basada en los artículos 1109 y 1113 del Código Civil fue aplicada
por nuestros tribunales hasta el año 1905, en virtud de la existencia de una culpa in
omitendo, que partía del supuesto que el accidente hubiera podido evitarse con las
precauciones necesarias.
El criterio objetivo de responsabilidad es desarrollado por Josserand y Saleilles con
fundamento en la teoría del riesgo, lo que provoca en Planiol el siguiente comentario: "En
lugar de culpa se nos propone como base de la responsabilidad civil, la idea de riesgo;
cualquiera que haga nacer un riesgo nuevo para otro, se responsabiliza del daño que ese
riesgo origina. El solo hecho de la creación de un riesgo basta para obligar al que lo crea; la
cuestión de saber si el autor ha incurrido en culpa o no es indiferente. Así la noción de
culpa aparece absorbida por otra más amplia. Se desembaraza el juez de toda misión
moralizadora para limitarse a la investigación de un simple vínculo de causalidad".
La teoría del "caso fortuito" es propuesta por Fusinato, que ampliando aún más la extensión
del resarcimiento, imputa al patrón la responsabilidad por los accidentes del obrero, aun
cuando este último los hubiera provocado por su culpa, o cuando hubiere ocurrido por caso
fortuito. "Quien aprovecha la utilidad de una persona o de una cosa, justo es que asuma el
riesgo que el empleo o uso de esa cosa origina".
Conforme la posición de Fusinato (que tiene su aplicación por extensión de las reglas del
mandato y locación de obra) sólo quedaría como eximente de responsabilidad la fuerza
mayor caracterizada por la extraneidad a la empresa. Por lo tanto la imprudencia o
negligencia del obrero la asimila al caso fortuito y queda dentro del marco de la
reparabilidad que le debe el patrón.
A estas tesis civilistas que fundamentaron la responsabilidad por los accidentes de trabajo,
se sumaron luego las específicas del área del derecho laboral, como la del "riesgo
profesional" que así explican sus mentores: "...El trabajo comporta peligros y
particularmente el trabajo industrial. El patrón que hace trabajar a un obrero lo expone al
riesgo de accidentes. No se puede decir que haya culpa de su parte al exponer así a su
obrero; es una necesidad del progreso industrial, una consecuencia de la complejidad del
mecanismo que engendra una producción de calidad superior y de un costo menor... El
patrón saca provecho de este utilaje peligroso; es equitativo que soporte los riesgos. El
riesgo debe ser la contraparte del provecho...".
Esta teoría propone una tarifación del daño; la indemnización seria el "seguro" que el
patrón garantiza al obrero -que en lugar de ser convencional es legal- fijado de antemano
por la ley; también le asegura un privilegio para su cobro y la seguridad de hacerla efectiva
por medio del Estado en caso de insolvencia del patrón.
Una postura más moderna, pero siempre en el campo del derecho laboral, es la del "riesgo
de autoridad" que establece un contorno más amplio que la del riesgo profesional, pues
abarca mayor cantidad de supuestos como la responsabilidad del maestro respecto del
aprendiz, o las del trabajo de carácter transitorio.
Nos hemos extendido en desarrollar las doctrinas elaboradas en torno a los accidentes de
trabajo porque ellas fueron la cuna de las posteriores aplicaciones de la teoría del riesgo en
la responsabilidad civil.
Las posiciones doctrinarias expuestas permitieron la incorporación de las primeras
legislaciones de accidentes de trabajo en Europa; Suiza en 1881 aceptó la tesis de
Saintelette del riesgo profesional, Inglaterra en 1879 basó su legislación en la misma
corriente, así como la ley francesa de 1898; para llegar finalmente a nuestro país, donde en
1902 se presentaron varios proyectos de ley de accidentes de trabajo, promulgándose el 11
de octubre de 1915 la ley 9688. Ella reconoce innumerables modificaciones a través de los
siguientes cuerpos normativos: ley 22631/40, ley 12.647; dec.-ley 10135 (ley 12.921); ley
13.649; decretos-leyes 505/56, 7604/57; 7606/57; 8064/57; 4038/58; ley 18.018; ley 18.913
y ley 19.233.
Por último, en el año 1991 fue sancionada la ley 24.028 que rigió la materia hasta la entrada
en vigencia de la ley 24.557, que el Congreso de la Nación sancionó como Ley de Riesgos
del Trabajo (LRT) y el Poder Ejecutivo de la Nación promulgó el 3 de octubre de 1995.
2. Sistema actual de reparación de los accidentes laborales
La responsabilidad civil que surge para el empleador de la anterior ley 24.028 es objetiva,
reconociéndose como únicos eximentes: la prueba del dolo del obrero que haya provocado
intencionadamente el accidente, o la fuerza mayor extraña al trabajo. Hay obligación de
reparar cuando el accidente proviene de fuerza mayor o caso fortuito inherente a la
empresa.
En las eximentes de responsabilidad, la ley 24.028 había avanzado con relación a la 9688 a
favor del obrero, ya que esta última admitía como causal de excusación la culpa grave y
exclusiva del empleado (Art., 4º); y la ley 24,028 exigía dolo del obrero para que el
empleador se eximiera.
Goldenberg, comentando la anterior ley 9688, decía que el "régimen indemnizatorio de
infortunios del trabajo establecido por ella, inspirado en el francés del año 1898, responde a
un sistema transaccional que puede sintetizarse del modo siguiente: por un lado, se amplia
la responsabilidad del empleador por los accidentes ocurridos a sus subordinados y 'por el
hecho o en ocasión del trabajo', de la que sólo puede eximirse mediando acto intencional de
la víctima, culpa grave de ella o fuerza mayor extraña al trabajo; pero como contrapartida
se reduce el resarcimiento del daño a la tasa predeterminada por la ley". El precio que se
pagó por la cobertura jurídica de las víctimas fue la limitación indemnizatoria que no
permite la valoración total del perjuicio sufrido.
La ley 24.028 no sólo prescribía indemnizar infortunios laborales (enfermedad profesional
y enfermedad accidente),sino también comprendía el accidente in itinere (Art., 3º).
La indemnización tenía un tope en la ley 24.028 que llegaba a u$s 55.000 en caso de
muerte o incapacidad total y permanente y de u$s 82.500 cuando "el trabajador
incapacitado necesite la asistencia permanente de otra persona" (Art. 80).
El fallo plenario de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo de la Capital Federal
en autos "Alegre, Cornelio c/Manufactura Algodonera Argentina" de octubre de 1971,
resolvió que se puede acceder a la reparación plena del artículo 1113 del Código Civil
optando por la acción de derecho común a que se refería el artículo 17 de la ley 9688
(opción admitida en el Art. 16, ley 24.028). Una vez escogida la vía de la ley común se
cierra la posibilidad del resarcimiento prescripto por la ley 24.028, no pudiendo el
empleado acumular ventajas de uno y otro sistema. Por ejemplo, no puede reclamar el
accidente in itinere; las causales de eximición de responsabilidad son más beneficiosas para
el obrero en la ley especial; la indemnización laboral está protegida de la garantía común de
los acreedores (es inembargable y no puede ser sometida a cesión o renuncia); y, como
ambas acciones son excluyentes, la opción de la vía común le impide volver sobre la
pretensión resarcitorio laboral... "el que haciendo uso de la opción viabiliza su reclamo a
través de las normas del derecho común, corre con el álea emergente de la exclusión de vías
que consagra el mencionado texto legal.
El tratadista Juan D. Pozzo comentaba a raíz del fallo plenario mencionado, al poco tiempo
de su pronunciamiento: "...podemos señalar ya la muerte de la actual legislación de
accidentes del trabajo a breve plazo, ya que las indemnizaciones a reclamar se excederán en
mucho a las fijadas por la ley 9688. Ello a su vez traerá consecuencias desastrosas para los
patronos que nunca podrán calcular de antemano los gastos que deberán afrontar para el
pago de las indemnizaciones...".
La discusión de los especialistas se centró en la naturaleza de la obligación de indemnizar;
en el caso de utilizar la opción, ¿la responsabilidad se ubicaba en la órbita contractual o
extracontractual? Nos manifestamos adhiriendo a la postura extracontractual con aplicación
del artículo 1113, segunda parte, párrafo segundo del Código Civil, por la utilización de
cosas riesgosas o viciosas en la causación del daño a la persona del obrero, quien, por otra
parte no podría estar en peor situación que el tercero que se lesionara en el mismo lugar por
el mismo accidente, y recordamos los numerosos fallos de la Suprema Corte de Justicia que
determinaron que la obligación que pesa sobre el empleador de resguardar la vida y la
integridad del trabajador (deber de seguridad) no depende de una convención entre las
partes, sino que es estrictamente legal: su violación constituye la antijuridicidad que da
nacimiento a la responsabilidad extracontractual.
También las Primeras Jornadas Australes de Derecho celebradas en Comodoro Rivadavia
se pronunciaron, por mayoría, por la opción de la vía del derecho común conferida por el
artículo 17 de la ley 9688, con aplicación del artículo 1113 del Código Civil, si bien una
muy calificada minoría sostuvo la responsabilidad "contractual” del patrón por los
accidentes sufridos por el obrero que se sustenta en el "deber de seguridad" que emana del
contrato de locación de servicios celebrado.
Carlos M. Aldao Zapiola analiza todas las posibilidades de reclamo que tiene el trabajador
ante el sufrimiento de un infortunio laboral, y concluye que son seis las vías por las que el
empleado puede accionar en la búsqueda de la reparación del daño:
a) Acción especial acordada por la actual ley de infortunios laborales.
b) Acción de derecho común según las normas del Código Civil.
c) Acción de derecho común contra terceros causantes del accidente.
d) Acción contra la Caja de Accidentes de Trabajo, frente a la insolvencia patronal
judicialmente declarada.
e) Acción que surge del artículo 208 de la Ley de Contrato de Trabajo, que "aun
refiriéndose principalmente a accidentes y enfermedades desvinculadas del trabajo... puede
también comprender accidentes del trabajo y enfermedades profesionales".
f) Acción de reagravación o de revisión cuyo ejercicio está reservado al accidentado; esta
acción no está normativamente contemplada, es creación jurisprudencial para atender
aquellos casos de "trabajadores que luego de recibir una indemnización como resultado de
una incapacidad, denuncian la aparición de consecuencias mediatas agravantes, derivadas
del mismo accidente y no tenidas en cuenta por desconocidas en la anterior determinación".
La evolución legislativa en nuestro país en la materia de los accidentes de trabajo, según
Aldao Zapiola, registra cinco etapas:
Primera etapa: anterior a la sanción de la ley 9688 rige el Código Civil en la órbita de la
responsabilidad extracontractual estructurada sobre la culpa o el dolo del agente (Arts. 1067
y 1109, Cód. Civ.), que acudió en situaciones especiales a presunciones de culpabilidad
(inversión de la carga probatoria) y excluyó en otras la posibilidad de que el principal
acreditare su falta de culpa (Arts. 1118 y 1119). Como regla dominante sólo los actos
voluntarios e ilícitos, realizados con discernimiento, intención y libertad, eran susceptibles
de originar una reparación civil, y por excepción se admitían casos de culpa presunta por el
riesgo de las cosas.
Segunda etapa: la ley 9688 creó un sistema especial que modificó el régimen jurídico
vigente, pero solamente en lo que a esa acción especial se refiere, porque dejó subsistente
(Art. 17, ley 9688) la acción de derecho común.
Tercera etapa: la ley 17.711 al dar nuevo texto al artículo 1113 del Código Civil posibilitó
al trabajador sustentar su reclamo en el marco de la responsabilidad objetiva, siempre y
cuando el daño hubiere sido causado por el "vicio o riesgo de la cosa". La decisión del fallo
plenario de la Cámara de Apelaciones del Trabajo de la Capital Federal ya mencionado, fue
acogido por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, también en el año 1971.
Cuarta etapa: desde estos precedentes jurisprudenciales se aplicó en todo el país la solución
aportada: la opción del artículo 17 de la ley 9688 posibilitaba al trabajador recurrir a la
reparación extracontractual, objetiva y plena del artículo 1113 del Código Civil.
Quinta etapa: con la sanción de la ley 20.744 del régimen de Contrato de Trabajo de 1974 y
reformada en 1976 por ley 21.297 se modifica la situación preexistente a raíz de su artículo
75 que dice: "El empleador debe hacer... y adoptar las medidas que según el tipo de trabajo,
la experiencia y la técnica sean necesarios para tutelar la integridad psicofísica y la
dignidad de los trabajadores, debiendo observar las disposiciones reglamentarias
pertinentes sobre higiene y seguridad en el trabajo".
El sector de la doctrina que no comparte la solución del plenario "Alegre c/Manufactura" y
que considera que la opción del artículo 17 de la ley 9688 sólo posibilita la acción de
responsabilidad civil contractual, encuentra sustento en este artículo 75 de la ley 20.744 e
interpreta que el deber de seguridad a cargo del empleador genera una obligación de
resultado o de medios, según que el trabajo del subordinado se realice "en un lugar
controlado por el empleador y bajo la supervisión de éste... o en lugares que él no controla,
como el caso de los visitadores médicos...". En el concepto de Llambías, se originaría una
obligación de resultado en la primera circunstancia por el control directo del empleador, y
de medios en el segundo caso. Igual posición sustenta Livellara, para quien simplemente el
daño que sufre el trabajador es prueba suficiente de que el empleador no concretó el deber
de seguridad que le impone la Ley de Contrato de Trabajo en el artículo 75, criterio similar
al que utiliza Vazquez Vialard.
Para Alterini, Goldenberg, entre otros, "la transgresión de ese deber de seguridad de
resultado daría lugar a una acción autónoma con responsabilidad objetiva y no sujeta al
tope cuantitativo fijado por la ley 24,028; es problemática la naturaleza contractual o
extracontractual de la responsabilidad que resultaría, aunque en cualquier caso el plazo de
prescripción es de dos años" (Art. 258, ley 20.744).
Los civilistas que han mantenido su posición en la órbita contractual, por lo general
adhieren a una obligación de medios, como lo expresa Trigo Represas, para quien el
empleador no se ha obligado a devolver al trabajador sano y salvo a su casa, sino a actuar
con la diligencia apropiada, comportamiento que normalmente conducirá al resultado
esperado -aunque no debido- de preservar la salud del trabajador (obligación de medios).
En este estado de aplicación se encontraba la legislación y la interpretación doctrinaria
cuando aparece la ley 24.557/95 de Riesgos del Trabajo (LRT) que modifica
sustancialmente las soluciones sobre la responsabilidad civil por los infortunios laborales:
Primero: veda al trabajador y a sus derechohabientes la posibilidad de acudir a la vía civil
con la sola excepción derivada del artículo 1072 del Código Civil (dolo del empleador

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